Augusto Pérez Toro

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Augusto Pérez Toro El Apóstol de la milpa Lic. Rolando Rodrigo Zapata Bello

Gobernador Constitucional del Estado de Yucatán

Dr. Raúl Humberto Godoy Montañez

Secretario de Investigación, Innovación y Educación Superior

Dr. José Jesús Williams

Rector de la Universidad Autónoma de Yucatán

Coordinación editorial de la Colección Pilares de la Ciencia

Doctor Carlos E. Bojórquez Urzaiz y M en C José Luis Domínguez Castro

Colección: Pilares de la Ciencia


Índice Exordio / Introducción José Luis Domínguez Castro / Capítulo 1 Semblanza del Ing. A. P. T. Ing. Juan Duch Gary (+) / Capítulo 2 La Milpa. Calendario, estadísticas y glosario de palabras mayas / Capítulo 3 Currículum Vitae Ing. Augusto Pérez Toro / Capítulo 4 Dos Poemas / Testimonios: Elizabeth Pérez Esquivel / Susana Elisia Lara Pérez / Fotos familiares / Portadas de libros y revistas /


Colección: Pilares de la Ciencia Exordio Pilares de la Ciencia es una colección de fascículos destinados a reconocer la obra de aquellas figuras imprescindibles de la ciencia, cuyas aportaciones, situadas en diferentes épocas y circunstancias, sirvieron de cimiento para la formación de instituciones investigativas, encabezadas por la Universidad Autónoma de Yucatán, y abrieron paso a la llegada e inauguración de importantes centros de investigación nacionales e internacionales, así como de universidades prestigiadas. Al mismo tiempo, estos cuadernos son un recorrido por una especie de galería donde el rostro y las obras de los científicos se mostrarán a las generaciones que se inician en la vida universitaria, con el propósito de acercarlos a la trayectoria, en ocasiones difícil por la época que les tocó vivir, de quienes sentaron las bases de la ciencia y la educación superior en el estado de Yucatán. Sin duda, su lectura será una experiencia que permitirá conocer el largo camino que se ha tenido que recorrer, antes de hacer de nuestro estado el lugar propicio donde confluyen centros de investigación y universidades, conformando un ventajoso ecosistema, que traducido en políticas públicas, a cargo del gobierno que preside el abogado Rolando Zapata Bello, impulsan el bienestar de la mayoría de los ciudadanos con base en el desarrollo científico y la innovación tecnológica y humana. Si conseguimos provocar en los lectores interés en el estudio de la vida y obra de esta pléyade de talentos, a quienes con justicia denominamos Pilares de la Ciencia, nos sentiremos satisfechos ya que seguramente su ejemplo atraerá a la juventud en su afán por indagar asuntos capaces de enriquecer los caudales del conocimiento y la práctica científica. Dr. Raúl Humberto Godoy Montañez Secretario de Investigación, Innovación y Educación Superior

Introducción Hasta los años 90´s, en los círculos oficiales del Estado de Yucatán se decía que aún se sembraban 40,000 Has. de maíz cada año y que, pese a que el fenómeno de Cancún en su mejor momento como polo de atracción laboral había desplazado a miles de campesinos mayas de sus hogares, en gran parte de las familias campesinas la milpa seguía siendo una práctica común. Si bien no era suficiente para cubrir la alimentación de las unidades domésticas, esta actividad ocupaba en buena medida la mano de obra de los yucatecos en ciertas épocas del año ya que, además de ser el maíz la base de la alimentación tradicional de las familias peninsulares, la milpa, con la práctica de sembrar cultivos asociados, junto con la ganadería abierta y la apicultura para algunas familias, seguía ocupando un lugar central en la economía peninsular. Aunada a las tradiciones rituales que la acompañaban, no había sido ser desplazada, ni por la migración hacia los polos turísticos, ni por la subocupación de los campesinos en la industria de la construcción o en los servicios urbanos y en el comercio. Sabemos lo que el maíz ha significado ancestralmente para las culturas mesoamericanas. Yucatán, como sede de la cultura maya, es parte de ese escenario en donde la milpa ha ocupado el lugar central por generaciones, más allá de los cambios en los cultivos que han ido apareciendo en las diferentes regiones a lo largo de los distintos momentos de la historia productiva peninsular: caña de azúcar, henequén, frutales, pastizales, etc. Por todo ello sigue siendo importante saber quiénes fueron aquellos que, con el apoyo de la ciencia y sus métodos, han incursionado en el análisis de las distintas fases del cultivo del maíz y sus asociados. Así, aparece el perfil pionero del Ing. Augusto Pérez Toro, meridano que después de formarse en los últimos avances de la ciencia agronómica dentro y fuera del país, regresó a Yucatán a registrar y difundir las bondades y debilidades del complejo sistema de roza-tumba y quema, característico de la milpa tradicional maya. Fue un acierto que el Instituto Técnico Henequenero lo haya contratado para esta y otras tareas agronómicas y fue atinado el que la Enciclopedia Yucatanense desde su primera edición (1944), haya recogido los resultados de dichas investigaciones, trabajo que se volvió a publicar en la reedición de la mencionada obra en 1977. A partir de entonces, otros investigadores de la máxima casa de estudios agronómicos del país: la Universidad Autónoma de Chapingo, comenzaron a llegar a Yucatán atraídos por los retos de la etnobotánica y la agricultura tradicional. Fue el caso del Mtro. Efraím Hernández Xolocotzi, el primero que andaría por estos viejos sacbés donde alguna vez aprendió a caminar junto con el Ing. Pérez Toro. Éste, a través de múltiples estudios que coordinó, tanto suyos como de sus estudiantes de las diversas especialidades del Colegio de Posgraduados de la U.A.CH., profundizó en las distintas facetas de la agricultura milpera tradicional, revalorando todos y cada uno de los elementos que la conforman. En la década de los 80´s, investigadores sociales nacionales como Arturo Warman Gryj y tesistas de la Escuela de Antropología de la UADY complementaron las líneas de investigación iniciadas por el Ing. Pérez Toro cuarenta años atrás, centrando su atención en las formas de organización social, la lógica de la economía campesina y los componentes culturales de los milperos peninsulares. Estos estudios alternaron con los trabajos de biólogos, agrónomos y zootecnistas, tanto de la mencionada universidad como del CIAPY (Centro de Investigaciones Agrícolas de la Península de Yucatán), que ya para entonces investigaba nuevas variedades de semillas en la península. 7


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Posteriormente, en el número 2 de la Revista de Geografía Agrícola (enero de 1982) que publicaba la UACH, se incluyó el trabajo ya clásico de La Milpa acompañado de una breve semblanza biográfica del autor hecha por el Ing. Juan Duch Gary (+). Hemos transcrito aquí la versión completa de dicho estudio con sus gráficas, así como la biografía mencionada, seguida por el Currículum Vitae hecho por el propio Ing. Pérez Toro. La última parte de este opúsculo la integran: dos poemas que se le atribuyen al agrónomo; y una serie de datos y anécdotas familiares recordados y recopilados por la Ing. Elizabeth Pérez Esquivel, y la Sra. Susana Lara Pérez, nietas de nuestro biografiado, que nos hablan de su acendrado amor al terruño y sus diversos frutos. Finalmente, algunas portadas de sus trabajos y las fotografías facilitadas por sus familiares nos dibujan a Don Augusto en distintos momentos de su vida tal y como lo recuerdan sus descendientes: como un hombre de ciencia, con los pies bien puestos en la tierra; un hombre siempre afable y bondadoso. Este opúsculo, el número 5 de la colección, quiere ser un sencillo homenaje a tan ilustre investigador yucateco que, junto con los otros perfiles seleccionados, han pasado a la historia como verdaderos Pilares de la Ciencia en Yucatán. M.C. José Luis Domínguez Castro

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Semblanza de Augusto Pérez Toro Ing. Juan Duch Gary (+) No puede hablarse, en rigor, de Augusto Pérez Toro, sin violar unos de sus más notables atributos; la modestia. El hombre sencillo que fue, de trato afable y hablar pausado (de sensibilidad a flor de piel), escondía su grandeza con intransigencia. Para quien explora un poco su vida pública, es inminentemente obvio que no fue un hombre común, como quería demostrar: sus aportaciones al conocimiento de los procesos socio-agrícolas, van más allá de las valiosísimas cuestiones particulares que descubre, sistematiza o explica en su obra escrita. Tocan el fondo mismo de la compleja estructura de las relaciones hombre-naturaleza-hombre; pero no se limitan a esto, sino que incluso abren una brecha, que comienza hacer recorrida por estudiosos actuales con relativo éxito, en las profundidades de la selva metodológica, tan descuidada –o tan distorsionada- por todas las corrientes de la técnica oficial y tradicional. En este contexto se ubica el trabajo que más adelante reproduciremos: La Milpa, contribución, de un rigor ejemplar, al estudio y valoración de esa actividad fundamental de los campesinos del Sureste del país, haciendo luz entre las relaciones entre los aspectos tecnológicos de una práctica productiva, y los factores sociales y culturales que la atraviesan. Nacido en Mérida, Yuc., en mayo de 1902, Augusto Pérez Toro representa un claro ejemplo del estudio y dedicación a la agricultura ya que, en el transcurso de su vida, obtuvo una vastísima sobre los procesos singulares del cultivo de la milpa, el henequén en el campo yucateco. Los estudios profesionales de Augusto Pérez Toro transcurrieron en la Escuela Agrícola del Estado de Yucatán y en el State Institute of Applied Agriculture de Long Island, Nueva York. Tuvo un desempeño amplísimo en tareas gubernamentales, de investigación y de docencia, en diversos lugares del país. Y en todas prevalecieron dos de sus más señaladas características: la honradez y el ansia del conocimiento. Siempre mantuvo esa irrefrenable lealtad a las convicciones científicas e ideológicas, que conducen a los hombres como él a la marginación, a la pobreza, e, incluso, a la persecución por parte de quienes anteponen el poder de la verdad. Sobresale del conjunto de estudiosos de la agricultura milpera por su capacidad descriptiva y su análisis profundo de las prácticas agrícolas de la población campesina de Yucatán. Así vemos que trabajos suyos como “La Milpa” publicado en 1942 y “La Agricultura Milpera de los Mayas de Yucatán” en 1946, constituyen hoy en día, verdaderos clásicos en la materia por la manera magistral y la sencilla claridad con que describe las relaciones entre el campesino yucateco y su medio natural. Su labor como investigador no se limita, sin embargo, al estudio de la milpa ya que sobresale también, en el estudio de los procesos de siembra, cultivo y corte del henequén y en el análisis de las implicaciones socioeconómicas de dicho agave. Esto lo lleva a organizar, en 1937, el Instituto Técnico Agrícola Henequenero de Yucatán, dirigiéndolo de forma acertada hasta 1944. Posteriormente se hace cargo del Departamento Analítico de Investigaciones del extinto Henequeneros de Yucatán entre los años de 1947 y 1950. Publica varios trabajos sobre aspectos generales de la agricultura yucateca entre los cuales sobresalen “El Clima 9


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de Yucatán” (1946), “Enfermedades y Plagas del Henequén en Yucatán (1950) y “El Problema Agrícola de Yucatán” (1963, 2ª. ed.), en los que evidencia su amplio conocimiento de los aspectos ecológicos, técnicos y económicos de la agricultura yucateca. Por su trayectoria como investigador dedicado, Pérez Toro representa a México en diversos eventos internacionales sobre fibras duras destacando una vez más, su labor en pro del conocimiento y mejoramiento de los aspectos Agrícolas de Yucatán. Una faceta poco conocida de su personalidad es la sensibilidad artística, que dejó correr en una obra poética de profunda fuerza expresiva y de arraigada madurez, como la naturaleza a la que conoció, amó y cantó a lo largo de sus más de setenta fructíferos años de vida. Puede concluirse que, las contribuciones de Pérez Toro a las disciplinas agrícolas y sociales se sustentan en el reconocimiento del valioso cúmulo de conocimientos empíricos que, sobre su medio y procesos de trabajo, posee el campesino como productor de la permanente transformación de su medio natural y la necesidad de partir de estos conocimientos y de las condiciones materiales del medio al proyectarse cualquier acción tendiente a la modificación de esta relación entre el hombre y su medio ambiente.

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La Milpa Ing. Agrónomo Augusto Pérez Toro Las más antiguas descripciones de la milpa no difieren fundamentalmente de las que se hacen en nuestros días. Los cambios ocurridos se reducen a detalles que en nada afectan a los resultados, tales como el haber caído en desuso casi todas las ceremonias de carácter religioso que procedían o acompañaban a las distintas labores, y la mezcolanza de las pocas que aún quedaban con las creencias cristianas. Por otra parte, el conocimiento de los metales duros ha servido para facilitar considerablemente los trabajos del desmonte y los cultivos, que es de imaginarse cuánto más penoso serían cuando se utilizaban instrumentos de pedernal y quizá algunos de metales blandos en vez de hachas, coas y machetes que hoy se emplean. En la siembra la única innovación que han traído los siglos consiste en que el XUL o vara de sembrar pueda tener ahora una punta de hierro, aunque todavía es común el empleo de simples estacas aguzadas. A pesar de que en pocos renglones se puede describir el rudimentario proceso de la preparación del terreno, de la siembra, los cultivos y la cosecha, la idea de simplicidad que emanara de esa descripción sería equivocada. El trabajo de la milpa es más complicado de lo que a primera vista parece. La gran importancia que tiene, se revela en el rico vocabulario técnico que hasta hoy se conserva, aunque con más o menos alteraciones. En la “Relación de los pueblos de CAMPOCOLCHE y CHOCHOLA” vemos lo siguiente… “lo que ellos (LOS INDIOS) siembran para su sustento se da muy poco trabajo; la tierra es muy fértil porque con ir al monte a rozar, cortar algunos árboles grandes o pegales fuego hacen fácilmente sus sementeras; y al tiempo de sembrarlas no hacen más que un hoyo pequeño con un palo aguzado en el suelo y allí echan cinco o seis granos de maíz, tres o cuatro fresales u otras cinco o seis pepitas de calabaza, se les da la comida; el algodón por consiguiente o todo lo que siembran sin arado, ni caballo como sucede en España; y si suceden buenos años, tienen abundancia de comida y de todo lo que han menester, aunque algunos años son estériles de agua o padecen necesidad de comida…” De la “Relación” anterior parece que el trabajo de milpero era muy sencillo. Dudamos que en ninguna época lo haya sido. Aunque en nuestros tiempos hay personas que de buena o mala fé propalan que el indio no tiene más que sembrar su maíz y acostarse a esperar que sazone. Es posible que el trabajo de la milpa en la actualidad sea más complicado que antaño; el desmonte y la “quema” más perfectos, la siembra y los cultivos más cuidadosos, en un intento de compensar la baja de los rendimientos. Las tierras ya no son tan fértiles; los montes altos tienden a desaparecer y sólo podemos tener una idea de lo que eran los bosques de Yucatán por los escasos manchones que aún existen en lugares alejados de las poblaciones y de las vías de comunicación; la mayor parte del monte bajo sufre una constante cosecha de combustible que no le permite alcanzar su máximo desarrollo, a la vez que se le despoja de plantas como el chakah y el chukum, que tienen diversas aplicaciones; el ganado semi salvaje contribuye a su empobrecimiento devorando los vástagos y renuevos; los cultivos permanentes, como el henequén, le restan una superficie apreciable; la concentración de habitantes en ciertas zonas no permite esperar tantos años, como en época pretérita, para que el suelo recobre su fertilidad… No obstante, el número de campesinos cuyo único recurso es la milpa, es tan grande o quizá 11


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mayor que en la antigüedad. Por otra parte, la naturaleza del suelo no admite innovaciones radicales en la técnica agrícola. He aquí una técnica de importancia cuya solución se hace cada vez más urgente, porque el suelo continúa empobreciéndose a la par que aumenta la población del Estado. El mejoramiento de un medio agrícola debe tener su base de estudio, tal cual es, sin desdeñar una sola de las prácticas agrícolas locales, aun las que aparezcan más deficientes, porque todos obedecen a algún motivo, a alguna peculiaridad del medio, y a veces el empirismo no es más que el camino largo para hallar las mismas verdades que la ciencia ha encontrado antes, o que se limita a confirmar o ampliar después. Claro que no siempre sucede así, pues hay procedimientos empíricos que resultan equivocados, pero ninguno debe rechazarse sin previo examen. Ciertos fracasos técnicos se deben a la pretensión de aplicar principios generales a medios agrícolas desconocidos o imperfectamente estudiados. La técnica es la que está obligada a acomodarse al medio, cuando no se pueda cambiarlo económicamente para adaptarlo a dichos principios. Revisaremos a continuación el proceso de la milpa. ELECCIÓN DEL TERRENO. - la primera labor consiste en recorrer el monte (ximbalk’ax) para escoger el terreno. Como asentamos antes, el campo de donde elegir es cada vez más restringido. Como terreno ideal se buscaba el suelo negro (ekk’luum), rico en materia orgánica y bien poblado de árboles corpulentos. Se tenía cierta predilección por los lugares donde abundaban las leguminosas, como el waxim. Hoy en día, repetimos, hay poco margen para la elección y se toman terrenos que en otras épocas se rechazaban. Nos viene a la memoria un caso que deseamos referir antes de seguir adelante. Alguien se extrañaba que en los terrenos que atraviesa nuestra pequeña serranía del Sur, los campesinos prefieran hacer sus milpas en los pedregosos cerros, desdeñando el suelo de rojizo color, relativamente libre de piedras, y profundo. Esa persona, desconocedora del medio, atribuía a torpeza de los indígenas lo que no es más que el resultado de una experiencia acumulada a través de los siglos: el maíz se produce mejor en la poca tierra negra entre las piedras, tan escasa que parece haberse distribuido a puñados, que en la abundante tierra “colorada” de la falda, pobre en cal, y que fácilmente se llena de hierbas que el campesino no puede dominar con sus deficientes implementos. Las tierras rojizas son adecuadas para un buen número de plantas de cultivo, pero el milpero no procede caprichosa ni torpemente al preferir los terrenos pedregosos y arbolados del cerro, donde puede encontrar la materia orgánica que él reconoce por su color obscuro. Fray Diego de Landa, agudo observador, no estaba lejos de la verdad cuando escribía lo siguiente: “… es sobre las piedras y entre ellas, que todo lo que en ella hay y se da, se da mejor y más abundantemente entre las piedras que en la tierra, porque sobre la tierra que acierta haber en algunas partes, ni se dan árboles ni los hay, ni los indios en ellas siembran y se dan todas sus semillas, y se crían todos los árboles; y algunos tan grandes y hermosos, que a maravilla son de ver. La causa de esto creo que es haber más humedad y conservarse más en las piedras que en la tierra…”

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Carta agrícola de Estado de Yucatán EL DESMONTE. - Escogido el terreno, se abre una pequeña brecha o “picado” (holche’ op’eh-ché) como base para su medición. A cada veinte metros lineales se coloca una mojonera provisional (xuuk’) compuesta de tres piedras, que sirve para señalar los “mecates” (k’aan) que desea sembrar. El “mecate” se emplea como medida lineal y también de superficie. Hoy en día se acepta como equivalente a veinte metros por lado, o sea cuatrocientos metros cuadrados. Antiguamente se calculaba en 72 pies de la medida española, por lado. Partiendo del hol-che’ se comienza la medición general de la futura milpa (p’isikol) con una vara de medir llamada p’si-ché, que tiene la sexta parte de un “mecate” lineal. También se emplean sogas de veinte metros de largo. Medido el terreno, se inicia la “tumba” o desmonte (kah-kol) con el corte de los matorrales, arbustos y ramas bajas de los árboles (p’ay-tok’, o hanch’ak). Después se talan los árboles (ch’akché, o luusah-ché) aproximadamente a la altura de un metro de la superficie del suelo. Cuando el árbol cae se podan las ramas (p’uy-kab-ch’) y se desmenuzan (p’uy-bi-kol). La época del desmonte es variable. En algunos lugares, particularmente donde hay monte alto (kaanalk’ax) se inicia desde agosto o septiembre, de modo que en octubre queda preparada la milpa para la “quema”, pero como esta operación no se efectúa sino hasta abril o mayo, la vegetación retoña (k’ukuk’-ché) y entonces se hace necesario efectuar el ba-k’u-ché, o corte de los retoños, ocho o quince días antes de la “quema”. El motivo de anticipar la “tumba” es la facilidad de cortar los árboles grandes cuando tienen superficie humedad. En pleno período de “seca”, la madera es más dura. En el monte bajo (hub-ché) se aplaza la “tumba” para el mes de enero, evitándose así el ba-k’u-ché. No siempre se tiene el cuidado de cortar y de picar bien la maleza y la vegetación arbustiva. En este trabajo, como en todos, hay cierto grado de perfección, a partir de un simple wa-ch’ak que consiste en cortar a medias el tronco de los árboles e inclinarlos hacia el suelo, sin destrozar las ramas ni los matorrales. Este sistema es más común en lugares de monte alto, y nos imaginamos que era el único que se empleaba en la antigüedad, cuando se desconocían los implementos metálicos. 13


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EL CERCO. - al mismo tiempo que se hace el desmonte se inicia la formación del cerco (nok-ch’ak) aprovechando los árboles que se encuentran en la brecha, a cuyo efecto se cortan los tallos a la mitad de su diámetro, a cierta altura del suelo, y se doblan las plantas hacia afuera del terreno, sosteniendo el ramaje con unas horquetas grandes de brazos muy abiertos (xai-che’) reforzadas a ambos lados por otras horquetas más pequeñas llamadas tak-ché. A la caída de las lluvias esta cerca retoña y se transforma en un seto más o menos espeso. Cuando no hay árboles aprovechables para este fin, se utilizan ramas gruesas para formar el cerco que en este caso se denomina suup; se construye en forma semejante con ayuda de horquetas, y se refuerza con ramitas espinosas. En todos los casos el cerco debe terminarse antes de que concluya el desmonte, con el fin de impedir el acceso al ganado que revuelve la vegetación “picada” (haych’ak) que cubre el suelo a manera de alfombra. El asunto del cerco es de gran importancia para el campesino. Después de la langosta, el ganado es el peor enemigo de la milpa. Vagando errante por los montes en busca de sustento, como si fueran venados u otros animales salvajes, las reses se introducen en las milpas agrandando la más pequeña brecha, y a veces, saltando con facilidad los cercos. Hay animales “viciados” o acostumbrados a entrar a las milpas para devorar las plantas del maíz. Los campesinos designan con el nombre de “milperas” (xpa-kol) a las reses que con toda maña se introducen a través del cerco, y con el de “saltadoras de cerco” (xpa-suup) a las que con agilidad increíble para su peso y volumen salvan de un brinco el obstáculo que se interpone entre su apetito y su alimento preferido. Fuente inagotable de controversias entre milperos y ganaderos, de incidentes desagradables y hasta de hechos criminales es esta cuestión del cercado de la milpa. En la época de la Colonia se necesitaba un permiso especial para establecer un rancho ganadero, que sólo se otorgaba mediante el requisito de que su ubicación se efectuara a mucha distancia de los centros poblados, donde se presumía que el cultivo del maíz era el principal recurso de los agricultores pobres. Era un intento de la distribución de las zonas agrícolas para evitar que las empresas se perjudicaran mutuamente; intento que se facilitaba por la menor densidad de la población. Esa ley fue derogada, o cayó en el olvido, o las circunstancias lo hicieron inaplicable. El caso es que desde entonces los intereses de los milperos y ganaderos se encuentran en constante pugna. En la actualidad una Ley del Estado ordena que los cercos de las milpas sean bien construidos, sin especificar su altura, pero por mutuo acuerdo de la Agencia de la Secretaría de Agricultura y Fomento y del Departamento de Agricultura del Estado, se recomienda a los campesinos que hagan sus cercos de un metro setenta y cinco centímetros de alto, es decir, veinticinco centímetros más de lo que generalmente se acostumbra. El tema es de tanta importancia para el humilde agricultor cuyos intereses económicos se basan en la milpa, como para el futuro de la ganadería en la región, que no resistimos el deseo de seguir comentándolo. En toda la temporada de la milpa menudean las quejas de ganaderos y milperos ante las autoridades federales y locales. Con cierta frecuencia los campesinos, exasperados por la pérdida de sus sembradíos, recurren a actos violentos y crueles con los animales que invaden sus terrenos, y a los que no puede culpárseles de seguir sus instintos y satisfacer su hambre en cualquier forma. Tampoco puede ser responsable el campesino, a menos que las cercas estén mal construidas, lo que procura evitar por su propio interés, pero no puede exigírsele que construya albarradas ni que utilice alambre de púas, que costaría más que la cosecha del maíz. Por otra parte, ni las mismas albarradas son obstáculo para el ganado hambriento,

como hemos tenido oportunidad de ver en repetidas ocasiones. Las clases de cerca que hemos descrito y que significan una regular inversión de tiempo y trabajo son la única que en justicia se pueden exigir a los campesinos, que no cuentan con numerario para hacer gastos que tampoco llegarían a recuperar, ya que los terrenos para milpa solo pueden utilizarse uno o dos años, quedando después libres para el ganado, que vaga a su satisfacción por los montes sin pastor que lo vigile y guíe, alejándose mucho de los corrales, y volviendo a ellos solamente para abrevar, en la época de la sequía. Esta circunstancia se agrava con la cruza del ganado semi salvaje de la india, el cebú, que recorre grandes distancias en busca de alimentos. La pobreza de los pastos naturales y el hecho de lo que la ganadería en el Estado salvo contadas excepciones pretende continuar subsistiendo por tiempo indefinido de lo que buenamente produce el monte, son en el fondo las razones que ofrecen los ganaderos para no cercar los terrenos donde pastan sus animales. La cantidad de cercos seria fantástica, dada la superficie que necesita cada pieza para subsistir. Por otra parte, escasos son los ganaderos que cuentan con el terreno suficiente para sostener los animales que poseen. Algunos propietarios de unas cuantas piezas carecen totalmente de terreno. Como asentamos en una serie de artículos relacionados con el monte, en muchos sentidos relacionados con el monte, en muchos sentidos éste es prácticamente de propiedad comunal, por ejemplo, en el caso de la ganadería. El ganado va libremente salvando los linderos de fincas y “parajes”, invadiendo los montes y los claros, las carreteras, los caminos y las vías del ferrocarril. Relativamente los casos de abigeato son pocos, dadas las circunstancias que los favorecen. En las condiciones que brevemente hemos descrito, la pugna entre los propietarios de milpa y los de ganado seguirá en pie por mucho tiempo. Ambas empresas se realizan en forma sumamente extensiva, rudimentaria y nómada, con la diferencia de que, mientras es difícil por costosa la estabilización de toda la agricultura del Estado, particularmente la que se basa en el cultivo del maíz, sí, por otra parte, es factible la transformación de los métodos que actualmente se emplean en la ganadería de la localidad, que de continuar en la misma forma que desde hace siglos, desaparecerá de Yucatán cuando aumente la población campesina y con ella la necesidad de dedicar mayor superficie a los cultivos básicos. LA QUEMA (took.). - al mismo tiempo que se efectúa la “tumba” o desmonte, se limpia la guardarraya o brecha que se ha abierto alrededor del terreno con el doble objeto de impedir que el fuego de la “quema” se comunique a los terrenos colindantes, y para facilitar la vigilancia de la milpa. Cuando todo queda preparado, se espera la época favorable para la “quema”. Antes de entrar a detalles juzgamos pertinente referirnos a los principios generales de esa operación y a los puntos de controversia que ha suscitado. La “quema” significa el derroche de las reservas que lentamente la naturaleza ha venido atesorando en el terreno a través de un período no menor de seis años y que en ocasiones pasa de diez. En unas cuantas horas las substancias acumuladas en la vegetación, y la materia orgánica que se ha venido depositando entre las piedras y los intersticios de las rocas se transforman en gran parte en humo y cenizas. Teóricamente la “quema” es una práctica rudimentaria que impide que en Yucatán pueda formarse el suelo agrícola, pues nuestras calizas rocas son nada más el esqueleto de un terreno que no tuvo tiempo de revestirse de lo que propiamente se llama suelo agrícola. En distintas épocas, distintos escritores y conferencistas han clamado contra la “quema” y, repetimos, desde el

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punto de vista teórico su tesis es irrefutable. Pero fijémonos en la realidad, la realidad agrícola de Yucatán, no la de otros lugares de clima cálido y de tierras arables, donde, sin embargo, se emplean los mismos procedimientos primitivos que aquí nuestros campesinos se ven obligados a utilizar porque no les queda otro recurso. Como por lo regular las personas que más adversas se muestran a la “quema” tienen en mente los terrenos de otros Estados, favorablemente dotados por la naturaleza y no han observado de cerca y no han comprendido nuestro medio agrícola, incurren en generalizaciones que es preciso aclarar. En aquella región no habría palabras para condenar suficientemente la “quema”, si esto no implicara condenar también el estacionamiento de los campesinos de esos sitios, por causas muy complejas de las que ellos sólo tienen una pequeña parte de la culpa. Hemos visto, en algunos de esos lejanos lugares, arder bosques enteros de grandes árboles y valiosas maderas, para sembrar un puñado de maíz cuya cosecha no compensaría la vida de uno solo de los gigantes de la selva, pero el agricultor necesita el maíz para sustentarse, carece de vías de comunicación y de recursos agrícolas permanente, en esas tierras profundas, donde no existe ni una sola piedra, surcadas por ríos y arroyos, y tan favorables para el cultivo, que si los campesinos mayas las vieran, se creerían transportados al paraíso del agricultor. Años tras años arden aquellos grandes bosques, ante los cuales nuestro “monte bajo” no es más que unos raquíticos arbustos. En vez de adueñarse del terreno, “domesticándolo” para hacerlo cada vez más adecuado a la agricultura con los cultivos, aquellas gentes proceden igual que nuestros campesinos haciendo sus siembras a “pica” o “barra”, limpiándolas de malezas con el machete o implementos semejantes, repitiendo la siembra dos o tres veces en el mismo terreno y abandonándolo después a la naturaleza para que nuevamente se encargue de restaurar la fertilidad. Es allí donde el programa agrícola permite innovaciones radicales de acuerdo con una técnica más avanzada. Allí debe restringirse la “quema a una sola vez, si acaso, para desembarazar el terreno económicamente de las malezas, limpiarlo con el fuego de los insectos y de muchos gérmenes patógenos, neutralizar su acidez por medio de las cenizas a la par que enriquecerlo en potasa; proceder después el destronque, paulatinamente, ya que los recursos del agricultor son muy escasos; aplicar más tarde el arado para volver la tierra más productiva por el efecto de las labores sobre los microorganismos que pueblan el suelo, aparte de otras ventajas que no es del caso enumerar ahora; establecer un programa de rotaciones de siembras para conservar la fertilidad; utilizar las máquinas cultivadoras para compartir eficaz y económicamente las hierbas, etc. En la inmensa mayoría de los terrenos de Yucatán, casi nada de eso es posible. Dicen los opositores teóricos de la “quema” que en vez de recurrir a esa operación se debe recoger toda la maleza, llevarla a un lugar determinado, “picarla” y formar un pudridero para que con el tiempo los restos de la vegetación se transformen en materia orgánica, la que se esparciría en el terreno para enriquecerlo con las principales substancias que las plantas requieren para su desarrollo. Lo anterior está muy bien, teóricamente. Solo desearíamos poder colocar a alguno de los opinantes frente a la realidad, en las mismas condiciones económicas en que se encuentra nuestro campesino, para ponerle en igualdad de circunstancias, y conocer su opinión sincera a la vuelta de unos cuantos años de experiencia, o examinar sus resultados económicos. Uno de esos teóricos resolvía el problema de la preparación de nuestros terrenos, sin recurrir a la “quema”, hablándonos de grandes tractores del tipo “oruga”, que rodando sobre nuestras lajas descuajarían árboles y

arbustos, economizando de ese modo hasta el destronque, y conduciendo la maleza por dispositivos especiales para acumularla en un rincón del terreno, donde otras máquinas se encargarían de picarla, etc., etc. Faltaba únicamente saber dónde se encontraban esas máquinas especiales y tractores a la disposición del campesino yucateco. La fantasía puede resolver rápidamente cualquier problema, incluso el de volver arables los suelos de la península, que en opinión publicada por otro teorizante sería bien sencillo, utilizando grandes arados, suponemos que de un metal especial que aún no se descubre, los cuales, tirados también por grandes tractores del socorrido sistema “oruga”, con pasos sucesivos irían pulverizando la parte superior de la roca. A este admirable expediente que a nadie se le había ocurrido, se añadiría el de revestir el terreno con una capa uniforme de estiércol que alcanza a cubrir una superficie dada de terreno, basta un número X de reses para formar una capa arable de suelo a la vuelta de un corto número de años… además, se establecería en firme la industria pecuaria y su derivada, la lechería, aparte de la exportación de pieles la tenería, la fabricación de calzado, etc., etc. Las fantásticas opiniones anteriores las referimos solamente a manera de ejemplos, de lo que suele aconsejarse sobre la agricultura regional. Nos referimos ahora a otras opiniones más serias, adversas una y favorables otras, a la importante cuestión de la “quema” en Yucatán. Dos trabajos de un mismo autor nos brindan la oportunidad de resumir los principales argumentos en contra y en pro de la práctica mencionada. En el Boletín número tres del Departamento de Agricultura del Estado, el Sr. Mario Calvino, Doctor en Ciencias Agrícolas de reconocida competencia, se ocupó de la “quema” condenándola en sus distintos aspectos. Estas son las conclusiones del citado Boletín, suscrito el 17 de enero de 1916: “Resumiendo: la quema de los terrenos de Yucatán es dañosa y hay que abandonar ese procedimiento bárbaro, utilizando la madera y leña del desmonte y soterrando la yerba o maleza como abono verde, porque así se aumenta la fertilidad de terreno”. Posiblemente el Dr. Calvino contaba en esa fecha muy pocos días de estancia en Yucatán, o no había tenido aún la oportunidad de examinar de cerca los terrenos del Estado, para cerciorarse de la imposibilidad absoluta de sepultar la maleza bajo las lajas. Pero como profesionista honrado y competente a quien no asustan las rectificaciones, tan pronto se dio cuenta de la ligereza de su opinión, basada en principios generales, en el Boletín siguiente, impreso treinta y ocho días después, o sea el 23 de febrero del propio año, se corrige en la forma que a continuación se expresa: “En el Boletín número 3, tratando de la quema, hemos dicho que esta práctica agrícola es bajo todos conceptos mala; pero más tarde pudimos observar que la “quema” es indispensable y de valiosa utilidad, en donde no se puede labrar la tierra por lo pedregoso y rocalloso del terreno” Resumiremos ahora los argumentos que primeramente presentó, contrarios a la quema, porque en esencia son los mismos que esgrimen todas las personas que opinan en igual forma. “Las tierras de Yucatán son pobres en materia orgánica, por esto no es racional quemar las yerbas y malezas antes de sembrar, porque si toda esta yerba se soterra en el terreno, se pudre y da lugar a humus o mantillo, modificando profundamente las condiciones físico - químicas y biológicas del terreno. A tal efecto se corta la yerba y malezas y se separan las ramas y leña, dejando, para voltear en el terreno, las hojas, yerbas tiernas y ramitas pequeñas, picando éstas para poderlas soterrar mejor. Si se quema la yerba y maleza antes de sembrar, se pierde el nitrógeno acumulado y la materia

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orgánica misma, quedando la ceniza, la que sólo contiene la cal, la potasa, la magnesia y el fierro y los otros pocos elementos minerales que las plantas toman del terreno. La ceniza de las plantas constituye un gran abono, pero cuando tengamos yerbas, hojas y frondas frescas de árboles, no conviene reducirlas a cenizas si nuestro terreno necesita de materia orgánica; porque soterrando todo esto en el mismo terreno, le suministramos, además de los elementos de la ceniza, todo el nitrógeno y las substancias hidrocarbonadas de la materia orgánica. La quema debe hacerse sólo en donde las tierras son negras y ricas en humus. Entonces la ceniza neutraliza la acidez y favorece la vida de los microbios”. Más adelante propone el Dr. Calvino la siembra de plantas leguminosas para emplearlas como abono verde “volteándolas y soterrándolas en el terreno mismo en que crecieron”, lo que es económicamente imposible en los terrenos no arables. Después aconseja la calcinación, cosa distinta de la quema, y que sólo sería aplicable en los cultivos intensivos y en circunstancias muy especiales, y concluye en la forma antes citada. Con el título “Tierras de Laja; Nuevas ideas sobre la Quema”, el mismo doctor publicó otro Boletín expresando que los consejos anteriores no se ajustan a los terrenos que no pueden ararse. He aquí un resumen de la parte conducente del mencionado Boletín: “Hay vastas regiones en Yucatán en donde es imposible labrar la tierra con arado; en esos terrenos la quema permite una rápida y económica limpieza del terreno; si el terreno no se quemara las malas hierbas se desarrollarían luego y ahogarían las siembras, mientras que por efecto de la quema el terreno queda libre de toda maleza por el tiempo necesario a que las plantas sembradas nazcan y se desarrollen lo suficiente para no ser ya dañadas por estas hierbas. Hay que añadir que la ceniza que deja la quema sirve de abono en esos terrenos pobres”. Refiere después una entrevista que tuvo en Oxkutzcab, con el agricultor Sr. Genaro Ayora, quien le comunicó “que los indios mayas desde época antigua habían notado que sólo con la quema podían hacer sus cultivos de temporal en las tierras de laja, porque con el calor de la quema la laja “suda” y entonces en la poca tierra que hay en las rocas y encima de ellas se junta la humedad necesaria para que la semilla pueda germinar y desarrollarse la plantita”. Apoyando esas razones, el Dr. Calvino dice: “El calor de la quema hace dilatar la laja porosa, característica del suelo yucateco, y entonces por sus poros dilatados sube la humedad con mayor libertad y vehemencia. Así la tierra puede absorber la humedad necesaria para la germinación de la semilla que se le confía y el desarrollo de las plantitas hasta que llueve. Por esta razón la quema no debe ser condenada para los suelos de laja y por lo contrario hay que aconsejarla. Lo mejor es dejar que en la estación de lluvias crezcan las yerbas en los plantíos, cortando éstas y dejándolas tendidas en el suelo al acabarse la estación. Así formarán una capa de materia orgánica encima del terreno, la que mantendría siempre húmedo y fresco el mismo. Además, las sales fertilizantes que estas yerbas absorbieron de la capa superficial del terreno vuelven a la misma y gradualmente retorna al estado soluble, dando tiempo de absorberlas a las raíces”. A continuación aconseja preparar artificialmente el humus para enriquecer los terrenos de laja, poniendo a pudrir las yerbas, y la formación de estercoleros para el debido aprovechamiento del abono animal, que en Yucatán sólo puede utilizarse en contados casos, pues el ganado es poco, y vaga libre en dilatadas superficies. Finalmente diremos, que bajo el aspecto económico la quema es insubstituible en la preparación de los terrenos para la milpa en Yucatán. A cambio de la destrucción de cierta cantidad de materia orgánica, proporciona elementos contenidos en la ceniza, en tal forma que pueden ser aprovechados de inmediato, pero, sobre todo, es la única

manera práctica de desembarazar el terreno de malezas y hierbas que no es posible soterrar porque lo impide la naturaleza pedregosa del suelo. Y, por otra parte, el fuego destruye gran cantidad de semillas y raíces de las plantas espontáneas y el maíz tiene tiempo de germinar y comenzar a crecer sin estorbos. En las tierras arables, las labores de preparación desempeñan ese papel de limpieza, y en caso necesario una labor oportuna de arado o de cultivadora permite que las plantitas puedan desarrollarse sin tropiezos durante la primera fase de su vida. Se trata de una competencia de velocidad de crecimiento entre las plantas espontáneas y las cultivadas, y en Yucatán éstas sólo pueden tomar la delantera gracias al fuego. De no quemarse el terreno habría que dar un primer cultivo con la coa, que desempeña un trabajo muy lento y costoso, y ese cultivo, que quizá sería insuficiente, tendría que hacerse con las dificultades que son de suponerse, antes de que salieran a la superficie las plantas de maíz. En nuestro medio tiene la quema otras ventajas que ya se han mencionado, y que, en conjunto, como expresa el Dr. Calvino, hacen de la quema una práctica indispensable. La adición artificial de materia orgánica formada por residuos vegetales sólo sería costeable en los terrenos permanentemente en cultivo. Sobre este procedimiento y su aplicación en Yucatán hay mucho que decir, y quizás lo hagamos en su oportunidad. Uno o dos días antes de quemar el terreno desmontado (ta-che’) se procede a limpiar el espacio junto al cerco (mis-hal-chun-suup) en dos o tres metros para evitar que el fuego se comunique al cercado. Las hojas secas (sohol) y demás basura de esa porción de terreno se queman o en su defecto se amontonan a un lado formando una capa gruesa (u-k’u-kol) que en su oportunidad facilitará el principio de la quema. Terminados esos preparativos el propietario o propietarios de la milpa, pues con frecuencia ésta se hace en compañía, suelen ponerse de acuerdo con el H-men para fijar la fecha de la quema. Ese individuo, tan considerado en otros tiempos por sus funciones sacerdotales, hoy en día desempeña algunas ceremonias del rito, adulteradas unas y otras muy simplificadas, cuyo significado exacto probablemente ha olvidado. A los milperos vecinos también se les consulta puesto que la quema necesitará de su cooperación. Las fases de la luna se tienen como guía muy importante para todas las operaciones agrícolas. En la luna llena es cuando se hace la quema. El día fijado, desde muy temprano se preparan estacas de uno y medio a dos metros de largo, que servirán de teas (tah-che’) utilizándose preferentemente las ramas de las leguminosas box-katsim y sak-katsim porque arden con facilidad, aunque estén verdes. Se preparan resquebrajando con el machete uno de los extremos (tsatsah-buhbil) operación que se repite en el curso de la quema cuantas veces sea necesaria. En los casos en que interviene el h-men, cada vez menos frecuentes, con anticipación se escoge un lugar más o menos en el centro de la milpa y de preferencia en algún montículo y se despeja lo mejor posible para evitar que el fuego llegue hasta allí. El día de la quema, como a las once horas, cuando comienza a soplar el viento del sur (nohol-ik’) el h-men lleva al lugar escogido una “jícara” (luch) nueva y de gran tamaño, llena de la bebida regional hecha con maíz, llamada saka’ y endulzada con miel, y la ofrece a los espíritus o señores del viento (yumí-ik´oo) “para que la milpa arda mejor”. A veces se substituye el saka’, que es bebida tradicional para las ofrendas (tich´) en el no menos tradicional licor llamado balche´, que se obtiene de la planta del mismo nombre. La “jícara” (fruto de una bignononiácea preparada para servir de vasija) es depositada en el suelo donde permanece mientras se quema el desmonte.

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Terminado ese brevísimo acto, que en otras épocas debió haber revestido gran solemnidad, los milperos se dividen en dos grupos, de los cuales uno se encarga de vigilar que el fuego no llegue al cercado (kanan-k’aak’oo). Cuando hay plantaciones próximas de henequén se extreman las precauciones y se lleva agua pura ayudar a extinguir el fuego en caso necesario. El otro grupo se dirige a la parte que se considera como extremo inferior o “espalda de la milpa” (kulpach) que como tal se toma al costado norte (xamán) y da principio a la quema. Después de que arde un “mecate” más o menos, el grupo se subdivide a su vez en otros dos, y uno de ellos sigue propagando el fuego (to-koo) al poniente (chik´in) y el otro al oriente (lakín) debiendo encontrarse ambos al sur (nohol). Esta operación es conocida con los nombres de bat’ab o wolt’ab. Cuando se nota que el centro de la milpa no arde bien, de cada grupo se desprenden uno o dos individuos para dar fuego a esa porción (t’abi-chumuk) lo que no deja de ser riesgoso, pues el fuego de los costados oriente y poniente puede envolverlos o el humo sofocarlos. Suelen darse casos de accidentes graves y hasta de muertes, sobre todo cuando la dirección de los vientos cambia rápida y frecuentemente. La quema se acompaña de gran algazara, gritos y risotadas, en medio de un calor sofocante, densa humareda y altas Llamas, y el сruјido de las ramas verdes que arden. En unas cuantas horas, a veces en dos o tres, se termina la operación, y queda el suelo cubierto de cenizas que el viento se encarga de diseminar. Concluido el trabajo, cuando no queda más que rescoldos y ceniza sobre las calientes piedras, el h-mеn distribuye entre propietarios de la milpa, en pequeñas porciones, el líquido de la ofrenda, y a continuación se toma “pozole” (k´eyem) en abundancia, que 1as mujeres se encargan de llevar cuando la milpa no está muy distante, y que ellas preparan en el mismo terrero, o bien, cuando los hombres se han alejado mucho del poblado, acostumbran llevar pelotas de “pozole” que les sirve a la vez de comida y bebida. En otros casos, particularmente en los lugares donde se conservan mejor las antiguas costumbres, después de la quema se verifica otra ceremonia que consiste en propiciar a la tierra “dándole de beber” el líquido de las ofrendas, o sea el saka´. Al efecto, en las últimas horas de la tarde se prepara esta bebida con los granos de una sola mazorca de las que se guardan para semilla y que se escoge por su gran tamaño. La preparación se hace en un lek (fruto de una cucurbitácea arreglado para servir de vasija) y éste se cuelga sobre un kaan-che´, especie de emparrillado hecho de palos, donde permanece toda la noche. Ala madrugada siguiente los propietarios de la milpa, sin más acompañamiento, distribuyen el líquido en 13 jícaras. En cada ángulo de la milpa abren un pequeño agujero y vierten el contenido de la “jícara” correspondiente. En el centro del terreno abren otro hoyo y en él vierten los nueve restantes. En estos casos, los mismos propietarios beben el saka´ depositado en la “jícara” que se empleó el día anterior para propiciar a los vientos. Si se tiene en cuenta que la agricultura de la región está a merced de los elementos y cuando éstos se muestran desfavorables, el esfuerzo humano queda nulificado, se comprenderá que en la sencilla mente del campesino indígena haya germinado la idea de las ofrendas propiciatorias desarrollándose en elaboradas ceremonias rituales de las que sólo quedan algunas, probablemente muy desfiguradas. Al día siguiente de la quema se recoge la madera gruesa que no hubiese ardido (mol-che´) y se utiliza para leña o carbón. En caso necesario se emplea una parte para reforzar el cerco. Con los gajos menudos se hacen pequeños montones (p´up´uy-bi) para quemar (tok-bi).

LA SIEMBRA(Pak´al). - La siembra suele hacerse en seco (tikin-muk) procedimiento que en algunos lugares del interior de la República se denomina “siembra aventurera”, por lo azarosa. Al efecto, cuando a mediados o fines de mayo se advierte la proximidad de las lluvias, por la presencia de nubes más o menos obscuras, el campesino arriesga la semilla con la esperanza de que en breve caigan las primeras lluvias. Con frecuencia este deseo se frustra, y el rigor del sol, los pájaros, los insectos y hasta algunos mamíferos, dan cuenta de la semilla. Sin desmayar por eso, el campesino repite la siembra (hul-been). Fiel observador de su antiquísimo calendario agrícola lunar, el campesino aguarda “la luna llena” para hacer su siembra, después de la primera lluvia, que por lo general cae a fines de mayo. Como único instrumento emplea el Xul, palo aguzado en su extremo y endurecido por el fuego y a veces revestido de una punta de hierro. Colgado de los hombros lleva el sabukán o morral de henequén, o bien una especie de canasta llamada pawo´, tejida con la misma fibra. Allí encierra la semilla de maíz, mezclada con semilla de frijol y de calabaza. A esta mezcla se le denomina xaak´winal. Los procedimientos principales para la siembra son dos: el más común se llama k´obén pak´al, que se puede interpretar por siembra al tresbolillo y se ejecuta recorriendo el terreno en línea recta a pasos normales, enterrando el xul o vara de sembrar a seis o siete centímetros de profundidad y a la distancia aproximada de un metro de un hoyo a otro, depositando cuatro o cinco semillas de maíz y tres o cuatro de frijol y calabaza por hoyo, el cual se tapa arrimando tierra con la punta del pie (mak-hol). En la línea siguiente los hoyos van alternándose con los de la anterior. Un hombre en una jornada de trabajo puede sembrar alrededor de ocho “mecates” diarios, o sea tres mil doscientos metros cuadrados. El otro procedimiento, menos común, se llama sít´keh, que significa salto de venado, y sólo se diferencia del anterior en que los hoyos no se alternan y las matas quedan más espaciadas porque el sembrador mide el terreno a pasos largos y forzados. La primera siembra en un terreno recién rozado y quemado se denomina ch´ak-been o milpa rosa y la segunda sak´ab o milpa caña, que algunos llaman “cañada”. Solamente en los terrenos que estuvieron cubiertos de monte suele hacerse la tercera siembra consecutiva, denominada x-lab-sakab, que desde luego sería incosteable en los suelos pobres. CLASES DE MAIZ. - Las ciases de maíz pueden dividirse en dos tipos generales atendiendo al tamaño de la mazorca: xnuk-nal o mazorca grande y xmehen-nal o mazorca pequeña. En condiciones normales la primera necesita de seis a siete meses para madurar por completo, aunque es costumbre recoger la cosecha un tiempo después, y la segunda puede obtenerse a los tres meses aproximadamente, aunque hay variaciones entre las distintas clases que comprende cada tipo. No hay variedades propiamente dichas sino híbridos naturales, pero sorprende que siendo tan fácil el cruzamiento en el maíz, conserven sus caracteres generales de modo que desde tiempo inmemorial se les distingue con determinados nombres que aluden a uno o más de esos caracteres. Se conoce, entre otros, el T´sit bakal, de mazorca relativamente grande, granos blancos, numerosos, y olote flexible, aunque esté madura la mazorca. Esta clase es de las más importantes. Hay también el Sahum, de granos amarillentos; el Chak-chob, que los tiene rojizos, el Sak-tux de granos blancos, dentados, en hileras rectas; el Xbel-bakal que presenta la particularidad de que a media mazorca, desde el centro a la punta sólo tiene dos pares

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de hileras y entre ellas se ve el olote (bakal) desnudo de granos; el Eek´chob, cuyos granos tienen un color rojo obscuro, casi negro; el Xk’an-nal, amarillo subido; el pequeño Nal-t´el o “elote de gallo”, también llamado K’ayrel o sea “canto del gallo”, blanco y muy precoz, que es fama que en sesenta días madura, y podría industrializarse en forma de conservas, como el llamado “maíz dulce” de los Estados Unidos; el X-t´up-nal, también pequeño; una de las variaciones del Xmehen-nal, muy hibridada y precoz, con granos de variados colores; el X-e-hu, de granos azules y morados, y otros de menos importancia. Como característica general todos estos tipos de maíz producen cierta impresión de fragilidad y finura, con sus mazorcas de tamaño mediano a pequeño, su delgado olote y sus granos de poco peso y relativamente menudos., Acusan la escasa fertilidad del suelo, la parquedad de las lluvias y la falta de cultivos completos. Por siglos han constituido la base de la alimentación del campesino maya, y encierran quizá el secreto del apogeo y la decadencia de la raza, que ha dado lugar a tan variadas como elaboradas hipótesis. Por otra parte, están adaptadas admirablemente, a través de quien sabe cuántos siglos de cultivo, a la pobreza de un medio agrícola en el que probablemente no llegarían a aclimatarse con facilidad las variedades originadas en suelos más pródigos y en climas distintos. No obstante, en algunos terrenos fértiles del sur hemos visto ensayar con éxito variedades más productivas llevadas de otras regiones. Sería de importancia para la agricultura del Estado un trabajo de Genética consistente en hacer cruzamientos entre las mejores clases nativas y algunas variedades seleccionadas de otras regiones, tratando de aunar a la adaptabilidad de las primeras la mayor productividad de las segundas. También convendría, en las zonas apropiadas, hacer ensayos de aclimatación debidamente dirigidos, empleando de preferencia las especies más productivas de otras regiones de clima cálido. Hasta cierto grado, se practica en la localidad la selección de las semillas, eligiendo al efecto las mazorcas más grandes, más pesadas y mejor conformadas. Los granos de los extremos de la mazorca no se utilizan para la siembra. Hasta cierto punto también, se escogen las variedades, de acuerdo con el suelo, la época de la siembra y la oportunidad con que caigan las lluvias, pero influye decididamente en la elección la costumbre de sembrar una variedad determinada. OTRAS PLANTAS DE LA MILPA. - El frijol que se siembra junto con el maíz es el llamado X-kol-i-buul o frijol de milpa, de planta trepadora y granos de mediano tamaño. También se siembra el ib, de diversos colores, leguminosa semejante al frijol, pero de distinto género botánico. Las variedades de calabaza milpera son principalmente la X-ka y la T´sol, de tamaño mediano a pequeño y cáscara delgada. En el Estado tiene gran importancia la pepita (sikil) pues se utiliza en diversas formas en la alimentación. La primera de las nombradas tiene semilla gruesa que recibe el nombre particular de Top’ y la segunda es de semilla menuda. En el lugar menos pedregoso de la milpa y separadamente del maíz se siembra el frijol Tsamá´, de granos negros, grandes, de muy buen sabor y rápido cocimiento; el X-pelón, que se cosecha tierno, se vende en la misma vaina y suele usarse como “ejote”; el X-ma-yum„ negro también, muy precoz, cuyo curioso nombre puede traducirse por “huérfano de padre”; el Mehen buul o frijol menudo, del cual hay un tipo muy pequeño, de color rojo, llamado Chak-wayakab y otras clases menos comunes. También se siembra variedades de calabaza distintas de las ya mencionadas, como la X-nuk-k´uum, grande, de color crema y centro amarillo; la X-kalisk´uum, que tiene aspecto parecido al de la calaba-melón, erróneamente

llamada en la localidad “melocotón”; la X-koko-k´uum de forma ovalada y con listas semejantes a las de ciertos melones, y sandías de temporal, pero las cosechas principales de esas cucurbitáceas son las de riego y medio riego que se logran en los solares, en los terrenos de cultivo permanente y en los antiguos tiraderos de bagazo de henequén. Cosa semejante puede decirse del tomate (P´ak). En la milpa se acostumbra sembrar una o más variedades de chile picante, sobre todo cerca del lugar donde en su oportunidad se instala el pasel o caseta para vigilancia. Entre ellas se cuenta el X-kat-ik o Sak-ik, largo, blanco, que se emplea cociéndolo junto con ciertos guisos regionales; el T´say-balám y el Chawa-ik, semejante al anterior, pero el primero más largo y más delgado y el segundo de color verde y extremo ancho en vez de puntiagudo; el “habanero”, excesivamente picante; el Chak-ik, llamado también “escurre” o Sukure-ik, nombre que no parece pertenecer al idioma maya. Esta variedad, de color rojo, se seca al sol como el chile “pasilla” del centro de la República, pero es distinta. Por lo general nacen espontáneamente algunas matas de Max, de fruto pequeño y parecido al “piquín” del que quizá solamente es una variación. Las otras clases de chile son más bien propias de los solares que de la milpa. Se suele aprovechar los manchones de tierra negra (eek´-luum) o en su defecto de tierra rojiza (k´ankab) para la siembra de yuca (T´siín), jícama (Chiikan), camote (Is), y macal. Esta práctica es más común en las regiones distintas de la henequenera. CULTIVO. - A los quince o veinte días después de la siembra se hace un “chapeo” bajo (paak) o bien un deshierbe (loh-ehé-paak) dependiendo de la fertilidad del terreno y consecuentemente de la abundancia de las hierbas. La diferencia entre ambos procedimientos consiste en que el primero es prácticamente una siega, sólo que más próxima a la superficie del suelo que en el “chapeo” ordinario, y en el segundo caso, que es menos común, se procura cortar de raíz todas las hierbas, hasta donde lo permite la naturaleza pedregosa del terreno. En ambos casos se utiliza la coa (loob o loh-che´) que es un implemento distinto del conocido con el mismo nombre en otros lugares de la República. Se compone de una hoja de hierro, corta y ancha, de dos filos, encorvada de modo que presenta cierta semejanza con un signo de interrogación, cuya parte inferior encaja en un mango de palo de cuarenta a cincuenta centímetros de largo. El trabajador opera en cuclillas, por lo que este trabajo es muy cansado. Cuando se trata del “chapeo” el campesino se ayuda con una pequeña horqueta (pets´-che´) que utiliza para sujetar las hierbas que va segando. Un individuo puede hacer de dos a tres “mecates” de chapeo de milpa, o sea entre 800 y 1,200 metros cuadrados, y solamente ejecuta entre medio y tres cuartos de “mecate” de deshierbe en una jornada de trabajo, superficies verdaderamente insignificantes si se comparan con las que se puede cultivar de maíz en los suelos arables y con implementos adecuados. Afortunadamente la sombra del monte contribuye en su oportunidad a estorbar el desarrollo de las malas hierbas, y la quema a su vez destruye muchas semillas y yemas subterráneas de la vegetación adventicia, de modo que la milpa roza no necesita más de un deshierbe y a la milpa caña normalmente le basta con dos. PLAGAS. - A cambio de esa ventaja, al milpero no le faltan tribulaciones, siendo de las principales la invasión del ganado, a que nos hemos referido extensamente al hablar del cerco. La langosta (saak´) sin duda alguna ocupa el primer lugar entre las plagas, pues la planta de maíz constituye su alimento predilecto. La historia de Yucatán

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señala su paso como una de las mayores calamidades, que en otras épocas, cuando no se cultivaba el henequén en gran escala y los campesinos dependían mucho más que ahora del maíz, llego a ocasionar la despoblación parcial de la Península, la miseria y hasta el hambre. Además de las plagas generales que atacan en cualquier tiempo hay otras que de preferencia lo hacen en determinadas fases del desarrollo de la milpa. Apenas la plantita sale a la superficie, varías clases de aves la buscan como alimento y habitualmente la extraen del suelo con todo el cotiledón que aún conserva. Entre ellas una de las más temidas es el soh-k´au, pájaro de plumaje negro que algunos opinan que es una especie del tordo. Con poca frecuencia en la zona henequenera y mayor en otras zonas, hace un daño semejante el ch´el, que se distingue por su hermoso plumaje azul en contraste con su desagradable graznido. Algunos autores lo confunden con la urraca, con la que no tiene ninguna semejanza. No es común utilizar “espantapájaros”, pues la mayoría de los campesinos no cree en su eficacia. Se culpa a ciertas lagartijas (me-mech, de color verde, y x-k´ankalás, amarillas) de devorar las raíces de las plantas tiernas. A veces es tan grande el daño que ocasionan las plagas en la primera fase de la vida del maíz, que se hace necesaria la resiembra. El venado (keh) también llega a penetrar a la milpa en busca de alimento. Donde todavía hay manadas de kitam, especie del pecarí o cerdo del monte, suelen causar grandes estragos en las plantaciones. A veces el terreno es invadido por multitud de ratas y ratones del campo (u-ch´oil-k´aax). La tuza (ba) sólo es de temerse en los manchones de tierra rojiza, sobre todo cuando se siembran las raíces y tubérculos que ya se mencionaron. Fuera de la langosta, las plagas de insectos son relativamente poco numerosas y dañinas en la milpa, quizá por el gran número de aves insectívoras que existe, entre ellas el ch´ik-buul, otro pájaro de color negro y de fuerte pico encorvado, que confiadamente acompaña a los campesinos cuando están deshierbando, atento a devorar los insectos que salen a la superficie. También es muy útil a la ganadería porque es de las aves “garrapateras”. La quema, como se asentó en su oportunidad, contribuye a su vez al exterminio de los insectos y de sus larvas y huevecillos. Ocasionalmente el “gusano de la raíz” (larva de un coleóptero) produce daños de importancia. Los “gusanos del elote” (larvas de un insecto cuyo nombre científico es Henothis absoleta) puede decirse que son escasos en Yucatán. Los insectos más temibles aquí son las plagas de los graneros, a que nos referimos en su lugar correspondiente. La mazorca, naturalmente, tiene más enemigos que la planta. A varias de las plagas ya mencionadas se suman diversas aves granívoras y algunos mamíferos. Entre las primeras, en los lugares de monte alto merece mencionarse el x-k´íli, especie de lorito de plumaje verde que vuela en bandadas haciendo gran alharaca. En esos mismos lugares causan daños de consideración diversos cuadrúpedos de los cuales algunos no abundan en la zona henequenera y otros prácticamente han desaparecido de ella. Mencionaremos al haleb o tepezcuintle, cuya carne es de las más apreciadas en el Estado; al k´ulub, que parece ser una especie de tejón; y al tsub, erróneamente llamado liebre, que algunos identifican con el agutí. Los tres son animales nocturnos que habitan en las cuevas y otros sitios oscuros y por la noche causan destrozos en los cultivos derribando las plantas, devorando las mazorcas, las sandías, calabaza, etc. El chiik o pizote es también un gran enemigo de la milpa. El llamado Zorro (och) que propiamente no es un zorro sino el animal conocido como “tlacuache” en otros lugares de la república, y que abunda en todo el estado hasta en los solares de la propia capital, también devora las sandias, melones y otros frutos a falta de su

alimento preferido. No se acostumbra combatir las enfermedades de las plantas, que por otra parte no son abundantes. El “Cuitlacoche” o carbón, que es tan común en muchos lugares del país, aquí es prácticamente desconocido, quizás porque el clima no es muy favorable para su reproducción. Otras enfermedades del maíz, muy conocidas en diversas regiones, en Yucatán son ocasionales. Creemos que esto se debe a la quema, que destruye los gérmenes patógenos, ya la forzada rotación de cultivos que altera dos años consecutivos de milpa con seis a diez de monte. El campesino procura defenderse de las plagas animales redoblando la vigilancia de la milpa, remendando los cercos y conservando la limpieza de la brecha en torno del cercado En algunos lugares aislados subsiste todavía una curiosa practica consistente en embadurnar un cordel con la grasa de un animal carnívoro, como el tigrillo, el leoncillo u otro semejante, y tenderlo alrededor del cercado. Se dice que esto basta para alejar a los cuadrúpedos herbívoros. La ceremonia que se celebra antes de la quema parece ser que también tiene el objeto de pedir la ayuda de los espíritus protectores de la milpa (nu-kuch-yumoob, los grandes señores) para que la defiendan de sus enemigos. Esto parece tener efecto cuando menos en los seres humanos: el ladrón de relates que después de su robo se siente repentinamente enfermo, lo atribuye a “venganza de la milpa” y está seguro de que no sanará a lo menos que la desagravie, haciendo caso omiso del propietario, pues la milpa tiene, para muchos campesinos, una misteriosa personalidad. El desagravio frecuentemente consiste en encender dos velas en el sembradío robado. LA COSECHA (Hoch). - Los primeros elotes que se ponen a la venta por lo regular proceden de los solares. Poco después se obtiene elotes en la milpa, del maíz precoz de mazorca pequeña. Es curioso que siendo tan rico el vocabulario agrícola de los mayas, en la forma que hoy se habla ese idioma, un solo término, nal, sirve para designar a la planta del maíz, al elote y también a la mazorca. Solo en casos especiales se llama al elote ak´-nal y a la mazorca de granos secos, tikin-nal, Al hablar en castellano, el campesino yucateco indistintamente denomina “elote” a la planta, al elote propiamente dicho y a la mazorca, lo que da origen a muchas confusiones. El frijol tierno, xpelón, se cosecha al mismo tiempo que los elotes. Las calabazas t´sol y ka y las variedades más precoces de frijol que se recoge seco, se cosechan más o menos en la misma época que el maíz xmehen-nal Este tipo de maíz solo por excepción necesita de mayores cuidados que los deshierbes que hemos descrito. Por lo general se le prefiere para la siembra de la milpa caña. La cosecha principal proviene del maíz tardío llamado xnuk-nal. Con anticipación se forma el pasel o caseta para la vigilancia, que es una sencilla construcción de ramas y zacate, en forma de A, que sirve para resguardarse de las lluvias y como dormitorio, lugar provisional de almacenamiento, etc. Cuando las mazorcas han alcanzado su máximo desarrollo, pero antes de que el grano este bien seco se hace “la dobla” (wats´) operación que consiste en doblar las cañas sin quebrarlas de modo que las puntas de las mazorcas queden hacia abajo, con idea de que los granos sequen con más rapidez y para protegerlos de los pájaros y de las lluvias. La mazorca no debe inclinarse tanto que puedan alcanzarla las plagas terrestres. La “dobla” se hace cuando la luna está en menguante. La ceremonia de acción de gracias por la cosecha hoy en día ha quedado muy simplificada. Antes de la cosecha se

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hace un pib-i-nal es decir, se cuecen unos elotes bajo tierra y después se escogen los tres más grandes y junto con una jícara de atole nuevo (ak’-sak) se ponen en el centro de la milpa, encendiendo cerca una vela. Cualquiera que pase por allí podrá comerse los elotes y tomar el atole, pero deberá dejar la jícara vacía en el mismo sitio. Se hace también un novenario del culto católico y se distribuyen los elotes cocidos entre la concurrencia. No siempre se efectúa la cosecha apenas el maíz está bien seco. En muchos casos se acostumbra dejar que las mazorcas permanezcan más tiempo en las cañas porque así se conservan mejor que en la troje. Por lo general en los meses de enero, febrero y marzo, estando el tiempo seco, es cuando se hace la cosecha. Para ésta, a veces se toma en cuenta las fases de la luna. Previamente se limpia un espacio al que se da el nombre de hanil, alrededor del pasel La pizca se hace en pie, es decir, sin cortar las cañas. Los milperos (koloo) llegan provistos de unas canastas de bejuco (xuxak) que sujetan a la espalda con unos “mecapales” (tantaab). En ellas depositan las mazorcas, ya desprovistas de su envoltura (holoch) que se deja adherida a la caña. Para abrir la envoltura (hetst´sil) se utilizan unos trozos de madera puntiaguda llamados bak-che´ que se hacen generalmente de katsim, habin o chacté´. A veces se emplean cuernos de venado. En muchos casos, se conserva la envoltura interior adherida a la mazorca para proteger el grano cuando se le tiene a la intemperie. No hay costumbre de aprovechar el rastrojo, más comúnmente llamado “maloja” en la región. Se deja en el campo para provecho de la ganadería trashumante y en buena parte se pudre en el mismo terreno. Al mismo tiempo que se efectúa la cosecha se selecciona la semilla (i-nal) para la siembra próxima. Al efecto, cuando el milpero encuentra mazorcas grandes las separa de las demás, sin quitarles la envoltura para que puedan conservarse mejor. Si esta práctica se completara escogiendo también las plantas de donde proceden esas mazorcas, se habría adelantado mucho en la selección de semilla en el campo. En ciertos casos, particularmente cuando se trata de pequeñas milpas, la mazorca se lleva del campo sin desgranar, pero es más común desgranarla en el campo mismo. Al efecto, se hace una especie de emparrillado alto, de palos (kaanché´), y encima se colocan las mazorcas para golpearlas (p´uch) con unos palos gruesos para que suelten el grano, que va cayendo a través del kaanché´ a los costales o petates que se colocan en el suelo. Esta operación por lo regular se ejecuta en las noches. El viento se encarga de limpiar el tamo (maíxíim). En el campo mismo se envasa el maíz (ixíím) en costales y se lleva a lomo de hombre o de caballo al granero (ch´il). Cuando se trata de una pequeña cantidad, el desgrane suele hacerse colocando las mazorcas en una hamaca de henequén y golpeándolas en la forma descrita. El desgrane a mano (oxoom) se usa preferentemente en las mazorcas escogidas para semilla. Con frecuencia en la propia casa se hace la troje, aprovechando uno de sus ángulos. Para evitar la humedad de las paredes y del piso de tierra se cubren con una capa de huano (xaan). En los lugares de monte alto suele usarse para el mismo fin la corteza del árbol llamado tsalam. La troje se separa del resto de la casa con una división de palos (kolohche´) cubierta de palmas de huano. Para evitar las plagas del granero como el gorgojo y la palomilla del maíz, que genéricamente reciben el nombre de yik´e-ixiim (“gusano del maíz”), se acostumbra poner una capa de cal viva en el piso de la troje y otra sobre el grano almacenado. Las más de las veces esta precaución resulta insuficiente: el maíz se “pica” con rapidez y el campesino tiene que darle salida a cualquier precio. Este es uno de los problemas más graves del milpero que podría resolverse si construyera graneros especiales y accediera a

aprender a fumigarlos con bisulfuro de carbono o cualquier otro procedimiento adecuado. Tenemos entendido que el Banco de Crédito Ejidal procura que sus asociados conserven su maíz fumigándolo en debida forma. Los agricultores individuales de escasos recursos difícilmente pueden implantar estos sistemas, y quedan a merced de quienes viven del comercio del maíz. Los ratones de campo también hacen gran estrago en la troje. El uso de las trampas no es común y la tarea de exterminarlos se deja a los gatos que no siempre cumplen con su cometido, y en muchos casos acostumbran sepultar entre el maíz los cadáveres destrozados de sus víctimas. Cuando se almacena el maíz sin desgranarlo y sin quitar la envoltura de las mazorcas, éstas se acomodan en la troje con las puntas hacia abajo. En otras ocasiones sirve de troje la bifurcación del tronco de un árbol. Tratándose de pequeñas cantidades de semilla, suelen hacerse sartas de mazorcas (ch’uy-nal) para colgarlas sobre el brasero, pues se cree que el humo de la leña sirve para ahuyentar a los insectos. Una vez que la milpa ha sido utilizada durante dos años consecutivos, se abandona a la naturaleza, salvo los casos especiales, de tierras fértiles, en que se hace una tercera siembra que se llama x-lab-sakab. Durante los dos o tres primeros años el terreno donde existió una milpa recibe el nombre compuesto de kol-sak´ab-hubché´ que literalmente significa “milpa-caña-monte-bajo”. Más tarde se denomina solamente hubché´. PRODUCCION. - No es fácil calcular el promedio general de rendimiento del maíz en Yucatán. La región de terrenos más pobres, que comprende la zona henequenera, difiere mucho de las otras, donde la mayor humedad y el porcentaje más elevado de nitrógeno contribuyen a aumentar el rendimiento. Se necesita promediar también las cosechas de los distintos tipos de suelo que existen en cada zona, y la diferencia de producción entre la milpa caña y la milpa roza. Considerando todo, hemos calculado un promedio general de 700 kilogramos por hectárea. Hay muchos casos, en el oriente y en el sur, en que el rendimiento es más elevado, pero en cambio en los suelos pobres llega a ser inferior. También tuvimos en cuenta las pérdidas que podrían llamarse ordinarias, pues las extraordinarias; como las ocasionadas por la langosta, no podrían figurar en esta estimación. El costo de producción no lo hemos calculado en moneda sino en horas de trabajo, ya que el valor adquisitivo de aquélla, así como el precio del maíz, son muy variables, en tanto que la relación entre las horas de trabajo y los rendimientos ofrece cierta constancia. Tomando como base siete horas efectivas en la jornada de trabajo, y promediando datos de diversas regiones del Estado, encontramos que para obtener 700 kilogramos de maíz el campesino de Yucatán invierte aproximadamente 396 horas de trabajo efectivo, es decir, cada hora de labor le rinde finalmente 1.768 gramos del preciado alimento. Hemos tenido en cuenta las siguientes operaciones y el promedio de tiempo que lleva ejecutarlas, en una hectárea: picado, brecha, cercado, tumba, molché, siembra, resiembra, deshierbe, “dobla”, formación de un kaanché, cosecha, desgrane, envase, acarreo y colocación del maíz en el granero. Como se trata de un promedio general entre regiones de monte alto y monte bajo, entre milpa roza y milpa caña, no es de esperarse que cada caso particular se ajuste a las cifras obtenidas. Las 396 horas se distribuyen en el curso del año agrícola y no se prestan para una interpretación simplista en el sentido de que aumentándolas se elevaría consecuentemente la producción, pues hay factores limitantes como veremos después. La superficie que generalmente puede atender bien un individuo, entre milpa roza y caña, es de tres hectáreas, pero suele llegar a cuatro, dedicándose exclusivamente a ello y sin ocupar persona que lo ayude,

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aunque algunos trabajos, como la quema, necesitan de la cooperación de los vecinos. El caso más común, en la zona henequenera, sobre todo, es el de los individuos que tienen la milpa como recurso accesorio y pocas veces cultivan más de una hectárea. La milpa caña no siempre se aprovecha en su totalidad. Es frecuente que sólo se utilice una tercera parte de modo que la mayoría de la siembra se verifica en terrenos nuevos que se necesita preparar cada vez. El máximo de cuatro hectáreas requiere, de acuerdo con nuestro promedio general, 1,584 horas de trabajo, aunque hay que tener en cuenta que al aumentar la superficie algunos trabajos se simplifican o se acortan. En números enteros, las horas calculadas se traducen en 226 días de siete horas de trabajo efectivo. Desde luego se tuvo en cuenta la cantidad de trabajo que puede desarrollar un individuo en un día, en cada clase de labor. El principal factor limitante es el deshierbe. En las regiones de suelo arable esta operación es rápida y relativamente fácil, pero entre las piedras, lajas y troncos de la milpa yucateca, es lenta y penosa y no puede efectuarse sino con la coa. A esa dificultad de las labores culturales se debe que en Yucatán no existan cultivos extensivos propiamente dichos, pues hasta los que pasan por tales exigen una gran cantidad de trabajo manual. En los promedios que

De “Análisis de los determinantes de la producción agrícola de los cultivos en Yucatán durante el último trienio” por H. Arjona. (Fomento, agosto de 1945)

De “Estudio estadístico sintético de la cosecha de maíz que se levantará a fines del presente año en el Estado de Yucatán” por H. Arjona. (Fomento, agosto de 1945) De “Estudio estadístico sintético de la cosecha de maíz que se levantará a fines del presente año en el Estado de Yucatán” por H. Arjona. (Fomento, agosto de 1945) 28

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obtuvimos, el deshierbe de una hectárea de milpa requiere 108 horas de trabajo, repartidas en jornadas de siete horas efectivas de labor, pues en la práctica es difícil que el campesino sobrepase esa cifra. Una parte del tiempo que permanece en la milpa se le va a preparar y tomar “pozole”, a veces cada dos horas, y por lo regular poco después de mediodía suspende su trabajo. De modo que cuatro hectáreas de milpa exigen 432 horas de deshierbe, que tiene que realizarse en plazo perentorio pues de lo contrario el rápido desarrollo de la vegetación adventicia pone en peligro el éxito. Como resultado de un año agrícola el milpero recoge, en cuatro hectáreas, un promedio general de 2,800 kilogramos de maíz. Hemos señalado esa superficie como máxima, considerando que pocas veces se alcanza. La más común, que atiende un hombre solo, es de tres hectáreas: dos de milpa roza y una de milpa caña, cuyo rendimiento seria de 2,100 kilogramos en promedio. Si aceptamos que la familia campesina consume por término medio cuatro kilogramos diarios, que serían 1,460 al año, aparentemente hay un sobrante de 640 kilogramos *le los cuales se resta /a semilla para la siembra venidera, y el excedente se divide entre la alimentación de los animales domésticos y la venta. Intencionalmente hemos dejado de mencionar la cosecha de frijol, calabaza, chile y otras plantas que se cultivan en la milpa, aprovechando en buena parte los mismos trabajos que se hacen para el maíz, pues creemos que queda compensada con las menudas y frecuentes inversiones de tiempo cuyo cálculo omitimos, como el acarreo de materiales para formar el granero, los preparativos diversos, la vigilancia de la milpa, etc., así como la parte proporcional del importe de los costales, canastas, implementos y varios pequeños gastos. También tuvimos en cuenta que esas plantas necesitan ciertos cuidados especiales. Hasta aquí hemos considerado los asuntos de la producción y los rendimientos, tratando de interpretar el punto de vista del campesino indígena, es decir, considerando al maíz puramente corno alimento básico de indispensable adquisición, sin juzgar a la milpa como una empresa comercial. Son dos las fórmulas que más frecuentemente se emplean para tratar estos temas: una estrictamente económica y la otra de carácter más bien especulativo. La primera sujeta a la milpa a un frío análisis comercial y llega a la conclusión de que sólo es un buen negocio para el comerciante en maíz, y pésimo para el milpero. La segunda trata de encontrar móviles que expliquen la persistencia de este cultivo a pesar de sus desventajas, y suele caer en hipótesis más o menos aceptables, pero a veces de significación demasiado estrecha. Así, por ejemplo, nos parece excesiva la importancia que algunos dan al factor religioso, a pesar de las prácticas rituales que aún subsisten, aunque tendiendo a desaparecer. La necesidad fue la causa de que se divinizara al maíz, como pudo haberse hecho con el arroz o cualquier otro grano básico en el caso de que el medio agrícola se hubiera prestado mejor para su cultivo. El temor constante de perder la cosecha en una región sujeta a tantas contingencias que se encuentran fuera del control del hombre hizo que tratara de aplacar a las fuerzas adversas y propiciar a las benignas, lo que dio origen a elaboradas prácticas religiosas con un claro fondo panteísta. También se ha atribuido a la costumbre o rutina adquirida a través de muchos siglos, la sola explicación de este hecho. Se ha dicho que, aunque el campesino de mentalidad y hábitos indígenas tenga una ocupación mejor remunerada, no deja por esto de aprovechar cualquier oportunidad de hacer su milpa, llevado por una costumbre que quiere hacerse aparecer como superior a sus fuerzas, convertida ya en una especie de instinto racial. Si esto es

así, no creemos que se trate de un atributo exclusivo del maíz, sino del “llamado del suelo”, común a la humanidad entera y que en el citadino se ve constreñido al cultivo de plantas en macetas. Lo que sucede es que el sistema de la milpa es el más conocido por el campesino maya, y, por otra parte, si hay en ello algo ancestral, será la huella de las hambres y escasez de épocas pretéritas y consecuentemente la satisfacción y seguridad que experimenta a la vista de una troje henchida por sus propios esfuerzos. El análisis económico de la milpa suele hacerse obteniendo el total de los días de trabajo y valorizando la cosecha al precio medio rural con el fin de deducir la cantidad que corresponde al milpero por los conceptos de jornales y utilidades. Se llega a la conclusión de que éstas son inexistentes y el agricultor nada más obtiene un exiguo jornal. Apoyándose en esto, muchos hacendados preferían comprar el maíz que se consumía en sus fincas antes que permitir que sus asalariados “perdieran el tiempo” sembrando milpas en la hacienda. Pero la economía indígena tiene otras bases y motivos que trataremos de interpretar. He aquí la respuesta típica de un campesino de Halachó: “La milpa no está haciendo para tener dinero; es para alimentación. Yo tengo sacado mi cuenta: cuarenta cargas para comer familia: yo, mujer, dos hijos, tres cochinos y gallinas; sobran veinte para venta”. Este campesino dice cultivar sesenta mecates anuales que rinden a razón de una carga por mecate. Conviene advertir que en su región hay “mecates” de treinta por treinta metros, o sea novecientos metros cuadrados, y cargas” de quince almudes para defraudar a los deshierbadores y a los carreros respectivamente. Siendo el maíz el principal alimento del campesino yucateco, es fácil comprender que su primera preocupación consista en asegurar la comida del año siguiente. ¡Cuántas personas de vida más complicada desearíamos hacer lo mismo, para contemplar serenamente el inmediato porvenir! Además, hay que tener en cuenta que la milpa no constituye el único recurso del milpero. Hemos visto que por cada hora efectiva de trabajo obtiene en promedio general cerca de dos kilogramos de maíz, de modo que pocos trabajos compensan mejor sus esfuerzos. Desgraciadamente no puede multiplicarlos aumentando la superficie de cultivo porque no tendría el tiempo necesario para deshierbarla con la oportunidad que esta planta exige. Pero en los lapsos que deja libres el cuidado de la milpa, tiene otros recursos y ocupaciones. El monte, como expresamos en una serie de artículos sobre el “monte bajo”, proporciona los materiales para fabricar la vivienda y sus anexos; constituye una cosecha constante y al parecer inagotable, de combustible; abastece de algunas maderas y cortezas de fácil venta; es el potrero comunal y la reserva de caza. El solar, por otra parte, tiene algunos árboles frutales y ciertas plantas alimenticias como la chaya. En algunos lugares produce la palma de huano que se emplea en varias industrias típicas. La vajilla puede crecer en las plantas del patio: la “jícara”, el “lec”, el “calabazo”... En tanto que la milpa madura, engordan los cerdos y se multiplican las aves domésticas. Además, en muchos casos se produce la miel para el consumo, en apiadas primitivos poblados por la diminuta abeja autóctona. (Melipona spp.) De modo que la conclusión a que se llega cuando se valoriza exclusivamente el producto de la milpa, deduciendo de aquí el total de los ingresos del milpero, no es exacta. En los países agrícolamente más adelantados que el nuestro, muchos agricultores proceden en forma semejante a nuestros campesinos en lo que toca a obtener de preferencia la mayor suma posible de productos para el consumo familiar. Cualquiera que sea el cultivo en que se especializa la granja, se acostumbra dedicar una parcela al huerto doméstico para obtener frutas y verduras frescas; se mantienen aves de corral; una o dos vacas lecheras, algunos

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cerdos, etcétera. El auténtico agricultor corrobora prácticamente el dicho de que “la agricultura no sólo es un medio de vivir, sino, sobre todo, una manera de vivir”. Parte importante de esto consiste en obtener del suelo los productos de uso doméstico, lo que se mira, más que como un negocio, como una satisfacción personal, que vincula al hombre estrechamente con la tierra, llegando al origen mismo de la agricultura. Pero cada día que pasa nos acerca más a la extinción de ese concepto. Con el advenimiento de la maquinaria se viene operando un cambio que afecta profundamente a la vida rural, en todos los regímenes económicos o sociales. La tierra se mira, nada más ni nada menos, que como una vasta fábrica de multitud de productos que la industria y la alimentación de las ciudades reclaman. Los métodos comerciales de la usina se imponen, y el plácido trabajo del campesino se vuelve una tarea realizada quizá con menos amor, pero con más provecho económico personal y general. No discutimos lo que parece inevitable, ni deseamos profundizar en cosas tan sutiles que escapan al cálculo, como la dosis de satisfacción que pueda experimentar un campesino en una u otra forma de trabajo. La milpa es susceptible de ciertas mejoras, aunque la naturaleza del medio agrícola impida transformar radicalmente los procedimientos de nuestros antepasados. La selección de la semilla, comprendiendo las pruebas de germinación; el empleo de mejores variedades; la prevención y combate de las enfermedades y las plagas; la conservación del grano almacenado; la utilización del rastrojo, y un intento de transformar la agricultura nómada en sedentaria, serían los principales puntos del programa. No es de esperarse que la iniciativa parta del campesino ni tampoco que contribuya económicamente a su realización. Por lo contrario, es de tenerse en cuenta su reconocida resistencia a un cambio de sistemas. Todas las conferencias y escritos resultarían inútiles. Se necesitarían pequeños campos de ensayo y demostración en las zonas adecuadas, estos como consecuencia de aquellos, para una enseñanza objetiva, que, de fracasar, indicaría que no queda otro camino por seguir que el lento, pero seguro, de la enseñanza de la niñez por medio de “clubes de agricultura”, a lo menos que se desee apelar a los métodos de compulsión o se prefiera dejar que las cosas continúen en el estado en que se encuentran desde la época anterior al Descubrimiento.

preparativos para la milpa del año siguiente, escogiendo y midiendo el monte que se piensa utilizar. Agosto. - Se siembra frijol de enredadera llamado tsamá, en lugar separado del maíz. Comienza el desmonte de los-, terrenos de monte arto, destinados a la siembra del año siguiente. Septiembre. - Se hace la “dobla” del maíz menudo. Continúan los desmontes. Octubre. - Se hace la “dobla” del maíz grueso o tardío. Noviembre. - Se cosecha el maíz menudo. Diciembre. - Concluye la cosecha del maíz menudo, de las siembras atrasadas. Calendario lunar. – Como se ha expresado; el campesino indígena concede gran importancia a las fases de la luna, como una guía para sus operaciones agrícolas. Luna llena, del mes de Marzo, Abril o Mayo: quemas. Luna llena, de Mayo o Junio: siembras de maíz, frijol y calabaza. Menguante, del mes de Junio o Julio: deshierbes. Menguante, del mes de Octubre: “dobla” de las cañas del maíz menudo. Menguante, del mes de Octubre: “dobla” de las cañas del maíz grueso. Menguante, del mes de Noviembre: cosecha del maíz menudo. Menguante, de los meses de Enero, Febrero y Marzo, cosecha del maíz grueso y frijol.

APENDICE I Calendario de la milpa. Enero. - Comienza la cosecha del maíz tardío, pero como el grano todavía no está bien seco, no se almacena sino se utiliza para el consumo inmediato. Concluyen los desmontes de la milpa roza. Febrero. - Principia la cosecha del frijol de milpa y la “tumba” del monte bajo. Continúa la cosecha de maíz grueso o tardío, y se forman los graneros para almacenarla. Marzo.- Sigue la “tumba” de los montes. Comienzan las quemas de la milpa roza. Terminan las cosechas de maíz y su almacenamiento, Abril. - Siguen las quemas de la milpa roza. Se practica el bakuché’o corte de las malezas y chapeo, en las milpas caña, y a medida que se secan, se van quemando. Mayo. - Se hacen las últimas quemas. Algunas veces se practica la siembra en seco (tikin muk). Si las lluvias se adelantan se da comienzo a las siembras de maíz y frijol de milpa. Junio. - En este mes, después de las primeras lluvias de la estación, las siembras son más generales. Comienzan los deshierbes de las siembras adelantadas, hechas en terrenos de monte bajo. Julio. - Se hacen los deshierbes de las siembras practicadas en junio. En los lugares de monte alto comienzan los 32

APENDICE II Maíz introducido al estado en los años que se expresan (x) AÑO NACIONAL EXTRANJERO TOTALES 1932 3 210 847 KGS 0 3 210 847 1933 10 340 277 KGS 0 10 340 277 1934 14 789 718 KGS 0 14 789 718 1935 29 171 308 KGS 0 29 171 308 1936 1 899 552 KGS 0 1 899 552 1937 4 424 470 KGS 2 979 614 7 404 084 1938 10 779 293 KGS 12 212 769 22 986 062 1939 5 336 885 KGS 1 121 209 6 458 094 1940 2 297 121 KGS 0 2 297 121 1941 42 317 059 KGS 456 42 317 515 124 560 530 KGS 16 314 048 140 874 578 PROMEDIO ANUAL: 14 087 458 Kg En el año de 1941 la importación fue anormal, debido a la plaga de langostas. (x) Datos tomados del órgano de la Cámara Nacional de Comercio de Mérida 33


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AK’-NAL. Elote de granos muy tiernos AK’-SAK. Atole hecho del maíz nuevo BA. Tuza (Heterogeornys torridus, Merriam). BACH. Chachalaca (Ortalis vetula pallidiventris, Ridgway). BAKAL. Olote, raquis de la mazorca. BAK-CHER Trozo puntiagudo de madera, que sirve para despojar a la mazorca de sus envolturas o brácteas. BA-K’U-CHE’. Operación que consiste en suprimir los retoños de la vegetación en un terreno desmontado con alguna anterioridad, Comprende también un nuevo “chapeo” del terreno, preparándolo en esa forma para la quema. BALCHE. Árbol leguminoso (Lonchocarpus longistylus, Pittier). Bebida fermentada, hecha con la corteza de ese árbol y con miel; ya casi no se usa, sino en la celebración de algunas ceremonias. BAT’AB. Acto de encender y propagar el fuego de la quema, alrededor del terreno desmontado. BOB. Planta silvestre (Cocoloba schiedeana, L. Miers). BOX-KATSIM. Árbol o arbusto leguminoso, del género Prosopis. BUUL. Frijol (Phaseolus vulgaris). CAAN. El firmamento; el cielo CAAT. Vasija de barro en forma de apaztle CANLAH-U-TAZ-UAH, Panes ceremoniales, cuya clase y forma se describen antes CATZIM. Árbol o arbusto leguminoso (Prosopis chilensis, Molina). CAX. Gallina común, antiguamente “gallina de castilla” CITAN. Pecari o cerdo del monte (Pecari angulatus yucatanensis, Allen) COL. Milpa. CHAAC. Lluvia CHAC. Nombre que recibían los dioses de la lluvia. CHACTE. Planta leguminosa (Salpinia platyloba, S. Watte.). CHAKAH. Palo mulato (Bursera simaruba, L. Sarg.). CH’AK-BEEN. Milpa roza, nombre que se da al terreno recién rozado y quemado; siembra que se hace por primera vez en un terreno.

CH’AKCHE’. Corte de los árboles en la operación de la “tumba” a un metro aproximadamente de la superficie del suelo. CHAK-CHOB. Variedad de maíz de granos rojizos. CHAK-IK. Variedad de chile, de color rojizo, que suele secarse al sol como el chile pasilla. CHAWA. Variedad de chile (Capsicum sp.). CHAK-WAYAKAB. Especie de frijol de granos muy pequeños, de color obscuro, con una manchita blanca. CHCA-CHAAC. Ceremonia de magia imitativa que tiene por objeto lograr que llueva. CHCHUY-NAL. Sarta de mazorcas. CH’EL. Pájaro granívoro y de hermosas alas de color azul (Evanocitta yucatanica, Dubois). CHIB-CHAAN. Mandadero, recadero. CHIBILUB. Ave no identificada, que habita preferentemente en los montes altos. CHICHOIL-KAX. Ratas y ratones de campo. CHIIK. Pizote (Nasua, Narica yucatanica, Alien). CHIIKAN Jicama (Pachyhizus, Rich). CH’IK-BUUL. Pájaro “garrapatero” de color negro, pico ancho y curvo (Crotophaga sularostris, Swainson). CHIIK’IN. Occidente. CH’IL. Troje, granero. Generalmente se forma con una empalizada que se cubre con hojas de la palma llamada huano. CHOCHEL. Intestinos de las aves. CHUKUM. Árbol o arbusto leguminoso cuya corteza se emplea como tanante. DZAY-BALAM. Variedad de Chile, de color blanco. DZIIN. Yuca (Manihot esculenta, Crantz) DZITBACAL Variedad de maíz de mazorca grande, granos blancos y elote flexible DZOL. Variedades de calabaza que siembra al mismo tiempo que el maíz. EEK’CHOB. Variedad de maíz de granos de color rojo obscuro, casi negro. EEICLUUM. Tierra de color negro o muy obscuro. HABIN. Árbol leguminoso (ichthyomethia communis, Blake). HANCH’AK. Operación que es parte del desmonte y consiste en cortar los bejucos, maleza, arbustos y ramas de los árboles. HANIL. Especie que se limpia alrededor del pasel, para amontonar la cosecha. HAY-CH’AK. Ramas y ramitas divididas en trozos menudos, que con la hojarasca alfombran el terreno antes de la quema. HETS-T’SIL. Despojar a la mazorca de sus envolturas o brácteas. H-MEN. Adivino, hechicero, especie de sacerdote de los mayas. HOCH. Cosecha. HOL-CHE’. Brecha angosta que se abre alrededor del terreno, antes del desmonte, para facilitar su medición. HOLOCH. Envoltura o brácteas que cubren la mazorca.

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APENDICE III Glosario de las palabras mayas que se citan en el texto. Deseamos aclarar que solo tuvimos en cuenta el significado de las palabras en relación con el presente trabajo, desatendiéndonos de las demás interpretaciones que puedan tener, de la traducción literal, y de los llamados “diccionarios” de la lengua maya y trabajos semejantes que suelen ofrecer expresiones ya en desuso y algunas que quizá no se han empleado jamás en el idioma hablado. (Nota del autor)


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HOTZ-MAK. Sopa de tortillas. HUBCHE’. Nombre que recibe un terreno abandonado, que ha servido para milpa, cuando la vegetación todavía no alcanza su completo desarrollo. También significa “monte bajo”, aludiendo a los terrenos donde por deficiencia del suelo los árboles no llegan a alcanzar gran altura. HUL-DEEN. Resiembra; significa también repicar, es decir, sembrar las fallas de un terreno donde la semilla ha nacido deficientemente. IB. Leguminosa de granos alimenticios, semejante al frijol, pero de distinto género. IC. Chile (Capsicum annuum.) IK. El viento I-NAL. Mazorca que se escoge para semilla. IS. Camote. IXIIM. Maíz (Zea mays) Nombre que solamente se aplica al grano, ya separado de la mazorca. K’AAN. “Mecate”, medida de superficie y también lineal, que en la actualidad se acepta como equivalente a cuatrocientos metros cuadrados en el primer caso, y veinte metros lineales en el segundo. KAANALK’AX. “Monte alto”, terreno donde los árboles han alcanzado mayor altura por las condiciones favorables del suelo y porque se les ha permitido desarrollarse durante varios años. KAAN-CHE’. Construcción rústica de un “huacal” grande, hecha con leños separados entre sí, dejando angostas rendijas, que se sostienen sobre cuatro postes a unos dos metros de altura. Se utiliza para desgranar las mazorcas que se colocan en su interior y se golpean con las rendijas del fondo. Suele emplearse también como granero para almacenar el maíz en mazorca. En las ceremonias de la milpa hace las veces de altar. KAH-KOL. Desmonte o “tumba- de un terreno para milpa. KANAN-K’AAK’OO. Individuo que se encarga de cuidar, durante la quema de la milpa, que el fuego no ¿legue hasta el cerco. K’ANKAB. Tierra de color rojizo por la presencia de óxidos de hierro. KAU. Pájaro de color negro (Mequiscalus major magrourus, Swaison). KAX. Monte, en su acepción de lugar poblado de árboles silvestres K’AY-T’EL. Variedad de maíz precoz, de mazorca muy pequeña. KAZ-TAKAN-UAH. Tortilla de maíz precoz a medio cocer, KEH. Venado (Odoceileus toltecus, Saussure), K’EYEM. Pozole; bebida hecha con granos de maíz hervido. KILT. Especie de loro de tamaño pequeño. K’OBEN PAK’AL. Sistema de siembra al tres bolillo, con estaca o xul. KOL. Amasijo espeso hecho de masa de maíz y en algunos casos de harina de trigo, que se emplea como parte de ciertos confeccionados con carnes principalmente de aves. KOLOO. Milperos. KOL-SAK’AB-HUBCHE’. Nombre que durante dos o tres años se le da al terreno abandonado después de haber servido para milpa.

KUX-COL. Se da el nombre a la hojarasca y demás basura que se amontona alrededor del terreno desmontado. ULPACH. “Espalda” o lado posterior de un terreno. K’ULUB. Tejón mapache (Procyon lotor, L.) K’UUK-CHE’. Retoñar, retoño de la vegetación. LAAL. Ortiga (Urtica urens, L) LAK’IN. Oriente LEC-MUCH. Especie de sapo. LEK. Planta cucurbitácea (Lagenaria sp.) y su fruto, el cual se emplea como recipiente, generalmente para guardar las tortillas de maíz. LOH-CHE’. Coa, implemento de hierro formado por una hoja plana, ancha y encorvada y un mango corto de madera. LOH-EHE’-PAAK Deshierbe hecho con la coa. LOOB. Otro nombre de la coa. LUCH. Planta bignomíácea y su fruto (Crescentia cujete, L.) el cual se utiliza para formar y vasijar (“jícaras”) que se emplean para servir pozole, agua y otros líquidos. LUUSAH-CHE’. Lo mismo que CCHAC-CHE. MACAN. Enramada MAIIXIIM. Tamo del maíz, MAK-HOL. Acto de tapar con tierra, empujándola con el pie, los hoyos donde se ha depositado la semilla. MAX. Variedad arbustiva de chile semejante al “piquín”. MEHEN-BUUL, Frijol negro, de grano pequeño. ME-MECH. Lagartija de color verde. MIS-HAL-CHUN-SUUP limpiar, barriéndolo con escobas de ramas, una porción de terreno alrededor del cercado. MOCHCH. Pata de ave. MOL-CHE’. Operación que consiste en juntar las ramas, leñas, etc., que no hubiesen ardido bien, para volverlas a quemar. MUCH. Nombre genérico del sapo. Se aplica también para algunas ranas. NAL-T’EL. Variedad de maíz precoz, de planta, mazorca y granos pequeños. NAL. Maíz (Zea mays), Se aplica a la pianta, al elote y a la mazorca, pero no al grano, al cual se le denomina IXIIM. NOHOL. Sur. NOK-CH’AK. Cerco formado con los árboles y arbustos que se encuentran próximos cortándolos a la mitad de su diámetro e inclinándolos, con el fin de que al retoñar formen un seto vivo, que previamente es reforzado con ramas espinosas. NOM. Ave llamada erróneamente perdiz en. Yucatán (Crypturus sallei goldmani, Nelson). NUKUCH-YUMOOB, Los grandes señores amos o espíritus protectores de la milpa. OCH. Mamífero conocido en Yucatán con el nombre equivocado de zorro. En realidad es el animal denominado tlacuache en otros lugares de la República (Didelfo yucatanensis, Nelson).

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OXOOM. Desgrane a mano de las mazorcas. PAAK. “Chapeo”, siega de la mala hierba; particularmente se emplea este término cuando se siega la hierba muy cerca de la superficie del suelo. P’AK. Tomate. PAK’AL. Siembra. PASEL. Caseta o jacal formado de palos y ramas para la vigilancia de la milpa. PAWO’. Especie de canasta hecha de fibra de henequén. P’AY-TOK. Operación que consiste en cortar los matorrales, los arbustos y las ramas bajas de los árboles. P’EH-CHE’. Lo mismo que HOL-CHE. PET’-CHE’. Palo cuyo extremo termina en forma de horqueta que sirve para sujetar las hierbas que se van segando “chapeando”. PIB. Barbacoa. Alimentos cocidos bajo tierra o en horno. PIB-I-NAL. Elotes cocidos bajo tierra. P’ISI-CHE’. Vara que sirve para medir el terreno, y que tiene la sexta parte de un “mecate” lineal. P’ISI-KOL. Medición de la milpa. POM. Copal (icica copal Engelm). PPOCHAHAL. Acto de espigar las plantas de maíz. PPU. Batida de cazadores. P’UCH. Sistema de desgranar las mazorcas golpeándolas con palos. P’UP’UY-BI. Montoncitos que se hacen con los gajos pequeños y ramas desmenuzadas, para quemarlas. P’UY-BI-KOL. Dividir en trozos menudos las ramas de los árboles. P’UY-KAB-CHE’. Podar las ramas de los árboles. SAAK’. Langosta (Schistocerca paraenensis, Burm.) SABUKAN. Morral de henequén. SAHUM. Variedad de maíz de granos amarillentos. SAKA’. Bebida hecha con masa de maíz, cuyo nixtamal se prepara sin añadirle cal corno es costumbre cuando se trata de elaborar tortillas. SAK’AB Milpa que se hace por la segunda vez consecutiva en un terreno. Al que se le denomina caña o “cañada”, quizá por el hecho de que las cañas de maíz de la primera siembra quedan de pie, pues no hay costumbre de utilizar el rastrojo. SAK-KATSIM. Árbol o arbusto leguminoso del género Prosopis. SAK-TUX. Variedad de maíz de granos blancos y dentados. SIKIL. Semilla de calabaza, SOH-K’AU. Una de las muchas aves de plumaje negro que hay en Yucatán. Suele desenterrar la plantita de maíz cuando comienza a salir a la superficie. SOHOL. Hojarasca. SUUP. Cerca hecha de horquetas, palos y ramas espinosas, que se recojen en el desmonte.

T’ABI-CHUMUK. Encender el fuego en la porción central del terreno. TA-CHE’. Terreno desmontado y preparado para la quema. TAH-CHE’. Estacas que se arreglan para servir de teas. TAK-CHE’. Horquetas que se emplean en el cercado de la milpa. TANTAAB. “Mecapal”, cordel o correa que se pasa sobre el hombro, para sujetar el morral, canasta, etc. TICH’. Ofrenda. TIKIN-MUK. Siembra en seco. TIKIN-NAL. Mazorca madura de granos secos. TOK-BI. Quemar la vegetación, TO-KOO. Personas encargadas de iniciar y propagar el fuego. TOOK. La quema. TSALAM. Árbol cuya corteza suele emplearse para revestir el piso y las paredes de1 granero (lysoma latisiquia, L.). TSATSAH-BUHBIL Resquebrajar la punta de los palos que se utilizarán como teas. TSUB. Mamífero erróneamente llamado liebre (Dasyprocta puctata yucatenensis, Nelson). TTOT-MUCH. Especie de sapo. TUTI-UAH. Alimento preparado con masa de maíz que se rellena de semilla de calabaza, frijol, etc. TZAMA’. Variedad de frijol negro, de granos grandes y mata trepadora. TZO. Pavo común, doméstico. TZUTZUY. Especie de la paloma torcaz (Leptotila fulviventris, Lawrence). UAH. Tortilla hecha de masa de maíz pan, en general. UEH-KANDZILEEN Amarillarse, agostarse las plantas por causa de la sequía. WA-CH’AK. Desmonte mal hecho, que consiste en cortar a medias el tronco de los árboles y arbustos, inclinándolos hacia el suelo, sin desmenuzar sus ramas, y sin cortar los matorrales. WATS’. Dobla. WAXIM. Arbusto leguminoso, muy abundante en muchas regiones (Lecucaena glauca, L). Se dice que el ganado equino que lo come se le cae el pelo WOLT’AB. Véase BAT›AB. XAAC’NINAL. Mezcla de semillas de maíz, calabaza y frijol. XAAN. Huano, familia de las palmas (Sabal japa, Wright). XAI-CHE. Horquetas grandes, de brazos muy abiertos que se emplean para sostener el ramaje que forma parte del cerco de la milpa. XAMAN. Norte. XBEL-BAKAL. Variedad de maíz cuya mazorca ofrece la particularidad de que en su parte media sólo lleva dos pares de hileras de granos. X-COL-I-BUUL. Frijol de milpa, la variedad que más se siembra junto con el maíz. X-E-HU. Variedad híbrida de maíz con granos azules y de otros colores. XIMBALK’AX. Recorrer el monte con

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el fin de escoger un terreno para milpa. X-KA. Variedad de calabaza que se siembra en la milpa. X-KALISK’UUM. Otra de las variedades de calabaza. X-K’ANKALAS. Especie de lagartija de color amarillo. XK’AN-NAL. Maíz amarillo. X-KAT-IK. Variedad de chile que se emplea para sazonar ciertos alimentos, cociéndolos juntos, véase ZAC-IC. X-KOKO-K’UUM. Otra de las variedades de calabaza, el nombre parece ser híbrido. X-LAB-SAKAB. Tercera siembra consecutiva que se hace en un terreno de milpa y nombre que recibe ese terreno. X-MA-YUM. Una de las variedades del fríjol. XMEHEN-NAL. Nombre genérico de las clases de maíz de mazorca y granos pequeños. XNUK-NAL. Nombre que se aplica a las clases de mazorca y granos grandes. Maíz tardío. X-NUK-P’UUM. Variedad de calabaza de tamaño grande, XPA-KOL. Ganado que traspasa el cerco de la milpa. XPA-SUUP. Ganado que salta el cerco, X-PELON. Variedad de frijol que se cosecha tierno y que por lo regular se vende y se cuece en su propia vaina, en forma semejante al “ejote”. X-TABCANIL-AK. Bejuco de la familia de las vitáceas (Vitis sicyoides y V. rhombifolía). X-T’UP-NAL. Variedad de maíz de granos muy pequeños. XUL. Palo que se utiliza en la siembra para abrir los agujeros donde se deposita la semilla. Al efecto se aguza uno de los extremos o se reviste con una punta de hierro. XUUK’. Mojonera de la milpa. XUXAK. Canasta tejida de bejucos, que se emplea en la cosecha. YIK’E-IXIIM. Nombre genérico de distintos insectos que atacan al grano de maíz almacenado, tales como el gorgojo (Calandra granarla) y la palomilla (Sitrotoga cerealella). YUMI-IK’OO. Los padres, amos o espíritus del viento. ZIPCHE. Planta de la familia del nance (Bunchosia glandulosa, D.C.). ZITT-CEH. Sistema de siembra que consiste en dar pasos largos, forzados, abriendo a cada paso un hoyo con el XUL y depositando las semillas.

edición de 1942. Con posterioridad, en 1946 (2ª. ed., 1977) la Enciclopedia Yucatanense publicó otra versión del trabajo titulada La agricultura milpera de los mayas de Yucatán que contiene muy escasas diferencias con la primera edición, titulada La Milpa aquí presentada. La Enciclopedia Yucatanense no publicó más que el primero de los apéndices a que se hace referencia arriba. Con fines de documentación, sin embargo, se incluyen algunas de las ilustraciones tomadas de La agricultura milpera de los mayas de Yucatán.

Curriculum Vitae

El trabajo “La Milpa” fue publicado por primera vez en 1942 por la organización Henequeneros de Yucatán. Contiene tres apéndices: el calendario de la milpa; estadísticas sobre el maíz introducido al estado (1932- 1941) y un glosario de las palabras mayas que se citan en el texto. La edición que presentamos se publicó en la Revista de Geografía Agrícola. Análisis regional de la agricultura, No.2: enero de 1982 editada por la Universidad Autónoma de Chapingo y se basa a su vez en una copia xerográfica del original que el autor presentara para la

Nació en Mérida, Yuc. el 23 de mayo de 1902. Cursó sus estudios en el “Colegio Elemental y Preparatorio Gabino de J. Vázquez” de la misma ciudad; en la Escuela de Agricultura del Estado fundada en Yucatán por el Sr. General Salvador Alvarado y en el State Institute of Applied Agriculture en Long Island, Nueva York, becado por el Gobierno de Yucatán (Decreto número 473 del XXV Congreso Constitucional del Estado Libre y Soberano de Yucatán. - Diario oficial. Año XXII número 6579 del 10 de abril de 1919). Se graduó en el mencionado Instituto el 1o. de junio de 1923 y el Diploma correspondiente se registró en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público a fojas 30 vuelta del libro número 1, año de 1937, con el número 539. Trabajos desempeñados Nombrado por el C. Gobernador Felipe Carrillo Puerto en junio de 1923 como Profesor de Agricultura en la Escuela Granja del Estado; el siguiente mes recibió el cargo de director de la misma Institución y lo desempeñó hasta diciembre del propio año cuando la rebelión delahuertista depuso al Gobierno del Estado. En 1924 y 1925 desempeñó trabajos agrícolas particulares en la Hacienda Buenavista del Estado de Campeche. Comenzó a prestar sus servicios a la Secretaría de Agricultura, y Fomento el 1o. de enero de 1926, siendo profesor especialista de Horticultura (Frutales y Hortaliza3) durante 5 años en las Escuelas Centrales Agrícolas de Guanajuato (Roque, Celaya) y de Hidalgo (El Mexe) sucesivamente. Se le trasladó a la Dirección General de Agricultura en San Jacinto, D.F. donde desempeñó los siguientes cargos y comisiones: Jefe de la Sección de Fruticultura y jefe (fundador) de los “Clubes de Fomento Agrícola”, dependientes del departamento de Extensión Agrícola (1931-1932); jefe de los campos de Experimentación en Guerrero (1933). De 1934 a enero de 1937 estuvo sucesivamente comisionado por la Dirección de Agricultura en Carapan, Mich., en la Comisión de Estudios Indigenistas jefaturada por el Sr. Profesor Moisés Sáenz; fue jefe del Vivero de Fruticultura en Magdalena Son.; jefe de la Sección de Fruticultura en el Campo Experimental del Yaqui (Ciudad Obregón, Son.) y Sub-jefe de las Exposiciones Agrícolas Regionales dependientes del Departamento de Extensión. En febrero de 1937 fue comisionado para ayudar a la Organización de una Exposición Agrícola en Mérida. En esta Ciudad el “Comité de Administración del Fondo de Trabajadores” lo designó para organizar y dirigir el Instituto Técnico Agrícola Henequenero establecido en Chaczikín, Yuc., cargo que desempeñó con autorización

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Chaczikin, Yucatán, a mayo de 1942.


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de la Secretaría de Agricultura donde continuó empleado y en oficio 10-8879 del 28 de Abril de 1938, el señor Dr. José G. Parres, Secretario de Agricultura, le ratificó la comisión mencionada, que desempeñó hasta 1944, en que por acuerdo del señor Ing. Marte R. Gómez, Secretario de Agricultura en esa fecha, pasó a la Comisión Nacional de Irrigación, desempeñando sucesivamente los cargos de Jefe de Operación en Yucatán y Jefe de Obras en Campeche (1945-1947). De octubre de 1947 a abril de 1950 fue director del Departamento Analítico de Investigación de Henequeneros de Yucatán. De mayo de 1950 a septiembre de 1956 fue sucesivamente Jefe de Zona Auxiliar y Jefe de Zona Directa (Agente) del Banco Nacional de Crédito Agrícola en Yucatán y Campeche. De mayo de 1961 a agosto de 1962 (Carta No. 3-902 del 16 de mayo de 1961, de la Agencia del Banco Ejidal de Yucatán) fue asesor Técnico Agrícola de dicha Agencia. En Julio de 1962 comenzó a prestar sus servicios de Agrónomo al Banco Agrario de Yucatán como hasta la presente fecha, con diversos cargos y estudios. Comisiones desempeñadas Además de las que se mencionaron anteriormente, fue Delegado Asesor en la Primera Convención Nacional de Productores de Naranja (Secretaría de Agricultura y Fomento agosto de 1936) y en la Primera Convención Nacional de Cultivadores de Piña (1938). Comisionado por la Oficialía Mayor de la S.A.F. para hacer un estudio de las plantaciones de Henequén en Tamaulipas (septiembre 1944). Delegado Técnico al IV Congreso de Conservación del Suelo y del Agua celebrado en Tuxtla Gutiérrez, Chis., en marzo de 1950. En la Comisión Intersecretarial de estudios sobre problemas Agrícolas de Península de Yucatán (1959). Del 14 de agosto de 1964 al 31 de octubre de 1965 fue Agente del Banco Nacional de Crédito Ejidal en Campeche, con licencia del Banco Agrario de Yucatán. Invitado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica, visitó estaciones experimentales Agrícolas en 8 Estados de este País (abril a junio de 1943). Ponencias Varias ponencias solicitadas por el Consejo Nacional Directivo de la S.A.M. en mayo, 1942. Ponencias sobre Crédito Agrícola para la Unión Regional de Asociaciones Agrícolas (noviembre 1939) elaborada por encargo del Agente de la S.A.F. en Yucatán. Ponencia presentada por México en la III Conferencia Interamericana de Agricultura Celebrada en Caracas, Venezuela, en 1945 (Sección III.- Producción de Fibras duras en América) con el título “La competencia Internacional en el Mercado de Fibras duras en América) con el título “La competencia Internacional en el Mercado de Fibras Duras”. Esta ponencia se elaboró por encargo directo del C. Secretario de Agricultura y Fomento, Ing. Marte R. Gómez. Ponente por la Sociedad Agronómica Mexicana en la XVIII Conferencia de Mesa Redonda, efectuada el 29 de abril de 1946. Ponente por la misma Sociedad en la Conferencia de Mesa Redonda celebrada en Mérida en agosto de 1949 con el título “La Crisis de las Fibras Duras y la III Conferencia Interamericana de Agricultura”. Publicaciones En el Boletín del Dpto. de Extensión Agrícola titulado “Sugestiones Oportunas” publicó varios artículos de

divulgación sobre el cultivo de Frutales y Hortalizas (1931-1936). En el mismo departamento, 18 folletos de divulgación sobre los temas mencionados y los “Clubes de Fomento Agrícola” (1931-1936). En la revista “Agricultura”, diversos artículos, entre ellos sobre el cultivo del Jipi; del henequén; reajuste Agrícola de Yucatán, etc. (1938-1939). En el “Diario del Sureste” 51 artículos sobre diversos temas Agrícolas (1939 a 1943). La Secretaría de Educación Pública (Departamento De Enseñanza Agrícola) le encargó la obra que fue publicada en 1936 con el título “El Cultivo de las Plantas de Hortalizas”. En la revista “8 de agosto” del Banco Agrario de Yucatán, publicó varios artículos entre ellos el que se titula “La Fruticultura en el Panorama Agrícola de Yucatán”. Folleto “La Milpa”, publicado en 1942 por Henequeneros de Yucatán. “El Indio en la Agricultura”, Conferencia publicada por la Federación de Organizaciones Populares de Yucatán, 1948. En la Enciclopedia Yucatanense, en el tomo I “En Clima de Yucatán”; en el tomo VI “La Agricultura Milpera de los Mayas de Yucatán” (1946). “El Cultivo de la Sansevieria en Yucatán”, segunda edición, 1949. “El Cultivo de Hortaliza en los Solares”, segunda edición, 1951. “Enfermedades y Plagas del Henequén en Yucatán” 1950, y otras obras publicadas por Henequeneros de Yucatán. “El Problema Agrícola de Yucatán”, segunda edición, 1963. Traducciones (en éstas no figura el nombre del traductor) Por encargo de la Unión Panamericana, Washington, D.C. “Estado de la Industria de las Fibras Vegetales en las Repúblicas Latinoamericanas”(1947). “El Cultivo del Cacao” y “Grasas y Aceites en América Latina” (1948). Agro. Augusto Pérez Toro Mérida, Yuc., marzo de 1971

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El naranjo Otra vez el naranjo ha florecido, 43


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y la fragancia del azahar parece esencia de recuerdos y de olvido que apenas al surgir se desvanece. No sé qué tiene de honda y elusiva, de fuerte y a la vez tan delicada esta fragancia, con cosa viva, como alma de mujer enamorada. Si el ensueño tuviera algún aroma sería el tenue y nevado del azahar, y esta noche sensual, como redoma daría al aire la esencia del soñar… Augusto Pérez Toro Mérida, 1939

Polen de las generaciones sepultadas, Las humanas simientes de esta tierra, Que vivieron con manos desgarradas De alzar templos, sembrar y hacer la guerra. Sacrificios, esclavos, mercaderes, Sacerdotes, caciques...y, no obstante, fieros los hombres, dulces las mujeres y sobre rocas el verdor fragante. Este polen y el otro que nos vino de la lejana Europa, conjugados, opaco a veces y otras, cristalino, ahora, con los anhelos renovados se esparce en el histórico camino y en los nuevos senderos encontrados. Augusto Pérez Toro Mérida, marzo de 1972

Polen de Yucatán I Polvo amarillo, polen milenario que las abejas de un Mayab distante llevaban hasta el íntimo santuario de la corola trémula, expectante.

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Flor del Xtabentún, néctar sagrado En las colmenas que el ocaso dora; Xpuhuc de la muerte y el pasado, azules Xahailes de la aurora. II Fecunda, como ayer, a los frutales, aguacates, anonas----que en las duras lajas, entre las grietas y hendiduras hunden ávidas garras vegetales y alzan ramas en danzas de locuras con los húmedos vientos tropicales.

estimonio de la Ing. Elizabeth Pérez Esquivel (Nieta de Augusto Pérez Toro. 2017) Mi abuelo Santiago Augusto, era hijo de Don Baltazar Pérez Sánchez, autor de varias obras literarias y de Doña 44

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Colección: Pilares de la Ciencia

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Concepción Toro Muñoz, proveniente de una familia de Campeche. Se sabe que el quinto de seis hermanos: María, Elisia, Amelia, Candelaria, Baltazar y Rita María. Cuando tenía 24 años y trabajaba en La Universidad de Chapingo se casó con Librada María Trinidad d´Manzano Trovamala y Loranca, una joven de 15 años a quien desposó en Celaya, Guanajuato el 12 de junio de 1927. Mi abuela era oriunda de Orizaba, Ver., y era hija de un tenor que, por su trabajo, se desplazaba entre Puebla y Veracruz. El matrimonio Pérez Trovamala tuvo siete hijos, a saber: Gloria María Concepción (+), la mayor, que casó con el Prof. Alfredo Barrera Vásquez; María Eugenia Trinidad (+), casada con el yucateco Marco Antonio Lara Payán; Susana, que vive actualmente en California, E.U., casada con James Andrews; Rafael Augusto, mi padre, quien estudió mecánico electricista en la ESIME del Instituto Politécnico Nacional. Se casó con mi madre Refugio Esquivel López y a los pocos años se divorciaron. Como ambos se volvieron a casar, yo fui a vivir a casa de mis abuelos desde muy niña; Olga Beatriz, casada con Basilio Bond. Actualmente viven en Ohio, E.U.; Raymundo Baltazar, que vivió en la Col. Pensiones y trabajó en la clínica del ISSSTE, casado con Jacqueline Arroyo; y Miguel Alberto, el menor de los hermanos, quien murió a temprana edad. La familia vivió en el barrio de San Cristóbal por muchos años, hasta que, como muchas familias de Mérida, se salieron del centro de la ciudad hacia el norte y alquilaron una casa situada en la calle 62 No.300 del barrio de Santa Ana. Posteriormente, gracias a los ingresos que mi abuelo tenía como trabajador bancario, obtuvieron terreno y construyeron casa en la primera sección de la naciente Col. Pensiones, en la calle 7, donde ahora se encuentra una oficina del FOVISSSTE y donde fueron vecinos de las familias, Bojórquez, Negroe, Sánchez Tello, Gallegos y del mismo Prof. Barrera Vásquez. Yo tenía 18 años y los recuerdos de esta época son imborrables: se trataba de una casa muy grande (17 x 60 m.) con un jardín en la parte delantera donde mi abuela cultivaba sus rosales. Tenía jaulas con pájaros y cultivaba nopales. Al fondo de la casa, mi abuelo hacía eras en las que mi cultivaba hortalizas y ahí nos mandaban a cortar todo lo necesario para la comida (cilantro, rábano, epazote, chiles, orégano, etc.). También había gallineros y chiquero. El patio estaba lleno de árboles frutales que mi abuelo regaba y nos enseñaba a cuidar. Teníamos un tanque. Había matas de naranja, grosella, aguacate, mamey, zapote, chicozapote y mango. No faltaban las pitahayas y las ciruelas y los plátanos. Es curioso comentar que ninguno de mis tíos, ni de mis tías, continuó con la afición por la tierra que tenía el Ingeniero Pérez Toro, excepto quizá, uno de sus nietos, un hijo de mi tía Susana, quien vive con su familia en Hawai. Él se dedica al cultivo y venta de frutas y hortalizas. Sin embargo, es innegable que mi abuelo Augusto nos enseñó a amar a la tierra y a sus frutos, como también aprendimos con él a cuidar de ellos. En la casa se hacían conservas y aprendimos a batir sorbetes. Con él también aprendimos a leer, ya que teníamos acceso a los libros: podíamos entrar y salir de su pequeño estudio lleno de anaqueles y en donde había un gran escritorio en donde se pasaba largas horas escribiendo y estudiando. Ahí recuerdo haber leído, quizá mi primera novela: Un día en la vida de Ivan Denisovich, de Alexander Solzhenitsyn, y a partir de ahí, haber adquirido el gusto por la lectura. También reconozco que heredé de él, el gusto por las matemáticas, de ahí el que me inclinara más por la ingeniería que por alguna otra disciplina. Don Augusto tenía muchas amistades que lo visitaban. Entre ellos Alfredo Barrera que sería su yerno y a quien le vendió un terreno contiguo. En el Banco Rural laboró por muchos años. y también recuerdo que trabajó un tiempo en el proyecto Santa Rosa, en el sur del estado, pues lo llegué a saber por el Ing. Manrique, padre de mi esposo,

quien me contó que trabajó con él. Su recuerdo es el de un hombre honesto y bondadoso. Cada semana nos daba nuestra “gastada”: $5.00 a los mayores, $3.00 a los medianos y $1.00 a los más chicos. Era un hombre afable y no obstante haber siempre muchos niños en la casa, nunca se molestaba cuando lo abordábamos en su estudio. Nos decía: “Estén pendientes para ver si ya ovó el cochino…” o nos organizaba competencias: “A ver quién de ustedes me trae una hormiga con ojos verdes…” y al traerle alguna nos decía: “No, no, ésta los tiene azules… que vayan a buscar otra vez…”, y así, se deshacía de nosotros sin rechazarnos, al tiempo que despertaba en cada uno la curiosidad científica y el interés por las cosas de la naturaleza. Ese era mi abuelo Augusto quien falleció el 8 de junio de 1975.

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Testimonio de Da. Susana Elisia Lara Pérez (Nieta de Augusto Pérez Toro. 2018) Entre los datos y anécdotas que guardo de mi abuelo recuerdo en primer lugar que él era hijo de José Baltazar Pérez Sánchez, quien a su vez era hijo de Gorgonio Pérez quien había sido capitán del ejército y le tocó pelear en la Guerra de Castas. Su madre era Concepción Toro Muñoz. Entre las obras que escribió don Baltazar se encuentran novelas dramáticas y comedias: “Milanés” (1907); “Don Antonio de Voz Mediana” (1912);” La venganza de X´Zazil” (novela histórica);” El Convento de las Monjas”; “Ocho años entre salvajes”; “La tumba del tesoro” (basada en una leyenda de Yucatán); “Tempestad que amenaza” (comedia dramática). Mi abuela era oriunda de Orizaba, Ver. y se casó con el abuelo Augusto en Celaya, Gto. Tuvieron siete hijos, entre ellos, mi madre, Eugenia, que fue la segunda; ya murió. Otra de sus hijas, Susana, que vive en E.U., me trasmitió los siguientes recuerdos: <<Recuerdo a mi papá que cuando éramos chicos siempre nos traía libros. Recuerdo las obras de Julio Verne, Juan Ramón Jiménez, Juan Rulfo y las Fábulas de Iriarte. También recuerdo a Jack London y a Federico García Lorca. También lo recuerdo siempre oyéndolo hablar de Yucatán con tanto amor; hablar de sus árboles y de sus frutos y muy orgulloso de sus (habitantes) mayas, de tal manera que acabamos sintiéndonos igual que el en el amor a los libros y a Yucatán.>> Mi madre conservó algunos objetos de su padre, entre los que se encuentran sus libros y trabajos originales y algunos artículos que escribió en revistas especializadas, sobre diversos temas de carácter agronómico. Yo quise estudiar agronomía, pero me casé muy joven, por lo que no pude seguir estudiando. Sin embargo, mi abuelo nos infundió el amor a las plantas y a los árboles y nos enseñó muchas cosas a través de la convivencia cotidiana. Lo recuerdo que gustaba y apreciaba el sabor de la cerveza Modelo XXXXX; que recibía el periódico Excélsior de México que le gustaban los helados del Colón y que se pasaba largas horas en su biblioteca leyendo y estudiando. Sabemos que, en 1923, fue director administrativo de la Escuela Granja, y en 1942, siendo director del Instituto Técnico Agrícola Henequenero, ubicado en Chacsikín. Ahí, después de una visita del gobernador en la que “explicó todo lo realizado en el estudio de las distintas variedades del agave”, fue comisionado por D. Ernesto Novelo Torres para colaborar en una obra colectiva sobre la Historia de Yucatán, según consta en los recortes de


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prensa que conservaba mi mamá * En sus viajes al interior del estado, descubrió que, en la zona frutícola de Oxkutzcab, existía una zona arable muy apta para sembrar diversos frutales y hortalizas. Ahí él adquirió un terreno que empezó a trabajar. Después lo vendió, por temor a que fuera expropiado. En tiempos del gobernador Luis Torres Mesías, éste quiso sembrar fresa en dichas tierras y mi abuelo se opuso terminantemente púes sabía que ese cultivo no convenía para los suelos de Yucatán. Afortunadamente fue escuchado. ______ *Se trata de la Enciclopedia Yucatanense, donde publicó su famoso trabajo sobre la milpa

recogiendo cada cosa que en el camino arroja el destino, observando qué nos deja, soltando y seguir andando, tomar aliento, detenerse un tiempo, vibrar con el viento. El descanso se prolonga cuando sientes que a la sombra de un árbol te arrullan los cantares de las aves y el vaivén de las hojas te conectan con tu esencia y te fundes en la nada, pues ya no tienes pensamientos que alteren tu existencia. ¡Cuánto me enseñaste abuelo! El amor a las plantas, a la naturaleza, a observar el silencio, al diálogo interno, A ser paciente con el tiempo; y con ello aprendí a honrar el alma y a amar sin esperar nada; el gozo de un espíritu en paz. Eso y más aprendí de ti mi maestro, mi inolvidable abuelo. Todo esto fue a la sombra de un árbol. Tu nieta que unida a tu esencia está: Susana Elisia Lara Pérez.

En una ocasión fue invitado por el gobierno de Rusia para opinar acerca del cultivo del henequén en Brasil. Sin embargo, por alguna razón, en esa ocasión no aceptó. He querido escribir estos pensamientos que el recuerdo de mi abuelo me evoca: Mi maestro, mi abuelo Cuando realmente te conocí, ya eras mayor El cabello plateado, ojos caídos, piel morena…morena por el sol, pasos suaves y tranquilos, procurando siempre detenerlos a cada instante, la razón ahora puedo entenderla; te gustaba detener el tiempo en tu andar para observar a tu alrededor, soláis recoger las hojas ya caídas; las olías, las observabas con detenimiento, y sin más, las soltabas. Me preguntaba: ¿qué pensamientos surgían ante esa mirada? No lo entendía en esos momentos, solo me quedaba mirando tu silencio, esperando la siguiente maniobra de tus manos, tu cuerpo o tu mirada; Ante mis ojos pequeños, pronto se revelaba algo nuevo en la siguiente parada Observabas hacia el cielo y buscabas bajo qué árbol tus piernas pudiesen descansar, sentado a la sombra del árbol elegido, una nueva sonrisa, tus labios dejaban huella. ¡Qué gozosos momentos irías a pasar! Un gran suspiro brotaba desde tus adentros, Un sosiego ante tantos pensamientos, y entonces tus ojos se marchaban muy lejos de ahí, Ya no habría más respuestas de tu boca para mí. Ahora que ha pasado tanto tiempo, y ya no estás más aquí, Soy ya la que pasea por el patio y el jardín, en el cual tengo tantos árboles que me recuerdan tanto a ti. Cuando me enseñaste a sentir, sin palabras, sin consejos, solo con mirarte cada gesto, cada paso tu mirada son mirarme, solo entregándome la forma más preciada de un alma enamorada, 48

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A.P.T. y su esposa al centro y de pie, de izq. a der., su yerno Alfredo Barrera Vรกsquez; y sus hijos Gloria, Raymundo, Susana, Beatriz, Eugenia, Marco Antonio Lara Payรกn (yerno) y Augusto. Sentados: Miguel (hijo) y Guillermina, Marco A. y Elizabeth (nietos). En el piso: Ileana, Susana y Eugenia (nietas).

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