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El dilema del votante Enrique Paz 50 El mercado del arte en 2020 Helio Pareja
El dilema del votante
Enrique Paz*
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El 6 de junio se renueva la Cámara de Diputados, 15 gubernaturas estatales, 30 congresos locales y ayuntamientos en 29 estados del país. Es la elección más grande en la historia del país por el número de cargos de elección popular en disputa, y más compleja en cuanto a su organización por las condiciones sanitarias derivadas de la pandemia de la COVID-19. Sin duda un reto para el Instituto Nacional Electoral (INE) y los Organismos Públicos Locales (OPLES) encargados de organizar, vigilar y fiscalizar las campañas electorales, la jornada electoral y los cómputos distritales.
De igual forma, el reto de la ciudadanía es enorme en cuanto a identificar sus preferencias electorales en el ámbito federal y local (en el caso de las elecciones concurrentes), los cargos en disputa y la configuración de las ofertas electorales.
Sin embargo, el dilema del votante no solo es por la cantidad de participantes o la dificultad de identificar la preferencia hacia un partido o candidato. El dilema real que enfrenta un sector de los electores es definir su voto en un contexto de alta polarización política.
En una democracia, la elección de representantes implica un proceso de definición que puede ser desde un modelo muy estructurado, estratégico y racional hasta uno donde la afinidad, simpatía o lealtad personal u organizativa tiene más peso al momento de marcar la boleta electoral. En nuestro país el comportamiento electoral está compuesto de estos dos modelos de decisión al momento de elegir a sus representantes populares, además de la información política o situación personal en la que se encuentra en ese momento. Dadas las condiciones políticas en las que se presentan las elecciones de este 6 de junio, el dilema del votante está inmerso en una narrativa que parece darle un peso histórico a la decisión que tendrá que tomar cuando tenga la o las boletas en sus manos. Esta narrativa impulsada tanto por el partido en el gobierno y sus aliados, quienes se juegan la mayoría en la Cámara de Diputados, como por los partidos de oposición, que buscan aumentar sus escaños legislativos y su poder de negociación, se centra en una definición: votar por la continuidad de la Cuarta Transformación o elegir a la oposición para frenar la destrucción de la democracia en México.
En esta lógica, votar por la oposición sería con el objetivo de contener la expansión y profundidad de los cambios no democráticos del gobierno obradorista, castigar su ineficacia en la gestión de la pandemia y evitar la “destrucción” de la economía en los próximos tres años. Por el otro lado, elegir a los partidos de la Cuarta Transformación es consolidar el proyecto elegido en el año 2018 de transformación del Estado mexicano, extirpar en definitiva al régimen neoliberal e impedir el regreso de las élites corruptas y privilegiadas engendradas por el PRI y PAN. Aunque esta narrativa impera en las elecciones intermedias en nuestro país, por lo menos desde 1997, las circunstancias actuales nos llevan a profundizar en la lógica política de encapsular las preferencias en dos bloques.
De inicio hay que señalar que los dos bloques encuentran su asidero en el pasado. La oposición en el pasado inmediato, de añoranza a una democracia liberal, cuyas instituciones dieron sentido a la transición política y los enclaves de una economía de mercado como sustento del desarrollo nacional. Y la coalición gubernamental en el pasado del
*Enrique Paz es politólogo y Maestro en Estudios Políticos y Sociales por la UNAM. Experto en asuntos legislativos, proceso electoral y partidos políticos. Consultor político y asesor en la Secretaría de Educación de la Ciudad de México. Fue coordinador de asesores del Grupo Parlamentario Nueva Alianza en la Cámara de Diputados en la LXII Legislatura. Consejero Electoral Distrital del entonces Instituto Federal Electoral (hoy INE) en los procesos electorales de 2000, 2003 y 2006. Participó como consultor político en campañas electorales de presidentes municipales y diputados federales. Ha sido profesor en los diplomados impartidos por el Instituto Ortega y Gasset en México en materia Educativa y Transparencia y Acceso a la Información. @jepp_79
nacionalismo revolucionario, basado en la ideología de masas y el estatismo como instrumento de justicia social.
Para el bloque opositor, antes de 2018 México se dirigía a un sendero de modernización económica con amplia participación en la economía global, pero con la llegada de la 4T este proceso no solo se detuvo, sino que se dirige a un franco retroceso. Las decisiones en estos dos años de gobierno constatan esa visión.
En el plano político, el ataque constante al Instituto Nacional Electoral (INE) y el intento de prolongar la presidencia del ministro Arturo Saldívar en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) son las últimas muestras que fortalecen los argumentos de quienes consideran al gobierno actual una amenaza a la democracia.
En el plano económico, la contrarreforma energética y la negativa del gobierno federal de impulsar un plan fiscal enfocado a reactivar la economía son decisiones que muestran la aversión gubernamental hacia la participación privada en la economía.
En estas circunstancias el dilema del votante se podría reducir a esas dos posiciones mutuamente excluyentes y definitorias para la correlación de fuerzas rumbo a la elección presidencial de 2024. No obstante, un análisis más profundo de esta narrativa nos lleva a cuestionar las bases argumentativas en ambos bandos.
Del lado gubernamental y sus partidos, es altamente cuestionable si la transformación ofrecida es un proyecto colectivo o los sueños delirantes de un autócrata. La confrontación sistemática provocada por las declaraciones y decisiones presidenciales, lo mismo un periodista, los medios de comunicación o hasta los médicos de hospitales privados, ponen en duda si el proyecto de la llamada 4T es un movimiento de regeneración nacional o uno de reivindicación del resentimiento social.
Pero la oposición tampoco se salva. De entrada, los partidos que hoy se inmolan en la bandera de la democracia y la justicia social, poco o nada hicieron para sentar las bases de un México democrático e incluyente. Por el contrario, el surgimiento del populismo obradorista arraigado con una base social sólida es consecuencia de los pésimos gobiernos de la tríada opositora.
Lo más lamentable es que ni el golpe de realidad de la elección presidencial de 2018 y la inocuidad de su presencia en estos dos años fueron suficientes para modificar el comportamiento de estos partidos políticos. Una muestra es la lista de sus candidatos a las diputaciones federales, donde prevalecen los mismos rostros del fracaso de la transición política.
Así, el dilema del votante se presenta como una situación en el que sus alternativas se reducen a elegir el mal menor: entre una oposición partidista que no aprende de su pasado de corrupción y rechazo social; o una transformación unipersonal basada en la aniquilación de la pluralidad política. Una situación lamentable ante los retos que tenemos como país en el futuro inmediato.