La dictadura en el discurso cotidiano

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EVOCANDO FANTASMAS

La dictadura en el discurso cotidiano La experiencia de la última dictadura militar marcó con tal fuerza a la sociedad uruguaya que sus rastros son aún claramente perceptibles. Asoman en los editoriales de prensa, los discursos políticos, las declaraciones de los dirigentes de las organizaciones sociales y en los programas periodísticos. Sin embargo, también con frecuencia oímos que la dictadura es un tema ausente en la prensa y en los debates, y que la sociedad no recibe suficiente información ni el tema tiene el tratamiento que merece en los medios. ¿Cómo se evoca a la dictadura, si no se la menciona? Carlos Demasi

Temporalidad y presente histórico Para comprender el uso de la dictadura como herramienta política en el presente, tenemos que situarnos conceptualmente en un manejo de la temporalidad que es un poco diferente de lo habitual. Generalmente se construye una visión del tiempo como compuesto por tres partes diferentes y consecutivas: el pasado (“lo que fue”); el presente (“lo que es”) y el futuro (“lo que será”); en ese concepto el presente aparece como la intersección dinámica entre lo que ya fue y lo que todavía no es. Pero tal vez sería más útil concebir el “pasado” y el “futuro” como dimensiones constitutivas del presente y no como partes separadas; si fuera así, entonces las evocaciones del pasado y también las elaboradas anticipaciones futuristas sólo serían comprensibles si se tienen en cuenta las circunstancias del momento en que se elaboraron. Es decir que, por ejemplo, las famosas “utopías” de los sesenta forman parte del “presente” de aquellos años y no del “futuro”; para decirlo en términos más explícitos (aunque suene contradictorio), son “el futuro de antes”. Tal vez pueda ejemplificarse mejor invocando la sutil variación que ha tenido una de las consignas más repetidas a fines de los sesenta, cuando se produjo su reaparición a mediados de los noventa. A fines de los sesenta la formulación era toda en presente verbal: “El presente es de lucha; el futuro es nuestro”; es decir, el “futuro” ya estaba instituido (y ya tenía propietario) en ese presente; en cambio, a mediados de los noventa la consigna pasó sugestivamente al modo condicional: “si el presente es de lucha, el futuro será nuestro”: el futuro pasaba a ser un bien que debía ser conquistado, y la lucha era su condición y no un molesto peaje que había que sufrir para alcanzar la meta. Pido disculpas por esta compleja (y necesariamente incompleta) explicación, pero me parece necesaria para justificar la afirmación que sigue: para evocar la dictadura no es necesario tematizarla explícitamente, porque se encuentra presente en la mente de todos. Alcanza con dotar de sentido al pasado, y esto puede hacerse recurriendo a invocaciones ejemplarizantes o simples alusiones marginales. Esa forma de hablar del pasado sin mencionarlo necesita el apoyo de algunas estructuras conceptuales que se trasmiten a la sociedad y se transforman en “sentido común” para sus integrantes; vamos a referirnos a algunas de ellas.

La idea del “golpe sorpresivo” Es muy frecuente escuchar (generalmente de labios de los políticos) la referencia a que el golpe tomó a todos “por sorpresa”. “¿Cómo íbamos a imaginar que en este país iba a ocurrir algo así? ¡Un golpe de Estado era impensable en un país democrático como el nuestro!” En la “democracia perfecta” que parece haber sido el Uruguay de 1973 (o de los años inmediatamente anteriores), un golpe de Estado era tan remoto que la disolución del Parlamento habría caído como un rayo en cielo sereno; tan sorpresivo que los que entonces ocupaban el escenario político todavía ahora no le encuentran explicación. Tendría que sonar raro que un elenco de políticos profesionales de amplia experiencia no fuera capaz de percibir los síntomas de lo que se preparaba; tomado al pie de la letra debería interpretarse como una prueba flagrante de su incompetencia, y entonces actuaría como justificación de la decisión que tomara Bordaberry el 27 de junio. Por supuesto, los hechos no


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