Testigo de su tiempo, mensajero de la memoria Gabriel Chávez Casazola1
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La materia del canto es la memoria”, escribe en uno de sus más bellos poemas el mexicano Eduardo Langagne. Muchas veces me he preguntado si nosotros mismos no somos memoria también. Un trivial accidente, una caída, un ictus –pequeño vaso rojo rompiéndose en nuestros cerebros–, pueden borrar (todos o parte de) nuestros recuerdos y hacer que, en cierta medida, dejemos de ser lo que somos, lo que éramos antes. Si no recuerdo quién soy y lo que viví, entonces: ¿soy?, ¿viví? La propia condición del Alzheimer o la pérdida natural de la memoria que trae la vejez consigo, entregan, a quienes las padecen, a una gradual disolución del yo. Tal la amnesia no deseada, pero existe la que se desea con ardor. Quienes cargan un grave remordimiento o un amor maldito suelen suplicar –tango o bolero– el arribo del piadoso olvido, que les permitiría volver a ser los que eran antes de ese crimen, de ese amor. E incluso hay quienes, no pudiendo olvidar, se matan, atormentados, buscando eliminar su yo –tan indiscernible es éste de sus memorias– para así, por fin, descansar; esto es, dejar de recordar. Los psicólogos aportarán aquí una línea, señalando que si podemos sobrevivir es porque podemos olvidar, ya que lo estamos haciendo todo el tiempo, de manera inconsciente: depurando y organizando recuerdos, elaborando el olvido, elaborando nuestro incesante duelo del yo, de alguno de nuestros yoes, pues nos vamos reinventando constantemente según vamos olvidando, es decir, eligiendo qué recordar. “La materia del ser humano es la memoria”, podríamos decir entonces. Memoria e identidad van de la mano. Es más, como afirma, en tono preceptivo, Julio de Zan: La memoria es elemento constitutivo de la propia identidad. Un sujeto que viviera solamente el presente, o el anhelo de un futuro soñado, sin detenerse a rememorar su pasado, no sabría quién es. La disociación o 1
Poeta, escritor, y periodista boliviano. Versiones de Baptista Gumucio |
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