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Los obscuros

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Desde el cielo

Desde el cielo

La fruta estaba hecha para que la gustáramos, para olerla y gozar su lozanía; pero nosotros no podíamos comprarla. El sol estaba hecho para amar nuestra piel, estremecer la vida de todo nuestro cuerpo; pero a nuestra guarida el sol no entraba. El pan de cada día, en fin, estaba hecho para hablarnos todas las mañanas de campos fecundados; pero sólo comíamos con mendrugos duros y agrios. También había música y otras cosas dulces, pero habitaban en el aire alto y nosotros sólo captábamos sus ecos. Nos debatíamos en la cueva obscura, en el cuartucho húmedo donde la única verdad es la Miseria.

Entonces, no aprendimos el himno de alabanza, y la sonrisa en nuestros labios era una flor enferma.

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Dicen que Dios hizo a los hombres iguales y semejantes a él en armonía y en belleza, ¿cómo es entonces, que ahora formemos este vértice inmundo del que huyen todas las miradas y contra el que se vuelven bruscamente las espaldas? –Hablo por boca del que se arrastra por húmedos rincones de morada siniestra. Dice que de él también era la tierra.–¿Quién hurtóme el rojo clavel, llamarada impetuosa; quién bloqueó mis salidas quién me esperaba aún antes de pensar nacer con la triste cadena?

No estuvo equilibrada en mi balanza la desdicha, con la bienaventuranza.

Te regalo de antemano mis huesos, para que hagas con ellos trémulas flautas que canten elegías mientras a blanca mesa se sientan prósperas familias

y hay sol, y hay pan, hay fruta. Pero llora, es verdad, en todo el aire trémula flauta, su llanto innumerable.

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