LA RESISTENCIA CULTURAL
Lecturas perversas, políticas ¿Es posible recomponer, en 2003, las condiciones de “lectura activa” realizada durante los años de dictadura? ¿Se puede hacerlo con la sola relectura de los textos o es preciso considerar y reconstruir los contextos: censuras y autocensuras, lugares y medios (tradicionales o novedosos) por los que circularon las palabras? Óscar Brando Hace exactamente 40 años George Steiner escribió: “Los hombres que queman los libros saben lo que hacen. (...) Leer bien significa arriesgarse mucho. Es dejar vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de nosotros mismos”. “Conjuramos la presencia, la voz del libro –decía Steiner–. Le permitimos la entrada, aunque no sin cautela, a nuestra más honda intimidad.” Una gran obra, razonaba, podría llegar a poseernos tan completamente que, durante un lapso, nos reconociéramos imperfectamente. “Un gran poema, una novela clásica nos acometen; asaltan y ocupan las fortalezas de nuestra conciencia. Ejercen un extraño, contundente señorío sobre nuestra imaginación y nuestros deseos, sobre nuestras ambiciones y nuestros sueños más secretos”. Es por eso que el oscurantismo persigue la lectura; controla lo que la gente lee y también los mecanismos de mediación entre los lectores y los libros: la crítica literaria. “Labor de la crítica literaria es ayudarnos a leer como seres humanos íntegros, mediante el ejemplo de la precisión, del pavor y del deleite –continúa Steiner–. Comparada al acto de creación, es ésta una tarea secundaria. Pero nunca ha representado tanto. Sin ella, es posible que la creación misma se hunda en el silencio”. Claro que Steiner no escribía acerca de nuestra dictadura. Él planeaba sobre la Europa de principio de los sesenta, a la que veía tensionada por lo inhumano y no lejos de la posibilidad de la catástrofe. Creía, pues, que la pregunta fundamental que el crítico debía hacer es: “¿Qué medida del hombre propone esta obra?”. No es posible, hoy, repetir la lectura que se hizo de los textos literarios durante la dictadura porque supone una reconstrucción de la subjetividad inalcanzable. Apenas podemos intentar, revisando los comentarios y las críticas que fueron escritas sobre esos textos, y apelando al interés que generaron en la comunidad lectora, aproximarnos al universo de valores que esa lectura configuró y a su incidencia entre los demás discursos sociales. En ese sentido, la lectura de los contextos, o mejor, la intelección de un texto en su contexto, resultaría la vía posible para revisitar los significados de una obra en el momento de su producción. Dice Beatriz Sarlo, para el caso de la última dictadura argentina, que la literatura “enfrentada a una realidad difícil de captar, porque muchos de sus sentidos permanecían ocultos, buscó las modalidades más oblicuas (y no sólo a causa de la censura) para colocarse en una relación significativa respecto al presente y comenzar a construir un sentido de la masa caótica de experiencias escindidas de sus explicaciones colectivas”. La literatura –expresa Sarlo– “dio voz a algunos de los silencios que bloqueaban la comunicación social en una comunidad profundamente afectada por barreras también discursivas: las de la voz totalizante del autoritarismo y, más específicamente, las de la censura y el sistema internalizado de policía de las significaciones”. “La función de las obras escritas y publicadas en esos años fue (...) hablar cuando la circulación pública de discursos parecía obturada. De este modo la literatura, y la lectura que de ella se hacía, se colocaron en una línea, difícil de precisar, de cambios en el universo de valores y de reconstrucción de la subjetividad. Al producir un efecto de reconocimiento, pero no necesariamente de mímesis, la literatura proporcionaba el modelo de reflexión a la vez estética e ideológica”. Si es imposible que las condiciones de lectura se repitan para saber cómo se leía en dictadura, la crítica periodística puede aproximarnos a rehacer la forma de recepción, a reconstruir el horizonte de lectura de un texto. Tomemos dos casos uruguayos. A fines de 1980 se publicó la