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Sumario Nota editorial [3]

Matilde Casazola El latido de la rosa [7] Versiones de Casazola Matilde Casazola, en la voracidad de la noche, Magela Baudoin Pétalos del tiempo, Gary Daher Matilde, la casa está sola…, Juan Murillo Dencker Apuntes sobre Matilde, Cergio Prudencio Casazolianos Alma de las cosas, Jaime Mendoza Siempre, Ricardo Jaimes Freyre La partida, Primo Castrillo Primera persona Los cuerpos El ala rota Tierra Árbol Los obscuros [Este mi Dios tiene callos en los pies]

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Mariano Baptista Gumucio Heraldo de la memoria [65] versiones de baptista gumucio La llama incesante, Luisa Fernanda Siles Mariano Baptista Gumucio, primero periodista, Mónica Oblitas Un hombre sin espuma, Valentín Abecia López Testigo de su tiempo, mensajero de la memoria, Gabriel Chávez Casazola Baptistianos Habla Olimpo, Franz Tamayo Carta a José Enrique Viaña, Carlos Medinaceli El mito de Potosí, Guillermo Francovich primera persona Evocación familiar Augusto Céspedes El Palacio Quemado

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Edmundo Paz Soldán El precursor [133] versiones de paz soldán Edmundo en cuatro tiempos, Giovanna Rivero Literatura y generosidad, Sebastián Antezana Paisaje de catástrofe, Álvaro Bisama Tan lejos y tan cerca, Maximiliano Barrientos pazsoldianos Historia de la Villa Imperial de Potosí, Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela El pozo, Augusto Céspedes El aparapita de La Paz, Jaime Saenz primera persona Dochera La puerta cerrada Desde el cielo

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Número 1, mayo de 2016. issn 2415-2846

directora Magela Baudoin consejo editor Giovanna Rivero | Gabriel Chávez Casazola | Gary Daher | Juan Murillo Dencker | Paura Rodríguez L. | Magela Baudoin escriben en este número Giovanna Rivero | Álvaro Bisama | Sebastián Antezana | Maximiliano Barrientos | Cergio Prudencio | Gary Daher | Juan Murillo Dencker | Magela Baudoin | Luisa Fernanda Siles | Valentín Abecia | Mónica Oblitas | Gabriel Chávez Casazola fotografías Juan Murillo Dencker (Matilde Casazola y Mariano Baptista) | Mauricio Zaballa (Mariano Baptista) | Archivos personales de Edmundo Paz Soldán, Cergio Prudencio y Matilde Casazola diseño y maquetación: Sergio Vega Camacho imagen de tapa: Driving circles in my mind, acrílico sobre papel, 90x60 cm. de Sergio Vega Camacho

El Ansia argentina director: José María Brindisi editores: Lucas Adur, Federico Goldchluk, Guido Herzovich, Mariana Lerner, Edgardo Scott, Lara Segade secretario de redacción: Fernando Espinosa producción editorial: Silvia Badariotti diseño gráfico: Julián Fernández Mouján corrección: Valeria Iglesias

Agradecimientos especiales a

El aparapita de La Paz de Jaime Sáenz y El pozo de Augusto Céspedes se publican con la debida autorización de los herederos.

El Ansia, revista de literatura boliviana es una publicación de La máquina de escribir y Editorial 3600. Jardines del Urubó núm 31, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. elansiabolivia@gmail.com. Copyright © todos los derechos reservados, prohibida su reproducción parcial o total sin la previa autorización del editor.

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Con ansias

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Cuál la razón de ser de una (nueva) revista de y sobre literatura boliviana? ¿Cuál la necesidad, el ansia de crearla? El país desde el que escribimos, vasta porción de tierra y selva en el centro de Sudamérica, posee una rica tradición literaria y una vigorosa producción contemporánea, casi desconocidas, sin embargo, más allá de sus fronteras e incluso, parcialmente, dentro de ellas. Alejada de los circuitos editoriales internacionales, ausente hasta hace poco de sus catálogos, creciendo sin el espoleo de una crítica activa y sin el estímulo de políticas estatales y espacios de difusión que amplíen el número de sus lectores, la actual literatura boliviana goza, al margen de ello, de buena salud y sigue dando frutos en sazón. Sólo hay que saber ponerlos al alcance. Contribuir a esta visibilización es la tarea que hemos asumido, sin pretensiones pero sin apocamientos, como nuestra. Y queremos hacerlo poniendo en valor la literatura boliviana de manera reflexiva y crítica, aunque sin alejar a los lectores con academicismos. El rigor no tiene porqué ir de la mano de la ininteligibilidad o de una erudición de cita a pie de página. Queremos tomar, del periodismo –pues quienes hacemos El Ansia fuimos, antes (o además) de escritores, periodistas– su claridad y algunos de sus géneros: la crónica, la entrevista, la columna, y combinarlos con el ensayo literario, que seguirá siendo el plato fuerte y central de la mesa. Es una irreverencia, quizá, pero ese quiere ser otro de los sellos de la casa: una cierta provocación reposada. Otro lo será una toma de posición respecto al quehacer de la escritura, expresado en la selección de autores no necesariamente reconocidos por el canon interno, ajenos a su preceptiva estética. Esta revista –nuestra Ansia boliviana– nace suscitada por El Ansia Argentina, dirigida por el novelista ansia 1, mayo 2016

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José Brindisi. No es eco sino resonancia: reforzamiento de amplitudes sonoras como resultado de la coincidencia de ondas similares, sonido que acompaña al sonido, timbre particular que aporta una voz distinta, otro instrumento. Tal El Ansia Bolivia, voz que ahora inicia su propia andadura. De El Ansia Argentina mantendremos, además del espíritu, la estructura trina. Abordaremos a tres escritores en cada número anual, con un rasgo distintivo: serán un narrador, un poeta y un autor de otro género, sea ensayo, historia, teatro, etc., de diferentes generaciones y proveniencias regionales. De este modo, nuestra mirada quiere ser más abarcadora –invitando también a colaboradores con enfoques diversos–, y podremos visibilizar otros campos de escritura, como la poesía, de gran relevancia y calidad en nuestro país. Para este primer número escogimos al cuentista y novelista Edmundo Paz Soldán, que contra lo que se podría pensar, pese a ser el escritor boliviano más leído y conocido fuera de Bolivia, no tiene el suficiente reconocimiento interno por su obra narrativa, no entre los lectores, que son muchos, sino en algunos espacios de la crítica académica. Sobre su trabajo han escrito aquí Giovanna Rivero, Sebastián Antezana, Álvaro Bisama y Maximiliano Barrientos. Nos aproximamos también a la figura de uno de los intelectuales más polifacéticos del país. Historiador, periodista, pedagogo y, especialmente, inquieto divulgador de la cultura y las letras bolivianas, Mariano Baptista Gumucio es lo que en otras épocas se llamaba un polígrafo, un papelista con un acercamiento no ortodoxo a las fuentes de la historia. Textos acerca de las distintas vertientes de su labor son firmados por Luisa Fernanda Siles, Gabriel Chávez, Valentín Abecia y Mónica Oblitas. La poeta elegida para este primer número es Matilde Casazola, que además e inseparablemente es la compositora más importante y valorada de Bolivia. Siendo la Chavela Vargas o –más cerca de su perfil– la Violeta Parra nacional, pero con un bagaje poético y musical más rico y complejo, su canción apenas ha traspasado fronteras, lo que en nuestra medida buscamos 4 | elansia 1


reparar. Su amplia obra en poesía, aunque muy leída, tampoco ha merecido las aproximaciones críticas que mereciera, acaso por haber abrazado una estética que la aleja, e incluso la enfrenta, al marginalismo malditista que fue dominante en la poesía de una parte de Bolivia durante muchos años. Acerca de ella han escrito Cergio Prudencio, Magela Baudoin, Gary Daher y Juan Murillo, autor de la mayor parte de las fotografías que ilustran el número. En el caso de los tres autores a quienes se dedica la revista, cada uno ha escogido, para su publicación, tres textos suyos que considera capitales y otros tantos de autores bolivianos que le han influido. De esta manera se sitúa a cada cual en la tradición y el diálogo con las nuevas generaciones de escritores y lectores, a quienes, sobre todo, queremos llegar, ansiosamente, con esta propuesta. Consejo editor.

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Matilde Casazola

Foto Archivo Matilde Casazola

El latido de la rosa

Cuando el espacio boliviano se pronuncia suceden acontecimientos mágicos. La obra de Matilde Casazola ha florecido con los profundos ecos de los Andes, que en Bolivia se abren en una poderosa planicie, mientras se esconden en cálidos valles y selvas exuberantes los singulares frutos. Matilde Cazasola declara que ama sus huesos. Es decir, lo esencial. Y su obra sin lugar a dudas toca lo innato de las cosas mientras se las pueda arrebatar al tic tac del tiempo. Componer música y desgranar poemas son el pentagrama sobre el que late esa rosa magistral que ha brotado en los jardines centrales del continente sudamericano. Esas maneras nos dicen de un espíritu vital cuyas joyas debemos rescatar de las hermosas conchas marinas, en el sentido del mar de la vida, o poemas que sin detenerse marcan su reloj poético. Matilde Casazola |

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versiones de Casazola

Un ensayo en el que se rastrilla la relación de la poesía y el canto; la correspondencia entre dos músicos, donde se revelan algunas de las fibras de su alma musical; el perfil vital gracias a una entrevista/crítica que revela las marcas de vida, la infancia, sus aficiones, las lecturas y sus dolores. Finalmente, un texto de mirada fotográfica realiza un flash de su entorno y otra aproximación a su poesía. Matilde Casazola en las versiones de Magela Baudoin, Gary Daher, Cergio Prudencio y Juan Murillo. Versiones de Casazola |

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Matilde Casazola, en la voracidad de la noche Magela Baudoin1

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su edad, Matilde Casazola (Sucre, 1943) sigue siendo un ave nocturna. Ya no en ese vuelo rasante de los 70, en el que se abismó con una intensidad sedienta sobre la guitarra y sobre ese ojo cierto, el único que le quedó para la poesía; sino en un devenir lento, meditativo, casi levitante, en el que, sin embargo, no se corre de levantar una cuenca a medianoche o de hacerle el honor a una pitada (aunque hace años que no fuma). Matilde vuelve en el tiempo, resguarda una copa que le durará la noche entera, escucha atentamente a su interlocutor y luego se siente bien pagada por el desvelo. Bien pagada, digo, porque ya no trasnocha. Lo hace muy ocasionalmente (un concierto, la presentación de un libro). “Yo también tomo pastillas para dormir –es que se le ha quedado volcado el reloj, después de todo–; pero sigo amando la noche, que siempre fue mejor que el día para escribir y para componer”, me dice al teléfono, una de las tantas veces que la llamo y le cuento de mi insomnio invencible. Este verso, escrito en algún lugar entre 1969 y 1970, lo muestra: Otra vez son las dos de la mañana/ y el cuarto lleno de humo/ y otra vez es final de domingo/ cadáver de domingo.2 “La mejor hora para escribir era antes del amanecer. A veces, escribía medio dormida”, hace una pausa larga y entonces transforma la voz de flauta dulce, con la que habla, en la caverna honda, con la que canta y declama: La noche es una boca abierta./ El mismo Dios nos come/ a través de la noche:/ nos mastica pausadamente;/ nos envuelve en su jugo/ transformador;/ nos secciona y aplasta/ con dientes/ afilados y expertos/ en ritual ceremonia/ de descuartizamiento.3 Matilde, cuyas canciones han sido interpretadas por todos o casi todos en Bolivia, llevadas al cine, al jazz o a otros idiomas, creó 16 libros de poesía y nueve grabaciones entre lps, casetes y cds4, produciendo la mayor parte de su obra

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Narradora y periodista Poema 32 de Tierra de estatuas desteñidas (escrito entre 1973-75, publicado en 1992). Poema 23 de …Y siguen los caminos (escrito entre 1969-70, publicado en 1990). Tiene inédita todavía una vasta cantidad de material.

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Versiones de Casazola |

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Foto Archivo Matilde Casazola


entre 1970 y los últimos años de los 80. “Escribí como nunca, como una poseída”, y lo hizo como si supiera que iba a enfermar de tuberculosis; con una conciencia enorme del corte fatal que puede producir el destino. Por supuesto que era consciente del tiempo.... Si somos solo tiempo, decía Borges. Y ella lo aprendió con la elocuencia de los acontecimientos: a mediados de los 70, Matilde Casazola acababa de llegar a La Paz desde Buenos Aires, donde había perdido la visión del ojo izquierdo, luego de un aciago episodio en el que un policía se las tomó con ella y con el artista argentino Alexis Antíguez (que era entonces su marido) por no portar documentos de identificación. Siempre tuve problemas de vista y siempre vi –me cuenta en Santa Cruz. Vamos por la plaza, buscando un lugar para tomarnos algo–. Uno tiene que ser un gran observador para poder captar en lo profundo de los seres. Yo tuve miopía desde niña, pero la miopía también te permite ver de cerca, te ofrece otra perspectiva. Perdí la visión, a los 24 años, de uno de mis ojos. Todavía no había comenzado a mostrar mi obra y eso me apuraba. Seguramente esto me ha limitado muchísimo en un aspecto; pero, al mismo tiempo, también me ha dado una entereza enorme. Puedes encontrar otros cauces en el sufrimiento. La tenacidad, la terquedad te permiten crecer. El ansia te hace vivir, la necesidad de captar la fuerza que está dentro de las cosas.

El camino No se puede comprender a Matilde Casazola sin el devenir de la noche, esa gran metáfora. Pero tampoco se puede entender su poesía y menos su música, sin considerar el camino o, más bien, el “irse”… Cargando mis mentiras/ mis bucles fracasados/ mis terribles deseos de huir de todo sitio/ cargando mi amor propio/ y tu amor limpio,/ mis zapatos a menudo deslustrados/ alguna que otra flor por el camino…5 , dice en otro poema de 1966. 5

Poemario Los racimos.

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Matilde no solamente hizo algo novedoso (…) que fue llevar la poesía de su espacio natural y lírico, incluso críptico, a la música popular-folklórica y viceversa, sino que hizo escuela sin proponérselo.

Veinteañera y menuda, Matilde dejó la solariega casa de la familia Mendoza en Sucre, para hacer teatro callejero con Antíguez6, con quien vivió durante nueve años, dando funciones de títeres a lo largo de Bolivia y Argentina. “Esa fue una de las cosas que me atrajo de él, justamente el camino: esa forma de vivir como en una nube”. Sin embargo, esa obsesión por las distancias, que se constituye en un modo de habitar la vida, echa sus raíces en las huertas de una pretérita infancia, en las que aparecía el huraño y polvoriento “hombre del clavel rojo”, llamando a una ventana: “¿Todavía no te has muerto?, le decía a mi abuela. Era un hombre con un sentido de la ironía muy interesante, un poco cruel, con unos dichos que se me han quedado grabados”. Fue precisamente Germán Mendoza (poeta, catedrático y también hombre de leyes)7, tío abuelo de Matilde, quien primero le enseñó a decir los versos de José de Espronceda, de Rubén Darío, de Campoamor y de Baudelaire. “Él repetía de memoria unos poemas impresionantes y a veces se le caían unas lágrimas mientras recitaba. Influyó mucho en mí porque me hizo amar a estos poetas que tan familiarmente conocía. Él hizo que yo repare en esos autores y los busque y los lea”. Tuvo que ser una presencia extraordinaria la de este tío abuelo que, además, hacía magia. Era un buen prestidigitador, un ilusionista, que habitaba una cueva y se perdía por temporadas en largas caminatas a poblados ignotos e inaccesibles. “No sé de dónde aprendería, pero era un gran mago. Hacía juegos con naipes y usaba unas palabras misteriosas, en otros idiomas… Siempre me identifiqué con su amor a las distancias, a lo que significa el camino: no apropiarte de nada sino momentáneamente y seguir y seguir buscando algo que está más allá. 6 7

Antíguez fue acusado falsamente de ser “enlace” con la guerrilla del Che y tuvo que abandonar el país. Germán Mendoza tiene un bellísimo libro de poesía póstumo, denominado Azules (Sucre. Agua del Inisterio, 2003) con prólogo del historiador Javier Mendoza, que es muy decidor de su talento y sensibilidad. Versiones de Casazola |

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Foto archivo Matilde Casazola

Esa forma de desasirse de las cosas. También me enseñó a acariciar el misterio. Es interesante que el misterio se quede en misterio, que no se esté desentrañando… Eso es lo que llamamos poesía, ¿no?”.

La casa, el árbol y la madre Si bien el camino fue una convulsión, una sacudida, a partir de la cual Matilde se concibió como artista y como ser humano; el retorno terminó siendo un mandato vital. En ella no se puede separar el camino del regreso, la libertad de la nostalgia. El irse –que se engulle a sí mismo– del origen. Desde lejos como el viento/ traigo nombres de otras patrias/ pero busco en tu infinito/ las raíces de mi alma.8 Puede decirse que ese “infinito” al que le canta Matilde es evidentemente la patria; mas no sólo la región-entelequia que se ha repetido tanto, sino un lugar más preciso y definitivo todavía: una casa, un árbol –un específico árbol de damasco– que adorna la portada de varios de sus libros y su niñez; y que conduce al abrigo materno, ubicuo y fundamental en la formación de la artista.

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Cueca El regreso (escrita entre 1970 y 1973)

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Yo buscaba lejos lo que cerca estaba, gasté mis zapatos persiguiendo al sol; pero detrás mío tú te proyectabas silencioso y quieto, sin mirarte yo. Yo entonces buscaba el árbol de oro con hojas de plata, fruto de rubí; no me conformaba el árbol añoso de aroma dichoso de sombra feliz. [...] Yo sé dónde estaba lo que fui buscando, mi sombra se alarga, se quiebra mi voz… Hace mucho tiempo que estoy regresando: ¡Entre tus montañas se ha quedado el sol! La escucho cantar y pienso en los que migran y se sostienen del puro presente para abolir el dolor. Algo que Matilde Casazola nunca pudo o quiso. “Siempre he querido volver –reconoce y no se atora con esta verdad hermosa–. En lo posible quiero regresar a casa. Yo nunca busqué tener una casa, pero la casa estaba ahí. Nunca quise o desee poseer cosas, pero las cosas están ahí, la huerta, los árboles… Versiones de Casazola |

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Retratos en la casa de la poeta, de Oscar Wilde, Germán Mendoza y Jorge Luis Borges (dibujos a lápiz de Gabriela Casazola y acuarela hecha por Matilde de García Lorca.

deben ser míos o tal vez yo sea de ellos. Lo agradezco en este momento de mi vida. Ahora lo que hago es mirar desde este punto estático. Antes miraba desde puntos cambiantes la vida”.

El dibujo No es difícil imaginar por qué Matilde Casazola contrajo tuberculosis. Veinte años de alto voltaje, dejan su huella en la carne. “El país estaba feo en esos días9 y, una vez enferma, ya casi no podía escribir”. Matilde dibujaba desde niña y volvió a hacerlo en este periodo: “Es muy importante para mí graficar las imaginaciones. Cuando estuve muy delicada de salud, cuando escribía poco por la tuberculosis, me dediqué más bien a pintar, a hacer dibujos y retratos”. Y esos cuadros están en la gran casa, velando su mundo: “He hecho muchos cuadros de artistas, de poetas, de músicos. Está José Asunción Silva, en un cuadro al carboncillo, porque por mucho tiempo estuve estudiando su obra. Me impresionó su historia trágica, el naufragio en que perdió muchísimos de sus originales, lo cual debe haber influido mucho en su desesperación. Está Kafka, en un cuadro también al carboncillo. Al lado está Amado Nervo, uno de mis poetas favoritos…”.

Música y poesía Si bien Matilde Casazola proviene de un linaje de prominentes polígrafos, historiadores, músicos y poetas, como don Jaime o don Gunnar Mendoza, las mujeres no fueron menos excepcionales, sólo que eran ellas las educadoras, las impulsoras, las transmisoras de una tradición. Tal vez ellos se lo deban todo a ellas. Pero esa es otra historia. Entre las madres y abuelas de la familia se pueden rastrear no pocas escritoras, pintoras, músicas… Sólo que Matilde desocupó su lugar en las sombras. 9

Habían asesinado al líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, amigo muy cercano, y el país estaba sumido en la más abyecta dictadura.

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Fotos Juan Murillo Dencker

Para la época, cometió varias audacias a saber: se fue, se divorció, no tuvo hijos, decidió “ser” a la luz pública (hubiera matado por verla con su poncho de frazada, cortada por ella misma, escandalizando a todo Sucre). Pero en mi opinión, el más importante de sus atrevimientos fue haber fundado una descendencia. Sí, porque Matilde Casazola no solamente hizo algo novedoso, que no existía en Bolivia en los años 60 (un país profundamente racista) y que fue llevar la poesía de su espacio natural y lírico, incluso críptico, a la música popular-folklórica y viceversa, sino que hizo escuela sin proponérselo. Es decir, no sólo inventó algo, sino que mostró cómo hacerlo. Fijémonos, por ejemplo, en sus partituras, en ese capricho por las introducciones largas –heredadas de la música clásica–, escritas para canciones populares. “La canción es una forma breve, tiene poco espacio para expresar; la introducción es solo el instrumento, para mí es como si en la introducción aparecieran los hilos de la canción”. Todo lo hizo, repito, siendo mujer y en solitario, sin temer al desnudo, sin plegarse a la tendencia amalgamante de la época que exigía escribir/cantarle a una causa. “Seguramente por eso nunca he tenido un conjunto y no me he complicado la vida como intérprete –me cuenta en otra llamada nocturna, en la que la pillo despierta–. Porque como soy un poco caprichosa en el sentido de la creación, de hacer una cosa un día y luego otra, de pasar de la música a la poesía, si tuviera a otros alrededor, no podría”. Matilde lo intuyó antes de saberlo: música y poesía poseen la misma sustancia, están hechas de tiempo. “Las dos son ritmo. Y es esa similitud la que me enamoró desde el principio, desde muy chica. La poesía era para mí más accesible, estaba en mí. En cambio, la música exigía conocer el idioma musical, adentrarte en la ciencia de la música. Esto fue lo que a mí me atrajo. Yo hubiera querido conocer más profundamente la música, me hubiera inclinado por una composición más complicada tal vez. De todas maneras, el enamoramiento con la música se dio muy temprano y yo empecé a indagar, a investigar. Toqué piano, hice solfeo y me dediqué a la guitarra que era el instrumento que tenía más cerca. Me apasionó desde el inicio la música popular porque llega al alma de las Versiones de Casazola |

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Foto Archivo Matilde Casazola

personas, con un embrujo especial. Esto hizo que yo indagara en las formas populares. Bolivia es un país tan rico que tiene facetas muy diversas. Me interesó siempre la música que tuviera raíces profundas: clásica o popular. Lo mismo que la poesía”. Domesticar un instrumento como la guitarra es una tarea infinita. La guitarra no es dócil; al contrario, puede ser ingrata. Enmudece, suena a lata en manos torpes. Por eso, Matilde sigue tocando todos los días. El instrumento es una extensión de su cuerpo, al punto de que es ella la que por momentos se siente una prótesis: “Si viajo y no la llevo me siento físicamente mal. Ya siento que le falto, estoy como mutilada”. Puede hacerla sonar de un modo sobrenatural. Ella misma se transforma en otra cuando canta. Recuerdo una noche, en casa, tarde. Matilde estaba en ese modo que le da la noche y accedió a tocar la guitarra, pero no la suya que no había traído ni una mínimamente promedio, sino la de mi hija, que por ese entonces era un instrumento de iniciación, una guitarrita para niños y creo que hasta algún agujero tenía. Matilde la afinó aplicadamente y pidió un lápiz para construirse un capotraste. Esas fueron todas las artes de su magia. La guitarra gimió entonces con su esternón infantil y Matilde decía a cada rato, como retribuyendo la delicadeza de la madera: “Suena bien, ¿no? Suena bonito”. Por supuesto, la guitarra de mi hija, o más bien todas las guitarras que ha tenido en sus años de formación musical, se han llamado Matilde.

El legado La obra de Matilde Casazola es una de las más prolíficas y frondosas de la poesía y de la música bolivianas. A sus 72 años, Matilde continúa trabajando. Una 18 | elansia 1


memoria formidable le permite recuperar viejas canciones y versos. Corregir, “actualizar”, como ella dice. “Tengo montones de carpetas, de cuadernos de poesía… Me he quedado en el año 1992 (se refiere a su obra publicada). Y del 92 hacia adelante es como un jardín que hay que podar, cortar las hierbas. Pero está todo ahí, ya recuperado. Con las canciones pasa que me acuerdo de una. Tengo muy buena memoria. Recuerdo la letra y la música en mi mente. Se me ocurre actualizar una canción y comienzo a trabajarla. Un poco todo esto me rebasa. Yo misma me doy cuenta de que es mucho. Y no logro hacer caber todo en mi espacio. A veces se sale de los marcos. Y eso me preocupa. Pero, por otra parte, también agradezco tener mucho que hacer cada día. Tengo mucho trabajo”. En esa vastedad, en ese mar que es su poesía, por supuesto que hay mucho que es “ensayo”. Ahí está el laboratorio creativo expuesto, la escuela. Los borrones, las fórmulas obsesivas, las palabras que se vuelven tópicos. “Mi obra es un poco imperfecta, me doy cuenta. Pero no se puede abarcar todas las cosas. Es imperfecta en el sentido de que como es una obra vasta, no puedes detenerte sólo en una pieza. Como eres un ser ya un poco gastado, entonces tampoco puedes tener una precisión vocal o instrumental. Cuando la obra está madura, como la mía, la das con sus imperfecciones, así como ocurren las imperfecciones en la naturaleza”, me dice en el patio cruceño que hemos elegido para quedarnos conversando. “Yo prefiero lo misterioso de las cosas. Una hoja, que no es igual a otra, tiene leves cicatrices y eso le da un encanto mágico: esa cosa inasible de la belleza. La simetría te puede cansar; entonces vas buscando otras raíces, otras formas. Comienzas a entender que la verdadera capacidad que tiene la belleza de ser eterna está en la imperfección”, se explica, y es así exactamente como ocurre en su poesía. Puedes encontrar una imagen tan acabada que resulta casi milagrosa, al lado de una teja floja también habitada de hermosura. Continuamos en el patio. Ella levanta la cabeza, la sigo y entonces las dos miramos un pedazo de cielo imperturbable que se funde con el reguetón que acaban de poner a todo volumen. Grita el azul. G Versiones de Casazola |

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Pétalos del tiempo Gary Daher1 Si hoy no me das tu rosa, tiempo, mañana no la quiero mañana no la quiero, que ya será invierno. Matilde Casazola

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os poetas griegos cantaban sus poemas. La primitiva música de los griegos estaba siembre estrechamente vinculada con la poesía. No había otra poesía que la cantada. Sabemos que Arquíloco y Simónides eran poetas a la par que músicos; sus poemas eran cantados. La música sin canto fue un arte muy posterior. Las leyes de la melodía eran dictadas por la voz humana según afirma el musicólogo alemán Hermann Abert. Claro que la melodía que utilizaban nos es desconocida, y también sabemos que el ritmo dominaba sobre la melodía. Tan grande es el sentido que el ritmo y la melodía tienen dentro de estos antiguos que Platón en sus diálogos copia las palabras de Gorgias2 cuando pregunta: “…si se quita de toda clase de poesía la melodía, el ritmo y la medida, ¿no quedan solamente palabras?”. Matilde Casazola lleva acaso el sentido de los antiguos griegos, pues es una poeta que canta. Así los tiempos han corrido junto con su canto, y, a esta altura, no nos cabe duda de que Matilde Casazola es para nuestro país lo que Chabuca Granda para Perú o, si tomamos cómo llega a su gente, lo que Chavela Vargas para México, en la medida en que su voz, sus originales melodías, sus letras y sus ritmos nos tocan en tal profundidad que no sabemos sentir otra cosa que Bolivia en nuestros corazones. En esta línea, Matilde Casazola ha escrito una obra poética que obedece a su mirada cotidiana del mundo, y a los diferentes estados emocionales de las circunstancias que el tiempo trae como el oleaje de un mar que no cesa. Allí Matilde Casazola ha dejado registrada su actividad poética en múltiples poemas, según un latir musical más que un rigor poético. Esas maneras nos dicen de un espíritu vital cuyas joyas debemos rescatar de las hermosas conchas 1 2

Poeta, narrador, traductor, ensayista boliviano. Según Gorgias, el género dentro del cual cae la poesía, como sólo una parte suya es, entonces, el Logos. El Logos “infunde en los oyentes un estremecimiento preñado de temor, una compasión llena de lágrimas y una añoranza cercana al dolor, de forma que el alma experimenta mediante la palabra (Logos) una pasión propia con motivo de la felicidad y la adversidad en asuntos y personas ajenas”.

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Foto Archivo Matilde Casazola


marinas, en el sentido del mar de la vida, o poemas que sin detenerse marcan su reloj poético. Así, sus poemas abarcan una gran cantidad de panoramas, tal es el canto, las diversas miradas sobre sí misma, la impenitente caminante que refleja su trashumancia, su cualidad de poeta, el deterioro humano, el mal, la muerte y el amor, los siempre preocupantes temas sociales, los oficios de la gente y los otros, la casa y sus habitantes, es decir, la familia, los objetos, la espiritualidad y la aparentemente perturbadora divinidad, la filosofía, su sensibilidad con la naturaleza, y el tiempo, cómo no, el tiempo como una rosa que aroma sus obras. Muy natural es, entonces, que empecemos hablando de su obra con los versos que hacen a sus canciones. Aquí, habrá que hacer una separación, entre lo que se habla desde la poesía para ver, para sentir en imágenes, y lo que se escribe para la canción, es decir para oír, porque lo primero que se viene a la memoria, cuando de Matilde Casazola se habla, pertenece a un género que se aviene muy bien a lo que se canta. Y si estamos ante una poetisa que canta, en este punto que nos ocupa, muchos de sus versos se deslizarán como letras de canciones, queriendo decir con esto que la letra y la música han tenido que gozar un maridaje que conmueve no porque suene hermoso, que así lo hace, sino que la letra, o el verso, se aviene como el esposo a la esposa en una especie de felicidad de la palabra, si esto es posible, establecido en cada corazón que la escucha. Serían entonces poemas más escritos para oír que para ver, que los poemas para ver son de reciente factura, si reciente se limita al espacio de un siglo. En cambio, la costumbre del poema para oír se pierde en los recovecos del pasado. Vale además afirmar que, en estos tiempos, la poesía para oír especialmente en lengua castellana ha tomado nuevo impulso, hipnotizando a todos. Baste nombrar a la trova cubana con Silvio Rodríguez y otros, Joaquín Sabina, o Luis Eduardo Aute. Todos sabemos que la cultura libresca es de por sí minoritaria y hemos observado, durante el siglo xx, que el poema se enclaustró entre las páginas de 22 | elansia 1


Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió. La Rosa de Paracelso, Jorge Luis Borges

las bibliotecas, renunciando a su transmisión oral. El poema escrito para ver, no para oír, es reciente. Desde la invención de la escritura, es cierto, existe el lector silencioso de poemas. Y hasta el siglo xix la poesía ocupaba el tiempo de los ocios latinoamericanos. Escribe Carlos Monsiváis: “Una herencia (una definición) del xix: la religión de la Poesía. Durante más de un largo siglo latinoamericano la poesía es, masivamente, instrumento de uso cotidiano, prueba irrefutable de la calidad cultural (el alcance social) de una velada hogareña, de modo principal, el mayor acervo ideológico para medirse con el amor, la adversidad, la vida interior. Los analfabetos retienen piadosa y cuantiosamente los versos y los ‘absolutamente ajenos a las Musas’ suelen vivir bajo el influjo de poemas y Actitudes Poéticas que casi de seguro jamás hayan oído comentar. (...) En el xix la poesía y la enseñanza de la historia patria son los dos ordenamientos sustanciales de la experiencia, el sufrimiento, la desazón, la turbiedad del ánimo, la desesperanza, la alegría que se refleja en sí misma”. ¿Qué sucedió durante todo el siglo xx? Rafael Cadenas señala: “La poesía moderna tiende a convertirse en un corpus hermético. Se hace para un círculo de iniciados; por los poetas para los poetas. Forman un pequeño ouroboros. Los poetas, al decir de Cocteau, son mandarines que se susurran secretos al oído”. Con el cambio de siglo, pues, la poesía perdió su papel de formadora de la sensibilidad latinoamericana. Hoy, en la aurora del siglo xxi, amanecemos a un nuevo día, donde la poesía vuelve a recuperar el espacio de las calles a través de las canciones que la gente repite y donde el poeta se hace anónimo. Nos acordamos de los nombres de los cantantes famosos, y en su gran mayoría desconocemos el nombre del que compuso la letra. Aquí la poesía se universaliza. Matilde Casazola nos regresa a ese espacio, pero como tiene que ser en este siglo, sin ignorar la poesía que conmueve con las grandes preguntas y traslada imágenes, tal cual se puede leer en los poemas de su vasta obra poética, mientras en paralelo desgrana letras de canciones, cuya música también Versiones de Casazola |

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vive en la poetisa y compositora como un ave capaz de transitar nuestros más íntimos afectos. De esta manera la obra penetra en los huesos utilizando la lanza del canto, recuperando para la poesía el espacio de la música sin perder la virtud de la palabra. Los versos en las letras de sus canciones son las alas del Pegaso que nos arrebata con sus melodías muy particulares, muy propias, las melodías de Matilde Casazola. ¿Quién oyéndola cantar no termina amándola? Matilde, la que se transforma; a quien el canto, cual hechicera de luz, le sirve de fuente de la juventud. ¿No es siempre una muchacha llena de fuego mientras canta? Esto digo, claro, como testigo de sus días para dejar constancia de lo que se puede conocer en forma directa, no a través solamente de los textos, privilegio de ser su contemporáneo. Decir además que en los poemas, en los versos, ella carga con el canto, pues canto y poema son uno en Matilde Casazola. Tú solamente bordas / con gorjeos de luz, una esperanza3, nos dice. Transformándose el canto de lo cotidiano, la tierra, el amor, la melancolía, en el material con el que se tejen las vestiduras de lo esperado, siendo lo esperado el conocimiento de los misterios de la naturaleza. Todo en línea con su vitalidad: Eso nada más soy: latido exacto.4, nos dice. Y esa vitalidad está íntimamente relacionada con una manera simple de estar en el mundo, una manera que quiere estar en armonía con eso que la rodea, como se puede constatar en los poemas que a manera de autorretratos, aparecen en su obra poética. Tal el poema Los cuerpos5 del libro del mismo nombre, pero muy lejos de Walt Whitman, pues en Matilde Casazola no es suficiente nombrarse sino equipararse con lo mínimo, con lo maravillosamente mínimo como son los insectos. Hay en la obra de Matilde un llamado a lo esencial, esencialidad que reside en la tierra, en la tierra madre, se siente una con la ternura de lo vegetal que 3 4 5

Los Ojos Abiertos (1967). Parte 1. Poema 10 Los Ojos Abiertos (1967). Parte 2. Poema 13 Los Cuerpos (1976).

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emerge de lo mineral, pero que a la vez son la génesis de su procedencia ancestral, como leemos en el poema Raíces de Poesía y Naturaleza, datado en 1993, donde nos dirá bellamente, acaso haciéndonos recordar a Edmundo Camargo: Obscuras raíces brotan de la tierra y me llaman. Obscuras raíces sabias de esencias vitales, me cercan y me enlazan. Regresándonos siempre al sentido de la música, porque música en ella también son las manos, con las que acaricia, araña y toma la guitarra. Cuando yo muera y mis huesos cal sumisa ya sean, no confiéis ni en mis ojos ni en mis labios pétalos de rosas secas ni en mi cuerpo de esfinge, ni siquiera en mis cabellos, lianas, algas de largas hebras. Confiad sólo en mis manos sobre el viento ligeras, definitivamente libres y solitarias cuando yo me muera.6

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Los Cuerpos (1976), Poema XII. Versiones de Casazola |

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Foto Juan Murillo Dencker

Esta poetisa trashumante ha viajado como peregrina del canto, tal como nos revela cuando entona Madre, me voy. / me llama el viento / y la canción del mar.7 Sintiéndose a su vez, por el motivo del canto y la poesía que la arroja a un mundo inestable, llena de faltas. En ese estado reconocido en que los versos revelan emociones, los poemas sufren una traslación, y se advierten como imágenes oníricas, hechos de la misma materia en que están hechos los sueños; pero no los sueños shakespearianos, sino los ‘sueños sueños’ de Calderón. Se develan así algunos de los ojos de ese Argos Panoptes que es toda obra poética que obedece no solamente a la mirada cotidiana del mundo, sino a los diferentes estados emocionales de las circunstancias. Tal en los momentos duros de la mala hora, o aquellas condiciones en las que nos enfrentamos al mal. En este carrusel de inseguridades que son los días, en la mirada de Matilde Casazola, solamente los muertos, es decir, los cadáveres, de alguna manera objetos sagrados, tienen un porvenir seguro. Hablamos entonces del tiempo, que involucra vida y muerte. Y si es tiempo, para Matilde Casazola será aquello que da frutos, pero antes de frutos 7

…Y siguen los caminos (1990). Poema 37

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flores, y la flor por excelencia, para Matilde, es la rosa. Pues, en estos tan cotidianos pero complejos y contradictorios hechos, es decir entre la vida y la muerte, Matilde advierte a la rosa. La rosa, símbolo fundamental en la poesía de Matilde Casazola, pues simboliza una florescencia del tiempo, que también es ella misma, haciéndonos inevitable el recordar a Jorge Luis Borges cuando nos dice El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; / es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre8. Aquí, en la poética de Matilde Casazola, el tiempo en lugar de felino es una planta, extraño híbrido de rosal y cronos, que produce, como la tierra, flores y frutos; de esta extraña manera, en Matilde el tigre es la rosa. La rosa entregaba su secreto en llamaradas luminosas. Era la rosa, amor, tras la ventana como brillante talismán de fuego.9 Entonces sentimos como si se tejieran referencias con otras poéticas armando una suerte de señales de predecesores, como es el caso de William Blake y su The Rose, cuando escribe: Un gusano buscó su centro. (¡Mi cristal encantado se rompió!) Hizo su reino allá adentro (todo acabó, todo acabó)10 Aunque en este poema hable de la felicidad, cuyo sabor tiene la maravilla de lo ácido: De color amarillo claro / era, señor, la felicidad. / Como un limón perfumado; / ¡ay! 8 Nueva Refutación del Tiempo. Ensayo. Jorge Luis Borges. 1946 9 Poesía y Naturaleza (1993). Rosa (frag.) 10 La Noche Abrupta (1996). Poema 35 Versiones de Casazola |

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no podía durar… no deja de ser ontológicamente la Rosa de Blake, mostrándonos que los elementos poéticos se repiten como si una red invisible escribiese un mismo poema, Borges dixit. Pero Matilde Casazola es más un alma reflexiva que dialoga con su mundo interior, que una poetisa que se conecta con los otros poetas. Así, se podría decir también que a través de su obra poética conocemos a Matilde en su intimidad, como si la poesía fuese una necesidad vital para sentirse menos sola, y así intentar conseguir su soledad perfecta11. Desde esa soledad nos aproxima a un universo que muestra lo más íntimo de los otros tan nuestros, la casa, ese edificio testigo de los días, descrito íntima y mágicamente en su obra, como en el poema La Memoria de las Casas.12 En ella la casa es un ser vivo, y como todo ser vivo cambia, se transforma, tanto y de tal manera que inclusive se resiste a sacar a sus muertos. La casa, que en estos entretejidos poéticos se nombra como un milagro. El inconmensurable planeta de lo maravilloso. Lo que nos es más cercano, pero también mágico y deslumbrante. Así, el universo de la casa y sus otros, que transitan y ocupan los espacios. Dejando huellas, y esas huellas en Matilde Casazola son los objetos íntimos. Objetos que han permanecido en un espacio emocional que intenta recuperar la vida de quienes los usaron, así la ropa, los zapatos, los libros, los pañuelos. En este espacio verbal, los objetos representan a los otros, a los amados ausentes. Esos otros que circulan a pesar de nuestro estar en el mundo y para los cuales nuestra presencia circunstancial, por más íntima que sea, al pasar del tiempo no solamente será olvidada, sino abandonada, como corresponde a esa crítica de lo desaprensivo que leemos en su poética. De esta manera la soledad se transmuta, en Matilde, gracias a los objetos, en una soledad acompañada, que se bendice naturalmente. 11 Ver el verso final del poema 44 de …Y siguen los caminos (1990) 12 Estampas, Meditaciones, Cánticos (1990). Poema 6

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Quiero morar debajo de la tierra en un diálogo eterno con las sales, raíces mis cabellos arcillas mis palabras, donde nunca me hieran tus ojos sembradores entre un pueblo de muertos tabicada mi boca.

Población Subterránea, Edmundo Camargo

Si bien hay una metáfora (consciente o inconsciente) donde los objetos representan a los otros, existe también una notable y perceptiva atención sobre el universo de los objetos que la rodean, no metafórica sino neutral, mostrándonos la relación que cualquier persona puede tener con los objetos, que se entienden siempre dependientes de nuestra acción. Transformados estos objetos en seres que no interfieren, no actúan. Simplemente esperan nuestro capricho. El caso es que una vez activados, ellos estarán listos para acariciarnos, para amarnos. Aunque abandonando este sentido, es decir, también en la manera, hay una bella aproximación a las cosas mínimas, donde la poetisa es capaz de despertar nuestra sensibilidad a un universo cotidiano que generalmente se ignora, aunque hace parte de nuestro día a día. Finalmente, la obra de Matilde Casazola se revela con una consciencia del mundo y su génesis. La semilla es pequeñita pero todo es arcano dentro de ella.13 La semilla guarda quizá todo el secreto que Matilde Casazola ha guardado de sí misma, es una gran metáfora de todo lo que el artista, el poeta, guarda dentro de sí, y trabaja para que reviente en vida, para que fructifique. De ahí, de la demora de ese acto mágico, el desasosiego, acaso de ahí, el mirarse con el ala rota.14 Para encontrarse en el mundo, que sólo se mira si se lo pinta, tal cual Aristóteles ministraba, en un poema al que también le ha puesto música, y se ha hecho una bella canción.

13 … Y siguen los caminos (1990); (1969-1970) Parte i. Poema 19 14 Leer el poema Y el cuerpo encorvas de El espejo del Ángel (1981) Versiones de Casazola |

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–¿De qué color es el mundo?– Con asombro preguntó.15 Imaginando también otro mundo, un mundo donde la verdad ha sido acallada, acaso una verdad que nos haría libres. Camina Sidaharta, camina llévame por esos mundos de las verdades prohibidas.16 Y si leemos atentamente, nos lleva a pensar en un sitio donde las almas de los que conocen esas verdades son flores, estrellas que iluminan la noche. Oh flores que ilumináis la noche sin pensar en vosotras y tranquilas os dais17 De esa manera se ha ido abriendo la obra de Matilde Casazola como rosa del tiempo. ¿Quién es el dueño de tanto tesoro? ¿quién gritará el: “Ábrete Sésamo”? Somos cómplices del tiempo. y seguimos girando asombrados, mirándonos noche y día en su hipnótico espejo.18 G

15 16 17 18

Tierra de estatuas desteñidas (1992) Producción entre 1973 y 1975. Canción, Poema 35 A veces un poco de sol (1994): Poema 3. Camina, Sidharta. …Y siguen los caminos (1990); (1969-1970) Canciones. Poema 38 Los racimos (1985). Canciones, consejas y cansancios. Poema 16

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Foto Archivo Matilde Casazola


Matilde, la casa está sola… Juan Murillo Dencker1 Porque esta calle está llena de encantos para los que han nacido en ella y aquí viven. Matilde.Casazola

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atilde está sola en la casa detrás de una puerta centenaria y angosta. Transcurrido un zaguán el universo poético se configura entre el mueble tapizado de tiempo, el óleo antiguo de la Virgen y el Niño, el cómodo sillón inglés, los pequeños adornos –símiles del recuerdo– dispuestos al azar de los acontecimientos, y su voz afable, cálida y sensual invita al peregrino a quedarse. Un hogar donde hierven las aguas que infunden las hierbas aromáticas se convierte en un coqueto salón de té, y una tarta dulce hace la tertulia –aún– más dulce. Las paredes vestidas con rostros de poetas –trazados a carboncillos y acuarelas– contemplan el calendario eterno de los días que no volverán. Un jardín-patio habitado de árboles cuyas ramas serpentinas son el descanso de las aves en busca de agua fresca, y aunque los gatos vigilantes están al acecho, allá está el espacio donde los sueños salen a pasear, y luego a volar en el cielo abierto. Al fondo unos cuartos donde se guardan los trastos y los malos recuerdos. Ya te conozco, huésped de mis nocturnas soledades: siglos atrás te dieron el nombre de Ángel.”2

De nuevo la voz en suave murmullo inunda el aire de palabras musicantes, que Ella3, a tu alma acaricia / como los virtuosos pianistas a su teclado / Antes de abismarme en completa melodía, / gradualmente te ha hipnotizado.4 Matilde canta, conversa, y cuando sueña, no cesa la poesía. En diáfana letra in-flama el poema. Su sombra se hace larga detrás de la incandescente lámpara, mientras contempla, la llama devela la intimidad del misterio y el lenguaje es 1 2 3 4

Fotógrafo y crítico literario boliviano. El espejo del ángel, Matilde Casazola. Poesía completa, Ed. Gente Común, 2011, pág. 57 En el original es “Él” y las cursivas son mías. “El maestro”, Emily Dickinson. Traducción libre de Juan Murillo Dencker.

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Foto Juan Murillo Dencker

un cuerpo deslidanzante en el suave susurro del agua contra la roca áspera que la pule mientras pasa. El relámpago y el trueno están fatalmente unidos por el lapso que transcurre entre ellos, desde el destello hasta el sonido hay un eterno tiempo de silencio donde habita la palabra, palabra que es todas las palabras, palabra simultánea que lo dice todo en una sola vez. Es la memoria produciendo recuerdo, es la incitación del instante, es la fruición entre lo sentido y la escritura del poeta, es el goce mutuo entre la imagen y la letra. Pero la verdadera poesía no recobra, sino encuentra, es la sensación que se nutre transformando el acontecimiento en memoria. Versiones de Casazola |

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Página anterior: Matilde en su sala.

Era un paisaje extraño, provocativo, dulce y áspero. Ay las estrellas Que se encienden y se apagan, Ay los cabellos Que enmarcan este cuadro.5 Asumiendo que la poesía es el arte de reducir a su esencia el placer infinito de conmoverse6 y viajando sobre los tejidos poéticos de nuestra Matilde, encontramos una especie floral traducida en una conmovedora sinestesia: Era el olor: la rosa se expandía más allá de sí misma, embriagadora, poniendo de rodillas a los vientos.7 El agua solía ser transparente. Tenía la costumbre de brillar en un punto fijo mientras el resto fluía sin moverse.8 Desde esta aromatizada vertiente de agua clara que se descarga en efluvio, su rosa se alimenta para alumbrar sus noches y entender a las flores: 5 6 7 8

Los cuerpos iii, Matilde Casazola. Poesía completa, Ed. Gente Común, 2011, pág. 14/13 Roland Barthes hablando de Valéry en su sesión del 3 de febrero de 1979 (La preparación de la novela, Ed. Siglo xxi, 2005, pág. 106) Poesía y naturaleza, Rosa. Matilde Casazola, Poesía completa, Ed. Gente Común, 2011, pág. 136 Íbid. pág. 146

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Alondra de mi casa, ríete mucho. Es tu risa en los ojos la luz del mundo.

Nanas de la cebolla, Miguel Hernández

Oh flores que ilumináis mi noche sin pensar en vosotras Y tranquilas os dais:9 Ella, la Matilde,10 con su nombre marcado por el destino como valiente en la batalla, en la batalla de la vida, luchando en soledad, se distingue como un fueguito en la oscuridad, así como la letra Ñ se distingue entre todo el abecedario castellano; su poesía con “tilde” de Matilde destaca como un crisol candente, y en la íntima distancia de la noche confidente dice: Yo así quisiera darme a otros, sin pensar que me extingo y que pronto seré la nada la sola obscuridad.11 La bóveda nocturna está inaugurada; allá sus versos, cual cariátides o atlantes, la sostienen y permanecen como hitos del tiempo y del espacio; entre la tensión de su verbo poético y la mirada de sus lectores –ahora dueños de sus poemas– hablarán otras emociones, hablarán otras sensaciones que harán del acto de la entrega, el acto de la resurrección, y la poesía será eterna aunque diluido el nombre de su autora. De nuevo el zaguán, ese túnel del tiempo, y otra vez la angosta puerta –de una sola hoja– se abre a la ruidosa calle, detrás de la hoja queda el silencio… G

9 Íbid. pág. 140 10 Matilde es un nombre germánico, Math-Hild: valiente en la batalla. 11 Íbid. pág. 140 Versiones de Casazola |

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Foto Archivo Cergio Pruedencio


Apuntes sobre Matilde Cergio Prudencio1

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ún no conocía yo personalmente a Matilde Casazola cuando supe que estaba seriamente enferma y había regresado a Sucre para una recuperación previsiblemente larga e incierta. Me resultaba paradójica esta situación estando yo al fin de vuelta en La Paz... Con esa imagen en ausencia y al borde del abismo, Matilde se hizo mítica entre nosotros, los pasajeros del mismo vagón, y sus canciones fueron cobrando un sentido más y más trascendental. Yo no renuncié a conocerla; y en los años finalmente se dio. Apareció un día con aura flotante y enigmática (como su trova) auscultándolo todo, o casi; desconfiada tal vez de los golpes sorpresivos de la vida. Al menos esa impresión tuve (¿o sería mi construcción más que su realidad?). A poco de nuestro primer encuentro me escribió de su puño y letra: Aquí en Sucre mi vida es extraña, medio mística. Tengo un grupo de muchachos (cuatro) con los que hago música en la misa de los domingos de la Iglesia de Santo Domingo. Son jóvenes, con talento. Hace un año que trabajo con ellos. Les enseño la guitarra y un poco de formación musical. Creo que esto me ha ayudado, luego del vacío enorme con que me encontré dentro de mi propio ser, a la salida de aquella enfermedad grave que descompaginó mi vida anterior.

No hay duda de que ese episodio marcó su vida como un parteaguas. Después de estar alejada muchos años de la religión, volví al seno de la Iglesia, creo que fue el año 87, el de mi enfermedad. Me gusta la religión católica porque es más humana. Tiene además de Dios, una figura femenina que la identifica con la deidad de la Pacha Mama: María.2

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Director de orquesta y compositor boliviano. Correspondencia personal 1990. Versiones de Casazola |

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Página 36: Dibujo de Matilde Casazola.

Paréntesis ¿Y el Titiritero? Ni bien entrabamos amistad con Matilde, el Titiritero (así, con mayúscula inicial de nombre propio) fue protagonista de las historias más acabadas que yo haya escuchado en boca de alguien. Y en cada encuentro habrá siempre una nueva. Me asombra mucho el episodio en Buenos Aires del atacante que golpeó con culata de arma, primero al Titiritero y luego a Matilde por “entrometida”, acarreándole a ella graves consecuencias para la vida en uno de sus ojos. ¿Fue un loco?, ¿una advertencia de la dictadura?, ¿un llamado terminante de la “dulce tierra boliviana”?3 Ese día empezó para ella el regreso –según me dijo– y seguramente también empezaron las pulsiones de la ausencia que tanto hacen presencia en su vasto cancionero. Así me lo imagino, en todo caso; pero no se me tenga por biógrafo. Matilde Casazola Mendoza trae en la sangre la estirpe de Jaime Mendoza4 y de Gunnar Mendoza5, ancestros fundamentales de una intelectualidad comprometida en carne propia y profundamente con Bolivia. Y no es sólo la consanguineidad sino –lo más importante– la identificación personal y los afectos cultivados, donde ella nutrió su propio compromiso. Aquí me esperaba mi tío Gunnar. Tuve suerte al partir y al llegar, pues el último rostro que vi al irme y el primero al llegar, fue el suyo, tan hermoso6, me escribió dejando expresado su apego a esta figura estelar a quien debemos nada menos que la formación del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia en Sucre, y a quien ella tributa siempre en referencia paradigmática. 3 4

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Matilde Casazola; verso de la cueca De regreso. Jaime Mendoza (Bolivia 1874-1939), médico, poeta, filántropo, escritor y geógrafo boliviano. Realizó una gran cantidad de publicaciones, tanto literarias como científicas (por ejemplo, En las tierras del Potosí, El macizo boliviano y Páginas bárbaras para el primer caso y Apuntes de un médico para el segundo). Fuente: wikipedia.org Gunnar Mendoza (Bolivia 1914-1994). Ilustre archivista, historiógrafo y bibliógrafo. Director del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (abnb) durante medio siglo. Correspondencia personal 1990.

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En Matilde encontramos el principio y el destino; es decir, los orígenes de una identidad y los caminos abiertos hacia donde llevarla.

Paréntesis Un día de 2003 yo debía componer dos canciones para la película boliviana El atraco. Una, con el fin de revelar el ánimo desgarrado de Érika, un personaje femenino muy intenso; otra para caracterizar a un “gaucho” impostor, cantor arrabalero: Omar. En mi entraña se movían ya las pulsiones compositivas, pero me faltaban las letras. De pronto, me levanté de la mesa de trabajo y fui a los estantes directamente a tomar la Obra poética de Matilde, un tomo voluminoso, por cierto. Abrí, sin pensar, una página donde figuraba un poema como dictado por el alma de Érika: en la punta de una espina / yo siempre habitaré…7; y se me agitó la respiración. En pocos minutos cobró aire de dolida ranchera mexicana, la de ella y su fatídico destino. Por si fuera poco, páginas al azar, no sólo en el mismo libro sino en el mismo poemario, encontré cantar en el camino / al compás del andar / soñando viejos sueños / que quedaron atrás8, con su cadencia binaria que no tardó en hacerse tango; el que Omar canta con su voz oscura y rasgada en la memorable escena del bar. Gracias Matilde, por escribir tan a tiempo los versos necesarios, le dije; y le seguiré diciendo. ¿Qué habrá pensado? Recién ahora empiezo a entender a través de mi propio sistema sensorial aquello de… pero es cierto / que hay un invierno, en su inmensidad metafórica; porque habla de mí, quiero confesarlo: del invierno donde cierra un ciclo para engendrar otro; de lo efímero de todos los engendros humanos y sobrehumanos; de la idea circunstancial de la conciencia; de la trascendencia nominal del presente y de la ilusión del pasado: una sombra / sólo ha quedado.9 Mucho antes, cuando la convicción y el hado me devolvieron a Bolivia, había sentido en la voz de Matilde mi propia voz en este espléndido enunciado: 7 8 9

Matilde Casazola; del poema #18, Tierra de estatuas desteñidas; obra poética, Asociación de Bancos de Bolivia; Sucre, Bolivia 1996. Matilde Casazola; del poema #2, Tierra de estatuas desteñidas; obra poética, Asociación de Bancos de Bolivia; Sucre, Bolivia 1996. Matilde Casazola; ambos versos tomados de la canción Viento pasajero. Versiones de Casazola |

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Carta de Matilde Casazola a Cergio Prudencio.

traigo nombres de otras patrias” ¿Cómo podía alguien saber tan bien lo que mi alma quería decir? Traía entonces yo efectivamente el nombre de Venezuela en el costado izquierdo, con su caudal de apegos y progresiones anímicas, cuando los ojos se me enjugaron en el sobrevuelo de la cordillera circundante, y miré mis montañas recortadas10 (que no recordadas, como el imaginario popular ha convertido). Recortadas en trazos rasgados y caprichosos, desafiantes y bellamente estéticos. Matilde y la montaña siempre se entendieron: Hemos tenido poco tiempo de conversar. Creo que La Paz es así, y creo que en esta época es así. Y como la vida se va, a manera de los días, y las hojas de los árboles, antes de que el destello cegador de esos días que pasé en La Paz, cercados por la belleza del Illimani, desaparezca, y parezca un sueño, te escribo.11

A manera de despedida de una estadía en La Paz, Matilde dejó sobre mi escritorio del Teatro Municipal (del que yo era director) un papel doblado en dos con una desafiante copla suya: Esto de verte / es como beber un trago fuerte / que su veneno vierte / dando la vida mientras da la muerte… Mi agradecimiento y sorpresa fueron por carta hasta Sucre. No siempre los regalos de los poetas se comprenden; pero tu corazón de artista sensibilísimo la comprendió, y me alegra el haberte hecho el mío, pues llegó en momento clave12, me escribió a vuelta de correo. Y ninguna copla necesita traducción. Ahí queda el testimonio interpelándome, como me interpelan todavía los dibujos obsequiados, sin retórica previa, por esa misma época. Dibujar me hace mucho bien, dibujar y pintar13, decía en otra misiva. En recurrentes diálogos cargados de coincidencias y reciprocidades, platicamos muchas veces con Matilde sobre los misterios de la creación. ¿De dónde vie10 11 12 13

Matilde Casazola; ambos versos tomados de la cueca De regreso. Correspondencia personal 1990. Correspondencia personal 1990. Correspondencia personal 1990.

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Foto Archivo Cergio Pruedencio

nen las ideas, los impulsos? ¿Creamos realmente o somos meros instrumentos de una fuerza exógena determinante? En Matilde la obra es la vida misma, tal como Jaime Sáenz reclamaba para la validación de la poesía entendida como el hecho trascendental de toda creación, más allá del lenguaje mismo. Ya que como artista me ha tocado heredar la soledad, trato de cultivarla y hacerle brotar plantas de flores perdurables. Ya sean terrenales o celestiales, más perdurables.14 Y en coherencia con su opción apostólica, Matilde asume con entereza la incertidumbre propia: 14 Correspondencia personal 1990. Versiones de Casazola |

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Foto Archivo Cergio Pruedencio

[…] estoy en un momento difícil de mi vida artística. Eso de crear es algo que agota. A veces crees que todo está dicho. Otras veces piensas que de lo que has hecho, muy poco es lo rescatable.15 La duda y el vértigo afloran claramente en estos manifiestos en prueba de rigor y honestidad. La individuación de Matilde es una conquista de su determinación, del querer ser propiamente, partiendo de fuentes que ella reconoce abiertamente: […] me atrajo un compositor argentino que es Atahualpa Yupanqui, […] por su riqueza poética, de tal hondura, y su sencillez dentro de la canción. […] me ha influido durante los primeros años que compuse. Me costó mucho desprenderme. Me di cuenta un día que yo tocaba igualito a él. Dije, pero si es igualito, bello, pero de qué me sirve, ya está ahí… qué voy a hacer con esto. Y entonces empecé a luchar contra este mi maestro invisible.16

Para alcanzar identidad, Matilde se mira en otros y también recoge herencias acumuladas: […] en ese sentido, tal vez es verdad que estoy un poco sola, porque quizás yo me he arraigado a estas fuentes y a estas raíces telúricas, para no perderme en esta confusión.17 Lo dijo así, lúcidamente, a propósito de las arremetidas de la globalización y los espejitos de colores que deslumbraron a muchos de nuestros creadores de todas las disciplinas en los albores de los años noventa. Pero además optó en conciencia por transitar caminos interiores: Para ser sencillo, yo creo incluso que hay que haber vivido mucho, o ser un niño simplemente, o una persona que después va como haciendo un cedazo, así, por donde van pasando las cosas que molestan y solamente se emplea el material bueno.18 15 Correspondencia personal 1990. 16 Cergio Prudencio; Diálogo con Matilde Casazola, en Hay que caminar sonando; Fundación Otro Arte, La Paz, Bolivia 2010. 17 Ibíd. 18 Ibíd.

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Esas cualidades matildeanas me llevaron a reflexionar sobre su obra ya en 2003: La sencillez de una canción puede de pronto revelarnos un universo de música: el silencio que clama, por ejemplo; la pausa instantánea y eterna al mismo tiempo; el justo acento en la guitarra para el preciso énfasis semántico de la palabra; las fluctuaciones del tiempo que vuela y se desplaza, o flota y se sujeta, como un alazán gobernado por fabuloso jinete.19

Es evidente que Matilde se construye a sí misma en un proceso no exento de discordias, angustias y luchas denodadas contra fuerzas internas y externas, sin conceder tregua hasta configurar imagen propia y cualidad específica en un lugar deshabitado. No es fácil aprender a estar sola, pero uno busca también estar sola, domesticar la soledad, porque mientras no la domesticas ha de ser tu enemiga, ¿no? La soledad trae muchísimas cosas positivas y hermosas, porque aprendes a conocerte a ti misma. Para mí es absolutamente necesaria la soledad.20

Pero paradójicamente es el amor la vertiente dominante en su canción, con todas sus connotaciones, claro. Ese lucero / nada más quiero / Después que importa la muerte / ya tuve el cielo.21 Y al hablar de sí misma Matilde habla por la gente, por los seres humanos en el paso cotidiano por el mundo. Es cuestión de seguir escuchándola: Tanto te amé, tanto soñé tu ternura / y aquí me ves, sola con mi pena obscura.22 19 Cergio Prudencio; La Matilde, en Hay que caminar sonando; Fundación Otro Arte, La Paz, Bolivia 2010 20 Cergio Prudencio; Diálogo con Matilde Casazola, en Hay que caminar sonando; Fundación Otro Arte, La Paz, Bolivia 2010 21 Matilde Casazola, verso del bailecito El lucero de tu pecho 22 Matilde Casazola, verso del aire de bailecito Tanto te amé. Versiones de Casazola |

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Uno de los árboles de la huerta familiar de la familia Mendoza.

Ahora, cuando debo dar una impresión sobre los cantares de Matilde, descubro haberlo hecho ya en 1990 en un texto cuya vigencia me permite recuperarlo para completar estos apuntes:

Paréntesis En nuestra música popular, Matilde Casazola es única. Nadie como ella ha hecho credo tan hondo en la tradición y se ha reconocido en sus formas, sus gestos y sus climas, para recrearlos en un lenguaje cargado de alusiones e invención. La canción de Matilde no sólo alude al espíritu de las cuecas, bailecitos, huayños y otras músicas, expresión cierta del sentimiento nacional de la traumática primera mitad del siglo xx, sino que inventa un decir auténtico de palabras y diseños sonoros, opción propia y honesta para descubrirnos su mundo, sin conceder nada a los lugares comunes. Nadie como Matilde ha hecho un todo indivisible de la creación y la interpretación. Sus canciones no son apenas los supuestos del canto y el acompañamiento, sino la forma inefable de Matilde al cantar y acompañarse. En sus canciones se funde la palabra-imagen con el giro melódico fluyente; éstos con el golpe o la sensación de movimiento en la guitarra y con el registro de la voz trabajado siempre expresivamente. Nadie como Matilde, ha demostrado que las renovaciones de la estética son verdaderas sólo cuando nacen de la observación del individuo, de la sociedad y de la Historia.23

Matilde es una voz que atraviesa nuestro tiempo. Lo hilvana en sus partes, sujetándolas para formar una continuidad. Sus canciones congregan años y décadas, 23 Cergio Prudencio; presentación del disco LP Matilde Casazola; Discolandia sello Lyra (slpl13691); La Paz, Bolivia 1990.

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Foto Archivo Matilde Casazola

y no sólo las de su protagonismo; porque aunque ella se arraiga en vertientes populares de cepa centenaria, a la vez empuja el lenguaje poético-musical hacia avistamientos de provocadora innovación; ella en medio, dándole nombre a los dolores y las esperanzas de una generación, sacudiéndola y recordándole, signándola y dándole cobijo. Porque en Matilde encontramos el principio y el destino; es decir, los orígenes de una identidad y los caminos abiertos hacia donde llevarla. Gracias a la tecnología no tenemos más comunicación escrita con Matilde. Sus preciosas cartas manuscritas ya no llegan al correo, selladas con fecha de emisión, estampilla alegórica y contenidos asombrosos. Sin embargo su sensibilidad infinita sigue atenta y llama al teléfono cuando intuye mis derrumbes y ando procurando aliento. Con sabiduría asoma preguntas discretas y venturosos vaticinios, expresando llanamente afectos acarreados desde otras existencias, quizás. Y entonces su voz me devuelve a la esperanza, me recupera en la fe y me pone nuevamente en el camino. Matilde es un ejemplo de ser y de estar, aquí y ahora; en integridad. Por los siglos de los siglos. G

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casazolIANOS

Si hay un poema que parece reflejarse en la obra de Matilde Casazola es “Alma de la cosas”, de su abuelo, el afamado escritor y poeta Jaime Mendoza. Ricardo Jaimes Freyre con el poema Siempre, no el que repetía Borges incansablemente; sino otro poema de igual título, del libro País de Sombras, que parece referirse a la muerte. Primo Castrillo, modernista boliviano, y su poema La partida, que nos llena de nostalgia por lo que ya no regresa. Estas son las señales que como centellas en el mar nocturno nos muestran la geografía de sus preferencias. Casazolanianos |

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Alma de las cosas Jaime Mendoza (1874-1939)

En esta hora llena de melancolía me acerco al estanque. La tarde agoniza; el huerto está mustio; el cielo es de lila; el aire está inmóvil; el agua, dormida. Me siento a la vera del estanque. Brillan ya allí las estrellas que el cielo le envía. Y un lozano sauce con ellas se mira en el claro espejo del agua dormida. Alma de las cosas, mi alma en ti se infiltra: ya no soy un hombre sino una partícula de la luz que muere, del cielo de lila, del huerto, del sauce, del agua dormida…

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Siempre Ricardo Jaimes Freyre (1888-1933)

¡Tú no sabes cuánto sufro! ¡Tú, que has puesto más tinieblas en mi noche, y amargura más profunda en mi dolor! Tú has dejado, como el hierro que se deja en una herida, en mi oído la caricia dolorosa de tu voz. Palpitante como un beso; voluptuosa como un beso; voz que halaga y que se queja; voz de ensueño y de dolor… Tú no sabes cuánto sufro; cómo aumenta mi martirio temblorosa y desolada, la caricia de tu voz. ¡Oh, me llamas y me hieres! Voy a ti como un sonámbulo, con los brazos extendidos en la sombra y el dolor… Tú no sabes cuánto sufro; cómo aumenta mi martirio temblorosa y desolada, la caricia de tu voz. ¡Oh, el olvido! ¡El fondo obscuro de la noche del olvido, donde guardan los cipreses el sepulcro del Dolor! Yo he buscado el fondo obscuro de la noche del olvido, y la noche se poblaba con los ecos de tu voz…

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La partida Primo Castrillo (1896-1985)

Nadie estuvo allí para ofrecerte las flores que tanto amabas. Nadie estuvo allí para alcanzarte la guitarra que fue la mujer más fiel de tu vida. Te fuiste solo sin las flores de tu cariño; sin el madero que supo llorar tan hondo y vivo en el silencio de las noches y en las brumas del amanecer. El camino que tomaste, para no volver más, sigue lo mismo: sin verdor en sus orillas, sin mugidos de buey y sin aquél árbol tuyo que cortaron los leñadores.

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En el patio el pedazo de cielo ya no está en tu copa y la ventana se tapa los ojos para no ver al niño que llora. Y sobre la cumbre gris del cerro el calvario sueña el antiguo olvido del jazmín y de la luna. Y abajo, el riachuelo se cubre de algas y esconde sus pececitos para el día en que vuelvas. Yo no quiero decirle que tú ya no volverás nunca. El camino se lo dirá algún día. El llanto del niño se lo dirá algún día. Las guitarras del pueblo se lo dirán algún día.

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Una pequeña “antología de antología”, realizada por el poeta Gabriel Chávez, que muestra algunas de las inquietudes de la poeta: la mirada sobre sí misma, la tierra siempre madre, los árboles, su sensibilidad social y su particular manera de entender lo Divino. Casazola : primera persona |

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Los cuerpos

I Amo mis huesos su costumbre de andar rectos de levantar un semicírculo para abarcar el cielo de encadenarse en filigranas diminutas para favorecer el movimiento; amo mis huesos con sus curvas sus salientes y sus cuevas profundas. Si hubiera sido insecto, también habría amado mis antenas como amo ahora mis ojos con sus cuencas y mis manos inquietas y toda esta estructura en la cual vivo en la cual soy completa. Y le doy gracias al discutido Dios de creación perfecta o imperfecta de existencia absoluta o no existencia, le doy gracias en uso de mi cuerpo y su esencia. Al menos, comprendo su intención: sé que era buena.

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El ala rota

Esta noche recién caí en la cuenta de que a mi Ángel le falta un ala. ¿Desde cuándo estará así? ¿Desde cuándo siempre bordeando mi camino rodeándome de esquinas blandas, lo más suaves posible mi ángel venía herido? Oh guardián dulce enviado para llevarme a destino seguro cómo puedo ahora descansar en ti mi fe. Rota un ala cuántas sendas habrás equivocado. Con razón estos campos me eran hostiles hace tiempo y empeñé tanto espejo con mi llanto. Traes la expresión grave y el cansancio te agita.

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¡No te preocupes, sin embargo! Sigamos los dos maltrechos, incoherentes perdidos. A algún sitio habremos de llegar tarde o temprano. Eres fiel, Ángel mío. ¿De qué sirviera que intacto luminoso, etéreo te salvaras tú solo? Caigamos juntos y olvidemos el destino que nos fuera deparado en los dominios de Dios. ¿Sabes que es lindo no tener mañana? Infelices hay muchos, te aseguro y la tierra de las sombras es generosa: no termina nunca.

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Tierra

Soy un poco de tierra que adquirió un don milagroso de la voz y del canto. Si los creyerais dignos de alabanza, ensalzad a la tierra bendecid a la tierra, que ella es la dueña madre de todo encantamiento, la fuente origen de perpetuo milagro. Cuando mis pies detenga, cansada de su continua ronda, ella será mi almohada y mi reposo. ¡Oh Pachamama escalón inmediato de la eterna armonía, heredera suprema de mi sombra y mis huesos! ¡Salve tierra una sola, derrocadora de fronteras! Por ti la voz y el canto dominaron el aire e hicieron lagrimear a las estrellas.

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Árbol

II De tus ramas colgaban las estrellas árbol adolescente de otros años. Después me fui no sé por qué caminos y vos te quedaste allá en el fondo de la huerta, contando los silencios las mañanas y las tardes huecas de mis pisadas. Preguntando a todos los vientos nuevos de mi voz y mis cabellos. Preguntando una y otra vez al viejo viento de aquella extraña luz que antes venía siempre a jugar en tus ramas. Ellos te decían: “Está lejos…” Y fuiste anocheciendo haciéndote cariño silencioso de abuelo.

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Esta noche te hallé nuevamente, lleno de lucecitas. Engalanaste tus ramas para esperarme. Y ya ves, no ha pasado el tiempo: Aquí retornan mis pisadas. Clavado en el fondo de la huerta, mi amor adolescente oh blanco oh mío de todas las llegadas de todos los regresos. Lágrima suspendida entre dos tiempos, árbol albaricoque viejo.

Casazola : primera persona |

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Los obscuros

La fruta estaba hecha para que la gustáramos, para olerla y gozar su lozanía; pero nosotros no podíamos comprarla. El sol estaba hecho para amar nuestra piel, estremecer la vida de todo nuestro cuerpo; pero a nuestra guarida el sol no entraba. El pan de cada día, en fin, estaba hecho para hablarnos todas las mañanas de campos fecundados; pero sólo comíamos con mendrugos duros y agrios. También había música y otras cosas dulces, pero habitaban en el aire alto y nosotros sólo captábamos sus ecos. Nos debatíamos en la cueva obscura, en el cuartucho húmedo donde la única verdad es la Miseria. Entonces, no aprendimos el himno de alabanza, y la sonrisa en nuestros labios era una flor enferma.

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Dicen que Dios hizo a los hombres iguales y semejantes a él en armonía y en belleza, ¿cómo es entonces, que ahora formemos este vértice inmundo del que huyen todas las miradas y contra el que se vuelven bruscamente las espaldas? –Hablo por boca del que se arrastra por húmedos rincones de morada siniestra. Dice que de él también era la tierra.– ¿Quién hurtóme el rojo clavel, llamarada impetuosa; quién bloqueó mis salidas quién me esperaba aún antes de pensar nacer con la triste cadena? No estuvo equilibrada en mi balanza la desdicha, con la bienaventuranza. Te regalo de antemano mis huesos, para que hagas con ellos trémulas flautas que canten elegías mientras a blanca mesa se sientan prósperas familias

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y hay sol, y hay pan, hay fruta. Pero llora, es verdad, en todo el aire trĂŠmula flauta, su llanto innumerable.

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[Este mi Dios tiene callos en los pies]

Este mi Dios tiene callos en los pies, es un apasionado de la música selecta (¡cómo ama los violines!) y tiene unas cuantas muelas rotas. Ya os estaréis dando cuenta de que mi Dios no es ningún superhombre. Lo adoré mucho tiempo en altares fastuosos, en templos misteriosos perfumados de incienso, pero mi Dios estaba caminando conmigo por las calles tropezando en las piedras muerto de hambre algunas veces y otras, ¡qué azul! columpiando de los árboles. Le alquilo mi corazón desde el comienzo, y es tan insólito este inquilino que por timidez no le cobro casi nunca. Además, a veces me paga adelantado. Debo reconocer que es un gran compañero; lo prefiero a todos los dioses verdaderos. Y tengo la ventaja de que morirá conmigo. (O a lo mejor me hace trampa y permanece vivo…) Pero no. Aunque desconcertante, siempre me ha sido fiel. Cuando más ha de decirme: –¡Ven! Yo conozco un sitio…–

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Mariano

Baptista Gumucio

Foto Mauricio Zaballa

Heraldo de la memoria

Papelista y polígrafo –esos oficios en desuso–, historiador heterodoxo que acerca el pasado a la gente porque no quiere que olvide lo que no debe olvidarse, pedagogo que quiso salvar a Bolivia de la escuela, hombre de Estado que pasó por ministerios y embajadas, defensor de la democracia, periodista que habiendo dirigido medios no vacila, ya cercano a los 84 años, en recorrer el país cámara en mano para entrevistar artistas y escritores, gestor cultural que anda creando museos en ciudades y pueblos: todo un renacentista, en suma, es Mariano Baptista Gumucio, uno de los más notables intelectuales bolivianos. Como todas esas facetas suyas, interconectadas y alimentadas entre sí, no son fáciles de aprehender de una sola mirada, aquí hacen distintos abordajes a su personalidad –y con estilos muy diversos– una narradora, Luisa Fernanda Siles; un historiador, Valentín Abecia López; un poeta y ensayista, Gabriel Chávez; y una periodista en ejercicio, Mónica Oblitas. Todos ellos lo conocen de cerca y a cada uno le ha tocado compartir algún trecho de su ruta. La suma de estos textos nos permite sorprendernos con el retrato de un hombre que venciendo las limitaciones del entorno y en medio de todas las vicisitudes propias de “este país tan nuestro y tan ajeno”, construyó un legado tejido del material con que está construida la identidad de las personas y los pueblos: la memoria. A evitar que ella se pierda, a preservarla y transmitirla, ha dedicado casi toda su vida, imbuido de ese sentimiento que también está en desuso: el amor al país sin aspavientos. Ya iba siendo tiempo de hacerle un homenaje de palabras, esas que le han acompañado siempre. Mariano Baptista Gumucio |

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versiones de Baptista Gumucio

Para hablar de sus años de periodismo, qué mejor que una entrevista. Para su faceta política, los recuerdos de una escritora que, por razones familiares, fue testigo cercano de la intimidad confabuladora de los intelectuales de la “izquierda nacional” de los años 60 y 70. Sobre el corazón de su actividad: la historia, los libros, la cultura, un texto reflexivo y minucioso que aquilata las dimensiones de su aporte y lo valora en perspectiva. Esto, además del esbozo de un perfil integral, donde queda retratado como “un hombre sin espuma”. Versiones de Baptista Gumucio |

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La llama incesante Luisa Fernanda Siles1

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enía cinco años2 la primera vez que escuché mencionar al “Mago” Baptista, aunque debo haber escuchado ese nombre siempre, ya que Augusto Céspedes3 lo traía a colación junto a sus recuerdos de cuando, siendo embajador de Bolivia en Roma, recibió a Mariano, un jovencísimo primer secretario ante esa delegación situada en Parioli e inauguraron una amistad que duraría toda la vida. Céspedes conoció al “Mago” en el aeropuerto de “El Alto”, donde llegó en el avión tripulado por el capitán René Barrientos Ortuño, que trasladó a los revolucionarios de Buenos Aires a la Sede de gobierno, luego del triunfo de la Revolución de 1952. Fue entonces que el “Flaco” Gumucio4, tío de Mariano y futuro gestor de grandes emprendimientos que impulsaron al país durante el gobierno del mnr, los presentó en medio de las riadas de entusiasmo y conmoción que envolvía a los correligionarios, quienes no veían la hora de instaurar en el país la Revolución Nacional tan largamente acariciada. Decía también que el veinteañero Baptista fue el secretario presidencial de la República de Bolivia más joven del que se tenga noticia. La verdad es que al “Mago” Baptista me lo imaginaba distribuyendo encantamientos y pociones a su paso, una suerte de Merlín barbiespeso, entunicado y provisto de varita mágica. Gran chasco me llevé cuando finalmente lo vi en la casa de calle Socabaya, a su regreso de Venezuela donde estuvo exiliado. Era un hombre distinguido y sonriente que, junto a otros personajes, complotaba contra

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Narradora boliviana. La autora es hija de la viuda de Augusto Céspedes. Augusto Céspedes Patzi (1904-1997), periodista, escritor y político boliviano, también conocido con el sobrenombre de “Chueco”. Uno de los escritores más significativos de la llamada “generación del Chaco” y de la revolución de 1952. Alfonso Gumucio Reyes (1914-1981), ingeniero y político boliviano lider del Movimiento Nacionalista Revolucionario y uno de sus fundadores en 1941, también conocido por el sobrenombre el “Flaco”. Presidente de la Corporación Boliviana de Fomento (cbf).

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Foto Juan Murillo Dencker

Versiones de Baptista Gumucio |

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el entonces “traidor” Barrientos Ortuño5. Hundidos todos en una nube de humo de cigarrillos, mares de café, whisky y milanesas encargadas en el “Marilyn”, durante innumerables tardes resolvían lo imposible, a dos cuadras del Palacio de Gobierno. Recuerdo claramente a un delgado y grave Sergio Almaraz –como doliente de su propia y temprana partida–, a un efervescente Zabaleta –quien según Céspedes escribía en “difícil”–, a un Marcelo Quiroga Santa Cruz parco y a un exuberante José Ortiz Mercado de carcajadas resonantes y contagiosas. De ese selecto grupo de intelectuales salieron los “ovanductos”, como bautizó el autor de El Dictador Suicida a los ministros más jóvenes y brillantes que acompañaron al gobierno del presidente Ovando y formalizaron la nacionalización de ypfb y la expulsión de la Gulf Oil.6 Mariano Baptista fue uno de ellos, ocupó la cartera de Educación en esa oportunidad y desde entonces se convirtió en un referente, ya que llevó a cabo el programa más comprometido que se haya intentado en el país para desterrar el analfabetismo. El autor de obras pedagógicas como ser: Una escuela para la vida; Alfabetización, un programa para Bolivia; Salvemos a Bolivia de la Escuela 5 6

René Barrientos Ortuño (1919-1969), militar y político boliviano, cuadragésimo séptimo Presidente de Bolivia. El grupo al que se hace referencia estuvo conformado por brillantes intelectuales jóvenes, que en 1969, aprovechando el gobierno de facto del militar Alfredo Ovando Candia (1918-1982), en su segunda ocasión (anteriormente fue presidente en bicefalía con René Barrientos Ortuño), promovieron la nacionalización de la compañía petrolera estadounidense Bolivian Gulf Oil Company. Tanto Sergio Almaraz Paz (1928-1968), ensayista, periodista y político, como René Zavaleta Mercado (1935-1984), político, sociólogo y filósofo, son autores de una importante obra publicada que ha marcado el pensamiento político boliviano. José Ortiz Mercado (1940-2004), político y economista boliviano fue artífice de la Estrategia Socio-Económica del Desarrollo Nacional (1971-1991). Mientras que Marcelo Quiroga Santa Cruz (1931-1981), político y escritor boliviano, que fungió de ministro de Minas y Petróleo durante la nacionalización mencionada, es el gran representante de la política consecuente. Asesinado en 198o a raíz de un golpe de estado militar.

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Puso sal en la llaga de la enseñanza y propuso reformas educativas profundas, atacando la raíz de la educación decimonónica que formaba a nuestros niños hasta hace poco. Siempre tuvo la certeza de que armar de letras a los iletrados era encender la luz en la oscuridad más estéril y la mejor manera de encarar el futuro como país.

y Antología Pedagógica de Bolivia, proponía nuevas maneras de enseñar y barría un sistema escolar vetusto y abrumador. Cuando la revolución movimientista sacudió los cimientos de un modelo feudal, Mariano Baptista, colaborador del Presidente Víctor Paz Estenssoro7, formaba parte de la juventud idealista que ansiaba justicia social y era columnista del periódico La Nación. Revolución y Universidad, publicado en sus años universitarios, fue el primer libro de la cincuentena que vendría de su pluma. “Es difícil decir por qué empieza uno a escribir. En mi caso creo que fue el deseo de comunicarme con algunas gentes, de transmitir y difundir temas que me parecen relevantes”, afirma, y así le debieron parecer la obra, vida y pensamiento de Franz Tamayo8, José Cuadros Quiroga9, Alcide D’Orbigny10, Man Césped11, Carlos Me-

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Ángel Víctor Paz Estenssoro (1907-2001), abogado y político boliviano.Presidente de Bolivia en cuatro ocasiones (1952-1956; 1960-1964; 6 de agosto al 4 de noviembre de 1964 y 1985-1989). Uno de los autores intelectuales de la llamada Revolución Nacional de 1952. 8 Franz Tamayo Solares (1879-1956), poeta, político y diplomático boliviano, considerado una de las figuras centrales de la literatura boliviana del siglo xx. 9 José Cuadros Quiroga (1908-1975), periodista y político boliviano, uno de los fundadores y principales teóricos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr) en sus primeros años. Fungió las labores de embajador y ministro de la República de Bolivia. 10 Alcide Charles Victor Marie Dessalines d’Orbigny (1802-1857), naturalista, malacólogo, paleontólogo y explorador francés. Visitó Sudamérica enviado por el Museo de Historia Natural de París en viaje de exploración científica; tras dicho viaje, D’Orbigny escribió una obra monumental, que constituye un relato histórico referido a Uruguay, Brasil, Paraguay, Argentina, Chile, Perú y Bolivia. 11 Manuel Céspedes (1874-1932), poeta boliviano más conocido por su pseudónimo Man Césped. Escribió poco, pero con gran profundidad. Sus artículos filosóficos y literarios retornan a lo primitivo, anhelo de reducirlo todo a las magnificencias de la Naturaleza. Primer poeta que escribió poesía en prosa en Bolivia con sus libros Sol y Horizontes, y Símbolos Profanos. Versiones de Baptista Gumucio |

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Foto Mauricio Zaballa

dinaceli12, Augusto Guzmán13, Walter Guevara Arze14, Augusto Céspedes, Carlos Montenegro15 y Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela16, entre otros. Asimismo publicó varias antologías y con Los días que vendrán ganó el Primer Premio Nacional de Ensayo. Baptista confiesa que si tuviera que escoger un autor para que lo acompañara en su último viaje sería Nikos Kazantzakis y que Ray Bradbury lo impresionó. Creo adivinar que la lucha por la libertad, el desahucio de la esperanza, el grito partido que representa la voz del autor cre12 Carlos Medinaceli (1902-1949), escritor, novelista y crítico literario boliviano. Integrante y cofundador, en 1918, del grupo y revista potosina Gesta Bárbara, movimiento fundamental para comprender la historia literaria de Bolivia. 13 Augusto Guzmán (1903-1994), novelista, historiador y ensayista boliviano. 14 Walter Guevara Arze (1912-1996), abogado, catedrático y diplomático que asumió la Presidencia de Bolivia entre el 8 de agosto de 1979 y el 1 de noviembre de 1979. Fundador del Movimiento Nacionalista Revolucionario, (mnr) en 1941. Autor entre otros libros de ensayo del célebre Manifiesto a los ciudadanos de Ayopaya (“Tesis de Ayopaya”, 1946) considerado fundamental para explicar el programa del mnr. 15 Carlos Montenegro Quiroga (1903-1953), escritor, periodista e ideólogo político boliviano, considerado uno de los principales pensadores y teóricos de la revolución boliviana de 1952 y del Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr). 16 Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela (1674-1736), cronista potosino nacido en la época del Virreinato del Perú, considerado el primer escritor boliviano. Su obra Historia de la Villa Imperial de Potosí ha sido calificada por la crítica moderna “como la primera obra de la literatura de Bolivia” (Blanca Wiethüchter).

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Uno de los tantos espacios de lectura de la casa.

tense y la crítica de Bradbury a la sociedad moderna, la deconstrucción de sociedades distópicas e indeseables que espejan aquello en lo que nos convertiremos si seguimos trastocando nuestros valores, están en el espíritu del hombre que busca el “hilo rojo”. La “llama” que todo hombre que se respeta debería buscar. Mariano parece haber tenido muy en claro desde los tempranos días de su niñez, transcurridos en Cochabamba, en los que su tío Gonzalo Gumucio lo inició en el “peligroso” hábito de la lectura, que ese era el dintel de la puerta que abría el universo de la imaginación; que el conocimiento humano que se adquiere a través de las páginas de un libro es ilimitado y que es el mayor bien que se le pude desear –y facilitar– a otro ser humano. Sensación reforzada cuando fue Subdirector de la Biblioteca Nacional de Bolivia, en Sucre, en los primeros años de 1952. Imagino que el lector ávido que era comprendía la urgencia de la creación de bibliotecas –entonces y todavía tan escasas en el país–; por eso es que cuando asumió el Ministerio de Educación y Cultura inauguró el Banco del Libro y la Biblioteca Infantil y Juvenil “Oscar Alfaro” que formaban parte de un plan de fomento de la lectura y dotación de bibliotecas pedagógicas y 150.000 libros al magisterio, además de diccionarios y mapamundis, la refacción, restauración y entrega de establecimientos educativos y la creación de repositorios de arte en variados departamentos. Gestiones que lo hicieron merecedor de “La bandera de oro”, condecoración extendida por el Senado de Bolivia en mérito a su larga labor en servicio de la Educación y la Cultura. Por cierto, adentrarse en la trayectoria del tres veces Ministro de Educación es recorrer una larga lista de premios entre los que figuran el “Andrés Bello” concedido por la Organización de Estados Americanos, la medalla Pahlevi extendida por la unesco y el Premio Nacional de Gestión Cultural “Gunnar Mendoza”. Distinciones sobradamente merecidas a su quehacer de más de cinco décadas creyendo que nuestra verdadera riqueza está en las personas y en su cultura. Intelectual polifacético, fue director de “Última Hora” durante catorce años, creador de la revista “Semana” y de la “Biblioteca Popular”, gerente general de la Empresa Nacional de Televisión Boliviana, corresponsal y responsable de proVersiones de Baptista Gumucio |

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gramas televisivos. Como periodista veló porque la información reflejada por los medios de comunicación por él dirigidos no fuera escondida, adulterada o falseada y siempre reprochó la falta de comunicación en el país, culpabilizando a ello de nuestro atraso. La casa de Mariano está atestada de libros, cuadros, antigüedades. Ella es fiel reflejo de su pasión por la literatura, el arte y la historia. Este recuperador nato de documentos y objetos, historiador e investigador respetuoso de la memoria, tuvo la sensibilidad de darse cuenta que el pasado hay que recopilarlo, inventariarlo, porque es nuestra identidad, porque sólo él nos explica lo que fuimos y lo que seremos. Josep Barnadas17 anota que el primer paso para la comprensión de la historia es reconocer cabalmente que ese pasado es propio, y reconciliarse con él. Historia Contemporánea de Bolivia, Otra Historia de Bolivia y Potosí, Patrimonio Cultural de la Humanidad son algunas de las obras de su autoría. “Esconder nuestras debilidades y deficiencias no contribuirá a edulcorar nuestro pasado, ni a mejorar nuestro porvenir. Por el contrario, el reconocimiento de lo que hemos sido, sin tapujos ni gazmoñerías, puede servir para un examen de conciencia y un propósito serio de rectificación. ¿No fue el propio Bolívar quien dijo que ‘no pertenecen a la historia ni la falsedad ni la exageración sino tan sólo la verdad?’”, escribe Baptista. Ex candidato a la Vicepresidencia de la República por el mnr en las elecciones de 1966 y ex embajador, proviene de una familia de bolivianos que amaron y lucharon por su país; es partidario de la No Violencia y mantiene un compromiso irrenunciable con la promoción cultural. “La cultura que heredamos es una serie de ensayos sobre las dos vertientes, la española y la indígena que han conformado nuestro ser nacional”, anota Alfonso Gumucio Dagrón18. Creo, precisamente, 17 Josep María Barnadas (1941-2014), historiador boliviano-español afincado en Bolivia especializado en Historia Colonial boliviana. Lo acompaña una copiosa obra de 71 libros y 135 artículos publicados en revistas especializadas de todo el mundo. 18 Alfonso Gumucio Dagrón (1950), escritor boliviano, periodista, realizador, fotógrafo y es-

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que ese “ser nacional” y su mundo interior inconformista fueron los que desde la adolescencia llevaron a Mariano primero a las filas del mnr y luego a escribir, a combatir a una sociedad superficial, ignorante, insensible y a dedicar su vida a transformarla a través de la cultura. Desde 1999 hasta hace poco tiempo, Mariano recorrió las cuatro esquinas de nuestro territorio ayudándonos a los bolivianos a descubrir el país en su programa televisivo “Identidad y Magia de Bolivia”. Viajero solitario con su cámara de bolsillo en ristre y su voz amable, ahora conduce y graba personalmente “Voces en Libertad”, emisión en la que entrevista y resalta la obra de escritores, historiadores, artistas plásticos, escultores o músicos que aportan al país con su labor creativa. Bolivia “tiene una diversidad fantástica y hay personas verdaderamente excepcionales, por su talento, su entereza, su creatividad”, señala. Para mí, el “Mago” Baptista es un verdadero hierofante de la consecuencia, un defensor a ultranza de nuestro patrimonio artístico y cultural y de nuestra memoria. Puso sal en la llaga de la enseñanza y propuso reformas educativas profundas, atacando la raíz de la educación decimonónica que formaba a nuestros niños hasta hace poco. Siempre tuvo la certeza de que armar de letras a los iletrados era encender la luz en la oscuridad más estéril y la mejor manera de encarar el futuro como país. Este humanista incansable parece desafiar al tiempo, opta por no claudicar, mantiene una vigencia heroica en un mundo de jóvenes. Su memoria pasmosa y andar ligero dan la impresión de un hombre a quien la juventud se niega a abandonar. Los grandes hombres son así, atemporales; su inteligencia los mantiene actuales de por vida y su obra permanece sólida para siempre, blindada y presente, como ocurrirá con la de Mariano. G

pecialista en comunicación para el desarrollo. Hijo de Alfonso Gumucio Reyes, nombrado más arriba. Versiones de Baptista Gumucio |

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Mariano Baptista Gumucio, primero periodista Mónica Oblitas1

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ariano Baptista Gumucio tiene una especial fascinación por las letras. Podría decirse que le viene de herencia, pero en su caso hay algo más. Un toque especial que lo ha convertido no sólo en uno de los periodistas con más años trabajando en el medio, sino también de los más prolíficos. En su casa de puerta azul y jardín tupido adornado con mosaicos de colores, con un asiento blanco que invita a una horita de lectura bajo el especialmente cálido sol paceño, entre antigüedades puestas en los lugares menos esperados, Mariano Baptista es rey. Acá y detrás de su cámara de televisión, esa cámara ya no tan moderna pero que “sirve para lo que tiene que servir”, que maneja él sólo para hacer sus entrevistas y notas sobre el acervo cultural del país en un programa que ya lleva muchos años en el aire. Definitivamente de la máquina de escribir con la que empezó al teléfono inteligente (que él no tiene por cierto, porque no considera que sea necesario) mucha tinta ha pasado, pero Baptista sigue y seguirá trabajando convencido de su tarea (lo dice con ganas): tener el periodismo en la sangre y que sea un poco como el primer amor que nunca se olvida, que marca el camino en la búsqueda de otros amores, es el modus operandi de este veterano. Su biblioteca la regaló hace años a la Asociación de Periodistas de La Paz y a los pueblos de Punata y Camargo. Con el tiempo ha formado otra más pequeña a la que se añaden periódicos y revistas, peleando por un lugar en alguna de las mesas, como un recordatorio constante de que una vez que se empieza el affaire con la noticia es imposible terminarlo. Baptista lo sabe. Podrá ser historiador, haber trabajado en la educación, estudiado leyes en la Universidad, incursionado en la política, escrito muchos libros… pero jamás se quitó de encima al periodista. “Ni en las vacaciones”, ríe. Y su risa me relaja. El primer director es siempre el primer director, no importa cuántos años estés trabajando ni qué tan suficiente te creas; en mi caso, Mariano Baptista ha sido el primero en destazar una nota mía, armado con un 1

Periodista boliviana.

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Cuadro de Mariano Melgarejo.

lápiz rojo. Y en su caso, fue Augusto Céspedes2. “Un tipo justo al que le gustaban las cosas bien hechas”, recuerda Baptista. Como él, pienso yo. Hacemos esta entrevista en una sala desde donde nos mira un ceñudo Mariano Melgarejo3, personaje por el que este otro Mariano parece tener especial atracción, cual un “cisne negro” que se hubiera abierto campo a patadas y codazos en la historia de Bolivia. Muchos libros, otros cuadros con más figuras históricas (pero ninguno igual de impresionante que este Melgarejo enojado). Y ahí, en una esquina, una caricatura de Mariano Baptista hecha por su hija Rossana4, que lo muestra detrás de su escritorio en “Ultima Hora”, en camisa, con las mangas remangadas, con el pelo rizado y una sonrisa franca y feliz, como desafiando al furioso Melgarejo. Ahí está el Baptista periodista.

Los inicios, la política, el exilio Nacido en Cochabamba, pero criado en La Paz, Mariano Baptista Gumucio se inició muy joven en el periodismo, concretamente detrás de un pupitre del colegio La Salle, junto a su hermano Fernando y sus amigos Jorge Gallardo5 y Jorge Suárez6. 2

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Augusto Céspedes Patzi (1904-1997), periodista, escritor y político boliviano, también conocido con el sobrenombre de “Chueco”. Uno de los escritores más significativos de la llamada “generación del Chaco” y de la revolución de 1952. Baptista parece referirse a la época en que Céspedes, afamado director del periódico La Calle, fue, durante el gobierno del mnr, director del periódico La Nación. Manuel Mariano Melgarejo Valencia (1820-1871), militar, político, décimo quinto presidente de Bolivia entre finales de 1864 y 1871. Tristemente célebre por la infinidad de anécdotas que lo retratan como un Presidente borracho e ignorante, que sus detractores difundieron. Rossana Baptista Álvarez es la hija de Mariano Baptista que nace durante su autoexilio en Caracas, Venezuela, en 1961. Artista pintora. Estudió en el Chelsea School of Art Washington, Londres y en el Corcoran School of Art de Washington, D.C. Expone sus obras desde 1978 en galerías de La Paz y Santa Cruz, Bolivia. Jorge Gallardo Lozada (1934), escritor y político boliviano. Ministro del Interior en el gabinete de Juan Torres Gonzáles Jorge Suárez Suárez (1931-1998), Poeta, novelista, cuentista y periodista boliviano. Des-

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El cuarteto editaba el periódico escolar, que estaba hecho para gusto y necesidad de la comunidad educativa “y también mirábamos un poco más allá, no sólo lo que pasaba dentro del colegio. Éramos jóvenes con inquietudes sociales a los que nos impactaban muchas cosas que para otros pasaban desapercibidas”, comienza a desatar el nudo Baptista, cuando le pregunto por qué se hizo periodista. Quizá haya sido ese periódico, del cual trata de recordar el nombre, pero no puede; o el haber vivido en varios lugares del país y tener una visión más abierta que la del típico jovencito de escuela religiosa de los años ’50; o la carta abierta que le escribió a Eduardo Avaroa7 en el colegio y que le mereció su primer premio literario. Todavía en colegio, Baptista simpatizaba con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr) y tuvo luego una columna, durante cinco días a la semana, en el periódico “La Nación”, del que era director Augusto Céspedes. Fue en gran parte por esas columnas que, luego de salir de colegio, el entonces presidente Víctor Paz Estenssoro8 lo nombró como su secretario privado, puesto en el que estuvo trabajando dos años al mismo tiempo que estudiaba Derecho. ¿Abogado? ¿Pero no quería ser periodista? “En esos años no existía la carrera de periodismo, así que recibí mi diploma de periodista de manos de Hugo Banzer9 casi 20 años después de empezar a trabajar”, comenta. Durante el gobierno

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tacan su cuento El Otro Gallo, sus Sonetos con Infinito, y el poema en tercetos endecasílabos Oda al Padre Yunga. Eduardo Avaroa Hidalgo (1838-1879), comerciante y empresario erigido en héroe boliviano, pues durante la invasión chilena al Departamento boliviano del Litoral (1879) actuó en forma heroica defendiendo el territorio. Ángel Víctor Paz Estenssoro (1907-2001), abogado y político boliviano. Presidente de Bolivia en cuatro ocasiones (1952-1956; 1960-1964; 6 de agosto al 4 de noviembre de 1964 y 1985-1989). Regresó del exilio para asumir la presidencia en 1952, luego de la toma del gobierno por parte de su partido, pues habiendo ganado las elecciones en 1951, un autogolpe negó inicialmente su asunción. Hugo Banzer Suárez (1926-2002), militar, general y político boliviano, presidente de la República en dos períodos: 1971-1978, mediante golpe de estado, y 1997-2001, mediante elecciones. Versiones de Baptista Gumucio |

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de Hernán Siles10, sucesor de Víctor Paz, Baptista salió a Roma para ejercer funciones diplomáticas y dejó los estudios. En Roma estuvo un año, luego se fue a Londres otro año. A su llegada a Bolivia tuvo un rompimiento (“no quiero hablar de eso”) con Paz Estenssoro, así que decidió calmar las aguas e irse a Venezuela, a Caracas, donde estaba su hermano Fernando. Allí vivió durante 10 años, en una suerte de autoexilio. Su paso por el mnr lo vacunó contra la política militante. Comenzó a trabajar en la cadena Capriles, donde funcionaban varios periódicos y donde Baptista se encargaba de los editoriales y de algunas notas especiales. Cuando le pregunto cuál nota recuerda que haya sido significativa para lanzar definitivamente su carrera, me dice que una referida al primer ministro inglés Winston Churchill, que estaba muy delicado y que un tiempo después moriría. Baptista hizo una semblanza que fue muy bien recibida y que muchos medios replicaron. De esta forma comenzó a construir su prestigio periodístico. Sin embargo, y aunque escribía para varios medios, el joven periodista comenzaba a aprender que este oficio no es una buena fuente de ingresos, así que para rellenar los huecos financieros también trabajaba en la línea aérea oficial de Venezuela. No se queja para nada. Este trabajo le permitió dar no sólo una, sino varias vueltas al mundo, y conocer a muchos personajes que lo marcaron en sus diferentes facetas como escritor, como historiador, como periodista y como persona. En Gales, visitó a Bertrand Russell, con quien después mantuvo correspondencia, y en Caracas tuvo amistad con Germán Arciniegas y Arturo Uslar Pietri. Cuando le pido que hurgue en su memoria para encontrar cuáles fueron las notas que le enseñaron que el periodismo tiene muchas aristas, que no es sólo blanco o negro, recuerda una anécdota y al hacerlo esboza una media sonrisa. Vinieron al periódico unas universitarias trotskistas y me contaron que había una persecución política implacable contra el líder de su partido 10 Hernán Siles Zuazo (1913-1996), político boliviano, parte del grupo fundador del Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr) y Presidente Constitucional de la República de Bolivia en dos periodos (1956-1960; 1982-1985).

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El periodismo es un oficio sacrificado con muchas horas de trabajo y muchos riesgos, pero esa adrenalina que se siente al ejercerlo le sirve a uno para vivir, para tener vitalidad, para sentir plenamente las cosas, para poder indignarse y decirlo…

(a quién yo no conocía personalmente), así que llamé al embajador venezolano, fui a su oficina, y le pedí que ayudara a ese político boliviano pero el funcionario se negó. Le dije que preguntara al Presidente Caldera, que era amigo mío. A las pocas horas el embajador me llamó, me recogió en su automóvil y fuimos al escondite de Guillermo Lora11, quien pasó unos días en la Embajada. Lo acompañé con el Embajador a que tomara el avión a Caracas y luego hasta París. Escribí una nota sobre él para la revista ‘Visión’ de la que era corresponsal. Lo que me hizo más gracia fue que, meses después y proclamada una amnistía política, me crucé con él en la calle, apenas me dijo ‘hola’ y se pasó de largo. Según las jovencitas que me buscaron ¡él me debía la vida!... He conocido a mucha gente, grata e ingrata y no creo en las imágenes que se construyen en los medios de comunicación acerca de las personas porque todas son de carne y hueso, y con muchas debilidades.

Ya de regreso a Bolivia, y junto al grupo de Marcelo Quiroga Santa Cruz12, Baptista fue nombrado Ministro de Educación de Alfredo Ovando13. Políticamente, Baptista siempre estuvo ligado a la educación y la cultura en los tres gobiernos

11 Guillermo Lora Escóbar (1922-2009), dirigente político trotskista boliviano. Militó en el Partido Obrero Revolucionario (por) desde la década de 1940 hasta su muerte, aportando grandes contribuciones a la política de izquierda boliviana y al movimiento trotskista. Autor de Historia del Movimiento Obrero, publicado en cuatro volúmenes por la Editorial Los Amigos del Libro. 12 Marcelo Quiroga Santa Cruz (1931-1981), político y escritor boliviano. Dedicado a la política y el periodismo, tras su graduación en derecho, fue diputado y ministro de Minas y Petróleo (1969), cargo desde el que promovió la nacionalización de la compañía petrolera extranjera Bolivian Gulf Company. Asesinado en 1980 a raíz de un golpe de estado militar. Como escritor es autor de la novela Los Deshabitados. 13 Alfredo Ovando Candía (1918-1982). Militar y político boliviano, presidente de facto de la República de Bolivia en dos ocasiones (1966 y 1969). Versiones de Baptista Gumucio |

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en los que trabajó, el de Ovando, el de Walter Guevara14 y el de Jaime Paz Zamora15. Pero deja claro que cuando ejercía la política no trabajaba como periodista, “no se mezclan las cosas”, dice tajante.

Los años de “Última Hora” Fue al salir del gobierno de Ovando cuando comenzó su carrera como periodista en Bolivia. Hay quienes reconocen que han tenido un padrino en la vida. Yo tuve uno, y fue Mario Mercado Vaca Guzmán16. Él tenía una inquietud social aun siendo un empresario exitoso, por eso compró el periódico ‘Última Hora’ y me invitó a la dirección donde estuve durante 14 años, diez primero y cuatro después. Siempre he trabajado con Alberto Zuazo Nathes como jefe de redacción y con Antonio Ríos que era el jefe de información, era un buen equipo, estaban Mario Ríos Gastelú, Cucho Vargas, Lupe Cajías, Luis Quezada, Mabel Velasco…

Como director de “Última Hora”, Baptista trabajó en acelerar el retorno de un régimen de derecho, un régimen democrático, y así terminar con el ciclo militar, lo que era una especie de consigna para él y su equipo.“Recuerdo que en esa épo14 Walter Guevara Arze (1912-1996), abogado, catedrático y diplomático que asumió la Presidencia de Bolivia entre el 8 de agosto de 1979 y el 1 de noviembre de 1979. Fundador del Movimiento Nacionalista Revolucionario, (mnr) en 1941. Autor entre otros libros de ensayo del célebre Manifiesto a los ciudadanos de Ayopaya (“Tesis de Ayopaya”, 1946) considerado fundamental para explicar el programa del mnr. 15 Jaime Paz Zamora (1939), Presidente Constitucional de la República de Bolivia desde 1989 a 1993, uno de los fundadores del partido Movimiento de Izquierda Revolucionaria (mir). Sobrevivió a un atentado en su contra durante la dictadura (1980) que le dejó graves quemaduras en el cuerpo y el rostro. 16 Mario Vaca Guzmán (1928-1995), empresario, dirigente deportivo y alcalde de la ciudad de La Paz (1975-1978).

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Foto Juan Murillo Dencker

ca una vez asaltaron el periódico por lo sucedido con los asesinados en la calle Harrington (en 1981), a mí me llevaron a la policía, pero se armó un buen lío internacional y me soltaron a las 48 horas, aunque secuestraron la edición”, refiere. Y durante el golpe de Alberto Natusch17 (1979), el director de “Última Hora”, que no era precisamente un jovenzuelo, tuvo que dormir durante 15 días en un colchón puesto en el piso de su oficina en el periódico. Se alimentaba de los sándwiches que vendían en la cafetería, dando la línea editorial que pedía el regreso de la democracia. Se siente orgulloso de varias campañas exitosas: la imposición de la papeleta multicolor y multisigno; la elección del presidente del Senado, Walter Guevara, a la primera magistratura para superar el “empantanamiento” en el voto del Congreso; el desmoronamiento del régimen espurio del Cnl. Natusch Busch, a los 16 días de su iniciación; la convocatoria (en 1982) al Congreso elegido en 1980, como única salida a la crisis política en la que se hallaba sumido el país, pero también recuerda que el periódico logró que se hiciera un parque en la avenida Arce, frente al hotel Radisson, en lugar de los edificios multifamiliares de los empleados de Salud que se proyectaban.

El consulado y la televisión Ya durante el gobierno democrático de Hugo Banzer fue nombrado cónsul de Bolivia en Chile. Su paso por el periódico lo ayudó mucho a establecer contactos, lo hicieron miembro de la Academia de Historia y siempre le publicaban los artículos que escribía, aun rectificando algunos temas de la historia entre ambos países. El periódico “El Mercurio” publicó una carta suya acerca del Silala, en la que decía que éste no era un río de curso internacional. La política de los cónsules bolivianos hasta entonces había sido tratar de pasar desapercibidos y aceptar todo lo que la prensa chilena decía, hasta que Baptista llegó al despacho y rompió con esa tendencia.

17 Alberto Natusch Busch (1933-1994), militar boliviano, presidente de facto en 1979. Versiones de Baptista Gumucio |

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Al respecto, recuerda una agria entrevista con el presidente Frei y el canciller Insulza. Este último (que ha venido tantas veces a Bolivia, muy zalamero), se mostró ferozmente anti boliviano, la entrevista no acabó bien y allí fue que Baptista resolvió, con ayuda de algunos amigos chilenos, publicar un libro de medio centenar de opiniones favorables a Bolivia. Aunque el texto fue autorizado por el propio Banzer, el libro le costó el cargo porque Insulza se quejó a la cancillería boliviana. Le parecía que era un atrevimiento inaudito que en Santiago apareciera un libro de apoyo a Bolivia antologado por el propio cónsul. Se intitula La agenda inconclusa, y en él se encuentran, entre otros, las opiniones de tres presidentes de Chile pidiendo un avenimiento con Bolivia. Luego volvió al país y aquí reconoce que tuvo un golpe de suerte. Había presentado una novela de Manfredo Kempff Suárez18 con el novelista Jorge Edwards en el consulado de Santiago; Banzer había nombrado a Kempff como Ministro de Informaciones y Kempff nombró a Baptista como Gerente de Canal 7 Televisión Boliviana. Allí encontró otra vía de expresión que fue fantástica para él. Que es fantástica todavía: “Cada semana después del trabajo ordinario hacía dos programas, uno que se llamaba ‘Voces en libertad’, y otro con el que he estado 15 años al aire, ‘Identidad y magia de Bolivia’”. Estuvo en Canal 7 bajo contrato, pero no le pagaron sino hasta el gobierno de Carlos Mesa19; eso lo terminó de convencer de lo que ya sabía: no sería millonario con el periodismo, así que se resignó a no serlo, pero hacer lo que le gustaba:

18 Manfredo Kempff Suárez (1945), novelista boliviano y diplomático, cultivó el periodismo. Ministro de estado y embajador de Bolivia en Argentina, Uruguay y España. Miembro de la Academia Boliviana de la Lengua. 19 Carlos Diego Mesa Gisbert (1953), político, periodista, cineasta y escritor, que fue el sexagésimo tercer presidente constitucional de Bolivia desde 2003 hasta su renuncia en 2005. Actualmente es vocero de la causa marítima boliviana y su alegato ante La Haya.

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Hice cálculos y me di cuenta que había ganado, en cuatro años, la misma suma que ganaba un ascensorista de la umsa (Universidad Mayor de San Andrés); me pagaban muy poco y yo no conseguía publicidad, pero me encantaba el trabajo, empecé a recibir invitaciones del interior, de alcaldías, fundaciones, casas de cultura, etc., así comencé a viajar por Bolivia y di varias vueltas por el país. Recién con Carlos Mesa logré que me pagaran una suma por esos años trabajados. Luego hablé con Luis Mercado Rocabado, hijo de Mario, y desde entonces estoy en Cadena A semanalmente.

Baptista no sólo ha trabajado como director de “Última Hora”. Ha colaborado en muchos medios de comunicación del país, entre ellos “Presencia”, como articulista y reuniendo estas opiniones publicó un libro que se llama Este país tan sólo en su agonía; también con artículos de “Presencia” otro libro titulado Si Bolívar volviera, y un tercero que titula Un país sin hora y sin aurora, con artículos de viajes, algunas entrevistas y otros artículos: una simbiosis creativa de periodista, historiador, viajero empedernido y algo de poeta. Ahora sí. Mucho periódico, mucha redacción, pero si tiene que escoger entre el periodismo impreso y la televisión, hoy escoge a esta última: Es muy sencillo, la prefiero mil veces más. Para mí resulta pan comido porque no tengo que improvisar nada. Recuerdo que la primera vez que emití tuve que usar un teleprompter, pero ya la segunda vez estaba completamente independiente, y así ha sido siempre. Antes buscaba un camarógrafo, ahora realizo solo el trabajo, hago mis entrevistas y cuando necesito estar con el invitado pongo un trípode, no saldrán tomas perfectas, pero me sirve, reconozco que me he adaptado a la tecnología aunque todavía no sé editar.

Y aunque es cierto que se ha habituado a la tecnología, Mariano confiesa que el Internet no es su fuerte… aún: “Me he propuesto aprender”. Además del programa semanal, Baptista está terminando un libro sobre la mina San Cristóbal que

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Trabajando con el escritor Wilmer Urrelo, que lo visita en su oficina.

está trabajando junto a su hijo José Manuel, quien (no casualmente, ya se sabe lo de la astilla y el palo) se ha graduado en Literatura.

Entre el escepticismo y la vitalidad “Finalmente he dejado de escribir, mis últimos libros los he dictado y después los corrijo un poco. Tengo una secretaria hace 20 años que me entiende perfectamente”. Pero entre esos dictados ya no están sus columnas y cuando le pregunto el porqué de su ausencia en los periódicos, me dice que por escéptico: “Con el tiempo me he desilusionado de la palabra escrita en un país semianalfabeto como es el nuestro. Uno puede ser muy elocuente, decir verdades rotundas, pero la gente no las lee… generalmente la última página que se lee es la de opinión. El lector empieza por deportes y punto”. Y acá entra en la reflexión más profunda, que no es una queja pero tampoco un himno a la alegría. Para Baptista, el periodista ya no tiene el peso que tenía antes, y ha sufrido el mismo fenómeno que la Iglesia: nos ha pasado como a la Iglesia Católica que de alguna manera hemos pasado a segundo plano, ya no importamos y creo que es por lo que dice Vargas Llosa: la sociedad se ha frivolizado. La gente está encantada con sus celulares, es su forma de comunicarse, de entretenerse y luego llega a su casa y enciende la televisión. La prensa escrita está de capa caída y además el poder político se ha vuelto omnímodo, sabe que puede actuar con absoluta impunidad.

Periodista, escéptico o no, está muy cercano a la realidad del país, por ello le preocupan ciertos aspectos como la ecología, que el gobierno quiera construir una planta nuclear en El Alto, que además de los peligros inherentes representa un consumo monumental de agua, o la compra de armas en un país que se dice pacifista. Reconoce que en su época también había elementos negativos para el desempeño de los periodistas, pero en cambio más respeto por las formas y por el 86 | elansia 1


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fondo. Y cuando le pido que trate de buscar una solución a esa depresión de los periódicos bolivianos y a ese cambio ético de veleta, me dice que quizá sea un asunto más de conducta personal, de decidir qué va a ser uno en un medio “que está como está, pero esa decisión no es fácil de tomar, y además pienso que un periodista tiene que vivir, mantener una familia, para ello ha estudiado, para ello ha pasado años en una redacción y no es justo que encima de todo el trabajo que tiene, deba ponerse a cavilar sobre la ética”. “Estamos yo creo en un punto de inflexión, de cambio en la sociedad, pero hasta ahora todos los síntomas son negativos. Quizá la sociedad se ha vuelto muy cínica, se ha habituado a que cada día estalle un escándalo que es cubierto por el siguiente escándalo”, reflexiona. ¿Qué le ha dado el oficio de periodista? Poder viajar, tener prestigio, notoriedad intelectual y sobre todo experiencia en las letras. “Todas las obras son regalos envenenados porque después uno tiene que afrontar problemas muchas veces traídos de los pelos o ser denigrado y tener enemigos personales que lo atacan a uno implacablemente a través de la misma prensa. He conocido también gente buena y valiosa, excelentes amigos, pero en un medio pequeño hay mucho alacrán que se molesta con el triunfo y la notoriedad de los demás”. ¿Hubiera cambiado su oficio? ¿Sería otro su primer amor? Mariano ríe, franco, convencido: “El periodismo es un oficio sacrificado con muchas horas de trabajo y muchos riesgos, pero esa adrenalina que se siente al ejercerlo le sirve a uno para vivir, para tener vitalidad, para sentir plenamente las cosas, para poder indignarse y decirlo, es darle voz a los que no tienen voz, como se dice con tanta frecuencia”. G

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Un hombre sin espuma Valentín Abecia López1

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l incandescente novelista mexicano, Carlos Fuentes, cuenta que a su padre –Rafael Fuentes– diplomático de larga y fructífera carrera dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores de México, Alfonso Reyes lo llamaba “un hombre sin espuma”. Es decir, un hombre esencial, sustantivo, infinitamente respetuoso de los demás…. Sin la menor de las dudas, este mismo calificativo se le puede atribuir a Mariano Baptista Gumucio, con ventaja, un hombre sin espuma. Mariano ha trabajado, desde siempre, en los campos ligados a la cultura, el periodismo y la educación; ha realizado investigaciones históricas y ha difundido machaconamente nuestros valores. Mariano es un creador de ideas, un constructor de espacios de diálogo, de derroteros y de esperanzas. Mariano, sin pausa, arremete, publica, invade, sacude, es un torbellino de nuevos criterios, de nuevos amaneceres. Mariano, siempre presto, es un alarife de los nuevos aires, de las nuevas voces. Mariano a lo largo del último medio siglo ha publicado una cantidad impresionante de libros y folletos que lo catalogan como uno de los autores más prolíficos de Bolivia de todos los tiempos; ha escrito ensayos de todo tipo, ha lanzado investigaciones de altísimo valor y ha recorrido con éxito reconocido el campo de la historia. Pero, posiblemente, su mayor mérito, ganado a pulmón, es el haber rescatado del olvido a una decena de personajes fundamentales en la política y la cultura bolivianas. Cada una de estas biografías es, a su manera, una obra trascendente, no sólo por el personaje en sí mismo, sino por la forma y el estilo en la que ha sido escrita. Ese es el mérito de Mariano, el haber sabido interpretar al biografiado y haberle dado vida. Tres de estas obras están referidas a hombres claves de la Revolución Nacional: Evocación de Augusto Céspedes (La Paz, 2000), José Cuadros Quiroga, Inventor del

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Ensayista, historiador, economista y diplomático boliviano.

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Página anterior: Con una cuadro de Marcelo Quiroga Santa Cruz, en su oficina.

Movimiento Nacionalista Revolucionario (La Paz, 2002) y Fragmentos de Memoria, Walter Guevara Arze (La Paz, 2002). En las tres se nota una carga emocional muy grande, simpatía y admiración hacia los biografiados; es que, en los tres casos, Mariano fue amigo suyo y, de alguna manera, fue también el recipiendario de sus secretos. A Céspedes, el inolvidable “Chueco”, lo ataban su desenfado, su ironía, su pluma punzante, su socarronería; de esa manera compuso un libro que retrata a don Augusto en toda su dimensión, chispeante y bohemio, o, como él lo califica: “rotundo, expresivo, sardónico y humorístico”. El libro sobre Cuadros Quiroga es apenas un esbozo, pero fotografía al personaje en toda su dimensión, para después rescatar una serie de artículos sobre su personalidad escritos por importantes militantes movimientistas, tales como: Marcial Tamayo, Guillermo Bedregal, Rene Zavaleta Mercado, culminando la obra con una serie de trabajos escritos por Cuadros, entre los que sobresalen las bases y principios del mnr, documento liminar de este partido. Finalmente, el último libro de esta tríada es la biografía de Guevara Arze, uno de los políticos más interesantes que produjo la Revolución Nacional, uno de los ideólogos más lúcidos del partido y uno de los políticos bolivianos con mayor presencia internacional. Guevara llegó a ser presidente de Bolivia por unos pocos meses y Mariano fue su ministro de educación, aunque su amistad databa de los inicios de la Revolución. La biografía de Guevara es una larga entrevista que le hizo Mariano al personaje y, por tanto, está contada en primera persona, dándole un sabor más íntimo. Sin duda, la Revolución Nacional marcó la vida de Mariano, o tal vez los personajes que la idearon y plasmaron en realidad lo encandilaron para siempre. No por nada se explica, por ejemplo, la antología: Montenegro el Desconocido (La Paz, 1979), en la que rescata una serie de artículos y ensayos que Carlos Montenegro había escrito en su juventud y en el exilio bonaerense, o Víctor Paz Estenssoro, Testimonio de sus Contemporáneos (La Paz, 2001), que amalgama varios trabajos referidos al caudillo de la Revolución. 90 | elansia 1


…Posiblemente, su mayor mérito, ganado a pulmón, es el haber rescatado del olvido a una decena de personajes fundamentales en la política y la cultura bolivianas.

Sin embargo, las biografías y antologías de Mariano no sólo se refieren a políticos, sino también a hombres ligados a la cultura y a las letras; no podríamos dejar de nombrar, por ejemplo: Yo fui el Orgullo, Vida y Pensamiento de Franz Tamayo (La Paz, 1978); Alcides Arguedas, Juicios Bolivianos sobre el Autor de “Pueblo Enfermo” (La Paz, 1979); Atrevámonos a ser Bolivianos, Vida y Epistolario de Carlos Medinaceli (La Paz, 1974); Mis Hazañas son mis Libros, Vida y Obra de Augusto Guzmán (La Paz, 1993); Madre Naturaleza, Vuélveme Árbol, Vida y Pensamiento de Man Césped (La Paz, 1979), en los que Mariano ha ido rescatando, con esmerada paciencia, el trabajo de estos autores que dejaron su impronta en la cultura boliviana, y que, posiblemente, sin el inmenso esfuerzo que Mariano ha efectuado, hoy día tendrían mucha menos resonancia para todos nosotros. Otro de los aspectos en los que Mariano ha sobresalido con luces propias es el de periodista; durante muchos años se desenvolvió como Director del periódico vespertino “Última Hora” de La Paz, que en aquella época pertenecía a un raro empresario minero, que ha dejado una larga estela en el desarrollo de la cultura boliviana: Mario Mercado. Este periódico adquirió, bajo la batuta de Mariano, una resonancia importantísima; vale la pena apuntar dos proyectos suyos: la “Biblioteca Popular Boliviana de Última Hora”, nombre bajo el que se publicaron una cantidad extraordinaria de libros a bajo costo y de fácil acceso, que tuvieron una aceptación masiva y siempre en ascenso. El otro proyecto de un éxito rutilante fue la publicación de un semanario llamado, precisamente, “Semana de Última Hora” que se publicaba los viernes, en cuya primera página aparecía normalmente una mujer ligera de ropas, y que la fascinante imaginación paceña llamaba el “Playboy de los pobres”. Mariano y “Semana” tuvieron, a lo largo de los años que se publicó, la habilidad de convocar a las plumas más importantes de Bolivia y de los países vecinos y, conforme fue pasando el tiempo, se convirtió en un referente del pensamiento contemporáneo del país, por sus análisis y la publicación de puntos de vista divergentes y agudos. Punto alto del periodismo nacional y de un director que mostraba una faceta siempre diferente, amena y profunda. Versiones de Baptista Gumucio |

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Foto Juan Murillo Dencker


En la carrera de Mariano en el periodismo, no puedo dejar de recordar dos Editoriales luminosos que se publicaron en “Última Hora”, que tuvieron decisiva repercusión en la ciudadanía y marcaron a sangre y fuego los dramáticos momentos políticos que se vivían en aquellos tiempos. El primero fue publicado en vísperas de las elecciones de junio de 1979, cuando la democracia no había nacido y Bolivia apenas se sacudía de la larga noche dictatorial; el editorial de “Última Hora” era un llamado a la paz y a la construcción de un país más justo y mejor para todos. Hoy día, después de 36 años, ese documento sólo tiene un valor histórico, pero en su momento fue una clarinada heroica. El segundo se publicó el 3 de agosto del 79, cuando el empantanamiento en el Congreso hacía naufragar la elección presidencial; entonces surgió la voz de la cordura, haciendo un llamamiento para la elección del presidente del Senado como primer mandatario provisorio, mientras se encararan nuevas elecciones. El editorial tuvo un impacto atronador y Guevara Arze fue elegido presidente. Por todo esto y por mucho más reitero que Mariano es un hombre sin espuma, que va al fondo de las ideas y las expresa y recrea a su propia manera y estilo. Mariano es un intelectual boliviano actual que debe ser leído permanentemente, por su extraordinaria precisión y lucidez. G

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Foto Mauricio Zaballa


Testigo de su tiempo, mensajero de la memoria Gabriel Chávez Casazola1

La materia del canto es la memoria”, escribe en uno de sus más bellos poemas el mexicano Eduardo Langagne. Muchas veces me he preguntado si nosotros mismos no somos memoria también. Un trivial accidente, una caída, un ictus –pequeño vaso rojo rompiéndose en nuestros cerebros–, pueden borrar (todos o parte de) nuestros recuerdos y hacer que, en cierta medida, dejemos de ser lo que somos, lo que éramos antes. Si no recuerdo quién soy y lo que viví, entonces: ¿soy?, ¿viví? La propia condición del Alzheimer o la pérdida natural de la memoria que trae la vejez consigo, entregan, a quienes las padecen, a una gradual disolución del yo. Tal la amnesia no deseada, pero existe la que se desea con ardor. Quienes cargan un grave remordimiento o un amor maldito suelen suplicar –tango o bolero– el arribo del piadoso olvido, que les permitiría volver a ser los que eran antes de ese crimen, de ese amor. E incluso hay quienes, no pudiendo olvidar, se matan, atormentados, buscando eliminar su yo –tan indiscernible es éste de sus memorias– para así, por fin, descansar; esto es, dejar de recordar. Los psicólogos aportarán aquí una línea, señalando que si podemos sobrevivir es porque podemos olvidar, ya que lo estamos haciendo todo el tiempo, de manera inconsciente: depurando y organizando recuerdos, elaborando el olvido, elaborando nuestro incesante duelo del yo, de alguno de nuestros yoes, pues nos vamos reinventando constantemente según vamos olvidando, es decir, eligiendo qué recordar. “La materia del ser humano es la memoria”, podríamos decir entonces. Memoria e identidad van de la mano. Es más, como afirma, en tono preceptivo, Julio de Zan: La memoria es elemento constitutivo de la propia identidad. Un sujeto que viviera solamente el presente, o el anhelo de un futuro soñado, sin detenerse a rememorar su pasado, no sabría quién es. La disociación o 1

Poeta, escritor, y periodista boliviano. Versiones de Baptista Gumucio |

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Página 94: Mariano Baptista rodeado de una parte de su colección de giocondas, ubicada en el baño de visitas de su casa.

la negación del propio pasado, que no asume las acciones cometidas, sus consecuencias o las palabras dadas, y, en general, lo ya sido de uno mismo, son maneras de eludir toda responsabilidad y de construirse una falsa inocencia. El niño es inocente porque no tiene pasado ni memoria, pero ya no podemos transformarnos en niños, como pretendía Nietzsche. Mantener viva la memoria de quién hemos sido, de cómo hemos obrado en el pasado y de las promesas que hemos hecho hacia el futuro, es lo primero que se requiere para hacernos cargo de la propia realidad.2

Aunque casi nadie la canta –hemos olvidado (¿por qué será?) esa precisa parte–, el Himno Nacional boliviano tiene una estrofa que dice: Esta tierra inocente y hermosa / que ha debido a Bolívar su nombre / es la patria feliz donde el hombre / goza el bien de la dicha y la paz. ¿Será Bolivia una tierra inocente? (hermosa lo es, sin duda, a pesar de que sigan talando sus bosques). Tal vez lo fue algún día, como todas las tierras, como todos los pueblos, si nos situamos en una perspectiva entre idealista y romántica. O, ya menos inocentemente, si aceptáramos equiparar el desarrollo de las culturas humanas al de los individuos, como el darwinismo social proponía al hablar de “los pueblos niños”, que como tales niños serían inocentes aunque, por desdicha o por fortuna, según cómo se mire, de forma inevitable tendrían algún día que civilizarse, es decir, crecer: perder la ‘inocencia’ primigenia, asumir responsabilidades, hacerse cargo de la propia realidad. Esa es la visión subyacente en la carta que José Enrique Rodó le dirigió a Alcides Arguedas a propósito de Pueblo enfermo: Los males que usted señala con tan valiente sinceridad y tan firme razonamiento, no son exclusivos de Bolivia; son, en su mayor parte, males hispanoamericanos: y hemos de considerarlos como transitorios y luchar 2

En “Memoria e identidad”, Tópicos. Revista de Filosofía de Santa Fe, Argentina. Nº 16, 2008, pp 41-67.

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Entonces, ¿la materia de un país es la memoria? Tal vez la respuesta sea afirmativa, y en el espejo de los libros de Baptista Gumucio, como en el de otros pocos autores, podamos ver a nuestro país tal como es porque podemos verlo tal como fue.

contra ellos animados por la esperanza y la fe en el porvenir. Usted titula su libro: PUEBLO ENFERMO. Yo lo titularía: Pueblo niño... Es concepto más amplio y justo quizás y no excluye, sino que, en cierto modo, incluye al otro; porque la primera infancia tiene enfermedades propias y peculiares, cuyo más eficaz remedio radica en la propia fuerza de la vida (…).3

Y esta misma es la visión refutada por Lévi-Strauss en Raza e historia, interpelando al que llamaba pseudo-evolucionismo; para él, a pesar de las apariencias, no existen los pueblos niños: todos son adultos. Incluso aquellos que no han conservado el diario de su infancia y su adolescencia4. Esto es, aun aquellos que no han registrado y preservado la historia de su crecimiento; lo que para Lévi-Strauss, como veremos enseguida, equivale a no haber sistematizado y acumulado experiencia: Sin duda podríamos decir que las sociedades humanas han utilizado desigualmente un tiempo pasado que, para algunas, incluso habría sido tiempo perdido; que unas trabajaban por cuatro mientras que otras vagaban a lo largo del camino. Así llegaríamos a distinguir entre dos clases de historias: una historia progresiva, adquisitiva, que acumula los hallazgos y las invenciones, y otra historia quizá igualmente activa y que utiliza los mismos talentos, pero que carecería del don sintético, que es el privilegio de la primera. Cada innovación, en lugar de añadirse a las anteriores orientadas en el mismo sentido, se disolvería en una especie de flujo ondulante que nunca llegaría a separarse por mucho tiempo de la dirección primitiva.5

He aquí que la memoria vuelve a asomar su vieja sonrisa de gato de Chesire, pues ella, entendida esta vez en sentido colectivo, es la que marcaría la diferencia 3

4 5

Publicada por el propio Alcides Arguedas en la advertencia a la tercera edición de Pueblo Enfermo, Santiago de Chile: Ercilla, 1937, aparecida poco después de la Guerra del Chaco. La primera edición salió a luz en 1909. Claude Lévy-Strauss, Raza y cultura, Madrid: Atalaya, 1999, p.59. Ibíd. Versiones de Baptista Gumucio |

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entre caminar aprendiendo y caminar divagando; entre saber qué pueblo fuiste y qué historia viviste, y por ende conocer qué pueblo eres ahora (incluso para poder negarse o reinventarse), o ignorarlo y reiniciar siempre la búsqueda, quedando expuesto a repetir el ayer y el anteayer disueltos en el olvido. No vamos a entrar aquí a debatir las concepciones lineal y circular de la historia (o de las historias) que, posiblemente, algunos de los lectores tengan ya en la punta de la mente ni profundizar en cuestiones antropológicas, sociológicas u otras sobre el desarrollo de las culturas. La intención de estas líneas es otra y su abordaje también, más lúdico y libre pero no por eso menos digno de atención (la academia, como las personas adultas del Principito hicieron con el astrónomo turco, suele pensar que sólo las cosas escritas o dichas de cierta manera tienen la debida gravedad, es decir, la seriedad y el peso requeridos. Volveremos a esto más adelante por razones que hacen al núcleo de este texto). À propos de lo tratado más arriba –y de lo lúdico–, recuerdo que un amigo arquitecto y poeta solía aseverar, varios años atrás (ahora sería políticamente incorrecto), que las mujeres y los pueblos se parecen porque no tienen memoria. Lo decía, creo, porque alguna musa suya, una bailarina para más señas, había reincidido en un amor que no era, obviamente, el suyo. Pese a lo interesado de su juicio, tal vez en lo que hace a los pueblos tenga algo de cierto (como también en lo concerniente a las mujeres y por supuesto también a los varones, si de amores se trata). Y aquí estamos condenados a repetir el gastado adagio que dice –lo sabemos de memoria– que los pueblos que olvidan su historia están 98 | elansia 1


condenados a repetirla, con sus disueltos errores y, por qué no, también con sus disueltos aciertos, cual los enamorados cuando tropiezan con la misma piedra; adagio o sentencia que éstos –los amantes, pero también los pueblos– suelen echar al olvido. Una vez, cansado de su retahíla, le sugerí a aquel amigo que regalara a su olvidadiza musa un post-it para ayudarla a recordar, haciendo así un guiño a García Márquez y su peste del insomnio que era, al mismo tiempo, la peste del olvido: “Fue Aureliano quién concibió la fórmula que había de defenderlos durante varios meses de las evasiones de la memoria. La descubrió por casualidad. Insomne experto, por haber sido uno de los primeros, había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: “tas”. Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola”.6

—Ojalá eso funcionara con las mujeres, –me contestó el poeta arquitecto. —Y ojalá funcionara con los pueblos, –le repliqué. Ahora, muchos años más tarde, 6

García Márquez, Gabriel; Cien años de soledad, Buenos Aires: Sudamericana, 1977, p.47 Versiones de Baptista Gumucio |

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pienso que sí funciona con estos últimos. Parva, paulatinamente, a escala de una pequeña masa crítica quizás, pero lo hace. Me convencí de ello siguiendo la trayectoria y las publicaciones de Mariano Baptista Gumucio7, que como un inquieto e incombustible Buendía ha ido entintando y marcando en páginas, durante el último medio siglo, sus recuerdos, impresiones y lecturas acerca de personajes, autores, acontecimientos y obras relevantes para Bolivia que, de otra manera, estarían prácticamente olvidados o de los que se tendría una idea muy vaga, apenas una referencia brevísima en un texto escolar o la vana repetición de nombres despojados de sustancia. Estoy seguro de que muchos bolivianos han descubierto (y varios leído con interés y hasta dedicación después) a Franz Tamayo, Alcides Arguedas y Carlos Medinaceli –todos ellos escritores capitales de nuestra tradición– de la mano de Mariano Baptista, gracias a Yo fui el orgullo8, Alcides Arguedas9 y Atrevámonos a ser bolivianos10, los libros –hoy referenciales y fuente de consulta obligada– que publicó sobre cada uno de ellos, respectivamente11. Estos libros son similares en propósito y método de elaboración –aspectos que consideraremos más abajo– a los que dedicó a otros escritores relevantes 7

Escritor, periodista, historiador, pedagogo, hombre de Estado, diplomático, gestor y divulgador cultural boliviano, nacido en 1933 en Cochabamba. Reside en la ciudad de La Paz. 8 Yo fui el orgullo (vida y pensamiento de Franz Tamayo), La Paz-Cochabamba: Los Amigos del Libro, 1978; recientemente reeditado por Plural, La Paz, 2015. 9 Alcides Arguedas: Juicios bolivianos sobre el autor de “Pueblo enfermo”, La Paz: Amigos del Libro, 1979. 10 Atrevámonos a ser bolivianos (vida y epistolario de Carlos Medinaceli), La Paz: Biblioteca Popular Boliviana de “Última Hora”, 1979; también recientemente reeditado por Plural, La Paz, 2012. 11 De Medinaceli preparó y publicó también una antología con el título La alegría de ayer (poesía y prosa de Carlos Medinaceli), La Paz: Editorial Artística, 1988; de Arguedas la selección Alcides Arguedas, Cartas a los presidentes de Bolivia, La Paz, Biblioteca Popular de “Última Hora”, 1979; y de Tamayo dos libros: Franz Tamayo, Obra escogida. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979; y Mi silencio es más que el mar que canta. Polémicas, artículos de prensa, mensajes y prólogos y conferencias de Franz Tamayo. La Paz, “Última Hora”, 1995.

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como Augusto “El Chueco” Céspedes (Evocación de Augusto Céspedes12), Augusto Guzmán (Mis hazañas son mis libros)13 y al tan sutil como singular Man Césped14, que de no ser por Madre naturaleza, vuélveme árbol15 acaso estaría del todo olvidado. Y semejantes también, en los mismos aspectos, a los títulos, entre biografías y antologías, que trabajó como compilador y editor buscando conservar la memoria de políticos bolivianos como Mariano Baptista Caserta, su abuelo, que fuera presidente de la República16, Carlos Montenegro17, Sergio Almaraz18, José Cuadros Quiroga19, los 12 Evocación de Augusto Céspedes, La Paz: Caraspas, 2000. 13 Mis hazañas son mis libros (vida y obra de Augusto Guzmán), Cochabamba, Los Tiempos, 1990, reeditado en La Paz; Plural Editores, 2000. Este libro y el anterior sobre Céspedes fueron reunidos más tarde en un solo volumen con el título Los dos Augustos de la literatura boliviana, Cochabamba, Kipus, 2008. 14 De nombre original Manuel Céspedes, por cierto tío de Augusto Céspedes, aunque sus temperamentos no podrían haber sido más opuestos. 15 Madre naturaleza, vuélveme árbol (vida y pensamiento de Man Césped), La Paz: Amigos del Libro, 1979. 16 Páginas escogidas de Mariano Baptista Caserta, La Paz-Cochabamba: Amigos del Libro, 1975. Prominente conservador, ocupó la Presidencia entre 1892 y 1896. 17 Montenegro el desconocido, La Paz: Biblioteca Popular Boliviana de “Última Hora”, 1979. 18 Para abrir el diálogo (antología sobre Sergio Almaraz), La Paz-Cochabamba: Los amigos del Libro, 1979. 19 José Cuadros Quiroga, inventor del Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr), La Paz: s.e., 2002. La participación activa de Baptista Gumucio en los primeros años de gobierno del mnr, habiendo llegado a ser secretario privado del presidente Paz Estenssoro entre 1953 y 1956, y más tarde candidato vicepresidencial en 1966, tras la caída de ese partido, lo convierten (aspecto en el que incidiremos más adelante) en un testigo privilegiado de esos momentos de la historia de Bolivia y de otros posteriores donde le tocó actuar como MiVersiones de Baptista Gumucio |

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presidentes Víctor Paz Estenssoro20 y Walter Guevara Arze21; así como, aunque tengan una envergadura menor, a sus biografías breves de otras personalidades como Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, Gabriel René-Moreno22 y su arrojado contemporáneo Joaquín Aguirre Lavayén23; amén de los perfiles reunidos en Bolivianos sin hado propicio, donde incluye, además de varios nombres de los ya mencionados, a Manuel Aniceto Padilla, Humberto Vásquez Machicado, Walter Montenegro, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Gunnar Mendoza, Alberto Crespo Rodas y otros más actuales24.

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nistro de Estado, como el gobierno del Gral. Alfredo Ovando Candia entre 1969 y 1970, y el breve gobierno democrático de Walter Guevara Arze entre agosto y noviembre de 1979. Dada su afinidad inicial con el mnr, del que después tomó distancia, no es de extrañar que casi la totalidad de los políticos y pensadores de quienes escribió biografías o publicó antologías correspondan a la primera generación de ese partido, incluso tratándose de escritores como Céspedes o Guzmán. Víctor Paz Estenssoro, testimonios de sus contemporáneos, Cochabamba: Ed. Opinión, 2001. Walter Guevara Arze. Fragmentos de memoria, La Paz: Garza Azul, 2002. De René-Moreno publicó asimismo la antología Páginas escogidas de Gabriel René Moreno, Santa Cruz, Fondo Editorial Gobierno Municipal de Santa Cruz, 2008. Y de Arzáns, una selección de textos de su Historia de la Villa Imperial de Potosí bajo el título El mundo desde Potosí, Vida y reflexiones de Bartolome Arzáns de Orsúa y Vela (1676-1736), Santa Cruz: Banco Santa Cruz, 2001, incluida en formato digital en la Biblioteca Cervantes Virtual http:// www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-mundo-desde-potosi-vida-y-reflexiones-de-bartolome-arzans-de-orsua-y-vela--0/html/ff593b06-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html Estas últimas tres biografías, con los títulos Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela Cronista de Potosí. El hombre que imaginó un país; Gabriel René Moreno Príncipe de las letras bolivianas; y Joaquín Aguirre Lavayén El humanista que le dio un puerto a Bolivia, fueron publicadas en una colección de biografías breves de Editorial Kipus, Cochabamba, 2005, reeditadas en 2013. No incluyo en esta lista de sus retratados, aunque bien podría figurar en ella, a un personaje inusual: el palacio de gobierno de Bolivia. En su Biografía del Palacio Quemado, La Paz, Editora Siglo, 1984, reeditada y ampliada en Cochabamba: Kipus, 2012, la protagonista es esa fría casona de la Plaza Murillo, que tantas cosas ha visto pasar entre sus paredes y alrededor de ellas.

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Escogí con deliberación la palabra ‘personalidades’ por dos razones. La primera, porque Baptista, lo ha dicho él mismo, elige a sus retratados movido por la admiración, y resulta evidente que a quienes admira25 –sean escritores, intelectuales, políticos o periodistas– es a personas de talento y carácter o, más precisamente aún, a bolivianos de talento y carácter; individuos que, desde su perspectiva, supieron sobreponerse con denuedo, gracias su personalidad, a un entorno adverso y no se dejaron aplastar o anonadar por él, las más de las veces; que se atrevieron a ser bolivianos incluso pese a Bolivia26; pues ella, no en cuanto tierra inocente y hermosa sino como comunidad organizada, es para nuestro autor un país sin hora y sin aurora27, que maltrata o ignora a sus mejores hijos28. ¿Y no es verdad acaso? 25 Aunque esa admiración (o afecto, en el caso de quienes fueron sus amigos) no le impida, en absoluto, tomar distancia de ellos en algunos aspectos o incluso cuestionarlos explícitamente. Es más, suele insertar en sus biografías y antologías textos muy críticos para con los retratados, escritos por autores que fueron sus rivales políticos o que no compartieron sus ideas, en una apuesta por la objetividad muy propia de un periodista. Por ejemplo, en el caso del libro dedicado a su amigo Augusto Céspedes, llega a insertar extensos fragmentos de las memorias de su hijo Alejo Céspedes, que no dejan bien parado al escritor en cuanto padre de familia pero permiten tener una mirada cercana y certera de su peculiar intimidad familiar. 26 Para conocer de un modo menos convencional y más desenfadado la historia del país, recomiendo una obra de Baptista que debería figurar en toda biblioteca boliviana que se precie de tal: Otra historia de Bolivia, publicada por primera vez en 1982 y luego en una edición ampliada y actualizada en Cochabamba: Kipus, 2010. Su lectura, a mis tempranos once o doce años, fue una revelación que la vida y la política nacional se han encargado de recordarme a menudo. Para tener una idea de la inusual estructura de este libro de historia citemos los sugestivos nombres de algunos de sus capítulos: Los violentos; Los enfermos; Los envidiosos; Las mujeres: Los ahijados y Los secretarios… 27 Este verso de Tamayo da título a un libro de artículos de Baptista: País sin hora y sin aurora, La Paz: Editorial Artística, 1987. Ha publicado otros varios volúmenes con compilaciones de sus columnas y artículos periodísticos. 28 No en vano se titula así el mencionado Bolivianos sin hado propicio, en agria alusión al Himno Nacional y lamentando la doble desdicha, pregonada por Óscar Cerruto, de haber nacido bajo este sol y ser artista (o en este caso, simplemente alguien que sale del montón). Versiones de Baptista Gumucio |

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La segunda, porque después de leer estos títulos no nos queda en la cabeza sólo una síntesis valorada de lo que hicieron, pensaron y/o escribieron los retratados –la que sería, digamos, la finalidad explícita de estas obras, y con que se cumpliera podríamos ya sentirnos satisfechos– sino también, y sobre todo, nos invade una cierta impresión de haberlos conocido, de haberlos tratado personalmente. Baptista es capaz de transmitirnos, pues, la personalidad de sus retratados, lo que no es fácil de lograr, dándole así un valor muy especial a sus libros; es más, quizá se trate de su mayor valor, junto al de ofrecer acceso directo, ‘guiado’ y comentado a una serie de fuentes que para el lector común, y aun para el investigador especializado, no resultan en modo alguno fáciles de consultar, pues de hecho algunas son ahora inabordables, dado que se trata de fuentes de viva voz, muchas ya fallecidas, a las que Baptista trató personalmente, ya que buena parte de su secreto es haber sido un amigo de sus retratados y un testigo privilegiado, o en varios casos un actor, de los sucesos que relata. Para que todo esto pueda suceder son fundamentales el propósito y el método –a los que me referí antes, enunciativamente– con los que se elaboraron estos libros. Cuando digo propósito me refiero a que, con toda claridad, Baptista trabaja con una misión: evitar que el agua borre lo que había dictado el fuego, para decirlo en palabras de Sor Juana. Esto es, evitar que el olvido diluya la memoria, las memorias: la suya propia y la colectiva. Que el ancucu29 y la polilla de los que hablaron René-Moreno y Medinaceli, y sus versiones actuales: el reciclado físico (a cargo de las fábricas de papel sanitario) y el reciclado moral (a cargo de las fábricas de amnesia colectiva, como lo son, lamentablemente, muchos medios de comunicación) no puedan hacer lo suyo o, al menos, no puedan hacerlo del todo. Para impedirlo, Baptista –con la modestia que le caracteriza y que le conocemos quienes lo hemos tratado de cerca– asume el rol de testigo de su tiempo 29 Dulce de maní, que se envolvía con papel, muchas veces con retazos de documentos o cartas.

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(he aquí el periodista y el político) y de manera incesante –lo dije más arriba: “como un inquieto e incombustible Buendía”– entinta hojas de papel con lo relevante que ha visto y vivido, y lo hace con un estilo propio y particular (aquí el escritor). Y como lo que ha visto y vivido y leído y escrito se vuelve pronto cosa del pasado, el testigo de su tiempo se convierte en una suerte de heraldo o, dicho más sencillamente, de mensajero de la memoria (aquí el historiador).30 Su método es, evidentemente, heterodoxo y le ha acarreado, ahora menos que en años pasados, muchas críticas desde la orilla académica, en especial de parte los historiadores de profesión. Es verdad: Baptista no escribe con aparato crítico, con un sistema convencional de citas y referencias31. En ese sentido, no es riguroso y es patente que no pretende serlo. Sus libros combinan, a piacere, el ensayo y el comentario propio con citas e insertos, a veces muy extensos, de textos ajenos. Es difícil determinar, a primera vista, cuándo se trata de biografías por él escritas que contienen numerosos fragmentos de otros autores y cuándo de antologías de textos de otros autores que contienen introducciones y glosas suyas. 30 Estas tres facetas de su personalidad, más su inquietud pedagógica, se reunieron cuando, entre 1972 y 1982 dirigió por primera vez el vespertino “Ultima Hora” de La Paz, donde fundó la Biblioteca Popular, que editó más de 50 volúmenes de autores bolivianos con un total de 400.000 ejemplares. Allí editó también la revista Semana, un suplemento de gran calidad periodística y literaria que además ventiló, con los desnudos de su portada, el aire gris de la época. Los adolescentes de los tempranos 80 le estamos agradecidos. No en vano se le llamaba “la Playboy de los pobres”. 31 Por cierto, de esta labor deberían encargarse las editoriales que publican sus libros. Tal vez no las que hicieron sus primeras ediciones, cuando la labor editorial en Bolivia era aún rudimentaria, pero sí las actuales. Incluso en ediciones recientes no faltan erratas que puede descubrir un ojo medianamente perspicaz, así como algunos problemas de estructura. Al respecto, si algo se le puede reprochar a Baptista Gumucio es no haber contratado a un editor que cuide de estos detalles. Es sabido que numerosos autores no se ocupan de estas cuestiones, que tienen su importancia, sino sólo de la labor creativa, frente a la cual las otras son bagatelas. Para eso existen los editores. Versiones de Baptista Gumucio |

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Mural pintado, en una fiesta de cumpleaños, por los hermanos Raúl y Gustavo Lara para Mariano Baptista.

Sin embargo, nadie que lo haya leído podrá decir que hay engaño en sus libros. Siempre sabemos quiénes son sus fuentes; están declaradas aunque no citadas a pie de página. Y siempre sabemos que su método es el collage. Como si de un pintor se tratara, Baptista selecciona fragmentos propios y ajenos (toda una silva de varia inventio, por cierto: entrevistas, memorias, diarios, cartas, artículos, notas y un largo etcétera, no en vano él es eso que se llamaba otrora un papelista) y así va armando el retrato que quiere presentar a ojos de sus lectores. Aunque haya quienes piensen que es sencillo, se trata, sin duda, de un trabajo de detalle y morosísimo, que requiere tener a mano todas las fuentes de consulta; muchas de ellas, al ser él, como dijimos, un testigo y actor de su tiempo, están en los cajones de sus estantes o simplemente en su mente, pero muchas otras sólo ha podido conseguirlas durante años de recolección y búsqueda, que le han supuesto onerosas gestiones, viajes y hasta adquisiciones de archivos y objetos que luego dona desinteresadamente (pues además es gestor cultural, y como tal ha dedicado los años más recientes de su vida a hacer museos)32. Y así, gracias a esta labor de recopilación y collage documental y bibliográfico, y a la ‘goma’ con que une esas partes: su privilegiada memoria, es posible que cada una de sus muchas obras –pues además de papelista es un polígrafo, otro oficio en desuso– sea tan vívida y pueda transmitirnos esa sensación de permanente actualidad del pasado, de cercanía a las personas, ideas y sucesos de los que trata, acercándonos al mismo tiempo a numerosas fuentes, como anotamos, de difícil o ya imposible acceso. Vuelvo aquí al principio: frente a los adanistas –Marcelo Quiroga Santa Cruz identificó al adanismo como un mal nacional– que quieren, de tanto en

32 Es creador del museo Franz Tamayo y de la Galería de Escritores Paceños en La Paz; del Museo de Ingavi en Viacha; de la galería sobre Gabriel René-Moreno en la universidad del mismo nombre en la ciudad de Santa Cruz; del Museo Histórico de Trinidad y del salón dedicado al Mariscal Antonio José de Sucre en la Casa de la Libertad de la Capital.

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Foto Mauricio Zaballa

tanto, reiniciar33 la historia boliviana desde cero (“donde cada innovación, en lugar de añadirse a las anteriores orientadas en el mismo sentido, se disolvería en una especie de flujo ondulante que nunca llegaría a separarse por mucho tiempo de la dirección primitiva” como anotaba Lévy-Strauss34) Baptista Gumucio nos propone unir a nuestros talentos el “don sintético” que permite construir “una historia progresiva, adquisitiva, que acumula los hallazgos y las invenciones”35. Es decir, nos propone dejar de caminar divagando y comenzar a caminar aprendiendo. Para eso le pone nombre a las cosas; entinta los personajes, las ideas y los sucesos; pega post it en las paredes de las bibliotecas; compone retratos de personalidades y de épocas. Él mismo hace gala de ese ‘don sintético’ en sus obras: tal es su método. Y al transmitirnos memoria, construye identidad: tal es su propósito. Hace ya varios años, cuando la política aún no había privado al periodismo de su aguda pluma, Walter Chávez escribió un texto que no tiene desperdicio, vindicando a Mariano Baptista Gumucio frente a algunos críticos del momento. No voy a transcribir la parte más sabrosa, para que los lectores, contagiados del espíritu de “El Mago”, como Baptista es apodado desde siempre, puedan acudir 33 Me tienta escribir el neologismo ‘resetear’ o incluso ‘reformatear’, como si eso fuera posible de hacer con una colectividad organizada que ya lleva cerca de 200 años de camino, sin olvidar todos los siglos anteriores, precolombinos y coloniales. 34 Claude Lévy-Strauss, Raza y cultura, Madrid: Atalaya, 1999, p.59. 35 Ibíd. Versiones de Baptista Gumucio |

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a la fuente directa36. Sólo tomo un fragmento con el que quiero ir cerrando este ensayo: El Mago es un pedagogo, un antologador, un Sansón del papel y del archivo, por eso muchos de sus libros son una especie de recherche du temps perdu. Cuando otros se desviven por endilgar a la posteridad sus magníficas mediocridades, él nos acerca a nuestros clásicos, que a estas alturas, es verdad, están muy desclasificados en el rotundo mercado del libro. La discreción de Ribeyro decía que no hay mayor felicidad que hacer leer a los demás textos que no son de uno. Mariano Baptista Gumucio también obra bajo esa magia, eso es lo que lo hace un intelectual importante y querible.37

Y concluyo con unas palabras del propio Baptista, mensajero de la memoria, dichas respondiendo a mi pregunta por la motivación y el sentido de toda la obra que ha desarrollado hasta ahora, es decir, por la obra de su vida: Creo haberme inspirado en figuras como René-Moreno y Gunnar Mendoza, con quien trabajé apenas salí de la Secundaria. Ambos tenían en mente a Dante que arrojó a los infiernos a los indolentes que nada hicieron en vida: ‘manada miserable indigna de elogio o vituperio’. Entre ambos completaron un siglo de servicio incansable a la cultura boliviana. Yo he tratado de imitarlos en la medida de lo posible pues no tuve el sosiego que brinda una biblioteca a la que acudir todos los días como hicieron esos maestros. Creo que (el aporte que hice al país) consiste en la recuperación del pensamiento y vida de una docena o más de autores desde la colonia hasta nuestros días, indispensables para la comprensión de lo que es Bolivia hoy.

36 Fiel a su método, para ahorrarnos incluso esta tarea (ir a una hemeroteca y revisar todos los ejemplares del semanario “El juguete rabioso” uno por uno) el propio Baptista publicó el artículo como pórtico de su libro Bolivianos sin hado propicio. La Paz, s.e., 2002, pp.7-8. 37 Ibíd. p.8

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Nada más pero nada menos. Entonces, ¿la materia de un país es la memoria? Tal vez la respuesta sea afirmativa, y en el espejo de los libros de Baptista Gumucio, como en el de otros pocos autores, podamos ver a nuestro país tal como es porque podemos verlo tal como fue. Transmitir memoria es, ya lo apuntábamos (y “el Mago” lo entendió perfectamente desde su juventud), construir identidad. Acaso lo descubrió aquí, en este fragmento de un cuento escrito cuando él era un niño y publicado por vez primera en 1936, con la Guerra del Chaco y su sangre y su sed todavía frescas: ¡Las palabras! Son lo más inútil y lo más cierto de la creación, por eso yo quiero escribir. Yo sé que los hombres nacemos con un destino de palabras y mientras no las hayamos vaciado no podremos morir porque aún no habremos vivido. Nuestro mundo existe sólo durante un millonésimo de segundo para dar lugar al nuevo hecho, pero los renglones lo pueden enjaular y entonces el hecho –dolor, sombra o muerte– ya es nuestro, ya es permanente y manso (…) Lo que se hizo y no se dijo no ha existido.38 G

38 Céspedes, Augusto; “Seis muertos en campaña” en Sangre de mestizos, Santiago de Chile, Nascimento, 1936. Mariano Baptista reproduce parte de este fragmento al abrir su ya citada Evocación de Augusto Céspedes, mostrando así la relevancia que tuvieron para él estas palabras. Versiones de Baptista Gumucio |

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baptistIANOS

Tres textos de otros tantos autores bolivianos que marcaron a fuego a Mariano Baptista Gumucio y, de manera decisiva, incidieron en la orientaciรณn de su vida y de su obra: Franz Tamayo, Carlos Medinaceli y Guillermo Francovich. Baptistianos |

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Habla Olimpo Franz Tamayo (1879-1956)

Yo fui el orgullo como se es la cumbre, y fue mi juventud el mar que canta. ¿No surge el astro ya sobre la cumbre? ¿Por qué soy como un mar que ya no canta? No rías, Mevio, de mirar la cumbre ni escupas sobre el mar que ya no canta. Si el rayo fue, no en vano fui la cumbre, y mi silencio es más que el mar que canta.

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Carta a José Enrique Viaña Carlos Medinaceli (1902-1949)

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uerido Teodorico:

Desde tiempo hace teníamos interrumpidas estas comunicaciones que con tanta complacencia manteníamos antes. El curso voltario de nuestras vidas hizo que las dejáramos. Hoy, que, nuevamente, “me encuentro en el campo”, y disfruto de estas largas horas agrestes que los hombres civilizados no sabemos en qué emplear, se me ha ocurrido escribirte, para desahogarme, para manifestarte una mínima parte de los sentimientos e ideas que me dominan... Y, ya que estoy en el campo, te hablaré del campo. Son tan contradictorias mis ideas; tan diversos sentimientos me contristan; tanto es lo que tendría que decirte. En fin... Empecemos por la geografía. El lugar es una quebrada profunda, entre altas montañas, en cuyas faldas verdean los sembradíos. Es un valle ya bastante ardiente, pues se halla en las proximidades del Pilcomayo. La tierra es tan fértil, acaso más que las de Camargo. Hasta en las serranías pizarrozas (sic) lozanan los parrales y hay profusión de árboles frutales, como durazneros, manzanos, naranjos; limones, chirimoyas, olivos, palmeras... Según lenguas, la finca en que me alojo, fue un condado en la época colonial. Existe todavía, aunque en categoría de ruina, la casa solariega. Pero, la capilla, consagrada a San Pedro, se alza al centro del viñedo, en la cima de una colina, y en regular estado de conservación. Circulan alrededor de la casona multitud de leyendas, cosas de aparecidos, entierros de tesoros, etc.; que le hacen un halo de misterio y poesía. Lo mejor, como ya ves, para un hombre, como yo, nostálgico y añorante. La naturaleza, invencible y jocunda, no ha respetado leyendas ni ruinas y lo que fue salón de recepciones de los castellanos, hoy cría hierba, y los parrales retuercen sus troncos voluptuosos en torno a los molles. En lo que fuera habitación de solemne hidalgo, han alzado hoy una falca para la destilación de licores. Todo esto es muy natural y muy humano... Ya no habitan la morada condes ni hidalgos; habítanla hombres que han conocido el régimen republicano y viven bajo gobierno democrático. Baptistianos |

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El actual patrón de esta finca, buen caballero en el fondo, tal vez tiene un poco de espíritu democrático y si habla respetuosamente de libertad, derechos del hombre, e invoca con veneración las sombras de Bolívar y Sucre, entiende la libertad en una forma muy distinta a como la siente el empleado de un ministerio, por ejemplo. Este nunca ha conocido “el sentimiento de propiedad”; y sabe menos que sea hombre que mande sobre hombres. Y esto es lo que ignoramos en Bolivia y es necesario comprender. La guerra de la Independencia, que glorificamos tanto, y el régimen democrático bajo el cual vivimos, no han logrado (ni podían tampoco) transformar las almas ni subvertir los hábitos que en nuestro país se formaron en los tres siglos de Coloniaje. En nuestras ciudades, solamente comerciantes y burócratas, en general burguesía y obrerismo, se puede decir que tengan “espíritu democrático” y veneren los dogmas de la Revolución Francesa. En el campo, no. Esta corrupción racionalista y civilizada, no ha logrado infundirse. Siguen las gentes viviendo en una época anterior, con otros sentimientos y costumbres, con un alma campesina y feudal; y tanto el patrón como los colonos, equivalen al Señor y vasallos medievales. Y no creas, querido Teodorico, que haga esta observación con desencanto, o en tono de censura: no. Todo lo contrario. Pienso, que, más bien, es porque ni la civilización, ni el modernismo, han invadido aún la campiña, que Bolivia se puede considerar todavía un país sano, con grande reserva de energía vital... Lo corrompido en nuestro país, y más que corrompido, artificioso y falso, son las ciudades y la vida de ciudad; lo verdadero y sano es el campo y son las campesinas costumbres. ¿Que el campesino no conoce la Libertad, no practica la Democracia? Pues, tanto mejor: la libertad y la democracia son, precisamente, dos síntomas de decadencia, de corrupción racial, social y política. Vuelvo a mi idea de antes. Creo que al proclamar nuestra independencia el año 9 (el ponderado 25 de Mayo) dimos un paso en falso, prematuro y atolondrado, como toda cosa que se hace por imitar, seguir la moda, no por necesidad vital y mediante evolución gradual. La llamarada romántica de la Revolución Francesa nos deslumbró, cegándonos; el afán de libertad y democracia nos vino de Europa, por prurito de moda; y la pésima política española (el imbécil de Fernando vii) tuvo en ello mucha culpa. En suma, nos corrompimos por contagio. Éramos un pueblo sano, de costumbres y vida aldeanos y feudales, que desarrollaba normalmente, pero, de repente, se nos ocurrió proclamarnos libres y soberanos, a imitación de Francia, que tenía diez o quince siglos de cultura, y estaba arribando con la senectud a sus postrimerías. Fue, como si un adolescente, recién púber, se hubiera contagiado, al primer impacto amoroso, de costumbres y refinamientos crapulosos, y sobre la pureza e idealismo de sus años juveniles se le hicieran presentes síntomas de impotencia, como a un agotado Conde des’Eissents. Por eso, Bolivia, da ese espectáculo, “tierno y lastimoso”, de país semisalvaje con las formas de gobierno más civilizadas. Grotesco. Es una paradoja que 114 | elansia 1


tiene, en la práctica, calamitosas aberraciones. Es decir, la forma de gobierno democrático no existe más que escrita en ese libro, que está ya tan mugriento, porque tanto lo han sobajeado los tinterillos: la Constitución Política. En realidad, nuestro Gobierno no sabe qué hacer. La mayoría de nuestros Presidentes, si no todos, han sido caciques con trampantojos de leguleyos; por lo que tuvieron que actuar dentro del caciquismo típico. Y ello por la aberración que anoto: por el salto precoz que dimos del feudalismo colonial ultramontano al republicanismo racionalista. Yo no creo que hasta hoy se haya dado un boliviano, uno solo, que amara la Libertad; porque si amar la Libertad es trágico, más trágico es poseerla sin merecerla. Los hombres que la han perseguido en su forma absoluta han conocido el frío que congela hasta la médula del alma. Nietzsche, por ejemplo. Nosotros, no podremos amarla, ni desearla siquiera: ¿Qué haríamos con ella? Sería tanto como poseer los tesoros de Aladino en un desierto en donde no tendríamos en qué emplear tanta riqueza. En fin, largo y tendido podría hablarte de este asunto; pero la carta va corriendo peligro de transformarse de sencilla misiva, dirigida a un amigo sencillo, que, primitivamente, era, en disertación sociológica, ya que no de “hombre sencillo y errante”, cual este tu amigo, sino de alguno de esos tremebundos aspirantes a Licenciado en Leyes que se preparan para sus terribles escritos ante los Tribunales ordinarios... Al Diablo las leyes, viva la libertad... Ya ves, que, sin quererlo, se me ha venido a la punta de la pluma esta irreductible antinomia de todos los días, tan fatal como el Destino. Se la podría formular en términos silogísticos, así: si existe la libertad, no deben existir las leyes; si existen las leyes, no puede haber libertad... De este círculo vicioso, como del tiempo y del espacio, no es “posible librarse”. La libertad pura, querido Teodorico, no existe sino en las impuras Constituciones; así como el amor (puro también) no se le encuentra en otra parte que en las novelas. La libertad no existe sino en forma harto restringida; reducida a mínima expresión: libertad para el gasto de la casa, la llamaría yo. Es la libertad que se tiene, por ejemplo, de propinar una soberana paliza a la mujer y armar batiburrillo de los mil diablos, cuando, medio borracho aún, después de semana de juerga, uno regresa al hogar. Esta, nuestra gloriosa libertad es la que disfruta nuestro pueblo soberano. Yo no la disfruto, porque aún no tengo mujer; el día que la tenga, ya verás... cómo hago respetar mi libertad. Sí; cada uno de los bolivianos debemos ser, aunque sea solamente en nuestras casas, y delante de nuestras mujeres, unos luises catorce, reducidos a ser posible, al diez millonésimo o al uno por mil. Algunas veces, cuando estoy de mal humor, la pego a mi cocinera: es una de las pequeñas libertades que me gasto ignorante de si la Carta Magna me la reconoce. Baptistianos |

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Pero, mi cocinera me cuesta 12 pesos mensuales, y sin ellos no podría disfrutar esa mi libertad. Con que, hasta la libertad cuesta plata en este mundo. Nuestros antepasados, que, según dicen los libros de Historia y los oradores de plazuela, dieron su sangre por legarnos libertad e independencia debieron legarnos plata, además, para que así la dicha sea completa. Pero, volquemos esta hoja, y hablemos de algo menos abstracto y lamentable. Prefiero narrarte lo que me ha sucedido ayer. Cosa tierna “y lamentable”, pero, no, felizmente abstracta. Tú debes saber, Teodorico querido, que “hay momentos en la vida”, en los que el hombre se siente romántico, cuando, hacia el atardecer, se contempla desde un jardín la dulzura del crepúsculo, o en noche de luna se va por la alameda del brazo de una menegilda, si bien, modernamente, hay hombres de tan mal gusto, que se romantizan en un cinematógrafo. Yo, quien lo creyera me he sentido romántico al ver sembrar una miskita de papas. No te rías, que la cosa es muy seria. Y voy a decirte por qué. Ayer, durante la mañana concluí de leer –por fin– el formidable libro de Spengler (ya apareció aquello: la inevitable (Decadencia de Occidente). Me dejó sensación de malestar, de tristeza, de cósmico pesimismo. De él salí como después de haber concurrido al Apocalipsis de San Juan... (¿Para qué leerá uno esos libros?) Es, como te decía, una lectura acre, acerba. Eso de ver cómo el hombre es una arcilla en manos del Destino, y que todos sus pasos en este pequeño planeta que se llama Tierra, son tan vanos como el correr de los vientos, o el vuelo de los insectos; y que todo lo que amamos más y veneramos, serán ya ni recuerdos mañana, me dejó con sensación tal de inanidad, que me quedé saudoso, suspirante de mi antigua ignorancia, triste, desencantado, como la virgen que ha dejado de serlo y comienza a saber que la carne es triste. Tal vez me habría abandonado al pesimismo, y hasta me habría arrojado al río, que está, precisamente, en creciente, formidable, seductor, como una Loreley que nos llama desde el fondo de la vorágine, a no haber encontrado en mí, apetito tal de vivir, espíritu de contradicción tan insofrenable, que decidí echar de lado todas las telarañas metafísicas de Spengler, e ir a darme un baño de salud y de vida. Vamos a la chacra, me dije. Quédate ahí, tú, Spengler, con tus ciclos culturales; yo me voy a ver sembrar papas, que es más lindo... Estaban preparando el terreno, y cuando llegué, mi primo Luis, mocetón alto y robusto, tenía cogido el arado por la mancera; sudoroso y olímpico iba abriendo los surcos. Encantadora visión pagana y agrícola... Cuando concluyó, después de que arrojaron la semilla, se aproximó gozoso, con una sonrisa de salud brincándole en los labios. —Cuando recoja la cosecha –me dijo, luego–, le mandaré de obsequio una carga de fruta a mi novia... Y se tiró a descansar a la sombra del bíblico manzano, abiertos los brazos y perdida la mirada en el profundo azul de ese cielo ático. Y pensé en la tranquila 116 | elansia 1


felicidad de este muchacho, en su bondad de alma y en su ausencia de complejidades. Cuánto placer ha de sentir cuando, mañana, al levantar la esperada cosecha, envíe el prometido presente a su novia, fruto de su trabajo, de su afanosa labor, de su terrígena religiosidad, y su novia le reciba con el ternuroso sentido femenino, rural y hogareño, que tienen las mujeres, libre de las infecciones del civilizado... Allí recordaré los geniales atisbos de Spengler. “El que cava y cultiva la tierra –dice– no pretende saquear la Naturaleza, sino cambiarla. Plantar no significa tomar algo, sino producir algo. Pero al hacer esto el hombre mismo se torna planta, es decir, aldeano, arraigado en el suelo cultivado. El alma del hombre descubre un alma en el paisaje que le rodea. Anúnciase, entonces, un nuevo ligamen de la existencia, una sensibilidad nueva. La hostil Naturaleza se convierte en amiga. La tierra es ahora la madre tierra. Anúdase una relación entre la siembra y la concepción, entre la cosecha y la muerte, entre el niño y el grano”. Y así es. El hogar perfecto ha de tener sustancias campesinas. Hay un hondo encanto, encanto vital, humano, cósmico, metafísico, en este hombre que, durante el día, rotura la tierra; la ha regado y preparado y, por la noche, va a dormir con su mujer a la sombra de la casa que levantó su esfuerzo, cuyo techo fue puesto por sus manos. En este hombre que ve crecer sus hijos, a la par que fructifican sus sementeras, y sabe que cuando mañana se rinda al tributo de la muerte, no morirá del todo, porque los hijos de su sangre seguirán alentando en esta misma tierra, que fue de sus mayores, es suya, y mañana será de los de su estirpe. Si yo –pienso para mi capote– en vez de hombre de ciudad, de parásito del Estado, hombre de Universidad, un civilizado en suma, pudiera olvidar todo lo aprendido de los libros y de los hombres, y recobrara aquella simpleza de alma, aquella fe en la gleba, y tuviera mujer a quien pudiera gozosamente mandarle una carga de papas, sembradas y cosechadas de mi mano, cuán feliz sería... Por sólo esto, que es la paz del alma, diera yo toda la inteligencia que dicen que tengo, los refinamientos todos que la cultura nos da. Sí; no hay duda que cuando más se aparta el hombre de la Naturaleza y más aspira a la Libertad, es más desgraciado y más esclavo. Buen Teodorico: siento la nostalgia de una fe que dé sosiego a mi corazón y paz a mi alma, cansada de preguntar a las estrellas, dónde está ese Dios bueno a quien solía rezar de niño, con aquellas palabras que me enseñó mi madre, y que decían: “El sueño de la inocencia hazme, Señor, disfrutar...” Así decía entonces, y ahora digo, así, de veras. ¿Estaremos llegando, después de haber saboreado el acre fruto del racionalismo volteriano del siglo xvii, y el burdo materialismo del xix, a la segunda religiosidad de que habla Spengler? Lo deseo vivamente, mas a condición de que implique el retorno a la fe terrígena de mis mayores, a la santidad campesina Baptistianos |

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de la vida del hogar, al severo culto hidalgo por la casa, la hacienda, la mujer y la prole. Ya ves, Teodorico, que mis propósitos de enmienda no pueden ser mejores. Son las enseñanzas que se reciben de nuestra madre Naturaleza. Ruega, pues, por mí, para que así sea; que yo no dejaré de encomendarte en las angustiosas plegarias que mascullo ante aquel Dios desconocido, al cual Renán rezó hasta morirse de aburrimiento. Tuyo, Carlos Abril 1928.

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El mito de Potosí

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Guillermo Francovich (1901-1990)

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ues bien, en Potosí ocurrió lo mismo que en el Brasil, en California, en Transvaal o en Santa Rosa. La plata del cerro fue descubierta por un indio llamado Huallpa en enero de 1545. Según unos, había amarrado a unas matas su llama que, al forcejear para moverse, las arrancó de cuajo poniendo al descubierto el metal. Según otros, fue el propio indio que descuajaba las matas en la ladera del cerro. Una tercera leyenda dice que Huallpa encendió una hoguera para protegerse del frío en la noche y que al amanecer encontró la plata derretida debajo del rescoldo. El indio informó de su descubrimiento a su patrón, el capitán Juan de Villarroel que residía en Porco. Los moradores de ese asiento y los de la ciudad de Chuquisaca que estaba a veinte leguas se trasladaron al lugar tan luego como conocieron la noticia. El cerro no tiene sino unos setecientos metros de altura y está situado en uno de los lugares más desamparados de los Andes. Los primeros que llegaron allí, no teniendo donde abrigarse, sufrieron toda las agresiones del frío, del viento y de la nieve. “El furioso aire, a todas horas, procuraba echarlos de aquel sitio”, dice Arzáns personificando la hostilidad del ambiente. “Voló la fama”, según el propio Arzáns. Los primeros en acudir fueron los españoles de Porco y de Chuquisaca que, como acabamos de decir, estaban más próximos del cerro. Después vinieron los españoles del Perú. Y pronto hasta las Antillas comenzaron a despoblarse. Dieciocho meses más tarde había al pie del cerro dos mil y quinientas casas con catorce mil habitantes, entregados a la frenética explotación de las minas que comenzaban a abrir sus bocas. Potosí nació pues, como un campamento minero. Cada uno hacía su casa donde podía. No hubo fundación de la ciudad. No había plazas ni calles. La gente se movía por callejuelas abiertas entre las casas. Sólo cuando el Virrey Toledo visitó el asiento comenzó éste a tener una estructura urbana. Se abrieron entonces plazas y calles, y comenzó la construcción de edificios públicos. Su población creció tanto que en 1626 llegó a tener 150.000 habitantes haciendo de Potosí la 1

Del libro Los mitos profundos de Bolivia, Guillermo Francovich, 1980 Baptistianos |

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más populosa ciudad de América y una de las más populosas del globo en esa época. Llegaron allí gentes de toda condición. Hidalgos, comerciantes, obreros, espadachines, frailes, tahúres, bandidos, como ocurrió en California, en Australia y en el Transvaal. “No hay región del mundo –decía Arzáns– de donde no concurran los hombres a este Potosí”. Su fama se extendió rápidamente por todo el mundo. Lewis Hanke dice que una imagen colorida del cerro se descubrió recientemente en un manuscrito turco del siglo xvi. Un plano de la ciudad y del cerro aparece en el atlas Bertius a principios del siglo xvii. El cerro pasó a ser un mito universal. Arzáns decía en el prólogo de su Historia: “La gran riqueza que se ha sacado y se saca hoy del cerro superaba toda imaginación y comprensión”. Para Cervantes, a principios del siglo xvii, el cerro era el símbolo de una ingente riqueza. Cuando Sancho Panza le preguntó a Don Quijote cuánto le pagaría por el desencantamiento a Dulcinea, el caballero respondió: “Si te hubiera de pagar, Sancho, conforme merece la grandeza y calidad de este remedio fuera poco para pagarte las minas de Potosí”. León Pinelo escribió entre 1640 y 1650 El paraíso en el Nuevo Mundo, libro en el que adelantándose a Villamil de Rada, afirmó que el Paraíso Terrenal había estado en el centro de la América del Sur. Describiendo las maravillas de la región, se refirió a las minas de Potosí e hizo el famoso cálculo según el cual, con la plata extraída de ellas hasta entonces, podría haberse construido un puente de plata entre Potosí y Madrid, con 2.070 leguas de extensión con 14 varas de ancho y cuatro dedos de espesor. El cerro de Potosí representó el mito del enriquecimiento rápido, de las fortunas alcanzadas como un regalo por quienes se llegaban a él. El mito de Potosí pasó a ser, de ese modo el equivalente de los viejos mitos referentes a países fabulosos, como las islas Afortunadas, el país de Ofir o la isla de Ceilán, cuyos campos, según el Ramayana, estaban espolvoreados de oro y que Brahma regaló a Kuvera, el Dios de las riquezas. Para los hombres que vivían junto a él y, en general, para los altoperuanos, el cerro tuvo un carácter mítico más concreto. La influencia directa que tenía en sus destinos dio lugar a que se manifestaran en ellos las más diversas disposiciones y actitudes, desde aquellas que los hacían rendirle culto como a un ídolo enigmático y terrible, generoso y cruel al mismo tiempo, hasta aquellos que, respetuosos, veían en el cerro una dádiva de Dios o un instrumento de sus misteriosos designios. (...) Así pues, el cerro de Potosí no sólo era el sostén material, el soporte de la economía del Alto Perú y el objeto de la codicia de todo el mundo sino que, además, fue para los altoperuanos un poder sagrado, la fuente de todas sus esperanzas, la justificación de su ser, la concreción de sus sueños de felicidad. Es natural que el mito hiciera del cerro el centro de todas las atenciones y preocupaciones de potosinos y altoperuanos y que configurara la vida económica, política y social de éstos. 120 | elansia 1


El cerro, en efecto, lo absorbía todo. Todo giraba en torno de él. Todo existía por él y para él. La plata de las minas compraba fuera todo cuanto era necesario para sustentarlo. Arzáns se ufana de ello. Enumera con orgullo los países que proveían a la ciudad. De España venían los tejidos, de Francia los sombreros, de Flandes los espejos, de Alemania las espadas, de Venecia los cristales, de Arabia los perfumes, de China las sedas, de Panamá las perlas, del Cuzco el azúcar, de Tucumán los cueros, etc., etc. Arzáns escribe en Los Anales: “Todo lo trae la plata del cerro. Por gozar de este rico cerro caminaban y navegaban los hombres con sus mercaderías conduciéndolas por ignorados y distintos mares, climas y provincias, ocupando infinita suma de navíos que los conducían de unas regiones a otras”. El poder del cerro como todos los poderes sagrados era ambiguo. Atraía, embrujaba, seducía con dádivas, despertaba esperanzas, alimentaba sueños. Y al mismo tiempo era arbitrario, despiadado y cruel. La deslumbrante plata que chorreaba de sus minas estaba frecuentemente teñida de sangre. Generoso para unos, perverso para otros. Sus riquezas estaban amasadas con sufrimientos, la opulencia de la ciudad que se levantaba sobre la miseria de los hombres que trabajaban en los socavones. Los potosinos que se daban cuenta de ello gozaban de la opulencia y tranquilizaban sus conciencias atribuyendo las desgracias y la miseria a la maldad de los demonios y a los pecados de los hombres. D

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primera persona

No resulta sencillo escoger tres extractos representativos cuando hablamos de una obra tan vasta y diversa como la de Baptista Gumucio. Ha sido él mismo quien ha escarmenado ese todo y propone aquí una selección propia, que a la vez lo retrata: comienza con una evocación de sus antepasados, varios de cuyos rasgos ha compartido; sigue con la introducción a su biografía de Augusto “el Chueco” Céspedes, escritor y político a quien fue muy cercano; y cierra con un sombrío fragmento sobre el Palacio Quemado, teatro donde la felonía y la ambición siempre han podido más –lamenta– que la nobleza y el decoro. Baptista Gumucio : primera persona |

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Evocación familiar

Introducción al libro “Pasajero en la aeronave tierra”, 1972.

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acido en un país cuya geografía no tiene acceso al mar desde 1879, yo debía, como mis antecesores, haberme resignado a no conocer otras fronteras que las del altiplano andino o la selva lujuriosa de mi patria. Hace unos años un anticuario me vendió un libro manuscrito cuyas últimas hojas se hallan muy dañadas por el tiempo. Fue escrito por José Manuel Baptista, tatarabuelo mío, en sus noches de soledad y desvelo en la finca de Calchani, provincia Ayopaya, de Cochabamba, (por donde anduvo en la misma época el “tambor” Vargas, escribiendo su Diario en las pausas que le daba la guerrilla). Contiene notas sobre derecho, economía, filosofía. Transcribe párrafos que le gustaron, de autores como Turgot, Say, Quesnay, Adam Smith; o artículos de los códigos, para administrar justicia a su buen entender. Es una letra menuda, pero clara, que apenas deja espacios blancos en las páginas. En la primera, se lee la fecha, 26 de julio de 1826. La República había cumplido su primer año. Ese libro que quiere aprisionar todo el saber de una época, escrito a la luz de una vela en una casa de

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campo de muros de barro y techos de paja, por un hombre que después de la independencia se había retirado a cultivar sus campos y vigilar su ganado, tiene más valor para mí que esos rumbosos árboles genealógicos que conducen hasta el Cid y de vuelta, rastrean la sangre pálida o enfermiza de hidalgos irremediablemente abúlicos y tarambanas. Años después, José Manuel combatió al lado de José Ballivián en la batalla de Ingavi y fue condecorado por su valor. Cuando yo era niño solía detenerme frente a un cuadro en el que aparecía un diploma firmado por el Presidente Ballivián, y una medalla, la que recibió mi antepasado en su pecho con la leyenda “salvé mi patria y su gloria en Ingavi”. Acosado por el régimen de Belzu, al que se negó a prestar juramento de adhesión, permaneció encerrado en una habitación oscura por dieciocho meses. Al salir, había perdido la vista. José Manuel no conoció otra tierra que la suya. En esa finca nació Mariano Baptista Caserta, mi bisabuelo, quien llenó con su verbo y acción medio siglo de vida republicana, sirviendo al país de-


nodadamente, sin servirse de él. Caído el presidente Linares, lo siguió al destierro en Chile y fue el único amigo que permaneció al lado del exmandatario, hasta cerrarle los ojos, en el tránsito de la muerte, en medio de la más absoluta pobreza. Después de ejercer a su vez el poder, como presidente de la República, fue maestro de escuela en sus años postreros, para sostener a su familia. En su juventud, vivió por un tiempo en Francia y fue horrorizado espectador de la comuna de París. Corría el año 1871 y había tenido que salir al exilio, perseguido por la estupidez y la vesania de un tal Melgarejo, megalómano alcoholizado, General de asonadas, a quien un autor francés calificó de “tirano romántico”. No lo fue tanto para quienes sufrieron bajo su mandato tenebroso y sangriento. ¿Vale la pena anotar todo esto, después de tanto tiempo? Yo creo que sí, ya que el “melgarejismo” como corriente política (me lo recordaba mi hermano Fernando en una carta memorable, como todas las suyas) se ha prolongado en Bolivia hasta nuestros días. Si no hubiera mediado la clásica incomprensión criolla, el país ya tendría puerto propio sobre el océano, gracias al tratado de 1895 que él gestionó y que posteriormente no fue refrendado. Su hijo mayor, Luis Baptista, tío abuelo mío, a fines de diciembre de 1899 se dirigía a La Paz, en compañía de algunos centenares de jóvenes chuquisaqueños de vistosos uniformes y recién estrenadas armas, para sofocar el levantamiento de quienes

proclamaron la revolución federal. En el pueblito de Ayo Ayo varios de sus compañeros fueron rodeados por miles de campesinos aymaras que se habían alzado bajo la inspiración del caudillo Willka. Desprovistos de sus armas, permanecieron encerrados en el templo y allí sufrieron una atroz muerte a manos de sus captores. Luis Baptista pereció a la cabeza de sus hombres en la batalla del “crucero” de Copacabana, cerca de Oruro. En vano la familia buscó sus restos. Concluía morosamente, el siglo xix, con sus carruajes arrastrados por caballos, sus barcos a vapor, su alumbrado de gas, sus grandes cañones que causaban espanto, y sus ingenuas ideas sobre la civilización, la paz y el progreso universales. Cuánto ha cambiado desde entonces el mundo como promesa y riesgo. Ahora que la ciencia y la tecnología parecían ofrecernos todos los dones que no pudieron imaginar en sus sueños más ambiciosos los autores de las utopías del pasado, nos vemos frente a la perspectiva inmediata de los límites que la especie humana no puede franquear si quiere subsistir dentro de está frágil y vulnerable aeronave que gira en medio del silencio insondable de las demás estrellas sin vida. Mi abuelo, Javier Baptista Terrazas, apenas se alejó alguna vez de Cochabamba, donde escribía versos, plantaba rosas y departía con Man Césped y otros amigos sobre los grandes temas que apasionan a los vallunos: el amor, la lealtad, el valor, la muerte, o las defensas contra la furia del río Rocha, nunca suficientes para Baptista Gumucio : primera persona |

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contenerlo cuando se lanzaba sobre mi ciudad natal como un potro desbocado. Mi padre Mariano Baptista Guzmán, nunca salió de Bolivia y su viaje más largo fue a la línea de fuego durante la guerra del Chaco, en cuyos arenales dejó para siempre su juventud y quebrantó irremediablemente su salud. Estuvo casi tres años en el frente y al retorno extravió su libreta de desmovilización. Oficialmente no había ido, por eso, a la campaña, y años después, su entierro transcurrió en silencio. Cuando supe de su enfermedad, con mi hermano Bernardo volé desde Caracas y lo encontré agonizando, inconsciente. Alguna vez me contó que a nadie había fastidiado en la vida prodigándole consejos. Nunca se benefició de cargos públicos y pagó cumplidamente sus impuestos. Tampoco exigió que le pagaran pensión de excombatiente aunque le hubiera gustado que lo reconozcan como tal. Me dijeron que, como cualquier otro movilizado en la campaña tenía derecho a una banda militar que tocara en su funeral, algunos “boleros de caballería”. Pero no aparecieron los papeles y mi padre murió como había vivido, serenamente y sin fanfarria. El día de mi nacimiento coincidió con el de la muerte de José Vallejos Baptista. Conminado a rendirse por la patrulla paraguaya que lo cercó, continuó disparando su arma. Primo de mi padre, era casi como un hermano para él, y juntos ingresaron al Chaco. Al recordar estas vidas, en especial las que fueron tronchadas tempranamente, como las de Luis Baptis126 | elansia 1

ta o José Vallejos, pienso en ese verso que Jorge Luis Borges dedicó a uno de sus antecesores, poniendo en busca suya estas palabras: “yo que anhelé ser otro, ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes, / a cielo abierto yaceré entre ciénagas; / pero me endiosa el pecho inexplicable / un júbilo secreto. Al fin me encuentro / con mi destino sudamericano”. A mí el azar del periodismo me llevó en menos de un año, desde Chile, en el extremo sur, hasta Finlandia, en las antípodas. Algunas de estas invitaciones tenían el objetivo específico de permitirme observar los sistemas educativos y de comunicación y por ello he pensado que los apuntes que tomé en tales casos, formen, eventualmente, parte de otro volumen. Visité países que ya conocía y otros nuevos; Venezuela, México, Costa Rica, España, Francia, Inglaterra, Alemania, Suecia. Este libro recoge mis notas de viaje, que dedico al recuerdo de esos varones de mi familia que vivieron soportando las adversidades con valor y entereza, en esta parcela del mundo que se llama Bolivia. Si hubiera una máquina del tiempo, cómo me gustaría que mi lejano abuelo José Manuel, una vez concluida la labor en sus campos de maíz pudiera sentarse a la luz de su candil a leer las páginas que siguen. Habiendo viajado, más de una vez, al otro extremo del planeta, a veces pienso que habría tenido mayor tranquilidad de espíritu, si como él, me hubiera conformado con ver pasar el cielo de las estaciones, leer algunos buenos libros y regar un huerto, en el retiro del valle cochabambino. R


Augusto Cespedes

Introducción al libro “Evocación de Augusto Céspedes”, 2000.

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ueron legión en vida de Augusto Céspedes sus enemigos, algunos francos y otros embozados pero también contó con muchos admiradores y amigos, entre los cuales figuré, pese a que mediaban entre él y yo décadas de diferencia. Este libro surgió de un largo artículo de homenaje que escribí en “Ultima Hora” a pocos días de su muerte. Con el paso del tiempo recordé muchos episodios que no mencioné entonces, y decidí ampliar el texto original para que adversarios que lo detestaron y adláteres que lo encumbraron tuviesen un retrato cercano a la realidad de lo que fue su vida, pensamiento y obra. Unos y otros en todo caso convendrán en que su legado literario figurará entre los más preciados de la literatura boliviana del siglo XX, particularmente algunos cuentos de Sangre de mestizos y varias páginas de Metal del diablo. Me imagino que alguien tomará a su cargo una biografía de Céspedes. En tanto ello ocurra las personas que no lo han conocido, sobre todo los jóvenes, encontrarán en estas páginas algunas claves de su existencia, su relación con la gente que lo combatió

o lo secundó, sus reflexiones sobre diversos hechos de nuestra historia y las ideas políticas que sostuvo obstinadamente hasta el final de sus días. Céspedes emergió de los arenales del Chaco a donde acudió primero como corresponsal de prensa y luego como soldado, con su alucinante libro de relatos, Sangre de mestizos. Su cuento El pozo, como señala Eduardo Galeano, es uno de los mejores de la narrativa universal de este siglo y no en vano Germán Arciniegas lo incluyó en su antología El continente verde entre los veinte mejores de América Latina. En la narrativa social de Bolivia, 1946 marca un hecho capital. Céspedes, luego de visitar los distritos mineros, escribió su libro más famoso, Metal del diablo, precursor del boom novelístico, latinoamericano de los años sesenta, donde aparece la semblanza de Simón I. Patiño. El narrador impar que hay en Augusto Céspedes se dejó llevar luego por el combatiente político, y de su pluma salieron, en años posteriores. El dictador suicida, El presidente colgado y Salamanca, El metafísico del fracaso. Como los personajes de Tolstoi que Baptista Gumucio : primera persona |

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conocieron la guerra y la paz, los de Céspedes –no ficticios sino de carne y hueso– intentan llegar a la revolución y caen en el camino, atravesado el corazón de un balazo o con una cuerda en la garganta. Lo enrevesado de la trama, la espesa capa de sombras en la que se esconde la felonía, la inconsecuencia y la deslealtad, los pocos atisbos en los que el pueblo asoma la cabeza a un escenario en el que muchos hablan a su nombre y obran en su contra, la muchedumbre de almas y de hechos, cambiantes y tornadizos como un paisaje de varios celajes sobre el que al cabo caerá la noche, pero también despuntará el día, han sido los ingredientes que Céspedes maneja con cautivadora amenidad. Metal del diablo es naturalmente, más que la biografía novelada de Patiño, el retrato de un país convertido en gigantesco campamento minero. Como Juan Montalvo, quien exclamó al saber el deceso del sátrapa García Moreno: “mi pluma lo mató”, bien pudo Céspedes decir, 23 años después de publicada su novela, cuando el país tomó dominio sobre las minas de estaño, que su libro había contribuido, como ningún otro documento, a sepultar el patiñismo en Bolivia. Esa novela y Nacionalismo y coloniaje de Carlos Montenegro, ensayo de interpretación de las influencias del periodismo en la historia del país, pero más que eso, intento original de explicar el decurso republicano en los términos de la antinomia entre la minoría dominante y el pueblo sumergido, ansioso de ser nación, fueron los libros que mayor influencia tuvieron en la formación 128 | elansia 1

del Movimiento Nacionalista Revolucionario y en la revolución de 1952 y en la mentalidad boliviana del siglo xx. No en vano en una encuesta que hice en el periódico “Ultima Hora” en 1974, entre 40 personalidades, sobre los 10 personajes que para bien o para mal habían influido más en la historia boliviana del siglo figuraba Augusto junto a Tamayo, Montes, Saavedra, Salamanca, Arguedas, Patino, Busch, Villarroel y Paz Estenssoro. “¡Las palabras! son lo más inútil y lo más cierto de la creación –dice el personaje de una de sus narraciones–, por eso yo quiero escribir. Yo sé que los hombres nacemos con un destino de palabras y mientras no lo hayamos vaciado no podremos morir porque aún no hemos vivido... lo que se hizo y no se dijo, no ha existido”. Estas páginas buscan rescatar para las nuevas generaciones ese “destino de palabras” con el que Céspedes seguirá viviendo en la memoria colectiva. R


El Palacio Quemado

Introducción al libro “Biografía del Palacio Quemado”, 1983.

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ocas casas de gobierno deben existir en el mundo con una historia tan dramática y sombría, en la que se suceden lampos de crueldad y tragedia, apenas morigerados por períodos de relativa, calma, como el Palacio Quemado de la Plaza Murillo de La Paz, sede, desde mediados del siglo pasado, del Poder Ejecutivo. (...) En el mismo sitio y a poco de fundar Alonso de Mendoza por orden del Pacificador la Gasca, una ciudad dedicada a conmemorar el fin de la guerra civil entre españoles y asentada sobre Chuqui apu Marca, inmemorial burgo indígena, se erigió el edificio del Cabildo o Casa Pretorial, que cumplía la doble función de residencia oficial y presidio. La historia de la mansión, derruida más de una vez, asaltada y saqueada varias veces y finalmente incendiada hasta quedar en esqueleto, para ser reconstruida nuevamente, es como un símbolo y síntesis de la historia misma del país, pues entre sus paredes se dio forma a la República, o se atentó contra ella, dependiendo de los ocupantes de turno. Es una mezcla de temor y fascinación, la que ejerce el viejo edificio

sobre el común de los ciudadanos. Temor porque han aprendido a desconfiar del gobierno, cualquiera que sea éste, cuyas directivas y poder se difunden desde allí, y fascinación por una historia tan cargada de sangre, violencia y bajas-apetencias. La Torre de Londres, o el Kremlin, salvando las obvias diferencias de escenario y proyección histórica, debe provocar en británicos y rusos, parecidos sentimientos. Cuando el maestro peruano Manuel González Prada visitó el Escorial tuvo una reacción de repulsa que no habría imaginado Felipe ii y que dejó reflejada en un cuarteto: Que de mármol y granito / para encerrar tanto lodo! / Edificio paquidermo para tumba de microbios.... No hay ningún osario en el Palacio Quemado, pero sin duda rondan allí muchos fantasmas. Difícilmente se tropezará uno en sus corredores o en sus ófricas oficinas con las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad; es más probable encontrarse con las terribles viejas del Fausto de Goethe; Mangel o la Precariedad, Sorge, o la Angustia, Not, o la Miseria Baptista Gumucio : primera persona |

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humana y, cerrando el séquito, Tod, o la Muerte. En veladas interminables, paseando por sus corredores o acurrucado en algún sillón sin otro abrigo que una frazada de cuartel, me puse a pensar en lo interesante que sería escribir la historia de este Palacio cual si se tratase de una persona con vida propia, como ningún otro edificio la ha tenido en Bolivia, buscando descubrir sus intimidades y sus secretos espantables. Este texto es apenas una suerte de biografía, a través de anécdotas y testimonios que he ido reuniendo en el curso del tiempo. Desde los Presidentes hasta los cocineros, todos sus ocupantes podrían relatar muchas cosas de este inmueble donde tan pronto cae la tarde empiezan a circular los espectros del pasado. Aquí figuran algunas de tales narraciones, recogidas en libros, folletos, periódicos y cartas. Faltan muchas es cierto pero las consignadas en las páginas que siguen, bastarían para inspirar una gruesa novela gótica o un volumen de historia tan increíble que parecería ficción. En esta biografía se alude a los asesinatos de tres mandatarios en las habitaciones del Palacios. En los Estados Unidos, las alfombras de la Casa Blanca no se han manchado con la sangre de ninguno de los presidentes: Abraham Lincoln, James Garfield, William McKinley y John Kennedy fueron asesinados en otras partes, mientras otras decenas de gobernantes o candidatos a la presidencia han sufrido atentados criminales, todo lo cual convierte al magnicidio en una 130 | elansia 1

especie de deporte nacional norteamericano. Como verá el lector, muchos de los relatos que forman parte de esta biografía, se refieren a las caídas de los mandatarios y están amasados con el barro de la felonía, la dobles, el oportunismo rastrero y las ambiciones desaforadas que conducen a los mayores extremos de la crueldad y la bajeza. Este cuadro sombrío se ilumina a ratos con gestos de compasión, nobleza y lealtad, que restablecen el decoro del escenario donde sucedieron tantos hechos fastos y nefastos, y devuelven al lector un poco de fe en la humanidad. Es obvio que la aciaga historia de este edificio no se debe a ningún sortilegio especial que tengan que ver con sus muros sino al hecho de que ha servido de vivienda y despacho, desde la colonia hasta nuestros días, a la persona depositaria del poder político. De no haber sucedido así su vida habría sido tan inocente como la de un jardín de infantes. Es el poder, con su atracción misteriosa e irresistible, con sus derivaciones, complicaciones y deformaciones, el que da al caserón de la Plaza Murillo su terrible fama. No se vaya a creer, sin embargo, que las tintas oscuras con las que escribieron el pasado de nuestro país, autores como René Moreno o Arguedas, no puedan emplearse para otros países, de evolución parecida al nuestro. Me imagino que cada una de las casas de gobierno en nuestro continente y en el mundo entero, tendrán historias, si no tan pintorescas por sus personajes, por lo menos tan ricas en


dramatismo y violencia, como la del palacio Quemado. Basta pensar, para no ir muy lejos, que la casa de Pizarro en Lima, cuya historia se inicia precisamente con el asesinato del Marqués, “tenaz Ulises de la patética Odisea del Descubrimiento, invulnerable Aquiles de la Ilíada inmortal de la Conquista” como le describe Eduardo Martín Pastor en el libro dedicado al Palacio limeño, ha sufrido a lo largo de cuatro siglos y medio, cinco terremotos, cuatro saqueos y tres incendios, que destruyeron parcial o totalmente el edificio, amén de servir de escenario de varios asesinatos y del asalto de la soldadesca chilena, afrenta de la que por lo menos, se ha salvado el Palacio de La Paz. Alternativamente, y dependiendo del carácter e inclinaciones del inquilino de turno, el Palacio Quemado fue usado como cárcel, cuartel, caballerizas, gabinete de estudio y de toma de decisiones, bar y también lenocinio y allí se firmaron por igual proclamas y decretos que consagraban injusticias y abusos o que restablecían el decoro ciudadano. Desde sus balcones se proclamó el triunfo de Ingavi, pero también los desastres del Pacífico, el Acre y el Chaco. En castellano tartajeante, mandatarios que no deberían haber escalado más allá del cuidado de la guardia en un puesto fronterizo descargaron sus complejos y sus odios pero hubo también ocasiones en las que otros gobernantes estuvieron a la altura de su momento histórico e inspiraron al pueblo en la búsqueda de mejores destinos.

En las páginas siguientes convocaré a algunos de los actores de este drama de varios siglos, para que nos revelen, preferiblemente con sus propias palabras, qué pasó y cómo fue la vida de este caserón donde no hay una piedra, una teja o un ladrillo que no tengan algo que decir. R

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Edmundo Paz Soldán

Foto Archivo Edmundo Paz Solán

El precursor

Es un dato cierto que la literatura boliviana es prácticamente desconocida en los circuitos internacionales del libro pues ha sido poco difundida. Con suerte y con los dedos de una mano, un librero, un periodista, un lector común o incluso un estudioso de literatura, digamos latinoamericana, puede recordar unos pocos nombres, entre los que siempre figurará el de Edmundo Paz Soldán. Y no es para nada casual. Sin duda alguna, estamos ante el más internacional y estudiado de los narradores bolivianos contemporáneos. Uno de los más prolíficos y controversiales también, pues su éxito no siempre ha sido bien digerido en tierra propia, pero eso no es raro. Nadie es profeta en su tierra y los años ya han pasado lo suficiente como dejar constancia de su legado como escritor y como maestro. Si algo distingue a Paz Soldán es su versatilidad camaleónica para habitar en la academia –es profesor titular de la Universidad de Cornell– y en la escritura, lo cual es una rareza o un prodigio. Al mismo tiempo, su generosidad o su visión precursora lo han llevado a abrir puertas, ventanas o escotillas a otros que, como él y con una “fresca autoestima” –como diría Giovanna Rivero–, saltaron los muros de nuestra mediterraneidad con su obra. Acá los distintos tempos de Paz Soldán, sus obsesiones literarias, sus cambios de piel, la dignidad de su evolución, vistas por cuatro notables escritores: Giovanna Rivero, Álvaro Bisama, Sebastián Antezana y Maximiliano Barrientos. Edmundo Paz Soldán |

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versiones de Paz Soldán

Cuatro aproximaciones: el artista y sus mutaciones vitales; sus obsesiones y búsquedas narrativas moldeadas por su aguda sensibilidad histórica y política y por su incurable condición de migrante; la trasmutación de la escritura a la academia, en esa suerte de malabarismo o de destreza que le permite girar en dos ejes, a veces contrapuestos, sin tambalear; y finalmente, la vocación del maestro. Versiones de Paz Soldán |

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Edmundo en cuatro tiempos Giovanna Rivero1

Estampa 1 Eran los maravillosos noventa cuando en Bolivia o, mejor dicho, en Santa Cruz recibimos las primeras noticias sobre ese muchacho cochabambino que comenzaba a triunfar en “los States”. Pequeñas leyendas comenzaron a circular por el campo cultural local: que aquel joven escritor, mochila a la espalda, vendía sus propios libros –míticas ediciones de Los amigos del libro– librería por librería, inmune al desánimo, lleno de una fresca autoestima. Que había emigrado gracias a una beca de fútbol –¿eso lo hacía menos escritor?, algunos dijeron que sí–; que había tenido una novia muy bella y muy de alcurnia; que había estudiado en un colegio de curas y eso lo asemejaba profundamente a Mario Vargas Llosa, etc., etc. Para completar la cadena de leyendas urbanas que la prefiguración de este joven escritor de éxito provocaba, en 1996 nos enteramos de que aquella suerte de banda de rock con actitud punk, que conformaba junto a otros jóvenes escritores latinoamericanos, acababa de lanzar una antología-molotov. Se trataba, ya saben, de “McOndo”. Podría decirse, entonces, que la consagración de Edmundo Paz Soldán comenzó a ocurrir en ese momento. Y es que McOndo, si lo pensamos bien y quitándonos ese oprobioso chaleco de los prejuicios, fue bastante más de lo que el propio enlatado en pop sugería; se disfrazó de producto noventero de mercado, así como una molotov se puede disfrazar de botella de cerveza, para hendir en el estado de cosas de ese momento una fisura, una rajita en la pared que, a su vez y con el tiempo, actuaría como cernidor. La pequeña molotov podría explotarles en la cara a sus creadores, desfigurarlos, amputarlos, lisiarlos para siempre. Pero el joven Paz Soldán es uno de sus más interesantes sobrevivientes. McOndo, en efecto, sirvió más que para posicionar a sus antologados en la circulación editorial de ese momento, para construir una legítima incomodidad. Y es que la incomodidad, para ser fructífera, debe ser estratégicamente diseñada. Paz Soldán, por suerte para Bolivia, supo darse cuenta a tiempo de qué iba ese 1

Escritora y doctora en literatura.

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Versiones de Paz Soldรกn |

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Foto Archivo Edmundo Paz Solรกn


Página anterior: Alberto Fuguet y Edmundo Paz Soldán en Londres.

libro posmoderno y, en un brillante ejercicio de desapego y reflexión histórica, supo hacer la relectura que el paso del tiempo demandaba. En una charla en la librería Eterna Cadencia, en abril de 2014, Edmundo Paz Soldán soltó lo siguiente: El prólogo de McOndo era muy agresivo y terminó, sin querer, convirtiéndose en un manifiesto. Ese prólogo era una respuesta a la mirada exotizante de que toda Latinoamérica era realismo mágico. Luchaba contra ese estereotipo, pero creaba otro estereotipo, el otro extremo, con una Latinoamérica urbana. Había frases que daban imagen de una generación frívola: decía por ejemplo que la disyuntiva de la generación anterior era entre ir a la guerrilla o quedarse en casa, en cambio la de esta generación pasaba por escoger Macintosh o Windows. Fue muy raro, porque no fue publicidad positiva, pero ayudó a dar a conocer una generación.

Si bien Paz Soldán no fue el autor del prólogo de este libro sacrílego, ha sido el escritor más interpelado sobre las “soberbias” ambiciones del mismo. Pero Paz Soldán es un ariano en toda ley. Regido por el valeroso planeta Aries, el impulso irreductible es el de la respuesta frontal. Me acuerdo, por ejemplo, de una noticia que leí en el periódico El Deber hace ya muchos años, en la sección “Internacionales” (un síntoma de la tarea de internacionalización que Edmundo Paz Soldán ha sabido desarrollar con mucho aplomo, para sí mismo y para las generaciones de escritores más jóvenes): en una Feria del Libro de Miami otro escritor le espetó a Edmundo el asumir una posición “fresa” a la hora de armar antologías. Paz Soldán pudo haber contraatacado, pudo haber exigido disculpas, pudo haber expuesto sus criterios de edición cuando de compilar libros generacionales se trata, pero su respuesta puso de manifiesto la enorme capacidad de este escritor de pensar a largo plazo, superando la tentación de la victoria inmediata, del instantáneo resarcimiento del ego herido: “dejemos que continúen los malentendidos, sin conocernos mucho ni tú ni yo, que es más interesante, porque si hablamos corremos el riesgo de hacernos amigos”. 138 | elansia 1


Creo que Edmundo Paz Soldán es uno de los escasos escritores que, siendo un admirador confeso de Borges, es capaz de construir un cuento/homenaje del que el magnífico ciego jamás abominaría.

Y ese riesgo Edmundo lo ha corrido muchas veces. “Sinergia”, le llamarían los empresarios posmodernos y globales; “networking”, le llamarían los ancestros del Facebook; “diplomacia”, podrían argüir los que saben de ciencia política (el propio Edmundo es un crack para la ciencia política), pero lo cierto es que ninguno de estos intereses cosméticos se aplica a lo que es más bien una vocación de vivir los oficios paralelos de la escritura en la complejidad del mundo. Entre esos oficios paralelos está el de la empatía como una forma cordial que toma la certeza de que nadie escribe solo. Edmundo forma parte de una auténtica generación noventera, cernida y forjada no únicamente por la coincidencia en ese accidente histórico que es la edad, sino por el deseo de galvanizar, justamente, una suerte de cambio en la sensibilidad literaria, y de encontrar en la estética y la ideología del realismo –realismo sucio y doméstico, para ser más agresivamente exactos– un lugar propio. El expansivo modelo neoliberal de la década de los noventa necesitaba otras formas de representación y los muchachos McOndo lanzaron su propuesta. Es importante no perder de vista esta autenticidad del modelo McOndo, más allá de sus gesticulaciones neuróticas, pues aun hoy, con un siglo XXI ya cachorro, es posible aprender de aquella primera generación de Edmundo qué tipo de “errores” cometer y, sobre todo, con cuánta dignidad exorcizarlos en el infalible laboratorio del tiempo.

Estampa 2 ¿Dije que Edmundo Paz Soldán comenzó a consagrarse con McOndo? Puede que esté equivocada. Uno lanza opiniones o traza categorías irresponsablemente, empujada por la inercia de esa manivela postiza que es “lo generacional”. En realidad, Edmundo estaba bastante solo. Por lo menos dentro de Bolivia. Buscó otras hermandades en el outer space. Y con el paso del tiempo convocó hermanos más jóvenes con quienes tejer la amada tribu. Nadie escribe solo. Nadie escribe solo, rodeado de nieve. Se escribe en conversación, en contradicción, en complicidad. Se escribe en dialéctica. Versiones de Paz Soldán |

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Foto Archivo Edmundo Paz Solán

Edmundo Paz Soldán comenzó a consagrarse –¡qué palabrita más religiosa, por Dios!–2 con un cuento. Una obra de arte el tal cuento. “Dochera”. Era 1997, el siglo ya se cerraba, pero la modernidad latinoamericana era nueva y la idea de que todo era posible auguraba un estelar nacimiento del milenio. En ese feliz estado de ánimo finisecular nace “Dochera”, y aquel cuento, perfecto en ritmo, ética y estructura, se hace acreedor de uno de los apetecibles premios del concurso internacional de cuento “Juan Rulfo”. Sí, he dicho “ética”, pues aquello que compone lo que desde el estructuralismo llamamos “conflicto” del cuento no es otra cosa que un “ethos”, un sistema de vida y de valores, una forma de responder al caos sensible del mundo. En “Dochera”, Paz Soldán construye un sólido arquetipo, dibuja en claroscuros un atribulado adicto a la ficción: Laredo, “hacedor de crucigramas”, hacedor de una imaginación colectiva en la que, si bien todo es especulativamente posible –la historia y el mito, la religión y la magia, la ciencia y la poesía–, el deseo transmuta en angustia pues vuelve sobre sí, enroscado letalmente en el lenguaje, para ajustar cuentas con los miedos más profundos, los que suelen anidarse en el infierno de la infancia. Aquí, el freudiano “trabajo del sueño” toma la forma de un lacaniano “trabajo de crucigrama”. 2

Pero, haciendo caso omiso de lo que los lingüistas y expertos en etimología puedan decir, quizás “consagrarse” –en el reino de la creación literaria– tenga que ver con “hueso sacro”. Así, entonces, consagrarse no es otra cosa que erigir la columna sobre ese íntimo hueso de alas de calcio para volcarse, un poco angularmente, casi orando, en el acto físico, existencial y verdadero de teclear ficción.

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Con sus hijos Gabriel (el mayor) y Joseph.

“Dochera”, en fin, es un verdadero aleph, promete y cumple tantas lecturas como tantos lectores atrapa. A mí me hace imaginar una suerte de Borges mediterráneo, obsesionado por suturar la historia al dobladillo minucioso de la lírica (¿o acaso en todo crucigrama no hay mucho de poema?), y una María Kodama persecutoria, suavizada apenas por la delicadeza de un mechón de pelo blanco que perturba la convención del lenguaje, que rompe toda referencialidad y, por un instante, nos recuerda que la verdadera vanguardista es nomás la muerte. Creo que Edmundo Paz Soldán es uno de los escasos escritores que, siendo un admirador confeso de Borges, es capaz de construir un cuento/homenaje del que el magnífico ciego jamás abominaría. Una señal irrefutable es que, de todos los cuentos que, a lo largo de la vigencia del certamen, se hicieron merecedores de los premios “Juan Rulfo”, “Dochera” es un brillante y auténtico clásico. Siempre nuevo en su misterio, siempre desplegando una distinta y asombrada interpretación. Al César lo que es del César.

Estampa 3 Era la Nochevieja del año 2006. Yo tenía el corazón apretado porque en la primera flamante semana del 2007 tendría que partir a Estados Unidos por un par de años, sin mis hijos. Faltaría media hora para que concluyera aquel año en que me había venido muriendo lentamente, cuando mi teléfono celular vibró sobre la mesa que mamá había acomodado en el patio e hizo temblar suavemente mi copa de vino. Era una llamada muy internacional. Era el querido Edmundo. No me sorprendió, pues durante los meses previos conversábamos con frecuencia por teléfono para darnos ánimos el uno al otro. A él también le había tocado morir en tiempos lentos durante ese extraño 2006. Quizás, como yo, venía muriendo desde mucho antes, pero nuestras muertes se expresaban ahora con rupturas sentimentales, con profundos cambios de vida, con miedo a lastimar a los que más queríamos. “Estoy en un motel en una carretera, volviendo de California”, me explicó, “vengo de ver a mis hijos”. En ese momento no podía imaginarme cuán solitario Versiones de Paz Soldán |

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puede ser un motel en cualquier carretera de Estados Unidos, y más en el invierno. Putos inviernos. Pero no podía negar que la voz de Edmundo sonaba llena de soledad y de incertidumbre. Más allá de augurarme experiencias importantes en el ciclo que se abría ante mí, Edmundo buscaba consuelo. Había decidido que lo mejor era divorciarse. Quise decirle lo que él mismo me diría varios años después, con otro registro, en una fiesta académica: “todo va a salir bien, ya verás”. Pero en lugar de prometerle un sol que todavía tardaría en brillar, recuerdo que miré la copa translúcida, el vino sangre develándome ráfagas del futuro, y le dije: “lo único bueno de sentir tanto dolor es que repercute en la escritura”. “Yo también me pregunto eso”, dijo Edmundo. No me aclaró y no le pregunté qué era lo que se preguntaba, de qué fibra estaba hecha esa hebra que lo sostenía, de la que él pendía con todo su peso y que al mismo tiempo lo revelaba con una fragilidad conmovedora. Supe eso sí, que hay tramos de la amistad, en que uno es un espejo para el otro y que ese doble provisorio nos hace bien, nos orienta, nos interpela desde la empatía. Durante ese tramo, ahora que lo pienso, se me transparentó uno de los temas literarios que Edmundo maneja con gran maestría, con innegable genuinidad: el amor imperfecto. Si me atrevo a un rápido y casero psicoanálisis, creo que ambos estábamos aterrados porque cada uno, a su manera, se acercaba a su ficción, hipnotizado por ese fuego espectral de los personajes que ahora reclamaban carne. Y como sabe todo aquel que ha quemado naves, un divorcio tiene mucho de muerte, y en ese sentido, de todos los amores, es quizás el más imperfecto, la concreta interrupción del gran proyecto del amor. Cada vez que vuelvo sobre esos días, confirmo que el cuento terrible que mejor ejemplifica ese mood desahuciadamente romántico en el que ambos avanzábamos, como entre brumas, es “Tiburón”. Cuento inolvidable y conciso, juvenil y melancólico, fatal y moderno. La cuentística de Paz Soldán tiene ese poder: el del contagio o transferencia emocional de una finitud, la conciencia de un mundo sentimental que está a punto de extinguirse, y del que por suerte o lamentablemente, la voz lírica suele ser la única sobreviviente. Sí, los cuentos –y cierta 142 | elansia 1


región de su novelística– nos hablan de eso, de cómo cada adulto es el categórico fantasma de un sobreviviente. Atesoro, entonces, este fragmento de “Tiburón” (que, dicho sea de paso, me hace pensar en la ética del Carpe diem que tan didáctica y “tanáticamente”, ya avanzados los ochenta, nos enseñó aquella peli de culto, La sociedad de los poetas muertos): Sentado en el sofá, pensé en los nudillos destrozados de Tiburón, en Harry el Sucio y en los rumores que seguro estarían circulando en Cochabamba, en el murmullo acusador que hablaba de una justicia cósmica. Recordé a los diez Supremos aquella noche en casa de Wiernicke, y pensé que no se trataba de justicia cósmica. Lo único que había hecho Tiburón era enfrentarse a las sombras antes que los demás, dar el paso definitivo hacia ese lugar que tanto temía pero que acaso, uno nunca sabe, deseaba, el paso que todos nosotros, recién aprendiendo de la vida y seguros de nuestra inmortalidad, daríamos en un orden que desconocíamos, quizás jóvenes o quizás no tanto, el próximo Lafforet o quizás Wiernicke o quizás yo…

Estampa 4 Hay muchas formas de llegar a la ciencia ficción y pocas formas de salir de ella, pero por lo general esta adicción se inocula como una bacteria incurable en la infancia o la pubertad. Hasta hoy, no hemos conversado con Edmundo sobre sus tempranas lecturas en el territorio de este género. Me doy cuenta, eso sí, de que este gen está ahí, deformando bellamente el destino. ¿O es acaso fortuito que los años decisivos en la consolidación de la imagen del escritor (porque también de la imagen vive el hombre) hayan ocurrido en esa Ithaca anglo –curiosa manera de enfatizar el lugar occidental–, en los extramuros del continente americano, como si de una utopía no menos sublime se tratara? Versiones de Paz Soldán |

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En el estadio del Real Madrid.

Algunos de los años más importantes de la vida de Edmundo Paz Soldán están ocurriendo en Ithaca, esa ciudad de nieves profundas que, además de sus leyendas de estudiantes suicidas, permite relativizar los cantos de las sirenas, desoír esos mitos nocivos sobre la inviabilidad de la literatura como proyecto de vida, e incluso trazar mejor –sobre esa textura de palimpsesto que propicia la nieve– los rasgos de los fantasmas telúricos que estuvieron ahí desde siempre, desde antes de la lógica de la escritura. Pero, ¿qué tiene que ver esto último con la pasión por la ciencia ficción? No sé, me aventuro ahora a un flujo de conciencia que me revele alguna clave. Se me ocurre que el minero es, en la narrativa de Edmundo Paz Soldán, el novum ideal para dinamizar o revolucionar el tiempo histórico, para subvertir los modales políticos, para estremecer y despertar, en fin, la conciencia adormecida de la clase media. En este sentido, si en Jaime Saenz “el aparapita”, ese atlas andino capaz de levantar el Illimani sobre sus hombros mientras sus ojos escudriñan las pulidas piedras de las calles empinadas, puede resistirse a la lógica diurna del mundo a través de una aparente sumisión, en Paz Soldán, el minero –ya sea como fantasma o como actor– parece resucitar de entre los gases venenosos del socavón-tumba para relocalizar las cosas, el estado de cosas, y reclamar justicia. En el cuento “La frontera”, Paz Soldán dibuja una especie de mineros zombis que, en su aparente pasividad, rearticulan su potencia política: Los rayos del sol refulgen en todas partes menos en sus cascos, tan viejos y oxidados que carecen de fuerzas para reflejar cualquier cosa. Los mineros no mueven un músculo cuando me acerco a ellos, no pestañean, miran a través de mí. Y es cierto, los mineros, a través de la narrativa de Paz Soldán, nos miran, hacen hondas preguntas a los que estamos de este lado de la historia, como en un espejo cuántico. Bajo este código, el cuento “Azurduy”, pese a postularse como realista, es también fronterizo, se dirige hacia la Ítaca utópica, el territorio de la justicia, la ficción como una ciencia especulativa que ofrece inéditas hipótesis. Así, Azurduy, ese minero casi bárbaro, se instituye como puente entre ideologías, pero también entre esferas místicas. Para entender el mundo andino, habrá primero 144 | elansia 1


Foto Archivo Edmundo Paz Solán

que rendirse a sus leyes, a su fantástico esoterismo, aun cuando la primera ofrenda sea un feto, un feto humano. “Azurduy” es un verdadero viaje en el tiempo, pero en el tiempo oficial de la Historia, que es más jodido. He aquí un pedacito de ese túnel: Debimos arrastrarnos por la tierra para atravesar una zona angosta. Sentí el polvo mineral en mis labios, mi lengua, mi garganta reseca. Para eso se necesitaba el quemapecho: un veneno mataba a otro veneno. Me vino un ataque de claustrofobia. Recordé una novela de Verne leída a mis quince. ¿Qué hacía allí, viajando al centro de la tierra con tres individuos cargados de alcohol y dinamita? Había venido a enseñar y sin darme cuenta había caído presa del campo de fuerza que mi vecino irradiaba a su paso. Me prometí remediar pronto la situación, pedir mi traslado. Eso, si salía con vida de esa cueva prehistórica.

Y claro que sale con vida. Iris, la novela de nuestro propio apocalipsis, el que nos merecemos, nos devuelve, no ya a un atribulado Azurduy de las estepas, sino a una legión de mineros post-humanos. En Iris (2014), Paz Soldán eleva a estamentos universales la imaginería andina. Para ello hace uso de la ciencia ficción, ese gran amor imperfecto, pero sobre todo anuda dos mundos, dos imperios, dos grandes eras. La era del populismo latinoamericano y la era nuclear y post-política de la gran avanzada planetaria imperialista. Y con ello, digo yo, pareciera que una importante línea de su narrativa se ha completado. Una notable hazaña de inmersión profunda en las aguas más densas de la simbología boliviana. G Versiones de Paz Soldán |

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Foto Archivo Edmundo Paz Solรกn


Literatura y generosidad Sebastián Antezana1

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o bueno es que es verdaderamente alguien accesible. Mientras palea la nieve que en los inviernos se acumula frente a su casa, en un café tras una clase, una noche en algún bar de Ithaca, la pequeña ciudad en que vive, o en una charla informal vía Skype, Edmundo Paz Soldán, quizás el escritor boliviano con mayor presencia en la actualidad, es un tipo accesible. Muchos son los que se han comunicado con él en plan de lector interesado en su obra, de alumno de la universidad en que enseña preocupado por algún punto particular, de amigo que tiene ganas de tomarse con él un trago o charlar un rato, de colega escritor interesado en una opinión o una crítica, o de aspirante a escritor que busca consejos o alguna guía. Acercarse a Edmundo y pedirle una palabra sobre un tema cualquiera, literario o no, es siempre placentero y amable, por lo que con él yo, como muchos, he tenido varias charlas a lo largo de los años, desde mi sitio de entrevistador periodístico, alumno y amigo. En una conversación reciente que tuve con él, por ejemplo, en la que le empezaba preguntando por sus inicios en la escritura, me contaba que sus primeros pasos se dieron un poco por casualidad. Mientras estudiaba relaciones internacionales en una universidad de Buenos Aires, y como respuesta al mayor ambiente cultural que en la capital argentina había respecto a Cochabamba, empezó a escribir una serie de cuentos que nacieron como respuestas a diferentes lecturas. “Los cuentos –dice Edmundo– eran poco más que breves reflexiones críticas de algunas lecturas que por entonces tenía. Digamos que, si leía Lolita, de Nabokov, después escribía un cuento que se llamaba ‘Dolores’ en el que había también un personaje parecido a Lolita y en el que trataba de darle un giro personal a lo que acababa de leer. Ese fue el inicio”. Después de ese inicio, vino un primer intento de sistematización. Durante esa misma charla que hace unos meses tuve con él, o en medio de una parrillada en casa de un amigo común en la corta primavera del Upstate New York, o al finalizar uno de los talleres que organiza en su casa para un pequeño grupo de 1

Escritor y crítico literario. Versiones de Paz Soldán |

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Página 146: Junto a su pareja, la escritora Liliana Colanzi, en un parque de Ithaca.

amigos escritores, Edmundo me dice: “Esos primeros años simplemente escribía, hasta que un día llegué a tener un buen número de textos y ellos formaron un manuscrito que me decidí a mandar a la editorial Los amigos del libro, en Cochabamba. Entonces el manuscrito se llamaba Cristales en la noche y don Werner Guttentag, que lo recibió, después de revisarlo me dijo que le faltaba un poco, que lo corrigiera, que siguiera intentando y que habláramos en un año”. Pausado, calmo, risueño, Edmundo, que nació en Cochabamba en 1967, me cuenta esto sin el menor dejo de lástima o culpa, como si el temprano fracaso –ante las tempranas ganas de publicar– fuera el gesto resultante natural. Y luego sigue: “Yo volví a leer el manuscrito, me di cuenta de que don Werner tenía razón y me decidí a eliminar gran parte de los textos, darle buena forma al resto y utilizarlos como base de un libro más serio. Finalmente, el 89, volví a mandarle el manuscrito y esta vez me lo aceptó, pero me dijo que yo tenía que conseguirme la financiación, que él podía publicarlo bajo el sello de Los amigos del libro pero que yo debía pagar la publicación. De modo que tuve que prestarme dinero de mi madre para sacar la primera edición del libro, que terminó llamándose Las máscaras de la nada (1990) y que tardó cuatro o cinco años en venderse”. Las máscaras de la nada fue, justamente, uno de los primeros libros que leí de Edmundo, allá por un, para mí, lejano 1996 o 1997. Quizás debería aclarar en este punto que no he leído todos los libros de Edmundo (más de quince o dieciséis, creo; esa es todavía una tarea pendiente), pero sí recuerdo con fijeza los tres primeros libros de cuentos, otra vez Las máscaras de la nada, Desapariciones y Dochera y otros cuentos, y luego de un salto temporal más o menos largo Amores imperfectos. Y, en cuanto a novelas, recuerdo con cariño Río fugitivo y luego la que, creo, es su etapa más madura, de consolidación o, si se quiere, de plenitud, representada por Los vivos y los muertos, Norte, el libro de cuentos Billie Ruth y muy recientemente Iris. Algo que se sabe pero que no está demás repetir: en conjunto, la obra de Edmundo Paz Soldán constituye uno de los puntos importantes de la narrativa boliviana contemporánea. Por otro lado, independientemente, algunos de sus libros 148 | elansia 1


Si alguien me pidiera que defina su escritura de hoy con una palabra, lo haría con esa: plenitud.

de cuento y de sus novelas son instancias en torno a las cuales se van formando olas que podrían ser corrientes importantes en nuestro panorama. Edmundo es, sin duda, uno de los escritores más importantes de la actualidad nacional, no sólo por el carácter internacionalista de su obra –hecho que en sí mismo no significaría mucho si no fuera por la poca trascendencia que por lo general tiene nuestra narrativa– sino también por una característica que año tras año, desde la primera aparición de Las máscaras de la nada hasta la reciente de Iris, se ha ido consolidando: su rigurosidad formal, su compromiso literario, su manera particular de construir sentidos. En esa línea, uno de sus principales intereses –según me cuenta mientras caminamos por los otoñales jardines de la universidad de Cornell, donde Edmundo enseña literatura hace casi dos décadas, o a la salida de uno de los cines de Ithaca– uno de sus principales intereses, a través del cual se revela una especie de horizonte o vocación personal, un deseo antes contenido y ahora liberado sistemáticamente, libro tras libro, tiene que ver con desmontar a través de la ficción el mecanismo del mundo, el mecanismo de la realidad, el mecanismo de todo, puesto que todo es mecanismo, sumas de artificios y estrategias. Es decir que su vocación literaria está ligada a una necesidad de ver por dentro las operaciones que componen lo que conocemos; está ligada a una urgencia por comprendernos o empezar a vislumbrarnos, de no dejar que la vista se le nuble. Como dice Cioran, el hombre se mide únicamente por su capacidad de desacuerdo, por el grado de lucidez que alcanza. Y la campaña literaria de Edmundo, el diseño conjunto de sus libros de cuento y sus novelas y sus otros libros, su mapa literario, tiene que ver con eso, con el desmontaje de las estrategias que nos hacen, con profundizar su capacidad de desacuerdo, con tratar de alcanzar cada vez un mayor grado de lucidez y, al hacerlo, con transmitir a sus lectores esa vocación de compromiso con el desafío de desmontaje y construcción de la realidad que es, a fin de cuentas, el mismo de toda buena literatura. Escritor, profesor universitario, conferencista, bloguero, columnista de periódicos, pareja de una escritora, la vida de Edmundo parece girar exclusivamenVersiones de Paz Soldán |

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En Santiago de Chile, después de una clase dictada a estudiantes de Stanford.

te en torno al núcleo demandante de la literatura y sus múltiples formas. Así, su narrativa parece estar motivada igualmente por la esencia y por el accidente (como en Los vivos y los muertos), por lo intemporal y por lo cotidiano (Río fugitivo), por la mística y la historia (Iris), el sinsentido y los desbalances psicológicos (Norte). El mundo que libro a libro crea es uno constituido por peripecias políticas que se muestran tanto abiertamente (Palacio quemado) como mediante discursos sugeridos (El delirio de Turing), por la fragilidad y madurez de la niñez como por la fragilidad e inmadurez de los adultos (Billie Ruth). Mientras seguimos hablando sobre su obra mientras tomamos un café o una cerveza, y aunque él no lo menciona, me doy cuenta de que, por lo general, los personajes de Edmundo están entre la adolescencia y la madurez, y que pocas veces llegan a la vejez. La suya parece ser, por ahora, una narrativa consagrada a la experimentación, a la experiencia siempre ardua del crecimiento o a la complejidad de las vidas adultas, pero son raras las ocasiones en que la vejez asoma el rostro entre las páginas. Además, a diferencia de lo que pasa con otros escritores, que eligen estilos o estéticas como si se posicionaran en un campo de batalla, la narrativa de Edmundo tiende tanto al fragmento como al sistema, a la experimentación lingüística como a la llaneza verbal, a la construcción compleja y en algunos casos masiva como a la búsqueda de algo más pequeño, algo quizás místico o inmaterial, un destello o un pixel denso como un sol, capaz de iluminar una casa a oscuras. No sólo eso. Como varios de los nombres importantes de la literatura latinoamericana, Edmundo –el cochabambino– ha construido una ciudad propia en la que transcurre buena parte de su ficción, Río fugitivo, una especie de trasunto de Cochabamba. A propósito, podría decirse que, muy a grosso modo, su narrativa ha cubierto hasta hoy por lo menos dos etapas, una primera marcada por la nostalgia y los intentos de recuperación de su ciudad natal, o algunos rasgos y momentos de su ciudad natal desde la distancia (Edmundo vive hace más de veinte años en Estados Unidos), una etapa de novelas como Días de papel, Río fugitivo, La materia del deseo e incluso El deliro de Turing, y otra posterior, más abierta hacia 150 | elansia 1


Foto Archivo Edmundo Paz Solán

afuera, desapegada del referente inmediato o, por lo menos, de la nostalgia por un referente como Cochabamba, que resultó en Río fugitivo. Aunque pese a ello, pese a lo marcado de esta primera etapa, pese a la fuerte impronta de Río fugitivo en la obra de Edmundo, él no es un escritor DE Cochabamba a la manera en que, digamos, Jaime Saenz o Adolfo Cárdenas son escritores DE La Paz. La cochabambinidad de Edmundo, por llamarla de alguna manera, por el momento parece resolverse en el territorio de la memoria, que nunca es el del referente realista puro y que permite, más bien, una apertura narrativa parecida a la que Onetti consigue con Santa María, su ciudad inventada. Y eso, quizás, porque, gracias a su doble labor de escritor de ficción y profesor de literatura, Edmundo es un tipo acostumbrado a cruzar fronteras, no sólo en sentido metafórico –entre sus dos, digamos, profesiones– sino porque también es una persona bastante cosmopolita. A propósito del tema, y mientras vemos caer la nieve resguardados por la calefacción de un aula de la universidad o mientras almorzamos en el restaurante vietnamita de la ciudad, le hago una pregunta: “Edmundo, ¿cuál es tu idea de frontera?”. Con cierta complicidad y entre cucharadas de pho, no tarda en responder: “Mira, creo que hay organismos, instituciones políticas e incluso discursos académicos que están constantemente preocupados por separar espacios (me acuerdo de que Borges se hacía la burla de ciertos académicos americanos; decía: ‘éste es experto en literatura medieval, pero apenas comienza el renacimiento deja de leer’). Desde algún tipo de Versiones de Paz Soldán |

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Foto Archivo Edmundo Paz Solán

perspectiva, siempre se ha intentado categorizar, separar, crear fronteras de todo tipo, pero creo que el problema con que se enfrenta este impulso es que dentro de nosotros permanece constante la idea de expansión. Es decir, nosotros mismos vamos transgrediendo constantemente las fronteras que se nos imponen e incluso las que nos imponemos mentalmente. Y eso, claro, porque la misma naturaleza de la frontera es ser transgredida. Entonces, creo que, internamente, es más fácil romper estas fronteras –las conscientes y las subconscientes– que las que imponen las instituciones, los estados”. Animado por su respuesta, y tratando de mitigar el picante salvaje de esos pimientos diminutos pero hermosamente aterradores del sudeste de Asia, le respondo con otra pregunta: “Y hablando justamente de eso, de ese cruzar fronteras, ¿cómo lo vives tú en lo que respecta a tu doble función de escritor y profesor universitario?”. Él, en un nuevo escenario, un encuentro en una feria del libro o la casa de un amigo común en Bolivia, indica: “Es un poco esquizofrénico. Llegué al mundo académico pensando que me podía ayudar en la escritura y con el tiempo me di cuenta de que la cosa no funcionaba así. La gente de la academia llega a la literatura y la percibe desde otra perspectiva, a veces incluso antagónica. Esto produce una constante esquizofrenia y a veces hay que tomar partido y elegir: o el análisis o la creación, ya que ambas pulsiones son muy poderosas. Personalmente, la academia me ha ayudado sobre todo a organizar mis lecturas (que antes de llegar a ella eran muy anárquicas y desordenadas), a situarlas respecto a la producción contemporánea y anterior, a ver qué hay detrás de ellas, a saber que nadie está inventando nada y que con nuestros libros sólo estamos añadiendo matices al edificio ya levantado de la literatura. La academia es una instancia muy estimulante pero, por su vocación fuertemente analítica, puede llegar a enfrentarse a la creación, a sospechar de ella e incluso a desactivarla”. Pero frente al monstruo académico pueden siempre levantarse otros monstruos a darle pelea. Así, aquí valdría la pena mencionar algo que parece un irse por las ramas pero que no lo es tanto. Edmundo es, además de lo ya dicho, una persona generosa. Hace ya varios años que se ha constituido en una especie de 152 | elansia 1


Con Rodolfo Fogwill, en el congreso Eñe en Montevideo.

núcleo generador de escrituras y que viene dando a conocer mucho de la producción narrativa nacional dentro y fuera de Bolivia, quizás con especial énfasis en las generaciones posteriores a la suya, y lo hace siempre de forma esforzada, crítica y abierta. Este gesto, que repite tanto con escritores jóvenes bolivianos como con escritores jóvenes de otros países, muestra, además de la mencionada generosidad, un particular afecto por indagar en las literaturas de varias latitudes y generaciones, y es parte de una actitud mayor que es una de las principales características de Edmundo. Cuando se observa con atención esta vocación suya, al parecer siempre despierta, se la descubre capaz de centrarse alternativamente –o más bien simultáneamente– tanto en la novela boliviana de fines del siglo XIX como en la última novedad estadounidense, española o brasileña. Esta es una de las facetas que considero más notables de Edmundo, el espectáculo de su curiosidad, literariamente vasta, que en muchas otras personas seguramente resultaría fruto de una pose. Cuando hablo con él, cuando coincidimos en eventos como un encuentro de escritores o en la cotidianidad en la que compartimos la misma ciudad, la cantidad y el ritmo de sus lecturas me asombra y me deprime a partes iguales, porque no entiendo cómo, a pesar de toda la carga laboral y familiar que tiene él y tenemos todos, consigue leer tanto y tan bien, cómo consigue interesarse a partes iguales, aunque en diferentes épocas, por la problemática de la migración latina a Estados Unidos, la formación de un corpus de literatura andina, los pormenores de la actualidad de la crítica y la teoría literarias y, digamos, los avances y las problemáticas del desarrollo de géneros como la novela policial y la ciencia ficción no sólo en Bolivia, no sólo en América Latina y ni siquiera sólo en Estados Unidos o Europa, sino en todos los anteriores juntos, en un vendaval de sistematicidad y memoria que me deja, francamente, un poco deprimido. Fruto de esa misma curiosidad, entonces, y para retomar el punto anterior, Edmundo parece haber dejado momentáneamente su ciudad inventada, Río fugitivo, y haber consolidado sus últimas ficciones en otros terrenos, como por ejemplo Iris, una isla-planeta de ciencia ficción que sin embargo tiene raíces Versiones de Paz Soldán |

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Foto Archivo Edmundo Paz Solán

profundamente asentadas en esta Tierra y que es el escenario de su última novela, del mismo nombre, y Estados Unidos, lugar donde transcurren dos de sus más recientes novelas y un libro de cuentos. A propósito de este desplazamiento a este nuevo lugar de acción, que es el mismo país en el que Edmundo vive hace más de veinte años, y mientras nos despedimos por El Prado paceño o los Commons de Ithaca, tras una noche de juerga, le hago una última pregunta: “Al parecer, desde los años 20 del siglo pasado hasta hoy, Estados Unidos se ha vuelto la última gran frontera que traspasar para el resto del mundo. ¿Por qué este continuo atractivo, por qué esta necesidad de llegar hasta allí? ¿Se resume todo a factores económicos o hay acaso algo más?”. Sin inmutarse, como si hubiera reflexionado mucho sobre este tema, Edmundo me responde, mientras me da la mano y nos prometemos un cercano rencuentro: “Hay algo más. Creo que hay 154 | elansia 1


En Ithaca, antes de una ceremonia de graduación, con las ropas oficiales de Cornell.

un factor simbólico muy fuerte. Estados Unidos tiene mitos fundacionales que, a partir de su poder imperial, de su magnitud, han sido difundidos por el resto del mundo y han colonizado nuestro inconsciente. Estados Unidos no sólo es un motor productor de pesadillas muy siniestras y de una cultura a veces muy barata, sino también de mitos muy fuertes. Por ejemplo, se lo considera una especie de crisol de razas y además se denomina a sí mismo como la tierra de la libertad, la tierra prometida, aunque sabemos que esto tiene muchísimos bemoles. Y, pese a ello, estos mitos, estas historias y espacios, no sólo pertenecen a los estadounidenses sino a todos los habitantes del planeta –ya que concretizan los deseos de todos los hombres: libertad, esperanza, bienestar, etc.– y es muy difícil resistirse a ellos, sobre todo si en el propio país hay pocas oportunidades”. Al empezar este texto decía que esta etapa narrativa de Edmundo es una de plenitud. Quizás sea injusto calificar de esta manera su trabajo actual y así dejar el anterior algo de lado, pero si alguien me pidiera que defina su escritura de hoy con una palabra lo haría con esa: plenitud. Importa poco que viva hace muchos años fuera de Bolivia, que se lo vea con frecuencia o solo de vez en cuando. Desde el momento en que, para muchas circunstancias, en muchos casos, podemos imaginar sus respuestas en la escritura, su tarea ficcional, sabemos que es un escritor pleno, porque ya lo conocemos, porque ya conocemos a Edmundo a través de sus textos, a pesar de la lejanía. Ese vínculo que une a Edmundo con sus lectores a pesar de vivir en países diferentes, esa intimidad a distancia que sentimos con él y su literatura, sólo es posible con alguien curioso, generoso y dispuesto a interesarse y hablar de todo, incluso de fútbol o de actualidad política. Es un autor que, en una de las cimas evidentes de su carrera, nos entrega obras consistentes, libros siempre recomendables que nos muestran los muchos lados de la cotidianidad y que consiguen algo no poco importante: hacen disfrutable el acto de leer. Eso, en un momento en que muchas lecturas se hacen por compromiso, por mera repetición o que simplemente no se hacen, no es algo trivial. Es una constante afortunada que con los años se ha venido convirtiendo en una marca registrada en los libros de Edmundo Paz Soldán. G Versiones de Paz Soldán |

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Foto Archivo Edmundo Paz Solรกn


Paisaje de catástrofe Álvaro Bisama1

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Dónde queda Latinoamérica? Imposible de saber: Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) ha estado por acá los últimos veinte años tratando de dilucidar esa pregunta. Paradójicas, sus novelas se internan en los meandros de aquella respuesta y debaten desde la ficción acerca del espacio mutante que el fin de milenio terminó esbozando como un imaginario americano posible. Del McOndo a Evo Morales, de Berkeley a Cochabamba, de Palacio Quemado a Cornell, de la lengua aymara arrasada a Buffy, la cazavampiros, en la obra de Paz Soldán el acento siempre estuvo puesto en lo destemplado o asombroso de esos desajustes. Una idea: lo que está en juego dentro de su obra es cómo narrar una identidad que se deshilacha, cómo capturar –en la fugacidad del extraño tempo de lo literario– algo parecido a una verdad a la que aferrarse. Puede ser. Sus ficciones (la Bolivia que siguió a la caída de Banzer y precedió a la de Evo; los colleges yanquis, las carreteras perdidas del continente, el canon como una ciudad secreta) están habitadas por una peculiar raza de personajes desesperanzados, casi siempre entrañables: puzzleros, profesores universitarios, diseñadores, escribidores de todo tipo, criptógrafos; todos obsesos en transar con los lenguajes inestables de sus disciplinas para quedar casi siempre abandonados y suicidados, con el corazón roto en la mano, desencajados de los ecos atroces de su propio reflejo, cada vez más desfigurado. En ese sentido, resulta relevante que una novela como Sueños digitales (2000) narre la tensión entre las imágenes de poder y la memoria usando la tecnología del photoshop como metáfora de lo evanescente de cualquier monumento; y en La materia del deseo (2001) juegue a rastrear en los ecos de las discotecas y los singles pop el sigilo de la supervivencia de las consignas de las revoluciones pasadas. Lo mismo pasa con Palacio Quemado (2006), que es una narración detallada y apenas maquillada de la caída del gobierno de Sánchez de Lozada, vista a través de los ojos de un redactor de discursos de la presidencia; y en Los vivos y los muertos (2009), cuyo tema es una epidemia de asesinatos en una escuela

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Escritor, crítico literario y profesor chileno. Versiones de Paz Soldán |

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secundaria norteamericana y que toma esa desazón hasta llevarla al borde de un exterminio, poniendo énfasis en la descripción de un lugar donde la única y precaria salvación era, cómo no, una fe más que tambaleante en los poderes redentores de la escritura. Aquello llega al paroxismo en Iris (2014). Habría que preguntarse por esa prosa construida a partir de las mutaciones de un idioma salpicado de un léxico imposible, que posee una densidad particular. El saldo es una experiencia compleja, un relato sometido a las contracciones de esta lengua ficticia, un español futuro que se acomoda para narrar lo imposible. Así, en Iris conviven las drogas alucinógenas con un milenarismo brutal, donde la descripción de un paisaje extraterrestre se propone como un lugar de desolación y de espanto, pero también de visiones místicas, una ciencia ficción original, hecha de una poesía seca y ambigua, siempre feroz. Iris confirma que aquel es un juego lleno de dobles fondos. Confirma que en la huida hacia otros paisajes (Norte, Los vivos y los muertos), Paz Soldán habla de Bolivia –o de los alcances de una literatura nacional– pero en realidad se refería a otra cosa, más tangencial e íntima pero también por eso más urgente: los bor-

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Lo que está en juego dentro de su obra es cómo narrar una identidad que se deshilacha, cómo capturar –en la fugacidad del extraño tempo de lo literario– algo parecido a una verdad a la que aferrarse.

des desde donde se deshilacha el territorio impreciso y violento de América Latina, aquel paraíso barroco donde la única cultura posible era popular y cacofónica, esquizofrénica y fulminante. En ese contexto, ¿cuáles son las diferencias entre el pop y el canon, entre la televisión y la memoria oral, entre el software pirata y las bibliotecas llenas de archivos coloniales, entre la Cochabamba real y Río Fugitivo, la ciudad de sus primeros libros? La respuesta es ambigua, queda exhibida en la piel y los huesos de sus historias, a la intemperie, como la instantánea de un cuerpo recién fallecido que se apronta –por magia, electricidad o simplemente fe literaria– a resucitar. Lo anterior nos obligaría a pensar en Amores imperfectos. Amores imperfectos fue publicado por primera vez en 1998 y quizás está antes de todo lo mencionado, prefigurándolo. Los cuentos lucen como un catálogo acelerado de los temas preferidos de Paz Soldán. Todo eso, que es el centro de sus novelas, aparece acá esbozado en estos relatos que funcionan como un lugar desde donde una voz ensaya los alcances de sus ecos. Amores imperfectos está construido de manera más que astuta. Si su primera parte diseña un muestrario de la efectividad de las ficciones breves como una mecánica aceitada y hasta asesina sobre un catálogo de perversiones tristes, la segunda parte se despoja de ese interés formal –que sigue estando ahí en sordina: son las vigas que apuntalan, en la sombra, lo que se cuenta– para referirse a temas y lugares donde el límite que separa lo biográfico del gusto literario es más bien escaso. Ahí, asistimos paulatinamente a los fragmentos de la vida y muerte de un grupo de amigos de Piedras Blancas, todos perdidos entre traiciones, discotecas, moteles y aburrimiento. En esas narraciones, nos internamos en relatos que son polaroids de una intimidad acechada por la sospecha y el engaño, además de la contemplación del fin de la juventud. En estos relatos, todo es casi siempre triste y tardío como si los personajes y narradores no pudieran sostenerse ante las imágenes que han creado de sí mismos y su tedio. Finalmente, los dos últimos cuentos de Amores imperfectos cambian el giro. Mientras que “La escena del crimen” traza un relato policial en Santa Cruz (la muerte de una prostituta Versiones de Paz Soldán |

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Foto Archivo Edmundo Paz Solán

se convierte en una excusa para describir los anillos de poder de la ciudad), en “Dochera” un autor de puzzles de mediana edad busca una mujer en una ciudad enviándole mensajes secretos a través de crucigramas y, de paso, define el orden secreto del mundo. En “Dochera”, que a estas alturas es un pequeño clásico, el juego criptográfico se vuelve una especie de reflejo sofisticado sobre la soledad y el vacío de las palabras: los crucigramas de Laredo, su protagonista, son los muros donde se clausura a sí mismo fugándose en un abismo de papel, en un mundo privado donde la delicada pluma de un ave sostenía un universo y los héroes que habían luchado en las batallas de la independencia del siglo pasado fueron rebautizados, así como la orografía y la hidrografía de los cinco continentes, y los nombres de presidentes, ajedrecistas, actores, cantantes, insectos, pinturas, intelectuales, filósofos, mamíferos, planetas y constelaciones. De este modo, “Dochera” permite leer Amores imperfectos en clave. Como Laredo, que se encuentra a sí mismo en el despeñadero de los mensajes cifrados, el volumen quizás exhibe el camino que lleva paulatinamente a Paz Soldán a encontrarse con sí mismo, con la modulación de su propia voz. En cierto sentido, los cuentos del libro pueden leerse como un solo relato, una biografía privada que detalla cómo Paz Soldán lee lo literario como oficio, probando formatos hasta manejarlos a la perfección (la perversidad de los primeros cuentos de la primera parte es inversamente proporcional a su extensión), mientras lentamente abandona los moldes clásicos y traza una confesión oblicua (siempre hay alguien 160 | elansia 1


De izquierda a derecha: Sergio Missana, Alberto Fuguet, Iván Jacsik, Edmundo Paz Soldán, Álvaro Bisama, Alejandro Zambra.

volviendo de usa a América Latina en el segundo tercio del volumen) y de cómo se zafa de ella para volverse aún más excéntrico o extraño de lo que es. Todo está acá. Un mapa que se desplegará en los años y obras venideras: la muerte del deseo y la desazón de la carne, el regreso a la tierra natal, la sobrevivencia en la memoria de las imágenes y del deseo, el karma del fin de la adolescencia, los códigos de la tradición del policial como una erótica de la tristeza, los juegos criptográficos, las políticas del enigma y la distancia entre los idiomas como reflejo del abismo que separa los cuerpos. Así, si en su obra más reciente Paz Soldán ha indagado una y otra vez con lo anterior para describir los límites simbólicos que definen la cultura pop o letrada, Amores imperfectos es la primera expedición a ese lugar, a las fronteras de aquel país inquietante de sus ficciones. En ese contexto, leer a Paz Soldán puede funcionar como la crónica casi inmediata y desconsolada de ese país confuso. En ese contexto, sus novelas son una indagación sobre los mecanismos de funcionamiento del género, pero también una forma de trabajar su sistema de referencias en tanto un orden moral; algo que permite abordar la intimidad de un ciudadanía cuyas fuerzas de gravedad y mapas están en perpetua reescritura. Así, habitan ese difuso borde americano donde es posible trabajar la percepción crítica del tiempo y del espacio, las dudas sobre lo real y lo virtual, la fragilidad y el peso de las imágenes y la memoria. Ahí, todo es confuso y borroso y debe, por fuerza, hacerse literatura. G

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Tan lejos y tan cerca

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Maximiliano Barrientos2

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ue en el Primer Encuentro Internacional de Escritores que hizo el Centro Simón I. Patiño, cuando trajo a los argentinos Marcelo Damiani y Pablo de Santis, y al español Francisco Casavella, que por entonces era un perfecto desconocido, pero que unos años más tarde se convirtió en un referente en su país antes de morir, con 45 años, de un infarto cardíaco. Fue en Cochabamba, yo tenía 22 y vivía hacía algo más de un año en esa ciudad, luego de haber cortado mis estudios de medicina y de haberme ido de Santa Cruz con la idea de estudiar filosofía. Ahí, en el principio de la década pasada y en las circunstancias que acabo de mencionar, conocí a Edmundo Paz Soldán. Entonces él era un escritor joven, lo presentaban en todas partes como el escritor joven boliviano, aunque tendría la edad que yo tengo ahora, y yo me considero cualquier cosa menos joven. Recuerdo que con Rodrigo Hasbún, Wilmer Urrelo y Anabel Gutiérrez leímos algunas de las cositas que escribíamos. La lectura tuvo lugar en la mañana del último día del encuentro y como era de esperarse, no fue casi nadie, ni siquiera nosotros pensábamos ir porque teníamos una resaca atroz y porque francamente estábamos aterrados de leer en público. Hasbún y Gutiérrez ya habían publicado algunos cuentos y poemas en antologías, Urrelo ya tenía una novela –Mundo Negro–, pero yo no tenía nada más que textos inéditos que escribía a mano y que transcribía en computadoras de la universidad y de cafés Internet, lo que incrementaba el tamaño de mi nerviosismo, ni con todas las cervezas que me tomé la noche pasada podía esconder la timidez y el pavor de leer en voz alta frente a desconocidos. Edmundo fue uno de los pocos que asistió a la lectura, escuchó con atención nuestros cuentos y poemas. Horas más tarde, en un almuerzo que se hizo en una de las mansiones que tenía Patiño, se acercó a donde estábamos nosotros y nos hizo preguntas sobre lo que habíamos leído. Me impresionó que su curiosidad y su interés fueran auténticos, 1 2

Texto leído en la presentación de Iris, de Edmundo Paz Soldán, en la Feria del Libro de Santa Cruz, Bolivia, el 31 de mayo de 2014 Escritor y profesor de escritura.

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en mi cabeza no entraba la posibilidad de que alguien nos tomara en serio, pero si de algo he estado seguro en los años en que he conocido a Edmundo como amigo, es de su generosidad. Lo primero que leí de Edmundo fueron los cuentos de Amores imperfectos (1998) y la novela Río fugitivo (1998), y lo que encontré allí no era la Bolivia de la que yo huía, la Bolivia de bloqueos continuos en la carretera que unía Cochabamba con Santa Cruz, la de las manifestaciones en los centros de las principales ciudades del país, la de las disputas entre cocaleros y gobierno, la de los dramas sociales, la de las abismales diferencias de clases, la del racismo, la de la corrupción en distintas esferas. Me explico mejor: encontré esa Bolivia por supuesto, la Bolivia en la que yo había nacido y en la que me había criado y la que salía a diario en las noticias y la que prometía en todo momento romperse en mil pedazos, pero en sus libros aparecía como un contexto, como el escenario donde transcurrían historias de otro tipo, historias que tenían que ver con dramas de amigos o dramas que acontecen en torno a familias de clase media. Historias de un universo que no se diferenciaba tanto del que yo también quería explorar. Y eso, está de más decirlo, fue un gratísimo descubrimiento. Fue la constatación de que se podía escribir sobre Bolivia sin caer en sociologías baratas con la condición de que esta aparezca como un paisaje. Un paisaje atroz y bello, pero siempre algo que no está en el centro de lo que se narra, si no en la periferia. Y esa tensión entre centro y periferia, a mi entender, fue la que marcó el ritmo de la obra de Edmundo hasta la escritura de Palacio quemado (2006), una novela donde narró abiertamente un periodo crítico de Bolivia, la salida del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada derrocado por los movimientos sociales de El Alto. Ese libro, sumado a una crisis personal que Edmundo ha mencionado en más de una entrevista, significó la saturación del proyecto narrativo que había iniciado con Días de papel (1992). Luego de Palacio quemado algo aconteció en su narrativa, hubo un cambio drástico de escenario. Bolivia se borró y en un primer momento apareció Estados Unidos, en Los vivos y los muertos (2009), y luego México, en Norte (2011). Pero el cambio fue más profundo y no se limitó a transmutar el 164 | elansia 1


Iris es un artefacto político que se vale de la distopía para tocar problemas actuales como la lucha de clases, la violencia colonizadora, el racismo recalcitrante y el mesianismo militar.

escenario, sino que algo también mutó en la genética de su voz narrativa. Estas nuevas novelas están teñidas de violencia, una violencia que antes estaba ausente de su escritura y que ahora se proyecta en distintos aspectos del engranaje social: desde el psicópata white trash hasta soldados colonizadores de una tierra extraña, los estados alterados de la mente ocupan un lugar central en el mundo de sus ficciones más recientes. Esto que bien podría ser clasificado como una trilogía de la violencia, culmina en Iris (2014). Me gusta pensar en Iris como una novela que al mismo tiempo es un lugar. Una novela que más que una historia o que un puñado de historias, se sostiene por la arquitectura de un ecosistema. Una novela que en sí misma es el lugar que narra y donde la trama y los personajes están supeditados a este organismo caótico y vivo que es el mundo que se describe. Iris es un territorio en conflicto provisto de una fauna y una flora excesivas, de minas que durante años han producido un mineral que explota la cultura dominante que los coloniza. Iris también es el territorio donde años atrás se experimentó con armas nucleares, lo que produjo mutaciones en los habitantes, convirtiéndolos en humanoides. Es el espacio donde se lleva a cabo un proceso de colonización pero también donde acontece un movimiento de liberación llevado a cabo por un grupo de rebeldes irisianos que están guiados por un líder carismático, Orlewen, una especie de Che Guevara que fue minero en su juventud pero que luego de algunas experiencias místicas se convirtió en un guerrillero con cualidades mesiánicas. Iris es un lugar para perderse, para desaparecer por completo, para morir a consciencia. Iris es antes que todas estas cosas mencionadas, una mitología y una cosmogonía donde aparece Xlött, un dios terrible que está en todo y en todos y al que algunos iniciados acceden a través del consumo de una planta llamada Jun, que es una clara referencia a la ayahuasca. En el primer bloque hay un fragmento muy bello que sintetiza, a mi modo de ver, la novela entera: Cómo sería el cráneo de Reynolds. Abrirlo, una gran aventura. Sólo placas yuxtapuestas, cada una con códigos que se hablaban entre sí para crear emociones, articular ideas. Entre los ojos un chip borboteando datos, imágenes incesantes que Versiones de Paz Soldán |

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Foto Archivo Edmundo Paz Solán

se superponían a todo lo que podía verse a través de las retinas. Una realidad aumentada. La realidad estaba siempre aumentada, eran los hombres los que la veían pequeña y debían servirse de diversas ayuditas para percibirla más intensa. Los pobres humanitos. Este fragmento, que en cierta medida remite a las obsesiones de Philip K. Dick – un fantasma que recorre las páginas de Iris– marca el tono y las búsquedas que propone la novela, donde siempre se cuestiona la naturaleza de la realidad y donde los personajes, ya sean del bando de los colonizadores o de la resistencia, tienen una estrecha relación con la droga, aunque la emplean por dos motivos opuestos. La novela plantea un debate en torno a drogas de carácter natural, el Jun, que tiene connotaciones religiosas y cuya principal función es revelar no sólo realidades del mundo interior sino también aspectos desconocidos del universo, y las drogas de diseño, los swits, que constantemente están ingiriendo los soldados para poder lidiar con el estrés ocasionado por el combate. Mientras el Jun permite una apertura y una liberación, los swits posibilitan la domesticación del cuerpo y el control de la milicia por los centros de poder, ya que los soldados son máquinas biológicas manipuladas por la química, desde que eran niños se les vacunó con una sustancia que les obligaba a entregarse si habían cometido acciones contrarias al régimen. Uno de los personajes plantea el debate de forma elocuente: El asunto es hacerle al Jun. Porque ahí la cosa no sólo es divertida. No se trata de ver estrellas nel universo, sentirse como un boxelder en la inmensidad. Con el Jun yo 166 | elansia 1


Liliana Colanzi, Edmundo Paz Soldán, Rodrigo Hasbún y Maximiiano Barrientos.

comencé a ver líneas que conectan estrellas. El hemeldrak es maravilloso. Descubrí las constelaciones mas no las que nos han obligado a creer. Descubrí a los guardianes. A los hurens. Los q’están nel cielo de arriba velando noso sueño desde tiempo antes de que nos crearan. No todas figuras positivas, hay los que desalman mas igual protegen. Uno tiene tres ojos y una lengua electrizante, es mi guardián personal. La idea del uso de drogas como forma de conocimiento se remonta a una larga tradición, se me ocurre mencionar en occidente a Aldous Huxley, con un libro como Las puertas de la percepción, pero si buscamos referentes más cercanos, los encontramos en Jaime Saenz, que a través de poemas brutales como La noche propuso la experiencia alcohólica como un medio para encontrarse con lo místico. En Iris se recrea una leyenda urbana paceña que se asoció con Saenz y con los aparapitas que obsesionaron al autor de Felipe Delgado: El Cementerio de Elefantes, un lugar donde una casera proporciona refugio y trago a los que quieran encerrarse a morir a punta de alcohol. En Iris, algunos iniciados que quieren dejar el mundo, se encierran con un buen suministro de Jun, hasta que sus cabezas estallan. Iris es una novela que se la puede leer como la apertura a un nuevo exotismo, un tema que ha sido tabú para la literatura latinoamericana en los últimos 20 años. Cuando menciono el término exotismo lo empleo en el sentido estricto con el que los primeros cronistas europeos que pisaron tierra americana lo emplearon. Es decir la imposibilidad que registró Colón en sus Diarios o Cabeza de Vaca en Naufragios para definir y apropiarse de la nueva realidad con la que se topaban. La imposibilidad de dar cuenta de esa realidad y de explicarla bajo las premisas y los referentes que el viejo mundo tenía para narrar el entorno. Iris son los fogonazos desmesurados de una voz narrativa que da testimonio de este nuevo mundo que es lo completamente otro. Cito algunos ejemplos: Xavier se preguntó cuándo dejaría de comparar lo que encontraba en Iris con los colores y olores que había conocido Afuera. Cuándo dejaría de extrañarse con lo que lo rodeaba. Cuándo vería todo como algo natural. Ese día dejaría de ser un pieloscura, su identidad sería más de aquí que de allá. Otro más: Vivía sacando holos, abrumado por el paisaje, las shaVersiones de Paz Soldán |

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storms que cubrían las ciudades no sé cuántos días al año, los animales que los científicos descubrían y pa los cuales inventaban clasificaciones arbitrarias, las plantas salidas de manuales de literatura fantástica. O este: El valle está lleno de animales caníbales. Los machos de la zhizu colorada se entregan voluntariamente a ella pa que se los coma. Lo hacen después de procrear. Hay un gusano que tras tener sus crías se entrega a ellas pa que se los coman y así puedan sobrevivir. Monos que no pueden hacerse cargo de todas sus crías escogen cuáles comerse con sus crías mayores. O este último: Aves de plumaje rojo cruzaron por sobre su cabeza; sus chillidos rebotaron en las laderas de las montañas. Recordó la leyenda irisina de los pájaros arcoíris: cada uno de ellos de un color, de modo que sólo juntos pudieran formar la unidad del arcoíris. El tono de la novela es, en buena parte de esta, el que corresponde a un tratado de etnografía y de naturalismo alucinado, por eso se privilegia la descripción por encima de la acción, y por eso la novela adquiere niveles de digresión que no había en otros libros de Edmundo, un escritor que siempre estuvo preocupado por trabajar tramas coherentes y pulcras y funcionales. Esta apuesta por el exceso viene acompañado por un lenguaje cargado de neologismos y de alteraciones a nivel sintáctico, de palabras que son transcripciones literales del inglés y del quechua. Esta apertura a un nuevo exotismo no se da a través del realismo mágico, una fórmula trillada y ya en desuso, sino a través de la ciencia ficción, un género tradicionalmente considerado menor y que en los últimos años ha tenido un realce debido a la reflexión que despertaron las nuevas tecnologías y a la supuesta crisis del realismo. Durante años la literatura latinoamericana se enorgulleció de ser escrita bajo la ilusión que proporcionaba la globalización. La ilusión de que nuestras vidas eran más o menos las mismas en cualquier parte del mundo con tal de que hubiera televisión por cable, Internet, celulares inteligentes y McDonald’s. El mismo Edmundo, en un principio de su carrera literaria, se vio asociado con los McCondo, que postulaban una lectura anti-localista y uniformadora de América Latina que estuviera regida por los parámetros del realismo sucio y no por el lirismo caribeño de García Márquez. Un movimiento que algunos 168 | elansia 1


medios, en un intento sensacionalista, acusó de parricida. Me parece aguerrido el gesto de Iris porque marca una ruptura con esta forma de pensar la literatura que su propio autor sostuvo a lo largo de los 90 y hasta a mediados de la década de 2000, y se instituye como un reconocimiento de la alteridad: la narración de lo que no ha sido domesticado por los sentidos y por la tecnología. Este giro retoma una veta inaugurada muchos años atrás por el autor de Cien años de soledad, sólo que a través de enfoques distintos. Iris es un artefacto político que se vale de la distopía para tocar problemas actuales como la lucha de clases, la violencia colonizadora, el racismo recalcitrante y el mesianismo militar. Si bien hay ecos de películas y de novelas como Solaris, Blade Runner, Avatar y Outland, también es un universo que reescribe mitos y ritos muy cercanos a Bolivia, como la cosmogonía de El Tío en las minas de Potosí o el culto de la ayahuasca en las selvas de Pando. Todo eso propicia un terreno ambiguo, misteriosamente lejano y cercano al mismo tiempo, que Edmundo ya habita en confianza y de donde cabe esperar más y más libros igual de valientes. G

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PAZSOLDIANOS

Si uno tendiera un hilo, o clavara sobre la nieve guías para señalar un camino hacia la matriz pazsoldiana, llegaría de una u otra manera a las siguientes obras de la literatura boliviana, elegidas por el propio escritor como esenciales en su formación: “El pozo”, de Augusto Céspedes; “El Aparapita de La Paz” de Jaime Sáenz; y las crónicas de Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela. Pazsoldianos |

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Historia de la Villa Imperial de Potosí Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela (1676-1736) Edición de Lewis Hanke y Gunnar Mendoza1

He carecido de la lengua latina2 De todos estos escritos y relaciones he procurado ayudarme, tomando de cada una lo cierto y averiguado (esto es, de lo que he dejado de sacar de historias impresas). Y si me hicieren el encargo que a Virgilio, padre de la poesía, hicieron, de haberme aprovechado de trabajos ajenos, responderé docta y agudamente, por ser suya la respuesta: “De grandes varones es sacarle a Hércules la maza de su mano”. Mas con toda esta ayuda (que no en todo puede haber sido) digo que mostrándose el asunto bastantemente arduo, confieso haber desmayado en medio de él por ser las tinieblas donde anduve de varias maneras muy confusas, los senderos poco trillados, que harta dificultad es renovar lo antiguo postrado, buscar la luz a lo oscuro y dar hermosura a lo desfigurado. Mas animome el dicho del poeta Menandro: “No desespere quien pretende: todo lo consigue la perseverancia”; porque, acabado, nunca del todo satisfizo el ingenio al deseo. Pero ¿qué pluma, qué imaginación, qué entendimiento, qué sutileza podrá explicar cumplidamente la gran riqueza que se ha sacado y se saca hoy del cerro de Potosí; la máquina de millones de plata que ha dado de quintos a sus católicos monarcas; las grandezas de su nombrada Villa; la claridad y liberalidad de sus moradores; la fe y veneración que tienen al culto divino; y asimismo los piadosos castigos (pues siempre lo son) de la mano de Dios que ha experimentado por sus culpas, ocasionados, si más de la riqueza de sus habitadores y sobra de corporales bienes, también efectos del dominio riguroso de sus estrellas a que con el libre albedríos pudieran oponerse? Mas ya que cumplir con todo a nadie se concede, y como dice Aristóteles “si no puedes hacer lo que deseas, desea lo que hacer se puede”, he procurado con no 1

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Esta primera edición que se conoce como Historia de la Villa Imperial de Potosí, realizada por Hanke y Mendoza, fue impresa en tres tomos para la Brown University Press (Providence, Rhode Island) en la imprenta Nuevo Mundo S.A., México 13, d.f., México. Se respeta la transcripción de esta edición. El texto corresponde al prólogo del primer tomo de la Historia de la Villa Imperial de Potosí, que se terminó de imprimir el 17 de enero de 1964.

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pequeña fatiga y asistencia (si bien gustosa) de los libros en tanto número como se verá en el discurso de la Historia citando sus autores, pues sin los cuatro arriba mencionados, pasan de 36 los que han escrito varios casos, grandezas y otras particularidades de esta Villa, entrando en este número 14 cronistas del Perú, fuera de varias relaciones, noticias, archivos y otros papeles manuscritos que ha diligenciado mi curiosidad sacando de la flaqueza fuerzas, de la cobardía corazón, del temor aliento, y del peligro ánimo, por pagar en parte lo que debo a lo glorioso de tan buen empleo, y ser el primero, aunque también ofrezco segundo, pues al mismo costo tengo en principios otra obra intitulada “Nueva y general población del Perú”, que sacaré a la luz después de ésta si Dios Nuestro Señor fuese servido. Y en la presente vuelvo a confesarte la verdad, amantísimo lector, que bien conozco mi mal limada prosa y estilo, pues no debo a la gramática lo utilísimo de su empleo, no a la retórica la dulce elocuencia de sus ejercicios, he carecido del estudio de la lengua latina, loable y nunca bien encarecida costumbre de la gente noble, pues granjean con la noticia de ella energía en las palabras, disposición gallarda en ellas, elocuencia en el decir, prontitud en el modo, modestia en la elección, y (lo que no es menos estimable) propiedad en las locuciones, partes muy necesarias en los prudentes y eruditos historiadores. Pero careciendo de tamaño bien, me valdré de lo que escribió la divina pluma de Jerónimo al sumo pontífice san Dámaso: “Mejor parecen verdades toscas que mentiras elegantes”, siendo imposible ocultarse su luz aunque la procuren oscurecer tenebrosas envidias, por ser clarísimo sol que resuelve cavilosas nubes. Y (como advierte Tertuliano) no tiene necesidad de defensa aunque en el mar de la mentira asalten corsarios del engaño, mostrando entonces mayor fortaleza, siempre de tan grande precio, que preguntando un filósofo a Pitágoras cuál virtud podía hacer al hombre más semejante a dios, respondió: “La verdad”. Esta, pues, con lo grande de la materia suplirá los defectos de sus autor, que siendo por sí tan excelente son sus proezas el ornamento, y ellas mismas encumbran el estilo sin más reparos ni encarecimiento. No obstante, en la narración procuraré hermanar la llaneza del estilo con la verdad de los casos, sin que la claridad decline a bajeza ni el cuidado pique en afectación; y todo será para deleite y provecho del ánimo, atendiendo también a que lo narrativo agrade por nuevo, admire por extraño, suspenda por prodigioso, por ejemplar exhorte, si dañoso escarmiente y si imitable provoque a lo bueno, que la historia que se escribe y lo moral que sobre ella se levanta, es bien que (ya que el entendimiento se recrea y gusta de la curiosidad y cosas raras que trae la historia) que la voluntad también se mueva y con la moralidad aborrezca el vicio reprendido y ame la virtud alabada, y todo junto le ayuden a temer a Dios y servirle y ganar el cielo. Y no siendo menos importante la circunstancia del tiempo, he procurado señalarle (en cuantos sucesos he podido) poniendo al día y el mes en el cuerpo de la historia y el año en el margen, con lo difícil que trae consigo el orden de escribir no pudiéndose decir todos juntos. Pazsoldianos |

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Esta es la vida3 Así sucedió, pues, el día de San Juan estando los buenos haciendo las rogativas de nuestra Señora del Rosario, que como llevo dicho se comenzó a 22 de junio. Se juntaron en cierta casa a celebrar el día de cierta mujer forastera (perdición de almas en esta villa) 11 hombres y nueve mujeres, y se pusieron aquella noche a bailar aquel maldito son que a un mismo tiempo se canta y se baila, que en el idioma de los indios se llama Caymari vida, que es el estribillo, y en el castellano es lo mismo que decir “Ésta es la vida, éste es el gusto”, muy semejante a la Chacona de España y a su zarabanda tan celebrada de la juventud vulgar. Siendo, pues, las 10 de la noche y habiendo precedido varias deshonestidades, cantaban unos y bailaban otros con aquel estribillo de “Ésta es la vida”, cuando (caso raro) se oyó una voz muy sonora y espantable que por detrás de la cama salía, que dijo: “No es sino muerte”. Al punto se llenaron de horror todos aquellos hombres y mujeres, y como si fuera una saeta para cada uno quedaron heridos del accidente, menos cierta doncella que con más acuerdo que todos aquellos lascivos se levantó del estrado que en lo más retirado de él estaba y arrojándose a los pies de una imagen de Nuestra Señora de la Concepción dijo a voces: “Virgen Santísima doléos de mí que yo no vine aquí por mi voluntad sino que esta mi tía me trajo por fuerza”, y añadiendo otros tiernos ruegos y prometiendo servirla y servir a Dios se libró sin duda por intercesión de Nuestra Señora y por su inocencia. Las demás y todos los hombres yéndose a sus casas murieron dentro de ocho días, aunque también escapó de tres recaídas una mujer casada que entre las otras estaba. Dos de los hombres con quienes yo tenía amistad, cuando fui a verlos me refirieron el suceso, y habiéndoles dicho que pudiera ser voz humana de alguna de aquella junta que por burlarse lo hiciese y la aprensión obrase el efecto dijeron que para el paso en que estaban, pues morían sin remedio, me aseguraban ser la voz sobrenatural, porque los más alentados lo examinaron con luces y no hallaron quien la pudiese haber dado sino la justicia divina. (1719)

Sigue la peste De la arriesgada siempre juventud hubo notables circunstancias, pues uno estando muy al cabo con la epidemia dijo que veía a la muerte toda huesos sentada en un rincón de su cuarto y que le apuntaba con el dedo una hoguera de fuego que también veía, y diciendo esto acabó la vida. Otro mancebo español que siempre se ocupó en lascivias y deshonestidades dijo que veía cuatro horribles visiones con desmesuradas cabezas, y le amenazaban se le aparejaba un horno de fuego espantoso que allí estaba para echarlo en él luego que expirase, y al decir esto murió. Una moza mestiza que con su hermosura acarreaba para sí y para 3

Los textos siguientes corresponden al tercer tomo de la Historia de la Villa Imperial de Potosí, que se terminó de imprimir el 23 de agosto de 1965.

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otros muchas ofensas de Dios, dijo que los demonios estaban presentes despedazando a fulano (que antes había muerto de la peste y había sido compañero de sus torpezas) y que lo metían ya en una de las calderas de plomo derretido que allí estaban, y que en la otra la amenazaban la habían de echar a ella, y dando un grito espantable murió estando yo allí presente ayudándola y exhortándola al arrepentimiento. Otro a quien ayudaba un religioso a morir, estando yo también presente, dijo que para él no había salvación pues siempre había servido al diablo y que allá se iba a los infiernos, y así expiró, quedando con tan espantable rostro que apenas me esforcé a bajar su cuerpo de la cama. (1719)

Mueren los niños de pecho La mayor y más incomparable lástima que en este estrago Rompido los corazones de dolor fue más de 800 criaturas de pecho que quedaron sin sus madres, y andaban las piadosas mujeres de casa en casa con ellas buscando otras que por estar criando tenían leche para que se alimentasen, oh qué dolor, que llevando yo por mis manos una de ellas (que ya herida su madre del contagio expiraba) a cierta señora noble y piadosa, hallé que estaba con cuatro criaturas, las dos españolitas y las otras indiecitas, dándoles una por una sus piadosos pechos. Calló mi boca al verla así pero las lágrimas de mis ojos la hablaron, que entendiéndome su piedad pidió esta quinta criatura y le dio sus pechos, y aun por saber que era hija de nobles padres aunque pobres (que primero faltó su padre del mismo mal) se la detuvo y se la está criando. No se hallaban amas, que todas perecían, y si llegaban a sanar carecían totalmente de leche. Multitud de huérfanos quedaron desde un año hasta 12, y eran más dichosos los que a un mismo punto morían con sus madres, que fueron muchísimos. (1719)

Una hija desacatada Muchos de los vivos en esta peste se quedaron (sin ser parientes, ni con otra obligación) con los bienes y alhajas de los muertos, y los enterraban a poco costo o echaban a la Misericordia sin una mortaja; pero también a muchos de éstos les quitó la vida la peste, y lo mismo que ellos hicieron con unos, otros siguieron el mismo rumbo. “A río revuelto ganancia de pescadores”, dice el refrán, y así se vio en esta ocasión, que por varios caminos hubo muchos pecadores. Y finalmente, en tan grande mal y tan general como fue, sólo a los señores curas de españoles, de indios y de negros les estuvo bien con tantos entierros, y de la misma manera a los sacristanes y fabriqueros. Pasemos adelante. Cierta hija doncella a quien su padre había hecho enseñar el tañer varios instrumentos y danzar y otras gracias, sucedido que cayó enfermo su padre antes de la peste, y estando ya acabando, cuando debiera compungirse aunque no fuera su hija, ésta se entretuvo en tañer un arpa, cantar y danzar con grave escándalo de los que la veían. Muerto su padre dijo que no se pondría luto porque no se lo había dejado, aunque la madre se lo dio y puso. Perdióse la desdichada después Pazsoldianos |

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de su muerte, y en nueve meses de sensualidad escandalosa adquirió dos ricas galas, perlas y otras alhajas. Todo lo prevenía para echar el luto, como si no fueran más negras las galas adquiridas tan a costa de su alma. A los nueve meses después de fallecido su padre la tomó la peste y cargó con ella y con su madre, y así otros cargaron con todas las alhajas, y si esta desacatada hija dijo que no tenía luto para ponerse por su padre, no quiso Dios se pusiese las galas por quitarse el que quizás por la fuerza se puso. La prisa que da el vicio de lascivia maña es del que quiere viciarse para que con brevedad se ponga en obra, porque las cosas que son fuera de razón si dejaran sosiego para considerarlas no se hicieran: mientras no se hacen se están haciendo con ansia; mientras se ejecutan se están con descubrimientos. Las obras de la virtud no fatigan antes de ejecutarse: la virtud no tiene enemigos; como llega el corazón descansado a ellas, las hace sin cansancio. Yo conocí y comuniqué a esta mujer cuando gozaba el sosiego de su doncellez y sólo pretendía virtud, y cuando la lasciva, ni para su divertimiento propio tenía quietud. (1719) D

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El pozo Augusto Céspedes (1904-1997)

s

oy el suboficial boliviano Miguel Navajo y me encuentro en el hospital de Tarairí, recluido desde hace 50 días con avitaminosis beribérica, motivo insuficiente según los médicos para ser evacuado hasta La Paz, mi ciudad natal y mi gran ideal. Tengo ya dos años y medio de campaña y ni el balazo con que me hirieron en las costillas el año pasado, ni esta excelente avitaminosis me procuran la liberación. Entretanto me aburro, vagando entre los numerosos fantasmas en calzoncillos que son los enfermos de este hospital, y como nada tengo para leer durante las cálidas horas de este infierno, me leo a mí mismo, releo mi Diario. Pues bien, enhebrando páginas distintas, he exprimido de ese Diario la historia de un pozo que está ahora en poder de los paraguayos. Para mí ese pozo es siempre nuestro, acaso por lo mucho que nos hizo agonizar. En su contorno y en su fondo se escenificó un drama terrible en dos actos: el primero en la perforación y el segundo en la sima. Ved lo que dicen esas páginas: Verano sin agua. En esta zona de Chaco, al norte de Platanillos casi no llueve, y lo poco que llovió se ha evaporado. Al norte, al sur, a la derecha o a la izquierda, por donde se mire o se ande en la transparencia casi inmaterial del bosque de leños plomizos, esqueletos sin sepultura condenados a permanecer de pie en la arena exangüe, no hay una gota de agua, lo que impide que vivan aquí los hombres de guerra. Vivimos, raquíticos, miserables, prematuramente envejecidos los árboles, con más ramas que hojas, y los hombres, con más sed que odio. Tengo a mis órdenes unos 20 soldados, con los rostros entintados de pecas, en los pómulos costras como discos de cuero y los ojos siempre ardientes. Muchos de ellos han concurrido a las defensas de Aguarrica y del Siete (Kilómetro Siete, camino Saavedra-Alihuata, donde se libró la batalla del 10 de Noviembre), de donde sus heridas o enfermedades los llevaron al hospital de Muñoz y luego al de Ballivián. Una vez curados, los han traído por el lado de Platanillos, al II Cuerpo de Ejército. Incorporados al regimiento de zapadores a donde fui también destinado, permanecemos desde hace un semana aquí, en las proximidades Pazsoldianos |

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del fortín Loa, ocupados en abrir una picada. El monte es muy espinoso, laberíntico y pálido. No hay agua.

17 de enero Al atardecer, entre nubes de polvo que perforan los elásticos caminos aéreos que confluyen hasta la pulpa del sol naranja, sobredorando el contorno del ramaje anémico, llega el camión aguatero. Un viejo camión, de guardafangos abollados, sin cristales y con un farol vendado, que parece librado de un terremoto, cargado de toneles negros, llega. Lo conduce un chofer cuya cabeza rapada me recuerda a una tutuma. Siempre brillando de sudor, con el pecho húmedo, descubierto por la camisa abierta hasta el vientre. —La cañada se va secando –anunció hoy–. La ración de agua es menos ahora para el regimiento. —A mí no más, agua los soldados me van a volver -ha añadido el ecónomo que le acompaña. Sucio como el chofer, si éste se distingue por la camisa, en aquél son los pantalones aceitosos que le dan personalidad. Por lo demás, es avaro y me regatea la ración de coca para mis zapadores. Pero alguna vez me hace entrega de una cajetilla de cigarrillos. El chofer me ha hecho saber que en Platanillos se piensa llevar nuestra División más adelante. Esto ha motivado comentarios entre los soldados. Hay un potosino Chacón, chico, duro y obscuro como un martillo, que ha lanzado la pregunta fatídica: —¿Y habrá agua? —Menos que aquí –le han respondido. —¿Menos que aquí? ¿Vamos a vivir del aire como las carahuatas? Traducen los soldados la inconsciencia de su angustia, provocada por el calor que aumenta, relacionando ese hecho con el alivio que nos niega el liquido obsesionante. Destornillando la tapa de un tonel se llena de agua dos latas de gasolina, una para cocinar y otra para beberla y se va el camión. Siempre se derrama un poco de agua al suelo, humedeciéndolo, y las bandadas de mariposas blancas acuden sedientas a esa humedad. A veces yo me decido a derrochar un puñado de agua, echándomelo sobre la nuca, y unas abejitas, que no sé con qué viven, vienen a enredarse entre mis cabellos.

21 de enero Llovió anoche. Durante el día el calor nos cerró como un traje de goma caliente. La refracción del sol en la arena nos perseguía con sus llamaradas blancas. Pero a las 6 llovió. Nos desnudamos y nos bañamos, sintiendo en las plantas de los pies el lodo tibio que se metía entre los dedos. 178 | elansia 1


25 de enero Otra vez el calor. Otra vez este flamear invisible, seco, que se pega a los cuerpos. Me parece que debería abrirse una ventana en alguna parte para que entrase el aire. El cielo es una enorme piedra debajo de la que está encerrado el sol. Así vivimos, hacha y pala al brazo. Los fusiles quedan semienterrados bajo el polvo de las carpas y somos simplemente unos camineros que tajamos el monte en línea recta, abriendo una ruta, no sabemos para qué, entre la maleza inextricable que también se encoge de calor. Todo lo quema el sol. Un pajonal que ayer por la mañana estaba amarillo, ha encanecido hoy y está seco, aplastado, porque el sol ha andado encima de él. Desde las 11 de la mañana hasta las 3 de la tarde es imposible el trabajo en la fragua del monte. Durante esas horas, después de buscar inútilmente una masa compacta de sombra, me echo debajo de cualquiera de los árboles, al ilusorio amparo de unas ramas que simulan una seca anatomía de nervios atormentados. El suelo, sin la cohesión de la humedad, asciende como la muerte blanca envolviendo los troncos con su abrazo de polvo, empañando la red de sombra deshilachada por el ancho torrente del sol. La refracción solar hace vibrar en ondas el aire sobre el perfil del pajonal próximo, tieso y pálido como un cadáver. Postrados, distensos, permanecemos invadidos por el sopor de la fiebre cotidiana, sumidos en el tibio desmayo que aserrucha el chirrido de las cigarras, interminable como el tiempo. El calor, fantasma transparente volcado de bruces sobre el monte, ronca en el clamor de las cigarras. Estos insectos pueblan todo el bosque donde extienden su taller invisible y misterioso con millones de ruedecillas, martinetes y sirenas cuyo funcionamiento aturde la atmósfera en leguas y leguas. Nosotros, siempre al centro de esa polifonía irritante, vivimos una escasa vida de palabras sin pensamientos, horas tras horas, mirando en el cielo incoloro mecerse el vuelo de los buitres, que dan a mis ojos la impresión de figuras de pájaros decorativos sobre un empapelado infinito. Lejanas, se escuchan, de cuando en cuando, detonaciones aisladas.

1 de febrero El calor se ha adueñado de nuestros cuerpos, identificándolos como de polvo, sin nexo de continuidad articulada, blandos, calenturientos, conscientes para nosotros sólo por el tormento que nos causan al transmitir desde la piel la presencia sudosa de su beso de horno. Logramos recobrarnos al anochecer. Abandónase el día a la gran llamarada con que se dilata el sol en un último lampo carmesí, y la noche viene obstinada en dormir, pero la acosan las picaduras de múltiples gritos de animales: silbidos, chirridos, graznidos, gama de voces exóticas para nosotros, para nuestros oídos pamperos y montañeses. Pazsoldianos |

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Noche y día. Callamos en el día, pero las palabras de mis soldados se despiertan en las noches. Hay algunos muy antiguos, como Nicolás Pedraza, vallegrandino que está en el Chaco desde 1930, que abrió el camino a Loa, Bolívar y Camacho. Es palúdico, amarillo y seco como una caña hueca. —Los pilas haigan venido por la picada de Camacho, dicen –manifestó el potosino Chacón. —Ahí sí que no hay agua –informó Pedraza, con autoridad. —Pero los pilas siempre encuentran. Conocen el monte más que nadies –objetó José Irusta, un paceño áspero, de pómulos afilados y ojillos oblicuos que estuvo en los combates de Yujra y Cabo Castillo. Entonces un cochabambino a quien apodan el Cosñi, replicó: —Dicen no más, dicen no más... ¿Y a ese pila que le encontramos en el Siete muerto de sed cuando la cañada estaba ahicito, mi Sof?... —Cierto –he afirmado–. También a otro, delante del Campo lo hallamos envenenado por comer tunas del monte. —De hambre no se muere. De sed sí que se muere. Yo he visto en el pajonal del Siete a los nuestros chupando el barro la tarde del 10 de noviembre. Hechos y palabras se amontonan sin huella. Pasan como una brisa sobre el pajonal sin siquiera estremecerlo. Yo tengo otras cosas que anotar.

6 de febrero Ha llovido. Los árboles parecen nuevos. Hemos tenido agua en las charcas, pero nos ha faltado pan y azúcar porque el camión de provisiones se ha enfangado.

20 de febrero Nos trasladan 20 kilómetros más adelante. La picada que trabajamos ya no será utilizada, pero abriremos otra.

18 de febrero El chofer descamisado ha traído la mala noticia: —La cañada se acabó. Ahora traeremos agua desde “La China”.

26 de febrero Ayer no hubo agua. Se dificulta el transporte por la distancia que tiene que recorrer el camión. Ayer, después de haber hacheado todo el día en el monte, esperamos en la picada la llegada del camión y el último lampo del sol -esta vez rosáceo- pintó los rostros terrosos de mis soldados sin que viniese por el polvo de la picada el rumor acostumbrado. Llegó el aguatero esta mañana y alrededor del turril se formó un tumulto de manos, jarros y cantimploras, que chocaban violentos y airados. Hubo una pelea que reclamó mi intervención. 180 | elansia 1


1 de marzo Ha llegado a este puesto un teniente rubio y pequeñito, con barba crecida. Le he dado el parte sobre el número de hombres a mis órdenes. —En la línea no hay tres soldados. Debemos buscar pozos. —En “La China” dicen que han abierto pozos. —Y han sacado agua. —Han sacado. —Es cuestión de suerte. —Por aquí también, cerca de “Loa” ensayaron abrir unos pozos. Entonces Pedraza que nos oía ha informado que efectivamente, a unos cinco kilómetros de aquí, hay un “buraco”, abierto desde época inmemorial, de pocos metros de profundidad y abandonado porque seguramente los que intentaron hallar agua desistieron de la empresa. Pedraza juzga que se podría cavar “un poco más”.

2 de marzo Hemos explorado la zona a que se refiere Pedraza. Realmente hay un hoyo, casi cubierto por los matorrales, cerca de un gran palobobo. El teniente rubio ha manifestado que informará a la Comandancia, y esta tarde hemos recibido orden de continuar la excavación del buraco, hasta encontrar agua. He destinado 8 zapadores para el trabajo. Pedraza, Irusta, Chacón, el Cosñi, y cuatro indios más.

II 2 de marzo El buraco tiene unos 5 metros de diámetro y unos 5 de profundidad. Duro como el cemento es el suelo. Hemos abierto una senda hasta el hoyo mismo y se ha formado el campamento en las proximidades. Se trabajará todo el día, porque el calor ha descendido. Los soldados, desnudos de medio cuerpo arriba, relucen como peces. Víboras de sudor con cabecitas de tierra les corren por los torsos. Arrojan el pico que se hunde en la arena aflojada y después se descuelgan mediante una correa de cuero. La tierra extraída es obscura, tierna. Su color optimista aparenta una fresca novedad en los bordes del buraco.

10 de marzo 12 metros. Parece que encontramos agua. La tierra extraída es cada vez más húmeda. Se han colocado tramos de madera en un sector del pozo y he mandado construir una escalera y un caballete de palomataco para extraer la tierra mediante polea. Los soldados se turnan continuamente y Pedraza asegura que en

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una semana más tendrá el gusto de invitar al General x “a soparse las argentinas en aguita del buraco”.

22 de marzo He bajado al pozo. Al ingresar, un contacto casi sólido va ascendiendo por el cuerpo. Concluida la cuerda del sol se palpa la sensación de un aire distinto, el aire de la tierra. Al sumergirse en la sombra y tocar con los pies desnudos la tierra suave, me baña una gran frescura. Estoy más o menos a los 18 metros de profundidad. Levanto la cabeza y la perspectiva del tubo negro se eleva sobre mí hasta concluir en la boca por donde chorrea el rebalse de luz de la superficie. Sobre el piso del fondo hay barro y la pared se deshace fácilmente entre las manos. He salido embarrado y han acudido sobre mí los mosquitos, hinchándome los pies.

30 de marzo Es extraño lo que pasa. Hasta hace 10 días se extraía barro casi líquido del pozo y ahora nuevamente tierra seca. He descendido nuevamente al pozo. El aliento de la tierra aprieta los pulmones allá adentro. Palpando la pared se siente la humedad, pero al llegar al fondo compruebo que hemos atravesado una capa de arcilla húmeda. Ordeno que se detenga la perforación para ver si en algunos días se deposita el agua por filtración.

12 de abril Después de una semana el fondo del pozo seguía seco. Entonces se ha continuado la excavación y hoy he bajado hasta los 24 metros. Todo es obscuro allá y sólo se presiente con el tacto nictálope las formas del vientre subterráneo. Tierra, tierra, espesa tierra que aprieta sus puños con la muda cohesión de la asfixia. La tierra extraída ha dejado en el hueco el fantasma de su peso y al golpear el muro con el pico me responde con un toctoc sin eco que más bien me golpea el pecho. Sumido en la obscuridad he resucitado una pretérita sensación de soledad que me poseía de niño, anegándome de miedosa fantasía cuando atravesaba el túnel que perforaba un cerro próximo a las lomas de Capinota donde vivía mi madre. Entraba cautelosamente, asombrado ante la presencia casi sexual del secreto terrestre, mirando a contraluz moverse sobre las grietas de la tierra los élitros de los insectos cristalinos. Me atemorizaba llegar a la mitad del túnel en que la gama de sombra era más densa pero cuando lo pasaba y me hallaba en rumbo acelerado hacia la claridad abierta en el otro extremo, me invadía una gran alegría. Esa alegría nunca llegaba a mis manos, cuya epidermis padecía siempre la repugnancia de tocar las paredes del túnel. Ahora, la claridad ya no la veo al frente, sino arriba, elevada e imposible como una estrella. ¡Oh!... La carne de mis manos se ha habituado a todo, es casi solidaria con la materia terráquea y no conoce la repugnancia... 182 | elansia 1


28 de abril Pienso que hemos fracasado en la búsqueda del agua. Ayer llegamos a los 30 metros sin hallar otra cosa que polvo. Debemos detener este trabajo inútil y con este objeto he elevado una “representación” ante el comandante de batallón quien me ha citado para mañana.

29 de abril —Mi capitán –le he dicho al comandante– hemos llegado a los 30 metros y es imposible que salga el agua. —Pero necesitamos agua de todos modos –me ha respondido. —Que ensayen en otro sitio ya también ps, mi Capitán. —No, no. Sigan no más abriendo el mismo. Dos pozos de 30 metros no darán agua. Uno de 40 puede darla. —Sí, mi Capitán. —Además, tal vez ya estén cerca. —Sí, mi Capitán. —Entonces, un esfuerzo más. Nuestra gente se muere de sed. No muere, pero agoniza diariamente. Es un suplicio sin merma, sostenido cotidianamente con un jarro por soldado. Mis soldados padecen, dentro del pozo, de mayor sed que afuera, con el polvo y el trabajo, pero debe continuar la excavación. Así les notifiqué y expresaron su impotente protesta, que he procurado calmar ofreciéndoles a nombre del comandante mayor ración de coca y agua.

9 de mayo Sigue el trabajo. El pozo va adquiriendo entre nosotros una personalidad pavorosa, substancial y devoradora, constituyéndose en el amo, en el desconocido señor de los zapadores. Conforme pasa el tiempo, cada vez más les penetra la tierra mientras más la penetran, incorporándose como por el peso de la gravedad al pasivo elemento, denso e inacabable. Avanzan por aquel camino nocturno, por esa caverna vertical, obedeciendo a una lóbrega atracción, a un mandato inexorable que les condena a desligarse de la luz, invirtiendo el sentido de sus existencias de seres humanos. Cada vez que los veo me dan la sensación de no estar formados por células de polvo, con tierra en las orejas, en los párpados, en las cejas, en las aletas de la nariz, con los cabellos blancos, con tierra en los ojos, con el alma llena de tierra del Chaco.

24 de mayo Se ha avanzado algunos metros más. El trabajo es lentísimo: un soldado cava adentro, otro desde afuera maneja la polea, y la tierra sube en un balde improvisado en un turril de gasolina. Los soldados se quejan de asfixia. Cuando trabajan, la atmósfera les aprensa el cuerpo. Bajo sus plantas y alrededor suyo y encima Pazsoldianos |

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de sí la tierra crece como la noche. Adusta, sombría, tenebrosa, impregnada de un silencio pesado, inmóvil y asfixiante, se apitona sobre el trabajador una masa semejante al vapor de plomo, enterrándole de tinieblas como a gusano escondido en una edad geológica, distante muchos siglos de la superficie terrestre. Bebe el liquido tibio y denso de la caramañola que se consume muy pronto, porque la ración, a pesar de ser doble “para los del pozo” se evapora en sus fauces, dentro de aquella sed negra. Busca con los pies desnudos en el polvo muerto la vieja frescura de los surcos que él cavaba también en la tierra regada de sus lejanos valles agrícolas, cuya memoria se le presenta en la epidermis. Luego golpea, golpea con el pico, mientras la tierra se desploma, cubriéndole los pies sin que aparezca jamás el agua. El agua, que todos ansiamos en una concentración mental de enajenados que se vierte por ese agujero sordo y mudo.

5 de junio Estamos cerca de los 40 metros. Para estimular a mis soldados he entrado al pozo a trabajar yo también. Me he sentido descendiendo en un sueño de caída infinita. Allá adentro estoy separado para siempre del resto de los hombres, lejos de la guerra, transportado por la soledad a un destino de aniquilación que me estrangula con las manos impalpables de la nada. No se ve la luz, y la densidad atmosférica presiona todos los planos del cuerpo. La columna de obscuridad cae verticalmente sobre mí y me entierra, lejos de los oídos de los hombres. He procurado trabajar, dando furiosos golpes con el pico, en la esperanza de acelerar con la actividad veloz el transcurso del tiempo. Pero el tiempo es fijo e invariable en ese recinto. Al no revelarse el cambio de las horas con la luz, el tiempo se estanca en el subsuelo con la negra uniformidad de una cámara obscura. Esta es la muerte de la luz, la raíz de ese árbol enorme que crece en las noches y apaga el cielo enlutando la tierra.

16 de junio Suceden cosas raras. Esa cámara obscura aprisionada en el fondo del pozo va revelando imágenes del agua con el reactivo de los sueños. La obsesión del agua está creando un mundo particular y fantástico que se ha originado a los 41 metros, manifestándose en un curioso suceso en ese nivel. El Cosñi Herbozo me lo ha contado. Ayer se había quedado adormecido en el fondo de la cisterna, cuando vio encender una serpiente de plata. La cogió y se deshizo en sus manos, pero aparecieron otras que comenzaron a bullir en el fondo del pozo hasta formar un manantial de borbollones blancos y sonoros que crecían, animando el cilindro tenebroso como a una serpiente encantada que perdió su rigidez para adquirir la flexibilidad de una columna de agua sobre la que el Cosñi se sintió elevado hasta salir al haz alucinante de la tierra. Allá, ¡oh sorpresa! vio todo el campo transformado por la invasión del agua. Cada árbol se convertía en un surtidor. El pajonal desaparecía y era en cambio 184 | elansia 1


una verde laguna donde los soldados se bañaban a la sombra de los sauces. No le causó asombro que desde la orilla opuesta ametrallasen los enemigos y que nuestros soldados se zambullesen a sacar las balas entre gritos y carcajadas. El solamente deseaba beber. Bebía en los surtidores, bebía en la laguna, sumergiéndose en incontables planos líquidos que chocaban contra su cuerpo, mientras la lluvia de los surtidores le mojaba la cabeza. Bebió, bebió, pero su sed no se calmaba con esa agua, liviana y abundantemente como un sueño. Anoche el Cosñi tenía fiebre. He dispuesto que lo trasladen al puesto de sanidad del Regimiento.

24 de junio El Comandante de la División ha hecho detener su auto al pasar por aquí. Me ha hablado, resistiéndose a creer que hayamos alcanzado cerca de los 45 metros, sacando la tierra balde por balde con una correa. —Hay que gritar, mi Coronel, para que el soldado salga cuando ha pasado su turno –le he dicho. Más tarde, con algunos paquetes de coca y cigarrillos, el Coronel ha enviado un clarín. Estamos, pues, atados al pozo. Seguimos adelante. Más bien, retrocedemos al fondo del planeta, a una época geológica donde anida la sombra. Es una persecución del agua a través de la masa impasible. Más solitarios cada vez, más sombríos, obscuros como sus pensamientos y su destino, cavan mis hombres, cavan, cavan atmósfera, tierra y vida con lento y átono cavar de gnomos.

4 de julio ¿Es que en realidad hay agua?... ¡Desde el sueño del Cosñi todos la encuentran! Pedraza ha contado que se ahogaba en una erupción súbita del agua que creció más alta que su cabeza. Irusta dice que ha chocado su pica contra unos témpanos de hielo y Chacón, ayer, salió hablando de una gruta que se iluminaba con el frágil reflejo de las ondas de un lago subterráneo. ¿Tanto dolor, tanta búsqueda, tanto deseo, tanta alma sedienta acumulados en el profundo hueco originan esta floración de manantiales?...

16 de julio Los hombres se enferman. Se niegan a bajar al pozo. Tengo que obligarlos. Me han pedido incorporarse al Regimiento de primera línea. He descendido una vez más y he vuelto, aturdido y lleno de miedo. Estamos cerca de los 50 metros. La atmósfera cada vez más prieta cierra el cuerpo en un malestar angustioso que se adapta a todos sus planos, casi quebrando el hilo imperceptible como un recuerdo que ata el ser empequeñecido con la superficie terrestre, en la honda obscuridad descolgada con peso de plomo. La tétrica pesantez de ninguna torre de piedra se asemeja a la sombría gravitación de aquel cilindro de aire cálido y descompuesto Pazsoldianos |

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que se viene lentamente hacia abajo. Los hombres son cimientos. El abrazo del subsuelo ahoga a los soldados que no pueden permanecer más de una hora en el abismo. Es una pesadilla. Esta tierra del Chaco tiene algo de raro, de maldito.

25 de julio Se tocaba el clarín -obsequiado por la División en la boca de la cisterna para llamar al trabajador cada hora. Cuchillada de luz debió ser la clarinada allá en el fondo. Pero esta tarde, a pesar del clarín, no subió nadie. —¿Quién está adentro? –pregunté. Estaba Pedraza. Le llamaron a gritos y clarinadas: —íTararííí!!...íPedrazaaaa!!! —Se habrá dormido... —O muerto –añadí yo, y ordené que bajasen a verlo. Bajó un soldado y después de largo rato, en medio del círculo que hacíamos alrededor de la boca del pozo, amarrado de la correa, elevado por el cabrestante y empujado por el soldado, ascendió el cuerpo de Pedraza, semiasfixiado.

29 de julio Hoy se ha desmayado Chacón y ha salido, izado en una lúgubre ascensión de ahorcado.

4 de septiembre ¿Acabará esto algún día?... Ya no se cava para encontrar agua, sino por cumplir un designio fatal, un propósito inescrutable. Los días de mis soldados se insumen en la vorágine de la concavidad luctuosa que les lleva ciegos, por delante de su esotérico crecimiento sordo, atornillándoles a la tierra. Aquí arriba el pozo ha tomado la fisonomía de algo inevitable, eterno y poderoso como la guerra. La tierra extraída se ha endurecido en grandes morros sobre los que acuden lagartos y cardenales. Al aparecer el zapador en el brocal, transminado de sudor y de tierra, con los párpados y los cabellos blancos, llega desde un remoto país plutoniano, semeja un monstruo prehistórico, surgido de un aluvión. Alguna vez, por decirle algo, le interrogo: —Siempre nada, mi Sof. Siempre nada, igual que la guerra... Esta nada no se acabará jamás!

1 de octubre Hay orden de suspender la excavación. En siete meses de trabajo no se ha encontrado agua. Entretanto el puesto ha cambiado mucho. Se han levantado pahuichis y un puesto de Comando de batallón. Ahora abriremos un camino hacia el Este, pero nuestro campamento seguirá ubicado aquí. 186 | elansia 1


El pozo queda también aquí, abandonado, con su boca muda y terrible y su profundidad sin consuelo. Ese agujero siniestro es en medio de nosotros siempre un intruso, un enemigo estupendo y respetable, invulnerable a nuestro odio como una cicatriz. No sirve para nada.

III 7 de diciembre (Hospital Platanillos) ¡Sirvió para algo, el pozo maldito!... Mis impresiones son frescas porque el ataque se produjo el día 4 y el 5 me trajeron aquí con un acceso de paludismo. Seguramente algún prisionero capturado en la línea, donde la existencia del pozo era legendaria, informó a los pilas que detrás de las posiciones bolivianas había un pozo. Acosados por la sed, los guaraníes decidieron un asalto. A las 6 de la mañana se rasgó el monte, mordido por las ametralladoras. Nos dimos cuenta de que las trincheras avanzadas habían sido tomadas, solamente cuando percibimos a 200 metros de nosotros el tiroteo de los pilas. Dos granadas de stoke cayeron detrás de nuestras carpas. Armé con los sucios fusiles a mis zapadores y los desplegué en línea de tiradores. En ese momento llegó a la carrera un oficial nuestro con una sección de soldados y una ametralladora y los posesionó en línea a la izquierda del pozo, mientras nosotros nos extendíamos a la derecha. Algunos se protegían en los montones de tierra extraída. Con un sonido igual al de los machetazos las balas cortaban las ramas. Dos ráfagas de ametralladoras abrieron grietas de hachazos en el palobobo. Creció el tiroteo de los pilas y se oía en medio de las detonaciones su alarido salvaje, concentrándose la furia del ataque sobre el pozo. Pero nosotros no cedíamos un metro, defendiéndolo ¡COMO SI REALMENTE TUVIESE AGUA! Los cañonazos partieron la tierra, las ráfagas de metralla hendieron cráneos y pechos, pero no abandonamos el pozo, en cinco horas de combate. A las 12 se hizo un silencio vibrante. Los pilas se habían ido. Entonces recogimos los muertos. Los pilas habían dejado cinco y entre los ocho nuestros estaban el Cosñi, Pedraza, Irusta y Chacón, con los pechos desnudos, mostrando los dientes siempre cubiertos de tierra. El calor, fantasma transparente echado de bruces sobre el monte, calcinaba troncos y meninges y hacía crepitar el suelo. Para evitar el trabajo de abrir sepulturas pensé en el pozo. Arrastrados los trece cadáveres hasta el borde fueron pausadamente empujados al hueco, donde vencidos por la gravedad daban un lento volteo y desaparecían, engullidos por la sombra. —¿Ya no hay más?... Entonces echamos tierra, mucha tierra adentro. Pero, aun así, ese pozo seco es siempre el más hondo de todo el Chaco. D Pazsoldianos |

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El aparapita de La Paz

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Jaime Saenz (1921-1986)

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l tema siempre me sedujo incidiendo sugestivamente en mis apuntes. Estos han allanado el camino en la reseña que sigue. Yo no sabía quién era ese personaje enigmático llamado aparapita cuando pisé por vez primera una bodega hace años. Aún hoy no lo sé con exactitud. Y conste que nadie quiere sacarle punta a lo que no tiene. En realidad, se trata de un hombre insignificante al par que excepcional. Se invalidan las cosas en la proximidad, pierden interés a medida que la perspectiva se reduce y, según resulta obvio, es un ejemplo el caso del Illimani, como lo es asimismo el caso del aparapita. La palabra es de origen aymara y quiere decir: “el que carga”. Pero, ¿quién es el que carga? Valga esta aclaración antes de nada: me propongo responder tan sólo de un modo particular y condicionado a mis propias experiencias y observaciones. Al ponderar la imagen del aparapita podrá encontrarse el espíritu de la ciudad en su verdadera significación. Por lo que se sabe, es el aparapita un indio originario del Altiplano y su raza es la aymara. La fecha de su aparición en la ciudad es algo que nadie ha precisado. Tal vez podría situarse en los albores de la República. (Aquí convendría notar esto: no me refiero para nada al cargador común y corriente, que también lo hay en la paz y dondequiera que uno fuese. El genio del aparapita corresponde a una individualidad altamente diferenciada.) Su numero es reducido, relativamente; éste se renueva por aquellos individuos que se han desplazado procedentes del Altiplano, así como también por los nacidos en la ciudad. Todos ellos, fatalmente, están destinados a perecer en garras del alcohol. Es inconcebible la ancianidad en un aparapita: nuestro hombre desprecia la comida y prefiere la bebida, es lo cierto. Cuando come lo hace a la muerte de un obispo y exige un plato que ha de estar repleto de perejil, pues se siente fascinado por el perejil, de un modo realmente inexplicable y misterioso. Añádase que el acto de comer le parece una 1

Texto publicado en Revista Vertical. No. 3-4, páginas 29-43, julio-agosto 1972. Proporcionado por Plural Editores, enmarcado en la Ley de Derechos de Autor.

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gran indecencia, por cuya razón al mismo tiempo que come se oculta de la gente, poniéndose de cara a la pared. Y la gente lo repudia, no puede con él. Para los curas es un endemoniado, y una oveja descarriada según los evangelistas; para las viejas es un brujo. Pero según los brujos no lo es. Y según mi abuela, es una criatura de los mundos infiernos. Para unos es una bestia, para otros un animal, y para aquellos un leproso. Los literatos no le han hecho caso y tampoco los poetas; pero al- guien de por ahí, seguramente, ya sabrá ocuparse de él. Todos lo miran con repugnancia, cuando no con recelo o con asombro. O bien lo miran como si no existiera. Parece ser que los sociólogos no lo mencionan en sus enfoques, así como tampoco lo llevan el apunte los folkloristas. Además, se prohíbe gastar pólvora en gallinazo: la atención de los expertos, ya sean nacionales o internacionales, no podría centrarse en tan poca cosa. Se trata de una larva, un fenómeno aislado y en vías de desaparecer por asimilación del progreso, o quién sabe qué. Necesariamente un ejemplar típico del subdesarrollo, mas en ningún caso un parásito. La vestimenta surgió con un carácter determinativo en mi aproximación al personaje. La ropa que lleva en realidad no existe. Es para quedarse perplejo. El saco ha existido como tal en tiempos pretéritos, ha ido desapareciendo poco a poco, según los remiendos han cundido para conformar un saco, el verdadero, pues no es obra del sastre, es obra de la vida un saco verdadero. Los primeros remiendos han recibido algunos otros remiendos; éstos a su vez han recibido todavía otros, y estos otros, todavía muchos otros más, y así, con el fluir del tiempo, ha ido en aumento el peso en relación directa con el espesor de una prenda, tanto más verdadera cuanto más pesada y gruesa. Una noche, me propuse contar los remiendos en un saco que yo guardo. Este tiene un bolsillo interior y debe pesar unas veinte libras. Eran más de ochenta los remiendos cuando me cansé de contarlos, y eso que todavía me faltaba la mitad de la espalda y una manga. Cómo se las arreglaba su legítimo propietario para poner los remiendos, el cual por si fuera poco era manco y tuerto, es cosa que jamás podré explicarme. Yo soñaba con un saco verdadero y quería tener uno. Mis intentos eran rechazados con enojo, con desdén e incluso con mofa. Y tenía que haber sido tuerto aquel hombre para aceptar un vulgar saco a cambio del suyo. Sin embargo, una vez hecho el trato se puso a dudar, se quitó el saco poniendo al descubierto el muñón y le di dinero, además de un abrigo viejo, cuando se quedó desconcertado, me miró con pena y finalmente se fue. Me sentí culpable. Luego me puse ante el grave dilema de hacer hervir la prenda o dejarla tal cual y, habiéndome decidido por lo primero, repetí muchas veces la operación. Su peso disminuyó notablemente por efecto de la potasa. ¡Y qué haber de piojos! Hoy por hoy es mi prenda favorita algunas noches de frío intenso, una prenda con la que –debo confesarlo–, me siento un pobre tipo, un impostor intentando vanamente usurpar atributos que de ningún modo me corresponden, como alguien que quisiera impresionar y que, en el fondo, es un hazmerreír y no se da cuenta de nada. Lo Pazsoldianos |

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cual me da en qué pensar, viéndome con cierto horror en el pellejo del simulador quien, según intuyo, al pretender ser como lo que no es, todavía pretende que los demás quisieran ser como es él. Sea lo que fuese, el saco sigue infundiéndome miedo cada vez que me lo pongo; el miedo siempre es un testimonio de alguna verdad oculta. Jamás llegará a pertenecerle al ladrón una cosa robada; claro que, por lo demás, no se debe olvidar el altísimo valor que asumen las cosas robadas, siempre que el ladrón no las haya robado con otro propósito que el de guardarlas bajo siete llaves. Tan pronto como una víctima de la violencia o como un propiciador de ella, el aparapita se ve a menudo ensangrentado, con una cara monstruosa, con espantosas heridas que, evidentemente, a él no le preocupan en lo más mínimo. El sabe a donde irá a parar con su cuerpo y en modo alguno se le ocurre pensar de otra manera que no sea la que corresponde a la realidad pura y simple. Un entierro, un cementerio, una tumba, son cosas que él no puede concebir ni remotamente en el esquema de su vida, puesto que fueron hechas para los demás, no para él, y puesto que él ya sabe lo que sucede y se refiere a ello de un modo natural, habiéndolo declarado explícitamente, tal como correspondía hacerlo. La muerte es cosa suya y nadie podrá meterse en sus asuntos, a no ser Dios; Dios está con él. Él es quien le ha dado permiso para venir a vivir aquí. Pero el momento que así lo desee, él puede morir y, una vez muerto, su alma, o sea él, se irá volando a su verdadera casa para servir a Dios. Ahora, si su cuerpo va a parar a la morgue, ¡qué ha de hacer él!; ¡y qué ha de hacer si lo descuartizan! Nada. Nadie puede hacer nada. Además, a él qué le importa. Tales las palabras de un aparapita, cuando habló conmigo. Por tanto, y cuando menos por su contribución al estudio de la anatomía debería quedar eximido de cualquier culpa en este mundo. Al fin y al cabo, si la facultad de medicina de La Paz no sufre escasez de cadáveres, ello se debe en gran parte al aparapita. Emerge la figura con sugerencias contradictorias, de abandono y destrucción, de impavidez, de muerte, de alegría, de arrogancia y humildad, conforme uno presiente un oscuro propósito en este hombre, y es como si únicamente persiguiese sacarse el cuerpo y ello no obstante, no quisiese dejar de luchar por la vida, siendo así que la vida le importa un comino. Pues él tiene sabiduría al matarse y se mata por medio de la vida, el medio más natural. Como que lo hace, con naturalidad y con alegría inclusive, cuando ha guardado unos pesos, deliberadamente, cuando se ha privado de comer en absoluto y va a la bodega, donde se pone a gritar, a reír y bailar, y donde bebe hasta que revienta. Entonces aparece muerto en la calle, tendido como un sapo. El deber, las obligaciones, el interés por mejorar de condición, son cosas que no tienen nada que ver con él. Acarrea bultos sobre las espaldas, de un lugar para otro, recibe cerrada la boca lo que se le paga. Suele cumplir funciones en los entierros de los pobres y cuando los deudos no pueden sufragar el gasto en las pompas fúnebres, acarrea afanosamente el ataúd, de la calle Figueroa a la casa del extinto, y de la casa del extinto 190 | elansia 1


al cementerio. En la fiesta de San Juan gana mucha plata un aparapita y está en su elemento. Todo el santo día y gran parte de la noche se encuentra ocupado acarreando fardos de leña para las fogatas. Me gusta mirar su silueta fantasmal recortándose sobre un telón de fuego. Tarde en la noche, cientos de aparapitas más felices que el demonio –y muchos de ellos han de morir esa misma noche–, se hallan congregados alrededor de las gigantescas fogatas que crepitan hasta el amanecer en lo alto de la ciudad, en la calle Tumusla y en la Garita de Lima, en la avenida Baptista, en la avenida Buenos Aires, en la calle Max Paredes y adyacentes, en la calle Inquisivi y en el callejón Pucarani y en la avenida Pando. (Por mi parte, yo proclamaría el día de San Juan como el día del aparapita.) Según iba diciendo, con su profesión se defiende él, y de eso no sale, es independiente. Solamente trabaja cuando le da la gana y, con tal que haya reunido la plata para el aguardiente y la coca, lo demás no le importa. Se queda, repantigado sobre una pared, hecho un príncipe, a su lado el rollo de soga y el manteo, sus únicos bienes, y mira la vida desde muy lejos, masca y masca la coca. El no es de los que paga impuestos; ignora olímpicamente los sindicatos, no es un ciudadano, pero es dueño de hacer y deshacer de su persona. Este hombre se ha incorporado a la vida ciudadana en su calidad de animal racional pero al mismo tiempo se ha segregado de ella, para vivir en ella de un modo irracional por completo. Es prodigiosa su capacidad para el aguardiente. Un aparapita puede beber un litro en dos periquetes (para el caso, un periquete equivale a media hora). El litro de alcohol (de caña) vale nueve pesos (75 centavos de dólar, más o menos), y el ingenio de Guabirá, en Santa Cruz, lo produce en ingentes cantidades. Hasta hace pocos años, todavía brillaban en las puertas de las bodegas unos gigantescos toneles de metal, con una capacidad de 200 litros. Dichos toneles han desaparecido ahora, en realidad por la prohibición de la venta a granel emergente de un nuevo régimen impositivo. En la calle Max Paredes y en algunas otras, existen cientas de bodegas donde relucen miles y miles de latas con un color morado, de medio, uno, cinco y diez litros, bajo cuyo resplandor pululan los aparapitas encontrándose en el mejor de los mundos. Un litro de alcohol es un litro de alcohol, indudablemente, pero si le añado un litro de agua, obtengo dos litros de buen aguardiente. Pues yo me ufanaba bebiendo precisamente a razón de dos litros por día y, por tal motivo, me consideraba un borracho de marca mayor: nada tan ridículo frente a los aparapitas, bebiendo como ellos beben unos seis litros por día. Sin embargo, este promedio tan sólo puede aplicarse al sábado y domingo. Claro que el resto de la semana, como de costumbre, beben a razón de un litro por día. La cuestión es que uno se muere de envidia. Uno envidia al aparapita, esa simplicidad inalcanzable, esa soberana despreocupación. Y precisamente porque es muy difícil llegar a vivir como uno quisiera, qué difícil renunciar a las cosas innecesarias y cortar amarras y quemar naves, es muy difícil dejarse de cuidar su vidita y vivir, vivir en lugar de simular que se vive. El hombre orgulloso, desorPazsoldianos |

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bitado, fanático, solitario y anárquico me causa envidia, y es el aparapita, obedeciendo ciegamente a sus impulsos, fascinado por el fuego y por el humo, fascinado por la sangre, fascinado por los muladares. Empujado por el aliento de la libertad, el aparapita siempre encuentra aquello que busca. Hace excursiones nocturnas a los muladares y allí encuentra maravillas. No se trata de mera retórica. En los muladares hay maravillas, según consta a quienes conocen los muladares, como me consta a mí que los conozco. Y las hay por montones para el aparapita. Puede que sean unos trapos. Los trapos le sirven para remendar su ropa, tarea que él ejecuta asimismo en el muladar. Puede ser un trozo de espejo, puede ser un alambre; puede ser un zapato o simplemente una suela; todo le sirve, él ya sabrá para qué. Puede ser una lata. Quizá algún botón. Papeles. En una bolsa de cotense embute los papeles, escoge la basura para hacer fuego y, en medio de la humareda y de las chispas, encuentra talismanes, es más supersticioso que Satanás. Encuentra un clavo, una muñeca, un guante. Unas botellas; se ve que están rotas pero a lo mejor sirven. No puede haber persona con mayor sentido del humor. El no se ríe, sino que se pone serio mientras que alguien se encarga de reírse por él, o sea él mismo, quien lo hace para darse cuenta de que se ríe de nada. En su delirante tránsito por las calles de la ciudad, el aparapita, dejando a su paso unas huellas quizá legendarias, se proyecta con las múltiples formas de una personalidad poderosa. Qué elegancia y que desparpajo, qué decencia, qué pulcritud. No importa el color ni la forma del remiendo o su tamaño, tan grande como una hoja de Eva o más pequeño que una estampilla, con tal de cubrir una rotura. Para eso está el hilo y la aguja, dos cosas de las que no puede olvidarse un aparapita que se estima. La revelación de un misterio se encuentra implícitamente revelándose por el misterio mismo y por la gratuidad en sí, como una revelación sin la cual no podría darse el misterio no revelado; efectivamente, no queda más remedio que divagar, en este caso a que nos estamos refiriendo. Pues frente a lo incomprensible resulta inútil una aproximación por medio de las definiciones; puede que sea paradójica una cosa, pero la cuestión es el porqué. La condición humana no se explica por el empleo de sustantivos pero nosotros calificamos y sanseacabó, con eso basta y nos quedamos satisfechos: todo lo que se fuese se nos aparece como la cosa más natural del mundo. Perdón por el circunloquio, a propósito de un caso tan intrascendente como lo es el de un hombre que se desvive poniendo remiendos a unos andrajos que han salido de la basura y se pasa la vida cuidando de ellos como si fueran la niña de sus ojos mientras que, por otro lado, hace todo lo posible y lo imposible por destruirse a sí mismo sin importarle un ardite su propia persona o las averías, las heridas y los golpes que a diario recibe. Sería difícil encontrar, en términos de intensidad poética, alguien que se le iguale. En cuanto a las virtudes morales; yo encuentro sosiego según las reflexiones fluyen para reconfortarme, pensando en las fuerzas sustentadoras de que se nutre el ángel protector. ¿Palabras que suenan a predicador de trastienda? 192 | elansia 1


¿Para ridículo del que las suscribe? Las virtudes morales, en el más alto sentido –y aquí tan sólo traduzco el sentir de un aparapita cualquiera–, nos protegen de las enfermedades y de los accidentes, así como del malestar que implica el vivir, dándonos fuerza para soportar los grandes dolores, nos libran de los tormentos del hambre y de la sed, nos traen buena suerte y nos proporcionan buen humor. Por supuesto que yo estoy absolutamente convencido de que así es como debe ser. Vale la pena hacer referencia específica a la conducta moral del aparapita. Podría ser asesino, ladrón y facineroso. Razones no le faltarían. Pero él es aparapita, eso es lo que pasa y con eso está dicho todo. He aquí un hombre con una rectitud ejemplar. Es veraz, él no miente, es profundamente religioso. Es caritativo por naturaleza, bueno como el pan. Es incapaz de robar una paja. Muere con orgullo antes que pedir limosna. En los registros policiales no hay tradición de actos delictuosos cometidos por algún aparapita, pues jamás los comete. Su único delito es emborracharse, trenzándose en peleas que no pocas veces resultan sangrientas. Sus cualidades se conservan incólumes, si bien sus defectos se acentúan por causa del ambiente. Sin embargo es sanguinario por ancestro, y no hay para qué negarlo. Son memorables las hazañas de los indios. En los pueblos del Altiplano las autoridades tienen un mal fin si es que cometen desmanes. A un subprefecto lo metieron dentro de un tonel y lo hicieron hervir después de haberlo descuartizado, y entonces se lo comieron sin asco. Un cura que abusó de una india fue castigado con aquello con lo que pecó, con eso mismo, y se lo cortaron en frío, obligando al cura a que lo comiese, y luego utilizaron su cráneo para beber la sangre en caliente. La plaza del pueblo de Khollana, según se sabe, está empedrada con las calaveras de los soldados que formaban un batallón, el cual había sido enviado en plan de combate para sofocar las sublevaciones ocurridas allá por el novecientos. Quiero volver al asunto de la vestimenta para referirme a varios detalles de la misma. Ya lo hice con el saco, y con el pantalón se repite la historia. La soga y el manteo son las herramientas de trabajo. La soga es de cuero de oveja o de llama y tiene unos tres metros de longitud. Dura una eternidad. Se lleva ya en la mano, ya enrollada alrededor de la cintura. Es sumamente resistente, como para sujetar cargas de tres quintales sobre las espaldas. (Las espaldas de los aparapitas no se llaman espaldas sino espaldarapitas: gozan de gran fama porque su fortaleza es macabra.) El manteo, más grande que diez banderas juntas, es de tocuyo, utilizándose para acarrear cosas sueltas, botellas, libros, adobes, bolsas de estuco, ladrillos. Plegada en cuatro, o en ocho, o como sea, es un colchón, para dormir. Las abarcas son de un modelo privativo. Una cuestión más o menos aparte. Se utiliza alguna llanta de la basura en la confección de la suela, quedando afirmado al pie por unas lonjas de cuero de vaca las cuales, a veces, se adornan con alguna pintura. Es lo único “decente” en su persona, pues cosa rara: estas abarcas se mantienen todo el tiempo como nuevas. Para cubrir la cabeza, en el mejor de los casos una gorra de soldado, sin visera. En su defecto, un trapo, un pedazo de Pazsoldianos |

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Foto Archivo Jaime Saenz, autor desconocido


cartón, una lata: cualquier cosa. La coca y la lejía en un atado junto con la plata, con los puchos de cigarrillo, con el hilo y la aguja, se guardan en un bolsillo interior del saco, que es el único; el aparapita es unibolsillo. Por cuanto se refiere a una vivienda, el aparapita no la tiene. Por lo general pasa sus noches a la intemperie y en invierno, cubre sus carnes con periódicos, ingeniándoselas para impermeabilizar el papel y prolongar la vida del mismo, con la grasa y el aceite que se filtra sobre las calles. Vive en los cerros, metido en unas fisuras al abrigo del viento. O en las recovas, en las vecindades del cementerio, en sitios propicios de la periferia, en los patios de maniobra de las estaciones, en algún lugar a lo largo de la tubería en la que corre el río Choke- yapu. Empero, los muladares le ofrecen un mullido colchón y otras ventajas. Otras veces se queda tendido en alguna esquina, cuando se emborracha, o junto a una cloaca, en media calle, en la puerta de una bodega. Con tal que no lo molesten o lo insulten, no le importa dormir dondequiera que fuese. Todo lo cual en lugar de moderar, sin embargo enciende el encono de la gente. Al aparapita se lo escarnece, inexplicablemente. No es un hombre de bien. No cumple ninguna función en el seno de la sociedad. Es un holgazán, un borracho, un ladrón. ¡Qué dirán los turistas cuando lo ven! Además, está hirviendo en piojos. Y es como las moscas, un agente transmisor de enferme- dades. Es una afrenta su presencia en la ciudad. (Ahora bien; por mi parte, en cuanto a mi manera de ver, ¡qué sé yo! Vaya uno a saber si él no se apodera de la ciudad. Yo quisiera que mis ojos viesen lo que yo veo: es él, asimilándose a un trance ideal pero al mismo tiempo no es él, es la ciudad quien se asimila, volviéndose verdadera por la irrupción del indio. Del indio, que en la ciudad se volvió aparapita.). D

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primera persona

Aquí tres piezas de colección de la obra de Edmundo Paz Soldán. En esta muestra el ímpetu o mejor momentum del escritor cochabambino: “Desde el cielo”, “Dochera” y “La puerta cerrada”. Que pase el lector y disfrute. Paz Soldán : primera persona |

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Dochera

Cuento ganador de uno de los prestigiosos premios Juan Rulfo en 1997.

a Piero Ghezzi

t

odas las tardes la hija de Inaco se llama Io, Aar es el río de Suiza y Somerset Maugham ha escrito La luna y seis peniques. El símbolo químico del oro es Au, Ravel ha compuesto el Bolero y hay puntos y rayas que indican letras. Insípido es soso, las iniciales del asesino de Lincoln son JWB, las casas de campo de los jerarcas rusos son dachas, Puskas es un gran futbolista húngaro, Veronica Lake es una famosa femme fatale, héroe de Calama es Avaroa y la palabra clave de Ciudadano Kane es Rosebud. Todas las tardes Benjamín Laredo revisa diccionarios, enciclopedias y trabajos pasados para crear el crucigrama que saldrá al día siguiente en El Heraldo de Piedras Blancas. Es una rutina que ya dura veinticuatro años: después del almuerzo, Laredo se pone un apretado terno negro, camisa de seda blanca, corbata de moño rojo y zapatos de charol que brillan como los charcos en las calles después de una noche de lluvia. Se perfuma, afeita y peina con gomina, y luego se encierra en su escritorio con una botella de vino tinto y el concierto de violín de Mendelssohn en el estéreo para, con una caja de lápices 198 | elansia 1

Staedtler de punta fina, cruzar palabras en líneas horizontales y verticales, junto a fotos en blanco y negro de políticos, artistas y edificios célebres. Una frase serpentea a lo largo y ancho del cuadrado, la de Oscar Wilde la más usada, Puedo resistir a todo menos a las tentaciones. Una de Borges es la favorita del momento: He cometido el peor de los pecados: no fui feliz. ¡Preclara belleza de lo que se va creando ante nuestros ojos nunca cansados de sorprenderse! ¡Maravilla de la novedad en la repetición! ¡Pasmo ante el acto siempre igual y siempre nuevo! Sentado en la silla de nogal que le ha causado un dolor crónico en la espalda, royendo la madera astillada del lápiz, Laredo se enfrenta al rectángulo de papel bond con urgencia, como si en éste se encontrara, oculto en su vasta claridad, el mensaje cifrado de su destino. Hay momentos en que las palabras se resisten a entrelazarse, en que un dato orográfico no quiere combinar con el sinónimo de impertérrito. Laredo apura su vino y mira hacia las paredes. Quienes pueden ayudarlo están ahí, en fotos de papel sepia que parecen gastarse de tanto ser observadas, un


marco de plata bruñida al lado de otro atiborrando los cuatro costados y dejando apenas espacio para un marco más: Wilhelm Kundt, el alemán de la nariz quebrada (la gente que hace crucigramas es muy apasionada), el fugitivo nazi que en menos de dos años en Piedras Blancas se inventó un pasado de célebre crucigramista gracias a su exuberante dominio del castellano – decían que era tan esquelético porque sólo devoraba páginas de diccionarios de etimologías en el desayuno, almorzaba sinónimos y antónimos, cenaba galicismos y neologismos–; Federico Carrasco, de asombroso parecido con Fred Astaire, que descendió en la locura al creerse Joyce e intentar hacer de sus crucigramas reducidas versiones de Finnegans Wake; Luisa Laredo, su madre alcohólica, que debió usar el seudónimo de Benjamín Laredo para que sus crucigramas abundantes en despreciada flora y fauna y olvidadas artistas pudieran ganar aceptación y prestigio en Piedras Blancas; su madre, que lo había criado sola (al enterarse del embarazo, el padre de dieciséis años huyó en tren y no se supo más de él), y que, al descubrir que a los cinco años él ya sabía que agarradera era asa y tasca bar, le había prohibido que hiciera sus crucigramas por miedo a que siguiera su camino. Cansa ser pobre. Tú serás ingeniero. Pero ella lo había dejado cuando cumplió diez, al no poder resistir un feroz delirium tremens en el que las palabras cobraban vida y la perseguían como mastines tras la presa. Todos los días Laredo mira al crucigrama en estado de crisálida, y

luego a las fotos en las paredes. ¿A quién invocaría hoy? ¿Necesitaba la precisión de Kundt? Piedra labrada con que se forman los arcos o bóvedas, seis letras. ¿El dato entre arcano y esotérico de Carrasco? Cinematógrafo de John Ford en El Fugitivo, ocho letras. ¿La diligencia de su madre para dar un lugar a aquello que se dejaba de lado? Preceptora de Isabel la Católica, autora de unos comentarios a la obra de Aristóteles, siete letras. Alguien siempre dirige su mano tiznada de carbón al diccionario y enciclopedia correctos (sus preferidos, el de María Moliner, con sus bordes garabateados, y la Enciclopedia Británica desactualizada pero capaz de informarlo de árboles caducifolios y juegos de cartas en la alta edad media), y luego ocurre la alquimia verbal y esas palabras yaciendo juntas de manera incongruente –dictador cubano de los 50, planta dicotiledónea de Centro América, deidad de los indios Mohauks–, de pronto cobran sentido y parecen nacidas para estar una al lado de la otra. Después, Laredo camina las siete cuadras que separan su casa del rústico edificio de El Heraldo, y entrega el crucigrama a la secretaria de redacción, en un sobre lacrado que no puede ser abierto hasta minutos antes de ser colocado en la página A14. La secretaria, una cuarentona de camisas floreadas y lentes de cristales negros e inmensos como tarántulas dormidas, le dice cada vez que puede que sus obras son joyas para guardar en el alhajero de los recuerdos, y que ella hace unos tallarines con pollo para chuparse los dedos, y a él no le vendría mal un Paz Soldán : primera persona |

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paréntesis en su admirable labor. Laredo murmura unas disculpas, y mira al suelo. Desde que su primera y única novia lo dejó a los dieciocho años por un muy premiado poeta maldito –o, como él prefería llamarlo, un maldito poeta–, Laredo se había pasado la vida mirando al suelo cuando tenía alguna mujer cerca suyo. Su natural timidez se hizo más pronunciada, y se recluyó en una vida solitaria, dedicada a sus estudios de arqueología (abandonados al tercer año) y al laberinto intelectual de los crucigramas. La última década pudo haberse aprovechado de su fama en algunas ocasiones, pero no lo hizo porque él, ante todo, era un hombre muy ético. Antes de abandonar el periódico, Laredo pasa por la oficina del editor, que le entrega su cheque entre calurosas palmadas en la espalda. Es su única exigencia: cada crucigrama debe pagarse el día de su entrega, excepto los del sábado y el domingo, que se pagan el lunes. Laredo inspecciona el cheque a contraluz, se sorprende con la suma a pesar de conocerla de memoria. Su madre estaría muy orgullosa de él si supiera que podía vivir de su arte. Debiste haber confiado más en mí, mamá. Laredo vuelve al hogar con paso cansino, rumiando posibles definiciones para el siguiente día. Pájaro extinguido, uno de los primeros reyes de Babilonia, país atacado por Pedro Camacho en La tía Julia y el escribidor, isótopo radiactivo de un elemento natural, civilización contemporánea de la nazca en la costa norte del Perú, aria de Verdi, noveno mes del año lunar musulmán, tumor producido por 200 | elansia 1

la inflamación de los vasos linfáticos, instrumento romo, rebelde sin causa. Ese atardecer, Benjamín Laredo volvía a casa más alegre de lo habitual. Todo le parecía radiante, incluso el mendigo sentado en la acera con la descoyuntada cintura ósea que termina por la parte inferior el cuerpo humano (seis letras), y el adolescente que apareció de improviso en una esquina, lo golpeó al pasar y tenía una grotesca prominencia que forma el cartílago tiroides en la parte anterior del cuello (cuatro letras). Acaso era el vino italiano que había tomado esa día para celebrar el fin de una semana especial por la calidad de sus cuatro últimos crucigramas. El del miércoles, cuyo tema era el film noir –con la foto de Fritz Lang en la esquina superior izquierda y a su lado derecho la del autor de Double Indemnity–, había motivado numerosas cartas de felicitación. Estimado señor Laredo: le escribo estas líneas para decirle que lo admiro mucho, y que estoy pensando en dejar mis estudios de ingeniería industrial para seguir sus pasos. Muy Apreciado: Ojalá que Sigas con los Crucigramas Temáticos. ¿Qué Tal Uno que Tenga como Tema las Diversas Formas de Tortura Inventadas por los Militares Sudamericanos el Siglo XX? Laredo palpaba las cartas en su bolsillo derecho y las citaba de corrido como si estuviera leyéndolas en Braille. ¿Estaría ya a la altura de Kundt? ¿Había adquirido la inmortalidad de Carrasco? ¿Lograba superar a su madre para así recuperar su nombre? Casi. Faltaba poco. Muy poco. Debía haber un premio Nobel para artistas como él: hacer crucigramas no era menos complejo y trascen-


dental que escribir un poema. Con la delicadeza y la precisión de un soneto, las palabras se iban entrelazando de arriba a abajo y de izquierda a derecha hasta formar un todo armonioso y elegante. No se podía quejar: su popularidad era tal en Piedras Blancas que el municipio pensaba bautizar una calle con su nombre. Nadie ya leía a los poetas malditos, y menos a los malditos poetas, pero prácticamente todos en la ciudad, desde ancianos beneméritos hasta gráciles Lolitas – obsesión de Humbert Humbert, personaje de Nabokov, Sue Lyon en la pantalla gigante–, dedicaban al menos una hora de sus días a intentar resolver sus crucigramas. Más valía el reconocimiento popular en un arte no valorado que una multitud de premios en un campo tomado en cuenta sólo por unos pretenciosos estetas, incapaces de reconocer el aire de los tiempos. En la esquina a una cuadra de su casa una mujer con un abrigo negro esperaba un taxi (piel usada para la confección de abrigos, cinco letras). Las luces del alumbrado público se encendieron, su fulgor anaranjado reemplazando pálidamente la perdida luz del atardecer. Laredo pasó al lado de la mujer; ella volcó la cara y lo miró. Era joven, de edad indefinida: podía tener diecisiete o treinta y cinco años. Tenía un mechón de pelo blanco que le caía sobre la frente y le cubría el ojo derecho. Laredo continuó la marcha. Se detuvo. Ese rostro... Un taxi se acercaba. Giró y le dijo: —Perdón. No es mi intención molestarla, pero... —Pero me va a molestar.

—Sólo quería saber su nombre. Me recuerda a alguien. —Dochera. —¿Dochera? —Disculpe. Buenas noches. El taxi se había detenido. Ella subió y no le dio tiempo de continuar la charla. Laredo esperó que el destartalado Ford Falcon se perdiera antes de proseguir su camino. Ese rostro... ¿a quién le recordaba ese rostro? Se quedó despierto hasta la madrugada, dando vueltas en la cama con la luz de su velador encendida, explorando en su prolija memoria en busca de una imagen que correspondiera de algun modo con la nariz aguileña, la tez morena y la quijada prominente, la expresión entre recelosa y asustada. ¿Un rostro entrevisto en la infancia, en una sala de espera en un hospital, mientras, de la mano de su abuelo, esperaba que le informaran que su madre había vuelto de la inconsciencia alcohólica? ¿En la puerta del cine de barrio, a la hora de la entrada triunfal de las chicas de minifaldas rutilantes, de la mano de sus parejas? Aparecía la imagen de senos inverosímiles de Jayne Mansfield, que había recortado de un periódico y colado en una página de su cuaderno de matemáticas, la primera vez que había intentado hacer un crucigrama, un día después del entierro de su madre. Aparecían rubias y de pelo negro oloroso a manzana, morenas hermosas gracias al desparpajo de la naturaleza o a los malabares del maquillaje, secretarias de rostros vulgares y con el encanto o la insatisfacción de lo ordinario, mujeres de la realeza y desconocidas con Paz Soldán : primera persona |

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las que se había cruzado por la calle, la piel no tocada varios días por el agua. La luz se filtraba, tímida, entre las persianas de la habitación cuando apareció la mujer madura con un mechón blanco sobre la cabeza. La dueña de El palacio de las princesas dormidas, la revistería del vecindario donde Laredo, en la adolescencia, compraba los Siete Días y Life de donde recortaba las fotos de celebridades para sus crucigramas. La mujer que se le acercó con una mano llena de anillos de plata al verlo ocultar con torpe disimulo, en una esquina del recinto oloroso a periódicos húmedos, una Life entre los pliegues de la chamarra de cuero marrón. —¿Cómo te llamas? Lo agarraría y lo denunciaría a la policía. Un escándalo. En su cama, Laredo revivía el vértigo de unos instantes olvidados durante tantos años. Debía huir. —Te he visto muchas veces por aquí. ¿Te gusta leer? —Me gusta hacer crucigramas. Era la primera vez que lo decía con tanta convicción. No había que tenerle miedo a nada. La mujer abrió sus labios en una sonrisa cómplice, sus mejillas se estrujaron como papel. —Ya sé quién eres. Benjamín. Como tu madre, Dios la tenga en su gloria. Espero que no te guste hacer otras cosas tontas como ella. La mujer le dio un pellizco tierno en la mejilla derecha. Benjamín sintió que el sudor se escurría por sus sienes. Apretó la revista contra su pecho. —Ahora lárgate, antes de que venga mi esposo. 202 | elansia 1

Laredo se marchó corriendo, el corazón apresurado como ahora, repitiéndose que nada le gustaba más que hacer crucigramas. Nada. Desde entonces no había vuelto a El palacio de las princesas dormidas por una mezcla de vergüenza y orgullo. Había incluso dado rodeos para no cruzar por la esquina y toparse con la mujer. ¿Qué sería de ella? Sería una anciana detrás del mostrador de la revistería. O quizás estaría cortejando a los gusanos en el cementerio municipal. Laredo repitió, su cuerpo fragmentado en líneas paralelas por la luz del día: nada me más que. Nada. Debía pasar la página, devolver a la mujer al olvido en que la tenía prisionera. Ella no tenía nada que ver con su presente. El único parecido con Dochera era el mechón blanco. Dochera, susurró, los ojos revoloteando por las paredes desnudas de la habitación. Do-che-ra. Era un nombre extraño. ¿Dónde podría volver a encontrarla? Si había tomado el taxi tan cerca de su casa, acaso vivía a la vuelta de la esquina: se estremeció al pensar en esa hipotética cercanía, se mordió las uñas ya más que mordidas. Lo más probable, sin embargo, era que ella hubiera estado regresando a su casa después de visitar a alguna amiga. O a familiares. ¿A un amante? Al día siguiente, incluyó en el crucigrama la siguiente definición: Mujer que espera un taxi en la noche, y que vuelve locos a los hombres solitarios y sin consuelo. Siete letras, segunda columna vertical. Había transgredido sus principios de juego limpio y su responsabilidad para con sus seguidores. Si las men-


tiras que poblaban las páginas de los periódicos, en las declaraciones de los políticos y los funcionarios de gobierno, se extendían al reducto sagrado de las palabras cruzadas, estables en su ofrecimiento de verdades fáciles de comprobar con una buena enciclopedia, ¿qué posibilidades existían para que el ciudadano común se salvara de la generalizada corrupción? Laredo había dejado en suspensión esos dilemas morales. Lo único que le interesaba era enviar un mensaje a la mujer de la noche anterior, hacerle saber que estaba pensando en ella. La ciudad era muy chica, ella debía haberlo reconocido. Imaginó que ella, al día siguiente, haría el crucigrama en la oficina en la que trabajaba, y se encontraría con ese mensaje de amor que la haría sonreir. Dochera, escribiría con lentitud, paladeando el momento, y luego llamaría al periódico para avisar que había recibido el mensaje, podían tomar un café una de esas tardes. Esa llamada no llegó. Sí, en cambio, las de muchas personas que habían intentado infructuosamente resolver el crucigrama y pedían ayuda o se quejaban de su dificultad. Cuando, un día después, fue publicada la solución, la gente se miró incrédula. ¿Dochera? ¿Quién había oído hablar de Dochera? Nadie se animó a preguntarle o discutirle a Laredo: si él lo decía, era por algo. No por nada se había ganado el apodo de Hacedor. El Hacedor sabía cosas que la demás gente no conocía. Laredo volvió a intentar con: Turbadora y epifánica aparición nocturna, que ha convertido un solitario corazón en

una suma salvaje y contradictoria de esperanzas y desasosiegos. Y: De noche, todos los taxis son pardos, y se llevan a la mujer de mechón blanco, y con ella mi órgano principal de circulación de la sangre. Y: A una cuadra de la Soledad, al final de la tarde, hubo el despertar de un mundo. Los crucigramas mantenían la calidad habitual, pero todos, ahora, llevaban inserta, como una cicatriz que no acababa de cerrarse, una definición que remitiera al talismánico nombre de siete letras. Debía parar. No podía. Hubo algunas críticas; no le interesaba (autor de El criticón, siete letras). Sus seguidores se fueron acostumbrando, y comenzaron a ver el lado positivo: al menos podían comenzar a resolver el crucigrama con la seguridad de tener una respuesta correcta. Además, ¿no eran los genios extravagantes? Lo único diferente era que a Laredo le había tomado veinticinco años encontrar su lado excéntrico. Al Beethoven de Piedras Blancas bien podían permitírsele acciones que se salían de lo acostumbrado. Hubo cincuenta y siete crucigramas que no encontraron respuesta. ¿Se había esfumado la mujer? ¿O es que Laredo se había equivocado en el método? ¿Debía rondar todos los días la esquina de su casa, hasta volverse a encontrar con ella? Lo había intentado tres noches, la gomina Lord Cheseline refulgiendo en su cabellera como si se tratara de un ángel en una fallida encarnación mortal. Se sintió ridículo y vulgar acosándola como un asaltante. También había visitado, sin suerte, las compañías de taxis en la ciudad, tratando de dar con los taxistas de turno Paz Soldán : primera persona |

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aquella noche (las compañías no guardaban las listas, hablaría con el director del periódico, alguien debía escribir un editorial al respecto). ¿Poner un aviso de una página en El Heraldo, describiendo a Dochera y ofreciendo dinero al que pudiera darle información sobre su paradero? Pocas mujeres debían tener un mechón de pelo blanco, o un nombre tan singular. No lo haría. No había publicidad superior a la de sus crucigramas: ahora toda la ciudad, incluso quienes no hacían crucigramas, sabía que Laredo estaba enamorado de una mujer llamada Dochera. Para ser un tímido enfermizo, Laredo ya había hecho mucho (cuando la gente le preguntaba quién era ella, él bajaba la mirada y murmuraba que en una tienda de libros usados había encontrado una invaluable y ya agotada enciclopedia de los Hititas). ¿Y si la mujer le había dado un nombre falso? Esa era la posibilidad más cruel. Una mañana, se le ocurrió visitar el vecindario de su adolescencia, en la zona noroeste de la ciudad, profusa en sauces llorones. El entrecruzamiento de estilos creaba una zona de abigarradas temporalidades. Las casonas de patios interiores coexistían con modernas residencias, el kiosko del Coronel, con su vitrina de anticuados frascos de farmacia para los dulces y las gomas de mascar perfumadas (siete letras), estaba al lado de una peluquería en la que se ofrecía manicura para ambos sexos. Laredo llegó a la esquina donde se encontraba la revistería. El letrero de elegantes letras góticas, colgado sobre una corrediza puerta de 204 | elansia 1

metal, había sido sustituido por un basto anuncio de cerveza, bajo el cual se leía, en letras pequeñas, Restaurante El palacio de las princesas. Laredo asomó la cabeza por la puerta. Un hombre descalzo y en pijamas azules trapeaba el piso de mosaicos de diseños árabes. El lugar olía a detergente de limón. —Buenos días. El hombre dejó de trapear. —Perdone... Aquí antes había una revistería. —No sé nada. Sólo soy un empleado. —La dueña tenía un mechón de pelo blanco. El hombre se rascó la cabeza. —Si es en la que estoy pensando, murió hace mucho. Era la dueña original del restaurante. Fue atropellada por un camión distribuidor de cervezas, el día de la inauguración. —Lo siento. —Yo no tengo nada que ver. Sólo soy un empleado. —¿Alguien de la familia quedó a cargo? —Su sobrino. Ella era viuda, y no tenía hijos. Pero el sobrino lo vendió al poco tiempo, a unos argentinos. —Para no saber nada, usted sabe mucho. —¿Perdón? —Nada. Buenos días. —Un momento... ¿No es usted...? Laredo se marchó con paso apurado. Esa tarde, escribía el crucigrama cincuenta y ocho de su nuevo período cuando se le ocurrió una idea. Estaba en su escritorio con un traje negro que parecía haber sido hecho por


un sastre ciego (los lados desiguales, un corte diagonal en las mangas), la corbata de moño rojo y una camisa blanca manchada por gotas del vino tinto que tenía en la mano –Merlot, Les Jamelles–. Había treinta y siete libros de referencia apilados en el suelo y en la mesa de trabajo; los violines de Mendelssohn acariciaban sus lomos y sobrecubiertas ajadas. Hacía tanto frío que hasta Kundt, Carrasco y su madre parecían tiritar en las paredes. Con un Staedtler en la boca, Laredo pensó que la demostración de su amor había sido repetitiva e insuficiente. Acaso Dochera quería algo más. Cualquiera podía hacer lo que él había hecho; para distinguirse del resto, debía ir más allá de sí mismo. Utilizando como piedra angular la palabra Dochera, debía crear un mundo. Afluente del Ganges, cuatro letras: Mars. Autor de Todo verdor perecerá, ocho letras: Manterza. Capital de Estados Unidos, cinco letras: Deleu. Romeo y... seis letras: Senera. Dirigirse, tres letras: lei. Colocó las cinco definiciones en el crucigrama que estaba haciendo. Había que hacerlo poco a poco, con tiento. Adolescentes en los colegios, empleados en sus oficinas y ancianos en las plazas se miraron con asombro: ¿se trataba de un error tipográfico? Al día siguiente descubrieron que no. Laredo se había pasado de los límites, pensaron algunos, rumiando la rabia de tener entre sus manos un crucigrama de imposible resolución. Otros aplaudieron los cambios: eso hacía más interesantes las cosas. Sólo lo difícil era estimulante (dos palabras, diez letras). Después de tantos años, era hora de

que Laredo se renovara: ya todos conocían de memoria su repertorio, sus trucos de viejo malabarista verbal. El Heraldo comenzó a publicar, aparte del crucigrama de Laredo, uno normal para los descontentos. El crucigrama normal fue retirado once días después. La furia nominalista del Beethoven de Piedras Blancas se fue acrecentando a medida que pasaban los días y no oía noticias de Dochera. Sentado en su silla de nogal noche tras noche, fue destruyendo su espalda y construyendo un mundo, superponiéndolo al que ya existía y en el que habían colaborado todas las civilizaciones y los siglos que confluían, desde el origen de los tiempos, en un escritorio desordenado en Piedras Blancas. ¡Preclara belleza de lo que se va creando ante nuestros ojos nunca cansados de sorprenderse! ¡Maravilla de la novedad en la novedad! ¡Pasmo ante el acto siempre nuevo y siempre nuevo! Se veía bailando los aires de una rondalla en el Cielo de los Hacedores –en el que los Crucigramistas ocupaban el piso más alto, con una vista privilegiada del Jardín del Paraíso, y los Poetas el último piso–, de la mano de su madre y mientras Kundt y Carrasco lo miraban de abajo arriba. Se veía desprendiéndose de la mano de su madre, convirtiéndose en una figura etérea que ascendía hacia una cegadora fuente de luz. La labor de Laredo fue ganando en detalle y precisión mientras sus provisiones de papel bond y Staedtlers se acababan más rapido que de costumbre. La capital de Venezuela, por ejemplo, había sido primero bautizada como Senzal. Luego, el país Paz Soldán : primera persona |

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del cual Senzal era capital había sido bautizado como Zardo. La capital de Zardo era ahora Senzal. Los héroes que habían luchado en las batallas de la independencia del siglo pasado fueron rebautizados, así como la orografía y la hidrografía de los cinco continentes, y los nombres de presidentes, ajedrecistas, actores, cantantes, insectos, pinturas, intelectuales, filósofos, mamíferos, planetas y constelaciones. Cima era ruda, sima era redo. Piedras Blancas era Delora. Autor de El mercader de Venecia era Eprinip Eldat. Famoso creador de crucigramas era Bichse. Especie de chaleco ajustado al cuerpo era frantzen. Objeto de paño que se lleva sobre el pecho como signo de piedad era vardelt. Era una labor infinita, y Laredo disfrutaba del desafío. La delicada pluma de un ave sostenía un universo. El atardecer doscientos tres, Laredo volvía a casa después de entregar su crucigrama. Silbaba La cavalleria rusticana desafinando. Dio unos pesos al mendigo de la doluth descoyuntada. Sonrió a una anciana que se dejaba llevar por la correa de un pekinés tuerto (¿pekinés? ¡zendala!). Las luces de sodio del alumbrado público parpadeaban como gigantescas luciérnagas (¡erewhons!). Un olor a hierbabuena escapaba de un jardín en el que un hombre calvo y de expresión melancólica regaba las plantas. En algunos años, nadie recordará los verdaderos nombres de esas buganvillas y geranios, pensó Laredo. En la esquina a cinco cuadras de su casa una mujer con un abrigo negro esperaba un taxi. Laredo pasó a su 206 | elansia 1

lado; ella volcó la cara y lo miró. Era joven, de edad indefinida. Tenía un mechón de pelo blanco que le caía sobre la frente y le cubría el ojo izquierdo. La nariz aguileña, la tez morena y la quijada prominente, la expresión entre recelosa y asustada. Laredo se detuvo. Ese rostro... Un taxi se acercaba. Giró y le dijo: —Usted es Dochera. —Y usted es Benjamín Laredo. El Ford Falcon se detuvo. La mujer abrió la puerta trasera y, con una mano llena de anillos de plata, le hizo un gesto invitándolo a entrar. Laredo cerró los ojos. Se vio robando ejemplares de Life en El palacio de las princesas dormidas. Se vio recortando fotos de Jayne Mansfield, y cruzando definiciones horizontales y verticales para escribir en un crucigrama Puedo resistir a todo menos a las tentaciones. Vio a la mujer del abrigo negro esperando un taxi aquel lejano atardecer. Se vio sentado en su silla de nogal decidiendo que el afluente del Ganges era una palabra de cuatro letras. Vio el fantasmagórico curso de su vida: una pura, asombrosa, translúcida línea recta. ¿Dochera? Ese nombre también debía ser cambiado. ¡Mukhtir! Se dio la vuelta. Prosiguió su camino, primero con paso cansino, luego a saltos, reprimiendo sus deseos de volcar la cabeza, hasta terminar corriendo las dos cuadras que le faltaban para llegar al escritorio en el que, en las paredes atiborradas de fotos, un espacio lo esperaba. R


La puerta cerrada

a León

a

cabamos de enterrar a papá. Fue una ceremonia majestuosa; bajo un cielo azul salpicado de hilos de plata, en la calurosa tarde de este verano agobiador, el cura ofició una misa conmovedora frente al lujoso ataúd de caoba y, mientras nos refrescaba a todos con agua bendita, nos convenció una vez más de que la verdadera vida recién comienza después de esta. Personalidades del lugar dejaron guirnaldas de flores frescas a los pies del ataúd y, secándose el rostro con pañuelos perfumados, pronunciaron aburridores discursos, destacando lo bueno y desprendido que había sido papá con los vecinos, el ejemplo de amor y abnegación que había sido para su esposa y sus hijos, las incontables cosas que había hecho por el desarrollo del pueblo. Una banda tocó La media vuelta, el bolero favorito de papá. Te vas porque yo quiero que te vayas, a la hora que yo quiera te detengo, yo sé que mi cariño te hace falta, porque quieras o no yo soy tu dueño. Mamá lloraba, los hermanos de papá lloraban. Sólo mi hermana no lloraba. Tenía un jazmín en la mano y lo olía con aire ausente. Con su vestido negro de una

pieza y la larga cabellera castaña recogida en un moño, era la sobriedad encarnada. Pero ayer por la mañana María tenía un aspecto muy diferente. Yo la vi, por la puerta entreabierta de su cuarto, empuñar el cuchillo para destazar cerdos con la mano que ahora oprime un jazmín, e incrustarlo con saña en el estómago de papá, una y otra vez, hasta que sus entrañas comenzaron a salírsele y él se desplomó al suelo. Luego, María dio unos pasos como sonámbula, se dirigió a tientas a la cama, se echó en ella y, todavía con el cuchillo en la mano, lloró como lo hacen los niños, con tanta angustia y desesperación que uno cree que acaban de ver un fantasma. Esa fue la única vez que la he visto llorar. Me acerqué a ella, la consolé diciéndole que no se preocupara, que yo estaría allí para protegerla. Le quité el cuchillo y fui a tirarlo al río. María mató a papá porque él jamás respetó la puerta cerrada. El ingresaba al cuarto de ella cuando mamá iba al mercado por la mañana, o a veces, en las tardes, cuando mamá iba a visitar unas amigas, o, en las noches, Paz Soldán : primera persona |

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después de asegurarse de que mamá estaba profundamente dormida. Desde mi cuarto, yo los oía. Oía que ella le decía que la puerta de su cuarto estaba cerrada para él, que le pesaría si él continuaba sin respetar esa decisión. Así sucedió lo que sucedió. María, poco a poco, se fue armando de valor, hasta que, un día, el cuchillo para destazar cerdos se convirtió en la única opción. Este es un pueblo chico, y aquí todo, tarde o temprano, se sabe. Acaso todos, en el cementerio, ya sabían lo que yo sé, pero acaso, por esas formas extrañas pero obligadas que tenemos de comportarnos en sociedad, debían actuar como si no lo supieran. Acaso mamá, mientras lloraba, se sentía al fin liberada de un peso enorme, y los personajes importantes, mientras elogiaban al hombre que fue mi padre, se sentían aliviados de tenerlo al fin a un metro bajo tierra, y el cura, mientras prometía el cielo, pensaba en el infierno para esa frágil carne en el ataúd de caoba. Acaso todos los habitantes del pueblo sepan lo que yo sé, o más, o menos. Acaso. Pero no podré saberlo con seguridad mientras no hablen. Y lo más probable es que lo hagan sólo después de que a algún borracho se le ocurra abrir la boca. Alguien será el primero en hablar, pero ese no seré yo, porque no quiero revelar lo que sé. No quiero que María, de regreso a casa con mamá y conmigo, mordiendo el jazmín y con la frente húmeda por el calor de este verano que no nos da sosiego, decida, como lo hizo antes con papá, cerrarme la puerta de su cuarto. R 208 | elansia 1


Desde el cielo

j

erom subió al techo de una casona abandonada en una esquina de la plaza y se recostó sobre las tejas con el riflarpón entre las manos. El sol se despedía en el horizonte, asomaba la luz de la luna gigante entre las montañas. Pensó en la gente que lloraba y le vino el tembleque y el tembleque se fue cuando apretó el gatillo, una-dostres, zumzumzum. Apuntó a todo aquello que se movía entre los árboles de la plaza y en las calles aledañas. Escuchó gritos y se preguntó cuál podría ser su próximo movimiento. Vendrían a bajarlo del techo pero él había decidido antes de subir que no lo convencerían o que al menos no lo agarrarían vivo. La plaza se quedó quieta y Jerom ladeó la cabeza en busca de un mejor ángulo de disparo. Le escoció el muslo izquierdo y de un manotazo mató una zhizu. Eran de enquistarse en los tejados, de crear comunidades a través de sus redes. Teje que teje, paqué. Tantas patas, paqué. Una vez, recienvenido, debió salir a fumigar las calles y edificios de la ciudad, invadidos por ellas. No se iban, por lo visto. Nadie se iba voluntariamente, era la ley.

En la mirilla del riflarpón asomó el hocico de un perro entre los escombros de un vertedero en la esquina en diagonal a la casona. Apuntó cuidadadosamente. El perro aulló y se revolcó y un niño irisino corrió a auxiliarlo. Situó al niño en la mirilla y por un momento tuvo compasión. El disparo dio en la frente del niño. Apareció una mancha roja como si se tratara de un rasguño, una herida leve de esas que uno se hace al jugar con un krazycat. Una sensación liberadora lo recorrió. No podría irse de Iris pero al menos otros lo acompañarían en su infierno. Llega la muerte desde el cielo, susurró. Era parte de una canción que sus brodis y él cantaban entre dientes para darse ánimos; a veces les tocaba situarse en los pisos altos de los edificios como francotiradores de apoyo en una misión, y lanzaban frases y alguna quedaba. Alguna siempre quedaba. Escuchó una sirena y al rato dos jipus bloquearon la avenida principal que daba a la plaza. Cuatro shanz saltaron de los jipus y se parapetaron detras de estos. Jerom disparó una ráfaga, zumzumzum el impacto de las Paz Soldán : primera persona |

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balas en la carrocería de los jipus. Quizás había estado de patrullaje con uno de los shanz, a alguno le había insinuado lo que le ocurría, de uno había recibido una frase rápida de consuelo. Porque no había para más. Porque si todos tenían algún gusano royéndole el corazón o la cabeza o el corazón y la cabeza, entonces ningún problema de nadie podía privilegiarse sobre los de los demás. Todos se iban ahogando, algunos en medio de una quieta desesperación y otros entre alaridos, como él. El perro se llamaba Martini & Rossi y era de piel arrugada y hocico delgado. No tenía pelo. Una científica del Perímetro se lo había regalado al papá del niño. Los científicos y oficiales superiores tenían permisos especiales para traer perros de Afuera, pero en general los perros no duraban en el clima enrarecido de Iris. El aire tóxico los iba matando lentamente. Sus pulmones se envenenaban y cambiaba la coloración de los iris hasta tornarse del amarillo de la piel cuando uno sufría de ictericia. Los perros que sobrevivían en Iris eran los wackydogs, modificados genéticamente para resistir el aire envenenado. Perros artificiales. Por esa misma razón no todos los querían. Ceudomar, la científica que regaló el perro, había llegado a Iris hacía ocho meses. Provenía de Munro, donde desarrollaba experimentos adaptativos con robots. Los entrenaba a responder al terreno, de modo que, si al comienzo todos nacían iguales, cambiaban a medida que se iban adaptando a determinado terreno. Al final no 210 | elansia 1

todos sobrevivían; también funcionaba en ellos el mecanismo de la evolución. Iris desafiaba la adaptación de los robots: la arena era capaz de entorpecer el engranaje de las máquinas más sofisticadas; vientos que duraban semanas podían paralizar cualquier mecanismo. El equipo de Ceudomar había tratado de adaptar robots al desierto de Gobi, por lo que Munro vio por conveniente intentarlo en Iris, un desafío aun mayor por los extremos de una isla en la que el trópico convivía con las montañas de la región minera y con los espacios desérticos. Ceudomar había llegado a Iris con Martini & Rossi. Los primeros días durmió con él, pero al mes notó que el perrito se asustaba de todo. Se escondía bajo la cama, buscaba rincones oscuros para perderse. Le dijeron que tenía el skrik, una enfermedad irisina que podía traducirse como espanto del alma: el perro había visto algo aterrador. Debía hacerlo ver por un qaradjün. Ceudomar sabía de las leyendas demoníacas que circulaban en Munro en torno a Iris, pero decidió no hacer caso. Al final, como Martini & Rossi no se recuperaba, se lo dio a uno de los choferes de la base militar. De vez en cuando iba a visitarlo a su casa fuera del Perímetro. Martini & Rossi jugaba con los niños del chofer y parecía recuperado. Ceudomar sentía que había hecho una buena acción. El perro seguía siendo suyo; solo estaba dejando que otros se lo cuidaran. Ese atardecer Martini & Rossi había salido de la casa a buscar boxelders entre los escombros del vertedero en la esquina. Comía esos insectos ro-


jiverdes pero estos no se dejaban atrapar fácilmente. Metía el hocico entre las piedras y a veces asomaba con un boxelder entre los dientes. Eso fue lo que hizo ese atardecer. Cazaba cuando una bala estalló en su bodi. La piel en torno al impacto de la bala adquirió rápidamente una coloración rojiza. Jerom estaba de guardia en el mercado cuando lo asaltaron dos ideas: debía dejarlo todo, y no saldría de Iris más que muerto. Los irisinos regateaban con la voz agitada, ofreciéndole chairus y trankapechos, mirándolo con desconfianza mientras pasaba a su lado con el riflarpón en estado de apronte, y pensó que nunca lo aceptarían y que era mentira eso de que los shanz estaban ahí para ayudar a que mejoren las relaciones. En los catorce meses transcurridos en Iris no había logrado una sola amistad irisina, y, debía reconocerlo, le costaba mirarlos de igual a igual. Un error, aceptar venirse aquí. Hacía cuatro meses que intentaba por todos los medios que lo trasladaran a Munro, pero sus jefes en SaintRei le habían recordado el contrato, la imposibilidad del retorno. Estaba dispuesto a que lo enviaran a una región donde no estuviera en contacto con nadie, para evitar cualquier posibilidad de contagio tóxico, pero ni aun así. No había excepciones, muchos shanz estaban en su lugar. Hacía dos días había recibido el holo de una prima que le contaba del fracaso de sus gestiones en Munro. En el mercado, mientras se abría paso por entre las bolsas de especias, fue consciente de que se le habían agotado to-

das las posibilidades. Se le cruzó envenenarse con lodo mineral o cortarse la pierna con un cuchillo, como hacían algunos shanz con la secreta esperanza de que los evacuaran. Pero tampoco tenía la certeza de que esos shanz fueran en verdad evacuados. Podía esperar que le llegara la muerte lentamente o rebelarse a ese destino y acelerar el proceso. Se dirigió hacia una de las puertas del mercado, esperando que sus brodis de patrulla no se dieran cuenta, y una vez que la traspuso y se encontró en la calle aceleró el paso rumbo a la plaza principal, la plaza donde siete meses atrás había tenido lugar uno de sus escasos enfrentamientos con insurgentes, cuando recibió un disparo en el pecho y creyó que moriría pero poco después, tendido en el suelo, descubrió que el uniforme antibalas lo había salvado y se puso a entonar una plegaria. El problema son las bombas, escuchó que el jefe de la patrulla decía, riendo, mientras él yacía en el suelo, y esa frase lo persiguió durante varios días hasta convertirse en una letanía, el problema son las bombas mientras se duchaba en las mañanas, una obsesión, mirando de un lado a otro en su turno de patrullaje, cuando salía del Perímetro rumbo a la ciudad, persignándose a pesar de que no creía en Dios, el problema son las bombas. Qué problema tienes. Ninguno, sólo las bombas. Conversaba consigo mismo y se reían y le preguntaban por qué se reía solo y él, no, nada, nonada nada, el problema son las bombas. No es fokin divertido, le decían, y él, no, las bombas no son divertidas. Paz Soldán : primera persona |

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Había cruzado la plaza sin detenerse rumbo a la casona. Cuatro pisos, una casa con aspiraciones de edificio que le producía curiosidad por esa sensación que daba de mantenerse en pie de pura suerte. Una grieta en la fachada ascendía desde el suelo hasta el último piso, una grieta que insinuaba su caída inminente. Alguna vez la había explorado con un par de shanz y se había metido swits en el techo, alguna vez había se había sentido en armonía con todos quienes poblaban Iris, irisinos, pieloscura, kreols, incluso los artificiales y los robots chita, pero sobre todo los humanos, pobres humanitos. Subió los escalones a saltos sin ganas de sentir empatía por nadie. Prenderles fuego a todos, eso quería. Prenderles fuego a balazos. Ésa había sido su visión las últimas noches. Sueños tan intensos que no se atrevía a llamarlos sueños. Visiones, más bien, que lo habían despertado en el pabellón donde dormía. Visiones como las de otros shanz, que decían ver a Malacosa caminando hacia ellos, dispuesto a llevárselos al otro mundo con su abrazo. Él no había visto a Malacosa ni a Xlött ni a la Jerere. Solo fuego por todas partes. Una conflagración que quemaba los árboles en los valles en torno a Iris –troncos de corteza milenaria que trepaban al cielo sin descanso–, arrasaba ciudades y calcinaba los edificios del Perímetro. Un incendio apocalíptico, y era él quien prendía la mecha. No había subida que no fuera un tambalear.

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El capitán Singh creyó que iba a ser un domingo tranquilo cuando recibió la noticia de que un shan se había vuelto saico en uno de los distritos del anillo exterior que supervisaba. De inmediato pidió que acordonaran la plaza y evacuaran las calles aledañas, que los shanz de patrulla en las cercanías se dirigieran al lugar. Él mismo se montó en un jipu y enrumbó hacia la plaza. Podía dirigir las operaciones desde la seguridad del Perímetro pero le gustaba aprovechar cualquier oportunidad que tuviera para dar ejemplo a los shanz bajo su mando. Enseñarles que la fuerza teledirigida no era nada sin un compromiso, una disposición al riesgo de parte de ellos. Los drons, los robots chita, los wùrèns no eran fines en sí mismos sino medios para un fin. Ayudaban a que los shanz se encontraran con lo real de la mejor manera posible. Decía lo real con énfasis, como si solo fuera eso el peligro, el posible encuentro con la muerte. Todo lo demás es lo no real den, le dijo un shan una vez y él estuvo a punto de abofetearlo pero se contuvo y dijo no, mas es menos real que lo real. O más real que lo menos real, dijo el shan, y Singh lo envió a que lo enterraran hasta el cuello bajo el sol, un día de escarmiento. Luego se quedó pensando que debía aprender de los irisinos, que desarrollaban palabras nuevas a cada rato, que con el lenguaje podían nombrar diversos tipos de oscuridad y luz. Debía desarrollar nuevos conceptos para lo real. Antes de llegar a la plaza ya había recibido a través del Instructor toda la información del shan saico. Se llama-


ba Jerom y había llegado a Iris hacía poco más de un año. En su historial un balazo que casi lo mata. Habría sido suficiente o quizás no, quizás el día-adía en la ciudad era culpable del desgaste. Estaban los que no podían más por culpa de la violencia que habían experimentado en carne propia, una bomba que explotaba cerca, un brodi que perdían, un irisino que beyondeaban. Estaban los sentimentales, los que extrañaban el mundo que habían dejado atrás y se arrepentían de haberse venido a Iris y buscaban la forma de regresar, confiados en que habría una salida al contrato firmado de por vida. Singh debía oficiar de terapeuta, calmarlos con su voz serena pero firme, no prometerles el paraíso pero sí que todo podía mejorar, siempre sí. A veces los convencía de entregarse en cinco minutos, otras podía tardar mucho más, y no faltaba el fracaso, el momento en que el shan disparaba a irisinos o a sus propios brodis y él debía dar la orden de esfumarlo, orden que a veces le llegaba a un francotirador apostado en un edificio cercano y otras a un técnico que, desde la sala de monitoreo en el Perímetro, veía todo lo que ocurría gracias a una cámara instalada en un dron que se deslizaba silencioso por el cielo, a siete mil kilómetros de altura, y lo único que debía hacer era un gesto para que el dron procediera. Se detuvo en una de las esquinas de la plaza. Habló con un shan que se sacó la máscara de fibreglass para decirle que el shan saico había matado a un niño irisino. La madre está inconsolable, dijo. El padre trabaja pa nos.

Ofrézcanles trasladarlos a una casa más grande en Megara, dijo Singh. Y un bono extra de alimentación por los próximos diez meses. Nos ha disparado a nos tu. Las balas le llegaron a un brodi. En el brazo, mas rebotaron nel uniforme ko. En la mano, un dedo sangrante. Lostán atendiendo. Singh vio tranquilidad en los ojos. Un shan curtido, alguien que ya no se alarmaba de nada. Le gustaba estar con ellos en una misión, le facilitaban el trabajo. Procedamos rápido den. Singh miró hacia el tejado de la casona y tuvo piedad de ese shan extraviado. Así que Jerom. Provenía de un pueblito en el hinterland de Munro. Habría jugado con iguanas en su infancia, soñado con hacerse millonario diseñando holojuegos o metiendo goles por un equipo de fut12 en la liga nacional. Jamás se le hubiera ocurrido que terminaría sus días en Iris. Porque los terminaría aquí. Saldría muerto de ese tejado o en el mejor de los casos, si se entregaba, lo encerrarían en un monasterio en las afueras de Kondra. Era un shan perdido para la causa y no podría rehabilitárselo. Había que aislar al elemento contaminante. En los monasterios se encontraban los defectuosos y los shanz que se habían excedido en el consumo de swits y veían visiones y escuchaban voces, y también los que no habían podido con la presión y se habían vuelto saicos. Imaginó a un niño llamado Jerom que se hincaba frente al altar en una iglesia desvencijada para escuchar la palabra de Dios al lado de sus padres, Paz Soldán : primera persona |

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un niño que recibía la comunión en una tarde polvorienta. Un niño que todavía no sabía de la existencia de Xlött. Daba para conmoverse. Él también había sido ese niño. Debía alejar esos pensamientos. El niño irisino se llamaba Dax y tenía cinco años. Hacía poco que había vuelto a casa. Al principio, apenas nacido, sus padres lo enviaron a un ùjian. Entregar a su hijo era una muestra de su compromiso con Xlött. El niño crecería en un ùjian, donde sería preparado para convertirse en un sacerdote dedicado al culto de Xlött. Cuando se les preguntaba a los padres si no lo extrañaban, ellos decían que tener a su hijo allí los llenaba de la presencia divina. Era una forma de acercarse a Xlött que beneficiaba a todos. El niño, sin embargo, había sido devuelto al jom. Los del ùjian no dieron ninguna explicación, pero el padre sabía que se trataba de su nuevo trabajo en el Perímetro. Un amigo lo había recomendado como chofer de los pieloscura. El padre había estado sin trabajo durante meses, y en la ciudad no tenía muchas opciones. Le llegó la oferta y no lo pensó. Sabía que se exponía a ser visto por sus vecinos como traidor, de modo que hizo esfuerzos para minimizar su nuevo comercio con los pieloscura. Salía hacia el Perímetro por la madrugada, cuando las calles estaban desiertas, y volvía en la alta noche, protegido por la oscuridad. Igual era cuestión de tiempo hasta que se enteraran. El regreso de su hijo le dolió. Su mujer le reprochó que arriesgara así sus vidas: Xlött no 214 | elansia 1

estaría feliz con ellos. El padre agachó la cabeza. Dax no daba muestras de haber pasado por el ùjian. Era un niño normal al que le gustaba jugar entre los edificios en ruinas. Atrapaba boxelders y zhizus escondidos en la maleza y los metía en botellas de vidrios de colores que su madre le traía del mercado. Alineaba las botellas contra una de las paredes de la casa, en orden descendente desde las que albergaban a las presas más valiosas –zhizus del tamaño de su puño– hasta las que no duraban mucho pues las incendiaba con una lupa al sol. Un día su padre apareció con un perrito flaco y sin pelaje que no paraba de olisquearlo. Un regalo para ellos, el único pedido era que no le cambiaran el nombre. Dax fue feliz. Iba con Martini & Rossi a todas partes, quería enseñarle a ser su compañero de caza. Le hacía oler los insectos atrapados en las botellas para que los pudiera reconocer entre los escombros. Se metía con él por los edificios, adiestrándolo a que conociera de memoria el territorio. El perro respondía. A veces sus pasos se atropellaban y podía rodar por las escaleras; en una ocasión se cayó del segundo piso de una casa. Tenía un olfato aventajado para señalar el camino de los boxelders entre las piedras. Dax buscaba boxelders raros, de esos que le habían hablado sus amigos en el ùjian, de escamas y alas rojizas, como si hubieran sido chamuscados en un fuego, y que representaban a Xlött. Pero esos boxelders no parecían existir en su distrito; ni con Martini & Rossi podía encontrarlos. Algún día saldría a


explorar los valles en torno a la ciudad y se convertiría en el gran enemigo de los boxelders. Algún día no quedarían botellas de vidrio para encerrar a todo ese maleficio de bichos que rondaban por el mundo. Esa mañana Martini & Rossi estaba más alerta que de costumbre. Se le adelantó unos pasos y corrió rumbo a los escombros en una esquina de la plaza. Dax lo observaba cuando escuchó el disparó y vio cómo el perro hacía un movimiento brusco. Dax corrió hacia Martini & Rossi tirado entre las piedras, aullando de dolor. Recibió el disparo antes de llegar. Jerom volvió a disparar contra los shanz. Agotó una ronda de ochenta balas en menos de un minuto. Los disparos trizaron los cristales del jipu pero con los shanz era difícil, por sus uniformes antibalas. Al menos sabrían que no estaba jugando. Se habían parapetado detrás del jipu. Había visto a dos de ellos correr a esconderse detrás de las paredes de un edificio. Estarían llamando en busca de refuerzos, tan predecibles ellos. Tan predecible él, que había actuado muchas veces siguiendo los pasos que el Instructor le dictaba. No era difícil recordar qué venía en casos de un ataque saico. Debía prepararse. Volvió a escocerle el muslo izquierdo. Otro manotazo, otra zhizu. Quizás se había echado sobre un nido. Una zhizu gigante dormía ahí y de ella salían sus crías venenosas. Pero no veía el nido. Al rato apareció otro jipu. Era la hora mágica, cuando el día se hundía

y la noche se levantaba. La hora ideal para los swits. Cuando, con sus brodis, llegaba a creer que no estaba mal quedarse de por vida e incluso podía imaginarse viviendo con una irisina en algún pueblo lejos de la capital. Había pieloscuras que abandonaban el Perímetro para irse a vivir con kreols, con irisinos. Pieloscuras que se volvían irisinos. Cuánto tiempo era suficiente vivir en un lugar, para ser de ese lugar. Quizás regresar a Munro era imposible ya. Quizás Munro era otro país ya. Jerom supo que el que bajaba del jìpu, altanero, sin siquiera intentar cubrirse, era Singh. Vendría a solucionar el problema, con la estúpida convicción de que todo podía resolverse. Un hombre intolerable de tan práctico. Alguien que parecía no saber del cuerpo y su vómito de sinsentidos ante el calor feroz de Iris. De los vientos que llenaban los ojos de arena y el cielo de oscuridad. De los pasos inquietos de los Dioses. De las visiones que provenían de las profundidades de las minas, con monstruos de falos gigantes que querían ahogarte en las Aguas del Fin en Malhado, mujeres de la floresta cuyos brazos convertidos en ramas te abrazaban hasta la asfixia, dragones de Megara de pupilas enormes que te devoraban si te movías, víboras reptantes capaces de meterse por todos tus orificios y encuevarse en tu estómago, desde donde salían por la noche, mientras dormías, para tragarse a los shanz cerca tuyo. No todo es un problema administrativo, capitán. No todos tenemos tu fokin compostura. Paz Soldán : primera persona |

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Escuchó la voz meliflua de Singh a través del Qï. Le hablaba de su infancia en Goa. No debía bajar la guardia. Tenía dos hermanos, contaba Singh, vivían en una casa cerca de la playa, el sol entraba por las ventanas en la mañana, iluminaba las motas de polvo en los muebles. Su madre había dejado a su padre y el padre vivía dedicado a ellos. Por las noches se perdía con una guitarra por los bares de la ciudad, para ganarse un poco de geld y mantenerlos. El hermano se llamaba Rohit y salía a cazar por las mañanas y una vez volvió con un pájaro de plumas amarillas con balines incrustados en el pecho y lo operó con cuchillos y tenedores sacados de la cocina. Lo salvó y fue el héroe de sus hermanos. El menor se llamaba Rajiv y un día, correteando por la playa, se encontró con una esfera de metal y la alzó y la esfera explotó y Rajiv se hizo pedazos delante de Singh. Nada volvió a ser lo mismo. En esos días de duelo Singh decidió convertirse en defensor de la ley y luchar contra todos aquellos que la transgredieran. La voz de Singh se resquebrajaba. No es tan duro den. Jerom quiso orinar pero no podía sacarse el uniforme. Se dejó ir ahí mismo. No dejaba de apuntar hacia la esquina donde estaban los jipus y los shanz. Singh seguía hablando. Le pedía que bajara del techo. Que se entregara. Sería llevado a un hospital, se asegurarían de recuperarlo. Tendría una semana de descanso y luego volvería al cuartel. Mentira, susurró Jerom. Me llevarán a un monasterio y no volveré a salir. 216 | elansia 1

Volverás, dijo Singh. Confía en mí, di. Jerom disparó una nueva ronda de municiones contra los shanz, diez veinte treinta cincuenta balas, y ya no escuchó más la voz de Singh y se sintió mejor. Sethakul estaba de turno en la sala de monitoreo del Perímetro, atenta a los dieciséis holos en torno suyo, holos que le contaban cómo iba el día en Iris, cuando estalló la emergencia en la plaza y recibió el llamado de Singh que le pedía prepararse para cualquier contingencia. Agrandó el holo que captaba las acciones en la plaza y redujo los demás. Habló con su supervisor, le dijo de la emergencia, pero el supervisor estaba enfrascado en una partida de Clausewitz con otros oficiales en un bar y le dijo que ella se ocupara, todo saldría bien, y que lo mantuviera al tanto si ocurría algo fuera de lo normal. Sethakul asintió, no muy segura de qué podía definirse como fuera de lo normal, pero ya estaba acostumbrada a esas situaciones, a que el supervisor no supervisara nada y a que ella tuviera que cargar en su conciencia el peso de los botones apretados. Porque de eso se trataba. De apretar botones. De ser la Señora de los Drons. Ahora mismo el buen soldado Jerom no sabía que allá en el cielo, por sobre su cabeza, un dron llamado Reaper había comenzado a moverse dirigido por Sekhatul y lo encañonaba. Un botón, y el cohete saldría disparado y en menos de diez segundos Jerom desaparecería y con él un pedazo del techo, aunque quién sabe, ese edificio estaba rajado y


el cohete podía darle el impulso final para que se cayera. El corazón de Sekhatul se le aceleró al acercar la imagen y ver a Jerom tirado en el techo, inerme ante ella. Vio una cicatriz en la oreja derecha, un tatuaje de una calavera en la parte posterior del cuello, y cuando abrió la boca vio que tenía un pedazo de carne incrustado entre sus dientes. Él no podía distinguir al dron, ni siquiera era un punto sobre su cabeza, estaba lo suficientemente lejos como para confundirse con el color del cielo. El dron era el cielo. Como en los holojuegos que la habían llevado a ese trabajo. Porque hasta hace un par de meses ella era un shan más. Pero su fama en los holojuegos, su rapidez con los mandos para desplazar tropas y tanques, su agilidad con los botones, habían logrado ese ascenso. Le habían dicho que manipular drons desde la sala de monitoreo era un juego. Cuestión de mandos y botones. Sí, podía serlo, tanto que cualquiera con un mínimo de capacidad visual podía hacerlo, no se necesitaba una especialista. En fin. Había aceptado porque quería librarse de los ataques de ansiedad en la lucha contra la insurgencia. Los agotadores días de patrulla, las bombas que explotaban al paso de los jipus. Una vez se había salvado por poco. La bomba explotó segundos después de que su jipu cruzara un puente camino a Malhado. Sí, era mejor refugiarse en la sala de monitoreo, lidiar desde lejos con la guerra, enfrentarse a holos. Pero no le habían contado toda la historia, se dijo, sintiendo el dolor de cabeza que martilleaba en el área frontal y se iba extendiendo ahora que veía

a Jerom disparando contra otros shanz en la plaza, un dolor que era como si una mano quisiera arrancarle la piel de su cara, como si ésta fuera una máscara. Quizás lo era. Quiso sonreír y no le salió del todo. No, no le habían contado toda la historia. La primera vez que debió hacer que Reaper descargara su poder de fuego había estado casi cuatro horas observando a través del holo al irisino que se reunía con gente en una casa en el anillo exterior, que entraba a una habitación y besaba a una irisina con siete brazaletes en el cuello y salía y fumaba y bebía baranc con sus amigos, un irisino de ojos almendrados y nariz recta, igual a los demás en apariencia aunque el informe del Instructor decía que era ministro de Orlewen, un líder de la insurgencia en ese distrito, y que esa reunión aparentemente casual planeaba un ataque al Supremo cuando éste se reuniera con dirigentes irisinos de la transición. Cuatro horas que no eran suficientes para encariñarse pero sí para desarrollar cierto interés en ese humanito, porque estaba segura de que los irisinos eran humanos a pesar de que eso no lo decía SaintRei. Tosió. Escuchó la voz de Singh, que le decía pulgar en alto. Eso significaba que tenía órdenes de proceder. Que ella, Sekhatul, podía convertirse en la Señora de los Drons. Que esa noche no podría dormir pensando en el buen shan Jerom. Qué miedos lo habrían llevado a ese techo, a esa casona. Agobiada por la tensión, Sekhatul se desmayaba a veces en lugares impensados. Veía un aura antes de perder la conciencia, como el ingreso a otro mundo, como si Paz Soldán : primera persona |

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se estuviera muriendo, si debía hacer caso a lo que se decía que uno veía antes de morir, una luz muy blanca, un túnel. Pero nadie la esperaba al otro lado. Días atrás se había desvanecido en el baño de la sala de monitoreo. Había sido después de hacer que Reaper disparara a un grupo de cuatro irisinos. El cohete estaba dirigido a uno solo, pero los cuatro habían muerto. Su supervisor le había dicho que no se preocupara, esas cosas ocurrían, pero era inevitable sentirse mal. Los líderes irisinos habían logrado que oficialmente no se usaran más los drons contra ellos, mostraban que la ocupación carecía de ética, además que hacían recuerdo a los incidentes de la lluvia amarilla, la muerte que muchas décadas atrás había llegado a Iris desde el cielo, desde aviones a cargo de pruebas nucleares. Oficialmente sí, pero igual los drons seguían haciendo su trabajo. Más contra irisinos, pero también con shanz saicos. Sekhatul no podía decir nada. Guede, uno de sus compañeros de trabajo, la había encontrado en el baño y la ayudó a recuperarse. Le humedeció el rostro, le dio un par de swits, le dijo que se cuidara, si el supervisor se enteraba podía perder su trabajo. Guede tampoco dormía bien desde que lo habían ascendido a la sala de monitoreo. No era fácil. Los shanz no duraban mucho en esa sala. Uno de ellos se había ahorcado poco antes de que Sekhatul entrara a trabajar allí. Sekhatul lo había reemplazado. Guede le dio un escapulario con la imagen de la Jerere. Para que te proteja, le dijo. Escuchó un ruido y salió del baño corriendo, temeroso de que el supervisor 218 | elansia 1

lo encontrara junto a ella. Ella recordó ese momento ahora que veía a Jerom disparando y se preguntó qué sería de Guede. Dos días que no aparecía por la sala de monitoreo. Había dejado el escapulario bajo el colchón donde dormía. No quería meterse en complicaciones si la encontraban con él en la sala. Tampoco creía en esas cosas, por más que le dijeran que la maldición de Xlött pesaba sobre todos los operadores de drons y que para alivianar su culpa debía entregarse a un dios del panteón irisino. Una contradicción. En todo caso buscaría al dios de los suyos si tuviera algo de fe. Se dijo que no lo debía pensar más. Oscurecía, y si había otra muerte a manos de Jerom ella sería la culpable. Y de eso no quería ser culpable. En realidad no quería ser culpable de nada. Ni de muertes ni de vidas. Ni del fin de algunos irisinos que luchaban contra ella ni del de algunos shanz que eran de su bando hasta que dejaban de serlo. Sekhatul vio a Jerom tratando de recargar su riflarpón, y apretó el botón. R






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