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Testigo de su tiempo, mensajero de la memoria, Gabriel Chávez Casazola

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Desde el cielo

Desde el cielo

Testigo de su tiempo, mensajero de la memoria

Gabriel Chávez Casazola 1

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“La materia del canto es la memoria”, escribe en uno de sus más bellos poemas el mexicano Eduardo Langagne. Muchas veces me he preguntado si nosotros mismos no somos memoria también. Un trivial accidente, una caída, un ictus –pequeño vaso rojo rompiéndose en nuestros cerebros–, pueden borrar (todos o parte de) nuestros recuerdos y hacer que, en cierta medida, dejemos de ser lo que somos, lo que éramos antes. Si no recuerdo quién soy y lo que viví, entonces: ¿soy?, ¿viví?

La propia condición del Alzheimer o la pérdida natural de la memoria que trae la vejez consigo, entregan, a quienes las padecen, a una gradual disolución del yo. Tal la amnesia no deseada, pero existe la que se desea con ardor. Quienes cargan un grave remordimiento o un amor maldito suelen suplicar –tango o bolero– el arribo del piadoso olvido, que les permitiría volver a ser los que eran antes de ese crimen, de ese amor. E incluso hay quienes, no pudiendo olvidar, se matan, atormentados, buscando eliminar su yo –tan indiscernible es éste de sus memorias– para así, por fin, descansar; esto es, dejar de recordar.

Los psicólogos aportarán aquí una línea, señalando que si podemos sobrevivir es porque podemos olvidar, ya que lo estamos haciendo todo el tiempo, de manera inconsciente: depurando y organizando recuerdos, elaborando el olvido, elaborando nuestro incesante duelo del yo, de alguno de nuestros yoes, pues nos vamos reinventando constantemente según vamos olvidando, es decir, eligiendo qué recordar.

“La materia del ser humano es la memoria”, podríamos decir entonces. Memoria e identidad van de la mano. Es más, como afirma, en tono preceptivo, Julio de Zan:

La memoria es elemento constitutivo de la propia identidad. Un sujeto que viviera solamente el presente, o el anhelo de un futuro soñado, sin detenerse a rememorar su pasado, no sabría quién es. La disociación o

1 Poeta, escritor, y periodista boliviano.

Página 94: Mariano Baptista rodeado de una parte de su colección de giocondas, ubicada en el baño de visitas de su casa.

la negación del propio pasado, que no asume las acciones cometidas, sus consecuencias o las palabras dadas, y, en general, lo ya sido de uno mismo, son maneras de eludir toda responsabilidad y de construirse una falsa inocencia. El niño es inocente porque no tiene pasado ni memoria, pero ya no podemos transformarnos en niños, como pretendía Nietzsche. Mantener viva la memoria de quién hemos sido, de cómo hemos obrado en el pasado y de las promesas que hemos hecho hacia el futuro, es lo primero que se requiere para hacernos cargo de la propia realidad. 2

Aunque casi nadie la canta –hemos olvidado (¿por qué será?) esa precisa parte–, el Himno Nacional boliviano tiene una estrofa que dice: Esta tierra inocente y hermosa / que ha debido a Bolívar su nombre / es la patria feliz donde el hombre / goza el bien de la dicha y la paz. ¿Será Bolivia una tierra inocente? (hermosa lo es, sin duda, a pesar de que sigan talando sus bosques). Tal vez lo fue algún día, como todas las tierras, como todos los pueblos, si nos situamos en una perspectiva entre idealista y romántica. O, ya menos inocentemente, si aceptáramos equiparar el desarrollo de las culturas humanas al de los individuos, como el darwinismo social proponía al hablar de “los pueblos niños”, que como tales niños serían inocentes aunque, por desdicha o por fortuna, según cómo se mire, de forma inevitable tendrían algún día que civilizarse, es decir, crecer: perder la ‘inocencia’ primigenia, asumir responsabilidades, hacerse cargo de la propia realidad.

Esa es la visión subyacente en la carta que José Enrique Rodó le dirigió a Alcides Arguedas a propósito de Pueblo enfermo:

Los males que usted señala con tan valiente sinceridad y tan firme razonamiento, no son exclusivos de Bolivia; son, en su mayor parte, males hispanoamericanos: y hemos de considerarlos como transitorios y luchar

2 En “Memoria e identidad”, Tópicos. Revista de Filosofía de Santa Fe, Argentina. Nº 16, 2008, pp 41-67.

Entonces, ¿la materia de un país es la memoria? Tal vez la respuesta sea afirmativa, y en el espejo de los libros de Baptista Gumucio, como en el de otros pocos autores, podamos ver a nuestro país tal como es porque podemos verlo tal como fue.

contra ellos animados por la esperanza y la fe en el porvenir. Usted titula su libro: PUEBLO ENFERMO. Yo lo titularía: Pueblo niño... Es concepto más amplio y justo quizás y no excluye, sino que, en cierto modo, incluye al otro; porque la primera infancia tiene enfermedades propias y peculiares, cuyo más eficaz remedio radica en la propia fuerza de la vida (…). 3

Y esta misma es la visión refutada por Lévi-Strauss en Raza e historia, interpelando al que llamaba pseudo-evolucionismo; para él, a pesar de las apariencias, no existen los pueblos niños: todos son adultos. Incluso aquellos que no han conservado el diario de su infancia y su adolescencia 4 . Esto es, aun aquellos que no han registrado y preservado la historia de su crecimiento; lo que para Lévi-Strauss, como veremos enseguida, equivale a no haber sistematizado y acumulado experiencia:

Sin duda podríamos decir que las sociedades humanas han utilizado desigualmente un tiempo pasado que, para algunas, incluso habría sido tiempo perdido; que unas trabajaban por cuatro mientras que otras vagaban a lo largo del camino. Así llegaríamos a distinguir entre dos clases de historias: una historia progresiva, adquisitiva, que acumula los hallazgos y las invenciones, y otra historia quizá igualmente activa y que utiliza los mismos talentos, pero que carecería del don sintético, que es el privilegio de la primera. Cada innovación, en lugar de añadirse a las anteriores orientadas en el mismo sentido, se disolvería en una especie de flujo ondulante que nunca llegaría a separarse por mucho tiempo de la dirección primitiva. 5

He aquí que la memoria vuelve a asomar su vieja sonrisa de gato de Chesire, pues ella, entendida esta vez en sentido colectivo, es la que marcaría la diferencia

3

4 5 Publicada por el propio Alcides Arguedas en la advertencia a la tercera edición de Pueblo Enfermo, Santiago de Chile: Ercilla, 1937, aparecida poco después de la Guerra del Chaco. La primera edición salió a luz en 1909. Claude Lévy-Strauss, Raza y cultura, Madrid: Atalaya, 1999, p.59. Ibíd.

Foto Mauricio Zaballa

entre caminar aprendiendo y caminar divagando; entre saber qué pueblo fuiste y qué historia viviste, y por ende conocer qué pueblo eres ahora (incluso para poder negarse o reinventarse), o ignorarlo y reiniciar siempre la búsqueda, quedando expuesto a repetir el ayer y el anteayer disueltos en el olvido.

No vamos a entrar aquí a debatir las concepciones lineal y circular de la historia (o de las historias) que, posiblemente, algunos de los lectores tengan ya en la punta de la mente ni profundizar en cuestiones antropológicas, sociológicas u otras sobre el desarrollo de las culturas. La intención de estas líneas es otra y su abordaje también, más lúdico y libre pero no por eso menos digno de atención (la academia, como las personas adultas del Principito hicieron con el astrónomo turco, suele pensar que sólo las cosas escritas o dichas de cierta manera tienen la debida gravedad, es decir, la seriedad y el peso requeridos. Volveremos a esto más adelante por razones que hacen al núcleo de este texto).

À propos de lo tratado más arriba –y de lo lúdico–, recuerdo que un amigo arquitecto y poeta solía aseverar, varios años atrás (ahora sería políticamente incorrecto), que las mujeres y los pueblos se parecen porque no tienen memoria. Lo decía, creo, porque alguna musa suya, una bailarina para más señas, había reincidido en un amor que no era, obviamente, el suyo. Pese a lo interesado de su juicio, tal vez en lo que hace a los pueblos tenga algo de cierto (como también en lo concerniente a las mujeres y por supuesto también a los varones, si de amores se trata). Y aquí estamos condenados a repetir el gastado adagio que dice –lo sabemos de memoria– que los pueblos que olvidan su historia están

condenados a repetirla, con sus disueltos errores y, por qué no, también con sus disueltos aciertos, cual los enamorados cuando tropiezan con la misma piedra; adagio o sentencia que éstos –los amantes, pero también los pueblos– suelen echar al olvido.

Una vez, cansado de su retahíla, le sugerí a aquel amigo que regalara a su olvidadiza musa un post-it para ayudarla a recordar, haciendo así un guiño a García Márquez y su peste del insomnio que era, al mismo tiempo, la peste del olvido:

“Fue Aureliano quién concibió la fórmula que había de defenderlos durante varios meses de las evasiones de la memoria. La descubrió por casualidad. Insomne experto, por haber sido uno de los primeros, había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: “tas”. Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola”. 6

—Ojalá eso funcionara con las mujeres, –me contestó el poeta arquitecto. —Y ojalá funcionara con los pueblos, –le repliqué. Ahora, muchos años más tarde,

6 García Márquez, Gabriel; Cien años de soledad, Buenos Aires: Sudamericana, 1977, p.47

pienso que sí funciona con estos últimos. Parva, paulatinamente, a escala de una pequeña masa crítica quizás, pero lo hace.

Me convencí de ello siguiendo la trayectoria y las publicaciones de Mariano Baptista Gumucio 7 , que como un inquieto e incombustible Buendía ha ido entintando y marcando en páginas, durante el último medio siglo, sus recuerdos, impresiones y lecturas acerca de personajes, autores, acontecimientos y obras relevantes para Bolivia que, de otra manera, estarían prácticamente olvidados o de los que se tendría una idea muy vaga, apenas una referencia brevísima en un texto escolar o la vana repetición de nombres despojados de sustancia.

Estoy seguro de que muchos bolivianos han descubierto (y varios leído con interés y hasta dedicación después) a Franz Tamayo, Alcides Arguedas y Carlos Medinaceli –todos ellos escritores capitales de nuestra tradición– de la mano de Mariano Baptista, gracias a Yo fui el orgullo 8 , Alcides Arguedas 9 y Atrevámonos a ser bolivianos 10 , los libros –hoy referenciales y fuente de consulta obligada– que publicó sobre cada uno de ellos, respectivamente 11 .

Estos libros son similares en propósito y método de elaboración –aspectos que consideraremos más abajo– a los que dedicó a otros escritores relevantes

7 Escritor, periodista, historiador, pedagogo, hombre de Estado, diplomático, gestor y divulgador cultural boliviano, nacido en 1933 en Cochabamba. Reside en la ciudad de La Paz. 8 Yo fui el orgullo (vida y pensamiento de Franz Tamayo), La Paz-Cochabamba: Los Amigos del

Libro, 1978; recientemente reeditado por Plural, La Paz, 2015. 9 Alcides Arguedas: Juicios bolivianos sobre el autor de “Pueblo enfermo”, La Paz: Amigos del Libro, 1979. 10 Atrevámonos a ser bolivianos (vida y epistolario de Carlos Medinaceli), La Paz: Biblioteca Popular

Boliviana de “Última Hora”, 1979; también recientemente reeditado por Plural, La Paz, 2012. 11 De Medinaceli preparó y publicó también una antología con el título La alegría de ayer (poesía y prosa de Carlos Medinaceli), La Paz: Editorial Artística, 1988; de Arguedas la selección Alcides Arguedas, Cartas a los presidentes de Bolivia, La Paz, Biblioteca Popular de

“Última Hora”, 1979; y de Tamayo dos libros: Franz Tamayo, Obra escogida. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979; y Mi silencio es más que el mar que canta. Polémicas, artículos de prensa, mensajes y prólogos y conferencias de Franz Tamayo. La Paz, “Última Hora”, 1995.

Foto Mauricio Zaballa

como Augusto “El Chueco” Céspedes (Evocación de Augusto Céspedes 12 ), Augusto Guzmán (Mis hazañas son mis libros) 13 y al tan sutil como singular Man Césped 14 , que de no ser por Madre naturaleza, vuélveme árbol 15 acaso estaría del todo olvidado. Y semejantes también, en los mismos aspectos, a los títulos, entre biografías y antologías, que trabajó como compilador y editor buscando conservar la memoria de políticos bolivianos como Mariano Baptista Caserta, su abuelo, que fuera presidente de la República 16 , Carlos Montenegro 17 , Sergio Almaraz 18 , José Cuadros Quiroga 19 , los

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19 Evocación de Augusto Céspedes, La Paz: Caraspas, 2000. Mis hazañas son mis libros (vida y obra de Augusto Guzmán), Cochabamba, Los Tiempos, 1990, reeditado en La Paz; Plural Editores, 2000. Este libro y el anterior sobre Céspedes fueron reunidos más tarde en un solo volumen con el título Los dos Augustos de la literatura boliviana, Cochabamba, Kipus, 2008. De nombre original Manuel Céspedes, por cierto tío de Augusto Céspedes, aunque sus temperamentos no podrían haber sido más opuestos. Madre naturaleza, vuélveme árbol (vida y pensamiento de Man Césped), La Paz: Amigos del Libro, 1979. Páginas escogidas de Mariano Baptista Caserta, La Paz-Cochabamba: Amigos del Libro, 1975. Prominente conservador, ocupó la Presidencia entre 1892 y 1896. Montenegro el desconocido, La Paz: Biblioteca Popular Boliviana de “Última Hora”, 1979. Para abrir el diálogo (antología sobre Sergio Almaraz), La Paz-Cochabamba: Los amigos del Libro, 1979. José Cuadros Quiroga, inventor del Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr), La Paz: s.e., 2002. La participación activa de Baptista Gumucio en los primeros años de gobierno del mnr, habiendo llegado a ser secretario privado del presidente Paz Estenssoro entre 1953 y 1956, y más tarde candidato vicepresidencial en 1966, tras la caída de ese partido, lo convierten (aspecto en el que incidiremos más adelante) en un testigo privilegiado de esos momentos de la historia de Bolivia y de otros posteriores donde le tocó actuar como Mi

presidentes Víctor Paz Estenssoro 20 y Walter Guevara Arze 21 ; así como, aunque tengan una envergadura menor, a sus biografías breves de otras personalidades como Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, Gabriel René-Moreno 22 y su arrojado contemporáneo Joaquín Aguirre Lavayén 23 ; amén de los perfiles reunidos en Bolivianos sin hado propicio, donde incluye, además de varios nombres de los ya mencionados, a Manuel Aniceto Padilla, Humberto Vásquez Machicado, Walter Montenegro, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Gunnar Mendoza, Alberto Crespo Rodas y otros más actuales 24 .

nistro de Estado, como el gobierno del Gral. Alfredo Ovando Candia entre 1969 y 1970, y el breve gobierno democrático de Walter Guevara Arze entre agosto y noviembre de 1979.

Dada su afinidad inicial con el mnr, del que después tomó distancia, no es de extrañar que casi la totalidad de los políticos y pensadores de quienes escribió biografías o publicó antologías correspondan a la primera generación de ese partido, incluso tratándose de escritores como Céspedes o Guzmán. 20 Víctor Paz Estenssoro, testimonios de sus contemporáneos, Cochabamba: Ed. Opinión, 2001. 21 Walter Guevara Arze. Fragmentos de memoria, La Paz: Garza Azul, 2002. 22 De René-Moreno publicó asimismo la antología Páginas escogidas de Gabriel René Moreno, Santa Cruz, Fondo Editorial Gobierno Municipal de Santa Cruz, 2008. Y de Arzáns, una selección de textos de su Historia de la Villa Imperial de Potosí bajo el título El mundo desde

Potosí, Vida y reflexiones de Bartolome Arzáns de Orsúa y Vela (1676-1736), Santa Cruz:

Banco Santa Cruz, 2001, incluida en formato digital en la Biblioteca Cervantes Virtual http:// www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-mundo-desde-potosi-vida-y-reflexiones-de-bartolome-arzans-de-orsua-y-vela--0/html/f593b06-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html 23 Estas últimas tres biografías, con los títulos Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela Cronista de

Potosí. El hombre que imaginó un país; Gabriel René Moreno Príncipe de las letras bolivianas; y

Joaquín Aguirre Lavayén El humanista que le dio un puerto a Bolivia, fueron publicadas en una colección de biografías breves de Editorial Kipus, Cochabamba, 2005, reeditadas en 2013. 24 No incluyo en esta lista de sus retratados, aunque bien podría figurar en ella, a un personaje inusual: el palacio de gobierno de Bolivia. En su Biografía del Palacio Quemado, La Paz,

Editora Siglo, 1984, reeditada y ampliada en Cochabamba: Kipus, 2012, la protagonista es esa fría casona de la Plaza Murillo, que tantas cosas ha visto pasar entre sus paredes y alrededor de ellas.

Escogí con deliberación la palabra ‘personalidades’ por dos razones. La primera, porque Baptista, lo ha dicho él mismo, elige a sus retratados movido por la admiración, y resulta evidente que a quienes admira 25 –sean escritores, intelectuales, políticos o periodistas– es a personas de talento y carácter o, más precisamente aún, a bolivianos de talento y carácter; individuos que, desde su perspectiva, supieron sobreponerse con denuedo, gracias su personalidad, a un entorno adverso y no se dejaron aplastar o anonadar por él, las más de las veces; que se atrevieron a ser bolivianos incluso pese a Bolivia 26 ; pues ella, no en cuanto tierra inocente y hermosa sino como comunidad organizada, es para nuestro autor un país sin hora y sin aurora 27 , que maltrata o ignora a sus mejores hijos 28 . ¿Y no es verdad acaso?

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28 Aunque esa admiración (o afecto, en el caso de quienes fueron sus amigos) no le impida, en absoluto, tomar distancia de ellos en algunos aspectos o incluso cuestionarlos explícitamente. Es más, suele insertar en sus biografías y antologías textos muy críticos para con los retratados, escritos por autores que fueron sus rivales políticos o que no compartieron sus ideas, en una apuesta por la objetividad muy propia de un periodista. Por ejemplo, en el caso del libro dedicado a su amigo Augusto Céspedes, llega a insertar extensos fragmentos de las memorias de su hijo Alejo Céspedes, que no dejan bien parado al escritor en cuanto padre de familia pero permiten tener una mirada cercana y certera de su peculiar intimidad familiar. Para conocer de un modo menos convencional y más desenfadado la historia del país, recomiendo una obra de Baptista que debería figurar en toda biblioteca boliviana que se precie de tal: Otra historia de Bolivia, publicada por primera vez en 1982 y luego en una edición ampliada y actualizada en Cochabamba: Kipus, 2010. Su lectura, a mis tempranos once o doce años, fue una revelación que la vida y la política nacional se han encargado de recordarme a menudo. Para tener una idea de la inusual estructura de este libro de historia citemos los sugestivos nombres de algunos de sus capítulos: Los violentos; Los enfermos; Los envidiosos; Las mujeres: Los ahijados y Los secretarios… Este verso de Tamayo da título a un libro de artículos de Baptista: País sin hora y sin aurora, La Paz: Editorial Artística, 1987. Ha publicado otros varios volúmenes con compilaciones de sus columnas y artículos periodísticos. No en vano se titula así el mencionado Bolivianos sin hado propicio, en agria alusión al Himno Nacional y lamentando la doble desdicha, pregonada por Óscar Cerruto, de haber nacido bajo este sol y ser artista (o en este caso, simplemente alguien que sale del montón).

La segunda, porque después de leer estos títulos no nos queda en la cabeza sólo una síntesis valorada de lo que hicieron, pensaron y/o escribieron los retratados –la que sería, digamos, la finalidad explícita de estas obras, y con que se cumpliera podríamos ya sentirnos satisfechos– sino también, y sobre todo, nos invade una cierta impresión de haberlos conocido, de haberlos tratado personalmente.

Baptista es capaz de transmitirnos, pues, la personalidad de sus retratados, lo que no es fácil de lograr, dándole así un valor muy especial a sus libros; es más, quizá se trate de su mayor valor, junto al de ofrecer acceso directo, ‘guiado’ y comentado a una serie de fuentes que para el lector común, y aun para el investigador especializado, no resultan en modo alguno fáciles de consultar, pues de hecho algunas son ahora inabordables, dado que se trata de fuentes de viva voz, muchas ya fallecidas, a las que Baptista trató personalmente, ya que buena parte de su secreto es haber sido un amigo de sus retratados y un testigo privilegiado, o en varios casos un actor, de los sucesos que relata.

Para que todo esto pueda suceder son fundamentales el propósito y el método –a los que me referí antes, enunciativamente– con los que se elaboraron estos libros. Cuando digo propósito me refiero a que, con toda claridad, Baptista trabaja con una misión: evitar que el agua borre lo que había dictado el fuego, para decirlo en palabras de Sor Juana. Esto es, evitar que el olvido diluya la memoria, las memorias: la suya propia y la colectiva. Que el ancucu 29 y la polilla de los que hablaron René-Moreno y Medinaceli, y sus versiones actuales: el reciclado físico (a cargo de las fábricas de papel sanitario) y el reciclado moral (a cargo de las fábricas de amnesia colectiva, como lo son, lamentablemente, muchos medios de comunicación) no puedan hacer lo suyo o, al menos, no puedan hacerlo del todo.

Para impedirlo, Baptista –con la modestia que le caracteriza y que le conocemos quienes lo hemos tratado de cerca– asume el rol de testigo de su tiempo

29 Dulce de maní, que se envolvía con papel, muchas veces con retazos de documentos o cartas.

(he aquí el periodista y el político) y de manera incesante –lo dije más arriba: “como un inquieto e incombustible Buendía”– entinta hojas de papel con lo relevante que ha visto y vivido, y lo hace con un estilo propio y particular (aquí el escritor). Y como lo que ha visto y vivido y leído y escrito se vuelve pronto cosa del pasado, el testigo de su tiempo se convierte en una suerte de heraldo o, dicho más sencillamente, de mensajero de la memoria (aquí el historiador). 30

Su método es, evidentemente, heterodoxo y le ha acarreado, ahora menos que en años pasados, muchas críticas desde la orilla académica, en especial de parte los historiadores de profesión. Es verdad: Baptista no escribe con aparato crítico, con un sistema convencional de citas y referencias 31 . En ese sentido, no es riguroso y es patente que no pretende serlo. Sus libros combinan, a piacere, el ensayo y el comentario propio con citas e insertos, a veces muy extensos, de textos ajenos. Es difícil determinar, a primera vista, cuándo se trata de biografías por él escritas que contienen numerosos fragmentos de otros autores y cuándo de antologías de textos de otros autores que contienen introducciones y glosas suyas.

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31 Estas tres facetas de su personalidad, más su inquietud pedagógica, se reunieron cuando, entre 1972 y 1982 dirigió por primera vez el vespertino “Ultima Hora” de La Paz, donde fundó la Biblioteca Popular, que editó más de 50 volúmenes de autores bolivianos con un total de 400.000 ejemplares. Allí editó también la revista Semana, un suplemento de gran calidad periodística y literaria que además ventiló, con los desnudos de su portada, el aire gris de la época. Los adolescentes de los tempranos 80 le estamos agradecidos. No en vano se le llamaba “la Playboy de los pobres”. Por cierto, de esta labor deberían encargarse las editoriales que publican sus libros. Tal vez no las que hicieron sus primeras ediciones, cuando la labor editorial en Bolivia era aún rudimentaria, pero sí las actuales. Incluso en ediciones recientes no faltan erratas que puede descubrir un ojo medianamente perspicaz, así como algunos problemas de estructura. Al respecto, si algo se le puede reprochar a Baptista Gumucio es no haber contratado a un editor que cuide de estos detalles. Es sabido que numerosos autores no se ocupan de estas cuestiones, que tienen su importancia, sino sólo de la labor creativa, frente a la cual las otras son bagatelas. Para eso existen los editores.

Mural pintado, en una fiesta de cumpleaños, por los hermanos Raúl y Gustavo Lara para Mariano Baptista.

Sin embargo, nadie que lo haya leído podrá decir que hay engaño en sus libros. Siempre sabemos quiénes son sus fuentes; están declaradas aunque no citadas a pie de página. Y siempre sabemos que su método es el collage. Como si de un pintor se tratara, Baptista selecciona fragmentos propios y ajenos (toda una silva de varia inventio, por cierto: entrevistas, memorias, diarios, cartas, artículos, notas y un largo etcétera, no en vano él es eso que se llamaba otrora un papelista) y así va armando el retrato que quiere presentar a ojos de sus lectores.

Aunque haya quienes piensen que es sencillo, se trata, sin duda, de un trabajo de detalle y morosísimo, que requiere tener a mano todas las fuentes de consulta; muchas de ellas, al ser él, como dijimos, un testigo y actor de su tiempo, están en los cajones de sus estantes o simplemente en su mente, pero muchas otras sólo ha podido conseguirlas durante años de recolección y búsqueda, que le han supuesto onerosas gestiones, viajes y hasta adquisiciones de archivos y objetos que luego dona desinteresadamente (pues además es gestor cultural, y como tal ha dedicado los años más recientes de su vida a hacer museos) 32 .

Y así, gracias a esta labor de recopilación y collage documental y bibliográfico, y a la ‘goma’ con que une esas partes: su privilegiada memoria, es posible que cada una de sus muchas obras –pues además de papelista es un polígrafo, otro oficio en desuso– sea tan vívida y pueda transmitirnos esa sensación de permanente actualidad del pasado, de cercanía a las personas, ideas y sucesos de los que trata, acercándonos al mismo tiempo a numerosas fuentes, como anotamos, de difícil o ya imposible acceso.

Vuelvo aquí al principio: frente a los adanistas –Marcelo Quiroga Santa Cruz identificó al adanismo como un mal nacional– que quieren, de tanto en

32 Es creador del museo Franz Tamayo y de la Galería de Escritores Paceños en La Paz; del Museo de Ingavi en Viacha; de la galería sobre Gabriel René-Moreno en la universidad del mismo nombre en la ciudad de Santa Cruz; del Museo Histórico de Trinidad y del salón dedicado al Mariscal Antonio José de Sucre en la Casa de la Libertad de la Capital.

Foto Mauricio Zaballa

tanto, reiniciar 33 la historia boliviana desde cero (“donde cada innovación, en lugar de añadirse a las anteriores orientadas en el mismo sentido, se disolvería en una especie de flujo ondulante que nunca llegaría a separarse por mucho tiempo de la dirección primitiva” como anotaba Lévy-Strauss 34 ) Baptista Gumucio nos propone unir a nuestros talentos el “don sintético” que permite construir “una historia progresiva, adquisitiva, que acumula los hallazgos y las invenciones” 35 . Es decir, nos propone dejar de caminar divagando y comenzar a caminar aprendiendo. Para eso le pone nombre a las cosas; entinta los personajes, las ideas y los sucesos; pega post it en las paredes de las bibliotecas; compone retratos de personalidades y de épocas. Él mismo hace gala de ese ‘don sintético’ en sus obras: tal es su método. Y al transmitirnos memoria, construye identidad: tal es su propósito. Hace ya varios años, cuando la política aún no había privado al periodismo de su aguda pluma, Walter Chávez escribió un texto que no tiene desperdicio, vindicando a Mariano Baptista Gumucio frente a algunos críticos del momento. No voy a transcribir la parte más sabrosa, para que los lectores, contagiados del espíritu de “El Mago”, como Baptista es apodado desde siempre, puedan acudir

33

34 35 Me tienta escribir el neologismo ‘resetear’ o incluso ‘reformatear’, como si eso fuera posible de hacer con una colectividad organizada que ya lleva cerca de 200 años de camino, sin olvidar todos los siglos anteriores, precolombinos y coloniales. Claude Lévy-Strauss, Raza y cultura, Madrid: Atalaya, 1999, p.59. Ibíd.

a la fuente directa 36 . Sólo tomo un fragmento con el que quiero ir cerrando este ensayo:

El Mago es un pedagogo, un antologador, un Sansón del papel y del archivo, por eso muchos de sus libros son una especie de recherche du temps perdu. Cuando otros se desviven por endilgar a la posteridad sus magníficas mediocridades, él nos acerca a nuestros clásicos, que a estas alturas, es verdad, están muy desclasificados en el rotundo mercado del libro. La discreción de Ribeyro decía que no hay mayor felicidad que hacer leer a los demás textos que no son de uno. Mariano Baptista Gumucio también obra bajo esa magia, eso es lo que lo hace un intelectual importante y querible. 37

Y concluyo con unas palabras del propio Baptista, mensajero de la memoria, dichas respondiendo a mi pregunta por la motivación y el sentido de toda la obra que ha desarrollado hasta ahora, es decir, por la obra de su vida:

Creo haberme inspirado en figuras como René-Moreno y Gunnar Mendoza, con quien trabajé apenas salí de la Secundaria. Ambos tenían en mente a Dante que arrojó a los infiernos a los indolentes que nada hicieron en vida: ‘manada miserable indigna de elogio o vituperio’. Entre ambos completaron un siglo de servicio incansable a la cultura boliviana. Yo he tratado de imitarlos en la medida de lo posible pues no tuve el sosiego que brinda una biblioteca a la que acudir todos los días como hicieron esos maestros.

Creo que (el aporte que hice al país) consiste en la recuperación del pensamiento y vida de una docena o más de autores desde la colonia hasta nuestros días, indispensables para la comprensión de lo que es Bolivia hoy.

36 Fiel a su método, para ahorrarnos incluso esta tarea (ir a una hemeroteca y revisar todos los ejemplares del semanario “El juguete rabioso” uno por uno) el propio Baptista publicó el artículo como pórtico de su libro Bolivianos sin hado propicio. La Paz, s.e., 2002, pp.7-8. 37 Ibíd. p.8

Nada más pero nada menos. Entonces, ¿la materia de un país es la memoria? Tal vez la respuesta sea afirmativa, y en el espejo de los libros de Baptista Gumucio, como en el de otros pocos autores, podamos ver a nuestro país tal como es porque podemos verlo tal como fue.

Transmitir memoria es, ya lo apuntábamos (y “el Mago” lo entendió perfectamente desde su juventud), construir identidad. Acaso lo descubrió aquí, en este fragmento de un cuento escrito cuando él era un niño y publicado por vez primera en 1936, con la Guerra del Chaco y su sangre y su sed todavía frescas:

¡Las palabras! Son lo más inútil y lo más cierto de la creación, por eso yo quiero escribir. Yo sé que los hombres nacemos con un destino de palabras y mientras no las hayamos vaciado no podremos morir porque aún no habremos vivido. Nuestro mundo existe sólo durante un millonésimo de segundo para dar lugar al nuevo hecho, pero los renglones lo pueden enjaular y entonces el hecho –dolor, sombra o muerte– ya es nuestro, ya es permanente y manso (…) Lo que se hizo y no se dijo no ha existido. 38 G

38 Céspedes, Augusto; “Seis muertos en campaña” en Sangre de mestizos, Santiago de Chile, Nascimento, 1936. Mariano Baptista reproduce parte de este fragmento al abrir su ya citada Evocación de Augusto Céspedes, mostrando así la relevancia que tuvieron para él estas palabras.

baptistIANOS

Tres textos de otros tantos autores bolivianos que marcaron a fuego a Mariano Baptista Gumucio y, de manera decisiva, incidieron en la orientación de su vida y de su obra: Franz Tamayo, Carlos Medinaceli y Guillermo Francovich.

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