CONTROL Y COLABORACIÓN SOCIAL CON LA DICTADURA
Más tonos para este canto ¿Cuántas dimensiones de la vida durante los años de la dictadura quedan por conocer? Cada archivo de aquellos años que es desempolvado da a los investigadores la oportunidad de tirar de nuevos hilos para reconstruir la memoria. Los archivos de la Dirección Nacional de Investigación e Inteligencia dan muestra de ello. Mariana Contreras Un día cualquiera del invierno de 1973 llegó una esquela –de las tantas que se recibirían en la época– a la Jefatura de Policía de Montevideo. Estaba firmada por “Estudiante Patriótica” y ponía en conocimiento de las autoridades que una estudiante de medicina, de quien dio nombre y dirección e identificó como la sobrina del “actual procesado” fulanito de tal, “se dedica a distribuir panfletos y volantearlos a su vez. La sorprendí pegando en la cisterna de un baño, un comunicado tupamaro, con su respectiva estrella al pie. No la conozco personalmente, pero por su juventud y por su reciente ingreso a esta facultad, les reitero que es mi deber, no sólo ayudar a desbaratar esta plaga, sino también a sacar a esta señorita del mal camino”. “Estudiante Patriótica” escribió la carta motivada por las “las reiteradas solicitudes de colaborar con las FFAA” y por considerarlo “un deber insoslayable de todo patriota hacerlo”. Qué fue de la chica mal encaminada, difícil saberlo, al menos en este acercamiento que las investigadoras Carla y Fabiana Larrobla tuvieron a los archivos de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII), de donde proviene esta carta. La ponencia “Sociedad vigilada. Prácticas y miedos de una sociedad en dictadura”,* que incluye éste y otros anónimos de “colaboración”, fue presentada durante las segundas Jornadas de Historia Política** y entre los puntos abordados destaca cómo la política de vigilancia -un intento de panóptico total que utilizó la violencia física y simbólica para dirigir las conductas sociales– impuso la cultura del miedo en la sociedad uruguaya. Un miedo, afirman las autoras, que generó parálisis y disciplinamiento social, que reestructuró la esfera de lo privado y solventó un clima de sospecha y desconfianza restringiendo los espacios de solidaridad y convirtiendo al otro en una “amenaza de conflicto”, un virtual “enemigo de la patria” o en un “informante”. Hay que superar el escozor que provoca la carta, cualquiera de ellas, para pensar luego cuánto de ese deterioro cristalizó en colaboración espontánea con la dictadura, a través de cartas o llamados anónimos, con denuncias más o menos vagas sobre pintadas, la existencia de volantes, o cualquier otra actitud “sospechosa”. El mecanismo se activaba de inmediato: vigilancia, control, allanamientos, interrogatorios. La investigación no da cuenta cuantitativamente de la dimensión de esa colaboración con la dictadura, pero sí de su existencia, perdurable a través de los documentos. Los archivos de la DNII a los que tuvo acceso el equipo de investigación universitario guardan parte de la historia de la vigilancia cotidiana del uruguayo “común”: informes sobre detenciones por dibujar estrellas de cinco puntas, averiguaciones por tener una panadería con el sospechoso nombre “Segunda internacional” (resultó que era segunda porque ya existía una primera), detenciones por no pararse en el cine ante la entonación del