De este lado de la reja

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CÁRCEL POLÍTICA DE MUJERES

De este lado de la reja En enero de 1973 se inauguró el Establecimiento Militar de Reclusión 2 en Punta de Rieles. Allí, a lo largo de más de 11 años, fueron llegando militantes de todas las organizaciones de izquierda del país. En las cárceles políticas uruguayas de larga duración sólo hubo presos de la izquierda. Ivonne Trías Primer día. El camión enfiló por un camino angosto de tierra y anduvo unos diez minutos antes de llegar. Había niebla matutina y la cárcel aparecía entre brumas, como hubiera aparecido un castillo embrujado. La pequeña multitud de mujeres, repartidas en varios camiones militares, nos buscábamos las manos, levantábamos la cabeza para ubicar en las filas a la amiga que había sido separada o a quien esperábamos encontrar allí. Un altavoz ordenó formar en aquel patio rodeado de alambradas y protegido por torres. Dentro de cada torre un soldado parapetado y el ojo sombrío de una ametralladora. Era el escenario de una película de guerra. En la escalerita que comunicaba con el edificio de ladrillo rojo se ubicó el comandante, Ramón Albornoz. Altísimo, como filmado por una cámara propagandista de arte oficial, enfundado en botas de caballería y, para alargar aun más el ángulo intimidante, parado y patiabierto en el escalón más alto de la escalera. Tras el discurso iniciático vino la lista. Cortando, como una máquina de programación secreta que separa y envía a destinos ignotos, la lista armó cuatro sectores: A, B, C y D. Algunas se esforzaron por descubrir el criterio de selección; la mayoría se esforzó por no llorar. Qué dijo entonces el teniente coronel Albornoz nadie lo recuerda, dijo seguramente que ahora empezaba una nueva etapa, que si nos portábamos bien no habría problemas y que aquello era la prisión.

Cualquier otro día Y ahí estábamos, hurgando en nuestra enorme experiencia de 20 años para encontrar alguna noción orientadora. A lo sumo algunas lecturas sobre campos de concentración, más pavorosas que instructivas. Cada cosa era la primera cosa en la cárcel. Una distribución geográfica que facilitaba los campos: ellos afuera, nosotras adentro, separados por la reja. “De la reja para acá, todo es asunto nuestro y sólo nuestro”, fue la primera y bienaventurada decisión estratégica. Las tácticas para lograrlo fueron infinitas y, por reflejo de protección, forman parte del patrimonio semisecreto de las participantes. En ese primer período, desde la inauguración del Establecimiento Militar de Reclusión 2 y la etapa concentracionaria de 1976, el conjunto de presas estaba formado mayoritariamente por mujeres muy jóvenes (entre 18 y 25 años), estudiantes o profesionales, provenientes de las organizaciones armadas y sus entornos. Todas recién salidas de los interrogatorios, con datos fragmentarios de un descalabro general, todas impactadas por ese fulminante pasaje por “la máquina”. Dice Jean Amèry que las heridas que deja la tortura no tienen cura. Pero no se puede hablar de la cárcel sin hablar de su antesala, la tortura. La máquina había marcado a cada una con la visión de su propio límite humano, de allí cada una salía reafirmada, desmoralizada, segura, demolida... Para hacer frente a esos daños se contó con las sabidurías chamánicas de todas, con algunas técnicas y algunos ejercicios de ensayo y error. Pero siempre de este lado de la reja. En los primeros meses se puso en marcha la autoorganización. El comando dejaba actuar, observaba y clasificaba: las organizadoras, las referentes, las conflictivas. La Policía Femenina fue cambiada por la Policía Militar Femenina (PMF), un cuerpo creado especialmente para la lucha contra la subversión y, en particular, adiestrado o amaestrado para galvanizar las debilidades que cualquier soldado de tropa podía presentar ante las mujeres subversivas.


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