Viajes • Por Susana Parejas - Fotos: Marcelo Cugliari
la vida en otra frecuencia
Un pueblo salteño para el asombro. Además de la calma norteña, se pueden conocer los parajes cercanos donde la gente mantiene su identidad y costumbres ancestrales. 38
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ristóbal Ignacio nació en Jujuy y como buen hombre norteño es de pocas palabras. Trabajó muchos años como chofer del micro que recorre los pueblos de su provincia, por eso conoce palmo a palmo los caminos. Durante dos días será quien maneje por medio de quebradas y montañas que parecen tragarse el horizonte. Curvas y contracurvas y mucho ripio es lo que hay que atravesar para llegar al pueblo que parece colgar de las montañas: Iruya. Paradoja del camino, aunque pertenece
a Salta, está a unos 307 km de la capital, y sólo se puede acceder a través de Jujuy. Iruya nació como pueblo de tránsito donde descansaban las caravanas que transportaban mercaderías de la región de los valles a la Puna. Durante años permaneció aislado, hasta que a mediados del siglo XX, se construyó un acceso para vehículos. Hoy, un poco más de mil personas viven allí respetando las costumbres de sus ancestros. Cuando se pregunta el origen del nombre hay dos versiones. “Iruya viene tanto del idioma quechua como del aymara”, ex-
plican. La palabra original en quechua era “iruyoc”: iru significa “paja” y “yoc”, abundancia. Y esto se ve, la paja está presente en el adobe de las casas y en sus techos. En lengua aymara, sin embargo, el nombre “iruyac” se refiere a la aparición de la Virgen del Rosario entre las pajas (irus) (yac: rostro), donde luego se construyó el templo. La fonética, con el tiempo, perdió esa “c” final del nombre. En ruta. Atrás quedaron Purmamarca, Maimará, Tilcara, Uquía, Humahuaca y también la ruta asfaltada. “Ahora empieza
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el ripio, tenemos casi tres horitas de viaje”, anuncia Cristóbal, de San Ignacio Travel, aunque, los kilómetros que separan a Iruya de Humahuaca son sólo 74. Al comienzo el camino es de ripio pero ancho y el trayecto se vuelve placentero, van apareciendo diferentes paisajes, colores, olores. El verde se transforma en ocre y a veces el colorado asoma entre las piedras. En cada curva el paisaje muta. Casitas de adobe, con ventanas pequeñas y techos bajos, gente que camina al costado de la ruta, allí en el medio de la nada, saluda con la mano el paso del auto. Aún sabiendo que el viaje durará unas tres horas, tal vez un poco menos, cómo no hacer paradas para registrar lo que se ve. Cómo perderse esos burritos que parecen de libro infantil, o las llamas que pastan tan tranquilas al costado de la ruta, cómo evitar meterse en el cementerio de Mirayoc, donde los yuyos altos compiten con las flores de plástico de todos colores que adornan las tumbas. Si se nota algo, es que aquí la muerte no es tan oscura. El viento azota fuerte en el hito de los 4.000 metros sobre el nivel del mar: llegamos a “Abra del Cóndor”. De un lado, Jujuy, del otro, Salta. A un costado del cartel que marca la altitud, un gran montículo de piedra señala que hay una “apacheta”. Este conjunto de piedras es un monumento sagrado, en otros tiempos marcaban hitos del camino, los viajeros dejaban una piedra y ofrendas. Pedían protección, pero también agradecían a la Madre Tierra, la Pachamama y a los Apus, los dioses de las montañas. Como hace miles de años, se deja una piedra y se le da un chorrito de agua, y se pide que el camino que resta sea benevolente. Si hasta aquí se subió, ahora comienza el descenso hasta Iruya. Son unos 19 km, en donde comienzan a aparecer variedad de colores, verde, violeta, amarillo, azul, el rosa y verde seco del cerro Morado, quebradas y montañas con formas curiosas, y el lecho del río Colanzulí, fiel acompañante. En algún punto, los cerros se vuelven murallones, parecen tapizados de un verde aterciopelado. A lo lejos se ven las vueltas del camino y, que por esta zona se volvió angosto, y más abajo el micro Iruya con sus colores celeste y blanco. Hay que esperar en un recodo que pase, no hay lugar para dos autos. El paisaje sorprende a cada tramo. De pronto aparece un “campito”, tal como llaman los nativos a las planicies de las alturas. Luego de atravesar un túnel y dejar
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Cómo llegar • En auto: existe una única forma de hacerlo, pasando la provincia de Jujuy, recorriendo la ruta nacional 9, a 26 km. de Humahuaca está el cruce de rutas, donde se lee “Iruya 54 km”. A 8 km del cruce se llega a la estación Iturbe (Jujuy). Desde allí siempre por camino de tierra, se llega al paraje “Abra del Cóndor”, límite de la provincia de Salta y Jujuy. Sólo restan 19 km de descenso hasta Iruya. • En micro: hay dos compañías que llegan, Transporte Iruya desde Humahuaca (www.transporteiruyasa.com) y el Panamericano, desde San Salvador de Jujuy (0388) 4237330. Tienen varios horarios disponibles.
Cristóbal Ignacio en el camino hacia iruya (izq.) La calles empinadas del pueblo y javito wayra en la terraza del hotel iruya (der.)
atrás los precipicios, irrumpe a lo lejos la iglesia de cúpula celeste y paredes amarillas. Está allí como desde que se creó en 1753, ella y las casitas que la rodean parecen colgar de un barranco. El pueblo está encajonado entre montañas de paredes abruptas, rodeado por los ríos Colanzulí, o Iruya, y Milmahuasi. La playa es lo que llaman al lecho del río, que ahora está seco pero aseguran que las lluvias del verano lo vuelven torrentoso. Y todos se cuidan bien de las crecientes. “Miré esa marca en la pared, hasta allí llegó el lodo”, señalan. El lodo arrasa con todo y abre enorme grietas entre las montañas. Pero, ahora se puede
bajar y estar entre esas cintas plateadas, que para nada parecen peligrosas. Cuentan los lugareños que el primer domingo de octubre, cuando se realiza la fiesta patronal de la Virgen del Rosario, la playita, o el lecho del río, se llena de puestos en donde se cocina pero también se vende o se intercambian productos. Papa chuqueña, roja, verde, andina, porotos habas, maíz, o las frutas que vienen de la selva. Cuesta arriba. Para caminar las calles de Iruya, empinadas y empedradas, hay que pelear contra la gravedad y contra el apunamiento: el pueblo está a 2.730
metros de altura. Es cuestión de tomar té de coca, o simplemente “coquear” con las hojitas en la boca. A pocas cuadras de la iglesia está la plaza del pueblo, rodeada por algunos negocios de venta de comida y alojamientos. Hay días que la plaza central pierde su habitual calma con la feria donde se vende de todo, la gente baja de los cerros para comprar desde discos hasta choclos y tamales. Vienen de las comunidades vecinas: San Isidro, San Juan, Chiyayoc, Rodeo Colorado. Hay 25 comunidades aborígenes en el departamento de Iruya. Una de esas empinadas calles lleva al hotel Iruya, que ofrece una vista panorá-
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mica de todo el pueblo. “Recuerde que aquí los tiempos son otros, vaya despacio en todo sentido”, reza el consejo desde la cartilla de bienvenida. Es cierto, en esta parte de la Argentina, que parece no faltarle ningún color, el tiempo transcurre de otra forma, la lentitud de los pasos, el delay del pensamiento, hasta las nubes parecen retobarse al viento. “¿Qué vista tiene la habitación?”, se le pregunta a Delfo Bustamante que trabaja en el hotel. “Vista directo al cementerio”, señala. Y no es broma. Junto al hotel está el cementerio del pueblo, y como todos los que se cruzaron en el camino, está repleto de flores de plástico de colores. En muchas de las tumbas se ven botellas de plástico, en señal de buen viaje a la eternidad. Delfo es de San Isidro, a unos 7 km de Iruya, y desde hace 6 años que trabaja en el hotel, cuando se le pregunta por qué no se fue, responde: “porque dónde voy a tener la belleza de este lugar”. Y da una recomendación: “no dejen de probar la croqueta de quinoa o el wok con quinoa”. Las habitaciones ofrecen diferentes vistas, pero el lugar donde se pasan las horas en completa paz es la terraza, un balcón hacia las montañas, que parecen verdaderas murallas, y el río. Por la tarde, los cóndores que anidan en los cerros salen a mostrar su belleza volando entre las montañas. Por la noche, la música del grupo Sonqu Wayra acompaña la cena. Javito Wayra es músico y luthier de quenas, antaras y charangos. No vive en Iruya, vino desde Maimará junto con sus compañeros para entonar canciones tradicionales. Su madre nació en un pueblito cerca de Humahuaca y su padre es de Chorrillo. “Mi padre tocaba de joven el acordeón y los sikus”, explica Javito sobre el origen de su vocación musical. Como tantos otros se fue de su pueblo pero volvió luego de vivir 8 años en Brasil. “Cada músico tiene su historia propia, cada vez que tocamos pensamos en los cerros, en nuestros lugares. El cerro es lo nuestro, es la montaña, es estar libre. Hace tiempo el colla era nuestra raza, pero hoy nos sentimos collas por el día a día, por nuestra forma de hablar. Somos tranquilos, somos collas”, sentencia. En la terraza del hotel las estrellas confirman que aquí hasta el cielo parece transcurrir en otra frecuencia.
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Dónde dormir • Hotel Iruya, habitación doble estándar $970, hasta el 31/03/15, excepto Semana Santa, vacaciones de invierno, Fiestas Patronales de la Virgen del Rosario y Dákar 2015. Incluyen desayuno, cochera e impuestos. www.hoteliruya.com • Hostal Milmahuasi. Habitación doble con baño privado y desayuno incluido, hasta el 31 de diciembre, $500; desde el 1 de enero, $550. www.milmahuasi.com • Más info: www.turismo.salta.gov.ar