RE#36 por Mariano Dubín

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por Mariano Dubin

Constelaciones: corte y orĂĄculo de Dieguillo en El Espacio



Reseña por Mariano Dubin escritor

Constelaciones: corte y oráculo

de Dieguillo Curadorxs: Verónica Luna y Juan Augusto Gianella Sábado 9 de agosto En El Espacio, Diagonal 78 #506 (esq. 6 y 59), La Plata

ph Manuel Aragón



“El día que Dieguillo presentó su muestra dijo textualmente y yo estaba con dos o tres vasos de más que no lo puedo tergiversar: ‘si alguien sabe qué es la poesía que me lo diga, porque no tengo idea’. No se si todos entendieron la sinceridad de sus palabras. No hubo bravuconada antiintelectual. Mariano Dubin

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por Mariano Dubin

Límites de tiempo y de espacio

como retirar los sentidos

La primera vez que hablé con Dieguillo fue “de la Montevideo, una cuadra hacia el monte”; coordenada atávica que perdura en la ciudad (post/casi/a veces/muy de vez en cuando) industrial de Berisso. Que todavía se pueda decir, en un lugar que dio origen al movimiento de masas más importante del siglo pasado, y que fue centro de grandes polos industriales, la referencia “una cuadra hacia el monte”, habla del mestizaje geográfico de la ciudad. Por eso, que este tipo, tremenda pinta de indio de monte adentro, con nariz de chamán (que la completa con una barbita recortada en la pera, larga y enroscada como una serpiente) sea berissense nos ayuda a comprender, al menos en parte, la exposición de la serie fotográfica llamada “Constelaciones: corte y oráculo”, que lleva la curaduría de Verónica Luna y Juan Augusto Gianella. Como todo buen chamán practica el disimulo; en términos más criollos, se hace el boludo. Dieguillo es un camaleón. Y si uno no tuviera la certidumbre de su magia secreta, lo olvidaría pronto en las sombras de los pasillos o en los

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saludos obligados del micro. No hay impostura. Es berissense, obrero, orillero, artista. O en otro orden pero con los mismos elementos. Que trabaje en la calle Nueva York, en un polo industrial semi abandonado, donde, en edificios enteros, han crecidos los pantanos y las miasmas o donde los camalotales bajan yararás y monos nos ayuda a acercarnos, otra vez, al misterio. Pero, ojo, porque desde esa vez que lo conocí, tomando unas cervezas “una cuadra hacia el monte”, el chamán ha sabido esconder, con destreza, su magia en charlas de bueyes perdidos. Todo verdadero brujo miente, disimula, olvida. Por eso, en los saludos obligados del barrio es mejor hablar de amoladoras y martillos. Los brujos no trabajan de brujos; se les escapa, sin aparente intención, sin elucubramiento. El día que presentó su muestra dijo textualmente y yo estaba con dos o tres vasos de más que no lo puedo tergiversar: si alguien sabe qué es la poesía que me lo diga, porque no tengo idea. No se si todos entendieron la sinceridad de sus palabras. No hubo bravuconada antiintelectual. Tampoco partió de una retórica posmoderna (¿qué cuernos tendría que ver, además, la magia con los devaneos intelectuales?). Interrupción berissense: no tengo idea. Pero repito, fue dicho sin bravuconada o canchereo posible. Es de una sinceridad que desordena las imposturas de los artistas. Más los visuales, que como los catadores de vinos, son de los peores macaneadores que dio la cultura rioplatense. Si van a macanear, que le metan ganas. El chamuyo en esta esquina es una academia, che. Hay una escena de La taberna de Émile Zola que, tal vez, explique algo esta interrupción. Hay un grupo de obreros que andan deambulando por París y por casualidad ingresan a un museo. Un museo parisino: el archivo de la cultura europea. Más: las maneras de relacionarse con ese archivo. Entonces, adentro está lleno de tipos al estilo de los artistas visuales o catadores de vino de por acá, chamuyando cualquier boludez que responda a los cánones que manda la época. Todo muy sublime. Y muy trucho, más vale, pero como todos están en la impostura nadie se aviva. Pero entonces entran los obreros. Y estos tipos no están en la pelotudez del floreo. Ven lo que está en los cuadros

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y chantan la justa: “che mirá cómo se le ven las tetas a esta gorda”, dice uno. Y otro, “uh tremenda casa para vivir”; y otro, “mirá la pinta de careta que tiene este”. Hay algo que interrumpe la impostura: ese discurso que viene de la orilla y no respeta lo que debe decirse. Ven el cuadro y tiran la posta. No andan pensando qué hay que decir. La tiran. Y en eso hay algo del Dieguillo cotidiano, de su interrupción berissense, de obviar los cánones, el floreo, la impostura. Pero, ojo, no por ignorancia. Por disimulo chamánico. Por no tener tiempo de perderse en giladas o por haberse perdido mucho en otros pozos. O como diría otro brujo, Enrique Cadícamo: “es un pozo de sombras la noche”. Y es una imagen que se ajusta a Dieguillo. En la serie de fotos que estructura la muestra, se ven recortes de frases provenientes de manuales, diarios, libros condenados (y festejados) al olvido que van armando en su mezcla (y esto ya es geográfico) estrofas de un poema. Los hay tétricos como estos versos: “El carácter ilusorio del mundo / podría existir sin el alma”; los hay chamánicos: “por eso, sin ser visto / decía

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precisamente lo que quería decir”; y mi preferida, que creo, guarda esta lectura que es la de un artista que mezcla como su ciudad, lo indígena, lo obrero y lo poético (en caso que estos tres elementos, acá, en mi tierra, no sean uno solo y se puedan deslindar): “Por la naturaleza / se entiende la parte externa / sin decir por qué / con la tradición del origen / la “separación” de los elementos / límites de tiempo y de espacio / así se justifica la creación”. Alguna vez, tomando esa primera cerveza, una cuadra hacia el monte, estábamos en una esquina donde cada borde era una casa de chapa, una casilla berissense. Cada una parecía hundida un poco más, más desvencijada, más corroída. La última, la que parecía estar a punto de ser vencida, de caer, nos provocó la duda de su temporalidad. Si era la más o la menos contemporánea a nosotros; los motivos de su vencimiento; las mudanzas del tiempo; la mezcla de chapa, madera, monte, puerto, mudanzas y vencimientos. Y como un martillo, como los que suele usar diariamente Dieguillo, vuelve esa escena primigenia, ahora, con cada uno de los finales de los poemas que me suenan a esa casa de chapa, desvencijada, vencida, límite del espacio y del tiempo: “cuando describir la realidad ya no sirve” / “es sólo una oposición sorda” / “animal que imagina ser hombre” / “así se justifica la creación” / “podría existir sin el alma” / “la naturaleza exterior” / “sobre el encadenamiento”.

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