CONTRATAPA
Carta Ivonne Trías Querido desaparecedor: Finalmente, como en la Guerra Grande, ni desaparecidos ni desaparecedores, ni torturados ni torturadores, todos iguales ante la historia. Te confieso que el armisticio llegó justo cuando mi pobre cerebro, ya viejo y cansado como el de Teresa Batista, puede aceptar una versión oficial que lo confunda todo. Porque en el fondo, como cuando Brasil ganó en Maracaná, vos y yo y tus hijos y los míos y tus vecinos y los míos somos responsables por igual de lo que pasó aquí, y bien lo sabemos. Una cosa está clara, los dos sufrimos igual. O en forma equivalente: yo, porque vos me torturabas; vos porque mis gritos te taladraban los oídos, y no hay duda, no hay nada más estresante que los gritos de los torturados, sobre todo si es cosa de todos los días. ¿O fui yo la que te metí la cabeza en el agua y te puse aquel aparatito del enchufe? Ya no importa, capaz que fue mi vecina que en mi ex opinión nunca se metió en nada pero que ahora también es un poco culpable como todos. Pero yo tenía que pedir perdón por algo..., ah sí, por el trabajo que te dimos, me imagino que haber tenido que andar cazando a mi familia y a tantos otros uruguayos por tierras extranjeras te habrá dejado extenuado. Pensar que me lo habías anunciado un año antes y no te creí, pensado que era una de tus tácticas de interrogatorio –porque eso sí, siempre fuiste tan inteligente; no sé por qué yo pensaba que eras burro–. Y de pronto en el 76, la gran sorpresa, ah muchacho loco e impulsivo: mi familia y mis compañeros y un montón de gente desconocida desaparecieron de todos esos lugares que vos habías citado un año antes. ¿O fui yo que hice desaparecer a tu familia y a tus amigos? Tanto da. La versión oficial de los hechos dirá que todos fuimos iguales. A partir pues de este jubileo, mi madre, Hécuba imperfecta que anduvo recorriendo osarios clandestinos, loca y más cuerda que nadie, que crió como pudo al niño que se te escapó de las garras… ¿o fue ella que secuestró a tus hermanos en la calle y olvidó que podía secuestrar también al bebé, como había secuestrado al de Sara y Mauricio?... mi madre y la tuya, te decía, podrán tomar el té y charlar. Ahora, querido tortu, nada se interpone entre nuestras familias. Bueno, entre lo que quedó de mi familia y la tuya. Cambiando de tema, sé que vos ya tuviste la experiencia, ¿cómo le explicaste a tu hijo que su padre, bueno, que su padre… hicimos esas cosas? Porque yo hasta ahora le expliqué las cosas a mi hijo como se las habrán contado a sus hijos los navajos o los charrúas (los que sobrevivieron a Salsipuedes). Pero ahora, con esto de la responsabilidad compartida, ¿cómo explicarle que los indios no sólo perdieron sino que en realidad eran unos cobardes que arrasaron grupos enteros de personas escudados en su gobierno cómplice? Mi hijo y el hijo de mis hermanos –¿dónde los habrás desaparecido, picarón?– creen aún que los indios se jugaron el pellejo sin más protección que sus ideas. Y bueno, a partir de ahora habrá que decir la verdad: es decir, que vos y los tuyos –los nuestros ahora– tenían esas inclinaciones Robin Hood, y que todo lo que robaron en cada casa allanada, en cada extorsión hecha, en cada cheque falsificado, en cada protección vendida, todo, lo entregaron a Aldeas Infantiles. ¿O les diré que fue el abuelo, blanco como güeso de bagual, quien allanó domicilios y robó y mató y desapareció y vendió protección, tranquilo al sentirse protegido, primero por los coroneles, después por los presidentes? También puedo, ante tanta confusión, guardar silencio, que siempre es una política muy saludable para criar niños porque los forma en el pánico innominado del secreto familiar que tanto fortalece el carácter. Bueno, y para decirlo todo… ¿ahora se puede decir todo, verdad?, puesto que todos somos impunes. Después no me vengas con tus escuadroncitos y tus agencias, un trato es un trato. No sé, me olvido de casi todo. ¿Qué era lo que teníamos que perdonar? La vejez no viene sola, entrevero todo. A veces pienso que fue el doctor Gabriel Terra quien le pegó un tiro al dictador Bernardo García en 1935 ¿o fue al revés? Cuando chocheo así recurro a los libros y a la prensa de entonces, para aclarar. Cosa que no se podrá hacer de aquí en adelante porque, para borrar todo rastro que estimule los rencores del pasado, habrá que destruir la prensa como (energúmeno dixit) fueron destruidos los archivos de…, de aquel gobierno que hicimos