Noetinger.qxd
20/01/2016
01:43 p.m.
Page 26
LAURA NOETINGER
“LAS ARGENTINAS SON UN POQUITO ABURRIDAS” ES
LA MILLINERY ARGENTINA
PREFERIDA POR LA ALTA SOCIEDAD, CELEBRIDADES Y ROYALTIES, INCLUIDA LA REINA
MÁXIMA
FORMADA
EN
DE
HOLANDA.
LONDRES,
CUNA
DEL ARTE DE VESTIR TESTAS CON ESTILO, APUESTA POR EL RESCATE DE UN OFICIO QUE NO PASA DE MODA.
Txt: Susana Parejas
26 > CLASE
Ph: Antonio Pinta
E
stán allí. Desparramados sobre un estante, luciendo plumas que se abren como brotes, rafias que se anudan y convierten en moños, tules, piedras. Es imposible no tentarse y buscar uno para probarse. Son los sombreros con la firma de Laura Noetinger, millinery o sombrerera top. El departamento en Palermo, donde tiene su taller, está poblado de estas piezas de alta costura que, como dice ella, “transportan a otro mundo, como de princesas y cuentos de hadas, porque te llevan a otras culturas, a otro estatus, que es lindo y es divertido porque así una juega”. Ciertamente hay mucho de lúdico en su creación, incubada en la búsqueda hacia el diseño, con un gran bagaje de arte. Todo material puede servir para que cree, desde un individual de rafia hasta unos cables... “A la hora de diseñar, no hay limitación alguna. El otro día pasé por la calle y estaban arreglando líneas de teléfono. Vi una maraña de cables de color. ‘¿Los van a tirar?’, les pregunté. Y entonces se los pedí. No sé qué voy a hacer, pero me llamaron la atención”, comenta. Sin limitaciones creativas y con una frase de cabecera – “Siempre hay algo para aprender”–,
Noetinger.qxd
20/01/2016
07:06 p.m.
Page 27
PIEZA DE MUSEO. Durante su estadía en Londres, creó un tocado (foto) inspirado en la lámpara de vidrio soplado del acceso al Victoria & Albert Museum, donde fue expuesto. Eso la consagró internacionalmente.
Noetinger le aportó un nuevo aire al mundo de los sombreros de autor. Sus modelos los lucen tanto celebrities locales como internacionales, incluida la reina Máxima de Holanda. Así, no hay evento social que imponga dress code con sombrero en que no esté su firma en las cabezas de las damas. Y, en muchos eventos, son las mismas empresas organizadoras las que alquilan su portfolio para las fotos.
LO
QUE EL VIENTO NO SE LLEVA
Su encuentro con este métier comenzó allí donde los sombreros son parte de la cultura: Londres. Los 8 años que vivió en la capital británica fueron intensos. “No perdí un solo minuto”, asegura. Y detalla que tomó cursos de moda en el London College of Fashion y en la escuela de costura Liberty of London, más una especialización en hats en Kensington Chelsea College. E incluso expuso uno de sus modelos en el Victoria & Albert Museum, donde colaboró como voluntaria. Además, trabajó en las colecciones de diseñadores tan famosos como Bruce Oldfield, Chaterine Walker y Noel Stewart. Así, su vida bien podría llevar el título El tiempo entre costuras, la novela de María Dueñas, porque desde que la aguja y el hilo la sedujeron, no los soltó más. ¿Empezaste a coser a los cinco años? Sí. Había una señora que venía a trabajar a casa cuando éramos chiquitos. Y veía que, entre todas las cosas que hacía, cosía dobladillos y botones... De a poco, me fue trayendo trapitos para que cosiera mis cositas, con hilo y aguja. Así empecé. Después, a los 15, mi abuela me vio luchar para hacerme una camisa y me preguntó: “¿De verdad querés aprender? Te mando a una profesora”. Me encantó. Y no paré. Somos la aguja y yo, un solo corazón. Es algo que tengo incorporado a mi vida porque es un tema de estética también, que va mucho más allá de la costura. Soy costurera porque toda mi vida ha sido alrededor de la costura, pero nunca cosí para afuera. Empezó como un hobby, porque me hacía todo: desde el uniforme del colegio hasta el vestido para una fiesta, todo, absolutamente todo. ¿Y cómo fue que los sombreros te flecharon en Londres? Cuando llegué, empecé a tomar cursos de diseño, de marketing, de bordado, de moda. Pero, un día, me aburrí. Yo ya sabía coser. “Lo que me falta es experiencia laboral. ¡Quiero trabajar con un diseñador de alta costura!”, pensé. Tenía dos desafíos: encontrar trabajo y hacer algo nuevo. Y ahí descubrí los sombreros. Porque, en Gran Bretaña, su uso es parte de la cultura. Fue dar con un mundo nuevo donde aplicar mi bagaje y no volver nunca más para atrás. Es un universo tridimensional porque, si bien estás todo el día con la aguja, trabajás con nuevos materiales y de distinta forma.
Debe haber sido un desafío abrir ese nicho de mercado en la Argentina... Cuando volví, era el desierto y la llanura. Porque aunque es cierto que hay mucho talento en el país, cuando se viene de una meca de la moda, una tiene que luchar contra la corriente, contra los prejuicios. Me pregunté: “¿Cómo puede ser que aquí no haya sombrereras jóvenes?”, porque las que había tenían más de 80 años. Como no veía que en Buenos Aires estuviera el concepto de diseño para la cabeza, me contacté con Bárbara Diez (NdE: Cotizada wedding planner, actual Primera Dama porteña), quien me dio un gran puntapié. Me dio una lista de contactos y así empecé. Luego llegó mi trabajo para los diseñadores Fabián Zitta, Laurencio Adot, Vero Ivaldi y Pablo Ramírez. ¿Qué te inspira? Todo. Cuando hice una colección para Fabián Zitta que tenía que ver con las mujeres de la Revolución Francesa, pensé en esos peinados, en esas pelucas, y empecé a hacer cosas para arriba siguiendo ese movimiento. Pero me inspiro en cualquier cosa: me paro en la calle y me quedo mirando un edificio porque me gustan las líneas, o un árbol, porque tengo otra sensibilidad y otra visión. Es inspirarme sin mirar lo que hace el resto. Claro que hay ciertos sombreros, ciertas formas, que marcan tendencias, como el saucer hat y el sombrero botón. Pero siempre hay que hacer lo que a una le gusta. ¿Acá encontraste fácil los materiales a la altura de tus diseños de alta costura? Me costó mucho Buenos Aires. Una de las prime-
REINA MÁXIMA “Nunca la vi en persona, pero nuestras familias se conocen. Entonces, si le quiero enviar un sombrero porque me inspira, porque es su cumpleaños o lo que fuera, llamo a la madre. Ha usado varias veces mis diseños, pero es difícil trabajar a distancia y mantener la constancia. A mí me divierte trabajar con la mujer mano a mano, ver qué se va a poner. Pero Máxima ha sido siempre amorosa: tengo un montón de tarjetas de agradecimiento escritas por ella”.
ras personas que conocí fue María Auzmendi, sombrerera del Teatro Colón. ¡Es una genia! Siento que hablamos el mismo idioma. Enseguida nos entendimos, me tiró un par de puntas de qué materiales usar y fui averiguando. No puedo depender de la importación, pero traigo los materiales finos de mis sombreros de afuera porque acá no hay industria que los produzca. Puedo usar alguna rafia de tapicería, porque tuve que adaptarme a este mercado. A la hora de diseñar a pedido, ¿qué detalles tenés en cuenta? Cómo es la clienta: si es tímida o es dada. Luego, su físico y rostro. Tengo que ver todo, desde la actitud hasta el cuerpo, también qué ropa y accesorios usará y cómo se va a peinar. Es como un asesoramiento integral de imagen. ¡Muy divertido! Por eso, cuando la clienta se lleva un sombrero, se lleva también mi educación, mi gusto, todo lo que incorporé durante estos años. ¿Considerás que un sombrero de alta costura es una obra de arte? Sí, porque una cosa es hacer un sombrero para taparse del sol, como una capelina, y otra cosa es hacer un sombrero pensado en función de una ocasión especial. Además de tu rol de pionera, estás formando discípulas... Doy talleres a mujeres de 20 a 70 años. Algunas son artistas, otras joyeras, y siempre hay algo que me aportan. Así, se ha armado una nueva generación, tal como en Gran Bretaña, donde hay especialistas con características muy marcadas. Es una actividad que está floreciendo, porque hay mercado para todos. Y a mí me maravilla. ¿Por qué las argentinas todavía no adoptaron al sombrero como parte del guardarropas? Las argentinas son un poquito aburridas, porque son pacatas, les da vergüenza y tienen un montón de pruritos. “¡Me van a mirar!”, me dicen. Y sí: si te ponés un sombrero, te van a mirar. Pero la verdad es que te lo ponés y te transformás. Porque un sombrero completa, estiliza, te hace más elegante. Es un accesorio que marca una diferencia. ¿Tu argumento ganador? Que lo intenten, porque hay un sombrero para cada cabeza. Es mentira eso de: “No me quedan bien”. Hay que probar. Y empezar por algo que no intimide, que sea urbano. ◆ CLASE
<27