SEMANA SANTA DE TORRENT 2019
Cristianismo, iglesia y juventud JOSÉ MIGUEL MARTÍNEZ CASTELLÓ. DOCTOR EN FILOSOFÍA
En el colegio donde doy clase se lee a primera hora de los viernes el evangelio del domingo de esa semana. Este año me ha tocado con 1º bachiller de ciencias. Es un grupo potente y preguntón, curioso donde los haya. Ahí tengo a creyentes, agnósticos y muchas personas que se declaran completamente ateas; unas porque no han tenido en su vida relación alguna con la Iglesia y el cristianismo y otras, aun estando bautizados, incluso han tomado la comunión y se han confirmado, se sienten ateos y alejados de toda creencia en una trascendencia. A pesar de ello, muestran un gran interés por los temas de índole religiosa. Los lunes le doy a una persona el evangelio y el comentario del Papa Francisco y tienen toda la semana para prepararlo. Lo leen delante de la clase y después opinan. Casi siempre, se arman unos debates interesantísimos. Los ateos son los que más interés muestran. Sus análisis me resultan enriquecedores. Hubo un viernes que destacó sobre los demás. Fue la lectura de la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo (Juan 18, 33-37), interrogatorio de Pilato a Jesús en el que le pregunta si es el Rey de los judíos. Sin tenerlo previsto, la persona que lo exponía lanzó una serie de preguntas sobre qué tipo de reinado sería el más respetable. Leímos atentamente lo que decía Francisco sobre el tema y les pareció que ese debería ser el verdadero Reino del mundo, para creyentes y no creyentes. Un Reino de justicia, de implicación por los necesitados y desheredados de la tierra. A continuación, uno de ellos levantó la mano casi al final de la clase, y preguntó: “Y tú José Miguel, ¿por qué eres creyente?”. Internamente me dije, ya estamos, porque son conscientes de mis creencias, pero como cristiano que soy creo en la libertad que supone el encuentro con el Dios de Jesús. Enseguida me vinieron dos libros a la cabeza para responder, Por qué no soy cristiano de Bertran Russell y Por qué soy católico de Chesterton. Podría haber respondido con una cita, podría haber respondido mil cosas, pero ahí entendí que la Iglesia tiene una labor inmensa con la juventud. Ésta no está perdida como se
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difunde en la mayoría de los medios de comunicación. Se identifican con lo que ven y pueden detectar. Sin embargo, ¿qué les dice la Iglesia de Jesús a la juventud? ¿Qué palabras les dedica? ¿Qué puede hacer la Iglesia y el cristianismo por este divino tesoro? Estas preguntas han sido claves para la realización del Sínodo dedicado a los jóvenes en el mes de septiembre y octubre pasado. A la conclusión del mismo, el Prefecto del Dicasterio para la Comunicación, Paolo Ruffini transmitía a los medios un elenco de temas que se han abordado, pero destacaba dos de forma especial: situación de la mujer y la santidad. ¿Son estos tres asuntos lo suficientemente importantes para que la juventud se sienta atraída por la Iglesia? 1. La mujer en la Iglesia y en el mundo. Hoy padecemos una crisis sin precedentes de todos los principios que han sostenido siglos de historia. Tenemos la sensación que todo cambia y que no podemos hacer nada, que vamos a rebufo de todo aquello que nos pasa. En cambio, la Iglesia es una de las mayores plataformas de cambios que existen. Parece que no se mueva, pero es solo eso: una apariencia. Tiene sobre sí misma más de una veintena de siglos sobre sus espaldas y ha vivido todas las grandes transformaciones de la sociedad. Muchas de ellas las ha protagonizado en el campo de la ciencia, la cultura, el arte, la política, la filosofía, … y tiene que seguir siéndolo. El peso de las religiones en el mundo es innegable y del cristianismo mucho más. Como dice Roy Rappaport, uno de los mejores antropólogos de la actualidad: “En ausencia de lo que hoy llamamos religiones, la humanidad no podría haber salido de su condición pre o protohumana”. La matriz de todas las culturas y de todas las creaciones humanas son religiosas. Sin embargo, y tomando distancias con interpretaciones totalmente equivocadas y sesgadas de algunas formas de entender el feminismo, que no todas -por supuesto y quede claro desde el principio- hoy estamos ante una evidencia que la Iglesia y el cristianismo deben tener clara: las
mujeres están pidiendo paso desde hace muchísimo tiempo y lo hacen porque es de justicia. Nuestra juventud de hoy se va a desarrollar en muchos ámbitos desde esta reivindicación, desde esta necesidad que lo está pidiendo a gritos. Claro que se ha avanzado, mucho, pero la Iglesia debe tener como prioridad un encaje más actual y profundo de la mujer en el seno de la Iglesia, y no solo eclesiástico. Si el siglo XX fue el siglo de los laicos, el siglo XXI es y será el de la mujer. Las vocaciones se están reduciendo hasta límites insospechados. Hoy los sacerdotes tienen agendas de 24 horas, acuden a espacios y realidades que no son las suyas. Necesitamos sabia nueva que ya no podemos contar únicamente a partir de las ordenaciones sacerdotales. En todo este contexto, el papel y la presencia de la mujer en la Iglesia resulta determinante. No podemos olvidar la dimensión mariológica de la Iglesia y del cristianismo. María no es alguien más. Detrás de ella palpita un modelo de Fe claro y riguroso. María representa la fidelidad, el trabajo, el silencio, la sencillez, la humildad. Son valores que transcienden a toda perspectiva de género para convertirse en universales. ¿No está falta también la Iglesia de sencillez, de silencio y trabajo? Estos valores los actualizan las mujeres, las que han estado en la Iglesia, las que están y estarán. Las mujeres tienen algo que no se aprende, sino que viene de serie y es la ternura infinita por la posibilidad, en libertad, de ser madres. Cuando se habla de lo femenino, qué poco se habla de esta perspectiva. ¿No está falta la política, el poder y la vida en general de ternura? ¿No vemos en la actualidad cómo la mujer está accediendo a ámbitos que antes ni aparecía? La Iglesia no tiene que replantearse la presencia de la mujer en la Iglesia por un hecho de moda o de la fuerza de una u otra corriente social, ya que la mujer tiene desde los mismos tiempos de Jesús una fuerza como en ninguna otra institución de la historia. Recordemos dos hechos. El primero, todo el mensaje de Jesús es anunciado por primera vez a mujeres; el testimonio del mensaje de
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