Cuando decir ¡No! fue positivo

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EL NO DEL 80

Cuando decir ¡No! fue positivo Álvaro Rico La democracia nos ha acostumbrado a decir a todo que sí, en un proceso acelerado de cambios culturales que nos ha llevado de la crítica a la adaptación, del proyecto colectivo a la supervivencia personal. Parte de esa “positividad” democrática trasladada a la política fue el discurso de “dar vuelta la página”, “no tener ojos en la nuca”, ocultar los aspectos negativos del modelo, no asumir responsabilidades sobre los errores cometidos, no decidir. Por otro lado, ser positivo también resultó sinónimo de tener onda, sonreír a la cámara, mantenerse joven, tener propuestas políticas y programas que miren al futuro, nunca al pasado. Justamente, hace 30 años, el 30 de noviembre de 1980, un rechazo, una negativa, un límite, un No marcó una identidad democrática, colectiva y nacional y abrió un tiempo de cambios históricos en Uruguay. Por sobre ausencias y dolores personales, dudas e inseguridades, miedos colectivos y disputas internas predominó, al menos para el 57 por ciento de los votantes habilitados, una decisión responsable que cruzó todo el espectro político-partidario: decirle basta al intento de la dictadura de perpetuarse en el poder. El plebiscito sobre la continuidad del orden autoritario se transformó así en el primer acto del retorno a la democracia, abriendo el proceso de transición en Uruguay. El intento del régimen, a través del “Cronograma político” elaborado por la COMASPO y la convocatoria a una asamblea constituyente para que aprobara el proyecto de Constitución de los militares basado en la “seguridad nacional”, era el intento de encontrar procedimientos y mecanismos que le permitieran superar la debilidad intrínseca a toda dictadura: la legitimación de su continuidad. Es menos comprensible que ese mecanismo de legitimación elegido fuera el plebiscito, la convocatoria al cuerpo electoral para pronunciarse soberanamente mediante el voto. Probablemente en los cálculos de la dictadura estuvieran presentes los plebiscitos en Chile, en 1978, donde un 75 por ciento de los votantes apoyó al gobierno dictatorial, y en 1980 (setiembre) cuando el 67 por ciento de la población estuvo de acuerdo con la Constitución de Pinochet. Quizá estuviera también en sus cálculos cometer algún tipo de fraude, o que el monopolio de los medios de comunicación y la agresiva campaña propagandística de la DINARP: “Dígale Sí al Uruguay”, fueran suficientes para convencer a los uruguayos. Seguramente formó parte de los cálculos políticos de la dictadura que los logros de la represión estatal eran una clave del éxito plebiscitario. No siempre se tiene en cuenta que el intento fundacional o constituyente de la dictadura uruguaya, a partir de 1980, está estrechamente relacionado con la naturaleza del terrorismo de Estado desplegado entre 1975 y 1979. Que, una vez destruida la “amenaza interna”, bien podían plantearse ciertas pautas liberalizadoras en el marco de una “democracia tutelada” por los militares, o “dictablanda”. Efectivamente, desde octubre de 1975, con la represión al Partido Comunista en el interior del país y la represión al Partido por la Victoria del Pueblo, a los Grupos de Acción Unificadora, al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, al Partido Comunista Revolucionario y a las agrupaciones de militantes socialistas, con la secuela de militantes de izquierda desaparecidos y asesinados, tanto en Argentina como en Uruguay, encarcelados y exiliados, el régimen se propuso imponer, sobre la “paz de los sepulcros”, una apertura “controlada” para perpetuarse. Con los dirigentes de los partidos tradicionales más representativos proscriptos, vigilados en sus contactos, temporalmente arrestados e interrogados, con el líder del sector mayoritario del Partido Nacional, Wilson Ferreira Aldunate, en el exilio, entonces el régimen podía ensayar una “apertura” sin demasiados riesgos. Pero falló en sus cálculos, a pesar del apoyo dado al Sí por el sector mayoritario del Partido Colorado, liderado por el entonces embajador uruguayo en Washington, Jorge Pacheco Areco, y de Alberto Gallinal Heber en el Partido Nacional, y a pesar de que la opción por el Sí fue apoyada por algo más del 40 por ciento de la ciudadanía.


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