Rugidos 2015

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R U G I D O S 2 015

¿Club o S.A.? Violencias encubiertas

Daniel Albornoz Yerko Basso Sebastián Díaz Juan Carlos Gimeno Javiera Miranda Alfonsina Puppo Gabriel Ruete Gonzalo Benjamín Terreros Álvaro Valenzuela Rodolfo Vidal Andy Zepeda Ilustraciones por Juan Carlos Gimeno


rugidos 2 015 1° edición: xxxx de 2016 Tucúquere Ediciones Sociedad Limitada Liszt #3120, San Joaquín, Santiago, Chile tucuquere.wordpress.com ISBN: xxx-xxx-xxxx-xx-x Registro de Propiedad Intelectual Inscripción N° xxx.xxx


Índice Prólogo

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Introducción

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Gonzalo Benjamín Terreros Alfonsina Puppo Stuardo

Parte I: Fútbol Negocio El estadio de Universidad de Chile: ¿Cuál es su verdadero costo?

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Salen los Clubes, entra el abuso

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La pelota y sus manchas

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La aparición de la “Comisión Social” de Azul Azul

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Fútbol profesional chileno: Ganó la banca, perdió el Club

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Nadie sobra

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Promesas incumplidas

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Andy Zepeda Valdés

Álvaro Valenzuela Pineda Andy Zepeda Valdés

Daniel Albornoz Vásquez

Rodolfo Vidal Jerez

Andy Zepeda Valdés Andy Zepeda Valdés


Parte II: Violencia en los estadios Talcahuano, sigue la cueca del abuso al hincha

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La desobediencia de los hinchas y sus explicaciones peregrinas

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¿Por qué los hinchas de la “U” siguen encendiendo bengalas?

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Las violencias encubiertas

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Salió el bombo, no mejoró el comportamiento

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Daniel Albornoz Vásquez

Juan Carlos Gimeno

Daniel Albornoz Vásquez

Juan Carlos Gimeno & Gabriel Ruete

Daniel Albornoz Vásquez


Parte III: Fútbol y sociedad Nos llaman soñadores

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La crisis del hincha

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El estigma de la hinchada

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El codicioso errante

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Es el modelo, camarada

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Andy Zepeda Valdés

Daniel Albornoz Vásquez & Yerko Basso Javiera Miranda Sepúlveda Daniel Albornoz Vásquez

Álvaro Valenzuela Pineda

Por una “U” grande y de sus hinchas Daniel Albornoz Vásquez

Epílogo: 2015: Un año de zenit y nadir Sebastián Díaz Pinto

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Prólogo Un momento, una atmósfera, una experiencia compartida que, a medida que se dibuja, remece nuestras almas. Como si rememoráramos antiguos coliseos donde se permitía el encuentro de una pasión, de un espacio, de una fiesta popular. Sin contemplación de clases sociales, orígenes, ni oficios, cuarenta mil voces al unísono alientan y rompen su voz como antaño Carlos Campos, legendario goleador formado en el Ballet Azul, rompiera redes batiendo el arco contrario. Cuarenta mil, sin miramientos ni constricciones por el marcador en contra en las fechas anteriores, cantan el Sale León que bien pudo haber sido el Sale Chuncho pero que no fue así. La historia -ese capricho del relato popular- quiso que nuestras canciones fueran como son: más cargadas de emoción que de cualquier otra cosa. Y es que este amor no entiende de entradas a precios elevados, de baños sin suministro de agua ni de la tabla de posiciones; tampoco se inhibe ante la vulneración de derechos en el ingreso al estadio, los excesos policiales o la criminalización orquestada entre la prensa, las concesionarias y el Estado. El amor, ese impulso que lleva al conocimiento de la belleza, sin duda refiere a la “U” y trasciende al aliento entregado al equipo, Chunchas o Chunchos que defienden los colores en ese momento, pues significan el respeto a una historia, cuya tradición y simbolismo han sido construidos colectivamente y traspasados generación tras generación. Es este el espacio que confi9


gura un encuentro mágico, un momento único al que denominamos “la fiesta”. Hoy en día, esta fiesta se ve opacada por el accionar de Carabineros y las Administradoras de los Clubes, cuyo accionar en complicidad con el Estado de Chile está destruyendo una de las pocas manifestaciones masivas donde la transversalidad del público presente permite olvidar, por un instante, nuestras diferencias, esas que nunca serán comprendidas fuera de la cancha. Es en este último espacio, justamente fuera de la cancha, donde los expertos, amparados en un modelo tecnócrata, empezaron a confundir la hinchada con simples espectadores, como si el estadio pasara a ser el cine y los 330 ml. de bebida de $1.000 fueran para disfrutar del último estreno. Fue allí, afuera, donde decidieron reemplazar los colores tradicionales del Club por un flúor o un naranjo que poco tienen que ver con su origen e historia. Y es afuera, también, donde el Estado de Chile coacciona a través de la ley para impedir que los clubes recuperen su esencia, su motivo y su razón de surgir, amparando el control que sobre ellos ejercen las sociedades anónimas deportivas. La Universidad de Chile, en su origen, persigue los intereses de la unificación del deporte universitario, entendiendo dicha actividad como esencial para el desarrollo del país. De este club emergen atletas y deportistas que representarán al país en las contiendas deportivas internacionales. ¡Qué bello fin! Este proceso también daría vida a la hinchada, un himno, un escu10


do y una tradición que hoy la clase política, en la inercia de privatizar hasta las sanitarias, toca lo más íntimo que puede alojar el espíritu de un pueblo: sus Clubes. El Club es el espacio de convivencia entre camaradas, donde se produce el encuentro amistoso y la reunión de la familia, donde se acoge a quien se encuentra en problemas. Siempre alguien estará ahí para ayudar. Desgraciadamente, muchos no pudieron vivir esa experiencia de un “Club”. Hoy, el empresariado cortoplacista que piensa la “U” a seis meses parece agobiado. Y esto a pesar de la historia de la “U”, cuyo episodio más glorioso, el Ballet Azul, nos habla de un un proceso pensado a largo plazo: ocho a diez años antes de “rendir sus frutos”. Dicho proceso contó con exigencias académicas a sus jugadores y con equipos multidisciplinarios de profesionales de la misma Universidad de Chile comprometidos en materializar un proyecto. Ese proyectoClub fue sembrado en forma de una década dorada por el glorioso Ballet Azul. Pensar hoy una “U” de esa magnitud es pensar a un equipo que no busca el rédito económico como horizonte principal, que entiende que los jugadores no son mercancías sino personas integras con necesidades y valores, y que comprende que sus hinchas y su patrimonio histórico son la esencia del Club. La “U”, antiguamente expropiada de sus bienes, hoy en día continúa siendo atomizada al establecerle barreras para la participación de los hinchas, amenazando con reemplazar la última expresión de colectividad y festejo existente en Chile por la señal de un canal de TV que poco rescata de la esencia del fútbol. 11


¿Club o S.A? Violencias encubiertas. Rugidos 2015 se hace parte de esta crítica y nos habla de la pasión que vivimos cada domingo en la cancha, de las relaciones de camaradería que se generan al interior de la hinchada y del amor incondicional a la “U” que también, en parte, es el amor incondicional a lo que entendemos como “Club”. Estas páginas nos relatan las violencias simbólicas que aquejan a la hinchada, a las que se suman las violencias físicas que se ejercen hoy en día contra cualquiera que demande un espacio o desenmascare una injusticia; nos cuentan de un modelo de administración que prometía transparencia y probidad y que en cambio hoy nos ha hecho retroceder desde la sección “Deportes” de los diarios a las crónicas “Policiales”, dejando al fútbol en segundo plano ante las investigación por cohecho, soborno, lavado de activos y delitos tributarios, además de otros hechos relacionados con el financiamiento irregular de la política, en la cual se han involucrado ex-directores de Azul Azul S.A. y que hoy son investigadas por el ministerio público. Rugidos 2015 nos informa de una administración que, solo cuando se ve agobiada por malos resultados, decide abrir canales de participación que adolecen de legitimidad, dada la falta de un verdadero proyecto Club. Asimismo, nos relata sobre las miradas de la prensa hacia la hinchada, sobre una serie de leyes que estigmatizan al hincha-barra y sobre un discurso que, a punta de luma, invita a que la familia vuelva al estadio.

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¿Club o S.A? Violencias Encubiertas recopila una selección de columnas publicadas por hinchas organizados del Club Universidad de Chile bajo la Asamblea de Hinchas Azules. Cada una de ellas fue publicada en diferentes medios de prensa a lo largo del año 2015. En este sentido, es un manifiesto, un análisis, una crónica, un relato. Rugidos 2015 es la postal de los procesos de crecimiento reflexivo de la Asamblea de Hinchas Azules y de la realidad que hoy vive el Fútbol Negocio. Al mismo tiempo es un esfuerzo por construir memoria y relatos de un grito desesperado por recuperar la “U” . En síntesis ¿Club o S.A? Violencias encubiertas. Rugidos 2015 es una propuesta, una invitación a la organización de la hinchada de la “U”; una invitación a formar parte de este proceso para discutir y construir juntos la recuperación de la “U” y del rol social de nuestra hinchada, para que la “U” vuelva a su gente, y su gente, tanto las cuarenta mil almas en el estadio como los millones de hinchas a lo largo de Chile y el mundo, vuelvan libres a gritar por la “U”. Gonzalo Benjamín Terreros Santiago, junio de 2016

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Introducción Hace ochenta y nueve años, un grupo de estudiantes buscó consolidar su espíritu agitado y curioso en un equipo de fútbol. Lo peculiar de este conjunto deportivo fue que desde sus orígenes se desarrolló más allá de sus actividades ligadas al ámbito de la competencia, llegando a construir un mundo propio que aún hoy se puede respirar día a día. El club se reflejaba en sus fundadores y en quienes se acercaban cada vez más a este círculo, encontrando en el Club Universitario de Deportes de Chile un modo de ser dentro y fuera de la cancha, ligándose así con sus actividades más íntimas y cotidianas. Una forma de vida que se vería marcada por la importancia del deporte como un ejercicio que se complementaba con sus necesidades esenciales de creación y reflexión frente al mundo. La historia de la “U” comienza con un futuro alentador, promovido por el interés de formar un verdadero proyecto de y para toda la vida. Este proyecto creció bajo el alero de una comunidad llena de esperanzas y sueños compartidos, reflejados en un club social que otorgaba un espacio de intimidad para el desarrollo de nuestros pensamientos fundamentales, cargados de emoción por sus espacios de convivencia y por la creación de proyectos sociales. La familia azul generaba una dinámica donde la importancia de sus miembros (tanto deportistas como funcionarios e hinchas) era fundamental para su desarrollo institucional. La interacción sin distinciones y la responsabilidad recíproca 15


introducción

entre sus miembros, configuraron esta etapa fundacional de la “U”. Hoy, el panorama de la Universidad de Chile dista bastante de aquella conformación de nuestro club. En nuestros días, el deporte, sobre todo el fútbol, se ha convertido en un producto de consumo en todas sus formas, cambiando la dinámica social y recreativa originaria por el concepto de espectáculo mercantil. El club social de la Universidad de Chile fue dinamitado con la especulación de quiebras por capitales “supuestamente necesarios para seguir posicionando” a la “U” en la plataforma del fútbol profesional. La lógica del fútbol mercado suplantó la importancia de lo comunitario por una nueva categoría de individuación, provocando la conversión del hincha en un cliente. Este cambio de dinámica fue solo el comienzo de una debacle institucional gradual. Además de estas nuevas lógicas económicas que se impusieron en el desarrollo de cualquier proyecto deportivo ligado al fútbol, el Estado y el “Mercado” –a través de empresarios ligados a la política–, se encargaron de promover nuevos mecanismos de control y de disciplinamiento dentro del único espacio donde interactúan jugadores e hinchas (hoy reducidos a meros clientes): el estadio. La Ley de violencia en los estadios o las Normas relativas a los procesos del derecho de admisión, entre otras, han sido las acciones coercitivas más significativas de la conspiración entre el Estado y las Sociedades Anónimas Deportivas. Al alero de esta

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legislación, hemos atestiguado en los estadios, el despliegue de un sinnúmero de hechos violentos y negligentes, siempre respaldados por la autoridad bajo la “necesidad de un aparente orden”. Quien quiera alentar a su Club –una actividad que ha estado desde el inicio del fútbol profesional– debe aceptar, como condición para ingresar al estadio, el amedrentamiento físico y emocional por parte de los elementos de “seguridad” facultados por estas normativas. Bajo el amparo de estas leyes las y los hinchas sufren violencia física –golpes, abusos de autoridad, detenciones sin causa– y sicológica –tocaciones en zonas íntimas incluso en niños, insultos a la condición de mujer, amenaza de restricción permanente de ingreso al estadio. Además, hemos sido testigos del arrebatamiento de nuestros elementos simbólicos e identitarios, como los lienzos o el bombo, que históricamente acompañaban los cánticos de nuestra hinchada. El interés del Estado y las Sociedades Anónimas Deportivas es manifiesto: mantenernos mutilados y en silencio. Y es que son tiempos complejos. Son tiempos de la persecución hacia el fútbol para transformarlo en una moda, tiempos de una violencia normalizada que se vive en los estadios y de una coerción hacia nuestra cultura deportiva, desarrollada ahora bajo el impulso de las lógicas del mercado. A pesar de estas fuerzas represivas, lo que caracteriza a esta comunidad fundada en 1927 sigue viva: su hincha-

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introducción

da. Las y los hinchas de la “U” constituyen un fenómeno social sin definición posible. Su fidelidad al club, a los colores, a la insignia, su constancia en el tablón azul, la creación de sus cantos, son más que un aliento: representan una forma de vida. Esta hinchada ha enfrentado las adversidades más perversas de la historia ya pasada y aún reciente. Y es que históricamente la “U” y su gente es eso: las y los que nunca ignoran, las y los que nunca callan, las y los que nunca dejan de alentar, pero también las y los que nunca han quedado indiferentes a las problemáticas estructurales que han ido marcando nuestro camino. Más que nunca, como el tucúquere, hemos de estar alertas y prendidos de conciencia. Los hechos que día a día han mostrado estas contradicciones deben ser abordados para que no queden en el olvido. Debemos seguir denunciando la necesidad de un cambio efectivo y no solo aparente. Es con este fin, el de resguardar la memoria y ofrecer una voz de denuncia, donde el proyecto de Tucúquere Ediciones se gesta y cobra vida. Cada una de las columnas de opinión reunidas en la serie Rugidos forma parte de la observación constante de una serie de abusos y contradicciones que suceden dentro y fuera de la cancha, evidenciando la profunda crisis que el Estado y las Sociedades Anónimas han generado para satisfacer sus necesidades particulares, a costa de nuestra comunidad azul y de sus espacios de convivencia más íntimos. La hinchada se está organizando y está más alerta que nunca. La Asociación de Hinchas Azules, Tucúque-

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re Ediciones y la Brigada de Tinta Bullanguera, entre otros venideros proyectos que están ad portas de ver la luz, son la prueba de un trabajo dedicado y constante, cuyo objetivo es la recuperación del club, bajo proyectos que trascienden la mera lógica competitiva y mercantil del deporte profesional. Este segundo volumen de Rugidos, correspondiente al año 2015, es la reafirmación de lo que caracteriza a las y los hinchas de la “U”: un carácter inquieto y pensante que no guardará silencio frente a los momentos históricos y nefastos que estamos viviendo. Rugidos II es la oportunidad de encontrarnos con esa mezcla de pasión y sentimiento que no se disuelven con una derrota, es el manifiesto frente a lo que nos está tocando vivir como equipo y comunidad. Es la posibilidad de reivindicar nuestra lucha, para que el club y su casa de estudio vuelvan a imbricarse. La alerta constante del tucúquere te invita de manera libre y espontánea, a plasmar tu momento, y a vociferar nuestro legado azul, como manera de ser, de ver la vida y de enfrentarla. Alfonsina Puppo Stuardo Barcelona, junio de 2016

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caricatura


Primera parte

FĂştbol negocio



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El estadio de Universidad de Chile: ¿cuál es su verdadero costo? por Andy Zepeda Valdés Al momento de comenzar a escribir estas líneas, uno tiene muy claro el hecho de que hoy por hoy resulta sumamente impopular hablar “contra” del proyecto estadio de Universidad de Chile. Pero se hace también con la esperanza de que no vaya a malinterpretarse y de que se atienda a los argumentos. Y es que se hace necesario decir algo respecto al tema de moda en el fútbol local y, con mayor razón, entre los hinchas de la “U”. ¿Por qué? Porque hay varias cosas al respecto que no terminan de calzar y generan ciertas dudas. Otras, derechamente, generan malestar. Lo primero en señalar es que lo que sigue no es una crítica a la idea de tener un estadio. ¡Cómo podría serlo! ¿Quién podría oponerse a la idea de tener casa propia? Creo que nadie. Si bien la condición de “Románticos Viajeros” no es algo que nos avergüence, y tiene su encanto y mística, por lejos lo más práctico y conveniente es contar con un recinto propio. En cada noticia que uno puede leer sobre este asunto aparecen frases como “el anhelado estadio”, “el sueño azul”, etc. Más allá del cliché, son frases ciertas en tanto dan cuenta de una vieja y legítima aspiración de los hinchas azules.

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En definitiva, no estamos contra la idea de tener un estadio propio, para nada. Sin embargo, no estamos del todo contentos con la idea de un estadio que pertenezca a una concesionaria, en nuestro caso: Azul Azul. Porque hay que tenerlo muy claro: el estadio que asoma en el horizonte no es de la “U” propiamente tal, no es de su gente, sino de aquella empresa que durante los últimos ocho años se ha dedicado a administrar los activos de lo que antes fue un Club. En esa línea, uno como hincha que aspira a la reconstrucción de un Club donde la Casa de Bello y los hinchas tengan un papel protagónico, garantizado por la democracia y la participación, no puede sentir como propio un estadio construido con capitales privados y sobre el cual no se nos ha preguntado absolutamente nada. Hace no mucho leía los comentarios a una publicación en un medio digital y me llamaba la atención la facilidad con que los Bullangueros enarbolaban frases de manera muy decidida del tipo “este estadio lo haremos entre todos, no nos los regaló el gobierno ni nadie”. Respetable punto de vista, aunque a uno le quedan dudas. En efecto: el hincha siente que pagando su entrada o su abono cumple un rol en la construcción del recinto. Algunos deben sentir que por el solo hecho de amar los colores, el estadio es también de ellos. No me atrevo a negar esto. Seguramente con el aliento que baja de las tribunas y los aportes que cada fin de semana hacemos, alguna parte del estadio será costeada. Es posible que con ocho o nueve entradas que pagamos por los parti24


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dos de local durante un campeonato, alcance para costear la instalación de una butaca, la malla de los arcos, un metro cuadrado de césped, quién sabe. Pero el grueso de la obra no viene de los bolsillos de los hinchas. Y este es el aspecto que –junto con el ya mencionado carácter privado del recinto y lo poco democrático del proyecto– más incomoda: el financiamiento. Recientemente nos hemos enterado de que los directores de Azul Azul, Cristian Aubert y Sergio Weinstein, junto el arquitecto José Pablo Olate, fueron a Europa para obtener ideas de otros estadios de cara a la iniciativa de la sociedad anónima. Algunos de los aspectos estructurales son llamativos y se agradecen, pero otros son francamente alarmantes, como la posibilidad de que distintas empresas tengan sus oficinas en el mismo recinto, como en el estadio del Kaa Gent de Bélgica. Sin embargo, son los aspectos menos prácticos, quizá ligados a lo institucional, los que más preocupan. Uno se entera de que, por ejemplo, hay alrededor de quince empresas que ya están dispuestas a pagar varios millones de dólares para que su nombre figure en el nombre del estadio, por al menos quince años. ¿Se imaginan el estadio de nuestra Universidad de Chile con el nombre de algún banco, una multinacional o una aseguradora? Esperemos que al menos la empresa afortunada no tenga ningún vínculo con alguno de los actuales directores de Azul Azul. Mínimo. Y claro, más de algún lector debe estar pensando que así es la forma

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en que se financian los estadios modernos del mundo hoy en día. Sí, es cierto. Es una práctica común sobre todo en Estados Unidos y Europa. Pero resulta que yo no soy hincha del Bayern München ni pretendo ir al Allianz Arena, yo soy hincha de la “U”. Es cierto que los bávaros se embolsan ocho millones de euros al año por concepto de naming rights, pero lo hacen a costa de su propia tradición, en desmedro del recuerdo de su viejo Olympiastadion y en favor de la aseguradora Allianz, que poquísimo debe tener que ver con la historia del Club. Otra idea que sacaron del periplo por Europa, particularmente de su vista al estadio del AZ Alkmaar, es que la cobertura exterior puede servir como vitrina publicitaria. Ya me lo imagino: llegar al estadio de la “U” y ser bombardeado visualmente con anuncios de empresas que no tienen ni un adarme de relación con el equipo ni su historia. Alguien me dirá: “son los tiempos actuales” o “negocios son negocios”. Y sí, negocios son negocios, pero otra cosa muy distinta es venderse por completo y olvidarse de la identidad, los valores y el patrimonio cultural de una institución tan tradicional como es la “U”. Todo hace pensar que no hay manera de que estas cosas, tan poco prácticas y menos rentables, vayan a ser cuidadas por Azul Azul cuando llegue el momento de extender cheques. ¿Y lo peor? A muy poca gente parece importarle. A muy pocos, depositarios todos de un legado surgido al alero de una institución pública como es la Universidad de Chile, parece impor26


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tarles. Y sepan perdonar: pero no deja de ser doloroso advertir la contradicción ideológica y valórica en todo esto. ¿Cómo hinchas de un equipo que surge desde una institución pública y con carácter republicano terminan por aceptar sin cuestionamientos, primero que al Club lo controle una empresa, y luego que esa empresa haga lo que se le antoje con él? Es razonable pensar que algún límite debe existir. Y es razonable creer que ya es tiempo de hacerlos respetar. Quizás la gente empiece a interesarse por estos temas cuando caiga en cuenta de que Azul Azul pretende generar treinta mil abonados (quizás ahora sean cuarenta mil, con el anuncio de que el estadio sería para esta cifra de espectadores). A través de encuestas enviadas por correo a algunos (muy pocos) abonados, uno se entera de que dichos abonos serán a uno, cinco o diez años. Y los precios comenzarán en cien mil pesos y llegarán hasta los cuatro millones ochocientos mil. Esta medida es claramente segregadora. O como mínimo injusta. Se busca con ella sacar de los estadios a la gente humilde que no tiene los cien mil pesos para pagar un abono, gente que desde arriba se asocia a la barra y que –a ojos de la concesionaria– son los que “causan problemas”. También se espera que la gente pueda “comprar” su palco en el estadio, que pueda incluso “decorarlos”. Y uno se pregunta: ¿así es como se logra el sentido de identidad y pertenencia? ¿Mediante la apropiación de los espacios? Y a uno que le gusta creer que todos los hinchas somos iguales, que no hay unos mejores que otros… Qué equivocados estamos, al parecer. 27


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En ese sentido, no será muy distinto a lo que ocurre hoy con el Centro Deportivo Azul (CDA). Si uno es un simple hincha, no puede entrar a ver los entrenamientos o saludar a los jugadores. Ni hablar de sacarse una foto con tus ídolos. Solo pueden hacerlo, mediante previa petición, quienes se hayan abonado a la empresa. Ahí ganan los que tienen la suerte de contar con los recursos económicos. El hincha que es estudiante o el que, a pesar de desvivirse trabajando para poner pan en la mesa de su familia, gana el sueldo mínimo, no tiene tal derecho. Así es la lógica mercantilista. Se basa en el poder adquisitivo y los derechos se cambian por servicios y/o bienes de consumo. ¿Estadio para unos pocos? ¿De verdad el pueblo azul aprueba esto? Quiero creer que no. Nosotros estamos convencidos de que la “U” debe ser un Club para, por y de su gente. Un Club democrático donde cada persona tenga opinión, voz y voto. No concebimos, no aceptamos un Club donde solo algunos tengan derechos, ni que estos derechos sean, más encima, conferidos por el poder económico. Si solo algunos van a poder entrar al estadio, por favor, mejor no tengamos estadio. Si el estadio va a llevar el nombre de una empresa que comete fraudes (como la de ese exdirector que llegó a tener 14,04% de participación accionaria y hoy es investigado por financiar campañas políticas de manera ilegal)1, por favor, quédense con su estadio. Si el estadio va a promocionar actitudes nocivas como el machismo y el consumismo exacerbado, 28


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por favor, no hagan tal estadio. Queremos un estadio para el pueblo azul, no para Azul Azul. Queremos un estadio que sea un verdadero orgullo, un reflejo de lo que somos como hinchada. Queremos un estadio que desde todos sus rincones grite con fuerza nuestros valores y nuestra identidad, y no que sea un mero cartel publicitario gigante. Y antes de terminar, nos parece que es de suma relevancia lo que este proyecto pueda significar en términos de desarrollo social, sobre todo para la gente que hoy vive en el sector donde se planea instalarlo. Es fundamental que sea un proyecto inclusivo, y no nocivo. Lo más importante es que el estadio de la “U” sirva como catalizador de mejoras sociales y sea un aporte a la calidad de vida de los vecinos de La Pintana. Como hinchas, debemos buscar que los niños, niñas, jóvenes y la comunidad toda, puedan hacer uso de él y beneficiarse. Una edificación de esta magnitud sin duda alterará las vidas de los vecinos. Es entonces obligación de los dirigentes de la concesionaria y de las autoridades comunales velar por que estas personas no se vean afectadas de modo negativo, sino positivo. Se debe escuchar sus propuestas y considerar sus puntos de vista. No podemos permitirnos –como hinchas de un Club que aspira a recuperar su rol social– pretender que está bien llegar con un estadio a estropear la vida de cientos de familias. En este sentido, debemos asegurarnos de que Azul Azul haga lo necesario y lo suficiente para que las vidas de esas personas no se vean trastocadas, sino mejoradas. 29


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No se trata de ser “chaqueteros”. La invitación no es a rechazar el estadio, sino a tener conciencia y a ser críticos con las formas en que este proyecto se está llevando a cabo. El llamado es a no aceptar cualquier cosa ni a cualquier precio, por más linda y atractiva que parezca. De verdad todos nosotros queremos ir algún día a nuestra cancha, ¡soñamos con eso! Solo pedimos que no sea a costa de nuestra dignidad, historia y valores. Y por último: antes que estadio y copas, dennos un Club.

(Endnotes)

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Carlos Alberto Délano, Caso Penta.


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Salen los clubes, entra el abuso por Álvaro Valenzuela Pineda En el transcurso de los últimos años, la sociedad chilena ha visto cómo su economía se ha ido situando entre las más liberales del planeta. Poca regulación y escasa capacidad de fiscalización han convertido a Chile en un verdadero paraíso para esos pocos que desean abusar de los consumidores, coludirse con la competencia, hacer cascadas ilegales y manejar información privilegiada que atenta directamente contra los mercados que ellos mismos dicen defender. Ejemplos hay muchos: tasas de interés que en otros países rozarían la usura, trabas para encontrar sustitutos en productos básicos, calidad deficiente de la educación pública, un sistema de salud pública que no da abasto, sistemas de transporte ineficientes y empresas que cometen delitos de manera impune. Todo esto, a su vez, da a nuestra población la sensación de vivir inmersos en una serie de abusos constantes, lo que genera una desconfianza latente en los consumidores hacia las empresas que salpica incluso a las instituciones del Estado. Esta forma de concebir la economía ha permeado hasta los espacios sociales más íntimos, y entre ellos, el fútbol profesional. En esa realidad ciertos empresarios se fueron apropiando de factores de producción, servicios básicos, 31


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medios de comunicación y, desde un tiempo a esta parte, clubes de fútbol, apoyados por una ley que no se entiende mucho cómo y dónde nació. Los grupos económicos más importantes del país arribaron con sus costumbres al Estadio Monumental, a San Carlos de Apoquindo y al Nacional. Y lo anterior, sin entender que entraban en una cancha donde nunca habían jugado, buscando mantener un perfil que sería imposible de cuidar cuando el equipo en cuestión anduviese mal, y con una clara sobre-exposición que les entregaba su nuevo cargo. En ese plano, encontraron una resistencia que existe hasta nuestros tiempos, un grupo de hinchas que veían impotentes cómo sus espacios de encuentro (los Clubes deportivos) de la noche a la mañana se transformaban o eran administradas por sociedades anónimas que tenían el total control de la situación; de un rato a otro los socios de los Clubes perdieron todo tipo de derechos, todo el pago de sus cuotas –que incluso abarcaban muchos años– quedó en nada. Las directivas que asumieron por votación popular no alcanzaron a terminar su mandato. Nadie gritó “agua va”. Y así, lentamente, en esta realidad que lleva más de trece de años funcionando, llegaron los abusos, avalados, obviamente, por quienes deberían regular la actividad (en este caso la ANFP). Pésima seguridad dentro de los recintos deportivos, constantes agresiones hacia los hinchas, malos accesos a los campos deportivos, mínima inversión en infraestructura deportiva (los 32


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estadios han sido inversión gubernamental), pésimos sistemas de venta de entradas y, lo peor de todo, ningún tipo de interacción con la comunidad. Estos nuevos administradores de los equipos de fútbol en nuestro país han tratado a sus seguidores de un modo en que no tratarían a los consumidores de sus otras empresas, o ¿Acaso el señor José Yuraszeck hubiese permitido en alguna entidad de su grupo de empresas un trato con tanto vejamen como sucede en el ingreso a un estadio para ver a Universidad de Chile? ¡No! Por ningún motivo. Y no lo hubiese hecho por una razón muy simple: sabe que actuar de esa manera le significaría perder clientes. Pero en cambio, para ellos, desde su perspectiva, el hincha es un tipo irremediablemente fiel que no necesita ser cuidado ni respetado. Su amor incondicional no lo deja irse, no va a cambiar su equipo por otro (como sí podría cambiar de marca de auto). Es totalmente inelástico: no importa que se sobrevendan entradas, que no se le escuche ni se le permita agruparse, que no le aseguren un ingreso digno, un recinto protegido, un espectáculo a la altura. ¿El SERNAC me aceptará una denuncia porque mi Club juega con equipo suplente, hipoteca sus opciones al título y el abono sube cada año? ¿O que simplemente al momento de comprar una entrada el proceso siempre sea lento, ineficiente y poco seguro? Nada de eso al hincha le importa, él siempre estará allí. Los dueños del fútbol lo saben, y se aprovechan a rajatabla. 33


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A los que llegaron a mandar en los Clubes no les interesa entregar las facilidades mínimas para que la familia vuelva al estadio. Son los mejores para quitar bebidas o la leche de las guaguas de cuanto bolso quiera ingresar, pero son incapaces de impedir el ingreso de bengalas (que tanto parece incomodarles). Además, los medios de comunicación son sus cómplices en esta faena, porque se cubre mucho más la entrada de un bombo a una galería o unas bengalas encendidas, que los abusos a los que son sometidos los miles que asisten a los estadios cada fin de semana. Hoy en Chile los abusos son denunciados por el mundo civil. ¿Dónde quedaron las instituciones encargadas de ese trabajo? Si no es por Hugo Bravo, nunca habríamos sabido del caso Penta; si no es por los estudiantes, no se hablaría de educación pública, gratuita y de calidad; si no es por los hinchas, nunca nos enteramos de lo denigrante que resulta ir al estadio. ¿Hay algún árbitro en esta cancha tan desigual? ¿Se puede seguir jugando así? Claramente no. Como un equipo que no da pie con bola, la única medida posible es clara: hacer cambios, pero hacerlos ya.

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La pelota y sus manchas por Andy Zepeda Valdés Que me perdone el Diego1, pero creo que desde hace un rato largo ya, la mugre no se queda solamente adherida a los atavíos de los cerdos del fútbol mundial, sino que el juego mismo se ha visto manchado también. El fútbol de barrio, ese en que los niños corren felices tras la chimbomba sin más anhelo que urdir una buena jugada que desate los gritos de gol permanece incólume, ¡menos mal! Lo mismo con la pasión del hincha que va semana a semana a dejar la vida sobre el tablón. Quiero creer que eso siempre va a estar ahí y que es impermeable a la inmundicia. Sin embargo, algo ocurre a nivel de las altas cúpulas. Algo se entreteje más allá del pitazo final, entre los pasillos de las federaciones y las oficinas de las confederaciones continentales. Y no hay que ser muy brillante para entender que esta podredumbre corporativizada, le quitó algo de su brillo y su mística al fútbol. Poco a poco el fútbol comenzó a ser un pretexto para mover cantidades exorbitantes de dinero. De a poco aquello que está más allá de los confines del estadio comenzó a ser más importante que lo que ocurre dentro. Y no hablo de lo evidente, como pudiera ser el hecho de que en algunos casos el futbolista se vea más motivado por la cifra de su cheque que por los colores y el escudo. 35


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Tampoco hablo del “hombre del maletín”. Hablo más bien de cosas estructurales, como los tipos de administración de los Clubes y de cómo las administradoras han ido extinguiendo el espíritu con que esos mismos Clubes se fundaron. Pero, en fin: más que hablar de las manchas de la pelotita, como sugiera el título, quiero hablar de la importancia de intentar limpiarlas. Hace algún tiempo, a propósito del Caso Penta, escribía sobre la necesidad de abrir algún flanco investigativo que ayudara a despejar dudas sobre alguna posible participación de empresarios del fútbol en la estructuración del actual orden institucional del fútbol chileno. Planteaba en esa columna: ¿Qué o quién me asegura a mí que el Sr. Carlos Alberto Délano, dueño de Penta y ex-director de Azul Azul, no haya pagado en su momento a determinados políticos para que cocinaran la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas (SADP) y así beneficiarse después?2 Después de lo que supimos en relación a esos mismos dueños de Penta y Ernesto Silva, presidente de la UDI3, para que incidiera favorablemente por Penta en la Ley de Isapres, podemos dudar de todo y todos. Yo, en lo personal, me siento con el derecho, la facultad y casi el deber de dudar y cuestionarlo todo en relación a las S.A. y su génesis. O sea: si Carlos Heller, la corredora Larraín Vial y Octavio Colmenares fueron capaces de coludirse para comprar la “U” a precio de huevo a mediados de la década pasada, ¿por qué no habrían de maquinar para generar un escenario favorable para apoderarse de los Clubes? No 36


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estoy acusando a nadie, solo planteo que es razonable tener la duda. Y todo eso lo sugería hace un rato ya, mucho antes de que se supieran todos los escándalos de la semana pasada, en que la FIFA enfrentó su crisis política y de legitimidad más grave desde que existe, tanto así, que el propio presidente Joseph Blatter se vio en la necesidad de renunciar, o de poner su cargo a disposición, que para el caso es lo mismo. ¡Quién lo habría dicho! Sobornos iban y venían, con diversas motivaciones, muchas de ellas orientadas a asegurar la realización de torneos continentales y mundiales en determinados países (con todo lo que eso conlleva: pagos por auspiciadores, derechos de transmisión, etc.). Y es en ese escenario en que Sergio Jadue se ve también en apuros, porque hay acusaciones serias que indican que el hombre recibió pagos por la realización de la Copa América en Chile. Él, como es lógico, se apuró en salir a “aclarar” y desmentir las acusaciones, pero las dudas en los hinchas y gente ligada al fútbol persisten. Y es que definitivamente algo no huele ni se ve bien en la ANFP. Ni hablar de la FIFA. Ahora bien, cuando la probidad de la cabeza de una institución se encuentra en entredicho, la lógica indica que es sano tener dudas sobre toda la estructura que está por debajo. Lo ligo entonces con las dudas que persisten a partir del caso Penta, el posible vínculo de empresarios y políticos y no puedo sino entender como urgente la necesidad de realizar una investigación ex-

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haustiva y profunda en torno al negociado que se ha producido y determinar así su legitimidad. Y no solo sobre la adjudicación de la Copa América. Limitarse a eso sería una tontería. Hablo de todo lo que involucra o involucró grandes flujos económicos y de poder en el fútbol, así como de lo que derivó en el actual sistema administrativo nacional. Y que se entienda: no se trata de generalizar y dudar de justos por pecadores. Se trata simplemente de buscar la transparencia que nos prometieron y de disipar las dudas que, ojo, han surgido a partir de antecedentes reales. ¿Lo malo? Parece muy poco probable que el FBI tenga algún interés en investigar las particularidades y el historial de hechos que llevaron al actual ordenamiento estructural del fútbol chileno. La caja de Pandora abierta por Chuck Blazer ha puesto el foco investigativo en macroestructuras, en peces gordos, en la FIFA, y ahí caerán los que tengan que caer. Sin embargo, acá, en Chile, ¿quién investiga a nuestros dirigentes? La verdad sea dicha: si no es por Hugo Bravo, probablemente ni nos enteramos de las irregularidades tras el Caso Penta, lo cual no habría develado a su vez las aristas de los casos SQM, Caval y todo el mierdal que el mundo político venía orquestando desde hace quién sabe cuánto. ¿Quién se da el tiempo para ir más allá de la duda razonable e investigar? Peor aún: las autoridades competentes están, y estoy seguro de que pueden “hacer la pega”. El problema 38


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realmente radica en que para la mayoría –nosotros, los hinchas– no es gran tema. Para muchos no es del todo relevante la legitimidad de los pilares sobre los que sustenta al actual fútbol. Si Jadue recibió sobornos, ok, renunciará, vendrá otro y ya. Si la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas es un vástago bastardo de relaciones ilegales o poco éticas entre políticos y empresarios del fútbol del cual todos pueden sacar una tajada, ¿qué importa? Total, “ahora todo es más ordenadito y profesional”. En ese sentido, es como lo que pasa con nuestra Constitución política: algunos piensan “para qué cambiarla, si las cosas ‘funcionan’”, sin fijarse en su ilegitimidad. Claro, seguramente a más de alguno se le ocurriría cuestionar la legitimidad de todo lo que deriva de las relaciones que Jadue establece en su calidad de mandamás. Alguien entenderá, por ejemplo, que no hay razón para no tener –al menos– dudas respecto de la legitimidad de la concesión de los derechos de transmisión del CDF o de los contratos de Chilefilms. No pocos empezarán a cuestionar a las S.A. en su génesis. En fin, la lista de ámbitos donde pudiera haber irregularidades es amplia, pero quienes lo cuestionen serán los menos. Y he ahí el gran problema: en la medida de que no exista un clamor y una demanda popular por demostrar fehacientemente la probidad de todo lo que envuelve el fútbol chileno, no habrá una sola miserable investigación y seguiremos viviendo en la sombra de la duda.

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Pero es mucho más complejo que eso. Y como dije antes: no se trata de incitar a una histeria colectiva o darle rienda a una paranoia que nos haga cuestionarnos todo. Se trata simplemente de la aspiración legítima de saber a qué estamos jugando realmente. Se trata de tener la certeza de que aquello que más amamos (nuestros Clubes) no es parte de un entramado que surge de la ilegalidad y de que no hay tipos haciéndose ricos a costa nuestra. Porque una cosa es que la administración del Club de mis amores, la “U”, haya cambiado por una disposición legal; otra muy distinta es que esto sea producto de una maquinación orquestada por poderes económicos y políticos. Eso ya sería un robo. Y eso no se puede tolerar. La credibilidad de fútbol chileno se cae a pedazos. De la legitimidad aun no podemos hablar a ciencia cierta, porque se deben hacer investigaciones serias y profundas y solo con la luz que ellas arrojen sabremos si todo está en regla o si, para variar, todo está podrido. Esperemos entonces que alguien tenga los huevos para ponerse a investigar.

(1) Diego Armando Maradona. (2 )Zepeda, Andy. (22 de febrero de 2015). “El estadio de Universidad de Chile: ¿Cuál es su verdadero costo?”. El Gráfico Chile. Disponible en http://www.elgraficochile.cl/estadio-para-la-universidad-de-chile-cual-es-su-verdadero-costo/ prontus_elgrafico/2015-01-19/121742.html [consultado el 6 de junio de 2016]. (3) Presidente entre mayo de 2014 y marzo de 2015.

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La aparición de la “Comisión Social” de Azul Azul por Daniel Albornoz Vásquez El día 30 de junio 2015 recibí un correo electrónico de parte de Azul Azul titulado “Comisión Social Club U. de Chile”, dirigido a los “socios abonados”. En dicho correo se relata la decisión de formar una comisión que responda a la necesidad de participación manifestada por socios accionistas minoritarios de Azul Azul. En un acto de bondad, el directorio habría extendido su preocupación hacia la participación de los “socios abonados”, para lo que se nos invita a responder una encuesta. La sola autodenominación “Club” que utiliza Azul Azul, o la absurda denominación de “socio” a quien se abona a los partidos de local de la “U”, son razones suficientes para suscitar el enojo de cualquier hincha, pero no me detendré por ahora en esos hirientes abusos discursivos de Azul Azul, sino que me enfocaré en la Comisión y su mentada encuesta. En primer lugar, hablemos del objetivo esgrimido. El correo habla de crear una “instancia de participación” y establecer “canales de comunicación”. Debemos entender, entonces, que la participación que ofrece Azul Azul es una participación virtual –vía correo electrónico– propuesta por una comisión ya constituida. ¿No habría sido más participativo crear una comisión inclu-

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yendo representantes de abonados y accionistas? Seguramente quienes integran la comisión son accionistas y abonados, pero no se utilizó mecanismo alguno de elección o nominación de dichas personas (que no sabemos quiénes son) representativo de los abonados y accionistas, aún menos de los hinchas en general. En lo concreto, entiéndase, dar ciertas opiniones acotadas a preguntas específicas y dirigidas por la concesionaria vía correo electrónico, esa es la forma de participación propuesta por la comisión. La Monarquía del rey Luis XVI tenía mejores canales de participación, si se trata de dar opiniones. ¿Dan ganas de participar de esta forma? Analicemos. Por un lado, ante el hecho de que la encuesta se responde vía correo electrónico, es evidente que no es anónima. Por otra parte, revisemos algunos hechos: Azul Azul ha usado el derecho de admisión contra personas que han dado sus datos para ingresar mosaicos, globos y banderas al estadio. Azul Azul ha perseguido a hinchas por frases como “En Chile nos robaron el fútbol”, y ha dejado fuera del estadio a hinchas por dar opiniones contrarias a la concesionaria en redes sociales. Incluso, ha dejado sin trabajo a periodistas del Canal del Fútbol (CDF) por haber hecho un reportaje donde la concesionaria no quedaba bien parada. Es decir, darle datos personales a Azul Azul, junto con esgrimir opiniones contrarias a las voluntades de su directiva, son razones suficientes, a la luz de los hechos, para ser expulsado de los estadios, ser reprimido por 42


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Fuerzas Especiales o perder el puesto de trabajo. Mi consejo: si usted no va a dar una excelente evaluación de la concesionaria, más vale no entregar ni su nombre ni su opinión, por simple prevención. Veamos qué pregunta la encuesta. La primera parte incluye una caracterización del encuestado, buscando especificar el sector al que asiste al estadio –como si no lo supieran por planilla–, con quién y con qué frecuencia lo hace. Con esto se discriminará las opiniones según si voy con mis amigos o con mi familia, según si soy de tribuna o de galería. Enseguida, viene una breve evaluación de Azul Azul, donde primero se nos invita a adular el cometido de la concesionaria, preguntándonos qué son las cosas que nos gustan en su gestión, con una lista muy icónica del paradigma que han intentado vendernos. Resaltemos simplemente que Azul Azul no incluye la participación como una opción, es decir, no reconoce la participación como algo a lograr, contradiciendo el objetivo mismo de la encuesta. Sí habla de violencia, de beneficios, del Centro Deportivo Azul (CDA), de la gestión, todo presentado muy positivamente. Luego, en la pregunta siguiente se aborda lo negativo, donde no se nos invita a criticar ni reclamar, sino solo a sugerir mejoras, aunque nuevamente se excluye la participación. Ahí acaba la sección 1. La segunda parte, extrañamente no es la número 2, sino la número 3. En ella se nos invita a dar nuestras prioridades para con la gestión de Azul Azul, y aquí

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sí se esbozan algunas características interesantes. Se presenta, incluso, la toma de decisiones a través de un mecanismo de participación, que no pudimos evaluar, pero sí podríamos proyectar, como una opción. También se refuerzan las ideas anteriores (beneficios, plantel) y se abren nuevos flancos: la persecución de quienes prenden fuegos artificiales, y la información sobre el proyecto estadio. Cabe recordar que hace unos diez meses la Asamblea de Hinchas Azules le entregó a Azul Azul una carta que pedía justamente información sobre el proyecto estadio. Aún estamos esperando la respuesta. En la tercera sección, la número 4, se nos invita a precisar en qué nos gustaría participar. Se vuelve a tocar la seguridad en el estadio, y los beneficios, la conformación del plantel o la “acción social del Club” (que alguien me explique a qué se refiere esto último, porque no tengo idea qué puede significar para Azul Azul). La cuarta sección, la número 5, aborda mucho más específicamente un punto muy particular: evaluar el actuar de la concesionaria frente a los “barristas que no respetan la normativa legal vigente”, refiriéndose a fuegos de artificio y bombas de ruido. Es decir, esboza una relación directa entre la barra e ilícitos. La quinta y última, la número 6, nos invita a designar al o los principales responsables “de los incidentes que se traducen en invasión a la pista atlética y encendido de bengalas y bombas de ruido”. En la lista no aparece Azul Azul, aunque sí se hace mención al Club, término con el que, podemos suponer, la concesionaria se referiría a sí mis44


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ma. Además, aparecen actores tales como el Plan Estadio Seguro, la Ley de Violencia en Los Estadios (que ya no existe), la Intendencia de Santiago. El último actor que se nombra, no es solo citado, como los 4 anteriores, sino que tiene una frase adjunta: “los barristas que causan los incidentes”. A ver, ¿esto es una encuesta de opinión o una pregunta con la respuesta correcta entre las alternativas tal como en la PSU? Qué podemos concluir de las preguntas que hace Azul Azul: nos da a entender que la empresa no está dispuesta a escuchar críticas sobre la participación, sino solo proyecciones de lo que quisiéramos. Esto transparenta que el objetivo es más bien conocer estratégicamente qué quiere el hincha, más que evaluar su participación. Luego, establece muy explícitamente quiénes son los “enemigos”, es decir, “los barristas”, que fueron citados única y exclusivamente con connotación delictual y negativa; y nos da luces sobre las áreas que más preocupan a Azul Azul en cuanto a participación: el juicio activo de los hinchas sobre los mismos hinchas (sección 6), trabajar la “seguridad” en el estadio (todas las secciones) pero enfocado específicamente en la “violencia” que significan los fuegos de artificio, nunca en la represión de la policía, ni la ineficiencia de la empresa en la organización de los eventos, que también constituyen hechos de violencia cuya responsabilidad no se puede encontrar en los barristas. Con esto Azul Azul raya la cancha y establece los límites que concibe para la participación: hacerla servil a sus prioridades. 45


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Jamás se nos ha buscado incluir en el proyecto de Club en el que tanto Azul Azul como la hinchada juegan un rol. ¿Será que Azul Azul no tiene un proyecto de Club? ¿O será que no estamos incluidos en él? Se pueden esgrimir aún muchas otras conclusiones de esta encuesta, y es esa mi invitación a los “socios abonados” y los hinchas en general: discutamos entre nosotros esta encuesta antes de dialogar individualmente vía correo electrónico con la “Comisión Social”, que tal como el representante de los accionistas minoritarios en el directorio de Azul Azul, es una instancia funcional de la S.A. en directo servicio del directorio, y no de los accionistas minoritarios, ni de los abonados, ni de los hinchas. En virtud de los hechos, es posible sugerir que la información que se extraiga de quienes respondan a la encuesta, seguramente, será utilizada como un estudio del consumidor para estrategias mercantiles de la empresa, lo que dista mucho de representar un mecanismo de participación efectivo.

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Fútbol profesional chileno: Ganó la banca, perdió el Club por Rodolfo Vidal Jerez Cuando se habla de fútbol, lo primero que se viene a la mente es una pelota y un grupo de personas corriendo tras ella, y sí, la verdad es que, en esencia, eso es el fútbol. Ahora bien, cuando hablamos de fútbol profesional, la cosa suele cambiar un poco, sobretodo porque hay reglas previamente establecidas y una cierta dosis de seriedad en el manejo de ello que, supuestamente, se lo da el profesionalismo. Pues bien, ese mismo profesionalismo con sus reglas y controles es lo que hoy en día tiene en estado de coma al fútbol chileno. Hasta hace no muchos años, antes de la creación de la flamante Ley de Sociedades Anónimas Deportivas (SADP), el fútbol chileno transitaba por una crisis dentro de su estructura como tal. Equipos con malas campañas a nivel continental, dos clasificatorias mundialistas que terminaron en fracasos. En el medio local: jugadores con sueldos impagos, dirigentes acusados de robar platas, funcionarios de Clubes en huelgas de hambres, en fin… No era el mejor momento del fútbol chileno. Con la quiebra de Colo-Colo ya declarada en el año 2002 y luego la de Universidad de Chile en el 2006, los Clubes chilenos se ven en la obligación de acogerse a la ley de Sociedades Anónimas Deportivas que, bási-

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camente, fue creada para regular el mercado del fútbol, que en sí sufría de malas administraciones y tenía considerables irregularidades en la fuga de dineros. Con esta ley se esperaba que el fútbol nacional tomara un nuevo aire para llegar a ser competitivo dentro del continente y, de esta manera, poder pelear de pie a pie a las potencias de la región, como Argentina o Brasil. Y bien, la verdad, es que, en lo deportivo, no partió mal. Colo-Colo, que fue el primer Club en ser privatizado, logró un tetracampeonato y alcanzó una final continental, cosa que no ocurría desde 1993 con un equipo chileno (Universidad Católica). Universidad de Chile ganó su primer título continental en el año 2011 (Copa Sudamericana) y su primer tricampeonato de torneos nacionales (Apertura y Clausura 2011, Apertura 2012), alcanzando un nivel superlativo dentro del continente. En lo administrativo, entran dineros frescos, ya que la ley permite que las administradoras de los clubes participen en la bolsa vendiendo sus acciones. Con esto, Clubes con estadio propios como Universidad Católica, Unión Española, Colo-Colo y Huachipato lograron remodelar sus respectivos recintos; O´Higgins logró construir un centro deportivo de primer nivel, el “Monasterio Celeste” (que sin ir más lejos, la mismísima selección chilena lo ocupó como lugar de preparación para la Copa América); además, los estadios fiscales y municipales a lo largo del país fueron remodelados para la práctica profesional del balompié.

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Pero: ¿qué pasó con el Club? ¿Dónde fueron a parar los socios? Hoy en día, la figura de socio como tal dentro del fútbol profesional chileno ¡no existe! Las sociaturas se cambiaron por “acciones”, las asambleas fueron renegadas por “juntas de accionistas” y, lo que es peor, actualmente, los únicos con voz y voto dentro de un “Club” son los empresarios que tienen la mayor cantidad de acciones compradas en la bolsa. Así, los Clubes, que en su momento fueron un espacio donde la democracia, junto con la inclusión y la participación de actores de distintos espacios socioeconómicos prevalecían, se terminaron por convertir en una cancha donde los grupos poderosos de este país terminaron ganando el partido. Pero, como en todo orden de cosas, la privatización del fútbol no tardó en traer la corrupción al fútbol profesional chileno. Conocida es la investigación que lleva hoy en día el FBI contra la FIFA y que, entre otros organismos, tiene actualmente en la mira a la Asociación Nacional de Fútbol Profesional de Chile (ANFP) y a sus símiles sudamericanos. Conocido es también el repentino deseo de vender el Canal del Fútbol (CDF) a empresas extranjeras. ¿Quién querría vender un canal que año a año crece en consumidores y que posee un índice de riesgo de los menores del mercado televisivo? Parece extraño, pero hoy en día el único que mantiene con vida al fútbol chileno es el CDF, ya que gracias a los mal llamados “excedentes” (digamos las cosas como son, no son excedentes, son utilidades), es que hoy se 49


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mantienen los Clubes profesionales chilenos. Atrás quedaron los años en que Coquimbo Unido y Deportes La Serena, por ejemplo, colmaban con sus hinchas el estadio Francisco Sánchez Rumoroso y La Portada, respectivamente. Son parte del pasado las definiciones de campeonatos con el estadio Nacional con sobre 70.000 forofos –como el Clásico Universitario de 1994–. Los estadios del fútbol chileno hoy en día conviven más con el polvo y el dramático olvido de los asistentes, que con la colmada galería y la fiesta permanente que le brindaba la gallada a espacios que eran propios de los hinchas y socios del fútbol. Con la llegada de las Sociedades Anónimas Deportivas al fútbol chileno, todo tipo de organización y rol social se terminó por desmantelar. Para controlar a las barras se creó un plan maestro que consistía en garantizar un espectáculo seguro, donde el hincha pudiese concurrir con su familia sin tener la preocupación permanente de sufrir algún acto desafortunado. A cuatro años del Plan Estadio Seguro, el fútbol profesional chileno tiene la asistencia más baja de la historia en un campeonato, y esto no es casual. Son bien sabidas las dificultades que imponen las concesionarias junto con las autoridades policiales para el ingreso de los hinchas. Revisiones exhaustivas y vejatorias –como es el toqueteo de los genitales por parte de la policía–, falta de criterio a la hora de requisar –supuestos– proyectiles (como el decomiso de banderas, jugos en caja, mamaderas y hasta pañales en la entrada del estadio) y humillantes tratos

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a los asistentes del espectáculo (bajada de pantalones y el acto de tener que quedar descalzo en pleno frontis por la revisión policial). Si a eso le sumamos el excesivo precio de entradas, podemos concluir que a los dueños del fútbol no les interesa mucho el espectador en la galería; más bien, le incomoda. Resulta más lucrativo y menos complejo para los Clubes que sus “hinchas” estén pegados al televisor con el abono al día del CDF que tener que invertir en su estancia dentro del estadio. Y es que con la llegada de las Sociedades Anónimas Deportivas al fútbol chileno, el hincha, ése que hacía hasta lo imposible por su Club, terminó por perder todo tipo de participación dentro de la estructura de este. Pasó de ser un pilar fundamental y parte de él mediante el sentido de pertenencia que le daba la sociatura, a ser visto como un ente mercantil, un cliente, un consumidor que paga por un servicio y que se va a su casa sin derecho a reclamo porque ya dispuso del producto. El fútbol, en esencia, es una actividad social, desde el requisito de formar un grupo para jugarlo, hasta la necesidad de tener fanáticos para sustentarlo. Los Clubes, como tal, hoy en Chile ya no existen. La verdad fundamental es que los clubes se construyen en torno a la figura de los socios, los hinchas. Bien lo expusieron los hinchas del Bayern München la semana recién pasada, en su visita al Arsenal en Londres y por encontrar excesivamente caras las localidades para un encuentro

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válido por Champions League, colgaron un lienzo que rezaba: “64 libras una entrada, pero sin hinchas el fútbol no vale un centavo”. Categórico. Y es que, en tiempos modernos, en el fútbol moderno, en quizá el país más neoliberal del mundo, no era de extrañar que el fútbol –la cosa más importante dentro de las menos importantes, según Jorge Valdano–, terminara siendo privatizado y manejado por una plutocracia de empresarios que se han adueñado hasta del agua de este país. De no ser por una jugada de otro planeta, este partido, el de nosotros, los románticos del fútbol, lo terminaremos perdiendo.

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Nadie sobra por Andy Zepeda Valdés No son cosa nueva los porrazos discursivos por parte de Azul Azul. Y si bien muchos de ellos deben pasar desapercibidos para ellos mismos y les deben hacer sentir que lo están haciendo de maravillas, para nosotros, los hinchas que vivimos esto día a día, no pasan inadvertido y generan molestia. O rabia, más bien. Porque sí, molesta y mucho esta incoherencia entre lo que la empresa dice y lo que hace. Molesta tanto y la venimos viendo hace tanto, que honestamente ya no parecen incoherencias o simples errores que gotean desde algo tan simple como una promoción o incoherencia. No. A estas alturas todas esas fallas tienen un insoportable hedor a hipocresía. Es posible que conforme el lector avance en estas líneas, llegue a pensar en algún momento que estoy mirando con la lupa bajo el agua para encontrar la quinta pata al gato. Hilando demasiado fino, quizás. Pensará que soy muy susceptible o quisquilloso para con las peripecias discursivas de la concesionaria. Puede ser. Por formación siempre me fijo mucho en lo que se dice y cómo se dice. Pero acá no apunto a la forma, sino al fondo. No voy a las dos palabras de título, sino a todo lo que, lamentablemente, no reflejan. Y al lector le digo: sea usted más quisquilloso, para que no sea uno de los tantos a quienes Azul Azul le pasa golazos casi a diario sin que lo noten. Más vivo. 53


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Bien, la última “patinada” de Azul Azul es un simple e inocente afiche que invita a los hinchas a acudir al estadio a apoyar al equipo bajo el conveniente sistema del 2×1. Coronan el elemento gráfico con una linda frase: “nadie sobra”. La frase no tiene absolutamente nada de malo. Muy por el contrario, tanta inclusión es hasta conmovedora. El problema es quién la utiliza, pues cuenta con un larguísimo prontuario de exclusión. Y, por favor, que no se entienda que se critica la iniciativa del 2×1. Al contrario: ojalá se diera más seguido, para ver la cancha con tanta gente como sea posible, pero… “NADIE SOBRA”, dice. ¡¿Perdón?! ¿Y los cientos de camaradas –hinchas que solo quisieron ver a la “U”– que hoy por hoy tienen prohibición de entrar al estadio debido a que se les ejerce el derecho de admisión? No me vengan con estas pelotudeces a estas alturas, ¡por favor! Algunos cayeron por el desacato de alguna de una serie de absurdas medidas prohibitivas; sobre otros cayeron las acusaciones más arbitrarias y antojadizas que encontraron. Todos ellos sobraron, y los sacaron de la galería apenas pudieron. ¿Nadie sobra? ¿En serio? ¿Y Patricia Ramírez? La pisotearon a ella y a sus hijos hasta que la aburrieron y tuvo que dejar de ir al estadio tras veinte años de incondicionalidad. Se cansó de pedir respeto y consideración para ella y su hijito en silla de ruedas. Se cansó de la falta de criterio y la humillación, porque muy hincha será, pero ella y sus hijos son seres humanos

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y merecieron respeto. Respeto que a ustedes, buitres nefastos, no les interesó brindar. ¿Por qué? Porque les sobra mucha gente. Porque no entienden un carajo de humanidad, pasión y respeto por los colores y la gente que los defiende. Y hablando de los que no sobran: ¿Qué pasó con Lucho Musrri, Sergio Vargas y Mariano Puyol? Aquellos que defendieron los colores en la cancha y que deslizaron alguna crítica a su gestión en algún momento, también sobraron. Y para qué vamos a recordar cómo le negaron la entrada a Santa Laura a “Luchito” hace un par de torneos. Para qué. ¿Nadie sobra? ¿Y qué hay de los cientos que no aguantaron más el trato violento, las vejaciones y coerción ejercida por la autoridad y las fuerzas de orden público? Esa mamá a cuyo hijo le revisaron hasta los pañales también les sobró. Les sobró ella, el hijo y el papá que reclamó porque le hicieron botar la leche. Les sobró también el hincha que quiso entrar con una bandera de más de 1×1 mts., el que quiso entrar un lienzo. Le sobraron todos aquellos que se hartaron del descriterio del organizador en los ingresos al estadio, para regocijo del Canal del Fútbol. ¿Nadie sobra? Pero si a ese hincha que quiso entrar con la cédula de su hermano porque sobre la de él pesaba una prohibición lo metieron preso. ¿Cómo que nadie sobra? Si él, por el hecho de haber cometido el gran delito de querer ver a la “U” a pesar de todo, les recontra 55


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sobró. Habían ejercido sobre él el derecho de admisión porque así lo quisieron, pues no hubo incumplimiento alguno de ninguna ley, sino solo el desacato de una norma estipulada por el organizador de los eventos deportivos que protagoniza la “U”. No me vengan con cosas. Ah, ¿y no sobran acaso todos quienes no tienen acceso a Internet para comprar una entrada? ¿O los que no tienen para realizar transferencias electrónicas? ¿No sobran los que no pueden ir, por trabajo o estudios, a buscar al estadio la entrada que ya compraron por Internet? ¿No sobran las familias de cuatro o cinco personas que no pueden ir juntos porque simplemente no les alcanza? Todos ellos sobran, viejo. Así que paren el discursillo de inclusión, que no les queda. Y por último: sabrán disculparme mis estimadísimos lectores, ¡pero cómo mierda van a venir a decirme que nadie sobra, si desde hace ocho años todos los hinchas de la “U” que no tuvimos plata para meternos el directorio sobramos! ¡Nos echaron a un costado y nos taparon con la caca del poder económico! En la “U” sobran todos excepto once (y no hablo de los que entran a la cancha). ¿Nadie sobra? Sobramos muchos. Y tristemente, los que de verdad deberían sobrar, son los que tienen el control de nuestra amada “U”.

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Promesas incumplidas por Andy Zepeda Valdés Corría el año 2007 y lo que parecía imposible finalmente sucedía: el Club Universidad de Chile, tal y como lo habíamos conocido por toda una vida, pasaba a mejor vida y daba lugar a una Sociedad Anónima de nombre Azul Azul. Para muchos el cambio fue traumático. Muchas formas de ser y hacer fueron cercenadas de nuestro ideario. Nada habría de ser lo mismo. Para hacernos el cambio algo menos terrible, nos hicieron una serie de promesas. Una forma de que no cundiera el pánico. Esas promesas tenían adosadas también las justificaciones de por qué convenía pasar de las antiguas y quebradas corporaciones a las nuevas concesionarias. Nos dijeron algo así como: “los Clubes quebraron porque los manejaba gente irresponsable y con modelos poco sustentables”. Por contraparte, la promesa era que las concesionarias, las empresas del fútbol, traerían transparencia, solvencia económica, equipos competitivos y una revolución a nivel de fútbol formativo que auguraba un futuro esplendoroso. Casi una década después, ¿qué tenemos? Nada. En la “U” no tenemos nada. Solo nos queda un cúmulo de promesas rotas y una rabia creciente. Sí, rabia, porque no se contentaron con borrarnos a los hinchas del mapa y aniquilar el rol social de los Clubes, sino que además se pasaron por donde quisieron aquello de la 57


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transparencia, dilapidaron los recursos y destruyeron lo más esencial que tiene el fútbol formativo: la identidad y los valores. Vamos por parte. Y aunque quisiera, no me haré cargo de todas las mentiras y podredumbre del fútbol chileno, porque no me corresponde; sí haré un breve repaso por lo que toca a Universidad de Chile. ¿Transparencia? Lo que ha ocurrido en la ANFP estas últimas semanas, una crisis de corrupción sin precedentes, da la pauta para sospechar de absolutamente todo, pero no hablemos de la ANFP, no nos perdamos en la generalidad. Particularicemos y enfoquémonos en la “U”. Vayamos por Azul Azul y preguntémonos: ¿Puede una concesionaria que tuvo por presidente a José Yuraszcek, el principal responsable –y condenado– por el “Caso Chispas” decir que es transparente y da confianza? ¿Puede ufanarse de probidad y ser confiable una empresa que tuvo entre sus principales accionistas a un delincuente como Carlos Alberto Délano? ¿Y cómo va a ser transparente una sociedad que opera en el más completo hermetismo y de espalda a los hinchas? Ah, sí, la Superintendencia de Valores y Seguros (SVS) y las cuentas rendidas deberían darnos tranquilidad... Claro, eso en la oficialidad. ¿Qué ocurre debajo? Quién sabe. Pero está bien, hasta aquí ni yo ni nadie les ha probado nada a estos muchachos, pero a la luz de antecedentes como estos uno no puede sino al menos desconfiar, y más aun considerando el contexto nacional.

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¿Solvencia económica? El gran argumento que autoridades y empresarios esgrimieron la década pasada para abogar por la inminente llegada de las S.A. fueron los problemas económicos que tuvieron los Clubes y las deudas que se generaron (otro día hablamos del origen espurio de estas deudas, de cómo se derogó el DFL 1 de 1970 y de cómo esto prácticamente duplicó la deuda de la CORFUCh, haciéndola impagable). El discurso era simple: las S.A. vendrían a ordenar la casa y a dejar las deudas en el pasado. Sin embargo, la realidad dista mucho de eso: hoy nos enteramos de que Azul Azul debe nuevamente pedir un aumento de capital a la junta de accionistas porque, producto de un enorme cúmulo de pésimas decisiones dirigenciales, se quedó sin recursos para estadio y refuerzos. ¡¿Perdón!? 15 millones de dólares dilapidados así sin más. ¡La CORFUCh quebró (recordar: en realidad la quebraron) por mucho menos! Nos prometieron seriedad y una buena administración, pero de eso nada. Todo lo contrario: se han dedicado a botar la plata (que dicho sea de paso: sale de nuestros bolsillos), a jugar con ella. ¿El estadio? Chiste cruel a estas alturas. Ahora bien, nadie le pidió un estadio a Carlos Heller, fue él quien lo prometió, poniéndose la soga al cuello. Nadie lo presionó, fue él quien quiso lavar la imagen de la concesionaria que él preside y la suya propia con semejante y mesiánica promesa.

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Yo no soy de aquellos a quien el tema del estadio le quita el sueño. No. La verdad es que, si bien me gustaría llegar a tener una casa propia, no lo veo como prioritario hoy por hoy. Creo que nuestras prioridades como hinchas en esta era de la mercantilización deben ir por otro lado: cómo recuperar nuestro Club. Es así: antes que copas o estadios, denme un club. Pero entiendo que para muchos es un tema delicado y vital, por lo mismo molesta tanto que sea otra de las promesas incumplidas de la S.A. Por respeto, consideración y deferencia, sería bueno que dejen de jugar con ello como si fuera cualquier cosa, que dejen de tratarlo como promesa en tiempo de campaña electoral. ¿El fútbol formativo? Abandonado a su suerte. Descontando a Sebastián “Chinito” Martínez, ¿qué jugador venido de la cantera azul ha brillado y se ha consolidado en el primer equipo durante los últimos años? Por contraparte, ¿cuánto jugador de proyección fue vendido «verde», sin la posibilidad de terminar de madurar en la «U»? ¿Cuánto jugador no terminó a préstamo por ahí? Montones. Y lo valórico e identitario es otro tema que entristece. Adhiero a esa teoría que señala que el hecho de que hace tantos años no podamos ganar en el Monumental va de la mano con la falta de valores y una identidad basada en una identificación con el equipo a toda prueba. Basta con preguntarse: ¿cuántos jugadores formados en casa jugaron los últimos clásicos? Saque la cuenta. El fútbol formativo está muy al debe. Todo porque no se está formando juga60


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dores para Universidad de Chile, sino, por el contrario, bienes transables, y ojalá en el corto plazo. ¿Equipos competitivos? Escribo esto justo después de terminar de ver el compromiso perdido contra Unión La Calera y eso de “equipo competitivo” me suena a mala broma. Es cierto, estamos ad-portas de ganar un nuevo título, pero lo exhibido en el Lucio Fariña y en todo el presente torneo (y el anterior también) es realmente lamentable. Y es que, claro, un equipo competitivo va de la mano de la solvencia económica y las buenas decisiones a nivel dirigencial. Es cierto que bajo la administración de una S.A. tuvimos un periodo muy exitoso con don Jorge Luis Sampaoli al frente, por lo que la conclusión debiera ser que tener equipos competitivos es algo posible, pero no una garantía. Y es que es obvio: la plata no te asegura el éxito. Las buenas decisiones tampoco, pero te acercan. Y lo de Azul Azul en el último periodo no ha ido por el lado de las buenas decisiones, sino todo lo contrario. Más encima, pobres. Un fracaso rotundo. Y así, suma y sigue. Son muchas las cosas que se dijeron en su momento y que hoy solo figuran en el archivo, porque en la realidad no aparecen por ninguna parte. Las sociedades anónimas deportivas llegaron con una promesa clara: mejorar el fútbol chileno. No hay que ser un avezado analista para darse cuenta de que simplemente no dieron el ancho. Es cosa de alzar la vista y ver: estadios cada vez más vacíos, familias cada vez más le61


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jos de ellos, clubes endeudados y con déficit de miles de millones, corrupción y un nivel deportivo paupérrimo. Y lo peor de todo es que el hincha, el actor principal, no tiene voz en todo esto. Es cosa de levantar la vista y ver que el asunto ya no da para más y que es necesario un cambio de paradigma. Pero entienda, amigo lector: el paradigma y el modelo no se van a cambiar solos, alguien tiene que cambiarlos. Y cuando digo “alguien” me refiero a usted y a mí, a nosotros.

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Segunda parte

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Talcahuano: sigue la cueca del abuso al hincha por Daniel Albornoz Vásquez Estamos en verano, hace calor, es febrero y todas y todos quieren viajar. Muchos nos movimos a la octava región a ver un nuevo partido de la “U”, esta vez contra Huachipato en el recinto de su administradora, el flamante y todavía muy nuevo estadio CAP. Así, el pasado sábado 7 de febrero tuvimos una cita con el fútbol y el folklore propio de la fiesta que es seguir al Chuncho. Claro que fuimos, pero no fuimos inocentemente. Aún no se borra de la retina el desastre de Chillán el 30 de noviembre recién pasado, donde un pésimo manejo de los accesos creó una avalancha de personas que cayeron sobre una valla papal, pudiendo haberse producido una catástrofe de consecuencia mayor. También se vio a funcionarios de FF. EE. de Carabineros apedreando a hinchas, a carabineros revendiendo entradas, en fin, un desastre y un escándalo que quedó impune para los responsables, Ñublense SADP, la Gobernación Provincial de Ñuble y Carabineros de Chile. Desgraciadamente, el espectáculo de este sábado en Talcahuano –bajo la autorización y tutela de la Intendencia del Biobío, y organizado por Huachipato SADP, la Sociedad Anónima que administra al Club acerero– no fue tampoco muy dulce para los hinchas. Analicemos los hechos.

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Como ya es costumbre, la manera privilegiada de comprar una entrada fue vía Internet. Esta vez también hubo venta directa en el estadio, aunque con un recargo de $1.000 sobre los ya elevados $8.000 que había que pagar para conseguir una galería. Quizás un estadio de alta calidad justifique ese precio, quizás un sistema de accesos de primer nivel y la contratación de personal de seguridad altamente calificado tengan ese valor. En cualquier caso, miles de hinchas azules compramos un ticket, lo imprimimos y llegamos a la cita esperando ver a nuestro equipo enmendar el rumbo futbolístico. Así avanzamos hacia el sur por el único acceso urbano, la avenida Desiderio García, hasta encontrarnos con el estadio en su explanada norte, un amplio y abierto espacio que alberga la entrada a los sectores Norte, Andes y Pacífico del CAP. La hinchada visitante iba al sector más atiborrado, la galería sur, y por lo tanto seguimos el recorrido por Iquique, rodeando el estadio por el poniente y subiendo poco a poco al cerro. Ahí, por el lado sur poniente, está el acceso, un cerrito, una rampa asfaltada, una reja, y detrás el camino por el cerro ya en las dependencias del recinto. Sin embargo, se hacía difícil progresar en dicho acceso, puesto que, a la aglomeración de hinchas azules, que ya tapaba la rampa, se sumaba el agresivo chorro del “guanaco”, dirigido directamente a los rostros de los asistentes. Había que contener la respiración, cerrar los ojos y taparse el cuerpo: el aire estaba cargado

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de las toxinas de las bombas lacrimógenas. Los hinchas mojados estornudaban, gritaban por el ardor en los ojos, los niños lloraban, la gente se impacientaba y se ponía agresiva ante las agresiones de la autoridad. Algunos comenzaron a reaccionar, a lanzar piedras hacia el carro lanza-aguas. Después de varios ida-y-vueltas, los encargados comprendieron que la manera de calmar a la gente y descomprimir la aglomeración era dejarlos pasar, y abrieron en consecuencia la reja que permitía cruzar el cerro. Y claro, como se juntó mucha gente afuera por estar cerrado el acceso, ya no se podía controlar a nadie: no se controló ni la identidad ni las entradas de los asistentes. Resultaría interesante saber cómo se contabiliza la cantidad de asistentes con este sistema de ingreso. Pero del otro lado de la reja el panorama no era alentador. Había que pasar de a uno, con la presión de cientos detrás, entre el cerro y el carro lanza-agua, esquivando las gotas y empolvándose con el cerro, o por el otro lado, pasando entre el mismo carro y su compañero, el carro lanza-gases, o “zorrillo”. Así, el ya estrecho camino de polvo que subía al portezuelo se hacía un infierno de tránsito entre el aparataje de Fuerzas Especiales, que digamos, objetivamente, no contribuía a mejorar la situación del acceso. Para los hinchas que entrábamos, era un infierno, y nuestros menores de edad, pasaban asustados por el embudo, apretados entre la multitud. Y es que incluso sin ser rociados y agredidos con químicos, incluso si entráramos de a uno cada diez minutos 69


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sin tener que esquivar los vehículos de Carabineros, el camino aquel es impresentable: no está urbanizado. Nada de donde afirmarse, un camino de polvo, en subida, sin escaleras. Cómo va a entrar ahí un adulto mayor o una mujer embarazada, es una pregunta que Huachipato SADP al parecer nunca se hizo, y que las autoridades no supieron apuntar. Así con el estadio nuevo, así es la modernidad que nos proponen para nuestro fútbol. En fin, del otro lado del cerro, rápidamente se juntaban las personas frente a otro escollo: el portón que daba hacia la gradería estaba cerrado. Ahí algunos personeros de carabineros respondían al porqué de los hinchas que ellos no tenían información de lo que ocurría del otro lado del portón, y que por lo tanto no lo podían abrir. Así es, carabineros, que cuenta con radios, que tiene personal de un lado y del otro de un portón, no tenía idea de la situación y causaba una nueva aglomeración, sin ninguna reacción, esperando que la presión estallara en una catástrofe. Al fin, luego de los reclamos airados de los hinchas, se abrieron los portones, y logró entrar la multitud, con un hombre con el rostro y su camiseta azul cubierto de sangre por el actuar de carabineros, pidiendo ser grabado y exhibido, y gritando “esto es Estadio Seguro”. Del otro lado, personal de seguridad del estadio recibió a la multitud… ¡A golpes! Así es, nos encontramos con hinchas sangrando por golpes de puño de personas en

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camisa y corbata que aprovechaban el pasar acelerado de la masa comprimida de espectadores para lanzar puñetazos. Recordemos que los guardias de seguridad deben contar con una certificación para ejercer su trabajo, certificación que no parece filtrar a personas incapaces de controlarse a sí mismas –y que consecuentemente difícilmente puedan controlar a una masa ya enrabiada por el agua del guanaco y los gases lacrimógenos–. Ante la inusitada agresión, como era bastante previsible, no tardaron en reaccionar algunos hinchas y se armó una batahola en la que los funcionarios, escudados detrás de una reja, terminaron lanzando piedras de varios kilogramos a la multitud. Impresionante, por decir lo menos. Una vez desatada la violencia, llegó Fuerzas Especiales a “calmar” a los hinchas a punta de lumazos, mientras los guardias agresores eran sacados por algún compañero sensato de la escena. El ánimo estaba enrarecido, la tensión se podía cortar con tijeras. En fin, esquivando proyectiles, logramos llegar a la galería. El partido ya se jugaba. En galería se multiplicaron los hechos de violencia, entre la misma gente, contra carabineros y contra funcionarios de seguridad. Fuerzas Especiales hizo ingreso con el objetivo de robar lienzos, y algunas personas, ya completamente enajenadas con el trato con la que fueron recibidas, combatían por sus pertenencias. Por mientras, en el sector de Andes Sur, donde la gran mayoría apoyaba a la “U”, un funcionario de se-

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guridad se preocupó de provocar a la gente. Quienes ahí estaban cantando y apoyando a su equipo poco a poco comenzaron a responder a sus insultos con los propios. Luego de varios minutos de intercambios agresivos en lo oral, comenzó la violencia física, y la provocación del profesional de la seguridad encontró la respuesta descontrolada de un grupo que lanzó un panel de publicidad en su dirección. Un compañero suyo tuvo la mala suerte de recibir el proyectil en su pie y tuvo que alejarse visiblemente lesionado del lugar, mientras, nuevamente tarde, llegaba personal de carabineros a participar del baile. La misma gente se encargó de apuntar al provocador que paso a paso, detrás de sus lentes oscuros y como queriendo eclipsarse, se alejó hacia otro sector de la cancha, bajo la mirada atónita de carabineros, la reprobación de alguno de sus compañeros y la ira de los asistentes. Hacía calor en el CAP. El partido no estuvo exento de sus propias emociones y momentos, y concluyó con un empate, que tuvo una dura sanción dentro de la cancha por un gesto obsceno –a los ojos del árbitro– de un jugador azul1. Y con el match terminado salió la hinchada por el mismo cerro polvoriento, ya sin apretones, sin apuro. No obstante, alguna colilla encendida, o algún hincha aún con las revoluciones muy altas, o lo que fuera que lo inició, pero ahí a un paso del camino se encendía un pastizal altamente combustible, lo que cubrió nuestra

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piel y ropa con el olor a lacrimógena. Fue así como terminó el primer viaje de la “U” a Talcahuano. Así es, porque esta misma masa humana volverá al mismo estadio, según la calendarización de la ANFP, a alentar a su equipo esta vez frente a Universidad de Concepción. La pregunta evidente para quienes iremos a pesar de todo a ver a la “U” es si esta vez la organización del evento será mejor que la de Huachipato SADP, responsable legal del triste espectáculo del sábado pasado, si entregará mejores condiciones al ingreso de los hinchas, si la Intendencia del Biobío exigirá condiciones dignas y urbanizadas para el acceso al estadio y controlará la pericia de los guardias de seguridad, y si el Plan Estadio Seguro en conjunto con Carabineros tendrá mayor tino a la hora de controlar el flujo de asistentes para evitar aglomeraciones que aprietan el pecho de niños y mujeres. Sería una linda sorpresa. Si de verdad queremos que vuelva la familia, sería deseable que no sea necesario atravesar una nube de gas tóxico, sería ideal no ser concentrados hasta perder la facultad de respirar, sería preferible acceder por lugares que no estén al borde del incendio y cuenten con alguna facilidad para personas con movilidad reducida, sería atinado también que los guardias de seguridad no provoquen a los hinchas. Quizás así se podrían evitar las reacciones descontroladas de parte del público, tan mentadas a la hora de criminalizar a los hinchas.

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Anexo: algunos vídeos que muestran los hechos Acceso con carro lanza-agua: http://youtu.be/4fKiR2x-KNk Provocación de carabineros en galería sur y de guardias de seguridad en andes: http://youtu.be/MQzCuKCPhp8 Aglomeración segundo control, golpes de guardias de seguridad y de carabineros a quienes ingresan: https://www.facebook.com/video.php?v=10152677695501526 Ingreso de hincha ensangrentado por el actuar de carabineros: https://www.facebook.com/video.php?v=10152677695501526

(1) Leandro Benegas fue expulsado por haber celebrado su gol tocándose los genitales.

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La desobediencia de los hinchas y sus explicaciones peregrinas por Juan Carlos Gimeno Ormeño Las bengalas que hinchas de la “U” han insistido en encender las últimas semanas, así como otras transgresiones a leyes y a normas de la CONMEBOL, en partidos nacionales e internacionales, han generado un intenso debate en la comunidad futbolera. Otros hinchas, periodistas y autoridades han ocupado los medios de comunicación y debate para vitorear o, mayoritariamente, reprochar estos actos. La discusión, sin embargo, se ha teñido de prejuicios y lugares comunes, cuestión que deja al descubierto la nula preocupación por entender el fenómeno y, en definitiva, dar soluciones al conflicto de la violencia en el fútbol. Si nos centramos en el círculo de la prensa deportiva, las opiniones de reconocidos periodistas como Eduardo Bruna –la semana antepasada en El Mostrador1– y Juan Cristóbal Guarello –la semana antepasada también en As2– marcan una pauta importante. El primero ha manifestado su deseo de solucionar el problema a la inglesa –”sin que a nadie le tiritara la mano”–, idealizando un proceso que presenta numerosos ripios y que muy poco tiene que ver con las particularidades de las barras bravas chilenas. El segundo, un poco más lúcidamente, compara nuestra situación con lo que ocurre

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en Argentina. Pero, en definitiva, ambos generalizan la problemática barra brava y la reducen a una caricatura de la misma: los que desobedecen las normas de orden y policía son una tropa de criminales peligrosos. Nadie podría decir que la delincuencia y la violencia no son parte del fenómeno de las barras bravas en nuestro país, pero reducir el argumento a ejemplos de determinados hinchas (como Guarello hace con el “Bisera”) para explicar qué es la barra Los de Abajo, y con ello arribar como conclusión a que las barras son en esencia y nada más que organizaciones criminales, resulta derechamente antojadizo. ¿Es esa es la única teoría que el periodismo deportivo es capaz de esgrimir en relación a este fenómeno? ¿En base a estos análisis es que estamos proponiendo soluciones? Partamos por entender que el fenómeno de las barras bravas es un problema complejo en su origen y desarrollo, no una versión calcada de hinchas violentos a la manera de Inglaterra o Argentina, como los profesionales de las comunicaciones suelen interpretar. Y en su complejidad tiene muchas aristas, pues los hinchas que participan del fenómeno viven múltiples y heterogéneas motivaciones y realidades. Obviar que, por ejemplo, los hinchas de barra realizan navidades populares, campeonatos deportivos a beneficio, obras de solidaridad con hinchas damnificados, etc., es desconocer la otra cara de la misma moneda, una que nos esperanza en solucionar los pro76


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blemas. Tomar el rostro más conveniente y mediático del fenómeno –la violencia– y, con ello, simplemente generalizar para forzar el argumento sería lo mismo que si yo, tomando como ejemplo los casos Penta o La Polar, esgrimiera sin consideraciones que los gremios de empresarios son organizaciones de criminales peligrosos y descorazonados. ¿Sería apreciada como una opinión responsable si dijera eso en este caso? De seguro que no. Pongámonos serios en el análisis y dejemos de citar teorías peregrinas para explicar un fenómeno complejo y real. En Chile, si se quieren lograr soluciones, se hace necesario investigar el problema en su complejidad, porque así como la prensa se ha dedicado a los análisis espurios y superficiales, las autoridades concentran recursos en importar modelos foráneos –pensados para otras realidades– y financiar la represión y no en analizar soluciones más profundas, como, por ejemplo, partir por estudiarlo y entenderlo en su real dimensión. Ciertamente hay investigaciones académicas al respecto, pero sin financiamiento serio y responsable cualquier esfuerzo de este tipo queda a la deriva. Hay otra arista (además de la ya mencionada falta de investigación responsable sobre el problema) que prensa y autoridades se empecinan por igual en desconocer: la perspectiva del actor social, el hincha. Porque, a diferencia de Bruna, Guarello, José Roa o Claudio Orrego, ni la opinión de Daniel Albornoz –la semana pasada en El Mostrador–3 ni la mía son imparciales o desintere-

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sadas. No intentan explicar un fenómeno que es ajeno a sus enunciadores. Somos hinchas organizados, y la violencia dentro de la hinchada nos duele y perjudica. Pero nos duele especialmente que el hincha de galería, hijo de clase trabajadora, sea atacado y agredido por no resignarse a ser simple espectador de un show business deportivo que no le pertenece. Y nos duele hasta la impotencia ver que hinchas hermanos sufren agresiones y la vulneración de sus derechos, por dispositivos de seguridad indecentes y efectivos policiales sin escrúpulos, mientras la prensa y las autoridades callan, pues su sociología de fachada les impide ver que la violencia también tiene otros rostros. Como hinchas sabemos que somos también protagonistas de la fiesta del fútbol, alentando al equipo de nuestros amores, gane o pierda, domingo a domingo, dentro o fuera de la cancha. Y somos muchos de esos hinchas de a pie, los vilipendiados de siempre, que no somos dueños de los –actualmente– mal llamados Clubes, los que no queremos seguir siendo silenciados y sindicados como el problema. Muy por el contrario, tenemos el propósito firme, en este tránsito histórico del fútbol-mercancía, de ser parte de la solución.

(1) Bruna, Eduardo. (22 de febrero de 2015). “Barras bravas: Seamos de verdad los ingleses de Sudamérica, por favor…”. El Mostrador. Disponible en: http://www. elmostrador.cl/dia/2015/02/22/barras-bravas-seamos-de-verdad-los-ingleses-desudamerica-por-favor/ [consultado el 6 de junio de 2016]

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rugidos (2) Guarello, Juan Cristóbal. (1 de marzo de 2015). “La revolución cándida”. As Chile. Disponible en: http://chile.as.com/chile/2015/03/01/opinion/1425231269_995897.html [consultado el 6 de junio de 2016] (3) Albornoz, Daniel. (26 de febrero de 2015). “¿Por qué los hinchas de la “U” siguen encendiendo bengalas?”. El Mostrador. Disponible en: http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2015/02/26/por-que-los-hinchas-de-la-u-siguen-encendiendo-bengalas/ [consultado el 6 de junio de 2016]

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¿Por qué los hinchas de la “U” siguen encendiendo bengalas? por Daniel Albornoz Vásquez Este martes 17 de febrero la “U” debutó en la Libertadores 2015 con una derrota que profundiza su mal momento futbolístico. Pero la crisis también golpea a lo institucional: la administración amenaza al público con castigos buscando domesticar su comportamiento y pidiendo que no hayan hechos de violencia ni fuegos artificiales. No obstante, parte del público no solamente se niega a seguir estas prerrogativas, sino que deja en ridículo a la concesionaria burlando todos los mecanismos de control, y lo que es más: sin producir ningún acto de real violencia. Desde el mismísimo plantel azul surge la interrogante: Johnny Herrera, referente indiscutido, afirma “no entiendo lo que buscan”, mientras Gustavo Lorenzetti dice “no entiendo a ese grupo de hinchas”, y lo mismo manifiesta Carlos Heller, el presidente de Azul Azul. Ni los jugadores ni los dirigentes azules comprenden estas manifestaciones, las autoridades son burladas por ellas, la concesionaria falla en su intento de dominio a través del miedo. Al parecer, nadie da en el clavo. Hace ya varias semanas que se vienen encendiendo bengalas en la galería donde la hinchada azul alienta al equipo, principalmente cuando este juega de local,

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aunque también ha sido el caso en regiones y en el extranjero. Dicha situación está condenada por la CONMEBOL y los Clubes son los llamados a hacerse responsables, porque sobre ellos recae la sanción (que quede claro, por “Clubes” se entiende aquí “las administraciones de los equipos de fútbol”, puesto que son ellas las que están afiliadas al organismo rector del fútbol profesional sudamericano). Así, Azul Azul está entre la espada y la pared, porque ese reglamento no lo hizo la Sociedad Anónima, pero sí adscribe a él al estar afiliada a la ANFP y a la CONMEBOL, con lo que es responsable del comportamiento de los hinchas en el estadio. Además, el del martes era un escenario particular, porque en el plano local las bengalas, si bien han sido repudiadas públicamente, no siempre han acarreado mayores castigos de la ANFP, lo que contrasta con la situación continental, donde ya se han sancionado a algunos Clubes, dentro de los cuales se cuenta a la misma “U” con dos partidos sin poder llevar público visitante en Copa Libertadores (a pesar de que Internacional de Porto Alegre anuncia las entradas a la venta para el público visitante para el duelo del jueves 26 de febrero). Así, la CONMEBOL habría advertido a Azul Azul: una sola bengala en el partido del martes implicaría una sanción de varios partidos con público reducido o sin público de local. Y es que el tema está en el limbo, porque la estrategia de las concesionarias y de las autoridades está fallando ampliamente: las bengalas siguen apareciendo y son muchos quienes no entran en la ló82


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gica de la campaña del terror con la que se busca lograr un cambio de comportamiento. ¿Por qué “campaña del terror”? Simplemente basta analizar la propaganda que ha hecho Azul Azul, cuyo eslogan para este encuentro fue «No pongas en riesgo a la “U”», y cuyo contenido fue recordar los castigos sufridos por otros clubes del continente. Recordemos que la prohibición del artificio, de los bombos y de los lienzos, está escudada en la lucha contra la “violencia”. No obstante, aquí la lógica imperante no es la de evitar la violencia, ni la de atraer a la familia al estadio. El objetivo específico de esta propaganda es amenazar a los hinchas con lo que más quieren: la “U”. Así, Azul Azul no se hace cargo del problema, sino que traspasa la responsabilidad, pero no a quien prende una bengala, pues le endosa a la comunidad completa de hinchas de la “U”. No solamente le pasan la pelota al público, sino que le refuerzan la amenaza con un castigo particular de la concesionaria (que no viene ni de la ANFP, ni de la Conmebol, ni del Estado): “el Club se verá en la obligación de evaluar la suspensión de la venta de boletos para los partidos de la competencia local y de Copa Libertadores”1. Es decir, lo único que pretende hacer Azul Azul para que no haya hechos de violencia es castigar a los hinchas, y no solo a quienes enciendan una bengala, sino a todos por igual. Cuando mucho hace una distinción: establece que los “malos” hinchas son quienes compran entradas, y los “buenos” hinchas son quienes se abonan a la administradora del espectáculo. Así, por 83


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ejemplo, una familia que vive en Punta Arenas y que está de vacaciones en Santiago y quiere ver jugar a la “U” una vez al año es sancionada por Azul Azul para evitar más bengalas. Entonces, ¿el objetivo es controlar las bengalas, o es establecer una relación de hincha deseado con hincha abonado versus hincha no deseado con hincha que compra entrada? ¿Es una estrategia contra la violencia o una estrategia comercial? Cabe señalar también que las reacciones que provocan los elementos prohibidos en la hinchada son heterogéneas, según pudimos apreciar en el Nacional. Y es que el martes se encendió una quincena de bengalas, hubo varias bombas de ruido y, por si fuera poco, hubo un bombo, después de una larguísima ausencia, que orquestó el canto de una multitud. ¿Las reacciones ante estos elementos? Bueno, el bombo unió las voces de decenas de miles durante gran parte del partido y no se vio a nadie reclamar por su presencia, que generó más bien sorpresa y mucha adhesión. Ante las bombas de ruido, no hubo particular manifestación. Y ante las bengalas encendidas todas al mismo tiempo, pasada la mitad del segundo tiempo, se escuchó a hinchas reclamar airados, sobretodo en ambas tribunas, pero también se vieron cientos de celulares grabando el momento, y miles de hinchas saltando y cantando con fuerza, lo que finalmente eclipsó las manifestaciones en contra. Es decir: no hay una voz única ante esta situación.

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Las teorías que esgrimen algunos periodistas son bastante risibles. Pretenden hacer creer a la opinión pública que la razón detrás de todo esto no es la lucha por una expresión cultural ni mucho menos, sino que es interés por dinero y por recuperar beneficios directos desde la dirigencia. Bueno, si ese fuera el objetivo de quienes prenden bengalas, creo que están lejos de conseguirlo: dudo que la concesionaria esté muy contenta con su comportamiento. No, no se trata de eso. Ahora, hay algo que no puede quedar sin un comentario: ¿se puede decir que realmente hubo violencia en el Nacional el martes? ¿Es la presencia del bombo un elemento más violento que el carro lanzaaguas de Carabineros que se vio atacando a la hinchada azul en Talcahuano? ¿Es más violento ver algunas bengalas encendidas que el toqueteo de genitales que debemos soportar los hinchas al entrar al estadio? ¿Alguien se sintió verdaderamente violentado por el bombo? Y quitando las amenazas de sanciones desde la CONMEBOL y Azul Azul, ¿alguien se sentiría violentado por las bengalas? Nuevamente el periodismo deportivo de algunos medios, buscando alguna excusa, algún agravante, alguna arista para tildar de violencia lo ocurrido, cita la presencia de cinco hinchas encapuchados al borde de la galería sur. Si bien es un acto con trasfondo, esos jóvenes encapuchados me preocupan menos que un funcionario de Fuerzas Especiales de carabineros con ojos

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enajenados repartiendo lumazos a las personas, pero claro, eso parece no constituir violencia a ojos de las opiniones oficiales. Azul Azul dice que “los mecanismos de revisión para entrar al estadio son exhaustivos y responden ampliamente a los requerimientos que exige la ley y la autoridad correspondiente”, y claro, a los hinchas se los toca, se los amedrenta, se los humilla para poder entrar al estadio, pero el resultado es que entra un bombo. ¡Un bombo! En mis calzoncillos no cabe un bombo, y sin embargo fueron a buscar algo ahí. Entonces, nos violentan a todos para evitar acciones de algunos, que ni siquiera generan violencia a los ojos de los espectadores. Nos castigan a todos por acciones que ni siquiera son rechazadas por todos quienes van al estadio ni por una mayoría evidente; y quienes lo rechazan, no sabemos si lo hacen por el terror a los castigos o porque sinceramente creen que una bengala es violenta. Entonces, o bien el objetivo de acabar con la violencia y abrir el espacio de los estadios a la familia es una vil mentira para escudar otros fines, o las autoridades están completamente extraviadas en su modus operandi. Pero yendo más lejos, obviemos por un momento lo dudosamente violentos que son los bombos o las bengalas. Ataquemos la siguiente pregunta: ¿por qué a una gran masa de público parece no bastarle la amenaza de un castigo para someterse al reglamento? ¿Por qué existe la reticencia a obedecer las consignas de las

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autoridades, y sobre todo, de Azul Azul? La respuesta no es simple, pero me aventuro en una lectura de la situación. Como ya se dijo, el castigo de la CONMEBOL es hacia los Clubes, que en la práctica en Chile son las sociedades anónimas que los administran. Y recordemos también que dichas administraciones traspasan la responsabilidad y los castigos a los hinchas. La responsabilidad es la clave: al final de la cadena, los hinchas no se hacen responsables de la situación y siguen, convencidos, con sus prácticas, con su fiesta. ¿Y por qué no se hacen responsables? Hagamos una analogía. Imaginemos por un momento que el Estado de Chile es administrado por un grupo de personas que no fueron elegidas para estar ahí, sino que fueron quienes pusieron más dinero sobre la mesa, es decir más poder (como puede ser el del poder armado en la política). Algo así como la dictadura militar de Pinochet. Imaginemos por un momento que la administración del país suscribe un tratado internacional que prohíbe la celebración de las Fiestas Patrias, por cuanto durante su desarrollo un número importante de gente pierda la vida en accidentes de tránsito. Sanciona la cueca, los volantines, prohíbe las fondas porque se producen ahí actos de violencia, como riñas. Prohíbe además bailar, tomar vino y comer empanadas porque hacen parte de dicho escenario y generan una organización en su entorno. Además de dichas prohibiciones que pueden venir por un tratado internacional, el mismo gobierno que nadie eligió responsabiliza a las 87


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y los ciudadanos por atreverse a hacer fondas, bailar cueca y preparar empanadas. ¿Usted cree, sinceramente, que la gente aceptaría dejar de tomar vino porque es violento? ¿Usted cree que alguien sentiría responsabilidad si se sancionara a todo el país por bailar una cueca? ¿Alguien sería parte de estas sanciones y sentiría la urgencia ética de suscribir a dichas prohibiciones? Difícilmente, ¿no es cierto? Bueno, acá ocurre algo bastante similar. Los gobiernos (administración Piñera y ahora administración Bachelet) ponen en práctica el Plan Estadio Seguro para combatir la violencia en los estadios, pero en vez de combatir la violencia, la ejercen a través de la represión (Fuerzas Especiales, guanacos, lumazos, caballazos, bombas lacrimógenas, etc.) y la opresión (toqueteos, trato denigrante y amenazas), sin siquiera preguntarle a los hinchas qué es lo que consideran violento en los estadios. Las sociedades anónimas como Azul Azul, que vinieron a ocupar un espacio de organización sin fines de lucro y de estructura democrática y participativa con décadas de tradición –los antiguos Clubes– compuestas por dirigentes que nadie eligió sino que llegaron por tener más dinero que el resto, buscan ahora la complicidad de hinchas que no tienen ningún vínculo con ellas, hinchas que han sido dejados sistemáticamente fuera de toda participación y opinión, y a quienes además castigan con el exilio de las canchas por cualquier acto real o inventado (casos de derecho de admisión basados en montajes y absueltos tras luchas judiciales). 88


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¿Era previsible el rotundo fracaso? ¿Era esperable que los hinchas del fútbol aceptaran y aceptaran una y otra vez las medidas venidas de arriba, que les niegan sus formas de expresión tradicionales como es, por ejemplo, tocar el bombo? ¿Alguien podía apostar a que una administración sin ninguna relación con las bases del Club –su gente– pudiera obtener responsabilidad y compromiso de los hinchas? ¿Es compatible la Universidad de Chile con un ente privado, codicioso y anti-democrático? En una sociedad que promueve la democracia como un valor supremo, suena poco convincente que la ANFP, hoy una asociación de empresas, y la mismísima CONMEBOL, vayan a tener alguna autoridad moral en el público histórico del fútbol. La tensión entre las cúpulas de poder y las masas no puede desaparecer a punta de castigos, amenazas y represión. Nadie quiere que vuelvan las deficientes administraciones que pudo haber en el pasado, ni tampoco queremos ver violencia en los estadios. Todos queremos que la familia (la que nunca se fue de los estadios, aunque sea siempre olvidada en los discursos oficialistas, tanto como la que no está acudiendo a ellos) vaya tranquila a ver fútbol, todos queremos ver a nuestros Clubes llegar a la gloria deportiva. Pero ¿a qué costo? ¿Remplazando a los hinchas de siempre por otra gente, como se hizo con la selección chilena? ¿Pidiéndole a los hinchas que renuncien a participar de sus Clubes y que dejen de lado su cantar, su saltar, sus banderas e instrumentos musicales para limitarse a ir a ver sentados el partido 89


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del domingo? ¿Exigiéndole a los hinchas que dejen de ser quienes son y se transformen en otra cosa? ¿Se logrará alguna vez la responsabilidad sin la participación? ¿Se puede cambiar la realidad de un barrio sin trabajar con sus habitantes? ¿Se hará un trabajo digno sin hacer un diagnóstico acertado previamente, o podemos creer que basta con copiar modelos importados de otras sociedades obviando los problemas que han conllevado? ¿Es esperable que nadie patalee? Claro, se puede apostar por el genocidio para reemplazar a la nación Mapuche por inmigrantes alemanes, como ya eligió una vez el Estado, pero… ¿Queremos eso?

(1) Club Universidad de Chile – Sitio Oficial. (16 de febrero de 2015). “La “U” invita a sus hinchas a mantener un buen comportamiento”. Club Universidad de Chile. Disponible en: http://www.udechile.cl/noticias/primer-equipo/2015/02/16/ la-u-invita-a-sus-hinchas-a-mantener-un-buen-comportamiento/ [consultado el 6 de junio de 2016].

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Las violencias encubiertas: Sobre la violencia simbólica en el fútbol por Juan Carlos Gimeno y Gabriel Ruete La violencia en el fútbol viene, de un buen tiempo a esta parte, siendo lugar común para gente dentro y fuera del mundo del balompié. En especial, para los y las hinchas de Universidad de Chile, ha resultado motivo de desazón y prejuicio en el seno mismo de nuestra pasión más grande. A causa de esto, el pasado 28 de marzo la Asociación Hinchas Azules realizó un conversatorio en Casa Bolívar para discutir sobre qué significa la violencia en el fútbol para nosotros, hinchas de la “U”. Se quiso abordar un problema latente, un asunto del que distintos sectores políticos y de prensa hacen comilona cada vez que la galería salta a la palestra, pero respecto del cual parece poco importar lo que las y los hinchas opinen. En el marco de las ya aprobadas modificaciones a la Ley de Violencia en los Estadios (actualmente en el Tribunal Constitucional), ahora llamada Ley de Derechos y Deberes en los Espectáculos de Fútbol Profesional, se quiso articular aquella voz excluida del debate público, juntando a hinchas de la “U” para compartir los diferentes puntos de vistas sobre el asunto, y obtener a partir de ello una imagen de lo que piensa y vive este tan relevante actor del espectáculo de fútbol que somos los y las hinchas.

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Mucho se habla sobre violencia en los estadios, incluso, por lo general suele ser lo único que escuchamos por los medios o por parte de alguna autoridad a la hora de referirse a las hinchadas. Se suele criminalizar y culpabilizar al hincha por los problemas que cada fin de semana ocurren en las canchas, de los que, por cierto, somos los principales afectados. En este sentido consideramos que el primer gran paso a dar, a partir de la conversación sostenida entre camaradas a la que nos referimos, es asumir que efectivamente sí existe un problema de violencia en el fútbol, y que este problema nos afecta a todos y todas, a cada una de las partes que de una u otra forma se ven relacionadas en este espectáculo deportivo. Asumido este escenario de conflicto, como hinchas azules necesitamos posicionarnos y plantearnos la interrogante de qué es lo que entendemos por violencia. Creemos que la violencia se manifiesta de variadas formas y se interpreta desde la vivencia de cada hincha, desde su cotidianidad. En este sentido la violencia se diferencia según su forma, distinguiendo por un lado la violencia física, recurrentemente la más condenada por la opinión pública, y por otro la violencia simbólica, que suele pasar inadvertida debido a su carácter no evidente. Esta última se esconde bajo el discurso de las autoridades y de los medios de comunicación, que responsabiliza al hincha por los “actos violentos”, sin asumir la responsabilidad que le cabe a todos los actores del fútbol respecto del fenómeno de las violencias en general, así como de la violencia simbólica en particular. 92


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El trato desigual en el ingreso y las diferencias abismales en precios según el sector del estadio, las galerías a diez mil pesos, la persecución camino al estadio por andar con camiseta, el cierre arbitrario de un sector de la galería, la no venta de entradas a no abonados, el despojo de nuestros mecanismos de expresión –el bombo, las banderas, los lienzos, las bengalas– son todos ejemplos de esta violencia simbólica que es ejercida desde los poderes fácticos, tanto desde la S.A. como desde el Estado, hacia nosotros. La violencia simbólica se ejerce en forma permanente a través de la discriminación y exclusión, y tiende a naturalizarse incluso entre nosotros, que reprimidos por estas lógicas asumimos la situación como normal y olvidamos ejercer nuestros derechos. Las violencias, sea cual sea su forma, establece una relación directa entre el contexto social en el cual se desenvuelve y las estructuras normativas y valorativas que definen la legalidad/ilegalidad o legitimidad/ilegitimidad de esta. En este sentido, existe una estructura legal que sitúa al hincha como ejecutor exclusivo de violencia, mediante una normativa que nos señala como el problema. Se hace necesario recordar que prácticamente solo han sido hinchas los procesados por la Ley de Violencia en los Estadios, ninguno de los otros actores de lo que ahora llaman la “comunidad del fútbol” desfilan por tribunales, a pesar de los altos niveles de abusos y represión que se viven en la cancha.

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Esta violencia institucional, simbólica, construye en la sociedad un imaginario de “hincha violento” que resulta potenciado por el discurso de los medios de comunicación, legitimando su violencia en la ilegalidad e ilegitimidad de la violencia emanada desde la hinchada. Este imaginario genera también división en la misma hinchada, pues hay quienes interiorizan ese discurso y condenan a sus camaradas por los actos “violentos” que cometen, no porque sean condenables en sí mismos, sino principalmente debido a que acarrean sanciones al equipo. Este escenario pone en una balanza desnivelada a la violencia de hinchas frente a la violencia ejercida por autoridades, policías, concesionarias, poderes económicos y medios de comunicación. Esta última es invisibilizada, encubierta, por lo que es aparentemente inexistente. Y que quede claro, no se trata de negar la violencia que ejercen hinchas, porque evidentemente existe, se trata de dejar en claro que no es la única, y de que los y las hinchas, en tanto víctimas y no solo victimarios, necesitamos denunciar que los otros actores del fútbol, incólumes e irresponsables, ejercen actos de violencia tanto o más graves que los ejercidos en esta vereda. Violencias que suprimen también nuestra condición de sujetos, como son las agresiones de la policía sin condena, la prohibición de la organización y l fiesta en galería, o el secuestro de los Clubes por el poder del dinero.

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Porque entendemos también que violencia no se reduce solo al cómo somos tratados. Hoy no tenemos nada. La concesionaria nos dejó en la calle. No contamos con espacios que nos podamos apropiar. No tenemos relación alguna con el equipo. Nos despojaron de todo; incluso los mecanismos de expresión en el estadio que era lo único que nos quedaba. Sin derecho a voto, sin carnet de socio, sin bombos, sin banderas, no somos parte del espectáculo, nos convirtieron en público que observa al fútbol como producto tras una vitrina. Nos arrebataron el alma. Ante esta situación resulta una necesidad que los y las hinchas asumamos una posición activa y en unidad, pese a las diferencias. Definirse como hincha, identificarse como tal, es el primer paso. Pero más importante es definir qué hincha queremos ser, si acaso actores o sencillamente espectadores. Como espectadores nos encontramos sometidos a la toma de decisiones de los demás, cuestión que hasta el momento no ha significado más que castigos por culpas propias y ajenas. Por el contrario, como actores debemos trabajar por lograr mejorar nuestra situación, lograr participación en la toma de decisiones de la que nos encontramos excluidos, lograr soluciones frente a las violencias. Vale decir, significa asumir la responsabilidad de nuestro rol protagónico, abandonar la actitud infantil e irresponsable. Desde la Asociación Hinchas Azules estamos por esta segunda alternativa. Pero este posicionamiento políti-

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co a lograr requiere tiempo, trabajo y acciones colectivas decididas en un espacio abierto y democrático. Ese espacio lo ponemos en práctica desde las asambleas, y desde ellas creemos que como “hinchas-actores”, no solo espectadores, es posible y necesario construir una alternativa, para dejar de ser sindicado como el problema de las violencias y apostar por ser la solución. Por ello, desde esta hermosa experiencia que significa estar enamorado de la “U”, hacemos la invitación a nuestros y nuestras camaradas a participar de esta tarea. Espacios como la Asamblea de Hinchas Azules y la Asociación Hinchas Azules crecen y se multiplican en nuestra hinchada, en Santiago y en todo Chile. Solo hace falta asumir el compromiso de sumarse a esta tarea de ser partícipes y protagonistas, labor indisoluble de la solución a pesares e injusticias que, como la violencia, afligen al fútbol y a la sociedad toda.

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Salió el bombo, no mejoró el comportamiento por Daniel Albornoz Vásquez El martes recién pasado la “U” visitó el estadio Bicentenario de La Florida, y su gente, como siempre, se hizo presente en masa. Fuimos testigos de varios hechos lamentables en las gradas. Dos hinchas cayeron desde el sector norte de la Tribuna Andes a la cancha, sufriendo lesiones y teniendo que ser evacuados en ambulancia a un centro asistencial. En la galería norte se vio una pelea con elementos cortopunzantes, y desvde el mismo sector se aventaron diversos proyectiles a Nicolás Peric, arquero de Audax Italiano. En resumen, un mal ejemplo de comportamiento de algunos hinchas, con consecuencias sobre sí mismos, sobre otros hinchas, sobre un jugador y a fin de cuentas, sobre el partido en sí. Nada nuevo bajo el sol. Desde fines de los ’80 que se dan eventos de este tipo en los estadios. Desde los ’90 que se hacen diagnósticos y se establecen soluciones a través de leyes. Desde el 2011 que el Ejecutivo se propuso coordinar esfuerzos, y se han ido “perfeccionando” las leyes específicas para estos eventos. Cabe destacar que han pasado veinticinco años al menos en que el foco de la prensa y de diversas autoridades está puesto en esto, con los resultados a la vista. En particular, evaluemos un punto que resulta, a mi entender, clave. El Estado diagnosticó enfáticamente, 97


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una y otra vez, que los ilícitos, los hechos de violencia, y todos los males de este mundo estaban ligados a la organización de hinchas. El mal decantaría naturalmente de las relaciones que mantienen los hinchas en torno, por ejemplo, a llevar un bombo (o cualquier set de instrumentos musicales para animar al equipo y a la hinchada misma) a los estadios. “Se mata la perra, se acaba la leva”, dijo alguna vez un dictador chileno, inspirado en el orden portaliano. Inspirados en las mismas concepciones de vida social, los que manejan el Estado en nuestra década han apuntado a matar la organización de hinchas, para que se acaben los problemas conductuales. En concreto, se prohibió el ingreso del bombo a la galería para evitar la organización que ello conllevaba. Pues bien, ¿han disminuido los ilícitos? Un ilícito que a las S.A. les duele particularmente es la falsificación y reventa de entradas. Quien acude a los estadios puede ver que aún existen revendedores, muchos de ellos ni siquiera identificados con los clubes convocados al partido. Incluso, las S.A. dan la pauta de los ilícitos sobre-vendiendo partidos de alta convocatoria, como fue el caso de Blanco y Negro S.A. para el partido de Colo-Colo vs Universidad de Chile del pasado 19 de octubre de 2014. ¿Han disminuido las riñas en los estadios? Bueno, este martes vimos, nuevamente, que no. ¿Ha dejado de invadir la cancha o subirse a lugares peligrosos ciertos barristas? A todas luces, no. ¿Han dejado de lanzar proyectiles a la cancha los hinchas? Pregúntenle a Nicolás Peric. 98


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¿Matando la perra, se acabó la leva? No. ¡Diantres! Personalmente, y tal vez por deformación profesional, prefiero citar a Einstein que a Pinochet: “Locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes”. Cuando la evaluación de un plan de acción no da resultados, es tal vez hora de replantearse el plan. Por ejemplo, si yo fuera autoridad, me interesaría profundamente saber si esos hinchas que se cayeron recibieron alguna vez alguna información, alguna preocupación, alguna invitación bien dirigida hacia la prevención. Me gustaría saber si a quienes lanzan objetos se les ha dado la opción de no estar enajenados en los estadios. Me pregunto, con sinceridad, si realmente esperamos que sacando el bombo (o los otros focos a los que apunta el Plan Estadio Seguro) vamos a obtener un cambio. Ahondemos un poco más: qué cambio queremos, hacia dónde se apunta. Las autoridades lo tienen claro, apuntan a la represión, al control, a reducir el espacio social y a vulnerar el espacio individual con amedrentamiento y palos. Es decir, dividir, asustar, traumar. Me recuerda, tristemente, a las“estrategias pedagógicas”de hace cien años. Hoy, afortunadamente, ya nadie, o casi nadie, cree que golpeando a los niños se los educa, nadie cree que obtener una disciplina aparente, un silencio sepulcral, un orden estricto, mediante la aplicación de golpes de

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varilla, gritos y humillaciones, sea una forma eficiente de formar a los más pequeños. Sin embargo, dichas aberraciones son exactamente las que se practican en los estadios, buscando el mismo resultado: un silencio sepulcral, un orden estricto, mediante el miedo a la autoridad y el control abusivo aplicado sin criterio. Si en educación comprendimos que el objetivo no es la disciplina aparente, sino la disciplina interior de cada individuo, aprendimos después de generaciones que a palos y a punta de traumas estábamos cultivando la violencia intrafamiliar, de género y a todo nivel en la sociedad, si entendimos que era mejor propiciar las buenas prácticas más que sancionar las malas prácticas, entonces, ¿por qué en los estadios seguimos creyendo en las mismas barbaridades de antaño? Hay que sacarse el velo portaliano de una vez, comprender que los hinchas somos arte y parte en esto, y que si no se cultiva un espacio común adecuado desde la promoción de la cultura, jamás vamos a cosechar buen comportamiento social. Démosle la chance al individuo de desarrollarse grupalmente, y tal vez obtengamos un grupo sano. Podemos aprovechar nuestra propia cultura, esa del bombo, del canto, de las banderas, del colorido, de la fiesta, de la unidad de la gente en torno al apoyo a su Club, y ponerla al servicio de nuestra propia autoeducación. Podemos fortalecer nuestros espacios sociales para obtener una sociedad autorregulada. Fracturándolos, solo vamos a obtener más y más hechos lamentables. 100


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Luchar contra la violencia de la autoridad, a la vez que luchar contra el desmembramiento interno de nuestra comunidad, es tarea titánica y, en la práctica, imposible. No dejaremos nunca de trabajar en fortalecer en lo posible la organización interna de las y los Hinchas Azules. Pero en la contraparte, les digo a ustedes, señores Intendente y Subrogante, señores Claudio Orrego y David Morales: están muy equivocados cuando esgrimen que la solución es que la “U” no lleve público de visita. En vez de ello, trabajen de una buena vez con la(s) comunidad(es). No escondan la basura debajo de la alfombra, ni tiren por la borda la oportunidad de proponer, alguna vez, otra forma de ver y vivir el espacio público. Nos merecemos todos algo mejor que eso.

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Tercera parte

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Nos llaman soñadores por Andy Zepeda Valdés Ya ha pasado más de un año desde que un grupo de hinchas de la “U” decidió reunirse y organizarse para lograr la recuperación del Club de Fútbol Universidad de Chile. En ese lapso, quienes se sienten aún ajenos al proceso nos han llamado de muchas formas. Desde “simios” hasta “sobre-ideologizados”, pasando por “delincuentes”, “ilusos”, “chaqueteros” y un sinfín de cosas. Sin embargo, de todos los epítetos que han caídos sobre nosotros, hay uno que llama la atención por sobre todos los otros. Y es que algunos nos llaman “soñadores”. He notado que quienes nos califican así, no lo hacen con el afán de ofender ni degradar, sino con la intención de ilustrar la complejidad de la tarea a la que nos hemos entregado. En el fondo, hacen referencia a que es “imposible” recuperar el Club. Lo que quieren indicarnos es que es una pelea perdida, que estamos malgastando nuestro tiempo, que no sabemos en qué nos estamos metiendo, etc. Lo anterior no deja de ser triste, porque son hinchas de la “U” quienes lo dicen. Son hinchas que, se supone, saben a la perfección lo que es caminar bajo el rigor de los tiempos; saben bien lo que es remontar un marcador adverso; saben bien lo que es pelearla contra todo y contra todos. Me pongo a pensar entonces: ¿Qué es el fútbol sino ese ámbito de la vida

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donde los sueños se desencadenan y las ilusiones colectivas se convierten en alegrías genuinas? Es el sueño sempiterno de que el balón que llega a los pies de uno de los de tu equipo termine finalmente despedazando la quietud de las redes del arco rival. Pero si el gol lo recibes tú, ¡no te vas a las duchas! Ahí es cuando pones el aguante. Sí, sabemos que la tenemos difícil, pero no somos cagones ni abandonamos. Y si es por rendirse al verle el rostro a la adversidad, creo que no nos gustaría el fútbol, ni podríamos ser hinchas de la “U”. Si me conceden que lo que acabo de escribir no es ninguna tontería, tendrán que concederme también que el fútbol se juega más allá de los lindes de ese rectángulo verde sobre el cual veintidós muchachos o muchachas se disputan el control de un balón con la ilusión de dar con los eslabones de un gol. Es decir: el fútbol es también un fenómeno social que ocurre más allá de la cancha, más allá de las gradas, más allá del juego mismo. Se juega también en lo cotidiano, porque el amor que todos sentimos por nuestro Club nos acompaña todos los días de nuestras vidas: en la escuela, el trabajo, en la población, en el camino de aquí a allá y de allá a acá, etc. Se vive entre el pitazo final del último partido y el inicial del siguiente. Y en ese sentido, el partido que nosotros –los hinchas organizados– jugamos, se disputa más bien fuera de la cancha. Aunque claro, nosotros no buscamos los tres puntos ni un trofeo, sino que perseguimos apasionadamente una gloria mucho más grande: volver a ser lo que nunca debimos dejar de ser, 106


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volver a ser un Club. Por lo demás, los valores y virtudes que nos entrega el Bulla, como el coraje y la resiliencia, los ponemos en práctica en todos los ámbitos de nuestra cotidianeidad. Entonces no se extrañen cuando decidimos dar una pelea de esta envergadura. Nos llaman “soñadores” porque, según ellos, esa pelea ya se dio y se perdió. En efecto, hoy por hoy las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) son una realidad irrefutable. Pero ese escenario no nos sugiere ni por un segundo que tengamos que asumirlo como inalterable y “conformarnos con lo que hay”. Como señalábamos antes, uno no se va a las duchas cuando va 3-0 abajo. Queda partido. El ámbito legislativo nacional admite la posibilidad de que personas organizadas y con un trabajo sistemático y consciente propongan cambios al orden existente. ¿Fácil? Para nada. No se nos ocurriría pensar que cambiar la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas puede ser fácil. Pero el trabajo que se está haciendo es serio, sistemático y sostenido. La propuesta de cambio de ley se gesta día a día y confiamos que con el apoyo de una amplia base social habrá de ser tomada en cuenta. En esa línea, nos gustaría poder dejar de hablar de “nosotros” y “ellos”, para pasar a hablar simplemente de “todos nosotros” –los miles que peleamos por volver a ser libres–, pero entendemos que convocar también hace parte del partido. Ahora, ver cómo cada día son más y más los que comprenden que también son parte del cambio y se integran, motiva y demuestra que no estamos perdiendo el tiempo. 107


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Nos llaman “soñadores” porque creen que estos son los tiempos modernos, del fútbol moderno, y en él el poder económico manda y solo con este último se consiguen logros deportivos y estadios, y porque no hay forma de que un modelo administrativo como el que tenía la “U” antes consiga lo que ha conseguido Azul Azul. Nos tildan de nostálgicos y a menudo nos preguntan si acaso queremos que vuelva la CORFUCh. En todo caso, agradecemos que nos pregunten, porque otros simplemente dan por hecho que eso es lo que buscamos. Pero no, no es eso lo que deseamos. Si bien entendemos que durante ese periodo institucional se hicieron cosas buenas y hay cosas que se podrían rescatar, también es cierto que se cometieron errores y no queremos que se repitan. Así que no, no buscamos una especie de CORFUCh 2.0. Y no, no queremos ser un Club pobre con sueldos impagos y duchas de agua fría, como algunos han llegado a creer. Lo que se busca es reinventar la manera de hacer Club. Buscamos que la “U” tenga un fuerte arraigo social, que sea un Club para, por y de sus hinchas, donde ellos y ellas puedan incidir, a través del club que aman y de su institucionalidad, en sus realidades y contextos sociales. ¿Quiere poner una escuelita de fútbol popular en su barrio? Adelante, el Club se la juega por su proyecto y hace todo lo posible por ayudarlo a ayudar a su gente. ¿Quiere montar una editorial para todos los hinchas que quieren escribir sobre la “U”? Tucúquere Ediciones ya es una realidad, una editorial desde, por y para los hinchas, ¡pero qué lindo habría sido tener el apoyo del Club! 108


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Nos llaman “soñadores” porque asumen que cuando hablamos de devolverle el Club a la gente, hablamos de que vuelvan las malas prácticas y esas actividades económicas de cuestionable legitimidad entre barristas y dirigentes. Nos acusan de querer el Club de vuelta en manos de barristas que usualmente son sindicados como “delincuentes”. Y no, la verdad es que no va por ahí lo que nosotros sí soñamos. Tal y como mencionábamos: queremos reinventar el concepto de Club. Lo que soñamos es un modelo administrativo sólido, en donde la Universidad de Chile en tanto casa de estudios, tenga junto a hinchas y socios, un papel preponderante –como nunca antes– en la dirección del Club. Pero, asimismo, buscamos que la democracia y la participación horizontal sean valores supremos, para que nadie tenga más importancia que otro y todas las voces sean válidas. Buscamos terminar con la plutocracia que significa Azul Azul y el sistema actual, donde once personas tienen –gracias a su poder económico y no a sus méritos– el control de algo que legítimamente pertenece a millones. En definitiva, queremos que la “U” sea económica y deportivamente poderosa, al tiempo que sea abierta, democrática y con un fuerte rol social, pero no creemos que una S.A. dé pie para todo eso. Porque una S.A. no garantiza nada: ni seriedad ni buenos resultados deportivos (el proyecto estadio y el último semestre son sendas pruebas de ello); solo garantiza la exclusión del hincha.

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Nos llaman “soñadores” por querer más democracia en el fútbol chileno y, en particular, en la Universidad de Chile. Es difícil, lo sabemos, pero no es imposible. Y nos preguntamos por qué algunos lo ven como un sueño, como algo inalcanzable. ¿Porque hay todo un entramado legal que nos lo impide? ¿Porque no tenemos poder económico para hacer la “Gran Penta” y entregar dinero a políticos que modifiquen las leyes? ¿Por ser una fuerza social pequeña? ¡Somos hinchas de la “U” carajo! ¡No hay batalla que exceda el alcance de nuestra voluntad y de nuestra entrega! Estamos absolutamente conscientes de que esto de reconstruir el Club de la Universidad de Chile es una batalla titánica que habrá de desarrollarse en múltiples dimensiones. Tenemos que combatir una lógica mercantilista profundamente arraigada en la idiosincrasia nacional, tenemos que derrotar el derrotismo de muchos hinchas y tenemos que conquistar cambios legislativos estructurales. Sabemos que nos tomará tiempo. Sin embargo, también sabemos que es lo justo y que nos apoyan las fuerzas de la historia. ¿Nos llaman “soñadores”? Camaradas, ¡vengan a soñar y trabajar con nosotros! Asociación Hinchas Azules, ¡La “U” es su gente!

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La crisis del hincha La subjetivación del problema: responsabilidad sin participación por Daniel Albornoz Vásquez y Yerko Basso González Como todo buen hincha de la “U”, en lo primero que pensamos al iniciar la semana fue “¿cuándo y dónde jugamos este fin de semana?”. Sin embargo, al poco rato de resolver esa primera duda, nos llevamos una gran sorpresa. No se trata precisamente de algún tema deportivo del momento o del horario del encuentro (los que también pueden ser objeto de crítica). No. Se trata de la medida que la concesionaria Azul Azul S.A. impuso para este partido: no vender entradas de galería. Sí, prohibir la venta únicamente de galerías para el domingo. Con esto, el ticket más barato es en el sector de Andes, a $15.000. ¿Qué siento si no puedo permitirme pagar una entrada a $15.000 en vez de las $5.000 habituales, más ahora que nos acercamos a fin de mes? ¿Qué puedo sentir si no podré llevar a mi hija o hijo al estadio como quería, porque puedo pagar $10.000, pero no $30.000? ¿Qué me produce saber que varios de mis amigos no podrán entrar a ver este partido? Nosotros sabemos qué se siente todo eso: se siente como un tremendo castigo. Así, la política activa de Azul Azul S.A. para

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encarar la problemática del comportamiento de los hinchas en los estadios es castigarnos, pero no a todos, tampoco a quienes estén involucrados en hechos concretos, sino en la medida de nuestra billetera. La solución es un castigo, un castigo al hincha común y que va en familia al estadio, y con eso nos encontramos al comenzar nuestra semana. Pero esta amarga sorpresa no es para nada un hecho aislado. Lo anterior se suma a un conjunto de medidas de este tipo tomadas por Azul Azul S.A. –y no estamos hablando del año pasado ni de toda la trayectoria de la concesionaria, sino solamente de medidas tomadas durante este primer semestre 2015–: se ha negado el ingreso a hinchas no-abonados, se han dejado cerradas a todo público las puertas 14 y 15 del Estadio Nacional (sector Galería Sur, bajo el marcador, sí, ahí donde siempre hay mucha gente, donde se pone buena parte de la barra Los de Abajo desde hace más de veinte años) y se ha restringido la venta de tickets solo a personas abonadas. En este último caso, la concesionaria, sin ninguna vergüenza, advertía que aquel hincha abonado que hace efectiva la compra del ticket además “se debe hacer responsable de las personas que ingresen al recinto con dichas entradas” (Comunicado de Azul Azul S.A. del 23/02/2015), arriesgando que se le aplique el tan temido derecho de admisión ante un eventual “mal comportamiento” de sus acompañantes. En definitiva, Azul Azul S.A. convirtió a sus abonados en una especie de tutores de otros hinchas. 112


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Detengámonos brevemente en este último punto, ya que aquí es donde se empiezan a vislumbrar las verdaderas intenciones de la concesionaria. Lo que se busca en concreto es traspasar la responsabilidad de garantizar la seguridad en los recintos deportivos a los propios hinchas, desligándose de una responsabilidad que legalmente corresponde a los organizadores del evento deportivo. Lo anterior solo demuestra que lo de este domingo forma parte de una política recurrente de Azul Azul S.A. en particular y del fútbol de mercado en general. El proceso oculto detrás de estas medidas es la intención por parte de los actuales administradores del fútbol de no hacerse parte del problema de violencia como un actor más en este conflicto, desmarcarse de su responsabilidad y traspasar su propia crisis única y exclusivamente a las y los hinchas. Azul Azul se lava las manos y nos tira el barro a nosotros. Desde la concesionaria, desde los medios masivos, incluso desde la sociedad, y por supuesto que desde el Estado, pareciera que nos quieren hacer creer que el fenómeno de la violencia en el fútbol es solo un “malestar privado” y que no responde a una estructura de exclusión y marginación. De hecho, ante la pregunta de por qué los hinchas siguen siendo tan rebeldes, Carlos Heller dijo a las cámaras “no sé, no soy sicólogo”, como si el problema fuera un trauma personal, privado, individual, puertas adentro, de un desadaptado aislado. Otro ejemplo más: ¿es necesario recordar que el plan “Estadio Seguro” fue pensado, diseñado y ejecutado 113


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como política pública para el hincha pero sin el hincha? La pregunta que inmediatamente surge entonces es: ¿cómo puedo sentir propio dicho plan si solo se me considera para controlarme y sancionarme? No podemos dejar pasar la oportunidad para referirnos al proceso de “participación ciudadana” realizado durante el año 2014 como estrategia de gobierno de la Nueva Mayoría (en otro momento podemos criticar las nociones de participación que ellos poseen a raíz de una “consulta” vía Internet), donde una de las políticas públicas considerada fue el Plan Estadio Seguro. En la web del evento se publicitaba que durante el mes de septiembre del año 2014 se publicarían los resultados en el mismo sitio. A fines de abril 2015 aún los estamos esperando. Han sido solicitados incluso vía ley de transparencia, y seguimos esperando. Entonces, no resulta extraño que ni el Gobierno actual ni los anteriores hayan sabido identificar un tipo de violencia que sufrimos exclusivamente los hinchas. No se trata de violencia física –aunque indirectamente también se manifiesta así–, pero no por ello es menos importante. Esta violencia es la completa exclusión de la toma de decisiones en nuestros Clubes, es el destierro, la falta total y completa de participación. Esta conclusión no es antojadiza, sino el resultado de la expresión de los propios hinchas, como pudimos constatar en nuestro conversatorio Más Allá de la Ley de marzo de este año.

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Desde el Gobierno y desde el Legislativo podrían argumentar que están trabajando para cambiar esta situación, con el recientemente aprobado (Senado, 21/04/2015, unánime) proyecto de modificación a la Ley de Violencia en los Estadios, donde una de las novedades es imponer mayores sanciones a los organizadores del espectáculo, buscando más implicancia de dichos actores en el desarrollo satisfactorio de los eventos. Este punto resulta muy interesante. Por un lado, los partidos de la “U” son organizados por Azul Azul S.A., es decir en dicha concesionaria recae la responsabilidad de la seguridad. Por otro lado, Azul Azul dice llamarse Club Universidad de Chile, así lo señala en su sitio web, y el presidente de su directorio se proclama, sin tapujos, presidente de la “U”. Sin embargo, en la realidad, la responsabilidad no recae en el Club, que es el conjunto de personas que lo componen, sino que en la administración del Club. Azul Azul S.A. quiere ser Club pero no lo es, porque no se hace parte del espacio que trasciende a su rol de gerenciamiento, ese espacio donde estamos nosotros los hinchas y también la Casa de Bello. Azul Azul S.A. construye una fortaleza, cierra las puertas, y desde su trinchera intenta pasarnos el fierro caliente que le está poniendo en las manos el Gobierno, la ANFP y la Conmebol. En pocas palabras, el problema es estructural. Y es ahí donde el Gobierno y el Legislativo no han sido capaces de observar un punto clave, un punto que define en gran medida el escenario en el que se desarrolla la pro115


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blemática: la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas. El modelo no establece Clubes realistas, sino incompletos, que al estar fraccionados, no tienen el control de sus eventos al no lograr el compromiso de sus partes. Las consecuencias de todo esto están claras. No han disminuido las bengalas, no han disminuido las banderas, no han disminuido los malos tratos a los hinchas, no han disminuido los castigos, no han disminuido los enfrentamientos entre policía e hinchas, etc. Y están muy lejos de disminuir. Al contrario, han incrementado y se han agudizado. Y lo que es peor, las tensiones entre estos mecanismos de control simbólico y las prácticas sociales y las producciones simbólicas de los hinchas se han vuelto cada vez más evidentes. Pero, claro, el negocio no los deja ver más allá. Sin ir más lejos, solo este fin de semana recién pasado se acumularon los llamados de diversos grupos de hinchas y barras de la Universidad de Chile a manifestar el descontento y a condenar el actuar de la Concesionaria. Durante la semana, la Asociación Hinchas Azules expresó su repudio al actuar de Azul Azul S.A., e hizo un llamado a la organización y a la acción. Este sábado 25 de abril se realizó una marcha convocada por parte importante de la barra Los de Abajo que congregó a más gente de la que se vio en las galerías del Nacional, puesto que este domingo diversas agrupaciones de la barra llamaron a manifestarse previamente al partido contra Ñublense, al que tantos hinchas no pudieron

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asistir. Así, muchos hinchas abonados solidarizaron con sus camaradas quedándose fuera del estadio. ¿Qué dicta la ciencia en este caso, cuál es la predicción? El problema seguiremos siendo nosotros, los hinchas que no solo no acatamos las reglas del juego que nos imponen, sino que tenemos la desfachatez de manifestarnos por lo injustas que son. El problema será “solucionado” como siempre: con represión, con exclusión, con discriminación y con amedrentamiento. En efecto, nos quieren hacer creer (a nosotros los hinchas) que somos la causa y el origen de todos los males hoy en el mundo del fútbol, nos quieren hacer creer que somos la violencia personificada, la fuente del problema, aunque nunca sus víctimas. Pero aquellas expresiones de violencia que nos achacan no son más que la traducción de los efectos críticos y nocivos del modelo neoliberal instalados en el fútbol, llevados a la práctica con políticas de exclusión, marginación, segregación, control y sanción. En este modelo de administración, al parecer solo se nos considera para asumir culpas y responsabilizarnos de la violencia, pero no se nos considera de la misma forma ni se nos permite asumir responsabilidades activas en la construcción del club que queremos ser. Dicho en simple, cuando hay que buscar culpables, se apunta a los hinchas. Pero si se trata de participar, mágicamente desaparecemos. Y la verdad, es que muchos estamos cansados de ese proceso de infantilización eterna en el que nos quieren tener. 117


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La situación es difícil, es trágica incluso, dolorosa, humillante, crónica y crítica a la vez. Sin embargo, para responder a un problema estructural, no podemos caer en los paliativos que busca el neoliberalismo: no podemos caer en achacarle la culpa al hincha que está al lado. No podemos buscar un culpable en el que enciende una bengala ni en el que lleva un lienzo al estadio: no podemos dedicarnos a tratar de “simio” a nuestras y nuestros camaradas ni menos creer que estamos en crisis solo porque no se adapta a las reglas del juego. No podemos buscar la raíz del problema en el que se abona a la concesionaria: no podemos gritarle “oveja” a la cara como si su abono fuera la razón por la que el no-abonado es marginado. No podemos, simplemente porque la solución a un problema estructural debe ser también estructural, no particular. Y para hacer cambios estructurales, primero que todo debemos ser conscientes de que somos todos hinchas. Debemos aprender a conocer al otro hincha y construir con él el espacio común que queremos, que necesitamos. Debemos organizarnos para que la estructura cambie: no nos sirve dejar a los “bengalistas” fuera del estadio si sigue el mismo clima de violencia y segregación de hoy, no nos sirve que no exista ni un solo abonado si Azul Azul S.A. sigue administrando el Club a su antojo –por mucho que todos tuviéramos la consciencia limpia–, no nos sirve que se vayan Yuraszeck y Délano si detrás viene Heller.

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Nos sirve la organizaciรณn transversal de la hinchada, para que nuestro espacio sea reconocido y tenga la consideraciรณn que se merece. Y eso lo necesitรกbamos ayer. Es urgente.

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El estigma de la hinchada por Javiera Miranda Luego de los hechos ocurridos en el estadio Fiscal de Talca el día jueves 16 de julio, hemos visto cómo los medios de comunicación han manejado la información a su antojo. Nada nuevo, por lo demás. Pero no me detendré a hablar acerca de cómo los medios desinforman. Hoy quiero reparar en una nota publicada el sábado 18 de julio en el diario “La Tercera” bajo el título de “El nuevo perfil del barrabrava”1 y firmada por M. Parker y S. Labrín, que me resulta –por lo bajo– bastante cuestionable. En la mencionada nota se entrevista a un par de “expertos” sobre la violencia en el fútbol y en los estadios y sobre los sujetos que la ejercen. A partir de ahí, los autores confeccionan un pintoresco y acabado perfil de los nuevos barras. Se hace una serie de aseveraciones que caracterizan a quienes pertenecen a aquel mundo. Algunas de ellas pueden tener asidero en la realidad (como el rango etario), pero otras son francamente risibles. Si bien el propósito de este texto no es negar los hechos de violencia, sino establecer el foco sobre la liviandad con que un par de periodistas a través de un medio de prensa se atreven a caracterizar, caricaturizar y, a partir de eso, estigmatizar al mundo barra, podríamos preguntarnos: ¿existen hechos delictuales asociados a 121


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gente que frecuenta espectáculos deportivos? ¿Son las barras los responsables de esos hechos? La respuesta, a juzgar por el contenido de la nota y por lo que uno ve a diario en medios en general, parece bastante obvia. Pero permítanme decirles, que para mí la respuesta es un NO rotundo. Ahora bien, veamos el texto en lo medular. De entrada, resulta llamativo que solo haga referencia a la violencia que despliegan los hinchas, y que en ningún momento se haga mención a la violencia que proviene desde arriba, desde las autoridades o de las fuerzas de orden público, en fin, asumimos que esa violencia física o simbólica no era el foco de esta nota. Ahora, antes de hacer un análisis tan “profundo” como el que proponen los autores, partamos por preguntarnos: ¿qué es ser barra? Pregunta crucial, que el texto no se encarga de responder. Una asume que los autores, en su condición de periodistas que escribieron la nota hicieron un trabajo de investigación, yendo a buscar a las fuentes directas para redactar la nota, pero, como el texto deja bastantes dudas al respecto, yo les contaré un poco acerca de lo que somos y de lo que hacemos los barristas. Ser barra no es ser delincuente. Hay cientos de jóvenes que cumplen con algunas de las características expuestas en la nota, pero en ningún caso son delincuentes. Y ahí está el peligro de una nota caricaturizante esgrimida por un medio de masas: crea impresiones

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y moldea ideas en la gente. Así, ese cabro de veinte años que se junta con otros para hacer banderas para las salidas de su equipo, que no posee siempre una educación formal, que ha sido postergado por las políticas sociales y que gusta de tomarse unas cervezas con sus amigos antes del partido, también entra en la imagen del barra que arma la nota. Pasa a ser, para la gente que no conoce aquel mundo, un delincuente más. Convivo con muchos y muchas camaradas cada fin de semana en cada estadio donde juegue Universidad de Chile. Efectivamente, como menciona el artículo, muchos tienen entre 16 y 25 años. Claramente varios no tienen un trabajo estable, porque la gran mayoría son estudiantes de educación superior y muchos otros aún son estudiantes secundarios. Por lo tanto, en este aspecto, el análisis deja bastante que desear. Por lo demás, otros tantos camaradas son, al igual que yo, profesionales y tienen un trabajo. Muchos otros son trabajadores que no han podido terminar sus estudios, pero eso no es un delito, ¿verdad? Porque si el análisis se enfoca en hablar mal de aquellos hinchas que no han podido continuar sus estudios, entonces no sé de qué estamos hablando. El artículo también hace referencia a la organización que existe en estos grupos. Efectivamente, somos grupos organizados y nos identificamos con ciertos sectores, comunas o grupos de amigos, y desde mi entendimiento, eso no tiene nada de malo. No es una especie

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de asociación ilícita ni nada por el estilo. Se trata de grupos que son capaces de abstraerse del individualismo y pensar en el otro, son capaces de generar eventos a beneficio, campeonatos, almuerzos y echar a andar la autogestión con el fin de ayudar y brindar apoyo a cualquier camarada que lo necesite. En nuestro mundo, eso se llama solidaridad y camaradería. Y eso es lo que frustra e indigna: que esos actos tan lindos sean invisibilizados y negados. Por lo demás, si eso nos hace ser “delincuentes”, entonces nos hacemos cargo de la condena que hoy todos los medios y las personas nos cargan. Ya lo dijo Violeta Parra en aquella canción para su hermano Roberto: “Si acaso esto es un motivo, preso voy también, sargento”. Ser barrista implica llevar una forma de vida que hoy es condenada tanto por ustedes, periodistas, como por la opinión pública que se nutre de la prensa. Significa dedicar la vida a una pasión que ustedes jamás entenderán. Ser barrista implica cuidar al de al lado, resistir y en algunas ocasiones hacer frente a los abusos y vejámenes, como ocurrió el pasado jueves en Talca. Porque si ustedes se enfrentaran a accesos denigrantes, golpes y humillaciones por ir, no solamente al estadio, sino que a cualquier otro evento por el cual han pagado su entrada y hayan viajado más de tres horas, imagino que su reacción no sería tan ajena a lo que pasó en aquel estadio. Y no por eso serán considerados delincuentes, ¿o sí? Porque, señores Parker y Labrín, si un efectivo de Fuerzas Especiales de Carabineros intentara golpear a

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su mujer embarazada, de seguro no se quedarían parados mirando como esto sucede, ¿verdad? O si ustedes vieran cómo revisan a sus hijos/as al ingreso, donde el abuso y toqueteo de partes íntimas es pan de cada día, imagino que tampoco aceptarían las “reglas”, porque nadie quiere que eso le ocurra a niños/as. Pero avancemos un poco. Hace un par de meses, un hijo de Carlos Larraín -ex senador y ex presidente de Renovación Nacional–, Martín Larraín, protagonizó un accidente de tránsito en estado de ebriedad con resultado de muerte. En aquel entonces, él NO fue considerado un delincuente2. Sin embargo, los denominados “barristas” sí lo somos, solo por –entre cosas que menciona el perfil creado por ustedes– compartir una cerveza en la previa de un partido. ¿Eso nos hace delincuentes? ¿Acaso ustedes o sus familias no comparten un trago para festejar o porque así lo desean? Entonces les pregunto: ¿qué nos hace delincuentes a nosotros y a ustedes no? Imagino que ustedes, señores Parker y Labrín, por el “profundo” análisis que generaron el día de hoy, nunca han pisado una galería, o nunca han ingresado a un recinto deportivo bajo las condiciones en que lo hacemos nosotros. Lo digo porque mencionan que para reconocer a un barrista, lo encontrarán asistiendo con una identificación falsa al estadio. De cierto modo, están diciendo que el famoso “Plan Estadio Seguro” (PES) ha fracasado. Efectivamente, fracasó, pero por una serie

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de situaciones que van más allá de la identificación de hinchas en los ingresos. Si ustedes ingresaran por aquellos accesos sabrían que para los barristas es imposible pasar por encima de esos controles de identidad, donde te pistolean la entrada y el carnet tres veces, y además te observan para comparar tu rostro con la imagen del carnet. Yo soy barrista y jamás he entrado con documentación falsa. Y ahí está lo dañino de su nota: da a entender lo contrario. Otro punto importante y que comparto con muchos camaradas: tengo una familia que se preocupó de darme educación e inculcarme valores, algo que ustedes no entienden o pretenden negar. No nos sentimos rechazados por nuestras familias. Muy por el contrario: nos sentimos respaldados y apoyados por ellos, ya que son ellos los que conocen nuestro diario vivir y no juzgan nuestra forma de ser hinchas del equipo de nuestros amores. Sí, sentimos un profundo descontento con las políticas públicas que se han instaurado desde un tiempo hasta ahora, como el Plan Estadio Seguro, la Ley de Derechos y Deberes en Espectáculos de Fútbol Profesional y la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas (SADP) que nacen con el fin de “exterminar” una forma de expresión y de amor, una cultura que ha permanecido en nuestro país y en nuestros estadios por más de veinte años. Nosotros, señores Parker y Labrín, contrariamente a lo que ustedes podrían llegar a creer, sí queremos

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acabar con la violencia social de la cual somos víctimas, pero queremos hacerlo como corresponde, participando de espacios de diálogo abiertos, que consideren nuestra postura para generar cambios desde quienes viven y conviven cada día con los y las barras. Nosotros apostamos por acabar con la violencia, pero desde la inclusión y el respeto. Definitivamente, un barrista es mucho más que lo que ustedes mencionan. Podría ahondar en las implicancias de ser y saberse barra, pero hoy quise detenerme en responder lo que ustedes proponen como perfil de un barra. La violencia no la inventamos “Los de Abajo” ni las demás barras del país. La violencia se instauró desde que un día decidieron crear políticas públicas que niegan nuestra existencia y por la falta de voluntad para dialogar sobre temáticas que nos afectan directamente, y esto sí que lo sabe el actual Jefe del Plan Estadio Seguro, el señor José Roa, a quien más de alguna vez hemos manifestado nuestra disposición a conversar y generar cambios. Por estas y otras razones, es que antes de escribir, los invito a conocer a quienes viven y conviven en el mundo de las barras, a intentar por un segundo hacer el ejercicio y conocer la realidad que se vive en los estadios de Chile, tanto al ingreso como en la permanencia de los hinchas, en donde el trato recibido la mayoría de las veces es humillante y no refleja en absoluto ser un país 127


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en vías de desarrollo, muy por el contrario, demuestra el poco interés y la ignorancia que se tiene respecto a la cultura de las barras.

(1) Parker, M & Labrín, S. (18 de julio de 2015). “El nuevo perfil del barrabrava”. La Tercera, p. 4. Disponible en: http://papeldigital.info/lt/2015/07/18/01/paginas/004.pdf [consultado el 2 de mayo de 2016] (1) Tribunal Oral en lo Penal de Cauquenes. 23 de diciembre de 2014. “Ruc Nº 1300913937-5 RIT 26-2014”. Disponible en: http://www.cooperativa.cl/noticias/ site/artic/20141223/asocfile/20141223094320/veredicto_rit_26_2014.pdf [consultado el 6 de junio de 2016]

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El codicioso errante por Daniel Albornoz Vásquez ¡No todo está perdido! Aún estamos en competencia en la Copa Chile 2015. Queremos y añoramos dar la pelea hasta el final. Nadie puede negar que queremos levantar esa copa. Lo queremos por nuestro esfuerzo y constante aliento, lo queremos por los jugadores, especialmente los de casa, y también por los que se han identificado con la “U” y con todo lo que ello conlleva. Vamos a estar ahí hasta el último partido del Apertura, no abandonaremos al equipo, porque no sabemos hacerlo. Pero, parece evidente, el Apertura 2015 no tiene futuro para los Leones. Estamos por debajo de la mitad de la tabla, tenemos la valla más batida del torneo, y en la cancha pareciera que el partido que se juega no fuera más que un entrenamiento obligado de fin de temporada. Al salir de la cancha vemos mucho desgano en nuestros jugadores. El rostro de Johnny Herrera tiene una inmensa tristeza, un dolor que plantea una pregunta sin solución, una inquietud no resuelta. La mirada de “Pepe” Rojas se esfuma en el pasto, tal vez con vergüenza. Y claro, estamos a mucha distancia del puntero y tenemos la peor defensa. Las matemáticas no nos ayudan, y ni siquiera con calculadora en mano podemos alimentar la fe de ver campeón al Bulla este año. Sin esa meta a la vista, sin esa motivación, cabría preguntarse: 129


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¿por qué luchar? ¿Para qué correr cada pelota, esforzarse en cada jugada? Pareciera que no todo está perdido –queda la Copa Chile– pero el rumbo, el rumbo sí que está perdido. No es primera vez que nos toca una situación similar. Es más, el técnico inmediatamente anterior a Martín Lasarte, el querido Cristián «Relojito» Romero, vivió un semestre en que el equipo también tenía extraviada la brújula. Era de público conocimiento que se trataba de un semestre de «transición», en el que se sacrificó dos torneos (el de Primera División y la Copa Chile). El mismo Romero decía ante los micrófonos, estoico, que él se sacrificaba por la institución y su amor infinito hacia ella. Lo que trasciende a este historial reciente de la administración Heller es la total falta de un proyecto deportivo. Perdón, futbolístico. Aunque duela, es verdad que hoy la «U» no es un Club Deportivo, sino tan solo un equipo de fútbol profesional. Y ahí está el meollo del asunto, no estamos representando una institución, sino solamente compitiendo por réditos futbolísticos o financieros, pero solo réditos. Esto no solo se traduce en la poca importancia que revisten ciertos momentos del equipo, sino que también en la formación de los jóvenes valores azules. ¿Sabía usted, lector, que en las escuelas oficiales de la «U», las EFU, les está prohibido a los entrenadores enseñar

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la historia del Club, hablar de sus valores, contar de su lucha por llegar al profesionalismo o del primer título, relatar el proyecto integral que fue el Ballet Azul, o la hidalga lucha durante veinticinco años por obtener un título? No, señora, señor, en las EFU se limita la enseñanza a los rudimentos técnicos y tácticos del fútbol, y por ningún motivo algo que salga del contrato y del origen del dinero de quien paga la actividad: se les enseñará fútbol. Un fútbol abstracto, sin valores, sin sustento ético, sin colores. Se les enseñará el fútbol negocio. Se les enseñará a ser mercenarios. O sea, de la «U», las EFU tienen la pura letra. Y entonces la falta de rumbo está íntimamente ligada al espíritu del fútbol mercado. Los antiguos clubes, que tenían sustancia, que representaban instituciones y/o comunidades, hoy son aparatos que solo buscan resultados cortoplacistas. Hubo una época, radicalmente distinta, en que nuestro equipo azul representaba a la Universidad de Chile. En aquella época se llegó incluso, absurdamente frente a nuestros mercantiles ojos del siglo XXI, a formar a los técnicos y entrenadores del Club. Qué idea aquella, esa de no salir a buscar entrenadores al mercado, sino formarlos en la misma institución. A Romero no lo formó Azul Azul, más bien lo sacrificó Azul Azul. Las personas hoy son una excusa del negocio y no los actores de un proyecto íntegro.

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Esa identidad se ha ido rompiendo cada vez más. Durante décadas el capitán del plantel azul –el representante del espíritu del camarín– fue, por tradición, el más antiguo de los formados en casa. Imposible era imaginar que la jineta la llevara alguien que no estuviera empapado de la historia de la Universidad de Chile. Si bien hoy se cumple la antigua regla, es por casualidad. Se ha roto ya esa tradición en varias ocasiones, esa usanza con olor a romanticismo, ese romanticismo del que habla una vieja canción que siguen poniendo en los parlantes del Nacional cada vez que la «U» juega de local. Hubo una época en que el color de la «U» en la camiseta significaba algo. La «U» roja estaba reservada para representar en el profesionalismo a la Universidad de Chile: los equipos de las facultades jugaban con la «U» blanca. Era una marca distintiva que ponía todo el simbolismo de la representación institucional en el pecho. Hoy esa «U» roja ha estado sobre telas de color amarillo flúor, naranjo flúor y colores que de la «U» no tienen nada. Hubo una época en la que, al saltar a la cancha, jugadores como Carlos Campos, que en las tardes de la semana trabajaba como funcionario de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas (FCFM), salían con todo un espíritu detrás, con toda una carga emocional y racional en representación de la Universidad de Chile. Así, fuera cual fuera el resultado, difícil era imaginar ver las miradas extraviadas de los jugadores. 132


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Hemos sacrificado nuestra identidad, hemos negociado nuestros valores, y si bien hubo un afortunado y aplaudido acierto con un Jorge Sampaoli y un Eduardo Vargas, hoy estamos a la merced de un golpe de mala suerte que desnuda la ausencia total y completa de un proyecto íntegro. Hoy podríamos decir que la senda del romántico viajero se transformó en los desesperados pasos de un codicioso errante.

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Es el modelo, camarada por Álvaro Valenzuela Pineda Me prometí a mí mismo que esta columna trataría netamente sobre el clásico universitario del pasado domingo. En ella buscaría razones técnicas y tácticas para justificar el marcador final de 2-2 en el pasto del Julio Martínez Prádanos. Debía también hacer mención, por ejemplo, a lo importante que resulta Gustavo Lorenzetti en el andamiaje azul; o al muy buen segundo tiempo que jugamos, llegando constantemente al arco de un particularmente nervioso Cristopher Toselli, recuperando la pelota en terreno rival y siendo muy punzantes a la hora de generar peligro. Sin dudas, correspondía destacar lo buen jugador que es Leonardo Valencia y la increíble capacidad que tiene Universidad Católica para jugar de forma tan displicente cuando el título está tan cerca. Pero no pude, me fue imposible. La coyuntura me superó por goleada. Y es que al parecer, hablar sobre lo que pasa en la cancha es un privilegio que hemos perdido en nuestro fútbol, un gusto que cada vez nos damos menos. Lamentable. En las últimas semanas nos hemos ido enterando de noticias espantosas, que deben ser objeto de estudio para todos los clubes de nuestro fútbol. El ahora ex presidente de la ANFP, el señor Sergio Jadue, llegó de un misterioso viaje a Brasil, presentó un permiso provisorio para ausentarse de su puesto por treinta días, 135


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renunció a la ANFP y escapó a Estados Unidos. En este proceso que duró cinco días, nos mintió a todos de forma descarada. Fue el ocaso de una directiva que entró de la peor manera en la sede de la avenida Quilín, y que siempre fue vista con resquemor por el resto de los que pertenecemos a este deporte. Y las preguntas asoman de forma inmediata: ¿cómo se llega a un punto tan bajo? ¿En qué momento se pierde tanto la brújula? ¿Cómo nadie fiscalizó? ¿Realmente Jadue actuó motu propio y nadie más sabía? Y mi respuesta es clara: es el modelo, camarada. Este modelo en que han insertado a nuestro fútbol es la mayor explicación a lo que ahora se está viviendo. Es cosa de mirar y recordar el tipo de personas que propiciaron la llegada de Jadue a la ANFP. A saber: José Yuraszeck (condenado por el caso Chispas), Gabriel Ruiz-Tagle (sospechoso de crear una colusión con el papel higiénico y de perjuicio contra el Estado de Chile por los juegos ODESUR), Jorge Segovia (prófugo de la justicia, que ni siquiera se atreve a volver a nuestro país) y un resto de personajes que se han ido subiendo al carro en la medida que avanzan los años: Carlos Heller, Aníbal Mosa, Leonidas Vial y Mario Conca. En fin, personas con un prontuario que ya se quisieran varios que pasan sus días en el óvalo de la Penitenciaría. Pero no, ellos son “caballeros” que ingresaron para “profesionalizar” la actividad, para “limpiar” este deporte, para entregar “toda su experiencia y prestigio” al fútbol. Hipócritas. René Orozco se fue por mucho menos que esto. 136


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Es el modelo, camarada, el que permitió que tipos como estos entraran y tuvieran tanto poder en una actividad social como el fútbol. Porque si ya estaban en el resto de los rubros del país, ¿qué impedía que además se adueñaran del balompié nacional? Es el modelo, camarada, el que permite que Felipe Muñoz sea presidente de Copiapó, siendo que es dueño de un factoring (servicio en que se adelanta dinero a los clientes a cambio de facturas que estos poseen como acreedores de otras compañías) que le presta servicio a la mayoría de los Clubes del profesionalismo y sea un nombre que genere “consenso” como posible presidente de la ANFP. Es el modelo, camarada, el que deja que Cristian Varela esté en el directorio de la ANFP y además sea el único proveedor tecnológico del Canal del Fútbol. Escandaloso. Es el modelo, camarada, el que da la opción al presidente de la ANFP de entregar préstamos millonarios a sus Clubes aliados. Sí, exactamente como lo hacían Rolando Molina y Ambrosio Rodríguez en la extinta Asociación Central del Fútbol de Chile (ACF) en los tiempos de la dictadura. Solamente en este modelo, camarada, se entiende que los tres clubes de mayor convocatoria hayan impuesto un sistema de reparto de los dineros del Canal del Fútbol que hace tanta diferencia entre los “grandes” y los “chicos”. Pero no es extraño, simplemente hacen lo mismo que llevan haciendo desde los tiempos de la dictadura: aumentar las brechas entre los que tienen más y los que tienen menos. Impresentable. 137


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Es el modelo, camarada, el que tenemos y debemos cambiar y, aunque no niego que me genera cierta esperanza el posible arribo de don José Marcelo Salas a la testera de la asociación1, no tardo en darme cuenta de que su espacio de maniobra es muy pequeño, que solo sería como un Quijote luchando contra los molinos de viento. Por lo tanto, lo realmente importante es que seamos capaces de derribar este formato actual que rige el fútbol chileno. Aunque suene un poco ajeno a la actualidad de nuestra amada Universidad de Chile, y aunque esta columna se lea muy general. Quiero invitarte, camarada, a tomarla como propia, pues la única manera de liberar a nuestro equipo de las garras sedientas de dinero y poder de quienes lo tienen cautivo, es liberando al fútbol chileno en su totalidad. Solo la unión de todos los actores sociales de nuestro fútbol podrá devolvernos la primavera y sacarnos de este frío invierno. Hoy más que siempre, necesitamos de voces que critiquen el sistema actual, necesitamos unidad y fuerza para aprovechar este momento en que el modelo muestra sus desperfectos. Nuestra voz debe ser más firme y clara: el cambio que necesita el fútbol chileno no solo es de nombres, es estructural. Es el único camino para recuperar lo que nos quitaron. Y yo solo quería hablar de la pelotita. Lo juro. (1) Lo que, al final, no ocurrió, siendo electo como presidente Arturo Salah.

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Por una “U” grande y de sus hinchas por Daniel Albornoz Vásquez Llevo más de dos años de trabajo sostenido, cotidiano y prácticamente ininterrumpido en la Asamblea de Hinchas Azules, y en la Asociación que esta fundó. Hoy, a escasos días de celebrarse el segundo aniversario de la Primera Asamblea realizada el 4 de enero del 2014 en la casona de la FECh, somos varios quienes estamos trabajando bajo el calor santiaguino, pensando cómo avanzar en la recuperación del Club Universidad de Chile. Estamos imaginando el 2016, construyendo, tramando, urdiendo el camino que seguiremos caminando. ¿Por qué, para qué este esfuerzo? ¿No sería más sensato aprovechar que se va diluyendo la carga laboral, que viene el verano, y descansar, ir a la playa o leer esas novelas de Tolstoi que tengo atascadas hace tiempo? No, no es más sensato, y la razón es simple: quiero una “U” grande. Y ¡Grande la “U”! es una frase que a mí me llena el alma de sentido. Grande la“U” ¡Grande la “U”! Desde muy niño lo escuché por las calles del país, allá donde jugara la “U”, ahí donde se cruzaran dos personas de la “U”. ¡Grande la “U”! Un sueño fundado en el primer gran proyecto de equipo profesional a todo nivel, de Club integral que vio la “U”

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materializado en el Ballet Azul. ¡Grande la “U”! Un anhelo que, durante el año 1994 fue encontrando sabor a realidad tras veinticinco años de ilusiones. ¡Grande la “U”! Una demostración de fuerza continental ganando una final en cancha extranjera. ¡Grande la “U”! ¿Por qué es grande? Grande es un adjetivo relativo, de comparación. La “U” es grande comparado con otros clubes. ¿En qué se comparan los clubes? En su éxito deportivo, sin lugar a duda. Esto es, en términos de competencias deportivas ganadas, o al menos en las que ha marcado presencia. Pero no solamente está el éxito, también se puede medir la grandeza de un Club en su patrimonio material, su infraestructura, su economía; en sus haberes, pero también en el flujo de dineros que mueve; todo esto a cargo de la administración de turno, hoy desmembrada en Azul Azul, las ramas deportivas universitarias y el Club de Básquetbol; ayer también desmembrada en la CORFUCh y las otras ramas y clubes; anteayer todas bajo el alero de la Asociación de Clubes de la Universidad y sus ramas. Pero, quien vio a un niño con una bandera azul por la vereda a comienzos de los ’90 y le dijo “¡Grande la “U”!”, cuando los éxitos eran un buen recuerdo para algunos, una leyenda para la mayoría, cuando la infraestructura se oxidaba en el puerto de Iquique, cuando las propiedades cedidas a la CORFUCh se habían escurrido como el agua entre los dedos, aquel hincha, 140


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¿pensaba en la grandeza de los éxitos deportivos o del patrimonio? Difícilmente. Entonces queda al menos algo más: el patrimonio inmaterial. Acá debemos desdoblar los actores, por la particularidad misma de la Universidad de Chile. Por un lado, está la Casa de Bello, alma máter del Club, institución que le da su marco simbólico inicial y que debe constantemente dialogar con el Club, puesto que este representa su nombre, su escudo y por lo tanto su visión y misión para con la sociedad. Por otro lado, está la gente, los hinchas, sus costumbres, sus valores, lo que los define, los une y los congrega, la cultura que identifica al Club. El pueblo azul, sin duda, es parte esencial de la grandeza de la “U”. Lo manifiesto aquí y donde vaya: yo quiero una “U” grande, y grande en todo sentido, en todos los sentidos. El éxito deportivo Quiero que la “U” sea un Club de gran éxito deportivo. Sin embargo, soy de la “U”: no soy exitista. Es decir, en esa esencia del Club azul hay algo más profundo que un resultado –y su gente se encarga de expresarlo claramente–: el esfuerzo. Y ese se le pide a toda la cadena detrás de los jugadores: al cuerpo técnico, a la dirigencia, a la misma hinchada. Al jugador, que lo deje todo en la cancha; el cuerpo técnico que trabaje prolijamente y use herramientas técnicas a la altura de la mayor casa de estudios del país; a los dirigentes se les pide un proyecto deportivo a la altura. 141


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Y si debemos hacer autocrítica, en esto último debemos ser claros: no existe un proyecto deportivo claro. Los técnicos del primer equipo parecieran ser elegidos al azar; no se forma a gente de casa para seguir una línea, una escuela, sino que se sacrifica a los de casa como Cristián “Relojito” Romero, para reemplazarlo por un Martín Lasarte que trabajó meses sin piso alguno, sin proyección, sin proyecto. Y antes; Sergio Markarián, José Basualdo, Gerardo Pelusso, Jorge Sampaoli, Darío Franco, Marco Antonio Figueroa. ¿Alguien puede ver un patrón en las decisiones por esos nombres? Pero la vida no es solo fútbol, y desgraciadamente, en la “U” no existe vínculo entre el fútbol y los otros deportes. El Club de la “U” alguna vez brilló en boxeo, en atletismo, en hockey sobre césped, en básquetbol, en vóleibol... El Club de la “U” alguna vez proveyó la inmensa mayoría de las y los deportistas olímpicos del país. Si bien gocé a más no poder con la Copa Sudamericana 2011, el éxito deportivo no solo se mide con esa vara, que ni es eterna (para esos mitos está un Club de camiseta blanca) sino efímera, ni es completa sino solo futbolística. ¿Sabía usted que la “U” tenía otros títulos continentales antes de aquella copa? Averigüe, y abrúmese con la realidad de aquellos deportes en los que la “U” también brilló. El “éxito”, pues queda claro, pero lo “deportivo” no tanto. Y si bien es cierto que el deporte puede ser competitivo, es también una actividad que tiene la necesidad

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de formar a la juventud en la actividad física y con un marco ético definido. En otras palabras, un buen Club no necesariamente es solo el que gana todo en el fútbol. Sí, queremos que la “U” gane, sufrimos cuando pierde, y lloramos de alegría cuando se ganan campeonatos jugando con ese aguante que solo en la “U” conocemos. Pero también queremos una “U” grande por lo deportivo. Y es que, tal como en la política, el fin (el éxito) no justifica los medios. Queremos una “U” grande en todos los deportes, queremos una “U” brillando en básquet de primera, queremos a los atletas de la “U” dando la pauta de excelencia, queremos un Club donde se puedan formar las juventudes en esgrima, en natación o en hándbol. Pero no queremos que se formen de cualquier manera, no; queremos que cuando lleven esa “U” en el pecho comprendan el compromiso que significa representar a esta institución, queremos que sientan la responsabilidad de tener a millones detrás, alentando, que manifiesten en sus actos los valores deportivos de la Universidad de Chile, del Romántico Viajero, de las y los estudiantes universitarios comprometidos con su país y su pueblo, con sus profesoras y profesores apostando por el crecimiento y mejoramiento de su disciplina, tal como lo hizo el Ballet Azul. Entonces, una medida del éxito deportivo en un Club como Universidad de Chile, debiera ser evaluada a través de todas sus ramas deportivas y la coherencia de su juego con los principios que nos formaron. A eso le llamo éxito deportivo. 143


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El patrimonio: material e inmaterial Otra medida de la grandeza de un Club podría ser su patrimonio, el material. En cuanto al patrimonio, no podemos hacernos los ciegos ante la tragicomedia de la historia del Club. Cuando se creó la CORFUCh, esta recibió los terrenos del actual Parque Araucano con una piscina funcionando, terrenos en La Dehesa posteriormente vendidos por escasos dineros –que nunca se supo dónde fueron a parar–, el comodato de la sede de Campos de Deportes 565 –hoy convertida en un cuartel de la PDI–, y podríamos seguir con el auto-flagelo. Pero reconozcamos: si hablamos de inmuebles, pasar del Sauzal al Caracol Azul, y de este al Centro Deportivo Azul (CDA) es un avance en las instalaciones para el entrenamiento del primer equipo de fútbol, y de sus divisiones menores. Pero el patrimonio material no se limita a eso, porque un Club que trabaja aislado en sus ramas deportivas –en una de sus ramas deportivas– y no como un solo Club, no resulta representativo de todas sus dimensiones. Es natural entonces preguntarse: ¿por qué el Club de fútbol cuenta con privilegios en infraestructura que las otras ramas deportivas no tienen? La respuesta, entonces, es simple: porque el fútbol es rentable. En este punto tocamos otro tema importante: Azul Azul solo existe en la medida que el fútbol genera réditos económicos. En otras palabras, su interés es el lucro. En este contexto no resulta extraño imaginar cómo en 144


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los momentos de triunfos deportivos se genera el escenario de anteponer la codicia económica al compromiso de formar cadetes con valores azules que mojen la camiseta para y por la “U”: se prefiere vender el equipo completo si ello genera réditos económicos para la concesionaria, como lo vimos con los planteles 2011 y 2012. Y bajo la misma lógica de interés en la ganancia, cabe preguntarse: ¿cómo se obtienen las millonarias sumas que circulan por los Clubes? Aquellas por conceptos de sponsor, merchandising, publicidad, derechos de televisación, todos esos ingresos están supeditados a que las empresas contratantes recuperen su inversión. Es decir, hay negocio si es que Adidas vende camisetas –como tan bien funciona, según nos cuentan, la bullanguera es la camiseta de esa marca más vendida del mundo–, que Claro, Homecenter y Tramontina tengan más clientes, que el Canal del Fútbol tenga más televidentes. O sea, todo funciona sí y solo sí hay una base de consumidores que hagan de ese flujo de dinero, un gran flujo de dinero. Y esos consumidores, ¿quiénes son? Nosotros, los y las hinchas. O sea, Azul Azul genera ganancias económicas utilizando la base social de quienes nos identificamos con el Club; incluso en lo económico la grandeza la hace la gente. En efecto, un Club también está compuesto por lo que podemos denominar el patrimonio inmaterial: la familia o quienes adhieren por su identificación: nosotros, los y las hinchas. El patrimonio inmaterial de

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un Club no se sostiene sin un patrimonio material que lo contenga, así como el patrimonio material depende en buena medida de la capacidad de su base de hinchas. Entonces un Club debe contemplar un espacio físico para el esparcimiento de su tejido social, y no solamente un complejo de lujo pensado en el ultra-profesionalismo de una rama particular del Club: el primer equipo de fútbol. Menos podríamos pensar que una serie de espacios completamente cerrados al tejido social que compone el Club, como es hoy el CDA, signifiquen que la concesionaria respete nuestros orígenes de Club. Por ello se nos hace imposible pensar que Azul Azul es la “U”, por cuanto no abre los espacios para la constitución de ese Club. ¿El resultado? Una hinchada desmembrada, que no se conoce ni se reconoce como lo hacía antaño. Un grupo humano privado de la posibilidad de desarrollarse en la madurez para su propio beneficio, pero que aun así resiste. La ética y la toma de decisiones Es cierto, un Club como la “U” depende de flujo de cajas, de dinero concreto. Fue así entonces como se justificó la llegada de los “expertos” al mando de las Concesionarias y las Sociedades Anónimas Deportivas al fútbol chileno. Ellos, los “expertos”, nos ordenarían la casa, e iban a hacer un salto importante desde sus oficinas. Y podemos decir que desde que llegó Azul Azul no hemos vuelto a ver los escándalos de sueldos impagos que hubo en el pasado. Pero sí podemos comparar las 146


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pérdidas registradas este año: superan a la deuda que quebró a la misma CORFUCh. Pero, nuevamente, ¿acaso el fin justifica los medios? ¿Acaso el éxito en lo económico aseguró la transparencia, los valores o la ética en el funcionamiento de nuestra “U”? No olvidemos, camaradas, que en Azul Azul encontramos al grupo Penta, que por su directorio han pasado José Yuraszeck, el “Choclo” Carlos Alberto Délano, Mario Conca, es decir, grupos e individuos altamente cuestionados por influencias en la política –la misma que transformó las administradoras del fútbol profesional de sociedades civiles sin fines de lucro a empresas–. Las S.A., si bien subieron la cota en la gestión, no aseguraron la ética. Y la ética también es un patrimonio inmaterial de un Club. ¿Contaremos a nuestros hijos e hijas que en la cabeza de la concesionaria de nuestro Club se encuentra parte del directorio formalizado por evadir impuestos que pertenecen a todo el país? Que no se malentienda, no todas las S.A. son necesariamente delincuentes, ni todos quienes invierten ahí están al nivel de los ya mencionados, no. Pero tampoco puede ser ignorado que lo que nos vendieron acerca de la transparencia y excelencia de las S.A. es parte de una vil mentira, pues las S.A. no son más que un marco, una forma, y la ética no puede ser velada por ningún marco, legal o administrativo. Queremos una gestión de excelencia, es cierto, pero jamás a cualquier costo.

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En esencia, no debemos olvidarnos que una S.A. no es democrática, sino plutocrática. Eso quiere decir que las decisiones no emanan de una soberanía popular donde todos los votos valen lo mismo o donde todos están representados con peso equivalente, sino que emanan de una soberanía dada por la medida de la cantidad de acciones, que a su vez son capital comprometido: no mandan las personas, manda el dinero. Y es en esta fragilidad donde la concentración del dinero en pocos bolsillos implica que las decisiones son de pocas cabezas y pocos corazones. Ese no es nuestro Club. ¿En qué imaginario cabe que la Universidad de Chile, la institución que impulsa la educación pública y gratuita, no sea democrática? Más grave aún es que el resguardo de los valores de nuestro Club, así como la identidad del Club está en peligro: Azul Azul no ha dudado en ponerle la “U” roja a camisetas de color amarillo flúor, naranjo flúor y turquesa, que poco y nada tienen que ver con la Universidad de Chile, ni tampoco ha dudado en dar telefonazos que han costado puestos de trabajo a periodistas que no dijeron lo que la concesionaria quería escuchar en un proyecto Estadio prometido y no cumplido. Con estos pequeños detalles se avanza a un escenario donde las decisiones se toman acorde a intereses de holdings y no del Club, que no es solo su administración sino una masa humana enorme. Pareciera entonces lógico pensar en la necesidad de un mecanismo

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de participación amplio que permita, por lo muy bajo, tener un ojo puesto en el manejo. Este rol también debiera ser desarrollado por la Casa de Bello, puesto que sí tiene una cuota de poder, aunque reducida (dos puestos de los once del directorio de Azul Azul), pero ello no ha ocurrido, no que sepamos. Tal vez eso responda al hecho de que esos dos directores no responden tampoco a una representatividad basal en la universidad. Es solo el tejido social, el grupo, la colectividad quien puede tener una mejor idea de cómo se deben mover los hilos, quien tiene el depósito moral. Al menos esa es la apuesta de la democracia. Luego, siempre se puede contratar gerentes de excelencia para manejar aspectos técnicos. Que los contrate una S.A. o una corporación sin fines de lucro, no cambia la pericia del empleado. Por una“U”grande ¿Queremos un Club grande? ¡Por supuesto que sí! Pero no queremos un Club dirigido por un directorio con estándares éticos alejados de nuestra historia o de nuestros orígenes. Queremos un Club integral que contemple un proyecto deportivo de primer nivel que asegure el éxito deportivo en todas sus dimensiones; queremos un Club con las mejores instalaciones al servicio de sus deportistas, pero también de su tejido social; queremos un Club con una gestión ejemplar tanto económica pero también ética.

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El Club lo hacemos todos sus hinchas, y es por eso que el desafío es nuestro, ayer, hoy y siempre, y es de toda su hinchada la responsabilidad que la “U” siga creciendo en todas sus dimensiones. Ello no puede darse con la administración de la concesionaria Azul Azul, por naturaleza, por esencia, por sus prácticas, no lo puede. Y esa es la misión que tenemos. Por eso no tenemos otra opción que tomar muy en serio la organización de los y las hinchas azules: debemos estar a la altura de la grandeza que queremos para nuestra “U”. Y eso es lo que nos tiene trabajando, es nuestro sueño y anhelo.

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Prólogo 2015: Un año de zenit y nadir por Sebastián Díaz Pinto Estamos ad-portas de despedir un nuevo año, fue un 2015 que tuvo de todo para con el deporte más lindo del mundo. En lo deportivo, un campeón nacional inédito, un Chile campeón invicto de Copa América, a nuestra Universidad de Chile entre luces y sombras, ganándole al clásico rival la final de Copa Chile, y en la galería con la definición del Torneo de Apertura (que aún tiene un partido pendiente) devenida en una de las mayores bofetadas al Plan Estadio Seguro, hechos de violencia en los estadios acontecidos en aquel partido que hacen visible, al menos, una revisión en serio por parte del Ejecutivo a las políticas relacionadas con el fútbol. Por otro lado, el año que nos deja también hizo salir a la luz pública escándalos, fraudes y colusiones que remecieron las estructuras del modelo administrativo a todo nivel, y que, claro está, son prácticas (y de las malas) de las que el fútbol chileno no quedó ajeno. Muy por el contrario, me atrevo a decir que el balompié nacional termina el año sumido en una de sus peores crisis dirigenciales.

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En lo referido a lo futbolístico, un año de dulce y agraz para Universidad de Chile. El equipo, luego de cerrar 2014 con la estrella diecisiete, se encumbraba en el desafío de consolidar en 2015 el nivel de juego que venía exhibiendo. Lastimosamente, no fue así. Se perdió la idea de juego. Jugadores con una merma de rendimiento y lesiones, sumándole a eso un Martín Lasarte con problemas de salud durante la primera parte del año, fueron factores que condicionaron las opciones de la “U” a la hora de ser competitiva a nivel nacional e internacional. La rápida eliminación en fase de grupos de Copa Libertadores marcaría la pauta de un rendimiento oscilante durante el transcurso de la temporada. La misma dinámica ocurrió en los “Clásicos”, ya se hace costumbre salir victoriosos de San Carlos de Apoquindo cuando nos toca visitar a la UC, en cambio, cuando visitamos Pedrero, ni jugadores (salvo Johnny Herrera) ni ningún cuerpo técnico ha sabido de victorias en la cancha del clásico rival desde hace ya quince años. Aunque este año la “U” dominó y jugó mejor, no supimos reflejar esa superioridad en el marcador y nuevamente nos fuimos con las manos vacías. Urge envolver del simbolismo y de la mística de antaño a los jugadores y cuerpo técnico, enarbolar la importancia del “Banderazo” (que volvió este año) que se realiza el día previo y, también, de lo que significa para todo hincha de la “U” ganar en aquel estadio, haciendo hincapié en todo el esfuerzo que implica conseguir una entrada, en todos las incomodidades y cargadas que se cometen

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contra nuestros jugadores y también en los abusos de los que somos víctimas, nosotros, camaradas, que vamos a romper la voz aquel día.

Martín Lasarte Arróspide llegó a la “U” buscando su revancha en Chile. Si vamos a la estadística, ella dirá que la consiguió, su año y medio en Universidad de Chile culminó con tres títulos: Apertura 2014, Supercopa de Chile 2015 y Copa Chile 2015. Obtuvo el mejor rendimiento histórico en torneos cortos: 86% en diecisiete partidos jugados con catorce victorias, dos empates y solo una derrota. No sin luchar se derrotó a Universidad de Concepción para ganar la Supercopa en partido único. Y para culminar la tarea, en una final soñada y a la manera que le gusta ganar a la “U” —sufriendo hasta el último suspiro—, levantar frente al clásico rival y en cancha neutral la Copa Chile. Podrán los puristas conversar muchos cafés sobre la defensa de la idea de juego, de las formas, del planteamiento en los partidos clave, si se privilegió un torneo por sobre otro, y un largo etc. Pero lo que quedará para el registro serán los números y estos son innegables. Hasta ahora, “Ballet Azul” ha habido uno solo y mucho sentido hace la frase de Franz Beckenbauer que reza: “Cruyff era mejor jugador, pero yo fui Campeón del Mundo.” Punto aparte merecen los jerarcas y dirigentes del fútbol, tanto a nivel internacional como nacional. Alguna vez, el genio del fútbol mundial1 dijo “la pelota 155


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no se mancha”. Al parecer, estos buenos muchachos no lo escucharon, porque la pelota hoy está más sucia que nunca. La FIFA, que si fuera un país, sería la octava economía del mundo, es investigada por el FBI desde Sepp Blatter hasta los timoneles de las distintas federaciones que la integran, se ha perseguido y detenido a varios dirigentes en Europa y Sudamérica y ¿cómo no? la ANFP no escapó a las investigaciones ni tampoco su suspendido presidente con “licencia” en Miami, Sergio Jadue. Si nos remontamos al 4 de julio y le preguntáramos a cualquier ciudadano de a pie, al “chileno promedio” (que nefasto intento de categorización aquel) sobre qué opinión le merecía en aquel entonces el timonel de la ANFP, no sería raro que este se hubiera deshecho en elogios. Ahora bien, te aseguro, estimado lector, que si repetimos la misma pregunta hoy en día, la opinión sería diametralmente opuesta. Resulta increíble cómo nos obnubilamos en la alegría del desvirgamiento de Chile, estábamos presenciando quizá un cambio de mentalidad. Plaza Italia ya no estaba colmada de gente por ganarle a Bolivia (con todo el respeto que me merece la hermana selección de aquel país) ni por salir terceros nuevamente. La selección nacional al fin levantaba una Copa y solo eso importaba, ni señales del escandaloso vendaval que se avecinaba. Da para pensar que desde el fervor de la victoria se pase, en tan solo unos meses, a las dudas, a las investigaciones, a la falta de credibilidad, al silencio cómplice y hasta presenciar la televisada huida (durante una jornada de partidos por las clasificatorias al 156


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mundial de fútbol), cuál hampón, de Sergio Jadue a Estados Unidos, para “colaborar con la justicia”. Ellos, los que se dicen “gente de fútbol” y dicen querer lo mejor para él, son los mismos que lo están destruyendo. Qué triste y vergonzoso espectáculo todo. Pero camaradas, no nos quedemos en la tristeza, ni menos en la vergüenza. Hay gente que trabaja día a día, sostenida y seriamente por revertir este escenario, por medio de nuevas prácticas y trabajo desde y con las bases, buscando nexos y acercamientos con distintos actores para crear nuevas realidades. La Asociación Hinchas Azules ha llevado a cabo distintos tipos de actividades a lo largo del año: se han organizado y participado de conversatorios, foros, campeonatos. También se han sostenido reuniones con distintos actores, con representantes de la Casa de Bello y con gente del mundo parlamentario. Fue un 2015 cargado de actividades, que nos reafirma la convicción de que solo en base a la horizontalidad, la transparencia y el trabajo serio, seremos capaces de transformar la realidad, apuntando a devolverle la dignidad al hincha, a recuperar espacios de participación, que nos lleven a mirar con orgullo el proceso, dejando atrás el nadir para ir en busca del zenit, aquel que nos muestre un camino cada vez más azul, ese que nos lleve más allá del horizonte, ya sea en 2016 y en todos los que vengan.

(1) Diego Armando Maradona.

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Sobre los autores



Agradecimientos



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