Angra dos Reis

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viajes • Por Susana Parejas - fotos: Marcelo Cugliari

donde reina el mar A 150 kilómetros de Río de Janeiro, se abre esta bahía con más de dos mil playas y cientos de islas para descubrir. Vegetación exótica, aguas calmas con arenas blancas y pueblos pintorescos, un combo perfecto para vivir el relax.

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uando se navega entre isla e isla, por ese mar verde tan verde, que por momentos muta a turquesa, por playas de arenas amarillas o blancas como la harina, no cuesta mucho creer, aunque no se hayan contado una a una, que aquí hay 365 islas. Tal como dice la frase marketinera, “una para cada día del año”. Tampoco es necesario contar las dos mil playas que, dicen, se desperdigan

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en la bahía de Angra dos Reis. Sólo disfrutar de un puñado de ellas alcanza para dar por sentado lo que los folletos de turismo aseguran. Tal vez como un regalo del Día de Reyes, este hermoso lugar fue descubierto por los portugueses el 6 de enero de 1502, fecha que no hizo dudar en cuál sería su nombre a Gaspar de Lemos, cuando encalló en Ilha Grande. La separan unos 150 kilómetros de Río de Janeiro. Desde la ciudad carioca se puede llegar ya sea por tierra o por mar, ya que hay

servicios de navegación para los amantes del mar y sus vaivenes. Pero en este viaje, la puerta de entrada a lo que promete ser un paraíso se hace por tierra, lo que lleva unas tres horas. De a poco, a medida que la camioneta avanza se van dejando atrás el enjambre de casas, cables, favelas y tránsito enloquecido que son las rutas cariocas. El paisaje comienza a hacerse cada vez más intenso y ya una hora antes de arribar a destino, el mar aparece entre los morros verdes, siempre verdes, ro-


deados muchas veces por nubes. Cada tanto asoman playitas con sus arenas doradas. La escenografía tiene una paleta de colores que va cambiando a cada momento. Y siempre por aquí y allí las palmeras. Algo que confirma que se está en Brasil. La ciudad de Angra guarda el encanto de un pueblito portuario, los barcos de paseos, pero también de pescadores, que descansan en el muelle combinan sus colores con los de las casas que se desparraman por el morro,

juntos forman la típica postal que todos quieren captar en sus cámaras. Pequeña y concurrida. Varias iglesias coloniales, calles empedradas, mucha gente que va y viene, negocios comerciales, el aroma de las comidas típicas, le dan el ritmo agitado a un mediodía, donde el sol se niega a salir. Unos 16 kilómetros separan la ciudad de Ponta Daleste, luego de un recorrido de unos 50 minutos arriba del colectivo que marca este destino, se arriba a la posada que descansa en la Praia da Biscaia.

Y es cuando todo el bullicio queda atrás, lejos de ruidos de autos, pero siempre con música brasileña de fondo. Es que nada tiene sentido en Brasil si no lo acompaña la música. De isla en isla. Una vez en Angra, se hace casi imprescindible conocer alguna de las 365 islas. Las fotos que hay por todos lados prometen playas soñadas y sitios casi vírgenes, incluso en algunas hay un límite a la cantidad de personas

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posada en la praia da Biscaia, en ponta daleste. Un puestito de comida en la playa Lopes mendes en Ilha grande.

que pueden estar por día. Hay dos formas de contratarlas, se puede ir hasta el puerto de la ciudad donde hay muchas agencias que las ofrecen, pero también en la mayoría de las posadas y hoteles ofrecen el servicio “puerta a puerta” o mejor sería decir “orilla a orilla”. Ya que los típicos barcos, que hacen recordar a los corsarios, se arriman tanto que sólo hay que meterse hasta las rodillas en el agua para subirse en ellos. Uno de los tradicionales recorridos incluye la bajada en islas Cataguases, tal vez las que tengan más impronta caribeña por el color de sus arenas blancas y aguas turquesas. En el medio de las islas hay pequeños bosquecitos de pintagueiras, un árbol con hojas perfumadas que regalan su sombra y hacen innecesarias las sombrillas. El mar calmo con algunos morros enclavados en él, sólo hay que flotar y dejarse estar, casi dan ganas de abandonar el barco cuando vuelve para seguir la travesía rumbo a la Laguna Azul. Aquí las aguas son más frías y sólo algunos valientes se arrojan desde el barco para hacer snorkeling. Otro paisaje para vivir el relax. Otro lugar donde cuesta irse. La última parada, luego de navegar por las aguas atlánticas, está en Illa Grande, es la Praia de Japariz, como en mu-

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chas otras se establece una relación íntima entre el morro, la exótica vegetación y el mar. La mayoría de los pobladores de esta playa son pescadores. Varios restaurantes se alinean sobre ella, ofreciendo sus platos típicos, que por supuesto están basados en pescados. La más grande y la más linda. Su nombre la describe sin necesidad de dar datos numéricos, pero lo cierto es que Ilha Grande tiene 192 km2 de superficie, esto la convierte en la más extensa de la zona. Sólo se accede a través de vía marítima, aunque las

formas pueden ser varias, en ferry, en barcos rápidos y hasta en escuna (una clase de velero), según el medio que se elija se tarda entre una hora o media en llegar a la capital de la isla, la Vila do Abraão. Lo que hoy convoca a turistas de todo el mundo, incluso a los propios cariocas que recalan en ella los fines de semana, hace muchos años tuvo una historia mucho más dramática y lejana del buen vivir, que tenía que ver con esclavos y presidiarios. Durante el siglo XIX, era usada para alojar a los esclavos que traían desde África, la isla funcionaba como un lugar de paso donde se


Dos postales en ilha grande. un típico negocio con su impronta de colores y Toda la belleza de la playa Lopes mendes. la bruma que baja del morro plagado de casitas, se completa con los barcos que descansan en el muelle del puerto de angra.

los tenía en cuarentena. Por el 1900, se construyó una prisión que funcionó hasta 1994, obteniendo una fama oscura por haber sido el lugar donde se alojaban presos políticos en la década del ’60. Desde que se derribó el presidio, la estrategia fue impulsar el turismo del lugar, siempre desde el cuidado ambiental. Cerrada durante tanto tiempo al turismo, hoy conserva toda su belleza natural. Desde el barco, se asoman una hilera de casitas bajas de colores vivos, amarillo, naranjas. Las calles de arena confirman lo que ya se había anunciado. “En la isla no hay autos”, sólo se anda a pie, en bicicleta, o en simpáticos carritos que los pobladores usan para trasladas equipajes u otras pertenencias. En ella hay muchos barcitos, hostels, posadas, lugares para comer. El centrito está marcado por la iglesia que se eleva con el morro de fondo. Sólo bajar del muelle y afloran las agencias de turismo del lugar ofreciendo sus tours. De todas las recomendaciones para hacer entre las 106 playas que ofrece la isla, hay una muy especial: la playa Lopes Mendes. “Está dentro de las diez mejores del mundo”, “es hermosa pero hay que atravesar un morro para llegar”, “sólo personas entrenadas

Datos útiles Cómo llegar: Angra dos Reis está a medio camino entre Río de Janeiro y San Pablo, en los márgenes de la ruta BR-101. Los más común es tomar un vuelo a Río de Janeiro, y desde allí hacer un transfer a Angra, se tarda aproximadamente tres horas, y desde San Pablo, siete. Paseos y comidas: Para pasear por las islas de Angra, se pueden tomar las excursiones grupales, los precios varían entre 30 y 50 reales por persona, depende de la compañía. Para quienes prefieren viajar con más intimidad, hay barcos que se ofrecen por 500 reales y tienen capacidad para 10 personas. Para ir a Ihla Grande, se puede tomar el viaje rápido que sale 30 reales sólo ida, y otro tanto la vuelta, y tarda unos 30 minutos. El ferry cuesta también 30, pero si se va ida y vuelta, sale 50 reales, tarda una hora. El primero de Angra sale a las 8.30 y el último de Ilha Grande a las 17. Una comida en un restó de la playa, ronda los 70 reales para dos personas, las cervezas y bebidas en los hoteles salen entre 4 y 5 reales, una cerveza en un supermercado sale 1 real.

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5 islas para conocer Gipóia Es la segunda más grande de Angra. Uno de los atractivos de la isla es la Iglesia de la Piedad, su variedad de playas le dan un encanto especial: las concurridas Jurubaíba y de las Flechas, con aguas mansas; o las Grande y Feras, ideales para surf; Piedade o Amaral, tienen un estilo agreste casi desértico.

Itanhangá En ella el jet set brasileño realiza grandes fiestas, pero además de este dato chic, hay muchas actividades para hacer: buceo, caminatas, paseos en canoas y escaladas a un monte de 100 metros de altura que regala vistas excepcionales. Se puede pernoctar en ella.

Do Maia El bello paisaje natural de esta isla se combina con el atractivo de algunas construcciones históricas, como un pequeño fuerte, una casona de estilo colonial y cañones decorativos. La Isla do Maia se encuentra, además, muy cerca del islote que alberga la pequeña Iglesia do Bonfim.

La isla de Cataguases (arriba) y la playa de japariz en Ilha Grande (abajo) forman parte de las que se visitan en excursiones por barco.

Botinas También conocidas como “Islas Hermanas” o “Islas Gemelas”. Pequeñas y rocosas, por la magnífica transparencia de sus aguas (una visibilidad de hasta diez metros) son un punto privilegiado para el buceo y el snorkel.

Dos Porcos El relax está a la orden en las playas de esta isla, propiedad del célebre cirujano plástico Ivo Pitanguy (por ello se la conoce también con este nombre). Es la tercera isla de Angra en tamaño (tras Isla Grande y Gipóia) y deslumbra con su cuidada naturaleza.

lo logran”, “son varias horas de caminata”. La playa es hermosa, cierto. Hay dos formas de llegar, para los que quieren experimentar una caminata que recorre casi toda la isla (para ésta, sí hay que estar en forma), o tomar un taxi boat o un escuna y llegar hasta playa Mangues/ Pouso y después caminar por la

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trilha (sendero) que cruza el morro hasta la playa de Lopes Mendes. “Todos lo pueden hacer, hay una subida de 7 a 8 minutos, luego es todo recto y por último, la bajada al mar. Yo lo hago en 15 minutos, pero puede llevar un poco más”, advierte en perfecto español Pedro, un vendedor de una agencia de excursiones. El barco sale a las 11 de la mañana y su recorrido por la costa de la isla dura unos 50 minutos. Lujosas casas con sus amarraderos o sus playitas, hoteles de lujo, mucha vegetación se impone en el recorrido. El jugo de un coco, por unos 6 reales, cortado fresco al lado del mar, ayuda a encarar el trayecto. Todo se cumple tal como lo anticipó Pedro. La selva se descubre en su exótica belleza, los olores comienzan a alejarse de lo marino, en medio de la caminata, aparecen simpáticos monitos, que no esquivan a las personas, y

de pronto, desde lo lejos se escucha el mar, y un poco más cerca como saliendo de un túnel aparece la playa. Sí, es hermosa, las arenas amarillas de la Pouso mágicamente mutaron a un blanco puro, que cruje al caminar, los árboles la bordean dando una sombra muy reparadora. Varias tablas de surf anuncian la presencia de olas que rompen en un profundo turquesa. Hay momentos en que la palabra “paraíso” puede resultar un “cliché” y hay otros en que no hay otra para describir un paisaje. Varios puestitos de comida se desparraman por la arena, venden sándwiches por unos 15 reales y bebidas por unos 5. Luego del merecido chapuzón en el mar, descanso incluido se desanda el camino por el morro, hay que tomar el barco que llevará de nuevo al puerto donde todo comenzó. Todavía quedan muchas islas por descubrir.


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