Kanik, Año 2, N ° 018

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Cerro de Tuto, a la memoria de los fieles difuntos

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...Un 19 de Sep., a las 13:14 horas

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Dos heroínas mexicanas ante las injurias


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Ilustración. El quehacer de un sinquehacer

Pág. 10 Muestra Los Tratados

entre México y Estados Unidos

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Receta para un té de cerezas

1810. Dos heroínas mexicanas ante las injurias

DIRECTORIO DIRECCIÓNGENERAL FRANCISCOSANTIAGODÍAZ I MIGUELÁNGELGARCÍARIVERA COMMUNITY MANAGER I MARÍAINÉSCASTRO I CORECCIÓNDEESTILO I ERICREYES-LAMOTHE GERENTEDEVENTAS I CARLOSANTONIOSANTANAORTEGA COLABORADORES: TANIAMONROY, ORQUÍDEAFOSADO, IZMAELQUIROZ, DANIELESCORZA, ENIACMARTÍNEZ, FERNANDACOVARRUBIAS, MARTHASANTIAGO, L.ALBERTORODRÍGUEZ, ELVIRAHERNÁNDEZ, MARÍAIGNACIAORTÍZ, ALBERTOHIERBASANTA, N.D.V.W. , LEONORACARRINGTON.

Kanik, ser culto/ser libre, revista mensual, Noviembre 2017. Editores responsables: Lic. Miguel Ángel García Rivera y Lic. Francisco Santiago Díaz. Número de Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor: 04-2016-083119132400-102. Número de Certificado de Licitud de Título y Contenido: (en trámite). Domicilio de la publicación: Mariano Jiménez 116, Desp. 201, Col Centro, C.p. 42000, Pachuca de Soto, Hidalgo. Teléfono: (771) 716 8775. El contenido de los artículos es responsabilidad exclusiva de los autores. Todos los derechos están reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de la presente publicación, por cualquier medio o procedimiento, sin el consentimiento por escrito de los editores. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida conforme a lo establecido en la Ley Federal de Derechos de Autor. La información contenida ha sido de fuentes que se consideran fidedignas. El contenido, oferta y promociones publicitarias son responsabilidad única y exclusivamente del anunciante.


EDITORIAL

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or fin alcanzamos la mayoría de edad… en cuanto a publicaciones mensuales ininterrumpidas. Si de verdad nos atreviéramos a mencionar esto de una manera más formal, aun nos restarían de todos modos 16 años más; o bien, para alcanzar la mayoría de edad reconocida a nivel mundial –a los 21– estaríamos a 19 años aún para ser mayores de edad…

Como homenaje a los fieles difuntos, Tania Monroy nos muestra la celebración que se lleva a cabo en Tutotepec, población enclavada en la sierra Otomi-Tepehua de Hidalgo, una tradición que lucha a contracorriente para no desaparecer. Nos falta camino por recorrer, pero seguimos en pie a más de un mes de la tragedia que azotó a la CDMX y a todo nuestro país, Fernanda Covarrubias nos describe su experiencia. #FuerzaMéxico L. Alberto Rodríguez, presenta su cuento "Receta para un té de cerezas", bienvenido y esperamos que sea el primero de muchos cuentos. En este mes, la 5a Muestra de Fotoperiodismo nos dará los resultados que el jurado decida. ¡Suerte a todos los participantes!

TANIAMONROY Tutotepec. Fotografía digital 2016.


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a la memoria de los fieles difuntos SERCULTO


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Ese mismo día, los doce mayordomos encargados de cuidar al santo durante todo un año hacen la entrega al siguiente grupo. Entre flores y cantos, que se confunden unos con otros, se lleva a cabo el ritual en una pequeña capilla en el centro del camposanto. Durante la espera decenas de personas se acercan al altar. Niños, adultos y ancianos se persignan y ofrecen flores y dinero; prenden velas largas en busca de una petición, un agradecimiento o un alivio. Cuando termina el ritual el camposanto se cubre completamente de color naranja y, en compañía de tríos musicales, algunos sacan un par de cervezas y felices recuerdan a sus fieles difuntos, de quienes esperan la protección y el cuidado por el resto del año. En algunos sepulcros se colocan canastas con pan, mole, tamales, trabucos y fruta, pero a los muertitos más recientes sólo se les ofrece un altar y la compañía con el pensamiento. Es un día de fiesta y, aunque a muchos la situación económica les limita continuar con la práctica de las mayordomías, las personas más fieles a la tradición luchan por impedir que ésta se pierda en el tiempo.

TANIAMONROY

serculto.serlibre.contacto@gmail.com

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ara los lugareños de las comunidades de Tutotepec, celebrar a sus santos y recordar a sus fieles difuntos es parte de su vida cotidiana. Mejor conocido como el cerro de Tuto, este lugar ubicado en la sierra Otomí Tepehua, en el estado de Hidalgo, se caracteriza por su vasta vegetación y su caluroso clima. El Día de Muertos es una de las tradiciones más importantes para la comunidad, una celebración que mezcla rasgos de la cultura Tepehua y el catolicismo, cuando la “Sanimita del Purgatorio” adquiere gran relevancia. El 2 de noviembre cientos de fieles llegan de las comunidades cercanas al cerro de Tuto para pasar un rato recordando a los que ya partieron con camas de pétalos de cempasúchilt y rosarios hechos con las mismas flores. Además de honrar la memoria de sus muertos, los más viejos se congregan en la antigua iglesia a un costado del camposanto para llevar a cabo el ritual de la “Sanimita del Purgatorio”, uno de los santos más venerados por esta comunidad.

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Ilustración

El quehacer de un sinquehacer

ORQUÍDEAFOSADO serculto.serlibre.contacto@gmail.com IZMAELQUIROZ serculto.serlibre.contacto@gmail.com

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ntre los múltiples ejercicios de un ilustrador, aquel que más se goza es el que nace de un momento inesperado. Dice Izmael Quiroz, diseñador gráfico, que “al inicio lo más complejo es creer que dibujar cambia algo, porque las personas se encargan de decirte que no sirve de nada crear imágenes profundas en una sociedad en la que se necesitan imágenes que vendan”, ejercicios que él considera para mercadólogos o publicistas.

Entonces, ¿qué es lo más profundo de la ilustración? En ámbitos laborales me atrevo a decir que lo más hermético es que se compre; sin embargo, aunque dicen por allí que el cliente siempre tiene la razón –y aun manteniendo la apertura y la tolerancia a las ideas de los demás–, parece incorregible el consumo de imágenes que no nos dicen nada o bien que nos dicen algo superficial por parte de nuestros clientes. Es inútil pensar en quién tiene la culpa de ello en estos momentos. El quehacer de ilustrar radica en un proceso de intervención de la experiencia; es decir, el hacedor durante su creación debe mediar entre lo que quiere decir, cómo lo va a decir y lo que siente al externarlo. Al recordarlo parece sencillo ¿no? Cada persona que se atreve a mostrar un poco de su locura o bien de su cordura, pónganle el

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título que quieran según sus prejuicios, está reafirmando una idea a la par de que se la cuestiona. Ejercicio de excéntricos, acción de aquellos que confrontan realidades, las imaginan, las crean y con ello nos eclipsan, nos hacen dudar o creer que la vida puede ser diferente. Labor de aquellos que quieren cambiar el mundo y lo hacen ilustrando. La dificultad a la que nos confrontamos los analistas de imágenes es al “qué nos dicen” y sobre todo, el “para qué las hacen”. Ilustrar, entonces, es una tarea indispensable para este mundo de imágenes en el que vivimos, pues la esperanza radica no en el consumo, sino en la creatividad que ayuda a mejorar las condiciones de vida, mental y emocionalmente. ¿Por qué la ilustración es una posibilidad de hacer una diferencia entre lo que ya existe visualmente? Primero, porque no cualquiera ilustra; posteriormente, y como causa, porque es un proceso tardado en el que el desarrollo del mismo se basa en la observación, tarea que actualmente pareciera más una pérdida de tiempo, pues antes se realizaba de manera natural ya que ésta se reconocía como la base del conocimiento; sin embargo, ahora procrastinar es un ejercicio de gente que no genera dinero, o al menos eso parece. Para mí, observar y detener un poco lo que hacemos no es cosa de flojera, es también una oportunidad de comprensión, creación, aporte y cambio. La ilustración del cambio El proceso artístico que conlleva en este caso una ilustración es una situación de fluidez que se soporta de la percepción, la sensación, el pensamiento y el sentimiento, para reconocer con ello lo que conmueve y modifica de y en nosotros el ejercicio del trazo, puesto que las intenciones de construcción en este caso, trascienden la mera mercadotecnia. Es como decía David Lynch: “El arte no cambia nada, el arte te cambia a ti.” Así que, dentro de la labor de un sinquehacer, existe una función social que aún sin reconocerse por las circunstancias que sean reconstruyen nuestras percepciones y sensaciones a través de sus mundos imaginarios, pues el quehacer de un sin quehacer es el proceso de remodelación del entendimiento sobre la realidad.

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Los Tratados entre

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DANIELESCORZA serculto.serlibre.contacto@gmail.com ENIACMARTÍNEZ serculto.serlibre.contacto@gmail.com

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a reciente revisión del Tratado de Libre Comercio (TLCAN) entre los tres países de América del Norte ha suscitado expectativas y comentarios de la más diversa índole ya que México es el país con más desventajas en relación con Estados Unidos y con Canadá. Ante este panorama vamos a hacer un somero comentario de la relación entre nuestro país y el vecino del norte. El tratado más antiguo (todavía vigente) entre México y Estados Unidos se firmó en el ya lejano año de 1848. Como saben –o deberían saberlo todos los estudiantes de primaria y de secundaria del sistema educativo mexicano–, en aquel día los diplomáticos mexicanos Luis G. Cuevas, Bernardo

Couto y Miguel Atristáin se reunieron con sus homólogos norteamericanos encabezados por Nicholas P. Trist, en un pintoresco poblado que era la Villa de Guadalupe (actualmente engullido por la mancha urbana de la ciudad de México), para ultimar los detalles y firmar el Tratado de Paz, Amistad y Límites. Hay que resaltar que los diplomáticos mexicanos conocían su materia de trabajo, eran expertos en el tema y dominaban el idioma inglés. No eran improvisados ni tampoco iban a “aprender”. La importancia de este Tratado fue que con ello se puso fin a la guerra de conquista realizada por los Estados Unidos contra nuestro país, desde los primeros meses de 1846 hasta 1848. Como resultado de esta guerra, nuestro vecino se apropió de 2.4 millones de kilómetros cuadrados. Para tener una idea del territorio perdido, basta recordar que actualmente la extensión territorial de México es de casi dos millones de kilómetros cuadrados. En México decimos que ese territorio “se perdió”,

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pero en los manuales de historia de Estados Unidos, se afirma que dicho territorio que comprendía los estados de California, Texas, Nuevo México, Arizona y porciones de Nevada y Utah, fue “cedido” por México, es decir, se trató de una “cesión amistosa”. Es habitual que actualmente los estudiantes y la mayoría de la población mexicana no tengan conciencia de esta guerra entre México y Estados Unidos que se consumó a mediados del siglo XIX. En contraste, existe una idea muy vaga de que el presidente Antonio López de Santa Anna “vendió esos territorios”. La historia de bronce señala a este personaje como uno de los villanos preferidos de la historia nacional, precisamente por vender territorio mexicano y por aumentar los impuestos a la población. Este tipo de “historia de bronce” no ayuda a comprender la compleja relación entre México y Estados Unidos, y por el contrario sigue reproduciendo ideas y estereotipos que eliminan toda conciencia histórica.


México y Estados Unidos

En el proceso actual de la relación entre ambos países hemos entrado a una fase que no es nueva, pero es peligrosa y puede traer consecuencias impredecibles. Solamente recordemos que hace más de 170 años, en 1846, el presidente de Estados Unidos, James Knox Polk nos había declarado la guerra en estos términos: México ha traspasado la línea divisoria de los Estados Unidos, ha invadido nuestro territorio; ha derramado sangre americana en suelo americano y ha proclamado que las hostilidades se han roto y que las dos naciones se hallan en guerra. Yo pido la acción pronta del Congreso reconociendo la existencia del estado de guerra y poniendo a la disposición del Ejecutivo los medios necesarios para proseguir la lucha con todo vigor, lo que apresurará el restablecimiento de la paz”. Toda proporción guardada, existen similitudes entre esta declaración de Polk, con lo que ha declarado el presidente Donald Trump en los días recientes. El libreto es casi el mismo: México “invade” a Estados Unidos

con gente de baja ralea, y por eso se piden los medios necesarios para proseguir la lucha con todo vigor (léase: se necesita el muro para contener a los indocumentados). En el siglo XIX se declaró la guerra militar y hoy en el siglo XXI se declara una guerra comercial y medidas políticas de corte fascista. Con este asedio y ocupación militar de 1846-1848, Estados Unidos puso de rodillas al endeble gobierno mexicano y por esa razón se tuvo que firmar el mencionado Tratado, que resultó a todas luces desventajoso para México. La firma del Tratado de Paz tuvo oposición en ambos países. En Estados Unidos, por ejemplo, los representantes norteños se oponían a la adquisición de territorios, ya que de esa manera reforzarían a los estados del Sur. Por su parte, en México había quienes pedían continuar la guerra antes que admitir la derrota y la humillación. De cualquier manera, el documento fue ratificado por el Senado de Estados Unidos y por el Congreso mexicano en-

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tre marzo y mayo del mismo año de 1848. De esta manera, prácticamente de un día para otro, miles de mexicanos dejaron de serlo para abrazar la nacionalidad estadounidense. Así lo ha expresado recientemente la actriz norteamericana de origen mexicano, Eva Longoria, quien ha dicho que sus antepasados no cruzaron la frontera: “la frontera los cruzó a ellos…” En estos días aciagos de incertidumbre política, económica, diplomática y social, las lecciones de la historia no nos deben llevar a la xenofobia trillada y vulgar, a la descalificación o al patrioterismo chabacano. Más bien, la situación de incertidumbre debe apremiar a expandir nuestro estado de conciencia histórica. Me parece que el principal problema que tenemos ahora es la corrupción e ineptitud de nuestros propios gobernantes, la impunidad e incompetencia con que actúan, y la rivalidad de las élites mexicanas, en aras de un proyecto personal y en detrimento del proyecto de nación.

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...Un 19 de Septiembre, a las 13:14 horas

FERNANDACOVARRUBIAS serculto.serlibre.contacto@gmail.com MARTHASANTIAGO serculto.serlibre.contacto@gmail.com

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ra un día normal hasta que la tierra comenzó a moverse. El reloj marcaba las 13:14 horas cuando la vida de cientos de personas, incluyendo la mía, iba a cambiar por completo. No alcancé a bajar, me quedé en mi lugar; sin embargo, el movimiento era tan fuerte que ter-

miné debajo de mi escritorio. Cuando la oscilación terminó pude descender junto con varios de mis compañeros que nos quedamos en el tercer piso del Periódico REFORMA. Llegando a la puerta principal, los editores ya comenzaban a llamar o mandar mensajes a los reporteros para que se movilizaran hacia los lugares más afectados. Ese día llegué al corazón de México alrededor de las 7:30 horas, pero, en mi deber de informar y ayudar desde mi trinchera, me quedé hasta las 22:00 horas. Evidentemente, yo no tenía ni idea que

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me había quedado sin casa como cientos de capitalinos, sólo estaba tranquila porque mi familia estaba bien, asustados pero a salvo. Empecé a preocuparme cuando recibí las primeras notas de mis compañeros reporteros, cuando vi que en la Del Valle se registraba una de las mayores afectaciones del sismo de 7.1 grados. Estaba tan saturada de trabajo que por mi cabeza jamás pasó que mi casa ya no era mi casa. Al salir de la redacción, tuve que irme caminando hacia Elena Arizmendi 23; no había transporte y todo era un caos, una verdadera tragedia. Cuando llegué a Eugenia y División del Norte, el panorama que vi era total destrucción, un edificio colapsó y el lugar estaba lleno de tierra, escombro, ambulancias, Policía Federal, militares y cientos de manos voluntarias. Llegando a Gabriel Mancera me detuve un segundo para pensar y respirar... todo era oscuridad, no había luz. Me dio un poco de temor, pero quería llegar a casa, y seguí caminando. En Xola, voluntarios desviaban la circulación porque adelante había colapsado otro edificio. Arribé a mi departamento y todo era silencio, me sorprendió bastante. Me encontré a Mayolo, uno de mis vecinos, y le pregunté ¿por qué estás afuera? Y me contestó, voltea. Ahí comprendí que la magnitud del evento también me había golpeado. Me dijo: “entra con mucho cuidado porque el edificio está por colapsar”, y así lo hice. Subí las escaleras totalmente aterrada porque parecían de papel, empaqué lo primero que mis manos tomaron. Le marqué a mi papá, que también se había quedado sin consultorio, para que fuera por mí. Esa noche no pude dormir Al día siguiente me acompañaron mis papás para ver si podía sacar algo, y así fue. Al entrar al departamento 6 no lo reconocí. Parecía como si hubiera pasado un huracán dejando a su paso una estela de destrucción. Comencé a llenar bolsas negras de basura con mis cosas básicas cuando de pronto mi papá empezó a gritarme angustiado: “Li, bájate, está tronando el edificio, se va a caer”. Dejé lo que estaba en mis manos y de inmediato tomé de la mano


a mi mamá para bajar lo más rápido posible. A partir de ese momento no volví a ingresar al espacio en el que me sentía totalmente segura. Mi sillón rojo que me encantaba se quedó junto con mi comedor, recámara, parte de mi ropa y elementos de mi cocina. Regresé a vivir a la casa de mi papá como damnificada. Hace 30 días no podía dormir ni comer, cualquier movimiento, ruido o vibración me asustaba y muchas cosas más. Hoy, ya puedo descansar más de cinco horas seguidas, ya no siento pánico, me alimento mejor.

Sé que como muchas personas me han comentado “son cosas materiales”, pero aún así duelen, porque son “cosas” por las que te has fregado el lomo para conseguirlas. Sí, me duele mi pequeño patrimonio que aún no sé si voy a poder recuperar, ya que el DRO no ha ido a revisar el lugar. Agradezco infinitamente y con todo mi corazón a cada una de las personas, amigos y compañeros, que me han dado palabras de aliento para continuar, el que me hayan brindado un abrazo o una muestra de cariño, aquellos que me han prestado su hombro para llorar y sanar. Las palabras

no me alcanzan para expresar mi total y profundo agradecimiento. Aquel martes, a las 13:14 horas, 228 personas fallecieron cuando el temblor interrumpió sus actividades cotidianas: algunos eran oficinistas que cerraban un estado de cuenta; otros eran estudiantes que tomaban la clase de inglés; otras, trabajadoras domésticas, costureras, amas de casa, jubilados, así como empresarios, ingenieros, químicos, extranjeros, bebés... Por ellos, por mis papás, mi hermana y mi Güero, la vida continúa dejándome una experiencia que jamás voy a olvidar. #19S/2017

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Receta para un té de cerezas

L.ALBERTORODRÍGUEZ serculto.serlibre.contacto@gmail.com INTERNET serculto.serlibre.contacto@gmail.com

1. CALENTAR.

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omo mil hojas navajeando su garganta, un río de lava que rasgaba su carne, así sintió Yuri Kozlov cuando el café caliente le quemó por dentro al enterarse que su país no existía más. La silla soldada al piso del aeropuerto de Los Ángeles le impidió caer. Temblando, puso el vaso sobre la barra de la cafetería. Los murmullos comenzaban a hacer olas en las mesas del lugar. Mientras tanto, en todas las pantallas de la sala de espera se anunciaba la cancelación de todos los vuelos con destino a París, que posteriormente se trasladaban a Moscú. En la televisión, una rubia anunciaba en inglés: “Un golpe de Estado ha ocurrido en la Unión Soviética. Las fuerzas militares informan al mundo la desaparición del Consejo del Soviet Supremo, y anuncian el triunfo de la Glasnot”. Kozlov abandonó su café, haciendo suspender el vaso sobre el borde de la barra, alegoría del estrépito con el cual toda su identidad caía de repente por el abismo de la geografía. Corrió hacia el área de

documentación donde un funcionario de la aerolínea BlackStar miraba el televisor. Un tipo viejo y gordo, cuyos botones de su camisa luchaban con el resto de sus fuerzas por permanecer juntos y no salir disparados. Al llegar, esto distrajo por un momento a Yuri Kozlov. ¿Por qué todos en Estados Unidos son tan gordos?, pensó. Desde niño le inculcaron que los yanquis representaban la decadencia de la humanidad: flojos, obesos, egoístas, cínicos, estampa fiel de un capitalista, y algo de eso confirmó durante su viaje de navidad. Había ido a visitar a su hija mayor, quien hacía cinco años se había casado con un estadounidense. Se conocieron en la Universidad Estatal de Moscú, a donde él había ido a estudiar medicina como parte de un grupo de becarios del Partido Comunista de los Estados Unidos. Al casarse, decidieron vivir en occidente, y ella adoptó la nacionalidad. También los hábitos. Ahora formaban un feliz matrimonio de gordos occidentales. De modo que Yuri Kozlov parecía el único soviético en todo Estados Unidos, cuando la URSS dejó de existir. Intentó dominar el torbellino de pensamientos. No podía conciliar la idea de que su país había desaparecido. Necesitaba información. Algo de certeza. Sabía desde siempre que las noticias de occidente tendían a ser falsas ¿La caída de la Unión

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Soviética era cierta? Hasta hace unas horas antes de esa navidad de 1991, era una de las naciones más poderosas del mundo y ahora las banderas rojas caían de sus manos. El imperio triunfaba y eso desesperaba a Kozlov. Era un comunista obstinado. Alto, delgado, canoso y aficionado al canto popular ruso. No tenía cargos políticos, apenas era subdirector en una oficina de impresos; sin embargo, cumplía con todos los deberes para con su país. Asistía a todos los desfiles de la Revolución y religiosamente miraba el noticiario estatal con una taza de té de cerezas. Estaba convencido de la grandeza de su nación y tenía por héroe a Stalin, a Kalinin, a Lenin. Decir “se lo debemos a la Revolución Bolchevique”, era su justificación para cada día de trabajo. Cada primero de Mayo, salía alegre a desfilar. 2. PREPARAR. De frente al funcionario de BlackStar, notó que éste miraba las noticias con una sonrisa tan amplia que sus gordos cachetes empujaban los párpados tan arriba que casi no se veían sus ojos. Esto indignó a Kozlov. “¿De qué se ríe?”, dijo intentando guardar cierta fría compostura rusa. – Oh, amigo, ¿no lo ve? Hemos ganado. Esos cerdos comunistas no van más. Jajajajaja. ¡Hemos ganado! ¡América, sí! Jajajajaja. El gordo era un nacionalista. Conducía una camioneta Lord, tal como su padre y su abuelo, quienes habían sido obreros de la fábrica de automóviles hasta que quebró por fraude. No obstante, seguía creyendo en la industria estadounidense y no consumía nada que proviniera de oriente, por lo que sólo escuchaba música country. Intentó alistarse en el Ejército pero fue rechazado por tener pie plano. Sin embargo, se alistó el Partido Republicano y odiaba por consigna todo lo que proviniera de la URSS, el enemigo ideológico, desde antes que naciera. Entró a trabajar en BlackStar porque su dueño, James Parker, era el hombre más rico de Estados Unidos y eso para él representaba la materialización del “American way of life”.


Las carcajadas del gordo provocaban un temblor en las entrañas de Kozlov. Su país había desaparecido hace unos minutos y de pronto tenía al enemigo riéndose de eso frente a él. Repasó muchos episodios de su formación ideológica. “Sin piedad contra el enemigo de clase”. “El imperialismo yanqui caerá ante el acero soviético”. “Patria o muerte”. “Las provocaciones del enemigo se pagan con sangre”. “A degüello contra los desertores”. ¿Podía quedarse aquel sujeto sin castigo? ¿Qué debería hacer? Entonces hizo lo que cualquier comunista haría. Se acercó al escritorio de documentación, tomó el brazo del funcionario y le dijo: –Ciudadano ayúdeme por favor. Soy un ruso que viene huyendo de la dictadura. Se lo suplico, ayúdeme, no quiero regresar a la URSS, las cosas se pondrán mucho peores. El yanqui no dio crédito a las palabras de Kozlov: –¿Usted es ruso? Oiga amigo, no estoy para juegos ¿A dónde vuela? –Créame señor –dijo Kozlov cuando sacó su pasaporte y se lo puso en la cara al funcionario–. Mire, mire bien, le digo la verdad. Soy ruso, mírelo con sus propios sus ojos. Tenga piedad, ayúdeme, no vuelo a ninguna parte, quiero quedarme aquí. –Bien, bien cálmese. He oído de estas cosas. Lo llevaré con un agente aduanal. Si está mintiéndome, ellos se encargarán. No quiero cerdos comunistas lloriqueando en mi escritorio. 3. SERVIR. El funcionario de BlackStar empujó a Kozlov hasta la oficina de migración del aeropuerto. –Oye Cris, mira lo que tengo, es un soviético, dice que no quiere volver a su asqueroso país, por favor haz que se calle. La agente de migración era una mujer robusta y alta, pelirroja, con las manos del tamaño de la cabeza de Kozlov. Sin decir una palabra, se acercó a él, mientras este repetía: –Oficial, piedad, no quiero regresar. La agente tomó por la camisa a Kozlov y lo lanzó contra un banco de aluminio. El cuarto estaba frio, y blanco, iluminado con lámparas de níquel, como una celda de manicomio o una carnicería. Por un segundo Kozlov temió por su vida. ¿Estarían

dispuestos a ayudarle o lo habían encaminado a su sepulcro? Cris tomó las esposas y encadenó a Kolzov a una pata del banco. Se paró frente a él con su metro noventa de estatura. Parecía un pino de la taiga rusa, alzándose entre la incandescente blancura de la nieve para tapar la poca luz que logra arrojar el sol. Ahí, inamovible y sepulcral, la agente tomó de la barbilla a su prisionero: –Te voy a decir lo que va a pasar, bolchevique. Cuando yo alce ese teléfono – dijo Cris señalando el escritorio metálico donde despachaba– tendrás sobre ti a cientos de marines, agentes de la CIA y puede que hasta el jodido presidente. Te llevarán a un cuartel en un punto indescifrable del mundo, te encerrarán en un cuarto tan horrendo que extrañarás las comodidades de esta oficina y te arrancarán cualquier clase de información sin dejarte dormir, aplicándote ocho descargas de electroshocks al día y llenando tu cabeza con llantos de bebés. Kozlov la miraba sin parpadear. –Pero te daré una oportunidad. ¿Quieres una oportunidad, come-niños? –Lo que quiera. –¿Sabes preparar té? Por supuesto que sabes. ¡Eres un maldito ruso! Escúchame bien, little bastard, harás un té de cerezas para mí. Será lo último que hagas como un ser humano, antes de que te pudran con la plancha de tortura. La agente sacó del cajón del escritorio una bolsa pequeña que contenía rabos de cerezas y un frasco con miel. Luego se acercó a Kozlov, le quitó las esposas mientras le apuntaba con una glock nueve milímetros. Con la punta de la pistola le

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señaló la hornilla oxidada donde los guardias cocinaban o calentaban café. Yuri Kozlov prendió el fuego y puso la tetera, sin un atisbo de nervios. Sin voltar a verla, le dijo: –Madam, parece que usted conoce bien cómo hacer un té de cerezas. Tiene los ingredientes exactos. –No me interesan tus observaciones. Claro que sé cómo hacer un té de cerezas. Estuve casada con un ruso como tú. –¿Como yo? –Un desertor como tú. ¡No! ¡Como tú, no! A él no le dieron una oportunidad como la que te estoy dando yo, maldito comunista. Kozlov calló y preparó el té. Las luces de las lámparas se reflejaban en sus canas, como la tundra despejada. Sirvió la infusión en una mugrosa taza de cerámica con las insignias “In God We Trust” y el escudo de los Estados Unidos. Agregó un poco de miel y volteó despacio hacia la agente Cris. –Está listo el té, madam. La oficial se acercó a Kozlov sin dejar de apuntar con una mano y con la otra tomó cuidadosamente la taza. Se la acercó a la boca para dar un sorbo, cuando de repente Yuri Kozlov pateó el traste haciendo que Cris se quemara la boca. Sin pensarlo, se arrojó contra ella, le quitó la glock y le disparó a quemarropa en el pecho. El ruido de los balazos se escuchó en toda el ala norte del aeropuerto de Los Angeles. Una alarma se soltó. Decenas de policías y agentes aduanales corrieron hasta esa sala fría de migración. Kozlov aguardaba sentado en la banca de aluminio. “Patria o muerte”, susurró mientras apuntaba la pistola hacia la puerta de entrada.

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ELVIRAHERNÁNDEZ serculto.serlibre.contacto@gmail.com MARÍAIGNACIAORTÍZ serculto.serlibre.contacto@gmail.com

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a injuria es un acto agresivo y destructor, es tan violento que rara veces no recibe una respuesta. Dos heroínas de 1810. Pero estas mujeres injuriadas respondieron. Su historia y su actuar es digno de recuperar cuando se acerca un aniversario más de este gran movimiento que fue punto de partida del México de hoy, principalmente para las mujeres. Una de ellas se llamaba María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador; mejor conocida como Leona Vicario, destacó por apoyarla causa insurgente con donaciones y cartas. Estos documentos son calificados por varios estudiosos como verdaderas noticias en las que comunicaba lo que sucedía en México, instruía a los caudillos de los pasos y medidas tomadas por el gobierno, así evitaba muchos golpes a la insurrección. La importancia del contenido de sus cartas no puede negarse, pues incluso cuando fue aprehendida, durante el juicio, el principal cargo en su contra era que mandaba noticias a los rebeldes, por lo que fue calificada como “la corresponsal general de los insurgentes”. Leona Vicario y su esposo, Andrés Quintana Roo, presenciaron de lejos, en distancia física y emotiva, la entrada triunfante del ejército de las Tres Garantías a la Ciudad de México. Los triunfadores no veían con buenos ojos a la pareja, por eso en febrero de 1823 fueron atacados y perseguidos por Iturbide. Pese a todo, Leona Vicario hizo reiteradas solicitudes para que le devolvieran sus bienes confiscados. Su terquedad, pero también don para persuadir, tuvo buenos resultados y le dieron una hacienda ubicada en Apan y una casona en el centro de la ciudad de México. Se asegura que el ataque más brutal que recibió Vicario fue de parte de Lucas Alamán, ministro de Relaciones Exteriores. Fue por medio de un artículo no firmado que acusó a Leona de “haberse unido a la insurgencia por un afán romancesco, es decir, persiguiendo a su novio

1810. Dos heroínas mex Andrés y no por sentimientos patrióticos. Por tal motivo, no merecía que se le hubiera premiado con propiedades”. Ella argumentó con inteligencia los ataques de un hombre conservador que dudaba del auténtico patriotismo de una persona por el simple hecho de ser mujer. Es admirable que ella no se presentó como víctima, ni se defendió con argumentos débiles o chantajistas que la hubieran expuesto una debilidad natural femenina o una abnegada ingenuidad. Leona se mostró como una mujer de ideas, segura de sí misma y reconoció abiertamente lo que hizo por su país, sin modestia absurda y sí con jactancia honesta. La carta fue publicada en el periódico El Federalista, en el año de 1830: Confiese U. Sr. Alamán que no solo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres

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que ellas son capaces de todos los entusiasmos y los deseos de la gloria no le son unos sentimientos extraños; antes bien vale obrar en ellos con más vigor, como que siempre los sacrificios de las mujeres, sea el que fuere el objeto o causa por quien las hacen, son desinteresados y parece que no buscan mas recompensa de ellos, que la de que sean aceptadas. Por lo que a mí toca, sé decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido en ellas, y en ese punto he obrado siempre con tal independencia, y un atender que las opiniones que han tenido las personas que he estimado. Me persuado


esperaban para juzgarla, ella se mostró decidida; entró al lugar llena de garbo, provocativa y decidida, entre coqueta y elegante. El escritor afirmaba que la audacia de esta mujer pasmó a los inquisidores, los mismos que imponían terribles castigos y cárceles perpetuas. Ella les estaba demostrando que nada la arredraba ni nadie la inmutaba. Y los enfrentó así:

xicanas ante las injurias que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas, y a las que por efecto de educación hayan contraído un hábito servil. Y de ambas clases también hay muchísimos hombres. La otra fue conocida como la Güera Rodríguez, cuyo verdadero nombre fue María Ignacia Javiera Rafaela Agustina Feliciana Rodríguez de Velasco Ossorio Barba Jiménez Bello de Pereyra Fernández de Córdoba Salas Solano Garfías. Y ¿qué la hizo una mujer inolvidable? Seguramente los rumores y certezas de que ella fue amante de muchos hombres le dan ese toque sensual e inquietante a su vida. Pero el factor representativo fue mostrar abiertamente ante la sociedad de la Nueva España su gran simpatía por el movimiento insurgente. Ayudó a trans-

portar armas y posiblemente donó dinero para la causa. Públicamente alababa a Hidalgo y a Morelos. Para recuperar la personalidad y audacia de esta mujer, la novela de Artemio del Valle-Arizpe reproduce de una manera confiable lo que pudo ocurrir en su vida. El autor asegura que los alegres devaneos de la Güera no eran mal vistos por la sociedad de la época, “exigente y pecata”, su belleza bastaba para que la toleraran. Pero lo que no le permitieron fue el desentono de proclamarse públicamente simpatizante de los insurgentes. La osadía y actitud de esta bella mujer causó escándalo e indignación, por lo que fue citada a la Inquisición por la denuncia del espía Juan Garrido, quien la acusó de ser una de las mujeres que apoyaba la causa insurgente. Del Valle-Arizpe describe que la Güera no se preocupó ni se asustó. Cuando llegó al salón donde la

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Les atronó las orejas al preguntarles con la mayor naturalidad del mundo y gran dulzura en la voz, si ellos que eran esto y lo otro y lo de más allá y que habían hecho tales y cuales cosas, ¿serían capaces de abrirle causa y sentenciarla? Y esto y lo otro y lo de más allá y aquellas cosas lindas y apetitosas que habían ejecutado, se las soltó con nimios detalles que dejaron turulatos a los tres señores, y una a una se las fue enumerando con brusquedad, sin cuidados, eufemismos, ni suavidades emolientes. Bien claro les descubrió sus grandes secretos y les manifestó que habían cundido por trescientas partes y, con toda frescura, les empezó a quitar el embozo a sus recatados encubiertos. En los tres graves varones puso, sin reparo, la graciosa y pervertida malignidad de su lengua, que se les encendió los rostros como si les hubiera arrimado una roja bengala… La Güera, con el lindo rostro bañado en luz de sus sonrisas, les dijo que los gustosos vicios que tenían eran ya públicos y notorios y se contaban por las plazas. Los derribó con la filosa espada de su lengua. Salió muy airosa. Ya en la puerta, se volvió llena de gracia e hizo una larga reverencia… Dos mujeres, dos heroínas, dos historias para no olvidar.

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Y

ElHuapangod

ALBERTOHIERBASANTA

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El estanque

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la melodía de Air Supply siguió un bolero almibarado de Javier Solís –una versión de la canción italiana Ho capito che ti amo–. Enciendo el televisor sin activar el volumen. En la pantalla, la ronda gala aparece con el portador del maillot amarillo escalando imponentes rampas cubiertas de alquitrán. Un enjambre de afanosos ciclistas pedalea sin cesar. Etapa que antecede al macizo central. Un equipo, cuyo mecenazgo corresponde a un banco, lidera la carrera. El suéter a lunares le corresponde a Fignon y el verde a Zabel. El estío alarga los días y la noche de anoche. Nos hemos sentado hasta tarde sobre recios tablones, debajo de una acacia y de un árbol de cedrón para degustar con nuestros amables anfitriones lo que una diminuta parrilla empotrada en un nicho de piedra salitrosa nos arroja. Marcel está despierto desde hace rato, tumbado. Contrae repetidamente sus rodillas contra su pecho para cumplir con las mil flexiones que son parte de su disciplina diaria de entrenamiento. En la mesa de la cocina descansa un devedé con una película de Herzog –El barco de Fitzcarraldo– que nos hemos propuesto ver antes de que termine la semana. El problema es que el televisor tiene integrado un dispositivo para ver videos, pero no devedés. El complejo de mínimas cabañas en la que nos alojamos Marcel, mi hermano y yo se encuentra sobre una planicie que vive de espaldas a un espléndido bosque de gigantes eucaliptos. Por la vía este hay una vereda que las bicicletas se han encargado de ensanchar, donde uno puede caminar hasta llegar a unas escalinatas antediluvianas de oscura losa, que Marcel ha incluido en su entrenamiento y que sube y baja interminables ocasiones todas las mañanas. Yo lo he

acompañado alguna vez y he tenido la mala fortuna de contar los peldaños. Noventa y siete escalones que se vuelven quebrantahuesos en el tramo final de la fase de ascenso. En el extremo inferior de la escalera hay un pasillo que conduce a la carretera y que utilizamos como pista para correr durante aproximadamente una hora, por lo que, al ritmo que lo hacemos, intuyo que cubrimos alrededor de unos siete kilómetros cada día. La rutina se ha vuelto agradable pues a la hora en que salimos a ejercitarnos el sol aún no cae pleno y la corriente del río, del que desconozco el nombre, se adhiere a nosotros como una placentera y delgada película refrescante. Entre las gradas y el camino que conduce al casco antiguo del

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pueblo varios puentes cruzan la ribera. Nosotros utilizamos el número nueve con rumbo a la villa. Hay gente que desayuna en las inmediaciones del puente; los más audaces se lanzan al río y una balsa construida con neumáticos atraviesa tortuosamente el cauce. Trozos estériles y anodinos de existencia pequeño burguesa. El ritmo de carrera de Marcel es sólido; me cuesta mantener la brecha de dos metros que nos separa. Mi respirar es penoso y debo boquear constantemente. Luego de engullir miles de metros de duro asfalto, el paisaje se transforma en un verde páramo. Algunas personas que nos han visto pasar en días anteriores saludan batiendo sus manos con entusiasmo. Por el flanco de la izquierda alguien


deMobyDick

nos pide que nos detengamos. Marcel y yo, confundidos, –pues no conocemos a quien nos habla– paramos en seco. El hombre tiene unos cincuenta años, viste un pantalón de lona azul, botas de media caña con las agujetas a medio amarrar y camiseta roja. Se acerca a nosotros y masculla en una armoniosa y exuberante mezcla de rumano, castellano y francés. A pesar de nuestro desconcierto entendemos el mensaje inmediatamente. Propone algo bastante simple: él y otras tres personas –dos hombres más y una mujer, que al parecer son parientes entre sí– nos demandan ayuda para levantar la gran carpa que yace como un escuálido elefante blanquiazul al que le ha dado por no despertarse el día de hoy. No hay nin-

guna razón para decir que no y Marcel y yo nos miramos cómplices para enseguida asentir ambos con la testa. Nos entregan unas estacas de acero y un mazo con un interminable mango de madera. La tarea en un principio parece sencilla. Hundimos un poco la estaca en la suave hierba y la sometemos a salvajes martillazos; yo doy unos cuantos y después entrego exhausto el mazo a Marcel. Transcurren diez minutos y el avance es casi nulo. Marcel me mira implorando una solución, los dos estamos chorreantes en sudor, pero el bastón de hierro apenas si se ha hundido unos pocos centímetros. Alrededor, nuestros compañeros se parten de la risa con el hilarante avance. El más viejo de los hombres –que al parecer es el

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jefe– se acerca, y sin mediar palabra, nos demuestra cómo se debe sujetar el mazo, la posición exacta desde la cual hay que alzar el gran martillo y la inclinación específica para que el golpe rinda frutos. Nos advierte –también sin palabras– que la tarea será más fácil si en vez de uno, usamos dos martillos para que alternadamente demos de porrazos al fierro. Comprendemos la explicación y con formidable decisión nos lanzamos nuevamente sobre la barra metálica. Hemos asimilado el método y logramos incrustar en el suelo varias estacas. Después toca amarrar gruesas cuerdas a las estacas, y con colosal coordinación, levantar el pesado tenderete apuntalando sus distintas zonas utilizando mástiles descomunales. La operación es delicada, pues no deben quedar áreas del techo ni cuerdas sin tensar. Uno de los postes ha quedado suelto y se ha desprendido del tinglado para caer amenazante cerca de nosotros. Luego de varias horas, una extensa sombra ha cubierto el solar y hemos terminado. Todos nos agradecen con alegría. Nos palmean la espalda con vehemencia para enseguida conducirnos hacia un monumental contenedor. Subimos a un tonel que se encuentra a un costado para poder ver dentro. Tres reptiles descansan en el formidable estanque de agua turbulenta. El cocodrilo que está al fondo tiene levantado el cráneo; desafiante, muestra los afilados dientes y las temibles mandíbulas. Su poderosa coraza de escamas duras y secas brilla intensamente. En el centro de la piscina, el saurio más pequeño mantiene la cabeza dentro del agua y genera un continuo y retador cúmulo de burbujas. El tercero, se ha percatado que uno de los ayudantes está por lanzar al interior el cadáver de una gallina inerte y gira bruscamente. Tras el sobresalto, descendemos del tonel, nos alejamos del estanque y, antes de irnos, el jefe nos entrega cuatro entradas para la función del día siguiente. Las ha traído desde el interior de la caravana, estacionada junto a una tremenda y silente roca.

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Mi señora de los mil nombres N.D.V.W. serculto.serlibre.contacto@gmail.com LEONORACARRINGTON

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serculto.serlibre.contacto@gmail.com

iviendo a costa de la depredación humana Para convertirse en algo sintéticamente fértil Es una aleación y una intersección de fonemas desconocidos Evidentes entre cada circuito

Remueve lentamente su acorazado ser Indaga entre la basura humana Permanece solapando a la angustia sin decir nada, se acurruca entre su nobleza Amedrenta su dolor Mientras furtivamente se desolla lento, más lento Para comenzar la taxidermia Diálogos escritos con sangre Permanece

callada

Entre muerte

quieta

en un mundo espiritual

y miseria

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