EL CAMINO DEL ESFUERZO
Introducción Promover el esfuerzo:
¿Es posible? ¿Cuándo? ¿A través de qué, cómo?: Pautas
actuación Con el ejemplo Con una disciplina, exigencia Con pequeñas cosas fáciles y metas realistas Fomentando su capacidad de autocontrol A través de la motivación Reconociendo su esfuerzo
Conclusión Mª Luisa Seco Villar
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EL CAMINO DEL ESFUERZO Pautas de actuación para educar a los hijos en la cultura del esfuerzo desde que son pequeños.
INTRODUCCIÓN: La REALIDAD ACTUAL nos muestra niños que esperan conseguir las cosas sin poner nada de su parte; que no saben lo que es el esfuerzo, porque les estamos acostumbrando a que alcancen todo con mucha facilidad, o bien poniendo en funcionamiento estrategias desajustadas –el llanto o el chantaje-; que adolecen de una incapacidad alarmante para soportar cualquier tarea que implique un esfuerzo. Nos presenta padres que impiden a sus hijos hacer las cosas por sí mismos, hacerse cargo de sus tareas; porque es más sencillo para los adultos realizarlas ellos que enseñarles y esperar a que sean competentes y capaces de ejecutarlas. Padres que intentan evitarles cualquier tipo de molestia, dolor o contrariedad con tal de que sus hijos no sufran; que procuran obviarles las dificultades que, quizá, ellos tuvieron que superar en su infancia, y les ofrecen una vida cómoda, donde no han de realizar esfuerzo alguno para lograr lo que desean. Padres que les han permitido demasiado, pensando que serían mejores padres por dar más y sin esfuerzo por parte de sus hijos. Al final, el fruto de este hacer educativo: son niños blandos, inconstantes, caprichosos, de personalidad débil, incapaces de enfrentarse a cualquier tarea ardua y seria en el futuro, de esforzarse en aquello que no les gusta, pero ser obstinados en hacer lo que les apetece, que sólo se guían por: “me gusta-no me gusta”, “tengo ganas-no tengo ganas”, “me apetece-no me apetece”, “quiero-no quiero”. Finalmente, nos enseña un modelo de sociedad del bienestar y del consumo, y unos medios de comunicación, especialmente la TV, que publicitan y pregonan las conductas facilistas, orientadas por la ley del máximo beneficio, mínimo esfuerzo. Nos venden la idea de que para alcanzar nuestras metas (aprender idiomas, conseguir un cuerpo diez, ganar dinero, alcanzar la fama,…) no es necesario el esfuerzo. Nos despachan el éxito fácil, nos instalan en la cultura de lo cómodo, del esfuerzo cero, en la que lo valioso es lograr el mejor resultado, con el menor empeño.
Frente a esas actitudes paternalistas, enemigas del esfuerzo y la responsabilidad; frente a esa cultura del sin esfuerzo, buenista y amiga de lo fácil, hay que promover la cultura del esfuerzo, del empuje y tesón, de la constancia, perseverancia y de la fuerza de voluntad para vencer y superar obstáculos y dificultades, para llegar al final, logrando las metas propuestas y disfrutando del éxito de la tarea.
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PROMOVER EL ESFUERZO
¿Es posible? Sí porque el esfuerzo no es una cualidad innata, no se nace con ella; no forma parte de la herencia genética, no es un rasgo estático e inalterable. Se hace, no se nace. Es una capacidad que debe aprenderse, entrenarse día a día, convirtiendo los comportamientos en hábitos, y así disminuyendo la sensación de esfuerzo. En definitiva, es educable, se enseña y se aprende y, por tanto, es posible desarrollarla en los pequeños. Incluso, se podría afirmar que los grandes logros y triunfos son más fruto de la tenacidad y del esfuerzo de cada día, que de la misma dotación genética.
¿Cuándo? La edad ideal se sitúa entre los 6 y los 12 años. Esta etapa es decisiva para desarrollar en ellos la capacidad de sacrificio, la voluntad para la lucha, el afán de superación; para enseñarles a ser trabajadores y responsables de sus actos. Es el periodo más sensitivo, en el que se aprende con más arraigo y naturalidad.
Ahora bien, todo comienza cuando son pequeños y en casa; donde al mismo tiempo que se les rodea de cariño, los niños empiezan a ser introducidos en las rutinas que van haciendo su vida más fácil y eficiente. Ya, desde bastante pronto, y aunque vean a sus hijos muy pequeños, los padres deben darse cuenta de que lo importante no es ahorrarles el mínimo esfuerzo, sino proporcionarles las estrategias y habilidades que les ayuden a enfrentarse a los contratiempos que se les presenten. Y, para lograrlo, es preciso que, desde su corta edad, sus hijos vayan haciendo todo aquello que deben y pueden, aunque no les guste. Pues, si esos niños se ven privados de los esfuerzos, los retos y las exigencias, llegarán a la adolescencia y no estarán dotados de la energía interior para superar los obstáculos con los que se toparán en el camino de su vida.
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¿Cómo, a través de qué, con qué?: Pautas de actuación 1. A través del EJEMPLO Los valores (el esfuerzo, el respeto, la tolerancia, la generosidad,…) se muestran y se contagian, no se imponen. Y, muchos de los que adoptarán a lo largo de su vida tienen que ver con los que observaron en sus padres, a los que imitaron y tomaron como modelos.
Los padres tenemos que ir por delante. Si nosotros nos esforzamos, ellos se dan cuenta, aunque no se lo digamos y nuestro modelo será el impulso que necesitan. Por ello, les han de dar ejemplo; practicando continuamente la virtud del esfuerzo, incluso navegando contracorriente. A sus hijos les influye favorablemente ver que sus padres se esfuerzan, luchan por sus objetivos, persisten, no se dejan vencer o se desaniman ante errores y contratiempos y controlan sus emociones –no quejándose cuando las cosas no les salen como esperaban y siendo capaces de superar las dificultades y seguir adelante; reconociendo y asumiendo, con humor y sin perder la calma, sus propios errores, corrigiéndolos y aprendiendo de ellos. Los niños aprenderán a esforzarse si observan la alegría y diligencia de los adultos por cumplir bien su trabajo. Ahora bien, si sólo les escuchan quejas, excusa y lamentaciones al tener que trabajar por obligación, ellos llegarán a hacer lo mismo. Si los padres maldicen el esfuerzo y el tiempo dedicado a su profesión, si no muestran la satisfacción que les da y, por el contrario, manifiestan una marcada valoración del ocio y la inactividad por encima del trabajo, les estarán inculcando valores desfavorables que los hijos posiblemente aplicarán a sus estudios primero, a su empleo después y a la vida en general. Pero, no sólo es importante el ejemplo de los padres, también se puede recurrir a las figuras de deporte, el cine, a ídolos que sus hijos conozcan, admiren y les resulten atractivos. A esos triunfadores no les han regalado nada. Detrás de sus éxitos hay una ingente cantidad de esfuerzo, pese a que los medios de comunicación únicamente nos ofrezcan la cara brillante y luminosa y no el enorme trabajo subyacente. De este modo, les estamos enseñando la cara positiva del esfuerzo, presentándolo como algo valioso y necesario para alcanzar los objetivos y metas propuestas.
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2. Con una DISCIPLINA y una EXIGENCIA Implantad costumbres lo más regulares posibles, horarios, hábitos, normas. Hay que conducir al niño y al joven a través de una adecuada disciplina, a través del establecimiento de límites y del trabajo bien hecho. Contar con un horario les ayudará a desarrollar su capacidad de autoexigencia. Por ello es bueno que cumplan un plan, que desde pequeños se habitúen a hacer en cada momento lo que deben y no lo que les apetece. Los niños a menudo echan pulsos a sus padres para salirse con la suya y hacer solo lo que les gusta. Ante esto, los adultos han de mostrar una actitud firme y exigir lo que crean más conveniente.
Es importante que el esfuerzo se convierta en un hábito (que se adquiere por la repetición de actos semejantes); ya que resultará menos costoso, una vez instituido y establecido el hábito. Y esto se consigue con el equilibrio mágico entre control y afecto. Para ello hay que saber conjugar la exigencia y la firmeza con el cariño y la comprensión. Y es desde esa exigencia amable de padres y educadores como se desarrollará el esfuerzo, la constancia, la perseverancia, la responsabilidad y la fuerza de voluntad. Con los años, es lo deseable, esa exigencia externa se transformará en autoexigencia. La disciplina externa es esencial. Los niños no tienen la capacidad suficiente para conducirse por sí mismos. De ahí, que padres y maestros han de poner límites a su conducta, establecer unas reglas externas, y progresivamente entregarles la responsabilidad de conducirse por sí mismos de manera adecuada. Cuando los niños obedecen, hacen caso a los adultos, en vez de seguir sus caprichos, ganas o apetencias, estarán sentando las bases para construir una personalidad fuerte. Por ello, es importante que aprendan a obedecer, aunque no les guste.
Los padres no deben sentirse mal por limitar a sus hijos. Los límites son siempre buenos. No educarán en la responsabilidad y esfuerzo, si no marcan claramente las cosas que desean de sus hijos. Para ello, deben explicitar una serie de normas, pocas y claras, de obligado cumplimiento. Y, deben ser coherentes, pues es la única forma de hacerles ver que los adultos dicen las cosas en serio, y eso dará seguridad a sus hijos Y, por tanto, no deben ser arbitrarios – no cambien de criterio-, es decir, a una determinada conducta ha de seguir siempre una determinada consecuencia. 5
Enséñale a respetar y cumplir las normas. No olvide que disciplina, exigencia y esfuerzo están íntimamente ligados.
3. Con PEQUEÑAS COSAS FÁCILES y con METAS REALISTAS Si al principio les enseñamos a esforzarse en cosas pequeñas, cuando sean mayores serán capaces de afrontar mayores retos, de atreverse con grandes dificultades y desafíos, de ser aptos para cualquier tarea seria y ardua en el futuro. El esfuerzo se educa en situaciones muy sencillas y no demasiado exigentes (por ejemplo, recoger sus juguetes, levantarse a la hora, comer algo que no les guste mucho,…). Se entrena a través de tareas que impliquen un esfuerzo adaptado a sus posibilidades, y cuya dificultad será graduada y progresiva según vayan madurando. Cuando los niños crecen sin haber luchado por las pequeñas cosas cotidianas, es posible que se conviertan en adultos mediocres, débiles, incapaces de cumplir sus tareas u objetivos.
Por ello, es importante practicar la “Pedagogía de la Contrariedad”, en el sentido de que el niño o el adolescente se encuentren en el camino con dificultades que le estimulen a esforzarse. Si no se topan y tropiezan con obstáculos en su viaje, no aprenderán nunca a superarlos.
Es conveniente evitar el paternalismo de “ya te lo haré yo”; por lo tanto, no sustituirles en aquellas cosas que puedan hacer, ni adjudicarse el rol de ser esclavos de los hijos. Pues, realmente es una contradicción querer que se esfuercen y, por otro lado, resolverles los problemas. Por ello, antes de allanar las asperezas del camino de sus hijos, piense que lo único que van a representar son experiencias y un paso más en su crecimiento y madurez; la cual se derivará del trabajo y del esfuerzo y no de recibir las cosas fáciles. Ya desde pequeños se les ha de enseñar a ir asumiendo responsabilidades, a ser progresivamente más independientes y autosuficientes; prestándoles la ayuda siempre que sea preciso, pero sin hacer por ellos lo que pueden realizar solos, aunque con esfuerzo. En definitiva, los niños deben aprender a solucionar los problemas que son capaces de resolver, sabiendo que cuentan con el apoyo emocional de sus padres, pero que son ellos los protagonistas.
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Hay que acostumbrarles a que adquieran compromisos y exigirles su cumplimiento, a que se propongan pequeños proyectos que impliquen esfuerzo y constancia (realizar alguna colección, hacer algún deporte,…) y que no los abandonen al primer contratiempo. Previamente, enseñarles a establecer metas realistas y alcanzables.
Inicialmente, es el adulto el que marcará las metas, adecuadas a su edad y capacidades, sin caer en los extremos de subestimar sus posibilidades, ni de pedirle imposibles. Serán concretas y fácilmente controlables por los padres diariamente (ejemplo, ponerse a estudiar a una hora fija, dejar la ropa doblada, no hacer chapuzas en los deberes,…). Posteriormente, le enseñará a que sea él quien se marque sus propios objetivos, animándole para que tome sus decisiones y sea consecuente con ellas; guiándole y orientándole en los momentos de confusión, en que no sepa qué alternativa seguir, a través de preguntas (¿qué quieres hacer con…?, ¿qué te propones con esto?,…) Y, sobre todo, haciéndole ver que todo supone un esfuerzo, pero que al final merece la pena, y que el esfuerzo se forja en el vencimiento de cosas pequeñas, en hacer en cada momento lo que se debe hacer aunque cueste.
4. Fomentando su CAPACIDAD DE AUTOCONTROL Enseñarles a controlar sus emociones cuando los resultados no son los esperados; que no se quejen por todo, y menos cuando las cosas no resultan. Procurar que dominen sus impulsos, que aumenten su capacidad de espera ante determinados acontecimientos, que toleren las pequeñas frustraciones y sean capaces de demorar, aplazar las gratificaciones y recompensas. Los niños necesitan saber que muchas veces hay que hacer cosas desagradables para conseguir una meta agradable y que mantener el esfuerzo durante el trayecto es duro (por ejemplo, es genial jugar bien al tenis, ahora bien hacerlo así, requiere sacrificio y entrenamiento).
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Han de aprender a hacer lo que deben y no lo que quieren; pues si se dejaran llevar únicamente y siempre por lo que les apetece en cada momento, seguramente no colaborarían en las tareas de la casa, no estudiarían,… no aprenderían a controlar su impulsividad, ni su impaciencia, no sabrían anteponer los objetivos importantes al placer inmediato y, consecuentemente, cuando crezcan no sabrían enfrentarse solos a los impedimentos que aparezcan en su camino, ni luchar por metas que valgan la pena. De ahí, que hay que evitar criar hijos esclavos de sus apetencias.
Para el logro de este autocontrol, es importante:
No ceder a sus caprichos: no darles todo aquello que nos piden, aunque económicamente no nos suponga un problema. Pues no habrá esfuerzo cuando tu hijo tiene todo lo que desea, cuando antes de abrir la boca tiene una necesidad cubierta. Hay que mostrarles el camino del esfuerzo, no del consentimiento y la opulencia. Dosificar los regalos, asociándolos a algún éxito del niño. Enseñarles desde pequeños a esforzarse, que aprendan que lo que realmente vale tiene un coste y, que lo que conseguimos a través de nuestro esfuerzo tiene mucho más valor que lo logrado gratuitamente a cambio de nada. Explicarles que las cosas que se empiezan hay que terminarlas, y que no se deben hacer chapuzas. Por tanto, no permitir que dejen las cosas sin acabar, y si comienzan algún juego o tarea, lo concluirán antes de pasar a otro. Enseñarles a perder, a equivocarse, a no llegar. Animarles a que lo intenten de nuevo, hacerles ver que de los errores también se aprende. Ayudarles a tener paciencia cuando las cosas no les salen como querían o si sufren cualquier contratiempo. Esto les dará estrategias para lograr una buena tolerancia a la frustración.
Actuando así aprenderán a sobrellevar con buen ánimo las situaciones frustrantes, a valorar las cosas, a esperar, a soñar, a desear lo que quieren y a esforzarse por conseguirlo.
5. A través de la MOTIVACIÓN Sin motivación es imposible que alguien luche por una meta. De ella surgirá la disposición para el esfuerzo. Será el motor que posibilite realizar el esfuerzo preciso para vencer dificultades y lograr objetivos. Los padres han de presentar a sus hijos motivos valiosos, por los que merezca la pena esforzarse y contrariar los gustos cuando sea necesario. Es importante averiguar los motivos que les mueven a la lucha, pero es un hecho que niños y adolescentes viven el presente y les cuesta mucho pensar en el futuro: por lo tanto, hay que buscar motivaciones que les resulten cercanas, y no pensar en situaciones excepcionales, sino en ocasiones cotidianas. 8
Cuando son pequeños, la motivación será extrínseca y estará relacionada con: los premios (chuches, recompensas materiales,…); con la aceptación y aprobación de las personas significativas –padres, maestros- de su entorno; lo atractiva y placentera que pueda resultar la tarea a realizar; la valoración social.
Progresivamente, la motivación será más intrínseca y tendrá que ver con el orgullo por los logros propios, con la 1alegría interior que se produce cuando se corona un esfuerzo con éxito. Es decir, la motivación externa, realizada por otros, irá dejando paso, paulatina pero firmemente, a la automotivación del adolescente y del joven.
6. RECONOCIENDO EL ESFUERZO Valore positivamente y reconozca su interés y sus esfuerzos. De esta manera, ayudará a desarrollar la motivación interna; la satisfacción por el trabajo bien hecho, la alegría del deber cumplido.
Si el niño actúa con esfuerzo y de forma responsable: hágaselo saber de palabra, destaque los logros, no sólo los fallos de su hijo; apóyele si lo necesita; muestre interés pos sus cosas y anímele.
Aquellos adultos que nunca están satisfechos con lo que su hijo consigue, que no valoran sus avances y logros, no le harán ningún favor. Por consiguiente, no olvide alabar y reforzar sus pequeñas conquistas y méritos, siempre que haya realizado un esfuerzo. Para su hijo es muy importante ser elogiado por las personas que le importan.
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Tenga en cuenta que valorar su éxitos recompensa su esfuerzo y mejora su autoestima.
CONCLUSIÓN: La ilusión de los padres es tener hijos felices, trabajadores y orgullosos de sus logros. El camino no es el del consentimiento y el de darles todo hecho. El camino es enseñarles el valor del esfuerzo y del empeño. Si les educamos siguiendo esta senda, en el futuro nos lo agradecerán. El esfuerzo es un factor imprescindible para alcanzar la madurez, que no es fruto del dejarse llevar por lo que apetece, sino de la perseverancia, de la renuncia a metas inmediatas, de la disciplina y del esfuerzo. Alguien dijo: “Para ser feliz no hay que hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace”. Además, no hay que olvidar que lo que se logra con trabajo y empuje, se valora y se respeta. Los padres se deben esforzar en hacer de sus hijos personas constantes, persistentes, trabajadoras y amantes de sus profesiones. Y serán esas cualidades su mejor preparación, no sólo para triunfos futuros, sino también para una felicidad auténtica.
Espero que estas pautas os sirvan de ayuda en vuestro hacer educativo.
Mª Luisa Seco Villar
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