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Where You Been

Wenceslao Bruciaga

@distorsiongay

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Hardcore y slam de ambiente controlado: Idles en San Francisco

Primero y antes que nada: Joe Talbot tiene unas pinches nalgotas. Y lo sabe. Tanto, que se pone unos pantalones tipo Dockers tan ajustados que, a su lado, el Latin Lover se vería tan plano como mis propias nalgas.

Está bien pinche sabroso el bato.

Conseguimos los boletos tarde. Pero pudimos entrar a uno de los conciertos más esperados en San Francisco, según contaban los asistentes. Y organizadores de otros eventos. Como el compa que había armado un pequeño festival de synthpop-darkwave en un buen espacio y con bandas interesantes ese mismo sábado. Me envió un mensaje de texto minutos antes de que Gustaf, la banda telonera, empezara sus aventuras de postpunk travieso y casi feminista, resignada a la ansiedad que provocan los monólogos del Instagram: «¿Quieren venir después? Esto está casi vacío. Toda la Bay Area está con los Idles», escribió.

Sus sospechas parecían ciertas. La fila para entrar al Teatro Warfield llegaba a la esquina de Market y daba la vuelta a la derecha, sobre la calle Turk. Las expectativas eran altísimas. La gente avanzaba inquieta, como si hubieran ingerido píldoras de 2CB al mismo tiempo. Era comprensible. Además de sentir que la vida va regresando, más o menos, a como era la normalidad hasta antes de la pandemia, Idles es la banda que ha popularizado el punk hardcore a niveles que sus canciones compiten en el mismo nivel que los temas de moda de reguetón, k-pop o el último hit de DuaLipa. Varios de los asistentes llevaban playeras de la cantante inglesa o Billie Eilish.

Idles no son muy distintos a la escuela de Lipa y Ellish. El quinteto comparte la espiritualidad de su generación en la que la justicia social es una obsesión creativa. Y la masculinidad tóxica es el origen de todos los males que nos aquejan. Por ello hay que vencerlo. Deconstruirlo.

El pedo es que los Idles no solo se toman en serio sus ñáñaras por hacer de este un mundo mejor. Para ellos, el humor británico es cosa de honor. Cuando terminaron de tocar «Colossus», el track con el que arrancó el concierto, Joe Talbot se dirigió a los asistentes al borde del escenario que habían empezado los brotes de slam —¿Así que quieren ponerse muy violentos?— de un modo intimidante. Giró un par de órdenes para que el moshpit se diera de manera organizada, con el tono de un militar cargante. Al percatarse de que había conseguido poner a los mozalbetes confundi-

dos y algo asustados, se cagó de risa y gritó: —¡A la verga, hagan lo que quieran, vamos a bailar! Y empezó con «Car Crash» de su más reciente álbum, Crawler, lanzado este 2021. Todo lo que vino después fueron cascadas de grandes éxitos que el público coreaba con violenta religiosidad, bravuconería barbona, mensajes positivos a favor de la diversidad, contra la discriminación, y un rosario de disculpas por ser hombres. Idles bien podrían ser la versión post-hardcore de Coldplay. La cosa es que el truco de los Idles consistió en barajar provocaciones de punk-hardcore con Cuando terminaron de tocar consignas contra la masculinidad tóxica «Colossus», el track con el para que, es especial los hombres, no se que arrancó el concierto, Jon Talbot se dirigió a los asistentes al borde del escenario que habían empezado los brotes sintieran culpables de fomentar el patriarcado con un baile tan orangután como lo es el moshpit. Por momentos, en rolas de clímax violento como «Anxiety», «1040 Gotho» o «I’m Scum», Talbot daba de slam —¿Así que quieren la espalda al público para bailar afeminaponerse muy violentos?— de damente, contrarrestando la tendencia un modo intimidante. del hardcore. Pero esos meneos me parecieron un plagio de la coreografía de Brett Anderson de Suede cuando interpreta «Animal Nitrate». Mientras, Adam Devonshire permanecía tieso, sacando el bajo y los sangrientos gritos que le han dado personalidad a los Idles, y las guitarras de Mark Bowen y Lee Kiernan bailaban como lo haría Marc Bolan. Incluso con los mismos pantalones de glam vintage. El toquín fue bueno, sin duda. La energía de Talbot al golpearse el macizo pecho con su mano derecha era contagiosa. Me recordó los videos porno gay de corte leather. Cuando los hombres se golpean los pechos mientras chocan sus bigotes y se besan con gorras de policía. Esos movimientos también excitaban a la raza. Contagiaba su furia milenial que se diseminaba como el mismo coronavirus. Y la infección tomaba forma de agresividad bañada en sudor humano. Con todo y que vimos la marea de cabezas a punto de desnucarse desde una hilera en la planta alta del teatro Warfield en San Francisco. Hubo dos momentos en los que la platea del Warfield cimbró como si un temblor de magnitud 7.1 en escala de Richter sacudiera San Francisco. Con epicentro en los brincos de los asistentes en la zona general. Sobretodo cuando sacaron «Heel/Heal» de sus primeros sencillos, pero sobre todo con los coros de «Never fight a Man with a Perm» de ese grandioso disco que fue Joy as an Act of Resistance. Con el que los Idles se convirtieron en la banda de culto viviente que es hoy. •

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