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trans a las/los antiderechos
Carta abierta de la red comunitaria trans a las/los antiderechos
Juli Salamanca
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La lucha feminista, con el paso del tiempo y por la magnitud de las batallas libradas, se ha consolidado como un referente de justicia y diversidad, un movimiento dinámico y a la vanguardia de la acción colectiva emancipatoria de la humanidad. Quienes hemos encontrado amparo en su seno, lo hemos hecho movidas por el imperativo de que todas somos iguales y que merecemos los mismos derechos. Sin embargo, el feminismo es heterogéneo; no todo es consenso. Existe una corriente minoritaria del movimiento que considera que no todas las mujeres somos iguales, sino que hay unas mujeres mujeres (al mejor estilo machista que considera que hay machos bien machos) y otras, que por no tener útero y no menstruar, no podemos compartir la misma categoría de derecho que las primeras (a pesar de habernos integrado a la sociedad como mujeres y haber sufrido toda la vida la misma violencia machista).
Esta facción del feminismo es la de las Trans-Excluyentes, quienes recientemente han hecho un llamado mundial para firmar un manifiesto-pliego en el que exigen a los gobiernos, palabras más palabras menos, sacar por completo a les trans de las políticas públicas focalizadas para mujeres y eliminar de raíz el componente de identidad de género del lenguaje estatal, pues aducen que dificulta la protección real de mujeres y niñas. También proponen «que se incluyan medidas para garantizar que las organizaciones [de mujeres diversas y lgbti] no reciban fondos estatales para promover los estereotipos sexuales y el concepto de “identidad de género” en las instituciones educativas». Esto es increíble, quieren destruir todo lo que hemos conseguido en materia de género e identidad y a la vez quieren desfinanciar a muchas organizaciones.
Más allá del asombro que genera el hecho de querer quitarle derechos a las históricamente marginadas y empobrecidas (de aquí el calificativo que se merecen: antiderechos), esta chorrada de insensateces lo que refleja es su preocupación por la representatividad: tienen miedo de que «los hombres que afirman tener una identidad de género femenina» (así lo dice el documento) coopten los espacios reservados para las que tienen vulva y pueden gestar. O peor aún, temen que las personas trans organicemos lo que sería el próximo holocausto, «el exterminio de las mujeres humanas (hembras humanas, es decir, nacidas con vagina y útero)», según Carolina Sanín.
Tranquilas, nosotras no somos ese monstruo empelucado que viene a infiltrarse como espía. Estamos cansadas de esa retórica violenta y de odio, que nos acusa de victimarios por ser quienes somos. No, no planeamos ningún exterminio pues eso sería replicar el principal dispositivo que ha utilizado el patriarcado para invisibilizarnos. Además no caemos en lógicas violentas ni discursos de odio, nuestro plan es seguir siendo, con plena autonomía y libertad, mujeres. Exigimos una cosa, que no se intente imponer una visión cerrada sobre el género, al mejor estilo fasCISta, que reduzca algo tan complejo y multidimensional como la identidad de una persona a lo que tienes en medio de las piernas o a una cuestión de gustos por el rosa y el azul. No, el ser mujer u hombre supera esas nimiedades.
Ahora pongamos las cosas en orden, en Colombia (y mucho tememos que en América Latina en general) estas ideas son recibidas con los brazos abiertos no solo por las antiderechos trans, sino sobre todo por el gobierno paraco y uribista de Iván Duque. Recordemos que esta fuerza de extrema derecha, en un gesto muy similar al de Bolsonaro en Brasil, para llegar a la presidencia se alió con iglesias y partidos cristianos, y con una figura repudiable como Alejandro Ordóñez (famoso legionario santandereano, exprocurador y ahora embajador). Como era de esperarse, a estos fundamentalistas no les bastó con un ministerio o una embajada. No, ellos venían por la transformación ideológica de fondo, reflejada en papel. Y lo han conseguido: 1) buscaron instaurar el Ministerio de la Familia; 2) eliminaron el enfoque interseccional de los pa-
pers de la oea y de sus diferentes Comisiones; 3) Intentaron proponer en la oea incluir el derecho de los padres a que sus hijos reciban educación religiosa y moral de acuerdo a sus convicciones, en contraposición a incluir la no discriminación y el interés superior de los niños en la resolución de libertad religiosa; y 4) engavetaron la política pública nacional para los sectores lgbti.
Pues bien, las palabras tienen poder y los discursos violentos se han materializado en el empeoramiento de las condiciones de vida de mujeres y personas lgbti en Colombia. Volvimos a la Colombia del siglo pasado.
Las similitudes entre este tipo de discursos son más que evidentes: dicen que no existe el género sino el sexo y con base en esta categoría proyectan una única forma de ser mujer: cisgénero y heterosexual (¿blanca?). No se dan cuenta que el sexo, la orientación sexual, el género, la clase social y la procedencia se combinan para perfilar una identidad que se construye desde la niñez temprana, y por eso no les gusta el enfoque interseccional. Ambos tienen en común lo de antiderechos. Por eso es necesario denunciar a quienes usan una posición privilegiada de poder, usan el «capital cultural», para diseminar ideas que erosionan décadas de lucha social y así abonarle el terreno a los fundamentalistas.
Es evidente que estas políticas de extrema derecha tienen por finalidad volver a controlar nuestros cuerpos, vigilarlos y reprimirlos, exigiendo que se censuren en nombre de las mujeres. ¡Qué vergüenza ser feminista y serle útil al gobierno de Iván Duque! De seguir por esta vía trans-excluyente, las feministas antiderechos corren el riesgo de convertirse en el brazo ideológico de la institución retardataria y conservadora. Es decir, de funcionar como la otra cara del poder institucional que siempre nos ha negado espacios, voz y capacidad de decisión.
Estamos cansadas de cargar con su rabia y sus insultos (compararnos con terraplanistas demuestra una falta de empatía indignante). No queremos más retóricas de violencia, háganse responsables de sus palabras, y dénse cuenta que este año van más de treinta muertes de personas trans, siendo la mayoría crímenes de odio. Odio que se nutre de discursos peligrosos.
Nosotrans somos arquitecturas vivas, bien lo señaló Paul B. Preciado, y no merecemos ser apagadas por haber mutado. Es por esto que somos feministas porque sabemos que el movimiento está compuesto por minorías, por multiplicidades y singularidades. Sabemos que no hay un único escenario feminista exportable y que un análisis transversal de la opresión pasa por el cuerpo, la raza, el género, la sexualidad y el sistema económico (he aquí la importancia de la interseccionalidad).
Gracias al feminismo logramos hacer las paces con nuestros cuerpos, nos reconciliamos con los genitales, que no hay que mutilar si no queremos; el feminismo nos ha permitido reflexionar y desaprender prácticas machistas que teníamos interiorizadas, nos hizo llegar a plantearnos nuevas preguntas: ¿Qué es ser mujer? ¿Hay prerrogativas para serlo? ¿Se nace siendo mujer? ¿La genitalia determina tu destino?
Así fue que construimos un espacio de libertad en el que, siendo una y todas a la vez, recuperamos la capacidad de ser autoras de nuestros relatos. ¡Volvimos a ser dueñas de nuestros propios cuerpos gracias al feminismo! Nuestra identidad se enriqueció al aliarnos para siempre con la diversidad y la pluralidad de cuerpas. Y tenemos clarísimo que son muchas más las colectivas feministas que nos ven como iguales. Pero rogamos a las feministas que se autodenominan radicales, no que cambien su pensamiento, pues cada una tiene la facultad de perfilar sus discusiones como se le dé la gana; pero sí que le bajen al odio y la violencia en el discurso y que su actuar no vaya en contravía de nuestras reivindicaciones, que no intenten arrebatarnos las pequeñas-grandes victorias que tanto esfuerzo y, literalmente, sangre, nos han costado. •
Con rabia organizada, Red Comunitaria Trans