MC029_Cerillera

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LA CERILLERA Cada 24 de diciembre, la muchacha que vende cerillas como último recurso para ganar cuatro duros con los que sobrevivir abre los ojos sabiendo que la ciudad, o cuando menos esta pequeña parte de la ciudad en que repetirá su particular vía crucis, está cubierta de nieve. Para protegerse del frío, la muchacha cerraría los postigos y correría las cortinas, pero no puede hacerlo porque no tiene cortinas ni postigos, ni ventana, ni ninguna habitación en la que cobijarse. Siempre recuerda haberlos tenido tiempo atrás (y de ahí el impulso de cerrar los postigos y correr las cortinas), pero en realidad no los ha tenido nunca. Su resurrección anual siempre tiene lugar en la calle, y ya en ese momento va descalza y con los pies brillantes morados como berenjenas. ¿Por que va descalza habiendo tanta nieve? Porque, según parece —pero de hecho tampoco no se acuerda, sólo recuerda que desde siempre eso es lo que debe recordar—, perdió una de las zapatillas cuando se apartaba de un carruaje que casi se le echa encima, tirado por caballos alborotados. La otra. zapatilla se la robo un muchacho para convertirla en un nido de pájaros, detalle supuestamente enternecedor e irónico que ella ha encontrado siempre de un tono melodramático barato. En fin. La cerillera sabe todas esas cosas desde siempre, igual que sabe que es perpetuamente huérfana porque sus padres murieron meses atrás. Cada Navidad es huérfana desde hace pocos meses, y sabe que la Navidad siguiente otra vez sus padres —unos padres que no ha conocido nunca— habrán muerto pocos meses atrás y que vagará por las calles sin ningún lugar donde cobijarse. ¿O quizás si tiene un lugar? ¿Y la buhardilla de las ventanas rotas? Pero también ése es un recuerdo que nunca ha vivido. Por todo eso —la miseria, la orfandad y el desamparo— debe intentar vender las cerillas que lleva en el delantal. Unas cerillas que —se olvidaba— debe pregonar con voz de miseria. Mecánicamente, abre la boca y grita: — ¡Cerillas! ¡Tengo cerillas de madera! 1


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