La memoria de lo que hacemos Biblioteca Marquesa de Pelayo Antonio JimĂŠnez
ISBN: 978-84-936373-8-5 Dep. Legal: Copyright 2009. SEPAR Diseño de portada: Ala Oeste. Diseño de la colección: Ala Oeste.
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La memoria de lo que hacemos Biblioteca Marquesa de Pelayo Antonio JimĂŠnez
A Pilar
Índice 11
Introducción
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Orígenes de Valdecilla 25 28 31 32 34
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Ramón Pelayo, marqués de Valdecilla Wensceslao López Albo Instituto Médico de Postgraduados Escuela de Enfermeras La Historia Clínica y otros avances
Biblioteca Marquesa de Pelayo 39 41 45 46 47 52
María Luisa Gómez de Pelayo Ubicación Fondos bibliográficos Uso de la biblioteca Evolución funcional. Biblioteca Virtual Futuro de la Biblioteca
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Anexo I, instalaciones de la biblioteca
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Anexo II, facsímiles de cartas (Dirección de la CSV y Marqués de Valdecilla)
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Anexo III, ejemplos de acceso web
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Anexo IV, revistas, tesis doctorales y libros de Cirugía Torácica y Neumología (CSV, 1929-1970)
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Agradecimientos Al Dr. Héctor Verea quien presidiendo el Comité de Congresos confió en Santander y lo propuso como sede del 42º Congreso SEPAR. Al Dr. Julio Ancochea, por el impulso que ha dado a nuestra sociedad con su ilusión, su inteligencia y su empuje. Al Dr. Eusebi Chiner, cuyo espíritu olímpico ha logrado, desde el Comité de Congresos que el presidió, que cada Congreso SEPAR haya superado al anterior. A Pilar Bonany e Isabel Girona, sin quienes SEPAR no sería, esperando ilusionado que algún día escriban tanto como almacenan sus recuerdos y pueda ser leído. A la Dra. Charo Quintana, gracias a cuyo decidido apoyo a la investigación en Cantabria, la biblioteca ha dado el salto a la era digital, permitiendo que sea accesible a todos, ideal de sus fundadores. Al Dr. Julio Baro, amigo de siempre y compañero de fatigas, por sus sugerencias en la elaboración del libro. A Guillem Marca y Montse Llamas de Ala Oeste por su paciencia conmigo y por su trabajo en la edición del texto.
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Introducción: dedicatoria y justificación.
Dedicatoria. Con la llegada ya hace unos años de Internet y la incorporación de las bibliotecas hospitalarias a las nuevas tecnologías de la comunicación, poniendo en la red amplios fondos bibliográficos de revistas y bases de datos electrónicos ubicados en cualquier lugar del mundo, se ha ido perdiendo la costumbre de acudir a la biblioteca a leer nuestras revistas favoritas. La falta de tiempo que el trabajo asistencial, los proyectos de investigación o las tareas docentes conllevan son factores añadidos que nos empujan a satisfacer nuestras necesidades bibliográficas de una manera descentralizada, desde nuestros despachos en el lugar de trabajo o desde nuestra propia casa. Puede decirse que estamos de lleno en la época de la Biblioteca Virtual y que nuestra entrañable, querida y fundamental biblioteca médica de toda la vida, aquella en la que hemos pasado muchas horas a lo largo de nuestra profesión, es algo del pasado, que junto a otros buenos y malos recuerdos, forma parte de la historia. 11
También sucede que la llegada de estas nuevas bibliotecas digitales ha sido posible, no sólo por la revolución tecnológica, sino por el enorme esfuerzo, la dedicación y el conocimiento que una generación de bibliotecarios y bibliotecarias han dedicado al cambio en el servicio que nos ofrecían, algo que no conviene olvidar; este cambio es de tal trascendencia que se puede decir que una parte importante de la aceleración que el desarrollo científico ha experimentado en estos últimos años del siglo XXI no hubiera sido posible de haber continuado con nuestras viejas bibliotecas “en papel” (¿alguien recuerda las horas que había que pasar buscando bibliografía en los mamotretos del Index Medicus?). Conviene que nunca olvidemos, viejas y nuevas generaciones médicas, la deuda que con estos profesionales tenemos contraída. Como usuario entusiasta de la Biblioteca Virtual Marquesa de Pelayo, del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, quiero aprovechar la oportunidad que me proporciona SEPAR como presidente del Comité organizador del 42º Congreso celebrado en Santander, para dedicar estas páginas de SEPARMiradas a homenajear a una de esas bibliotecas que tanto nos han facilitado el trabajo y que son copartícipes, por ello, de nuestro desarrollo profesional y científico. Sin olvidarme de ninguno de los anteriores responsables de la Biblioteca del HUM de Valdecilla, quiero dedicar estas páginas especialmente a su actual responsable, por haber liderado con brillantez el tránsito del papel al mundo digital, de forma magistral, sin perder durante el camino, ninguno de los valores que siempre han animado a estas bibliotecas médicas, competencia profesional, conocimientos amplios de la bibliografía médica, orden exquisito de los fondos, mimo en su custodia, amor al legado de anteriores generaciones y capacidad para explicar los cambios, disponibilidad para hacerlo así como (last, but not least) don para conseguir fondos económicos en tiempos de crisis (cuando el dinero escasea la tentación es recortar de donde “no se ve”). María Francisca Ribes Cot, en mi nombre y en el de tantos usuarios y usuarias de nuestra biblioteca, muchas gracias. 12
A modo de justificación de este desmañado homenaje. “Demasiada felicidad” así titulaba Antonio Muñoz Molina su artículo en un número reciente de Babelia, el suplemento cultural semanal del periódico El País (El País, 19-09-2009). En él, el escritor reflexiona acerca del pasado y presente de las bibliotecas, junto a sus recuerdos de infancia y juventud y sus inicios como escritor. Sus palabras sobre una biblioteca que conoce bien, pueden utilizarse para hablar de la transición que han sufrido las bibliotecas en todo el mundo, sean o no bibliotecas médicas. “...una mañana de septiembre me encuentro de vuelta en la Morgan Library de Nueva York y otra vez noto la discordia entre dos mundos, la imposibilidad de instalarme tranquilamente en uno solo. En las vitrinas, en las paredes está el mundo antiguo de papel, que hasta hacía muy poco, no mucho más de diez años, parecía que fuera a durar para siempre; una carta mecanografiada de T. S. Eliot a un amigo suyo con fecha de 1928; un cuaderno de bocetos de Edgar Degas; la primera carta, a lápiz, con membrete de un hotel, que le escribió Oscar Wilde a lord Alfred Douglas; un pequeño cuaderno en el que William Blake copió esmeradamente sus Songs of Innocence; unas cuartillas de líneas a lápiz muy separadas entre sí que contienen el borrador de un cuento de Ernst Hemingway... Palabras con tinta o lápiz sobre papel, hojas en las que perduran las dobleces con que fueron guardadas en sobres, confiadas al correo, recibidas con expectación o sorpresa, trayendo consigo no sólo su contenido literal, sino también el roce de las manos de alguien, el rastro de su saliva en el pegamento del sobre: la sugestión de presencia de una caligrafía, tan reconocible y singular como una voz. Muchos de nosotros hemos vivido en ese mundo que terminó hace nada, que para los más jóvenes es tan antiguo como la locomotora de vapor: ahora estamos en este, y nos hemos habituado razonablemente a él y ya no sabemos vivir sin la instantaneidad del correo electrónico... Nos da vergüenza la tentación de la nostalgia. Yo me conmuevo leyendo la nota apresurada de Oscar Wilde 13
al hombre joven que no sabe que le traerá la ruina, pero un momento después he notado la vibración de la Blakberry y ya estoy sacándola subrepticiamente del bolsillo para saber quién me ha escrito, para leer la carta intangible que ha tardado unos segundos en llegar a mí, cruzando medio mundo...” Luego, a la salida de la biblioteca, Muñoz Molina, sentado en un banco de un pequeño parque, saca un libro que está leyendo (Too Much Happiness de Alice Munroe) y se da cuenta que con el contacto físico del libro entre sus manos, el olor a tinta fresca, la soledad discretamente interrumpida por los escasos paseantes, la tibieza del sol, uno puede sentir “demasiada felicidad” al comprobar que se está, finalmente, del todo en el lugar que le corresponde. Yo he tenido esa misma sensación numerosas veces y muchas de ellas relacionadas con las bibliotecas de los hospitales en los que me he formado y en los que he trabajado. Recuerdo con sumo placer las muchas horas que pasé en la biblioteca del Hospital Provincial de Madrid, que estaba en un pabellón dentro de un patio-jardín interior del magnífico edificio herreriano que luego devino sede del Museo Centro de Arte Reina Sofía. Rodeado de silencio con luz entrando con libertad por sus grandes ventanales; vitrinas antiguas que contenían libros y revistas que habían manejado grandes maestros de la medicina de nuestro tiempo, como Gregorio Marañón (yo era alumno interno del Instituto Marañón de Medicina Interna). A veces coincidía en mis ratos de estudio con un anciano que pasaba horas, codos en la mesa, cabeza apoyada en ambas manos, como yo estudiando en silencio y, se notaba, con placer. Un día levantó la vista y mirándome con gesto bondadoso y un pelín pícaro, me dijo “hijo mío ¡cuánto hay que estudiar!”. Era D. Teófilo Hernando, padre de la Farmacología moderna, catedrático de Farmacología en Madrid, gran liberal, conocido y apreciado por D. Manuel Azaña, quien llegó a proponerle ir por los republicanos en unas elecciones en Madrid, propuesta que D. Teófilo rechazó (Manuel Azaña. Diarios, 1932-1933. Editorial Crítica, 1997 pp. 10 y 12). En su casa se celebraron muchas reuniones con intelectuales y políticos en las que se gestaba la república, cuando la monarquía de Alfonso XIII estaba en las últimas. 14
“Si este anciano que se pasa horas estudiando a su edad, nos dice esto, tal vez quiera decirnos (solía estudiar junto a un amigo y compañero de internado, Julio Baro) que haríamos bien en dedicarnos a otra cosa, ahora que estamos a tiempo”. Pero no quería decirnos eso, ni mucho menos; viendo el placer con el que estudiaba, el mensaje era el contrario; “si os gusta estudiar no os preocupéis, en esta profesión tendréis que hacerlo toda vuestra vida, por muy larga que esta sea...” La sensación que muchas veces sentí al entrar en aquella venerable biblioteca, se me reprodujo, como un fenómeno de déjà vu, leyendo años después El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco, ante el deslumbramiento que sufren Guillermo de Baskerville y su ayudante el novicio Adso de Melk al entrar en el scriptorium de la Abadía Benedictina de los Alpes italianos adonde habían ido para preparar la reunión entre las delegaciones del Papa y de los franciscanos, que tenía que aclarar un asunto de gran trascendencia y sobre el que había desacuerdo entre papado y una rama de los franciscanos, llamada los espirituales: la pobreza apostólica. Corría el mes de noviembre de 1327... “Las bóvedas, curvas y no demasiado altas... apoyadas en recias pilastras, encerraban un espacio bañado por una luz bellísima, pues en cada una de las paredes más anchas había tres enormes ventanas, mientras que en cada una de las paredes externas de los torreones se abrían cinco ventanas más pequeñas, y, por último, también entraba luz desde el pozo octogonal interno, a través de ocho ventanas altas y estrechas. Esta abundancia de ventanas permitía que una luz continua y pareja alegrara la gran sala, incluso en una tarde de invierno como aquella. Las vidrieras no eran coloreadas como las de las iglesias, y las tiras de plomo sujetaban recuadros de vidrio incoloro para que la luz pudiese penetrar lo más pura posible, no modulada por el arte humano, y desempeñara así su función específica, que era la de iluminar el trabajo de lectura y escritura...., en ningún sitio conocí que, en las coladas de luz física que alumbraban profusamente el recinto, ilustrase con tanto esplendor el principio espiritual que la luz encarna, 15
la claritas, fuente de toda belleza y saber, atributo inseparable de la justa proporción que se observaba en aquella sala. Por que de tres cosas depende la belleza: en primer lugar, de la integridad o perfección, y por eso consideramos feo lo que está incompleto; luego de la justa proporción, o sea de la consonancia; por último de la claridad y la luz y, en efecto decimos que son bellas las cosas de colores nítidos. Y como la contemplación de la belleza entraña la paz, y para nuestro apetito lo mismo es sosegarse en la paz, en el bien o en la belleza, me sentí invadido por una sensación muy placentera y pensé en lo agradable que debería ser trabajar en aquel sitio. Tal como apareció ante mis ojos, a aquella hora de la tarde, me pareció una alegre fábrica de saber.” (El Nombre de la Rosa. Umberto Eco. Editorial Lumen. 4ª edición, 1983. pp.91-92). Trabajando como médico el uso de la biblioteca del hospital en muchas ocasiones tiene un sentido instrumental; no se estudia por estudiar, para pasar agradablemente el rato, por el puro placer de aprender en un entorno más o menos del agrado de nuestro novicio Adso. Aunque el placer de aprender siempre esté presente, en muchas ocasiones es la solución de un problema clínico, la búsqueda de bibliografía para preparar un trabajo o una clase, lo que te lleva a pasar unas horas en tan querido lugar. A principio de los 80, pocos años después de haber empezado a trabajar en el hospital Valdecilla, éramos pocos los neumólogos de plantilla y el trabajo intenso. Yo entonces era el encargado de las interconsultas que generaban pacientes ingresados en otros servicios. Hacía relativamente pocos años que se había iniciado el programa de trasplante de riñón en nuestro centro (en 1975) y, por tanto, ya habíamos empezado a ver las complicaciones respiratorias de la inmunosupresión. Había un enfermo joven trasplantado hacía unos meses que presentaba un cuadro infeccioso pulmonar grave, con una imagen radiológica que nunca olvidaré; una enorme masa que prácticamente ocupaba todo el pulmón, sin broncograma ni alveolograma, pero 16
con una semiluna aérea superior absolutamente típica de aspergiloma. Era verde y con plumas; no podía sino ser una infección por aspergillus; el paciente estaba inmunodeprimido de muchas semanas, la imagen era absolutamente típica... Pero tenazmente el aspergillus no aparecía en ninguna muestra y el paciente no mejoraba con el tratamiento antifúngico. Los nefrólogos hacían lo que se deducía por lógica, pero ni ellos ni nosotros estábamos tranquilos. Aquello iba mal y, aunque parecía una aspergilosis, no estaba demostrada. En un rato robado al trabajo fui a la biblioteca y me puse a hojear una de las revistas que “había que leer” (me parece recordar que era el “Annals of Internal Medicine”); y aparece ante mi, como una revelación, una imagen radiológica de un extraño caso de paciente inmunodeprimido, prácticamente idéntica a la de nuestro complicado paciente nefrológico. El germen responsable NO ERA UN ASPERGILLUS!! Se trataba de un raro caso de infección por Legionella pneumophila que hacía relativamente poco tiempo había entrado en la literatura médica, tras un brote epidémico que afectó a decenas de participantes (“legionarios”) en una reunión de la Legión Americana en Filadelfia en el año 1976, aunque ya había antecedentes del mismo proceso, con germen no identificado, que se remontan nada menos que hasta los años 40 del siglo pasado (LA Herwaldt y DW Fraser en Update of Pulmonary Diseases and Disorders. A.P. Fishman, edit.1982, McGraw-Hill;45-65). El descubrimiento desencadenó en mí algo semejante a una tempestad de movimientos; llamé por teléfono al servicio de nefrología y me personé en él casi simultáneamente, de una forma milagrosa o al menos inexplicable a la luz de la razón (“pero si acabo de colgar ¿cómo has venido?”). En fin, cambiamos inmediatamente el tratamiento y, aunque el final de la historia requeriría que el paciente hubiese curado para que la anécdota fuera redonda, no puedo recordar la evolución. Y además lo que pretendo tampoco es eso, no hago apología de mis éxitos; trato de explicar la importancia de nuestras bibliotecas médicas, de lo que aportan, tanto a nosotros, profesionales de la medicina, como a nuestros pacientes, muchos de los que hubieran muerto de no ser por estos 17
hallazgos, casuales o no, que encierran sus anaqueles y hoy sus archivos digitales; el gran valor formativo que tiene pasar el rato en la biblioteca leyendo revistas. Como para Antonio Muñoz Molina, esos momentos de aislamiento que te permitían ponerte en contacto con la inteligencia y el conocimiento generado en cualquier parte del mundo, eran para mi momentos perfectos en los que muchas veces se podría decir que se sentía “demasiada felicidad”.
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“...somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se llama biblioteca”, “...nuestro reconocimiento real de la base que sostiene nuestra cultura y nuestra preocupación por el futuro, se pueden poner a prueba por el apoyo que prestemos a nuestras bibliotecas”. Carl Sagan. Cosmos. Editorial Planeta. Barcelona, 1982. pp. 279-82
Orígenes de Valdecilla
(Nota bibliográfica: en lo que no se especifique expresamente, este apartado se basa en la obra La Casa De Salud Valdecilla. Origen y Antecedentes. F Salmón, LG Ballester y J Arrizabalaga. Universidad de Cantabria. Asamblea Regional de Cantabria.1990.)
Santander no tenía hospitales decentes a finales del XIX y principios del XX. Con el desarrollo industrial que hubo en esa época en el mundo occidental, tanto en EEUU como en Europa, se necesitaban hospitales que estuvieran a la altura de las necesidades sanitarias que planteaba la población creciente de asalariados. Siendo esta necesidad sentida de forma distinta en los diversos sectores productivos (capital industrial y organizaciones obreras fundamentalmente) sí se aceptaba por todos su absoluta necesidad: “…es imposible llevar adelante una industria en cualquier ciudad… sin contar con un hospital bien equipado”, se dijo en la conferencia médica sobre hospitales, celebrada en Londres en 1928, cuyas conclusiones se publicaron en el BMJ. En Santander el Hospital de San Rafael, único existente en el primer cuarto del siglo pasado, carecía de agua corriente, de instalación eléctrica y de un sistema adecuado de evacuación de excretas. Sobre este hospital encontramos testimonio de su calidad e instalaciones, unos años antes, en la obra que José María Pereda dedicó a la catástrofe del Machi21
chaco, un barco mercante que se incendió cargado de dinamita amarrado al puerto de Santander en noviembre de 1893. Nadie dio aviso a los ciudadanos, que a centenares se acercaron al muelle a presenciar el incendio y las tareas de extinción, los primeros las autoridades de la ciudad, que pagaron cara su imprudencia. La devastación se extendió a todo lo largo y ancho de la bahía, se derrumbaron los edificios próximos, una tromba de agua arrastró a la multitud y produjo decenas de ahogados, hubo 590 muertos y de 525 a 2.000 heridos según las fuentes. Entre los muertos, la mayor parte de las autoridades civiles y militares de Santander, que entonces tenía 50.000 habitantes (http:// es.wikipedia.org/wiki/cabo_Machichaco_(vapor) . Esta catástrofe, que hubiera desbordado la más eficiente y moderna organización hospitalaria, evidenció el estado en que estaba a finales del siglo XIX Santander. Pereda lo inmortalizó en Pachín González, novela corta escrita sólo para narrar la tragedia de la que fue contemporáneo. Pachín, protagonista del relato, que ha estado presenciando el fuego, busca a su madre que se encontraba a su lado justo en el instante de la deflagración; tras recorrer varios lugares en ruinas, llenos de cadáveres o en llamas y no encontrándola ni muerta ni viva, se le ocurre acercarse a la casa de socorro y así la describe el novelista: “La invadía por todos los mezquinos claros de sus dos fachadas, una multitud medio amotinada ya porque eran muchos los heridos, poco el espacio interior y muy escasos los hombres y los recursos para curar…, entró, para luchar de nuevo en las angosturas de los pasadizos y encrucijadas miserables de aquel triste asilo, oprobio, por su pobreza y desamparo, de una ciudad cristiana y rica. Se ahogaba el infeliz en medio de aquella otra muchedumbre prensada entre mugrientos tabiques resquebrajados…” (Pachín González. José María Pereda. Edición Facsímil, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, pp. 84-85).
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Resultando la búsqueda infructuosa, acude más tarde como muchos otros desesperados, al Hospital de San Rafael y encontramos la siguiente descripción de las instalaciones que acogían a los heridos: “...un departamento en que había dos grandes mesas de muy extraña forma y varios aparatos de uso desconocido también para el ignorante aldeanillo, aunque por el sitio en que se hallaban y la vecindad que tenían y, sobre todo, por “el arte” de unas herramientas que vio relucir en el fondo de un armario cerrado con cristales, presumió que nada de ello debía ser para “cosa buena”. En cada costado...había una puerta y cada puerta daba ingreso a un gran salón en que se percibía mucha gente, muchas camas, muchos ayes y mucho olor “á botica”...” “...las camas estaban armadas y en dos filas con los testeros á la pared, dejando entre los pies de unas y de otras, un ancho pasadizo para la gente....la destinada á las mujeres era la de enfrente....Era una exacta reproducción de la de los hombres, con el mismo número de camas y de enfermos....”(Ibídem, pp. 117-19). Es una descripción bastante precisa de lo que tuvo que ser el bloque quirúrgico, con las salas de cirugía anejas, en forma de grandes espacios comunes con separación de sexos y sin ninguna intimidad. En la actualidad el antiguo asilo, casa de maternidad, de socorro y Hospital de San Rafael es la sede del parlamento de Cantabria, para lo que se rehabilitó el antiguo edificio a principio de los años 80 del siglo pasado. Había sido cerrado, como hospital, en 1928, al empezar a funcionar la CSV (Linares Argüelles, M; Pindado Uslé, J; Aedo Pérez, C. (1985). «Hospital de San Rafael», Gran enciclopedia de Cantabria. Santander: Editorial Cantabria). La Diputación de Santander intentó por primera vez la construcción de un hospital que sustituyese al viejo San Rafael en 1915, pero el costo estimado 23
de la obra superaba las posibilidades y expectativas de la institución y el proyecto fue abandonado. Hacia 1918 el Sr. Quijano de la Colina, propietario de las forjas de Buelna, principal instalación industrial de Cantabria en aquellos años y una de las más importantes durante decenios, planteó hacer una campaña de recogida de fondos para la construcción del nuevo hospital. A tal fin se constituyó una Asociación, presidida por el citado prócer. En aquellos años España vivía una relativa prosperidad dada su neutralidad y las múltiples necesidades de abastecimiento que planteaban los países europeos en contienda entre los años 1914 y 1918. Por ello la citada comisión pronto alcanzó un elevado número de suscriptores, que comprometieron en total cerca del millón y medio de pesetas. Uno de los primeros suscriptores fue un aristócrata cántabro que hizo fortuna en la emigración a Cuba y que luego tendría un papel protagonista en el devenir del proyecto: D. Ramón Pelayo de la Torriente, marqués de Valdecilla. Con el final de la guerra del 14 al 18, llegaron tiempos de contracción económica para España y muchos de los suscriptores de la Asociación constructiva del nuevo hospital se echaron atrás, no pudiendo o no queriendo hacer frente a sus compromisos. Finalmente sólo se hicieron efectivas unas seiscientas mil pesetas del casi millón y medio comprometido, que apenas sirvieron para comprar los terrenos donde se ubicaría el hospital, terrenos que se han conservado, ampliados más tarde cuando el marqués tomó el protagonismo en el proyecto hospitalario, hasta nuestros días, no sin polémica en aquellos años fundacionales y más tarde, cuando hubo que hacer frente a la reconstrucción del hospital tras el derrumbe de la fachada noroeste del edificio de Traumatología en Noviembre de 1999, que costó la vida a cuatro trabajadores del centro. El modelo arquitectónico elegido para la construcción del nuevo hospital fue el de pabellones, al estilo del de Basurto que quizá influyó en los arquitectos encargados del proyecto. Era el modelo imperante en Europa en aquellos años, aun24
que en EEUU ya se estaba construyendo en forma vertical. Posteriormente esto condicionó el hospital definitivo, cuando se hizo cargo de las obras el Sr. Bringas, arquitecto de la Diputación y hombre de confianza del marqués, para aprovechar las cimentaciones ya iniciadas. No sólo fracasó la Asociación encabezada por el Sr. Quijano para conseguir fondos, posteriormente fracasó también una colecta iniciada por el capellán del Hospital de San Rafael, Manuel García Villegas, quien tras un año de intensa campaña en la prensa local, apenas si consiguió, a finales de 1926, ciento cuarenta mil pesetas, en su mayoría procedente de donaciones populares. Ante la inoperancia de la Asociación ésta se autodisolvió en 1926 y traspasó sus fondos a la Diputación, que era la encargada de la asistencia médica benéfica y gestora del Hospital de San Rafael. El presidente de aquella tomó una serie de iniciativas que intentaron revitalizar el proyecto para construir el nuevo hospital, entre las que incluyó dirigirse al marqués de Valdecilla solicitándole nuevos fondos. A partir de ese momento adquiere toda su relevancia histórica la figura del aristócrata cántabro, al que es obligado concederle el centro del escenario.
Ramón Pelayo de la Torriente, marqués de Valdecilla (1850-1932) Su respuesta a la solicitud del presidente de la Diputación fue positiva, rápida y generosa, por lo que pudieron reiniciarse las obras, largos meses paralizadas, a finales de ese año de 1926. La dirección de las obras la asumió el arquitecto de la diputación Sr. Bringas, ya mencionado. En febrero del siguiente año, nuevamente tuvo que aportar el Sr. Pelayo de la Torriente otros tres millones de pesetas, que, junto a los dos que ya había dado para 25
que las obras pudiesen continuar, cubrían el presupuesto completo del proyecto hospitalario de 1919. Hay que destacar que la suscripción inicial del marqués, cuando se generó la Asociación para el nuevo hospital, fue de setenta y cinco mil pesetas. Cuando el liderazgo económico para la construcción del nuevo hospital ya fue asumido en exclusiva por el ilustre cántabro, hizo algo más; se deshizo del proyecto hospitalario de 1919, que básicamente consistía en un hospital asistencial para pacientes benéficos, y lo cambió en algo revolucionario, completamente novedoso en el mundo hospitalario español, y en la avanzada de la moderna medicina occidental de aquellos años; el nuevo hospital tendría que atender no sólo a pacientes de beneficencia, sino a todo tipo de enfermos y además debía ser una escuela de medicina y cirugía, basada en los principios de la medicina científica y en la investigación. Los cambios de modelo hospitalario significaron también un enorme aumento del presupuesto, que pasó de cinco a catorce millones de pesetas, según el proyecto del Sr. Bringas de 1927. Por supuesto, D. Ramón Pelayo lo aceptó sin rechistar. El nuevo hospital pasó de los once pabellones a más de treinta, entre pabellones y edificios anejos para albergar no sólo las salas de hospitalización, sino laboratorios, consultas, biblioteca, etc. Hay una descripción publicada en la prensa local por el Dr. Sánchez Sarachaga, médico personal del marqués, que marca la enorme distancia que tendría el nuevo hospital respecto del antiguo San Rafael, cuya descripción, nos dejó Pereda en Pachín González: “...Una institución de aspecto grandioso, simpático y atrayente... Todos los pabellones de enfermos van con terrazas y galerías cubiertas, todos los edificios y salas con espléndida calefacción y todos los servicios dotados de cuantos adelantos aconsejan la ciencia y la técnica...”
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El modelo hospitalario propuesto por el marqués puso en evidencia a las instituciones oficiales que no habían sido capaces ni siquiera de ofrecer una asistencia digna a la población de beneficencia, como era su obligación. En el nuevo proyecto la CSV, siendo una empresa privada, además de ofrecer asistencia a todas las clases sociales, se ofertaba para cubrir la asistencia benéfica e integraba en la misma institución los hospitales militares, antituberculosos, mentales e incluso la medicina preventiva. El choque con las instituciones locales no tardó en expresarse de forma bien sonora; la mayoría de los miembros de la Diputación Provincial, con su Presidente a la cabeza, presentaron su dimisión por el cambio de modelo de hospital que el marqués planteaba. El gobierno central de Primo de Rivera tuvo que intervenir y lo hizo de forma enérgica para restablecer la paz y permitir que el proyecto hospitalario siguiese su curso (F. Salmón. El Origen de la Casa de Salud Valdecilla, en Valdecilla conciencia apasionante. 2004. Edit. Cantabria en Imagen. pp. 14-51). El apoyo de un gobierno dictatorial nada progresista a un proyecto tan revolucionario que ponía en pie de guerra a partes significativas de la jerarquía política y profesional de Santander, hay que buscarlo, una vez más, en la figura del propio marqués. A su regreso de Cuba en 1917 tras medio siglo de trabajar allí y de labrarse una gran fortuna, dedicó mucho de su capital a obras filantrópicas de carácter social y cultural; por ello gozaba del favor y la amistad de la familia real y del dictador. Por ello igualmente recibió el título de marqués en 1916 y el de grande de España en 1927. Además de por todo esto, resultaba políticamente rentable respaldar a un hombre que gozaba de gran prestigio y apoyo entre las clases más desfavorecidas, que le consideraban como una especie de santo laico (Ibídem. pp. 24-25.) Con este respaldo se constituyó la Casa de Salud Valdecilla (CSV) con personalidad jurídica propia “...que vive con... absoluta independencia de todas las Corporaciones provinciales y municipales.” 27
Finalmente el marqués diseñó un órgano rector en forma de Patronato, donde estarían representados la Diputación Provincial, el Ayuntamiento y el Obispado, pero donde los vocales por él designados tuvieran la mayoría. En su primera reunión (abril de 1928) se decidió el nombre que habría de llevar la institución: Casa de Salud Valdecilla de Santander (ya llama la atención la palabra salud en su nombre, huyendo de referencias que produjeran rechazo o miedo en sus futuros usuarios), se nombró presidente del Patronato al marqués y se eligió a Wenceslao López Albo como su primer Director y organizador. Su nombre le fue propuesto al marqués por Gregorio Marañón.
Wenceslao López Albo, primer Director de la CSV (1889-1944) Nacido en Santander en 1889, hizo la carrera de medicina en Valladolid y se doctoró en Madrid con sobresaliente y premio extraordinario. Trabajó en el Hospital General de Madrid con Achúcarro, en el laboratorio de histología de la Junta de Ampliación de Estudios y en el manicomio de Ciempozuelos con Gayarre. Fue a Berlín en viaje de estudios y estuvo en los servicios de los profesores Bonhoeffe, Lewandowsky, Krause y Oppenheim. Luego fue a Francia a estudiar con Pierre Marie y después con el profesor Föester en la clínica donde se realizaron algunas de las primeras intervenciones sobre el sistema nervioso. En 1915 abrió en Bilbao una consulta privada dedicada a las enfermedades del sistema nervioso. Al poco se le nombró Jefe de la Consulta de Neuropsiquiatría del Hospital Civil de Bilbao, donde se dedicó básicamente a la neurología. En 1924 fue elegido primer Director médico del manicomio de Zaldívar. Fue socio fundador de la Asociación Española de Neuropsiquiatría y presidente de la misma entre 1930 y 1935. Dirigió la CSV en dos épocas, la funda28
cional hasta 1930, y en la guerra civil de 1936 a 1937, en que salió de Santander por la entrada del ejército de Franco, instalándose unos meses en Francia (San Juan de Luz, Niza). Se trasladó a Barcelona donde trabajó como Director de la Sanidad Militar del gobierno republicano. En 1939 se exilió definitivamente. Se asentó en México, donde murió en 1944, tras haber desempeñado funciones relevantes en la neuropsiquiatría universitaria (Monterrey) y hospitalaria de la capital federal (OM Arzumendi. Wenceslao López Albo (1889-1944) Norte de Salud Mental. 2003. nº 16; 67-71). Con el respaldo del marqués, López Albo diseñó un hospital al estilo de sus contemporáneos en EEUU; asistencia a todo tipo de pacientes, con independencia de su extracción social, docencia a médicos y a enfermeras e investigación clínica y experimental. Entre las herramientas prácticas que utilizó para poner en marcha proyecto de tal envergadura una fue la selección de los primeros jefes de servicio de la institución. Huyendo del método tradicional de provisión de plazas en los puestos universitarios y hospitalarios; la oposición, contra la que ya había teorizado López Albo, la CSV prescindió en sus estatutos de este método y se decantó por el concurso abierto-designación directa (método con el que, hecha la convocatoria, puede presentarse cualquiera, pero que también permite llamar a personas que no hubiesen presentado solicitud y que fueran del interés de la institución). Una vez más, esto fue motivo de escándalo entre los profesionales cántabros, que acusaron al procedimiento de arbitrario. Como testimonio del irreprochable método seguido en la selección de aquellos primeros Jefes de Servicio, Díaz Caneja, que fue Subdirector de la CSV con López Albo y más tarde Director de la misma, escribió una carta abierta sobre este tema en 1932: pudiera presentarse a malévolas reticencias el procedimiento de selección seguido por el doctor López Albo. Felizmente puede ofrecerse, y así ha sido reconocido,
“...Pero
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como modelo de independencia y probidad. Ni uno solo de los nombramientos propuestos por el Dr. López Albo lo fue por una decisión personal que pudiera juzgarse arbitraria o caprichosa. Sin dejarse influir por las solicitudes que se le formularon o los motivos de amistad con que tan poderosamente se le requería, y que en otra persona de menor temple hubieran podido poner en peligro una elección imparcial, dejó que en cada caso le asesorasen sobre la propuesta a realizar, aquellas personas que, por tener un relieve indiscutido y hallarse alejadas de toda influencia local, podían más libremente aconsejarle, orientándole hacia aquellas soluciones que se estimasen más favorables para la eficacia futura de la Fundación. Me parece ocioso enumerarle los nombres de las personalidades médicas que en realidad constituyeron el comité de selección que había de dictar el fallo en el virtualmente abierto concurso. Los jueces que le propusieron le son perfectamente conocidos, pero, si de alguno de ellos no tuviera noticia, puede fácilmente hallar su nombre con solo pensar, para cada especialidad, en la personalidad más saliente en nuestra patria. Esa fue quien tuvo a su cargo la ponencia del nombramiento...”1
1 El Comité asesor del que habla Díaz Caneja estuvo integrado por; Santiago Ramón y Cajal, Sebastián Recasens, Antonio García Tapia, José Sánchez Covisa, Manuel Márquez, Roberto Novoa Santos, Florestán Aguilar, Gregorio Marañón, Manuel Bastos Ansart, Juan Medinaveitia, Misael Bañuelos, Pío del Río Hortega, Ramón López Prieto, Luis Sayé, Belarmino Rodríguez Arias, Salvador Pascual, Gonzalo Rodríguez Lafora, Mariano Gómez Ulla, Constantin Levaditi (París), Claude Regaud (París), Ernest Fourneau (París), Frederick Hoffman (Bonn) y Avelino Gutiérrez (Buenos Aires). Los primeros Jefes de Servicio, así elegidos fueron; Emilio Díaz Caneja (oftalmología); Manuel Usandizaga Solaruce (ginecología y obstetricia); Luis Santos Ascarza (digestivo); José González Aguilar (huesos, articulaciones y músculos); José Lamelas González (cardiovascular, endocrinología y nutrición); José Alonso Celada (infecciosas y epidemiología); Severiano Bustamante (estomatología, odontología y maxilares); Rafael Lorente de No (otorrinolaringología); Julio Picatoste Picatoste (urología); José Puyal Gil (laboratorio de química); Pío del Río Hortega (director honorario del laboratorio de anatomía patológica y cancerología); Augusto Navarro Marín (dermatología y sifilografía); Julio García Sánchez Lucas (anatomía patológica y autopsias); Rafael Vara López (digestivo, tras la renuncia de Santos Ascarza); Guillermo Arce Alonso (puericultura); Abilio García Barón (digestivo y anatomía topográfica, tras la renuncia de Vara López); Heliodoro Téllez Plasencia (fisioterapia y electrorradiología) y Diego García Alonso (respiratorio y tisiología). Todos ellos compartían en su curriculum una edad pareja y haber completado su formación en instituciones de prestigio de Europa o EEUU, gracias al apoyo fundamentalmente de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE), presidida por Santiago Ramón y Cajal. Sin este sustrato, inexistente en nuestro país antes de la JAE, no hubiera sido posible la tarea de López Albo.
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Otro testimonio del acierto en el método de selección elegido por López Albo (o del desprestigio alcanzado por el sistema clásico de oposición) nos lo dejó el Dr. Sayé, participante en las jornadas inaugurales de la CSV, del 2 al 6 de enero de 1930: “...Otro aspecto de la selección del personal ¡¡¡No oposición!!!, los comentarios son innecesarios, basta sólo con ver a qué extremo se ha llegado en la práctica del sistema para comprender que hoy ya no es el método aconsejable para la selección del personal facultativo.” (J.Manuel Venero. Instituto Médico de Postgraduados, en 70 Años de Valdecilla. Ed. J Mª Izquierdo. Gráficas Calima, 1999, pp. 325-29)
El Instituto Médico de Postgraduados Otra de las herramientas que López Albo diseñó para intentar cambiar la calidad de la medicina que se practicaba en nuestro país fue el Instituto Médico de Postgraduados, que se inauguró en enero de 1930. Sus profesores eran los Jefes de Servicio que tan cuidadosamente había seleccionado. Se creó la figura de médico becario que trabaja en el hospital en régimen de dedicación exclusiva a las órdenes y bajo la supervisión de los diferentes responsables de cada especialidad, al tiempo que recibe clases teóricas y colabora en las tareas de investigación clínicas y básicas. A cambio de su trabajo recibe docencia, alojamiento y comida. Se decidió en la primera convocatoria de becarios (mayo de 1929) que el número a cubrir no fuera más que de 12. Se presentaron 43 y finalmente se dieron 14 plazas. También en esto la CSV fue una adelantada a su tiempo; el método es muy semejante a nuestro sistema MIR que se implantó más de 4 décadas después, como el idóneo para la formación de postgrados y que ha cambiado de forma radical la calidad del sistema sanitario del país. Lo que López Albo pretendió con la creación 31
del Instituto Médico de Postgraduados en la CSV lo explicó él mismo en un discurso pronunciado en esa época: “... subsanar los errores de las viejas organizaciones hospitalarias. No se ha circunscrito a establecer un hospital más, cuyas excelencias no es ahora ocasión de evidenciar. Paralelamente a él emprende hoy la ruta un Instituto Médico Superior, que recogerá las enseñanzas de los enfermos para procurar el avance de la medicina y hacer labor social y científica más allá de los límites estrechos y egoístas del profesionalismo, del espíritu de clase. Que era preciso crear en España estas obras parauniversitarias, en donde la juventud estudiosa dispusiera de medios para ampliar sus conocimientos...” La novedad fue recibida con alborozada esperanza por un nutrido número de profesionales contemporáneos preocupados con el retraso español en la formación de especialistas. Para completar el perfil docente e investigador del centro, también se decidió que había que elaborar un órgano de expresión donde se pudiesen publicar todas aquellas actividades que pudieran servir para difundir conocimientos médicos a la comunidad; este papel lo cubrió la revista Anales de la Casa de Salud Valdecilla, que se publicó desde 1930 al 1936, en que se interrumpió por la guerra y de 1944 a 1969 en que se suspendió por dificultades económicas. Su contenido muestra el compromiso de numerosos profesionales de la casa con el ideal científico de su primer director y organizador.
La Escuela de Enfermeras Otra de las novedades radicales de la CSV fue la de romper la tradición de asistencia que en los hospitales representaban las hermanas de la caridad. Siguiendo el modelo de enfermería anglosajón de formación técnica científica, se decidió crear 32
una Escuela de Enfermería con un programa formativo que incluía un internado de tres años, con rotación por los diversos servicios y recibiendo clases teóricas del profesorado de la institución. Su primer director fue el Dr. Usandizaga, Jefe del Servicio de Ginecología y Obstetricia. Tuvo una subdirectora, que además de enfermera titulada, también era médica pediatra, aunque se la contrató como enfermera: Teresa Junquera. Romper la tradición en este asunto no fue bien visto por las fuerzas vivas locales y motivó bastante polémica, si bien desde el hospital se tenía claro que el hecho de ser o no religiosa no era problema para ser enfermera o estudiar en la escuela; el requisito era ser titulada, estar formada para atender pacientes, para lo que “no bastaba con un buen corazón, con una vocación religiosa para cuidar enfermos”, en palabras de Usandizaga (F Salmón y cols. Opus cit. p. 269). Más tarde, ya con el marqués enfermo y presidiendo el patronato su sobrina la marquesa de Pelayo, se dio un golpe de timón en este importante aspecto de la organización del hospital, y se decidió que fueran las hermanas de la caridad de San Vicente de Paúl las encargadas no solo de la asistencia enfermera de los pacientes, sino también de la administración del centro, así como de la supervisión y organización de todas las tareas que no fueran estrictamente médicas. Al director médico se le despojó así del control económico de sus decisiones, que pasaban a tener que ser aprobadas por el patronato, pasando por el filtro de la superiora de la comunidad. Se produjeron una serie de dimisiones en cadena: el administrador, la jefa de los servicios sociales, la subdirectora de la escuela de enfermeras y finalmente la del propio Dr. López Albo (F Salmón. Opus cit. p. 49). Aquella decisión tan radical que tomó el patronato y que motivó la dimisión de López Albo, probablemente fue debida a motivos financieros, derivados fundamentalmente de que la CSV no tenía una estructura empresarial clara y definida. 33
Sus ingresos económicos estuvieron limitados, primero porque en aquella época no existía un sistema de aseguramiento universal, y después porque los profesionales del centro no quisieron respaldar la idea de que la institución se “vendiese” en Cantabria como una mutua de aseguramiento privado, que habría motivado serio quebranto en los intereses de la medicina privada (Díaz Caneja teorizó que esa decisión del cuerpo médico fue correcta, esgrimiendo razones de solidaridad profesional (F Salmón y cols. Opus cit. p.263). Es posible que el marqués desconociese esa decisión, ya que entonces estaba enfermo y el control del Patronato lo había tomado su sobrina. En todo caso, se hizo caso omiso a lo que el marqués había dicho a los altos cargos médicos del centro: “tienen ustedes un capital; movilícenle” (Ibídem, p. 266).
La Historia Clínica y otros avances Antes de ocuparnos de la biblioteca que fue una de las “joyas de la corona” del proyecto inicial diseñado por López Albo y respaldado por el marqués, es obligado enumerar otros logros que la CSV presentaba en su proyecto fundacional, como la incorporación de una Historia Clínica completa y protocolizada para cada paciente, basada en las recomendaciones de la más moderna medicina hospitalaria de su tiempo (en el año 1936 Marañón se quejaba de que en el Hospital Provincial de Madrid no las tuviese aún -F Salmón Opus cit. pp.42-43.-), con su correspondiente archivo. López Albo propugnó igualmente que la Historia Clínica incorporase el informe de la enfermera, lo que también en aquella época era revolucionario (desgraciadamente esta iniciativa, como otras del proyecto inicial, no pudo desarrollarse), la práctica de las interconsultas y del trabajo en equipo como norma de trabajo, los consultorios concebidos como el enlace natural entre la institución y la comunidad y pensados desde el principio para evitar ingresos innecesarios, o la incorporación de la neuropsiquiatría a un hospital general, pensada para pacientes agudos y apoyada en un sistema asistencial extrahospitalario que incluía un consultorio en el mismo pabellón y un Servicio Social 34
con amplísimas funciones de ayuda para el diagnóstico y la reinserción social. Fue considerado en su época como uno de los proyectos más punteros en neuropsiquiatría y no sólo en España. Se cuidaron también en el proyecto aspectos tan importantes para la eficiencia de un hospital como la distribución arquitectónica y la dotación de Servicios Centrales, como el bloque central de quirófanos, servicio de anestesia, esterilización, laboratorios (algunos de los que estuvieron dotados como los más adelantados de su tiempo, como el del Dr. Lorente de No), radiodiagnóstico o sala de autopsias, sin ser exhaustivo. Se tuvo exquisito cuidado a la hora de su diseño y distribución espacial en un hospital de pabellones, para que los diferentes especialistas tuviesen lo más cerca posible los elementos necesarios para su trabajo. Hay que citar lo importante que fue para esta racionalidad constructiva la sintonía y forma de trabajar que tuvieron López Albo y el arquitecto Sr. Bringas. Hay abundante correspondencia entre ambos que muestra cómo lo que el uno veía en sus viajes era transmitido al otro y volcado al proyecto. La cocina daba cuenta de su actividad a través del laboratorio de química y hacía los cálculos de los alimentos servidos, no en función del peso, como era la norma hasta la fecha, sino en base a la cantidad de carbohidratos, proteínas, calorías, etc. de su composición... (Ibídem. p. 32). En las jornadas científicas inaugurales de enero de 1930, ya comentadas, Marañón dejó testimonio de la impresión que el hospital produjo en los médicos asistentes: “La impresión que ha producido en los médicos españoles la visita a la CSV ha superado a cuanto suponíamos los que la conocíamos de antemano. No ha sido simplemente la admiración, sino el reconocimiento grave, que tiene mucho de esos exámenes de conciencia que dejan turbado y pensativo el espíritu. Así es como debe hacerse hoy la medicina; así 35
es como debe entenderse hoy la profesión; así es como puede hoy practicarse la caridad, y sólo así.” (JM Venero. Opus cit.) Para finalizar reproduzco íntegro el final del epílogo con el que Salmón, García Ballester y Arrizabalaga (Cátedra de Historia de la Medicina de la Facultad de Medicina de Santander) concluyen su magnífico estudio sobre los orígenes de Valdecilla: “... la historia de la CSV desborda el interés local y se nos ofrece como modelo para el estudio de un periodo de la historia hospitalaria y médica española, muy descuidado por los historiadores de la medicina. En efecto, está por hacer la historia que siguió a la dimisión de López Albo. Una historia por fuerza compleja y apasionante, coincidente con uno de los periodos más agitados de la historia española del siglo XX, el que va desde el advenimiento de la II República (1931), pasando por la Guerra Civil (1936-39), hasta alcanzar los difíciles años iniciales del franquismo (1939-1952), el afianzamiento del Seguro Obligatorio de Enfermedad en España y la nueva Ley de Hospitales de 1962; sin olvidar la dilución de lo que fue la CSV, cuando, tras la extinción de la fundación benéfico-particular CSV (24 abril 1969), la torpe piqueta derribó los bellos pabellones de la CSV –uno de los pocos monumentos modernos hospitalarios españoles- corriéndose el riesgo de borrar incluso la memoria histórica de uno de los ejemplos más estimulantes de nuestra tradición médica contemporánea. Tras 1970, se abrió una nueva etapa, necesitada también del análisis objetivo que proporciona la investigación histórica. Durante los años que la CSV funcionó, supo continuar siendo uno de los pocos islotes de prestigio en la formación del médico y de la enfermera dentro del desolado panorama científico y docente de la medicina española de los años cuarenta y cincuenta.”
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Biblioteca Marquesa de Pelayo
(Nota bibliográfica: en lo que no conste expresamente, este apartado se basa en la Tesis Doctoral de Mª Francisca Ribes Cot; Historia de las Bibliotecas Médicas. La Biblioteca Marquesa de Pelayo: Origen, evolución y análisis documental (1929-1970) Universidad de Cantabria. Facultad de Filosofía y Letras.19-09-2000.)
En la época en que se iniciaba la andadura del nuevo hospital CSV las bibliotecas médicas escaseaban en nuestro país, a pesar de ser ya una necesidad sentida por un amplio grupo de profesionales, muchos de los que habían visitado centros de prestigio por Europa, becados por la Junta de Ampliación de Estudios. En Madrid había unas pocas bibliotecas privadas, en su mayoría monográficas, careciendo de datos sobre los fondos que pudiesen albergar en esa época las, en otro tiempo, bien dotadas bibliotecas del Hospital San Carlos y la del Hospital Militar Gómez Ulla, ambas con fondos que se remontaban al siglo XVIII. En Barcelona la situación parece que era algo mejor, habiendo más bibliotecas y algunas en estado no tan calamitoso como las madrileñas; tanto el Hospital Clínic, como el de la Santa Creu y San Pau, contaban con bibliotecas médicas, aunque sus fondos y servicios no se pueden comparar con los que ofreció la de la CSV a su inauguración. Había, finalmente otra biblioteca médica, con escasos fondos en el Hospital de Basurto. 37
El primer Director del Hospital CSV, Wenceslao López Albo, fue uno de esos médicos que participaban de la inquietud por no disponer en España de bibliotecas médicas, para el desarrollo de la medicina científica y de las instituciones asistenciales, docentes e investigadoras: “...Cuando en nuestra primera época de postgraduados frecuentábamos las bibliotecas hospitalarias y universitarias de Berlín y París, nos percatábamos de una de las causas del deficiente nivel cultural que durante nuestra vida académica habíamos observado en los centros docentes, y de la escasa producción médica nacional. En nuestra época de doctorado, en el año 1913, solamente conocíamos tres bibliotecas de algún valor, y dos de ellas, las de nuestros maestros Cajal y Simarro –éste la legó a la Universidad de Madrid- eran especializadas. La otra era la que los socios médicos íbamos contribuyendo a formar con nuestros pedidos en aquel foro culto que era el Ateneo madrileño.” (López Albo, W, El Diario Montañés, oct. 1929) Ya con el proyecto de la CSV en marcha, hizo una gira a centros de Europa en 1928, EEUU y Canadá en 1929. Le impresionaron la magnífica organización y los fondos de varias de las que vio, entre ellas las de Harvard, la de la Facultad de Medicina de Washington y la de la Academia de Medicina de Nueva York: “... En un viaje reciente por los Estados Unidos y Canadá, hemos podido admirar las soberbias bibliotecas de los centros médicos de estos progresivos países. Esto es debido, al gran desarrollo económico de los americanos, asociado al espíritu filantrópico de los ricos de allende el Atlántico. La Facultad de Medicina de Montreal destina anualmente 11.000 dólares a su biblioteca; la de Ontario, 18.000; la de Washington 14.000; la Harvard (excluidas las secciones de Anatomía y Fisiología que cuentan con fondos especiales) 12.000, y a ese tenor las demás universidades. Otra biblioteca excelente es la que en Nueva York ha creado la Academia de Medicina, modelo de organización en su género...”
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Medinabeitia, en Madrid, intentó la creación de una biblioteca médica que fuera el resultado de las aportaciones voluntarias de médicos interesados, de instituciones privadas con intereses en la medicina y de corporaciones públicas. López Albo nos lo refiere en su artículo de 1929: “... el doctor Medinabeitia proponía desde Archivos de Medicina, Cirugía y Especialidades, la creación en Madrid por suscripción entre médicos y consignaciones de entidades profesionales y científicas, de una biblioteca médica, para cuyo sostenimiento calculaba eran suficientes 24.000 pesetas. Nosotros desde la revista Ciencias Médicas de Bilbao apoyamos la idea del estimado colega y ofrecimos nuestra adhesión y contribución a tan hermosa iniciativa. Pero...nada más se habló de ello ...” Como el propio López Albo dejó dicho, era necesaria la contribución de ricos mecenas, como había visto que sucedía allende el Atlántico. El marqués de Valdecilla era en Santander la contrapartida de esos mecenas trasatlánticos, pero la biblioteca debió contar con otro miembro de la familia Pelayo para sacar adelante el proyecto; María Luisa Gómez de Pelayo.
María Luisa Gómez de Pelayo, marquesa de Pelayo (1869-1951) Quedó referido más atrás el papel que jugó la marquesa, como presidenta de facto del Patronato de la CSV, en el cambio de orientación que se imprimió al centro, más que probablemente motivado por problemas económicos y que fue seguido de la cadena de dimisiones ya comentadas. Pasar a la historia como la responsable que asumió una serie de decisiones (que a muchos nos siguen pareciendo dolorosas) y que significaron la interrupción de parte de un proyecto hospitalario tan vanguardista, es probablemente inevitable. Pero también sería parcial e injusto no destacar lo mucho de positivo que en su época representó su figura; para empezar, la biblioteca 39
que fue en su época la mejor del país, y que hoy sigue siendo una magnífica biblioteca, no en vano lleva su nombre. Ya hemos comentado la extraordinaria importancia que los fundadores de la CSV daban a disponer de una biblioteca bien dotada y periódicamente renovada para que el hospital pudiese cumplir las tres funciones esenciales de un hospital moderno; la asistencia, la docencia y la investigación. Y así como la CSV contó con el mecenazgo del marqués, el de la biblioteca lo tuvo en María Luisa Gómez de Pelayo, quien no sólo procuró el dinero suficiente para dotar a la biblioteca de unos fondos adecuados para empezar su servicio, sino que procuró garantizar su subsistencia futura. El Libro de Actas del Patronato de 14 de enero de 1929 registra el siguiente apunte: “Doña Maria Luisa Gómez de Pelayo entrega al Patronato una inscripción intransferible de la Deuda exterior del Estado al 4% representativa de un capital de quinientas cuarenta y tres mil pesetas de capital y renta anual de veintiuna mil setecientas veinte pesetas y trimestral de cinco mil cuatrocientas treinta y manifiesta que es su expresa voluntad que estas rentas se designen íntegras a la adquisición de enciclopedias, obras, monografías y revistas referentes de medicina, cirugía, especialidades, biología, psicología y ciencias afines, a la publicación de los Anales de la Casa de Salud Valdecilla, siendo el director, después de visto el Consejo de todos los profesores-jefes de la Institución, el que distribuya la inversión equitativa de la renta anual, que nunca podrá ser destinada a otros fines, bajo cuyas condiciones hace la presente donación”. (las negrillas son mías). La cantidad resultante mensual que con este legado dispondría la biblioteca, no distaba mucho del que Juan Medinabeitia había calculado como necesario para disponer de una biblioteca médica adecuada en Madrid (24.000 pts.) unos pocos años antes. Al mismo Dr. López Albo la cifra le pareció más que adecuada:
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“La cifra de 23.000 pesetas para la biblioteca de un hospital de provincia de segundo orden, en España, es, sin duda alguna, algo extraordinario entre nosotros, y hasta podemos calificarlo de revolucionario en su significado cultural. Tenemos la certeza de que bien seleccionadas las revistas y las obras de los cinco idiomas cultos; español, alemán, francés, inglés e italiano, y bien organizada la biblioteca de la Casa de Salud Valdecilla, los médicos de la provincia disfrutarán pasados pocos años, de la mejor biblioteca médica de España” (F. Salmón y cols. Opus cit. p. 227). La marquesa tuvo también importancia para Cantabria más allá de sus aportaciones a una de las instituciones más queridas por la comunidad, su filantropía se extendió a patrocinar y sufragar la construcción de la Maternidad Provincial y el Jardín de Infancia, que estuvieron en funcionamiento hasta 1969, fecha de la inauguración de la Residencia Sanitaria Cantabria (Vázquez Quevedo F. Valdecilla 75 años de Vocación Sanitaria. Revista de Cantabria, julio-septiembre, 2004.p.18).
Ubicación de la Biblioteca Rompiendo, también en esto, una antigua tradición, que aún subsiste en algunas instituciones, la biblioteca ocupó en el nuevo hospital un lugar preferente, figurando ya en los planos del proyecto inicial ganador del concurso en la planta más noble del pabellón principal de la CSV: “... en la fachada principal que da al norte, y, a los lados de la puerta de entrada en la planta baja, la administración y las salas de consultas públicas con despachos para los señores facultativos. En la parte superior se establecerán la sala de radiografía, habitaciones de enfermeros y practicantes, el laboratorio, el museo, el salón de actos y la biblioteca...” (las negrillas son mías).
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Disponía de 135 m2 con salas para el personal de la biblioteca, almacenaje y clasificación de fondos y una sala de lectura con capacidad para 50 personas (la plantilla de médicos entre internos y especialistas en 1930 era de 95). Tenía amplios ventanales orientados al norte, el mobiliario era de madera noble, con mesas corridas tipo pupitre, que no se ha conservado. Las estanterías de metal para el almacenaje de libros, eran de tan buena calidad que aún se utilizan. El pabellón principal era el referido en los planos como el número 3. Su fachada norte, la principal, era el acceso al centro, tenía una portalada de tres arcos de piedra de tipo montañés, con escudo, también en piedra y un vestíbulo principal realmente bello, decorado con azulejos andaluces. Desgraciadamente desapareció con las obras para construir el edificio del nuevo Valdecilla en 1970. Aquel derribo se recordó mucho tiempo, y aún algunos lo recuerdan, con dolor por considerarlo innecesario, ya que había terrenos suficientes al sur de la parcela que ocupaba la CSV para poder albergar los modernos edificios, dejando el más emblemático y noble para el disfrute de las nuevas generaciones: “Si con anterioridad he hecho grandes elogios, por merecidos, al Dr. López Vélez (Director de Valdecilla en aquellos años), me creo en la obligación de manifestarme de alguna manera en algo que nos ha dolido y costado mucho llegar a comprender a los más viejos de la Institución, dudando de su necesidad, pues había terreno suficiente...Sería difícil expresar lo duro que para los que queremos a la Casa, ha sido ver el derribo permanente de los viejos pabellones y sobre todo los primeros que cayeron y muy especialmente el más emblemático de todos, el que yo denominaría “buque insignia”, el número 3, cuya fachada central fue desmontada piedra a piedra y numeradas, bajo la promesa de su reconstrucción en sitio preferente del hospital como homenaje al Marqués y que pasadas desde entonces más de 30 años, las piedras deben dormir el sueño de los justos enterradas en un lugar de Parayas, si alguien no se ha hecho un chalet con ellas”. (JA Martín Quevedo. Mis vivencias. En Valdecilla conciencia apasionante.2004. Edit. Cantabria en Imagen. pp. 184-185). (El contenido en negrita referido al Dr. López Vélez es añadido mío). 42
Pasados los años y recibiendo las inquietudes acerca del paradero de estas tan queridas piedras, siendo yo director de la CSV (una de las divisiones que entonces tenía la dirección del complejo hospitalario, cuyo director general era el Dr. Julio Baro), a requerimiento del Dr. Díaz de Rábago, jefe del servicio de radioterapia y antiguo alumno interno y director de la CSV, tomamos dos iniciativas; una mandar buscar las piedras en Parayas, sin resultado alguno. Otra, con fines reparadores, enviar una carta al entonces marqués de Valdecilla, que tras el derribo de estos pabellones estaba tan contrariado que no había vuelto a pisar Santander para evitar el dolor que este derribo le seguía produciendo.2
2 La carta que envié al marqués me la dio manuscrita el propio Dr Rábago (en anexo al final del texto). Como estaba totalmente de acuerdo con su contenido, la pasé a máquina y la remití. Transcribo los párrafos de disculpa y después la respuesta que obtuvimos de su anciano destinatario. “... En primer lugar ponerme a su disposición y asegurarle que en todo momento los actuales directores de esta institución sabemos apreciar y agradecer todo lo que debemos a la familia Valdecilla-Pelayo, fundadores y sostenedores durante tantos años de uno de los hospitales más eficientes de España. En segundo lugar, y este ha sido lo que podríamos llamar motivo desencadenante de esta carta, agradecer de un modo muy especial su aportación a la Biblioteca “Marquesa de Pelayo” que sigue siendo una de las bibliotecas médicas mejores de la nación. Desde mi llegada a Santander he pasado muchas horas en esta biblioteca y me he aprovechado de su formidable colección de revistas, pero he de confesar que hasta que fui nombrado director de la CSV, entre cuyos cometidos figura el cuidado de la biblioteca, no me había enterado de que su fundación fue idea de la marquesa de Pelayo y que durante muchos años fueron Vds. los únicos que, con sus generosos donativos, sostuvieron esta importante obra cultural dentro del hospital. Y cumplidos estos dos deberes de gratitud pudiera terminar aquí esta carta, pero debo añadir una noticia que creo merecerá su aprobación; está tomada en firme la resolución de restaurar lo que queda de la antigua Casa de Salud Valdecilla, y no se regateará nada para que vuelva a ser un modelo dentro de la arquitectura hospitalaria, moderna, pero conservando su peculiar estilo montañés. El pabellón 20 fue ya restaurado en su día por la Excma. Diputación Provincial. Actualmente está próxima a terminarse la obra de los pabellones 19,18 y 17. Antes del otoño se emprenderá la restauración del pabellón 16 y con un poco más de tiempo, conforme vayan aprobándose las consignaciones necesarias (que sin duda vendrán a pesar de la actual penuria económica del Estado) se terminará la 3ª fila de pabellones con los 15,14,13 y 12. queda para una 2ª etapa... el pabellón 21...” “También me es muy grato manifestarle que una vez terminadas las obras de restauración del pabellón 16 se hará un jardín en lo que fue campo de tenis y en su entrada se colocarán las tres arcadas de piedra de la fachada principal del derribado pabellón 3 de la CSV con lo que la parte más noble y más conocida del antiguo hospital quedará para siempre dando testimonio de la gran obra del Marqués de Valdecilla. ...Y finalmente un ruego: para el Dr. Baro, Director General del Centro Médico y para mí sería una gran satisfacción que Vd. nos hiciese el honor de recibirnos para presentarle personalmente nuestros respetos...” (las negrillas son mías). La carta se envió el 9 de abril de 1984. El 16 de ese mes el marqués me contesta;
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Tras el derribo del añorado pabellón 3, ha tenido la biblioteca varias ubicaciones, siempre motivadas por las sucesivas obras de ampliación y reformas que el centro ha sufrido en sus ya 80 años de existencia. Las últimas de gran calado y que aún continúan, iniciadas a raíz de la catástrofe de noviembre de 1999 ya comentada. En ocasiones y por la falta de espacio generado por las obras de remodelación del hospital acometidas estando éste a pleno rendimiento, ha pasado por estrecheces físicas y sus profesionales por dificultades importantes para seguir cumpliendo su cometido, lo que los usuarios de la misma no les agradeceremos bastante. Pero finalmente su actual emplazamiento es de los mejores que yo conozco; pensado al principio de los 80, cuando se tomó la decisión de reconstruir todos los pabellones que quedaban (como le explicaba al marqués de Valdecilla en la carta ya referida2, tras haberles declarado el Colegio de Arquitectos de Cantabria patrimonio cultural cántabro). Que fuera en el último piso del magnífico pabellón 16 fue idea del Dr. Julio Baro, entonces director general del centro. Más adelante y tras la última remodelación del hospital, el pabellón 16 es el pabellón docente, por lo que se ha recuperado la ubicación en proximidad que originariamente tuvieron biblioteca y salón de actos. En sus tres plantas hay además varias aulas de diferente tamaño, dentro y fuera de la biblioteca, que permiten desarrollar la docencia con holgura a diferentes grupos de los distintos estamentos del hospital.
“....agradecerle en primer lugar las afectuosas frases que en ella dedica a la familia Valdecilla-Pelayo. Siento mucho no poder recibir a ustedes pero mi precario estado de salud me lo impide. Por otra parte, sería recordar lo tristemente ocurrido con el Presidente de la Diputación y el Director de la Casa de Salud Valdecilla –en aquella época- quienes, a pesar de mis repetidos ruegos en varias conversaciones de conservar, al menos, el pabellón 3 de la Casa que guardaba el Salón de Actos con el retrato de Don Ramón Pelayo –primer Marqués de Valdecilla- la Biblioteca e incluso un busto de Don Ramón que le representaba, no atendieron este mi gran y único deseo de mantener ese recuerdo en honor del Fundador, que tanto bien hizo en la Montaña y que, sin ningún miramiento ni tampoco razón, destruyeron. He visitado muchos hospitales por el mundo y aunque en ellos se hayan agregado nuevas edificaciones, no se ha menospreciado la solidez de lo anteriormente construido. No obstante estas consideraciones, reciba mi sincera gratitud por el contenido de su escrito, unida a un afectuoso saludo”. Firmado por Eugenio Rodríguez Pascual. Ambos escritos, el autógrafo del Dr. Rábago y la respuesta de D. Eugenio Rodríguez Pascual se incluyen en forma facsímil en el Anexo II.
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(El Anexo I incluye fotos del pabellón, de las diferentes instalaciones de la biblioteca y una de la histórica sala de lectura).
Fondos bibliográficos Con la asignación atribuida a la biblioteca por la marquesa de Pelayo, ya desde la inauguración del hospital, el personal del centro pudo disponer de una colección de revistas y libros que no tenía comparación posible con ninguna biblioteca médica en nuestro país en aquellos años. En el año 1930, se recibieron 83 publicaciones médicas que cubrían todas las especialidades y que, cumpliendo los deseos de su director, estaban en los principales idiomas cultos (alemán: 23 revistas; inglés: 22; francés: 17; castellano: 16; italiano: 5), además de revistas se adquirieron repertorios bibliográficos médicos como el Quarterly Cumulative Index Medicus, el Chemisches Zentralblatt y los Zentralblätter de bacteriología e infecciosas, de oftalmología, de psiquiatría y neurología y de tuberculosis (F Salmón y cols. Opus cit. pp.225-231). El periodo inicial del centro fue cuando la biblioteca dispuso de más recursos económicos y por ello se adquirió el núcleo más importante de revistas y repertorios, aunque es de destacar el hecho de que en su mayoría se ha mantenido hasta nuestros días (en los años 70 empezaron a no renovarse suscripciones a revistas en alemán por haber disminuido la demanda). A partir de 1933 la mayoría de las nuevas revistas que se catalogan (1-2 por año) no lo son por adquisición, sino el resultado de los intercambios que generaba la revista que publicaba la biblioteca, los “Anales de la Casa de Salud Valdecilla”. (En Anexo IV se relacionan las revistas y tesis doctorales de temática respiratoria entre 1929 y 1970). 45
En 1970 se hizo una ampliación de 24 títulos, es decir, entre los años 1933 al 1970 la institución pasó por estrecheces económicas siempre y eso se refleja, cómo no, en su biblioteca. En cuanto a los libros, entre 1930 y 1936 se catalogaron 300, durante el periodo 1936 al 39, ninguno, y a partir de 1940 unos 40-70 libros por año, con un repunte, debido a aportaciones del CSIC, de corta duración. (En el Anexo IV se relacionan los libros de Cirugía Torácica y Neumología catalogados entre 1929 y 1970). En la actualidad los fondos cuentan con 12.180 libros y monografías. Suscripciones; 178 publicaciones periódicas en papel y 1.884 on line. Colección de publicaciones periódicas: 1008 títulos (la colección comienza en 1929). (Datos actuales obtenidos de la web de la biblioteca; http://biblioteca.humv.es/bmpinicio.asp Datos generales; Fondo documental).
Uso de la Biblioteca En todo tiempo la biblioteca cumplió su cometido y fue y es extraordinariamente frecuentada, no sólo por los médicos de la institución de plantilla e internos, así como por enfermeras y estudiantes de enfermería, sino también por los médicos de la región y aún por visitantes ocasionales. En el proyecto inicial del Dr. López Albo, en consonancia con la gran importancia que le daba como foco transformador del quehacer médico, estuvo la idea de que la biblioteca tuviera la capacidad de hacer préstamos a usuarios externos. Su fin era atender a aquellos profesionales que trabajaban lejos de Santander, para los que la biblioteca podría ser una fuente de información preciosa y, en muchos casos, única. Sin embargo, parece que fue una idea que no pudo desarrollarse, probablemente por falta de recursos.
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Pero la frecuentación de la biblioteca sí fue (y sigue siendo) un hecho que queda reflejado en numerosos testimonios: “... La magnífica biblioteca Marquesa de Pelayo, que tenía un material extraordinario, era muy concurrida y citaré como uno de sus asistentes ilustres al Profesor Teófilo Hernando, quien acudía muchos días del verano, a su regreso del exilio, pues veraneaba en Cantabria y a veces le abríamos la puerta los de administración, que teníamos llave y nos encontrábamos situados enfrente, en el mismo pasillo...”(JA Martín Quevedo. Opus cit. p. 156.) A Don Teófilo está visto que le gustaban las bibliotecas; ya referí cómo yo mismo le conocí, anciano, estudiando en la biblioteca del Hospital Provincial de Madrid. El Dr. Lamelas, jefe del servicio de cardiología, en su libro “Enfermedades del pericardio” de 1950, escribió la siguiente dedicatoria:
“A la Biblioteca Marquesa de Pelayo, en prueba de agradecimiento por el caudal de información en ella obtenido, y que tan fundamental ha sido para la publicación del presente libro.” Según el Dr. Díaz de Rábago, del que ya he hablado previamente, los médicos internos, que tenían sus habitaciones en la misma planta del hospital donde se encontraba la biblioteca, disponían de llave para acceder a la misma a cualquier hora, dado que el personal que la atendía hacía horario de mañana y tarde.
Evolución funcional. Biblioteca Virtual. A partir de la década de los 80 se introducen en nuestra biblioteca las nuevas tecnologías de las comunicaciones y se inicia la Teledocumentación. En el año 1987 se inauguró el Servicio de búsqueda bibliográfica automatizada, a través de la que se puso 47
al servicio del usuario la información disponible en las bases de datos biomédicos. En 1989 la biblioteca instaló un sistema de búsqueda automatizada en soporte CD-ROM a través del cual los usuarios podían acceder directamente a las bases de datos. Durante los 90 se informatizó una base de datos con la totalidad de sus fondos bibliográficos. En 1997 la biblioteca se incorpora a Internet. (Ribes Cot MF. Biblioteca. En Valdecilla conciencia apasionante. pp 236-37). El salto cualitativo de mayor trascendencia para nuestra biblioteca ha sido, sin dudarlo, el desarrollo de la Biblioteca Virtual, la posibilidad del uso de los amplísimos recursos bibliográficos disponibles con Internet, desde cualquier punto con acceso a la red. Y ello fue posible gracias al apoyo que el gobierno regional le dio a la investigación, reforzando al IFIMAV (Instituto para la Formación y la Investigación Marqués de Valdecilla) y haciendo depender de él la Biblioteca. Las actas del diario de sesiones de Noviembre de 2003, al principio de la legislatura anterior (gobierno de coalición PRC-PSOE, con la sanidad dependiendo del PSOE) recogen las siguientes palabras de la Consejera de Sanidad, Charo Quintana, exponiendo los presupuestos de su consejería para 2004: “... Esta Dirección General (de Ordenación Sanitaria), trasfiere crédito a la Fundación Marqués de Valdecilla para que lo gestione en la consecución de los siguientes objetivos: trasfiere 1.000.000 de euros para el Instituto para la Formación e Investigación Marqués de Valdecilla. Este Instituto, aglutinará todos los esfuerzos investigadores en biomedicina, investigación básica, clínica y epidemiológica de calidad de las instituciones sanitarias y de la Universidad, estructurándolas por áreas temáticas, grupos y líneas de investigación. Después de un análisis externo de su interés estratégico actual, con el objetivo de facilitar su trabajo, obtener resultados del más alto nivel científico y promover su trasferencia al terreno clínico, su trasferencia a la asistencia. Un proyecto como este, tiene un enorme interés asistencial, ya que existe una relación directa entre el nivel docente e investigador de un centro hospitalario y su calidad asistencial. Esto es muy 48
importante para nuestra Comunidad, adquiere gran trascendencia en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla ya que es imposible mantener el nivel de Valdecilla como Hospital de referencia sin reforzar su prestigio investigador, su prestigio docente. Además el Instituto fomentará la formación continuada de todos los profesionales sanitarios de la Comunidad, con becas pre y postdoctorales, con permisos sabáticos, acuerdos con otros centros de investigación y estableciendo también un Programa propio de formación anual para el postgrado. El IFIMAV además, integrará la biblioteca Marquesa de Pelayo, creando una biblioteca virtual a la que puedan acceder todos los profesionales de la Comunidad desde sus centros de trabajo contribuyendo a facilitar la transmisión del conocimiento más accesible y actualizado hasta el último profesional. La Dirección General trasfiere fondos a la Fundación Marqués de Valdecilla además para mantener el Programa de becas de formación e investigación, 360.000 euros....” (PARLAMENTO DE CANTABRIA. DIARIO DE SESIONES. Año XXII - VI LEGISLATURA - 13 de noviembre de 2003 - Número 26.2. Página 407 Serie B COMISION DE ECONOMÍA Y HACIENDA. PRESIDENTE: ILMA. SRA. Dª. SOFÍA JUARISTI ZALDUENDO.Sesión celebrada el jueves, 13 de noviembre de 2003, pág. 413). (las negrillas son mías). Los resultados de este decidido apoyo político a la investigación no se hicieron esperar y el entonces Director de IFIMAV Carlos Richard Espiga, resumió sus logros en 2006 en un seminario celebrado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander:
“Política de ayudas de la FMV (antes de 2002) (presupuesto anual; 360.000€) • Ayudas para proyectos de investigación • Becas pre y post-doctorales • Estancias externas • Asistencia a Reuniones Científicas y Cursos • CEMU: Centro de Estudios en Medicina de Urgencias.” 49
“Política de formación y recursos humanos actual (presupuesto anual de unos 900.000€) • Becas post-MIR “Lopez-Albo”: 2 cada año/34.000 € • Premios Fin de Residencia: 30.000 €/premio (3-5 premios por año) • Ayudas para incorporación de personal técnico de FP (8-12.000 €/año) • Ayudas para proyectos de investigación: becarios, infraestructura y material fungible (Grupos Emergentes) • Política de captación de investigadores (directa o en régimen de cofinanciación): programas I3 (MEC-RyC) e I5 (ISCIII) • Liberación asistencial propia o financiada externamente • Estancias externas cortas (< 6 meses): 2.000 €/mes • Estancias externas largas (6-12 meses): 2.000 €/mes y sustitución del profesional • Ayudas asistencia Reuniones Científicas y Cursos de Formación • Ayudas para publicaciones científicas • Seminarios IFIMAV: departamental • Formación en metodología de investigación: Coordinadora Unidad Apoyo Metodológico • Creación del Centro de Formación en Cirugía endoscópica: CENDOS.” Respecto a la Biblioteca Virtual lo que se consiguió fue, manteniendo los fondos documentales presenciales, añadir: “770 revistas electrónicas, 42 libros, 6 bases de datos: UptoDate/MBE/CINAHL (Con una inversión de) 800.000 €”
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(C. Richard Espiga. El IFIMAV y el Compromiso de Cantabria con la investigación en Salud. UIMP. 21-25 Agosto, 2006. “Políticas de Investigación en Salud”) (La figura se reproduce con el permiso de su autor.)
Hoy cualquier profesional cántabro puede acceder desde su ordenador a la biblioteca virtual, esté en un hospital o centro de salud del Servicio Cántabro de Salud o en su propia casa, habiendo conseguido el ideal que el Dr. López Albo deseaba para la biblioteca (y que la Consejera recogió en 2003): que fuera accesible a todos los profesionales de la salud, trabajasen donde trabajasen. Ejemplos de acceso web se ofrecen en el Anexo III.
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Futuro de la biblioteca La Biblioteca Virtual debe llevarse hasta sus últimas consecuencias, con un acceso completo y generalizado de la información para todos los profesionales sanitarios. Además debe extenderse a pacientes y consumidores, colaborando así a mejorar la salud pública. Como la Biblioteca Virtual disminuye el uso de la presencial, sus espacios físicos pueden transformarse en aulas para la enseñanza.(Ribes Cot MF. Nuevos roles para nuevas bibliotecas. XII Jornadas Nacionales de Información y Documentación en Ciencias de la Salud. Zaragoza, 26 de octubre de 2007.) Los alumnos, y no sólo los médicos, enfermeras y otros profesionales de la salud, también deben aprender todas las posibilidades que la Biblioteca Virtual ofrece. Hay que intentar evitar que las nuevas generaciones pasen horas aprendiendo por el método de ensayo y error con el que aprendimos nosotros. Ante la enorme oferta de recursos on line disponibles, el bibliotecario debe asumir una tarea fundamental: la formación de usuarios. El espacio educacional común europeo que abre Bolonia y que estará vigente a partir de 2010, da al alumno mucha más responsabilidad en su formación (actualmente 1 crédito equivale a 10 horas lectivas, tras Bolonia 1 crédito equivale a 25 horas de trabajo del alumno). Así pues en la biblioteca presencial sus espacios serán usados por los alumnos de ciencias de la salud, para acceder a la información y recibir la docencia que se necesita para manejar los ingentes recursos que se ofertan. (María Pilar Barredo Sobrino. Bibliotecaria Jefe. Facultad de Medicina. Universidad Autónoma de Madrid). Nuestra biblioteca ya se está preparando para los nuevos tiempos y con el apoyo del IFIMAV, su responsable ha podido visitar un buen número de bibliotecas de la 52
costa este de EEUU, reproduciendo de forma ampliada los viajes que con intención semejante hizo el Dr. López Albo en 1929, habiendo presentado sus conclusiones en la inauguración de las nuevas instalaciones en enero de 2009 (MA Samperio, Diario Montañés,15 de enero de 2009) y en congresos de especialistas. (MF. Ribes Cot. Opus cit. Zaragoza, 2007). (Anexo 1: fotografías de las aulas que la biblioteca oferta para su labor formativa). La dirección web para quien quiera dar una ojeada a las prestaciones que ofrece la Biblioteca Virtual Marquesa de Pelayo es: http://biblioteca.humv.es/ bmpinicio.asp En esta página hay una serie de hipervínculos con los que se puede acceder a todo el catálogo de prestaciones que ofrece la Biblioteca Virtual. A varios sólo puede entrar quien esté dado de alta como usuario, pero cualquiera que visite la página se puede hacer idea de las posibilidades que ofrece. Está operativo un hipervínculo para pacientes, que les ofrece conexión a varias bases de datos de consulta electrónica. (Anexo III).
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Anexo I
Incluye fotografías del pabellón 16, de la primitiva sala de lectura de la biblioteca y fotografías de instalaciones de la actual biblioteca Marquesa de Pelayo, así como de la antigua sala de reuniones aneja al despacho de dirección de la CSV, con su mobiliario original; los cuadros de la pared del fondo corresponden a retratos al óleo de sucesivos directores del centro; el primero por la izquierda es Wenceslao López Albo, primer director de la CSV y cerebro organizador del primitivo hospital. En el armario vitrina se guardan las tesis de los médicos internos de la CSV. La biblioteca moderna, consciente de su creciente papel como formadora de usuarios, se ha dotado de salas de diferente tamaño para fines docentes, sin perder su papel de biblioteca presencial.
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Pabell贸n 16
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Antigua Sala de Lectura
Sala de Lectura Actual
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Sala de Informática
Sala Pequeña de la Biblioteca
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Antigua Sala de Juntas
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Anexo II
Se adjuntan en facsímil, el borrador original, obra del Dr. Rábago, de la carta que sin modificar envié con mi firma al marqués de Valdecilla, D. Eugenio Rodríguez Pascual, el 9 de abril de 1984 y de la carta de respuesta del 16. En ellas se hace referencia al tema de los pabellones derribados al principio de los 70, durante la construcción del nuevo centro que absorbió a la CSV y dio origen al Centro Médico Nacional Marqués de Valdecilla, hoy Hospital Universitario Marqués de Valdecilla. Puede apreciarse el cuidado que el Dr. Rábago puso en que el marqués, a quien sabía muy dolido por el derribo del pabellón 3 (se incluye foto), supiese que se iban a rehabilitar los pabellones aún en pie, así como el destino que se daría a las arcadas montañesas que configuraban la fachada principal del pabellón 3 (que finalmente no aparecieron). Hay que dejar constancia aquí de que los pabellones de la “3ª fila” a los que aludía el Dr. Rábago, más el 20, con muchos problemas tras la rehabilitación que financió la Diputación y el 21, probablemente se reconstruyeron por haber sido declarados Patrimonio Cultural cántabro por el Colegio de Arquitectos de Cantabria, gestión en la que estuvo implicado el entonces Director General del Centro Médico, Dr. Julio Baro. 59
Carta manuscrita / Pรกgina 1 de 4
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Carta manuscrita / Pรกgina 2 de 4
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Carta manuscrita / Pรกgina 3 de 4
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Carta manuscrita / Pรกgina 4 de 4
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Pabell贸n 3
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FacsĂmil de la Carta del MarquĂŠs
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Anexo III Ejemplo de acceso a la Biblioteca Virtual, desde su primera pantalla, hasta llegar a un tema revisado en el UptoDate.
Pรกgina web de la Biblioteca
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Anexo IV
Revistas de Cirugía Torácica y Neumología catalogadas en la biblioteca (1929-1970).
Revista
Periodo suscripción
Abstracts of Tuberculosis American Review of Tuberculosis and Pulmonary Diseases American Review of Respiratory Disease Archives Medico-Chirurgicales l’Appareil Respiratoire Archivos de Bonconeumología Enfermedades del Tórax Journal Français Medicine Chirurgie Thoraciques Thorax Zentralblatt für die Gesante Tuberkulose Furschung
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1930-..... 1930-1968 1968-1998 1929-1945 1965-1998 1952-1984 1947-1972 1962-1998 1930-1944
Tesis Doctorales dirigidas por el Servicio de Respiratorio (Dr. García Alonso.) Ordenadas por fecha de lectura. 1.-Contribución al estudio de los lóbulos supernumerarios del pulmón. Gonzalo Montes Velarde. 1934. 2.-El electrocardiograma en la tuberculosis pulmonar: Modificaciones consecutivas a la colapsoterapia. Luis José López Areal. 1935. Dirigida por los Dres. Lamelas y García Alonso. 3.-Complicaciones pulmonares postoperatorias precoces: Estudio patogénico, clínico y estadístico, sobre 7.607 operaciones. Manuel Rodríguez García Puente. 1945. 4.-Perforaciones pleuropulmonares espontáneas. Juan Pelayo Velarde. 1946. 5.-Estudio anatómico y clínico de la terminación normal y de las evoluciones desfavorables de las neumonías agudas. Ángel Mazón González.1946. 6.-Quiste hidatídico del pulmón. Antonio Díaz-Prieto Cassola.1947. 7.-Estudios broncográficos en abcesos pulmonares previamente tratados. José Ramón Larrañaga Aizpuru. 1948. 8.-Estado pulmonar en los enfermos de Tuberculosis extrapulmonares. Emilio Rotellar Llampre. 1949. 9.-Anatomía bronco-segmentaria del pulmón. Bernabé Covaleta Montalvo.1950.
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En total hay registradas 113 tesis doctorales, la última de 1966. Entre 1930 y 1939 se defendieron 18 y hay una tesis registrada en la biblioteca de 1921, del Dr. Díaz Caneja, que fue Jefe del Servicio de Oftalmología y segundo Director de la CSV.
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Libros de Cirugía Torácica y Neumología de la colección de la Biblioteca Marquesa de Pelayo (1929-1970). Por orden cronológico. Año de edición y (fecha de registro) DESVERNINE Y GALDOS, CM. Estudio sobre el diagnóstico precoz de la Tuberculosis pulmonar crónica, basado en la conducta de ciertas reacciones motrices del aparato respiratorio. La Habana: López y Caula, 1909 (R I932) DUMAREST. La cure climatérique de la tuberculose pulmonaire et l’heliotherapie laryngee. Paris : A. Legrand, 192 ? (R 1934) OSCHARUG, O. Thorakoplastik und skoliose. Stuttgart: Varlag von Ferdinand Enke, 1921 (R 1933) MYERS, J.A. The Care of Tuberculosis. Philadelphia: W.B. Saunders, 1924 (R 1930) PIERY, M. La Tuberculosis Pulmonar: Semiología. Formas clínicas. Diagnóstico y Pronóstico. Madrid: Saturnino Callejas S.A. 1925 (R 1932) SAUPE E. Das Thoraxröntgenbild im Frühestens Kindesalter. Munchen: J.E. Lehmans, 1925 (R 1932) URBAIN, A. La reaction de fixation dans la Tuberculose. Paris : Mason et Cie. 1925 (R 1944) MANASSE, P. Anatomische untersuhungen über die Tuberkulose der oberen luftwege. Berlin : Julius Springer, 1927 (R 1932)
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