Conferencia Magistral. 48º Congreso Nacional SEPAR

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29º CONFERENCIA MAGISTRAL MANUEL TAPIA (2015)

LAS DOS CULTURAS Y LA CONCIENCIA ÉTICA Lorenzo Fernández Fau SOCIEDAD ESPAÑOLA DE NEUMOLOGÍA Y CIRUGÍA TORÁCICA

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LAS DOS CULTURAS Y LA CONCIENCIA ร TICA Lorenzo Fernรกndez Fau


29ยบ CONFERENCIA MAGISTRAL MANUEL TAPIA (2015)

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LAS DOS CULTURAS Y LA CONCIENCIA ÉTICA Lorenzo Fernández Fau

Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento a la Junta Directiva y al Profesor Jordi Freixinet Gilart –Presidente del 48 Congreso Nacional SEPAR– por invitarme a pronunciar la Conferencia Magistral Manuel Tapia del presente año. Por cierto, teniendo en cuenta el recambio generacional que se está produciendo en esta institución, no estaría de más decir que Manuel Tapia es Presidente de Honor de SEPAR y fue uno de los tisiólogos más prestigiosos de su tiempo. Quienes me han precedido en dictar esta conferencia institucional ya lo han dicho todo y, con toda probabilidad, mejor que lo pueda hacer yo. Qué podría añadir, por mi parte, que resultase útil. Desde hace tiempo, y dentro de mis posibilidades, trato de contribuir a crear un estado de opinión favorable a remover la conciencia ética entre los que tienen la osadía de leerme o escucharme. Con ese propósito, teniendo en cuenta la situación que estamos viviendo, y no me refiero sólo a la crisis económica sino, también, a la manera de conducirse de buena parte de la sociedad, me parece oportuno llamar la atención y aportar medidas sobre el papel que el 5


individuo, la ciudadanía y sus instituciones representativas, tanto las académicas como las sociedades científicas, deben llevar a cabo para indagar en su causa y tratar de revertir la situación. Pero permítanme antes hacer una distinción conceptual entre dos expresiones del conocimiento. Stefan Collini, que es profesor de literatura inglesa en Cambridge, señala algunas características que distinguen una conferencia escrita de un ensayo con las que no estoy plenamente de acuerdo1. El ensayo no debe tener obligatoriamente un tono más intimista y meditativo que la conferencia, ni ésta una postura más argumentativa o declarativa que aquel, aunque, eso sí, pienso que ambos deben desempeñar una función pedagógica. Creo, además, que la complicidad o sintonía entre el conferenciante y sus oyentes puede hacerse más apreciable aquí, donde, rodeado de amigos, la intimidad es perceptible y admite reseñar citas, anécdotas o sucesos que bajo ningún concepto haría en un medio diferente a este. Por otro lado, la conferencia es un acto social, sobre todo en aquellas con rango institucional, tal como sucede con la Manuel Tapia, en las que el invitado, el conferenciante, está facultado para pronunciarse, es decir, para emitir un criterio acerca de cuestiones de índole diversa. En un lenguaje llano, podríamos decir que está obligado a mojarse. Arranquemos, pues. Apuntaba Julián Marías que cuando se habla de algo, lo más urgente es saber de qué estamos hablando2. Y de qué estamos hablando cuando decimos “Las dos culturas y la revolución científica”. Es el título de la conferencia Red que Charles Percy Snow pronunció el 7 de mayo de 1959 en Cambridge3. Se trata de la conferencia institucional que anualmente se pronuncia en esa Universidad en memoria del jurisconsulto Sir Robert Red. “Las dos culturas” ha levantado una controversia apasionada que todavía en nuestros días es motivo de atención y enconadas disputas dialécticas en las que han participado intelectuales y científicos de todo tipo, tanto fuera como dentro de nuestro país. ¿Cuál puede ser la causa de tal alboroto? Snow gozaba de alto prestigio, era un hombre pú6


blico, muy escuchado y leído en la Inglaterra de la época. Hasta 1945 y durante 20 años, fue catedrático en la Universidad de Cambridge. Investigaba en el terreno de la espectroscopia infrarroja en el famoso Laboratorio Cavendisch que dirigía el neozelandés Ernest Rutherford, premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre el átomo. A causa de un contratiempo en sus investigaciones, comenzó a interesarse por la narrativa, y al cabo de algún tiempo llegó a convertirse en uno de los novelistas más famosos de su país. Esta duplicidad intelectual es la que le llevó a decir que durante la primera jornada del día convivía con científicos y durante la segunda lo hacía con literatos, y que a ambos les conocía bien. En esencia, Snow dijo en la Conferencia Red que en Inglaterra los planes de estudio habían conducido, desde la enseñanza secundaria, a una profunda especialización. Una circunstancia que dividía las opciones de estudio, sin término medio, entre ciencias y letras. Una estructura perniciosa que había conducido a crear, a la larga, una barrera insalvable entre los científicos y los que podrían denominarse intelectuales literarios o humanistas. Que había creado dos comunidades incomunicadas entre sí, que se agredían de forma permanente, acusándose con todo tipo de epítetos desdeñosos. En consecuencia y para no entrar en más detalles, Snow consideraba que el remedio ante tal desatino pasaba por la creación de una tercera cultura que corrigiese los errores de las otras dos, y que era preciso un cambio en los planes de estudio para enmendar la situación. Por cierto, la edición escrita de la Conferencia de Snow ha sido texto de lectura obligatoria en la educación secundaria inglesa. Si traigo a colación el pensamiento de Snow es porque no estoy convencido de que su argumentación sea plenamente acertada, aunque comparta alguno de sus criterios. La esgrimo aquí, sobre todo, porque, por las cuestiones hasta ahora aludidas, puedo tener una base conceptual para razonar sobre el destino final de mi exposición. Y eso es precisamente lo que, a 7


partir de ahora, voy a tratar de discernir. De entrada, los antropólogos, en especial aquellos que se adhieren al relativismo cultural de Franz Boas, piensan que el fenómeno cultural es plural. Podríamos decir que hay tantos cientos o miles de culturas como modos de vida y costumbres existen. Tengo la creencia, sin embargo, que pensando en los términos conceptuales del presente puede existir una urdimbre común, una matriz argumental concurrente en todo tipo de culturas. Algo así como un patrón primigenio que podría hacer que, en definitiva, hubiese una sola cultura que bajo ciertas peculiaridades específicas y medioambientales derivase, o diese lugar, a las diferentes caracterizaciones representativas de cada una de ellas. Se me ocurre que es algo parecido a lo que sucede en el mundo vegetal con los derivados del isopreno, es decir, de los terpenos presentes en los árboles, frutos, flores o todo tipo de plantas. La especialización natural o la manipulación química pueden hacer que los terpenos se transformen en un sinfín de sustancias, tales como los carotinoides, tocoferoles, geranilos, etc. Tal como expresaba hace un momento, para mí ese substrato común, ese terpeno conceptual presente en cada una de las culturas podría ser el nexo universal que las unifica. Pienso que esa amalgama discursiva del discernimiento podría estar sustentada en tres pilares principales: el lenguaje, la metodología y, de forma concluyente, la ética. Eludo voluntariamente la creatividad porque estimo que se trata más de un don que de una característica estructural del intelecto. Una gracia especial que distingue a unos pocos: a aquellos a los que esa creatividad, junto con el conocimiento integral que poseen, les eleva al grado de genios. Y ese ser utópico, por la interpretación omniabarcativa que poseía de la naturaleza y la filosofía, ese ser utópico que idealizamos en las criaturas del Renacimiento, sólo era posible en aquel tiempo, porque el saber actual es inabarcable. Reconozco que ahora, con las nuevas aportaciones de la neurociencia, esa postura es más que cuestionable. 8


El lenguaje resulta esencial para elaborar un proceso racional y transmitirlo. En efecto, se siente y se piensa, y se escribe y se habla, con palabras. Las palabras son la esencia de nuestro ser; sin ellas, no es posible discurrir, sin ellas la razón es pura entelequia. Con ellas, sin embargo, con la palabra, con la razón, los griegos construyeron el logos4. El esmero en el idioma es básico para el desarrollo en conjunto de la sociedad porque el lenguaje es el fichero donde reposan los conocimientos y experiencias de toda índole de una comunidad. No piensen que esta es una cuestión baladí. A lo largo de la historia se han dado casos en que los efectos disgregadores de una lengua, en general a causa de la incultura dominante, han ocasionado el desvanecimiento de la misma, como ocurrió con el latín. En ese sentido, no está de más recordar aquello que Julián Marías sentenció en sus memorias: “La corrupción de la lengua es uno de los factores más eficaces de corrupción social”5. Con dificultad se puede hallar algo más representativo para expresar y definir en qué consiste el lenguaje que lo dicho por Aristóteles en el capítulo I de De la interpretación: mostrar aquello que se encuentra en el alma. Y es que las palabras, los símbolos escritos, difieren entre las lenguas, pero las experiencias mentales son las mismas para todos. Ya casi en nuestros días, Heidegger se manifiesta de una forma similar cuando señala que el lenguaje es el medio fundamental de la mente expresiva6. En su reflexión sobre la poesía, a María Zambrano se le ocurre esta perla: “la palabra viene siempre de lo inefable; todo lo que se dice nace, como la luz que vemos, de una placenta de sombra”7. También Laura Esquivel, con un lenguaje menos filosófico, y tal vez con mayor ingenuidad poética, pone en boca de la injustamente denostada Malinche lo siguiente: “si las palabras no sirven para humedecer en los otros el recuerdo… no sirven para nada […]. Tus palabras nombrarán lo nunca visto”8. Ahora bien, no encuentro, por el momento, una forma más elocuente y hermosa para procurar que estos sentimientos calen en sus conciencias que aquello que Neruda dejó hil9


vanado en la primera edición de sus memorias acerca de la palabra: “Todo está en la palabra. Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se colocó dentro de una frase que no la esperaba... Tienen sombra, transparencia, peso, plumas. Tienen todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto trasmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas. Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada...”9. Cuando digo que Neruda dejó hilvanado el texto sobre las palabras, recuerdo lo que afirma Ana Guerrero, relatora en el Museo Nacional del Traje: el lenguaje se hace tejiendo palabras. Debo decirles que tuve la oportunidad de conocer a Neruda, y aunque sólo intercambié con él unas palabras, llegué a conocerle a través de las revelaciones de dos buenos amigos suyos: Santiago Ontañón y Rafael Alberti. También me cupo el privilegio de hablar acerca del compromiso y la conciencia ética del vate chileno cuando en 2004 fui invitado a participar en las jornadas conmemorativas de su natalicio que se celebraron en Valparaíso10. El segundo elemento “terpénico”, que he señalado como básico para dar estructura conceptual a una cultura, infiero que podría ser el proceso racional que debe imperar en cualquier investigación intelectual. Me refiero a la metodología. Ahora bien, la heterogénea interpretación que de tal concepto se deriva puede conducir a equívocos. Por ejemplo, la definición de raíz filosófica que el Diccionario de la Lengua Española indica sobre método dice así: procedimiento que se sigue en la ciencia para hallar la verdad y enseñarla. Pero, yo me pregunto: ¿sólo en la ciencia? Porque así, al instante, conviene recordar que precisamente la filosofía y la ciencia nacieron juntas en la búsqueda de la verdad, en el momento en que un ser se formula una pregunta no relacionada íntimamente con su propia subsistencia instintiva. En otras palabras, cuando aprecia en el mundo empírico un orden, un orden natural, un orden inteligible, que es posible aprehender por medio del pensamiento y del proceso racional. Claro que también se puede expresar de una forma tal vez más sensible. El filósofo danés Justus Hartnack escribió que cuando la razón pasa por encima de lo cotidiano se enfrenta 10


necesariamente con la filosofía11. José Antonio Marina, cuya obra brilla y se acrecienta día tras día, lo manifiesta de esta manera: “cuando el hombre se empeñó en alejarse de la coacción de los instintos, de la tiranía de los estímulos y de los implacables mecanismos animales para ampliar su ámbito vital”12. Es verdad que con el tiempo la ciencia tiró hacia adelante, tanto, que a pesar de su inicio en común un griego clásico no entendería nada, o casi nada, del pensamiento científico actual. En cambio, estaría en condiciones de percatarse fielmente del debate intelectual del presente porque la conducta humana ha variado muy poco desde entonces. Por mi parte, modestamente estimo que el sustrato metodológico al que me estoy refiriendo para proporcionar cobertura conceptual a la cultura podría aproximarse a la estructura formulada en la Teoría General de Sistemas13-15. Pretendo sustentar que la metodología forma parte de uno de los tres pilares en los que pienso se cimenta la cultura por el hecho, entre otras cosas, de poder establecer sinergias interdisciplinares que se retroalimentan entre sí. En ese contexto, se da la circunstancia de que Kunh y Snow eran contemporáneos y que ambos se ocuparon de interpretar las revoluciones científicas, aunque parten de dos concepciones diferentes: Kunh plantea una revolución metodológica y conceptual fundamentada en los paradigmas16,17 mientras que para Snow ésta es más sociológica. Una idea, por cierto, que era compartida por otros intelectuales de su época, como queda reflejado en un pasaje de la Trilogía malaya de Anthony Burgess: “el progreso tecnológico ha pretendido siempre, en teoría por lo menos, servir el fin de una felicidad humana cada vez mayor”18. En definitiva, podríamos intuir que en el proceso metodológico, los paradigmas, al igual que ocurre en la ciencia, son un conglomerado de expresiones culturales que una sociedad proyecta, de la misma manera que lo hace con su arte, su religión, su política o su moralidad. Y hablando de moralidad, con todo y a mi sencillo entender, el sustrato esencial de la cultura está precisamente ahí, en los juicios que permiten distinguir el bien del mal, en la ética. Y 11


no parece que me encuentre solo en esa apreciación porque hay autores que han querido ver en la ética la tercera cultura enunciada por Snow, como, por ejemplo, entre nosotros el valenciano Llopis Goig19. Ahora bien, ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos a la ética? Inicialmente, yo me hago dos preguntas para tratar de desentrañar su esencia. Ante todo: ¿qué es la ética? Y tal vez algo que sería igual de importante: ¿para qué sirve? Opinaba Eugenio D’Ors que, lo que no es tradición, es plagio. En las ocasiones en que he preguntado a personas próximas a mí cómo entendían ese aforismo, he recibido tantas respuestas dispares como preguntas hacía. Yo interpreto que el filósofo catalán venía a decir que cuando alguien cree tener un atisbo de originalidad, cuando piensa que ha logrado hallar algo novedoso, si echa la vista atrás descubre que el argumento en cuestión ya lo ha expresado otro, con mucha frecuencia, un griego clásico. De modo que para saber de qué va eso de la ética y la moral deberíamos retrotraernos a los clásicos, y concretamente a Aristóteles, cuyo libro sobre ética no solo fue el primero sobre el tema, sino además, en boca de Aranguren, el más importante que nunca se haya escrito sobre esta disciplina. De entrada, lo primero que hay que hacer es distinguir entre ética y moral, asunto que puede ser complicado porque, en realidad, ambas hablan de lo mismo. Para ello, será necesario invocar de nuevo la importancia del lenguaje, con el propósito de dilucidar sobre su significado. Según José Luis Aranguren, la confusión, o aparente paradoja, que se ha podido apreciar en la interpretación de la ética es inicialmente de tipo etimológico20. En griego clásico, éthos significaba hábito o adquirido con el hábito, es decir, la costumbre. Pero con Aristóteles derivó a êthos, que equivale a carácter. En verdad, el carácter nace con la experiencia: por la repetición de actos, de hechos, de toma de decisiones iguales. Con el propósito de alcanzar la felicidad, el hombre debe dominar su parte irracional o sensitiva y 12


vivir de manera virtuosa –recuerden lo que hace un momento hemos visto que expresaba José Antonio Marina en ese aspecto. Y en relación con vivir de forma virtuosa, no olviden que el sabio griego decía que en el término medio está la virtud. Para Aristóteles existen dos tipos de virtudes: las éticas y las dianoéticas21. Las primeras, o morales, se adquieren a través de la costumbre o el hábito, es decir, la cultura, y regulan las relaciones entre los hombres. Entre las virtudes éticas podemos citar la justicia, la fortaleza o el valor, la honradez, la responsabilidad, la franqueza, la humildad, la generosidad y la templanza o moderación. Las dianoéticas, o intelectuales, tales como la prudencia y la sabiduría, tienen que ver con la dianóia, que es la parte racional o cognitiva del alma. Son las que dan lugar a la ética real. Son, pues, propias del intelecto –de la reflexión– y se obtienen a través de la educación o la enseñanza. De esta concepción se desprende que un individuo puede construir su êthos, su carácter o, tal como luego diría Zubiri, su modo de ser. En latín no hay dos palabras para traducir estos vocablos griegos, ambos se expresan por mos. Por lo tanto, el asunto del que estamos hablando, la disciplina de la que tratamos, recibe dos nombres: ética para los griegos y moral para los romanos. La palabra moralis, con la que los romanos recogían el sentido griego de éthos, llegó a aplicarse a las normas concretas que han de regir las acciones humanas. Sin embargo, a pesar de que podamos estar ante un mismo concepto, Aranguren hace una clara distinción entre ellas. Y así, define la moral como la moral vivida o heredada, y la ética, como una reflexión sobre ésta, es decir, la moral pensada22. Llegados aquí, se me ocurre que, como tantas otras cosas en la vida, la moral y la ética tienen cierta indeterminación en el signo. Es decir, pueden ser buenas o malas. La moral, entonces, la componen un conjunto de juicios relativos al bien y al mal. Del mismo modo, se puede inferir que el buen carácter surge de la reiteración en la toma de buenas decisiones, decisiones prudentes, justas, valerosas y moderadas; por lo tanto, surge de comportarse de forma virtuosa. De manera que la ética, en general, se ocupa de las virtudes y los vicios, de los principios, también llamados valores; es la ética axiológica, que ha dado lugar a distintas 13


interpretaciones de los valores a través de la historia de la filosofía. Y así, es posible ver que todos los pueblos, comunidades, sociedades o culturas encuentran prescripciones o prohibiciones que definen su moral. ¿Para qué sirve la ética?, nos preguntábamos. La ética sirve, pues, para estructurar una sociedad en torno a un conjunto de garantías y derechos para las personas; para proteger su integridad física y su dignidad moral. Es decir, la ética sirve para configurar la trascendental verdad de los derechos humanos. Con todo, no deja de sorprenderme que, una vez más, la versatilidad del lenguaje haya hecho que la adscripción conceptual de la moral a instancias psicológicas conduzca a expresiones tan curiosas y habituales en nuestro país como las siguientes: “¿qué, cómo va esa moral?”, o bien, “está desmoralizado”, o incluso, “tiene la moral por los suelos” o, al contrario, “tiene más moral que el Alcoyano”. Para los más jóvenes, tal vez sea necesario añadir que el Alcoyano era un equipo de fútbol modesto que destacaba por su coraje, entrega y fortaleza. Claro que tales expresiones pueden obedecer más a un estado de ánimo que a un comportamiento moral. Y el ánimo, derivado de alma, es un cultismo que, según Joan Corominas, se introdujo en nuestra lengua en 1328 23. Ahora bien, en las últimas décadas ha surgido un modo más utilitario de entender la filosofía que puede denominarse “filosofía práctica”, con un sentido racional y de aplicación multidisciplinar. Estoy hablando de la bioética. Caben pocas dudas sobre el inmenso valor que la actual bioética ha ejercido en el pensamiento moderno. En ese contexto, parece evidente que la bioética ha modificado favorablemente no sólo la forma de entender la sustantividad profesional de los médicos sino también, al mismo tiempo, su cosmovisión. De entrada, han sido aplicaciones inmediatas de la bioética en nuestro medio los Comités Éticos de Asistencia Sanitaria y de Investigación Clínica, la Ética de las Publicaciones Científicas y el Consentimiento Informado24. En gran medida, el espíritu conceptual de la bioética y sus aplicaciones prácticas son la con14


secuencia de un consenso de mínimos que, después de un trabajo de cuatro años, llevaron a cabo los redactores del Informe Belmont en 1976 y que plasmaron en tres principios iniciales: autonomía, beneficencia y justicia, a los que más tarde se añadió el de no-maleficencia. Todos ustedes están al tanto de estas cuestiones, pero para apuntalar el fin que persigo, desearía hacer algunas observaciones acerca de la no-maleficencia y la justicia. No, maleficencia no es, como en ocasiones erróneamente se interpreta, lo contrario de beneficencia. Se trata, en realidad, de la aplicación del principio primun non nocere: no hacer daño. Lo que más me interesa resaltar en este momento, por el uso que más tarde haré de este principio, es que la no-maleficencia obliga a todos de forma primaria: porque no es lícito hacer el mal. De los cuatro principios aludidos, es éste el único que puede resultar punible desde el punto de vista del derecho penal. Y pienso yo que no sólo debería aplicarse a los médicos, sino además a todos aquellos que toman decisiones político-administrativas que afectan peyorativamente a la salud. Podría parecer que el principio de justicia sería más fácil de describir y comprender. No es, sin embargo, una tarea tan simple, porque desde una apreciación conceptual existen distintos puntos de vista con respecto a su definición y puesta en práctica. En realidad, la justicia estaría vinculada a las vicisitudes políticas, económicas y sociales de la humanidad. En consecuencia, después de la adaptación de los derechos humanos a las diferentes legislaciones, ha arraigado la idea de justicia social y de la ética utilitarista. ¿No les ha ocurrido a ustedes que se pasan la vida pensando sobre algo de una forma unidireccional, y de pronto, en ocasiones de manera fortuita, cambian la visión del asunto en cuestión? A mí me ha sucedido muchas veces, en este caso con la percepción de la justicia ¿Recuerdan la frase de Neruda acerca de las palabras que cité hace un momento? Para mí, la 15


idea de justicia cambió cuando ese vocablo viró y tomó un sentido contrario. Entonces se colocó dentro de una razón que no esperaba. Me interesé por Heráclito y su idea de los contrarios cuando leí, hacia finales de los años 60, el discurso que había pronunciado mi maestro, unos años antes, en el que se refería a las antinomias y discordias para llegar a la armonía; en este caso explícito, entre lo médico, lo clínico digo yo, y lo quirúrgico –porque ambas disciplinas son, de manera inherente, médicas25. Sin embargo, no fui consciente de la claridad meridiana con la que podía expresarse el llamado “Oscuro de Éfeso” hasta que leí esta sentencia que había enunciado hace ahora unos 2500 años: “no se conocería el nombre de justicia si no existieran injusticias”26. Y aquí, en las injusticias, está la clave de lo que a partir de ahora deseo expresar. Tuve la oportunidad de conversar con Saramago en varias ocasiones. El nobel portugués era un hombre bondadoso, comprometido y con manifiesta conciencia ética. En una ocasión, en la que se encontraba muy debilitado, inmediatamente después de ser nombrado Doctor Honoris Causa por la Autónoma de Madrid y junto a su hematólogo y amigo de ambos, Luis Vázquez, le dije: resiste, José, porque tienes que seguir siendo el espíritu y la guía que arrebata las conciencias. Venía eso a cuento porque cuatro años antes se había manifestado, de forma emotiva, hermosa y acertada, contra la globalización de las injusticias y a favor de la Declaración de los Derechos Humanos. Y en alusión a las fábulas de La Fontaine, señaló que “si no intervenimos a tiempo –es decir, ya– el ratón de los derechos humanos acabará por ser devorado implacablemente por el gato de la globalización económica”27. No es por nada, pero es que se veía venir. En el año 2000, el que esto escribe se había expresado en relación con la globalización imperante en ese sentido durante el II Encuentro de Integración Iberolatinoamericana en Neumología y Cirugía Torácica celebrado en México. Asunto que he tenido la oportunidad de reiterar en distintos foros. La verdad es que no hacía falta ser un lince para percatarse de lo que nos esperaba. La globalización económica 16


ha producido una brecha dolorosa entre un mundo cada vez más rico y poderoso y otro prácticamente con total dependencia de aquél y, frecuentemente, sumido en la pobreza y la incultura28. La injusticia globalizada está conduciendo a una situación realmente insoportable donde las desigualdades sociales se hacen cada vez más patentes y acuciantes. La ética resulta imprescindible para remediar este desatino, se hace necesario incorporarla como medio de vida. Así, ¿cómo es posible permanecer indiferentes ante las condiciones sanitarias que a diario se producen en la mayor parte de la población mundial? ¿Qué utilidad práctica tienen los valores morales que la sociedad del bienestar ha dignificado cuando sabemos que más de ocho millones de personas en el mundo mueren cada año porque son demasiado pobres para sobrevivir? O bien, cuando a diario somos bombardeados por miles de vacuas noticias, y como el economista Jeffrey Sachs se pregunta, ¿por qué los medios de difusión no dicen todas las mañanas que ayer más de 20.000 personas murieron en el mundo a causa de la pobreza extrema?29. Piketty está de moda. Todo el mundo habla de él, claro que no siempre bien. No obstante, Paul Krugman, nobel de Economía en 2008, dice que El capital del siglo XXI es el libro de economía más importante que se haya escrito en la última década. Mediante una metodología econométrica rigurosa, Piketty ha demostrado que las injusticias están en la desigualdad que ocasiona que la riqueza esté en pocas manos30. A mi modesto entender, yo interpreto el sentir del autor de esta forma: si los estados, si los gobiernos, no legislan –ahora se dice no regulan– a favor de los intereses generales de la población a la que representan, las desigualdades y sus efectos perniciosos no se liquidarán de forma espontánea. Los informes recientes del Foro Económico Mundial, FOESSA/Cáritas y Oxfam, entre otros, sobre desigualdad, pobreza y exclusión social vienen a dar fe de ello. Algo que se percibe fehacientemente a pie de calle en España31-33. Y bien, teniendo en cuenta el panorama que estamos exponiendo, y viviendo, ¿qué hacer? 17


Yo propongo: documentarse, con el propósito de hacer un certero diagnóstico del problema, es decir, cargarse de razones. ¿Y luego? Reivindicar la ética, o lo que es lo mismo, un rearme moral, rebelarse y pedir responsabilidades para aquellos que con sus decisiones están perpetrando este cataclismo. Adela Cortina es una renombrada filósofa valenciana que ha publicado numerosos trabajos sobre ética. El pasado noviembre recibió el Premio Nacional de Ensayo. La autora relata, con un lenguaje inteligible y directo, las múltiples y consabidas aplicaciones de la ética. Me llamó la atención una reflexión suya sobre el ahorro económico que la ética podría proporcionar si se aplicase ésta en las relaciones humanas en conflicto34. Decía que me llamó la atención porque, al instante, me vino a la memoria la publicación de Stiglitz y Bilmes sobre la guerra de Irak –el primero fue premio Nobel de Economía en 2001. A los tres billones de dólares que EE UU gastó en la intervención e invasión de Irak habría que añadir el doble por el resto de los países que les apoyaron. Pues bien, dicen los autores que en EE UU con un solo billón de dólares se podría hacer tantas actividades y/o tareas sociales, culturales, educativas y sanitarias que paliarían las carencias estructurales de millones de ciudadanos del país35. Por supuesto, las posibilidades son tantas como puedan idear. Y ahora, multipliquemos estas acciones en el mundo por los billones que han empleado sus socios en esa empresa. Para profundizar en la requerida documentación que antes proponía, les recomiendo que lean Por qué la austeridad mata. Se trata de una obra esclarecedora sobre los perniciosos efectos que causan las políticas de recorte. Está escrita por dos jóvenes profesores en economía de la salud y epidemiología, de la Universidad de Oxford el primero y de Stanford el segundo36. Los autores han analizado de forma muy inteligente, y con rigor científico, lo que sucede desde el punto de vista económico y sanitario cuando se aplican las medidas de choque y austeridad promovidas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras instituciones.

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Los resultados son devastadores. Por ejemplo, la muerte de 10 millones de rusos jóvenes –entre 25 y 39 años– en un período de 10 años37. En general, los países que aplicaron las terapias de choque aumentaron un 18% las tasas de mortalidad. Las tasas de suicidios entre los varones se incrementaron en 5 víctimas por cada 100.000 habitantes, y los decesos por problemas cardiovasculares y relacionados con el alcohol, en 21 y 41 por 100.000 respectivamente. En consecuencia, la expectativa de vida bajó 2,4 años38. Y a estos hechos, las instituciones citadas los llaman efectos colaterales: pongan ustedes la expresión o epíteto que les dicte su estado de ánimo ante esta situación. Las consecuencias de las políticas de recorte y austeridad son similares: recesión prolongada, aumento significativo de la mortalidad y elevados beneficios para los poderes económicos. Por el contrario, las políticas de estímulo económico actúan en sentido opuesto39. Sí, los escenarios son diferentes, tanto en el tiempo como en el espacio, pero las consecuencias de las políticas de recorte y austeridad son similares. Aunque se puede mirar para otro lado y decir que eso no nos afecta, es preciso reseñar que en España tenemos una situación semejante a la descrita: descenso del presupuesto sanitario, al menos un 10,6%, con unos indicadores sanitarios cada vez más deteriorados. En este momento, las evidencias acerca de la repercusión que las políticas de austeridad ocasionan sobre la salud son abrumadoras, y día tras otro aparecen nuevos datos, nuevas aportaciones, sobre el efecto pernicioso del desempleo y los desahucios en la salud, del incremento de las listas de espera quirúrgicas, de la mortalidad materno-infantil, de las depresiones graves, de la disminución de la expectativa de vida, etc.40 Y ya que estamos hablando de salud, les recuerdo que, desde 1946, la OMS define la salud no solo como la ausencia de afecciones o enfermedades, sino, además, como un estado de perfecto bienestar físico, mental y social. Cuando ya comenzaban a vislumbrase los efectos de la globalización, yo hacía referencia al compromiso que a nivel personal y colectivo era preciso acometer. Pero ahora, con la vasta información que poseemos acerca de los deletéreos efectos que la desigualdad y los recortes 19


están produciendo, considero que es preciso reivindicar la ética para despertar la que estimo adormecida conciencia ciudadana. Se trata, como antes señalaba, de promover un rearme moral. Es algo así como tomar conciencia de la realidad después de una anestesia prolongada. Sí, conciencia para abordar los graves momentos del presente y los que el futuro depare. Conciencia para ser conscientes de que es preciso involucrase en la actividad que representa la toma de decisiones que afectan al interés general. Conciencia para tener presente que, si no participas en la toma de decisiones, otros lo harán por ti. La conciencia, desde un punto de vista ético y en el pensamiento de Ortega y Aranguren, consiste en asistir a la existencia. Consiste no sólo en ver, sino también en saber que se ve, en saber que se sabe. Ahora bien, ante el desolador panorama que les vengo pintando aún cabe agarrarse a la luminosidad esperanzada de la conciencia ética cuando Adela Cortina propone para qué debe servir la ética: “entre otras cosas, para recordar que es una obligación ahorrar sufrimiento y gasto haciendo bien lo que sí está en nuestras manos”41. Llegados a este punto, considero que merece la pena hacer una observación conceptual entre la ética y la política. Es curioso que, en las ocasiones en las que he tenido la oportunidad de dedicarme a estas cuestiones, me han reprochado, sólo a veces, eso sí, que existen en ellas un contenido político no deseable con el argumento de que estos asuntos deberían analizarse y presentarse exentos de contenido político; es decir, deberían ser apolíticos. Pero eso no es posible. Como tampoco, pienso yo, es posible esa afirmación con la que se justifican conductas poco recomendables diciendo de alguien que es amoral o que no tiene moral. Ya lo creo que la tiene. ¿Acaso se puede encontrar a una persona instalada más allá del bien y del mal? Lo que ocurre es que a ese comportamiento humano censurable se le puede definir como inmoral o, tal vez, malvado, nocivo, peligroso, perverso, injusto y todos los sinónimos que ustedes quieran utilizar. En todo caso, se podría hablar de analfabetismo moral o político; pero nadie es amoral, nadie es apolítico. 20


Ante esta disyuntiva, yo me pregunto si es posible deslindar la ética de la política. ¿No serán inherentemente consustanciales? De hecho, en toda la República de Platón, y más concretamente en los libros octavo y noveno, y en la Política de Aristóteles, la ética es una disciplina no independiente, sino ligada a la política, aunque en la sociedad perfecta ideada por el fundador de la Academia la política debe estar subordinada a la moral42,43. Con el paso del tiempo, la moral ha estado vinculada estrechamente con la religión, y eso a pesar de que Lutero fue el primero en apartarla de ella, para finalmente tener el protagonismo social que Platón le asignó: porque la vida individual sólo puede cumplirse dentro de la “polis” y determinada por ella44. Y así, ahora, bajo el pensamiento de Kant primero y de Weber más tarde, se está por una ética de la convicción –o ética de la conciencia– y de la responsabilidad; con las correspondientes controversias que ellas encierran. En el capítulo 143 del Tratado de Cirugía Torácica editado por SEPAR, que todos ustedes presumiblemente tienen en su poder, puede encontrarse información relativa a estas cuestiones45. Pues bien, en el contexto en el que estamos ahora debatiendo, al médico le han sido asignados –o más bien ha adquirido intrínsecamente– determinados papeles de carácter deontológico y teleológico; unos valores morales que le confieren indudable protagonismo y así mismo un alto grado de compromiso y responsabilidad46. En ese sentido, ¿podríamos asumir que el texto de este manifiesto es esencialmente político?: “El médico ha de ser consciente de sus deberes profesionales para con la comunidad”; “Están [los médicos] obligados a denunciar las deficiencias, en tanto puedan afectar a la correcta atención de los pacientes”. Pues se trata del Artículo 6, del Capítulo II, del Código de Ética de la Organización Médica Colegial de España publicado en 1999. Y se dan graves circunstancias en el momento actual para que los médicos y sus instituciones representativas manifiesten su parecer y se rebelen ante la gravedad de la situación que afecta a buena parte de la humanidad. El papel y el compromiso, que las sociedades científicas e instituciones afines deben desempeñar en este proceso hace tiempo que ya fueron, inicialmente, explorados47,48. Por esa razón, resulta política y éticamente correcto, al menos para mí, que SEPAR y Neumomadrid 21


se manifiesten en ese sentido junto con las demás sociedades científicas médicas españolas. Al inicio de la disertación decía que en situaciones como esta el conferenciante está obligado a mojarse. Y por si no ha quedado clara mi postura acerca de las cuestiones que he planteado, no desearía terminar mi exposición sin hacerla aún más patente al recordarles que reclamaba hace un momento la rebeldía y la exigencia de responsabilidades como un mecanismo ético legítimo para atajar la iniquidad. Tengo la creencia que en momentos en que la situación social y sanitaria adquiere tanta gravedad y amenaza aún más el futuro, esa actitud, con ser necesaria y loable, no basta. En esos casos críticos se precisa la movilización de la conciencia cívica para que con la creación de grupos de trabajo multidisciplinares, con participación de todos los estamentos sociales, se analicen concienzudamente los efectos devastadores que están ocasionando las políticas de recortes sociales y se hagan llegar a los responsables gubernamentales para modificar su conducta. ¿Y si eso no basta? En ese instante pienso que no se debe permanecer indiferente y adoptar una actitud más beligerante. No tomen esto a broma o como una ligereza intelectual. Esta sugerencia la escribí en 201249. Poco después, la movilización ciudadana, junto a las estrategias procesales emprendidas por diferentes asociaciones profesionales y político-sindicales, condujeron a sentencias judiciales favorables a las demandas de todos los colectivos implicados. Y dieron lugar a que, de momento, el Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid suspendiera su pretensión de privatizar buena parte de la sanidad madrileña. Reafirma, aún más, mi postura acerca de la rebeldía el consejo de Adela Cortina cuando afirma que cualquiera que pueda ayudar a proteger los derechos de las personas está obligado en justicia a hacerlo porque los derechos humanos nunca pueden ser violados por un presunto bien superior 50,51. ¿Y si eso no basta? En ese instante pienso que no se debe permanecer indiferente; es decir, sería preciso adoptar una actitud más beligerante.

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Por otro lado, el reciente comentario de Stiglizt, el otras veces citado premio Nobel de Economía, que algo debe saber de esto, apunta en esa dirección cuando afirma que si Europa no cambia sus maneras de actuar –si no reforma la eurozona y rechaza la austeridad–, una reacción popular será inevitable52. Si desde el punto de vista bioético un médico no es otra cosa que un profesional entrenado para tomar decisiones prudentes en momentos de incertidumbre, y si del desarrollo de su actividad se pueden derivar responsabilidades penales, como antes decía, no veo por qué no pueda suceder lo mismo para aquellos que toman decisiones que afectan a la vida de los demás. En la portada de Nueva Tribuna del 1 de noviembre de 2013, los editores del diario publicaban un artículo en el que incluían la fotografía que Médicos del Mundo había empleado para poner de manifiesto los efectos de la desigualdad. En el artículo, y en otro publicado unos meses antes, hacíamos referencia a un nuevo principio bioético que se había acuñado para exigir responsabilidades contra aquellos que con sus decisiones causan riesgos de muerte53-54. Me estoy refiriendo al término inglés accountability, que viene a expresar la responsabilidad en la que incurren aquellos que tienen poder sobre las vidas de las personas. Se trata, en definitiva, de rendir cuentas por las decisiones y acciones de la gestión pública. Existe amplia bibliografía, tanto internacional como nacional, acerca de este asunto. Al mismo tiempo, en la literatura médica se ha asociado el principio de accountability al de primun non nocere. Y esa rendición de cuentas no debería sustanciarse con una evanescente responsabilidad política, sino que debería explorarse la responsabilidad judicial. El Código Penal sanciona las conductas de aquellas autoridades que, con ánimo de lucro personal o ajeno, y con grave perjuicio para la causa pública, dieran una aplicación privada a bienes pertenecientes a cualquier administración, máxime si faltan a la verdad en la narración de los hechos que motivan su decisión. 23


Y es que faltar a la verdad es un asunto de gran trascendencia y gravedad. De forma reiterada venimos preguntando, y también dando respuestas concretas, sobre para qué sirve la ética. Tengo la impresión que algunos, y no pocos, consideran la ética como una entelequia propia de filósofos. Sin embargo, es algo que concierne a todos, tanto desde el punto de vista personal como de la sociedad en general y de sus instituciones representativas. Se trata de aplicar esas virtudes –ahora se tiende a llamar valores– enunciadas por Aristóteles y de evitar que prosperen sus antónimos. Utilicemos un ejemplo. Faltar a la verdad es una práctica abyecta que, desgraciadamente, está ahora muy extendida. Desde el punto de vista ético que estamos analizando, sería conveniente dejar constancia de tal proceder en aquellos que, de forma deliberada, dan por cierto lo contrario de lo que se ha probado como verdadero, es decir, la mentira. Recomendaba Platón que la mentira fuera castigada severamente porque puede socavar los cimientos del Estado. A pesar de todo, justificaba su empleo entre los médicos y los magistrados supremos: a estos por razones de Estado, a los médicos cuando se sirven de la mentira como un remedio beneficioso para el enfermo55. Los médicos han sabido afrontar y remediar desde no hace tanto esa conducta mediante la aplicación de los principios contenidos en la moderna bioética54. Ahora bien, en el fragor actual de la dialéctica política, la mentira está alcanzando unas cotas nada deseables porque induce a la desconfianza entre la ciudadanía; y esa circunstancia es muy peligrosa para el desarrollo solidario de la convivencia. En realidad, tal como escribe Cicerón a su hijo Marco en Sobre los deberes56 nada hay que mantenga más eficazmente unido al Estado que la confianza, y ella se gana actuando con justicia y prudencia: esa que permite hallar soluciones acertadas en momentos de incertidumbre. Pero no sólo eso: me permito llamar su atención sobre algo que puede dañar la estructura íntima de la cohabitación cívica como consecuencia de lo que estimo atenuación, incluso pérdida, de los valores éticos reiteradamente mencionados a lo largo de esta exposición, que puede conducir a una falta de compromiso social mediante la práctica de endosar a otros las 24


obligaciones morales a las que deberíamos estar ligados. Hace ya algún tiempo que vengo observando, con voluntad de denuncia, que existe una tendencia, en buena parte de la sociedad, a tirar balones fuera y culpar a otros de la precariedad del presente, en general a los que tienen responsabilidades de gestión de la cosa pública. Sin embargo, a mi entender, los políticos no son otra cosa que la parte emergente de la sociedad en la que desarrollan su actividad, en la que se pueden apreciar fenómenos de retroalimentación entre ambas formaciones. Por supuesto, hay, y ha habido, otros que participan de esa idea, pero pocos con la contundencia con la que se expresa Amin Maalouf en Orígenes: “Tenéis razón cuando criticáis a los dirigentes de nuestros países, pero no os limitéis a eso; si los dirigentes están corrompidos es porque la población no lo está menos. Los dirigentes no son sino la emanación de esa podredumbre general”57. El hombre, decía el hispano-romano Séneca, es el artesano de su propia vida. La moral y la ética son los instrumentos que condicionan el vivir del ser humano. Y no lo duden, la trayectoria vital puede tener dos direcciones. Una, que en ética se denomina proactiva, permite anticiparse al futuro y diseñar el rumbo de los acontecimientos. En la otra, o reactiva, los acontecimientos nos carcomen porque los hemos dejado llegar sin hacer nada con el modelo de vida que hemos decidido llevar58. Ya lo dijo Heráclito: “El carácter del hombre es su destino”59. Y se podría añadir, pienso yo, que buena parte de lo que le sucede al hombre es responsabilidad suya. Haciendo mío el pensamiento de Heráclito, dentro de mi exiguo bagaje intelectual y de mis posibilidades, y tal como les dije al principio, vengo tratando de crear un estado de opinión a favor de una ética proactiva. En ese ilusorio empeño estaba cuando quedé deslumbrado al leer el discurso de Juan Goytisolo cuando recibió el Cervantes. En el mismo se puede leer: “No se trata de poner la pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el ámbito de la escritura”. Luego dice: “Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo 25


aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla”60. Y más cuando te das cuenta de la sustantividad de la vida. En fin, Presidente, querido Jordi, desearía haber atinado con la propuesta que me hiciste de incluir en este congreso una conferencia de las características que he expuesto. No cabe duda que un tanto alejada de la temática general que en ellos impera, y en la que debían aflorar los valores éticos, la conciencia cívica y los sentimientos, por crudas que estas cuestiones sean porque, por mi parte, no desearía que me ocurriese lo que, de manera magistral y con apasionado sentimiento, expresa Rubén Darío en Cantos de vida y esperanza: ¿callaremos ahora para llorar después? Y hablando de sentimientos, difícilmente puede haber entre los intelectuales que este país ha tenido una figura tan crítica, honesta y consecuente como Mariano José de Larra. Consecuente e implicado, porque llegó a descerrajarse un pistoletazo al ver la indigencia intelectual y material de la España de su tiempo. En una biografía que Jesús Miranda de Larra ha escrito sobre su antepasado para conmemorar el segundo centenario de su muerte, figura esta cita: “Las teorías, las doctrinas, los sistemas se explican, los sentimientos se sienten”61. Y eso es lo que modestamente he pretendido hacer durante el tiempo en que les he estando dando la tabarra. Tratando de disertar objetiva y racionalmente sobre los problemas éticos que nos conciernen con la pasión que el momento requiere. En esencia, trato de seguir el consejo de aquel juicioso aragonés del barroco cuando apuntaba: de qué vale que el entendimiento se adelante si atrás el corazón se queda62. No está de más señalar las palabras con que, en el simposio que al Dr. Plácido González Duarte dedicaron sus discípulos con motivo del centenario de su nacimiento, Laín Entralgo despidió a su admirado amigo: arte, saber y amistad, repitámosle los exultantes versos de Schiller que se cantan en la Novena Sinfonía: Aquél a quien ha tocado la gran suerte de ser amigo de un amigo únase a nuestro júbilo. 26


Llegados a este punto, y por mi parte, tengo el deber de unirme a la propuesta de don Pedro para mostrar júbilo y reconocimiento para con cada uno de aquellos que, a través de los años, con su instrucción y ejemplo, iniciaron, condicionaron y alimentaron en mí, tanto en casa como en la escuela, mi conciencia ética, mi carácter en el sentir de Aristóteles, mi modo de ser según el parecer de Zubiri. De igual modo, gratitud jubilosa para mis maestros, mentores, colegas y amigos que a lo largo de mi prolongada trayectoria profesional, tanto en La Princesa como en otros hospitales e instituciones académicas, han contribuido a reforzarla y me han transmitido su bagaje intelectual. Su influencia ha sido para mí determinante. Más aún, han contribuido a que mi trabajo, además de proporcionarme el sustento, haya sido gozoso. Finalmente, mi agradecimiento pleno de júbilo para los componentes de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica, quienes durante estos últimos 41 años han inculcado en mí los inestimables hábitos de comportamiento científico, ético y societario. Una institución solidaria, respetuosa con el colectivo social, independiente y justa. Pocas cosas en mi vida han tenido tanta influencia instructiva como SEPAR. Y con el deseo de que me sigáis enriqueciendo ética e intelectualmente, os doy las gracias por vuestra amable atención.

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BIBLIOGRAFÍA

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22 López Aranguren JL. Obras Completas. Ética. Trotta. Madrid. 1994; V 2: 171-195. 23 Corominas J. Breve diccionario etimológico de la lengua española. Gredos. Madrid. 1976: 42. 24 De Lorenzo R, Fernández Fau L, Rodríguez Paniagua JM (eds). El consentimiento informado en Neumología y Cirugía Torácica. SEPAR. EDIMSA. Madrid. 2006. 25 González Duarte P. La Cirugía y los cirujanos de nuestro tiempo desde sus problemas. Academia de Cirugía de Madrid. 1952. 26 Heráclito. Fragmentos e interpretaciones. Árdora Ediciones. Madrid. 2009: 90. 27 Saramago J. Este mundo de la injusticia globalizada. Clausura del Foro Mundial Social. Porto Alegre. El País 06/11/2002. 28 Fernández Fau L. Integración Iberoamericana. South Am J Thorac Surg 2003; 9: 15-24. 29 Sachs JD. El fin de la pobreza. Crónica. Barcelona. 2007: 25. 30 Piketty T. El capital del siglo XXI. Fondo de Cultura Económica. México. 2014: 370414. 31 Foro Económico Mundial. Informe Global Risk 2014. http://reports.weforum.org/ global-riks-2014. 32 VII Informe FOESA/CÁRITAS sobre exclusión y desarrollo social en España. Arias Montano S.A. Madrid. 2014. 33 Oxfam GB. Riqueza: tenerlo todo y querer más. www.oxfam.org. Enero 2015. 31


34 Cortina A. ¿Para qué sirve realmente…? La Ética. Paidós. Barcelona. 2013: 13-27. 35 Stiglitz JE, Bilmes LJ. La guerra de los tres billones de dólares. El coste real del conflicto de Irak. Tauros. Madrid. 2008: 11-22. 36 Stuckler D, Basu S. Por qué la austeridad mata. Santillana S.L. Madrid. 2013. 37 Ibid. p. 51-58. 38 Ibid. p. 72-73. 39 Ibid. p. 85, 265. 40 Fernández Fau L. Lo primero no hacer daño (primun non nocere). Nueva Tribuna 01/11/2014. 41 Cortina A. ¿Para qué sirve realmente…? La Ética. Paidós. Barcelona. 2013: 13-27. 42 Platón. La República o el Estado. Espasa Calpe. Madrid. 1975: 230-277. 43 Aristóteles. La Política. Espasa Calpe S. A. Madrid. 1969. 44 López Aranguren JL. Obras Completas. Ética. Trotta. Madrid. 1994; V2: 188. 45 Fernández Fau L, Alcalá Zamora J. Principios éticos. Consentimiento informado. En Fernández Fau L, Freixinet Gilart J (eds). Tratado de Cirugía Torácica. EDIMSA. Madrid. 2010; V2: 2247-2269. 46 Ibid. p. 2261.

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47 Fernández Fau L. Ciencia y Sociedad. Determinantes de un compromiso. Arch Bronconeumol 1997; 33: 261-262. 48 Fernández Fau L. El compromiso de las sociedades científicas. NeumO2. 1998; 1:3. 49 Fernández Fau L. Con el cuchillo entre los dientes. Nueva Tribuna. 5/11/2012. 50 Cortina A. ¿Para qué sirve realmente…? La Ética. Paidós. Barcelona. 2013: 162. 51 Cortina A. Justicia cordial. Trotta. Madrid. 2010: 21. 52 Stiglitz Joseph E. La locura económica de Europa no puede durar siempre. El País. 18/01/2015. 53 Fernández Fau L. Lo primero no hacer daño (primun non nocere). Nueva Tribuna. 1/11/2013. 54 Fernández Fau L, Ledesma Bartret J. Responsabilidad asociada al conflicto sanitario madrileño. Nueva Tribuna. 29/1/2013. 55 Platón. La República o el Estado. Espasa-Calpe. Madrid. 1975: 97. 56 Cicerón. Sobre los deberes. Alianza Editorial. Madrid. 2012: 158-189. 57 Maalouf A. Orígenes. Alianza Editorial. Madrid. 2004: 117. 58 Cortina A. ¿Para qué sirve realmente…? La Ética. Paidós. Barcelona. 2013: 36. 59 Heráclito: fragmentos e interpretaciones. Árdora. Madrid. 2009: 416.

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60 Goytisolo J. Discurso al recibir el Premio Cervantes. El País 23/04/2015. 61 Miranda de Larra J. Biografía de un hombre desesperado: Larra. Santillana Ediciones Generales. Madrid. 2009: 405. 62 Gracián B. Citado por Marina JA en El vuelo de la inteligencia. Random House Mondadori. Barcelona. 2000: 22.

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colecciรณn MANUEL TAPIA

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