Isol Misenta
La reina ilustrada → Por Susana Parejas desde Buenos Aires. → Fotos Marcelo Cugliari
Está en la cima, cuando menos de este lado del mundo. El hecho de ser la ganadora del último premio Astrid Lindgren Memorial Award (ALMA) lo prueba. A los 42 años, con más de una veintena de libros publicados y traducidos, la argentina no para. Mientras prepara su próxima obra y estrena discómic con el grupo SIMA, se dio tiempo de dibujar para CARAS una postal navideña.
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Un bebé de esos que se les saca el chupete y llora, eso había pedido Isol
con la chilena paloma valdivia han sido cómplices de varios proyectos. se admiran mutuamente.
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para una Navidad. Había que esperar hasta las doce para abrir el paquete que, como siempre, estaría debajo del arbolito. Luego de unos segundos de suspenso, rompió el papel pero no había ni bebé ni chupete. “No sé por qué lo había pedido, tal vez porque lo tenía otra chica”, recuerda. Isol lloró porque no se lo regalaron. Sus papás le explicaron que “no tenían”. Debía ser carísimo y ¡cuánto le iba a durar el entusiasmo! “La verdad no sé si lo hubiera usado. Pero sentí esa desilusión y a la vez culpa porque yo ya sabía que mis papás lo tenían que comprar, cómo iba a llorar”. Hubo dos navidades en que Papá Noel se equivocó con el regalo, pero más allá de estas confusiones, siempre fueron días de felicidad para ella. En su memoria guarda con cariño una mesa que alberga a una gran familia: padres, abuelos y muchos tíos. Las fiestas eran
semanas de efervescencia para los Misenta. “No sé si había tanto espíritu navideño, todos comíamos como cerdos y eran como dos semanas de locura. A mí me encantaban las navidades porque teníamos una familia muy grande, se juntaba mucha gente, íbamos a la casa de mi abuela o de mi tía materna. Eramos los primeros nenes de la familia, entonces fuimos muy mimados”, afirma Isol, tal es el seudónimo que se formó con las últimas letras de su nombre y que “tiene que ver con Tristán e Isolda, un nombre potente”. La infancia de Marisol Misenta transcurrió en el barrio de Caballito, junto a sus padres y su hermano Federico “Zypce”, con quien hoy tiene el proyecto musical SIMA. Su mamá, cantante lírica; su papá, artista plástico. “En mi casa hubo mucho sostén de nuestros egos. Nuestros primeros fans eran nuestros padres y abuelos. Eso te arma una cosa para resistir los embates de la vida, porque no siempre te va bien”, re-
flexiona. No cuesta mucho imaginarla entre pinturas, libros y canciones. Una niña preguntona, a la que le gustaba inventar cosas e historias, que no tenía televisión, que leía más libros que otros niños, y que muchas veces se sintió un bicho raro. —¿Dejaste de sentirte así? —En algunos ámbitos, sigo sintiéndome rara. Pero ahora me río, como en el libro Secretos de familia, hay una cosa graciosa con eso. Todos somos un poco raros, tenemos nuestro ambiente en el que estamos bárbaros y ambientes en los que, por lo menos yo, no nos sentimos tan relajados. En general, hay lugares que me son más ajenos, no soy una persona de la noche, no tomo alcohol. Tampoco consumo ninguna cosa que altere mis percepciones.
Su hoja de ruta tiene un título de Magisterio en Bellas Artes en 1989, unos
años en la UBA, en la carrera de Licenciatura en Artes, que si bien no terminó la llevó conocer a su pareja desde hace 21 años, el dramaturgo, director de teatro y actor Rafael Spregelburd, con quien tienen a Antón, de 2 años y 8 meses. “Nos apoyamos y entendemos la pasión del otro”, confiesa. Pasó por agencias de publicidad, decoración de muebles, ilustraciones para medios gráficos, siempre dibujando. “Voy pasito a pasito, buscando los lugares donde hay cosas parecidas a las que me gustan”. Y como le gustaban mucho los libros ilustrados que publicaba (y publica) la editoral mexicana Fondo de Cultura Económica, envió Vida de perros a un concurso. No lo ganó porque sus
personajes eran demasiados “psicóticos”. Pero sí atrajó la atención, y cómo, del editor Daniel Goldin y el libro fue publicado en 1997. “El editor me dijo: ‘yo creo en lo que vos hacés’. Hay gente clave en la vida que te va ayudando, depende cómo vos te pares en esa relación”, sostiene. De todas las distinciones que recibió, el año pasado vivió el momento más emocionante, cuando le entregaron el prestigioso premio sueco Astrid Lindgren, algo así como “el Nobel de la ilustración infantil”. —¿Estabas preparada para recibir tan importante premio? —Es mejor no prepararse porque si te preparás y después no lo recibís te querés matar. Está bueno que me llegó en un momento que ya me iba bien, estaba haciendo lo que quería y con una línea bastante definida. Igual, nunca estás preparada para algo así. Fue un momento muy raro porque estaba mi papá muy enfermo y al principio me costaba disfrutar de todo porque estaba preocupada. Fue muy fuerte y es verdad que había que estar como a la altura, ganar un premio, aunque es un regalo para uno, también te demanda. Con todo, está bueno no hacerse cargo, en un lugar el premio es por mi trabajo que ya lo hice y no tengo que demostrar nada, si a ellos les pareció que yo merecía ese premio tengo que creer que me lo merezco. —Tus dibujos candorosos tienen una parte de mucha ironía, ¿cómo te manejas con ella? —Habría que definir ironía... Lo que no soy es cínica, me gusta que algo se vea en su absurdo tal vez. Uno dice una cosa pero también otras que van por debajo, eso sí me interesa. Lo que trato es de ser bastante simple, pero las cosas que digo me tienen que interesar a mí, yo no hago cosas para que le interesen a uno que no conozco.
La casa de Isol está en un pasaje que parece alejarse del ritmo de la ciudad porteña en el barrio de Almagro. Una
carpa de juegos, autitos, el cochecito, delatan la presencia de Antón. Hay que subir tres pisos para llegar a los dominios de Isol: su estudio. Libros y hojas con dibujos por todos lados, casi como si estuvieran jugando, tapas con idiomas que se adivinan o suponen —japonés, alemán—, pinceles que se despatarran
en jarros de vidrios, pasteles que descansan hasta nuevo aviso, un gato blanco que huye frente a los desconocidos. Sol. Mucho sol para Isol, aunque ella es más de las estrellas y la Luna, de la noche que calla a la ciudad y la vuelve mucho más silenciosa. “Me gusta trabajar de noche. Antes de las dos de la mañana no me duermo. Si Antón se levantara a las siete me suicidaría”, bromea. Los últimos años fueron muy movidos, el año pasado girando por todo el mundo por el premio y su tarea de mamá de Antón, a quien llevó en sus viajes. Este año presentó con SIMA el discómic Novela gráfica, el pack contiene 11 cómics a todo color en formato desplegable dibujados por talentosos artistas. “Llevó un montón de energía y de cabeza. Hasta que lo presentamos en agosto estuve como muy abocada a eso. Había empezado en enero de 2013 el libro El menino, que acabo de terminar, y yo jamás tardo tanto en hacer uno. El año pasado no publiqué ninguno, pero este disco fue como hacer un libro”. —¿Te gusta proyectar a largo plazo? —No soy de hacerlo. En general la vida me sorprende bien. Sí tengo proyectos. Yo deseo muchas cosas y trato de hacerlas. No me funciona pensar quién voy a ser dentro de 59
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“Me gusta trabajar de noche. Antes de las dos de la manaña no me duermo”, cuenta Isol.
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Hay que subir hasta el tercer piso de su Casa para entrar a su taller.
diez años, más vieja nada más. Lo que me parece que está bueno es que el de ilustradora es un trabajo que voy a poder seguir haciendo hasta que vea o hasta que me tiemble demasiado el pulso. —¿Sigues dibujando a mano? —Dibujo a mano y me encanta trabajar a mano. Cuando dibujo con la mano, no pienso, va sola y de ahí salen las mejores cosas. Pero para que salgan tengo que estar confiada y relajada y eso se ve en el trazo. A veces me preocupa perder esa impunidad. —Prologaste un libro de Paloma Valdivia, ¿cómo ves la ilustración en Chile? —Me parece que en este momento hay una movida muy interesante. Con respecto a lo que vi hace diez años, cuando fui, se movió impresionantemente. Yo estuve el año pasado en el festival “Festilus”, que hace la galería Plop!, el interés, la cantidad de gente que está haciendo cosas, el buen nivel, me parece que está bien. Para mí, falta que los libros sean más accesibles para la gente. Son muy caros los libros en Chile, tienen un impuesto como si fueran artículos de lujo. Se publican los libros con subsidios, pero después no hay una real vocación para acercarlos al público. Se cobra el subsidio y ya está, está el libro. Esto me lo han contado. Y es una pena porque uno se alimenta con que suceda algo con el libro y con la gente. —Paloma ilustró la canción “Alguien ha dormido en mi cama” de tu reciente disco, ¿se admiran mutuamente? —Paloma hace unos libros bellos, publica en el Fondo como yo, es una artista plástica hermosa y es una narradora buenísima. Y eso es un buen ilustrador; alguien que puede contar una historia desde un lugar propio, sincero y novedoso. No en un sentido de que tiene que hacer algo que no hizo nadie porque eso es medio difícil, si no imposible, novedoso en un sentido que está acompañado de esa sinceridad que surge cuando uno busca algo desde un lugar más personal. Es un arte, como lo que pedís de cualquier autor, no es un arte aplicado a enseñar algo, los libros que hacemos nosotros tienen que tener algo artístico. Y vaya que los libros de Isol lo tienen. Por algo es la reina ilustrada.