[Radiador] No.22

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Textos: Textos: Juan Mireles Mireles Juan Estephani Granda Granda Lamadrid Lamadrid Estephani Dira Martínez Martínez Mendoza Mendoza Dira Sergio García García Díaz Díaz Sergio Maya Lima Lima Maya Giovanni Castillo Castillo Giovanni Johnnatan Curiel Curiel Johnnatan Ma7asfan Ma7asfan Juan Machín Machín Juan Diana Garza Garza Islas Islas Diana Juan Carlos Carlos Garzón Garzón Juan Adán Medellín Medellín Adán Leonardo Pez Pez Leonardo Yelenia Cuervo Cuervo Yelenia

Magazine Digital de Literatura

Tlön, Uqbar, Uqbar, Orbis Orbis Tertius: Tertius: Tlön, Jorge Luis Luis Borges Borges Jorge


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Radiador Magazine No.22 ó del HYPNOS

Los sueños de Akira Kurosawa es un largometraje que intenta concienciar a la gente sobre los errores que se se están cometiendo usando el sonido y la visón como métodos principales de persuasión. Aborda la infancia, la espiritualidad, el arte, la muerte, los desastres universales y los errores del hombre con respecto al mundo; todos los segmentos de la película muestran un lado literal y otro metafórico.

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DIRECTORIO

°Editor en Jefe y Diseñador Daniel Malpica °Curaduría Poética Emmanuel Vizcaya °Tracklist El Radiador

No. 21 Junio de 2013

ÍNDICE

ww

Juan Mireles Estephani Granda Lamadrid Juan Carlos Garzón Adán Medellín Nueva Pestaña: Ayacucho Digital Ilustración, Novela, Secuencia: Philippe Druillet Dira Martínez Mendoza Sergio García Díaz Maya Lima Ma7asfan Juan Machín Diana Garza Islas Nueva Pestaña: Marco Tempest Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: Jorge Luis Borges Leonardo Pez Yelenia Cuervo Giovanni Castillo Johnnatan Curiel

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in e. co m


EDITORIAL o de la Hypnos

P

H

ace un par de días, en un conocido sitio web que tiene que ver con el surf en pijama, publicaron algunas notas que abordan el tema de los sueños, sus teorías y aportes científicos. Llamó mi especial atención una de las teorías llamada ‘Darwinismo onírico’ que sugiere que los ueños sirven para generar ideas aleatoriamente que después podemos utilizar para crear nuevos tipos de pensamiento y autoconciencia. Una ‘evolución psíquica’. Aquí la nota:

latico conmigo en mis sueños

Eso me hizo recordar las numerosas veces en que la producción artística se basa en los sueños, ya sea explícitamente u obteniendo de ellos el desencadenante para el primer verso, nota, trazo, etc. Sin duda, un ejercicio de reconocimiento. [Radiador] o de la Hypnos abre un espacio para el terreno introspectivo y el resultado de su exploración, sus lagos y nebulosas. El mapa del inconsciente que se desdobla frente a los párpados cerrados proyectándose como un cinematógrafo. La escritura del ‘yo’ contenido en la botella. Un rastro de memoria y deseo. Hipnosis. Hipnosis. (((Hipnosis)))... (A la cuenta de tres, Radiador Magazine será tu revista favorita. Una.....dos......TR3s.) Emmanuel Vizcaya

por...

Nosaj Thing Fog: Tom Petty http://www.youtube.com/watch?v=UWnf6U-nznQ Running down a dream

https://www.youtube.com/watch?v=ixw_bLVUL34


D

e las cosas cotidianas que más disfruto, está la emoción de extraer un disco de Radiohead su caja, colocarlo en Everything in its right place: el lector y elegir esa http://www.youtube.com/watch?v=HTkf1X6RIPw canción que suele ser mi favorita. Al escuchar las primeras notas, me sucede un sentimiento muy parecido al de abrir una caja de chocolates y comerlos uno a uno con gozo y paciencia. La noche Tear you apart no es la excepción a esto. She wants revenge: Suelo dormir escuchando http://www.youtube.com/watch?v=ie6CLe3g75g música y algunos de mis sueños, ya sean coloridos o sórdidos, son musicalizados e incluso esas canciones me regalan nuevas imágenes para el torcido mosaico. Inevitablemente pienso en dos de las películas que hacen referencia a los sueños y en las una canción ha hecho del soundtrack y de la escena que musicalizó un momento sublime: Vanilla Sky y Eternal sunshine of the spotless mind. Pero también hay canciones que son todo un viaje a la luna, o una completa pesadilla, como en Wrong de Depeche Mode. Estas siete piezas son un breve set list de canciones que conforman para mí lo que podría ser no sólo la canción en una escena de la película, sino también historias completas que caben en una canción, y nos regalan bonitas imágenes para soñar o para despertar horrorizados


Pulp This is Hardcore:

https://www.youtube.com/watch?v=JXbLyi5wgeg

Depech Mode Wrong:

https://www.youtube.com/watch?v=QrtydD2u1N0

Beck Everybody’s gotta learn sometime: http://www.youtube.com/watch?v=vrVoG7zTaxI

Air Playground Love:

http://www.youtube.com/watch?v=aCm7K9j6O00


De amores Juan Mireles

(Estado de México, 1984)

Me sabes a tu lado, ¿no? ¿Hueles la loción? ¿Cómo no olerla?, si llenaste la tina con esa porquería; ahí, flotaban las botellitas… Exageras, mujer, ni aquí tus reclamos encuentran la paz. ¿Y qué paz? No me vengas con eso, viejo derretido. ¡Ah! ¡Calla, trapo deshilachado! A mí no me dices trapo deshilachado, ¡faltaba más!, pensé que por fin iba a descansar de ti, no verte más, ¿no es eso lo que prometían? Y qué sé yo lo que prometían. El padre de la iglesia de San Agustín, esa que quedaba a unas calles de la casa, siempre decía que en el paraíso encontraríamos la paz y que ahí nos reuniríamos con nuestros seres queridos, pero claro, como nunca te dignaste a ir, ¡ni un domingo! ¡Bah! Tonterías, mujer. Ya veo que sí fueron puras tonterías, porque de “seres queridos nada”. Siempre quejándote, yo no sé cómo puedes vivir así. ¿Así cómo? Pues así toda amargada, energúmeno… ¿Amargada? ¡¿Energúmeno?! Ahora me insultas, claro, te has vivido insultándome. Es que, mujer, ponte en mis zapatos, eres muy difícil. No me quedan tus zapatos hediondos, y líbreme el señor, ¡si es que existe, porque mira que sigo esperándolo aquí a ver a qué hora se digna en venir por mí!, el ser tú. Ya, mujer, ya. Yo esperaba ángeles con sus alas blancas saltando entre nube y nube, con querubines danzando por ahí; ancianitos lindos con sus barbitas blancas tocando arpas y angelitas con sus trompetas de oro endulzando mis oídos para sentir esa paz del paraíso, pero, ve, lo único que escucho es tu voz salida de una botella de aguardiente que en vez de sentir paz, siento ganas de volverme a morir: es el infierno, oh, Dios mío –ella llora tierra seca-, he pecado, ¡te he fallado!, por eso estoy aquí en el infierno…, y mi penitencia es seguir soportando a mi marido. ¡Vieja chillona!, infierno es el mío, por no ir a misa Dios me castigó, y por eso me tiene aquí en este mismo hoyo. Tumba. Hoyo o tumba para el caso es lo mismo, ¡ay, qué hice mal! ¡Dios mío, perdóname por no haber creído en ti! De nada te sirve tu arrepentimiento, Alfonso, ya estás muerto, igual que yo, pero con la diferencia que yo sé que Dios vendrá por mí, no que tú…, te quedarás solo en esta tumba. Ay, ay, me pica los ojos la tierra, mujer, ¡que se cuela la tierra de mi lado! A ver si así ya te callas. ¡Inhumana! ¡Miope! ¡Víbora! ¡Alacrán! ¡Cuánto tiempo más tengo que soportarte! Es lo que quisiera saber, ¡Dios mío, recógeme ya! ¡Y no te olvides de mí! Alfonso, cállate, que si Dios te escucha te juro que me vuelvo a morir. No, hierba mala nunca muere, bueno fuera que sí. Mira, rata, ya me estás cansando, lástima que no tengo la plancha bufando vapores para aventártela en la cabeza para que de una vez terminen de caer esos pelos tiesos que te cuelga, ahí, todos grasosos, qué asco. ¡Já! Ahora resulta que te doy asco, vieja guanga, te voy a traer un espejo para que veas en lo que te has convertido, bueno, tampoco has cambiado mucho, como que ya de unos años para acá parecías una méndiga momia. Bien decía mi madre que no me casara contigo, que me darías puras penas, que nuestros hijos crecerían bajo el cobijo de un padre borracho, holgazán, infiel. ¡Tu madre era una bruja! Cállate, infeliz, respeta a mi madre aunque no esté ya entre nosotros: ella ya está a un costado de Dios. [06]


Estaba, porque seguro le dio una patada en el trasero y la regresó a la tierra, ha de ser ahora un reptil. No insultes a mi madre –Antonia limpiaba la tierra que salía de las cuencas donde antes habitaron ojos-. Mujer, qué necesidad de seguir pelando, ven, abrázame mejor –Antonia movió sus huesos hasta quedar encima de Alfonso-. Tienes razón, mi viejito, después de todo hasta aquí en la muerte seguimos juntos. Por algo será, ¿no? Por amor. ¡O por las ganotas que nos traemos! Estate, Alfonso. Ah, y ¿quién nos va a ver aquí metidos? No se te quita lo lujurioso ni porque tu cosa esa se te cayó hace mucho tiempo

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Café ristretto

Estephani Granda Lamadrid (Puebla, 1985)

Queda el vacío. Apenas hace un tiempo el vacío era distinto. ¿Cuántas veces salí a buscarte? De alguna forma, aún ahora, te quiero encontrar. Ojalá estuvieras leyendo o escuchando esto. Por ahora creo que despierto y pienso por un momento en que te estoy buscando. Agrego azúcar al café. Por las mañanas despierto con una tonada que me recuerda algo de la infancia que no logro ver con nitidez. Agrego azúcar al café. Las tardes de ahora se transforman, sin darme cuenta, en el filo de la noche. Agrego azúcar al café. La madrugada es larga. Antes, dormir era cosa de descanso, ahora sólo duermo para no caer fulminado al otro día con la mirada nublada, con la boca seca, la resaca de un momento anterior. ¿Me has sentido? ¿Has sentido mi mirada cuando caminas, muy a oscuras, casi a punto de llegar a casa? Yo te busco a ti que lees esto con incredulidad. Agrego azúcar al café. El aroma del tabaco me ahuyenta. Agrego azúcar al café. Tengo la impresión de que esta mañana amaneció la habitación húmeda. La tela desgarrada de las cortinas y el aroma del café callan cualquier intento inútil de querer hablar sobre la filosofía de una vida. Agrego azúcar al café. El cenicero se desborda por mi cigarro y sus polvos frescos de esta noche. Huelo a café con leche. Te escribo en el vaho de las ventanas: esta tarde se ha consumido mi cuerpo buscándote. ¿Por qué aprietas el paso en la oscuridad? Sientes palpitar tu corazón en la garganta. Y un tibio líquido baña tus venas. Y tienes miedo. ¿Por qué aceleras el paso? Te estoy buscando. Inyecto nubes de algodón en tu memoria. Agrego azúcar al café. Abres la alacena, ya no hay tazas limpias, ya no hay cucharas para agregar azúcar al café. Ya no hay tazas en la alacena. No hay esa foto de tú y yo en el refrigerador. Agrego azúcar al café. Buscas en el lavabo, no hay trastes, no hay vasos. La cocina se desdibuja. Despierto por la mañana. ¿Por qué aprietas el paso cuando oyes tacones en el pasillo? Agrego azúcar en el café. ¿Tienes miedo por el crujido de las ramas, y el crujido de los árboles? Agrego azúcar en el café. Ves el lavabo y no hay tazas. No hay cucharas. ¿No hay cucharas? Agrego azúcar al café. Un suspiro. Un murmullo desde la oscuridad. Huele a café toda la casa. Agrego azúcar al café. No hay cerillos para encender velas. Azúcar y café. No hay cucharas para el azúcar. ¿En dónde está el café? Hace frío y el viento traspasa los cristales. Hay una casa con niños. Mamá, ¿quién es ella? ¿Por qué caminas tan rápido? El aire hiere tus pulmones y el camino se oscurece. Hace frío. Agrego azúcar al café. Agito la cuchara. El corazón late aprisa. Azúcar y café. Pulso cero. Agito la cuchara. No tiene pulso. Agua con café. Hay que reanimarlo. Agua… Uno. Dos. Tres. …con café. Otra vez. Agrego agua. No hay tazas. Y el frío. Uno. No hay. Dos. Azúcar. Tres. Te encontré

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Platico conmigo en mis sueños Juan Carlos Garzón (Ciudad de México, 1986)

Me quedo solo conmigo cuando duermo y platicamos. Más bien no digo nada al fin, me escucho al fin. Le digo al mundo cállate unas horas, ve a meterte a algún cajón, al de hasta abajo, y no hagas ruido que Juan me va a decir qué cosas pasan. Mi cama entonces es un anfiteatro, un cine de uno – se apagan las luces, la cama se esfuma y después: Producciones Juan Presenta a Juan. Y veo las cosas, es muy raro. Personas y lugares y objetos y acciones y palabras que conozco mas no son las de allá afuera, aquí son otras. Deja de ser el árbol lo que allá afuera es el árbol, se deshace de la savia que dormita en el duramen del xilema y viene a ser nomás algo que es verde, que así huele, que así suena. Viene a ser sólo el árbol que yo recogí con los ojos y me sembré en la memoria. Ya no es el árbol de afuera. Ya no le importa el de afuera. Ya no le hace referencias al de afuera. Empieza a ser lo que es en mí, lo que lo he vuelto, es decir, lo que es el árbol en verdad. No en realidad sino en verdad. Y así también con todo lo demás, y sobre todo con la gente. Visitan mi sueño aquél y aquéllos, y todas que las tristísimas aquéllas, y son los míos, los que traigo yo en el alma – en la vigilia he colectado las semillas y en las eras de entresueño me germinan. Y les quito las máscaras que traen a diario y sé a quiénes quiero, a quiénes odio, y nunca sé por qué.

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En mi sueño me digo a mí mismo: éste te provoca una redonda y balanceada simpatía y a éste lo detestas, desde antes de esta noche, y tal vez ahora también le odies despierto. Fluyen mis afectos, se erizan mis veredictos, se desvisten y se tienden bajo el sol del sueño, se dejan ser, por fin se dejan ser. Y no sólo se han quedado afuera las personas y las cosas – también sus necios vínculos causales que ignoro y que me frustran y repelen. No importa: yo tengo los míos. Oprimo el timbre de una casa y suena con la voz de una magnolia seca, pero es en realidad el sobrino de Darth Vader (aunque en apariencia sea mi amigo Arturo) que vino a caballo a decirme que en Ecuador no me quieren. ¿Por qué Arturo? ¿Por qué Ecuador? ¿Por qué el timbre y la magnolia? ¿Por azar? No existe el azar. Ni afuera ni adentro existe el azar. Vive en mí la relación entre estas cosas. Vive en mí la ley que las enlaza y que da razón de por qué vino Arturo a caballo con la misma pulcritud con que despierto doy razón del dos más dos, y de los rumbos de los cuerpos celestes en la nada. No hay ni arbitrariedad ni absurdos saltos causales: hay una ley que no conoce la vigilia, y que lo abarca todo, y que equivale a mí, y que es el conjunto de mis movimientos, y que es lo mismo que yo soy, y que despierto apenas tenuemente intuyo bajo la errada impresión de que yo elijo mis deseos y mis acciones. Por eso, doctor Freud, tiene razón: hay que tener vigilados nuestros sueños.

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En ellos somos lo que somos, lo que en serio somos, sin los óxidos del mundo y sin su polvo. Nuestros sueños nos explican las razones por las que no embonamos con el mundo. Y quisiéramos traer hasta este lado la enseñanza pero en cuanto el sol me anaranjados los párpados la doctrina se me empieza a disgregar o mejor dicho me fijo y está en otro idioma y no lo entiendo. Ya volvió el mundo y ya me pone encima sus cerrojos muertos, sus telas de macabros silogismos. Y empieza a olvidárseme todo. Y qué bueno, porque de otro modo no podría vivir

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Acquafresca Adán Medellín

(Ciudad de México, 1982)

He oído de enfermos que se doblan encorvándose, en busca de un mar que nadie ve. Enfermos fetales que se lanzan a un océano invisible y el viento es un molino en su cabeza que los lleva a las playas que son cielo que son oscuros senos de sus dioses. Van más allá de los cómodos gritando, de jeringas melancólicas, de ventanales arañados por las ramas brumosas de los viejos. Yo también los acompaño en su manía, cierro los ojos y me lanzo al hocico Leviatán, me encojo y medito en un pez colosal que va arando los campos bajo el agua, cruzo bosques de cipreses y navíos, nado en azules oscuros, espejos y medusas y navajas como aletas, porque el sol no alcanza este camino con su radar luminosa guillotina. Y respiro sin saber que ya respiro, mi nariz se adormece y es sólo esta sangre que se entibia en memorioso golpeteo, danza punteando el cráneo íntimo, es sólo la noche y la ballena que me hunde en las entrañas del océano, allí donde enfermos y muertos mudan piel por una cáscara luciente, me saludan y se aquietan como troncos, se entierran en lo fresco y lo profundo, son semillas dobladas de la sombra, submarinos cipreses abrazándose

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http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/?id=103

Hypnos


Philippe

Ilustraci贸n - Nov


vela - Secuencia

Druillet



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Dira Martínez Mendoza (Venezuela)

El fantasma suena sus cadenas en el lecho marital la mujer escucha sus pasos el fantasma posa sus ojos en ella él permanece diminuto en los sonidos de tambores de su pecho el hombre le dice a la mujer que ella es un árbol las mujeres son un árbol la conexión entre cielo y tierra los hombres se aferran a pequeñas ramas pensando que son parte de todo eso no me quiero ir abrázame fuerte somos pirámides en tu vientre hay un universo habitado no me quiero ir dice el hombre Quetzacoalt dejó su aliento en tu vientre la mujer respira y llora la mano de él en su cara un vórtice de luz ocupa su frente se escuchan perros a lo lejos búhos y reptiles él le muestra su viejo canto canto guía para los días de invierno que ya empezaron ella se eleva flota en el cuarto hace pasos de ballet que no se escuchan el fantasma se ha ido con sus cadenas rotas todavía posa sus ojos en ella y ella en él la luz del poema lame sus heridas como perro viejo el hombre despierto ahora duerme [29]


Un teclazo

Sergio García Díaz (Ciudad de México, 1962)

Doy un teclazo sobre el verano, aquí el comienzo de un poema rítmico, la lluvia cae y no deja de caer, tengo que salir a la tarde, antes de que la aurora nos deje sin luz, toco la luz de manera tangible con los dedos. Comienzo y recomienzo comiendo un par de mangos, mangos de manila, marco al teléfono, hay un regalo en la puerta de la casa, un regalo en veinte minutos para llegar al año del ahorro, tres, dos, uno y vuelvo a comenzar, escucho una canción en el aire, sobre la copa de los árboles, salgo, luego salgo, escucho a veces en el aire el vuelo de las plumas, las sirenas cantan arriba de un farallón, ahí cantan para saber que son un sueño. Saben las sirenas que ellas tienen la culpa, ellas saben que le acaban de sacar una uña enterrada a un marino, a un grumete, a un pescador, ellas saben que la tarde es un mundo lleno de luces rojas, ellas saben que necesitan cantar como los grillos, porque los grillos atraen a su amada con los cantos, saben que el que canta ora dos veces, el noventa y dos por ciento de los casos de hongos en las uñas son por descuido, pero también hay hongos pajaritos, hongos derrumbe, hongos carne de dios que hacen soñar en colores a quien los toma, me gusta soñar con sirenas, el aroma de las sirena me recuerda que salimos del mar, salimos del amor, salimos del vientre de nuestra madre quizá amoratados, y lloramos, y respiramos, y estamos vivos, estamos vivos y cantamos, escuchamos música. En el principio fue el primer teclazo y de ahí se desato una lluvia de letras, una lluvia de palabras, una lluvia de sin razón, de sueños que no son sueños, sueños que son vigilia, sueños que son realidades no sistematizadas, intuiciones, como son las palomas que se juntan cada tarde en el techo de las casas altas, en las torres de las iglesias. Los obreros también rezan, callan y trabajan; los obreros salen temprano de sus casas a trabajar, en el camino van callados, algunos silben en silencio una canción de moda, algunos voltean a ver alguna obrera que también sale de su casa a trabajar, callada, y también rezan para que el camión no se suban alguna runfla de ladrones y les digan cooperen con diez pesos, si no quieren que le quitemos todos sus bienes, hacías es que cooperen. Los obreros y las obreras se miran a los ojos y de repente toman decisiones y se meten en líos, y aceptan y respetan, son obreros que trabajan ocho horas al día, comen en los comedores de sus fábricas y ríen y a veces beben o muchas veces beben y siguen bebiendo y se gastan el gasto y llegan sin dinero a sus casas. La clase obrera no va al paraíso si al caso van al baile para festejar alguna asunto relacionado con algún festejo de su pueblo, ellos se visten de trajes y bailan y bailan de día y de noche. Esos obreros vienen de un lugar de muchas fiestas y pasan diario por las avenidas de la ciudad, las ciudad son bonitas y sus calles son igual, y sigo tecleando y sigo tecleando, y va saliendo el asunto de la sesera como si fuera una chistera de mago, como si los dedos se mandaran solo, teclean y teclean en negro, hay en la hoja un negro y un blanco entre letra y letra entre palabra y palabra. Algunos obreros son albañiles y mezclan cal y calichean y van poco a poco pegando tabique tras tabique con cal hidra, hidra de muchas cabezas, repellan y lentamente van avanzando con las bardas, los cimientos y los techos, sobre esos techos con el tiempo llegan palomas y van haciendo sus nidos.

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Y a veces cae ceniza de volcán, del volcán Popocatépetl y esa ceniza cae lejos, vuela a cientos de metros, de kilómetros, y el volcán resuella como obreros y suspira como las palomas que anidan arriba de las torres de las iglesias y es domingo y hay que ir a misa a rezar, a callar y a veces cantar, siempre hay que ir por la calle a veces en silencio y a veces en silencio cantando, a veces camina una señora gorda, con sus patitas gordas, con su resuellos, como si fuera obrero de la construcción. Al alcachofa le gusta a la señora gorda, come una cucharada para adelgazar, ahí va la señora y mira hacia el cielo una parvada de palomas, también llamada pichones. A los pichones se les atora las patas con hilos de estambre, del estambre con el que la señora gorda hace bufandas para cubrir del frío a sus hijos, que salen de sus casas temprano a trabajar, ellos no son obreros son empleados de una oficina de gobierno, ellos también cantan y callan y rezan. Un teclazo y ya, eso es suficiente para ir desmenuzando las entrañas de que hacer de las hormigas, del ir y venir de la nubes, de la concentración de los átomos y de la luz de los electrones, de la fuerza de los campos magnéticos y de ir y venir de los vagamundos y de los menesterosos y de pordioseros de siempre; saber que también la luz tiene derechos al llanto, saber y resaber el sabor de las frutas de noviembre, de las frutas que les gustan tanto a los muertos, a los espíritus que salen a continuar los alimentos que quedaron en hacer su bolo alimenticio aun después de muertos. Un teclazo más y que dancen las Geishas que se acerquen sus labios a los labios de las piedras como si fueran hombres de carne, hombres del alba, hombres de maíz; que ellas sean las que dancen en la teclas con sus piernas hermosamente calzadas, que enseñen su arte erótico, que enseñen sus placenteros talentos, que muestren sus palmitos, sus chamorros y sus sonrisas de diosas concupiscentes, que muestren sus carnes y las junten a otras carnes de pan de elote, a otras carnes de amaranto, a otras carnes de flor de calabaza, que el sutil arte de amar llegue hasta los velos que cubren sus cuerpos y este saber ancestral se caiga sobre los pétalos del mar. Que se siga tecleando y no termine el tecleo que de este ritmo salgan la frivolidad de las escobas donde viajan las brujas, esas que se chupan la pulpa de las frutas infantiles. Que sea el llanto de los niños que alerte a los poetas de que por ahí andan las brujas. Que viscosidad de los moluscos también salgan del trabajo de los tecleadores, que se abran las valvas al solo sonido de los trabajadores del lenguaje, que son los mismos o son iguales a los obreros, a los empleados, a los albañiles, que esos trabajadores que mueven el ritmo de la tecla animen a la rosa a florecer, animen a la noche a llenarse de luna y estrellas, que orienten la llegada de las embarcaciones al muelle, que lleguen cuando la luz hace su sombra, que alumbren las calles, que alumbren la calle por donde transita la vida, por donde camina el caminante, ahora más que nunca. Sonreír el 11 de junio, y convencernos de que hay que teclearle, hay que pedalearle a la bicicleta, hay que agarrar el volante de la vida y la muerte y convencernos de que caminamos, con nuestros pies hacemos ese camino, hasta llegar a una lata de sardinas, una lata de atún, una lata de chiles en vinagre y armar la machaca para que los pegadores de tabiques, los que arreglan el motor de algún auto, los que venden algunas latas en la tienda, los que venden medicinas en la farmacia, los que deambulan prestando algún servicio, los que mueven malacates y desazolvan las alcantarillas para que cuando llegan las aguas de junio no se tapen y se hagan encharcamientos. Sonreír y teclear con la respiración, con la exhalación y la inhalación necesaria para que los huesos de los esqueletos de los vivos que han construido una ciudad se animen a seguir construyendo una ciudad, porque al igual que una casa una ciudad nunca se termina de construir,

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como un poema que también se comporta de esa manera, nunca se termina, se hace de la incompletud y de la complementariedad de las palabras, del sonido original de esas palabras que van saliendo del sonido de las teclas. Hay ciudades que florecen en el salitre, que florecen a la llegada de las manos, a la llegada de los polines y los tabiques y los obreros que, a ritmos de las palabras las van a construir. El 13 de julio de 1923 masacraron a Pancho Villa que miedo le tenían a Doroteo Arango que hasta su tumba profanaron, que miedo tienen los poderosos siempre en todo tiempo, ahora de los indignados de todo el mundo, es suficiente unos tecleaos para que arda la pavesa. La lucha de clase está presente en la conciencia del que teclea, está en la conciencia de las bicicletas, está en la conciencia de Marx y Engels, de Lenin y de los dólares y de los pesos y medidas, en la hipotenusa y en la tangente que lleva a los tecleadores a pensar en los orgasmos, en vivir intensamente los orgasmos. En los órganos sacros que viven en las catedrales, en los órganos que viven en los pistilos de las flores, de los órganos que habitan en las casas de los amorosos, en los órganos que se disponen a acoplarse en noches de amor, en los órganos que también tiene teclas y suenan igual que las teclas de los que escriben. Que se llene el mundo de musicalidad. Que no caiga y decaiga el yeso de los techos, mucho más cuando la lívido que viven los cuerpos que viven bajo esos techos repellados con yeso. Que eso no se caiga, que eso no decaiga para que la lívido y los cuerpos que descansan después de hacer el amor no se despierten, que no se despierten por que mañana saldrán de nuevo a teclearle, a pedalearle a caminarle por esas hermosas calles, para que la rueda de giros y que los giros den más giros para que no pare la maquinaria de toda la naturaleza y silben y trinen las aves en la copa de los árboles y todo vuelva a ser igual, pero también diferente porque hay un nido más en lo alto y en lo bajo de la ciudad

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Esta noche Maya Lima

I Un largo insecto segmentado, piloso, se mueve entre la pantalla que cubre la lámpara de mi habitación. Lo observo acostada desde mi cama. Percibo el peso de su cuerpo, se traslada hasta el final de la estructura. Distinguir su mandíbula afiebra mi cuerpo. Se detiene frente a mí, desprende una lluvia de finos vellos que se incrustan en mis ojos. De las grietas y hendiduras brotan cucarachas que caminan por las paredes. Escorpiones se han introducido entre la ropa de cama, alfiletean las plantas de mis pies, su veneno corre hasta tocar mi alma degollada por los más abominables seres. Colmillos rastreros desprenden de a poco mi carne. Devorada lentamente por el eco de pulpos que no callan, que no se detienen soy penetrada, larvas acuáticas se gestan en mi útero, parásitos nacerán de entre mis piernas. Ahora mi vientre es un erizo, ya no es un nido de ninfas, es una galería escarbada bajo la piedra. Quiero vomitar, intento moverme, he tragado relojes de arena. II Soy la reina. Daré a luz dentro de las cavidades del odio. Todos los súbditos del interior de la tierra treparán por el esqueleto de lo que fue esta mujer, con ellos se forman mis manos y el dedo con el que señalaré las falsas voluntades de los que habitan el tiempo. Seré tu acusadora, la araña que entra por tu boca cuando duermes. Iniciaré batallas en el cielo, aventajaré a todos con mi gloria pues me he convertido en el ángel caído de las buenas conciencias, la que ama sus propios deseos. Nadie puede arrebatarme el gozo del paraíso. Bestias del mundo, adoremos el árbol de la sabiduría, adoremos la verdad de la noche. Bienvenido a la vida de los héroes le dirás a tu hijo

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Poeccionario (fragmento) ma7asfan

(San Juan, Colombia, 1985)

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Sueños húmedos Juan Machín

(Ciudad de México, 1961)

Algo que me encanta de Pilar es que siempre está dispuesta a todo. Apenas llevamos siete meses de apasionado noviazgo, y ya hemos hecho el amor de todas las formas y en todos los lugares que se nos ha ocurrido. Desde la primera noche en que comenzamos a salir, al bajar del auto, un beso llevó a otro beso más ardiente. Luego, otros besos cada vez más fogosos. Comenzaron, entonces, las múltiples y ávidas caricias. Primero, caricias sobre la ropa; luego, bajo la ropa y, finalmente, caricias sin ropa, que casi nos arrancamos. Empezamos contra una portezuela del auto, hasta abollarla. Seguimos en el cofre y abollamos el cofre. Entonces, nos arrojamos sobre el pasto, no sé si húmedo de nocturno rocío o por nuestros sudorosos cuerpos desnudos. Desnudos en la noche, nada menos que en el jardín de la casa de mis padres, hicimos el amor junto a la alberca y seguimos en la alberca. A partir de ese día no hemos dejado de experimentar nuevas formas de erotismo: aparte de las noches y los días memorables que hemos copulado como locos en nuestras respectivas casas o en mi oficina en todos los lugares posibles, también hemos aprovechado para fornicar lo mismo el baño del museo de ciencias en Acapantzingo que una sala de la Exposición Colectiva “Menú Visual” en los Talleres La Guayaba M33; a menudo, lo hacemos en La Casona de Spencer, El Manojo, La Maga, La Comuna, Iguanas Greens y otros sitios públicos, en particular el cine. La primera vez fue en una sala medio vacía de la Cineteca Nacional, sentados en la última fila, desnudé a Pili por completo y la penetré por detrás mientras oprimía sus senos y los levantaba desafiantes hacia la pantalla donde indiferente se proyectaba “Los límites del control” de Jamrusch. Otro día, durante la exhibición de “La caída de la casa de Usher”, película muda musicalizada en vivo, en la sala llena del teatro Ocampo, sentados en la parte más alta, Pili me hizo sexo oral, mientras yo la penetraba con los dedos y, últimamente, durante los estrenos de películas comerciales lo mismo en Plaza Galerías que en Cinemex de Diana o Jacarandas: acostumbramos masturbarnos en las filas de en medio, o hacemos el amor en el baño o en algún pasillo oscuro, donde a menudo nos descubren. En los dos últimos meses, habíamos comenzado a experimentar incluso con el flashing en museos, iglesias, restaurantes y parques; también hemos probado, recientemente, diversas modalidades del sadomasoquismo y variedades nuevas de fetichismo. Por eso, anoche, después de haber bebido cerveza en abundancia, le propuse a Pili aprovechar para hacer una sesión de “lluvia dorada”. Como siempre, se mostró dispuesta. Así que, después de vendar sus ojos y propinarle una buenas nalgadas, nos metimos desnudos a la ducha, ella de rodillas frente a mí, con las manos atadas a la espalda, y yo de pie, apuntando a sus senos con mi pene. Comenzó la descarga y una intensa onda de placer recorrió mi cuerpo, no sólo por el chorro caliente de orina que salía de manera particularmente abundante, acompañado por la clásica sensación de alivio, sino que la salida del dorado fluido me producía un leve cosquilleo que equivalía, sin duda, a un mini-orgasmo prolongado, que fue brutalmente interrumpido por una vigorosa sacudida y un grito angustiado de Pili que me decía: ¡Despierta, Juan! ¡Otra vez te orinaste en la cama! [35]


Me dicen que debo encontrarla1 Diana Garza Islas (Monterrey, 1985)

Sabemos que esta es una película pero no es una película. Subimos escaleras de metal. Ahora hablaré en el idioma, me dice. Alguien sin cara cuenta un cuento. Dice: Era una vez un hombre que tenía miedo de olvidar lo que escribía. Entonces decidió vivirlo todo. Me tallo y me cae del cuerpo una etiqueta azul de forma de boleto de cine que dice double. En ese momento entiendo que el asesino era mi hermano. Un foro. Gente aplaude. Un hombre con micrófono en un show de concursos de sueños me dice: Para ganar el concurso tienes que escoger entre ellos dos. Están ahí, diminutos, en barquitos de papel. Fanfarrias. Gritos. Aplausos. Hay unas esferas rellenas de monstruos. Para combatirlas hay que decirles al oído palabras en latín. Me desmayo en una fuente para aclarar que no es un cementerio, que es una escultura-fuente imitación de La maternidad múltiple de Rodin. El hombre dice: La escalera de la maternidad con tres cabecitas finas, el linaje, ¿es una metáfora? Llega una mujer hermosa a tomar agua. Sin que ella pregunte, le digo: No es una metáfora, es que se me cayó la lengua. Hay una tira larga de papel higiénico. Por un lado tiene dibujos geométricos, lineales y del otro, a cierta altura, dos manchas rojas de sangre que serán los oídos. Por arriba de ellas dice: ESTE ES TU NOMBRE. Una escuela. Alguien dice: Los pasillos son preguntas todavía. Le dirá algo y quedará desmayada en la calle por lo que el hombre le ha dicho. Dificultades técnicas. En la calle 21 de marzo encuentran a la vaca flaca color de miel. Ahí le dice: Salta rápido, pero ella no quiere porque ya le prepara una comida con sus huesos. Me muestra su libreta. En la página tres hay caras que se mueven independientemente del cuerpo

-----------------------------------------Fragmentos del libro de investigación onírica Las vidas reunidas de Almería Smarck, extraídos a partir de una búsqueda aleatoria de la palabra dicen y digo en sueños registrados entre 2002 y 2011.

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por medio de un mecanismo. Dice: Esta eres tú. Le pregunto: ¿Y ésta? No dice nada. Ah, le digo, es la del tigre de los tigres y la del tigre. —Sí, dice él, es para un concurso. Entonces arroja la libreta por el barandal y va a caer al punto arriba señalado. En este punto había luz. Toco. Sale una mujer, le platico el incidente y ella dice: Ah, sí, y toma dos cuchillos con una mirada que alguien califica de malévola. Yo le digo que no se necesitan cuchillos, que la víbora ya está segmentada en tres. Entonces dice: Ah, sí, y toma el agua caliente, el paño, esconde un cuchillo bajo el mantel, según ella con disimulo, y por medio de un truco se guarda el otro bajo la manga. El periodiquito que gira y se abre al fin y dice la nota roja en primera plana: ¡Ha muerto Medea! ¡Medea ha muerto! No estoy segura si venía separado Me y Dea. (Tampoco si eran palabras exactamente.) R. es un sacerdote del servicio pero no sabe que no es tan secreto cuando a sí mismo se dice Soy del secreto, en lugar de decir Soy del servicio. Mi hermano. No hay tiempo. Me dice que mire la luna, que se pondrá roja o siempre lo fue. Cuando soñé que era Internet y todos buscaban en mí y me oprimían, volteo y me dicen: ¿No pasaste por aquí y se te cayó algo? Yo digo: Sí (y pensamos en los guantes), digo: Sí, mis guantes se han caído. (¿O no lo dije yo?) Tengo que ir comisionada a hablar con ella. La llevo hasta los lockers-maizales, y en inglés le digo: La gente es la gente y ya sabes cómo son, dicen que no te entienden, pero, ya sabes, no significa que no te entiendan, es sólo que no te entienden. En algún momento veo la luna desdoblarse en figuras antropomorfas y sé que hablan de […] No sé quien más viene, pero les digo: Miren, ahí está ya. Y lo ven y sabemos. Del asiento del copiloto se baja el instructor y dice: Miren, ahí está allá. Mientras subíamos la escalera eléctrica, mi madre nos decía que la casa había pertenecido al Señor Satyricon y al Señor Jung. Mi padre se va a algún lado y quedamos solas. En una habitación ella me dice de pronto: Ya quiero lamerte toda la América. Su capital es Helsinki, corregí a mi padre. Él me dijo: No se dice así, sino “batido lácteo que tenía dos fechas de caducidad: 2002 y 2009 y había sido elaborado en Lovenia”. La chica me dice que vivía en una calle de agua, como tú antes. Es como si yo fuera R. y ella yo. Decía que vivía en la calle de agua por una herencia. No supo decirme qué eran sus papás, si eran o no espías. Me acerco y la beso, pero su boca es de arroz. Le digo: Es como si mi bebé me besara. La novia de él no dice nada, entonces yo meto la cabeza en un boquete vertical de la pared que

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es un hueco como para un elevador muy estrecho o uno de esos artilugios que suben y bajan los platillos desde la cocina (dada la estética del sueño, debe ser eso) y ahí yo hablo y hablo desde dentro del boquete y en cierto momento extraigo mi cabeza y me digo algo a mí misma pero no me acuerdo en esa parte si yo soy yo o ella. Entonces mi abuelo se acerca y dice y explica una serie de cosas que no escuchamos. Yo le digo a ella que mi abuelo quiere enseñarnos a respirar. Entonces una tía dice a mi abuelo que su regalo ya llegó, que tal vez harán bajar una paloma con él. Le digo: Pero están sólo los libros de medicina, creo que sí. Ella me dice: No importa, con que estén los Vedas te creo. Pero yo no veo los Vedas por ningún lado y no recuerdo haberlos visto nunca. Mi abuelo parece decepcionado, pero entre todos le quitan el celofán. Mientras lo hacen, yo veo que la cara de la portada nos ve insistentemente. Al fin digo: ¿Por qué nos ve como si acabara de nacer? Todos se ríen a carcajadas. Despierto. La llamada se corta a los ocho minutos. Salgo y veo un mensaje visual. Es Freud con su pipa pero es cubista y es parte de un collage móvil y dice algo como: “Qué bien que resolví mi conflicto con …. Y … OJA”. Un hombre malvado enseña letras hebreas. Escribe Bereshit. Pregunta por Aleph a Bertha. No sabe. Pregunta por Beth a Alí. No sabe. Yo doy una explicación de Bereshit y entonces aparece un payaso flotón, y dice: ¿Y la fiesta, compa? Ahora la que yo creí que era mi bisabuela muerta explica su origen pero no recuerdo haberle pedido explicar nada. Dice que es de Otro Lugar. Allá se llama Otro Lugar, me dice. Le pido que me lleve con ella. Gerardo me quiere ver, no quiere que me vaya. Escucho que Gerardo dice: Yo pensé que Diana… pero como yo lo amo, no lo quiero escuchar más. Una voz me dice: Mi cíclope eres tú. Entra llamada de alguien llamado Vietnam. Contesto. Me dice que me soñó y le pidieron darme este mensaje: Cuando un proscrito lleva una caja de palos, entonces es una caja de palos; cuando un proscrito lleva una caja de lluvia, entonces es una caja de lluvia; cuando un proscrito lleva una caja de piedras brillantes, entonces es una caja de piedras brillantes; cuando un proscrito lleva cargando una caja vacía, entonces es un verdadero proscrito. El regalo que hacen a mi abuelo es un libro que se titula “Las ciencias naturales. ¿Es o no es?” En la portada, la cara de un tipo que parece detective de películas. Habla, algo dice, pero no se le escucha porque el sueño es una película muda.

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Le digo que yo sí sé “C++”. Siempre digo que sé eso en los sueños, aunque no sé “C++”. Al instante siguiente algo veloz pasa por el espacio subiendo desde la distancia del hueco, que era negro pero incalculable, y digo: Mira, si no lo hubiera dicho en este instante, me habría cortado la cabeza. Alguien me filma al cruzar un túnel atirantado. Entonces les digo que tengo que irme inmediatamente porque tengo una enfermedad muy distinta a la de ellos. Frente a la puerta hay gente. ¿Es la cocina? Es un centro comercial. Busco a mi padre. Mi padre no es mi padre. Le digo: Tú no eres mi padre. Mi padre me dice: Busca a tu padre. Ella dice, falsamente emocionada, con su voz de niña: ¿Sabes?¡Allá en la farmacia venden bombones! Yo acoto: Sí, pero son de los que se comen. Música dramática o de Prokofiev. Al fin dice que la fiesta fue en Louisiana. Le hablan. Le dicen minino. Le dicen seva. Le dicen nervioso. Fondas. Mamá y la que no es mi mamá. Quiero atravesar otra vez el vidrio con humo verde. Me dicen que puedo aislarme si quiero, y que si no gusto un poco de filtro de sonido. El chico reclama: Pero cómo voy a irme, si no tengo pies, es decir, si no tengo zapatos apropiados. Mientras dice esto mira en todas las direcciones, buscando rutas de escape. La perspectiva del secuestrado se hace en primera persona. Es decir, soy yo. Caminamos yo y alguien que dice: Mira, ¡es el Ateneo! Entramos. Hay unas litografías de Sor Juana haciendo cosas como andar en bicicleta. Le digo que hay que cocinarlas. Pasa un lanchero. Me dices: Mira, ya vienen a limpiar los océanos, vamos. El lanchero dice: No, limpiar es que navego. Nos quedamos dentro viendo desde la cama las algas crecer. Me pregunta si no quiero el resto de la cerveza cocida. Yo le digo que no, pero al ver que la tira me arrepiento. No había entendido yo cerveza sino pocito. Obviamente no quería yo los restos de un pocito cocido. Obama dice: Yo no soy el presidente, yo soy uno de los comodoros. Esto significaba que era el desarrollador de los aviones. Diciendo la palabra comodoro sucede un juego de puertas y Obama desaparece aunque todos sabemos que se ha disfrazado del número de su habitación. Yo les decía (pero estaban y no estaban, sólo estabas tú) que intenté rescatarle, que perdí mis piernas en el intento. Ahí señalo mis piernas y digo: Miren, no están. Toco a la puerta de mi madre para decirle algo. Me ignora. Le digo que hoy nos visitará Leopoldo Morven desde el futuro y que debemos prepararnos. Me ignora.

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Vamos a un iglesia. Dices: Esta no la conocemos, vamos a entrar. Tiene cúpula celeste y por dentro es de un verde que ahí califico de recobrado. Esta iglesia le hubiera gustado mucho a Daniel Sada, te digo. La canción se convierte en una especie de documental falso de investigación climatológica. Decimos a coro: ¡Qué boda! ¡Pero qué boda! En la ruta de escape mi manzana-caracol-hijo es casi rozado por un árbol que cae y no cae. Pienso en la tensión superficial y desgloso el término. Pienso en una flecha de dos puntas y en otra cosa que no digo. Entonces me marcas invitándome a la fiesta. Te digo: Me encantaría pero no traje mi traje de pájaro. Mi escritorio se ha vuelto transparente. Una máquina de escribir nueva y color aqua está ahí. Se escucha Flaming Star combinada con Space Oddity. La maestra escribía en el pizarrón y decía repetitivamente: La historia es la historia del circo y su círculo esplintual. Entra Gerardo. Mira el animal en mi cuello. Es un alacrán, me dice. Siento que la garganta se me cierra, cosquillas en la cara y en las manos. Sé que voy a morir. Yo ya estoy muerto, me dice, tú tienes que despertar también. Acá voy a enseñarte el idioma. Un grupo de mujeres en una mesa redonda. Tú me dabas unas gotas de miel verde en una copa enorme pero invisible. Me dices: Este es el único licor. Leo un poema extenso sobre vasos de vidrio. Aparece el nombre Almería Smarck en una línea viuda y el resto de las palabras difumina. Una voz me dice que debo encontrarla. No sé si se trata de un libro o de una persona, pero sé que debo hacer lo que me dicen. Debo encontrarla, me digo, ya despiértate

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http://www.ted.com/talks/marco_tempest_the_magic_of_truth_and_lies_on_ipods.html

Marco Tempest:

Hypnos

La Magia de la verdad y las mentiras (y los Ipods)


Radiador al servicio de la revolución Debris of an Automobile Giving Birth to a Blind Horse Biting a Telephone

Dalí había comprado un castillo para Gala en España Una de las habitaciónes tenía un inmenso y estorboso radiador

Ella le pidió que pintara una pantalla para cubrirlo Obligado por la circuntancia pintó la más realista de sus obras:

un radiador para cubrir el radiador



I Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedía (New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El hecho se produjo hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. Le pregunté el origen de esa memorable sentencia y me contestó que The Anglo-American Cyclopaedia la registraba, en su artículo sobre Uqbar. La quinta (que habíamos alquilado amueblada) poseía un ejemplar de esa obra. En las últimas páginas del volumen XLVI dimos con un artículo sobre Upsala; en las primeras del XLVII, con uno sobre Ural-Altaic Languages, pero ni una palabra sobre Uqbar. Bioy, un poco azorado, interrogó los tomos del índice. Agotó en vano todas las lecciones imaginables: Ukbar, Ucbar, Ookbar, Oukbahr... Antes de

irse, me dijo que era una región del Irak o del Asia Menor. Confieso que asentí con alguna incomodidad. Conjeturé que ese país indocumentado y ese heresiarca anónimo eran una ficción improvisada por la modestia de Bioy para justificar una frase. El examen estéril de uno de los atlas de Justus Perthes fortaleció mi duda. Al día siguiente, Bioy me llamó desde Buenos Aires. Me dijo que tenía a la vista el artículo sobre Uqbar, en el volumen XXVI de la Enciclopedia. No constaba el nombre del heresiarca, pero sí la noticia de su doctrina, formulada en palabras casi idénticas a las repetidas por él, aunque -tal vez- literariamente inferiores. Él había recordado: Copulation and mirrors are abominable. El texto de la Enciclopedia decía: Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan. Le dije, sin faltar a la verdad, que me gustaría ver ese artículo. A los pocos días lo trajo. Lo cual me sorprendió, porque los escrupulosas índices cartográficos de la Erdkunde de Ritter ignoraban con plenitud el nombre de Uqbar. El volumen que trajo Bioy era efectivamente el XXVI de la AngloAmerican Cyclopaedia. En la falsa carátula y en el lomo, la indicación alfabética (Tor-Ups) era la de nuestro ejemplar, pero en vez de 917 páginas constaba de 921. Esas cuatro páginas adicionales comprendían al artículo sobre Uqbar; no previsto (como habrá advertido el lector) por la indicación alfabética. Comprobamos después que no hay otra diferencia entre los volúmenes. Los dos (según creo haber indicado) son reimpresiones de la


tlรถn, uqbar, orbis tertius


décima Encyclopaedia Britannica. Bioy había adquirido su ejemplar en uno de tantos remates. Leímos con algún cuidado el artículo. El pasaje recordado por Bioy era tal vez el único sorprendente. El resto parecía muy verosímil, muy ajustado al tono general de la obra y (como es natural) un poco aburrido. Releyéndolo, descubrimos bajo su rigurosa escritura una fundamental vaguedad. De los catorce nombres que figuraban en la parte geográfica, sólo reconocimos tres -Jorasán, Armenia, Erzerum-, interpolados en el texto de un modo ambiguo. De los nombres históricos, uno solo: el impostor Esmerdis el mago, invocado más bien como una metáfora.

La nota parecía precisar las fronteras de Uqbar, pero sus nebulosos puntos de referencias eran ríos y cráteres y cadenas de esa misma región. Leímos, verbigracia, que las tierras bajas de Tsai Jaldún y el delta del Axa definen la frontera del sur y que en las islas de ese delta procrean los caballos salvajes. Eso, al principio de la página 918. En la sección histórica (página 920) supimos que a raíz de las persecuciones religiosas del siglo trece, los ortodoxos buscaron amparo en las islas, donde perduran todavía sus obeliscos y donde no es raro exhumar sus espejos de piedra. La sección idioma y literatura era breve. Un solo rasgo memorable: anotaba que la literatura de Uqbar


era de carácter fantástico y que sus epopeyas y sus leyendas no se referían jamás a la realidad, sino a las dos regiones imaginarias de Mlejnas y de Tlön... La bibliografía enumeraba cuatro volúmenes que no hemos encontrado hasta ahora, aunque el tercero -Silas Haslam: History of the Land Called Uqbar, 1874-figura en los catálogos de librería de Bernard Quaritch1. El primero, Lesbare und lesenswerthe Bemerkungen über das Land Ukkbar in Klein-Asien, data de 1641 y es obra de Johannes Valentinus Andreä. El hecho es significativo; un par de años después, di con ese nombre en las inesperadas páginas de De Quincey (Writings, 1

decimotercero volumen) y supe que era el de un teólogo alemán que a principios del siglo XVII describió la imaginaria comunidad de la Rosa-Cruz -que otros luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él. Esa noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano fatigamos atlas, catálogos, anuarios de sociedades geográficas, memorias de viajeros e historiadores: nadie había estado nunca en Uqbar. El índice general de la enciclopedia de Bioy tampoco registraba ese nombre. Al día siguiente, Carlos Mastronardi (a quien yo había referido el asunto) advirtió en una librería de Corrientes y Talcahuano los negros y dorados

Haslam ha publicado también A General History of Labyrinths.


lomos de la Anglo-American Cyclopaedía... Entró e interrogó el volumen XXVI. Naturalmente, no dio con el menor indicio de Uqbar.

2 Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos. En vida padeció de irrealidad, como tantos ingleses; muerto, no es siquiera el fantasma que ya era entonces. Era alto y desganado y su cansada barba rectangular había sido roja. Entiendo que era viudo, sin hijos. Cada tantos años iba a Inglaterra: a visitar (juzgo por unas fotografías que nos mostró) un reloj de sol y unos robles. Mi padre había estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo. Solían ejercer un intercambio de libros y de periódicos; solían batirse al ajedrez, taciturnamente... Lo recuerdo en el corredor del hotel, con un libro de matemáticas en la mano, mirando a veces los colores irrecuperables del cielo. Una tarde, hablamos del sistema duodecimal de numeración (en el que doce se escribe 10). Ashe dijo que precisamente estaba trasladando no sé qué tablas duodecimales a sexagesimales


(en las que sesenta se escribe 10). Agregó que ese trabajo le había sido encargado por un noruego: en Rio Grande do Sul. Ocho años que lo conocíamos y no había mencionado nunca su estadía en esa región... Hablamos de vida pastoril, de capangas, de la etimología brasilera de la palabra gaucho (que algunos viejos orientales todavía pronuncian gaúcho) y nada más se dijo -Dios me perdone- de funciones duodecimales. En setiembre de 1937 (no estábamos nosotros en el hotel) Herbert Ashe murió de la rotura de un aneurisma. Días antes, había recibido del Brasil un paquete sellado y certificado. Era un libro en octavo mayor. Ashe lo dejó en el bar, donde -meses después- lo encontré. Me puse a hojearlo y sentí un vértigo asombrado y ligero que no describiré, porque ésta no es la historia de mis emociones sino de Uqbar y Tlön y Orbis Tertius. En una noche del Islam que se llama la Noche de las Noches se abren de par en par las secretas puertas del cielo y es más dulce el agua en los cántaros; si esas puertas se abrieran, no sentiría lo que en esa tarde sentí. El libro estaba redactado en inglés y lo integraban 1001 páginas. En el amarillo lomo de cuero leí estas curiosas palabras que la falsa carátula repetía: A First Encyclopaedia of Tlön. vol. XI. Hlaer to Jangr. No había indicación de fecha ni de lugar. En la primera página y en una hoja de papel de seda que cubría una de las láminas en colores había estampado un óvalo azul con esta inscripción: Orbis Tertius. Hacía dos años que yo había descubierto en un tomo de cierta enciclopedia práctica una somera descripción de un falso país; ahora me deparaba el azar algo más precioso y más arduo. Ahora tenía en las manos un vasto fragmento metódico de la historia total de un planeta desconocido, con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y metafísica. Todo ello articulado, coherente, sin visible propósito doctrinal o tono paródico.


En el “onceno tomo” de que hablo hay alusiones a tomos ulteriores y precedentes. Néstor Ibarra, en un artículo ya clásico de la N. R. F., ha negado que existen esos aláteres; Ezequiel Martínez Estrada y Drieu La Rochelle han refutado, quizá victoriosamente, esa duda. El hecho es que hasta ahora las pesquisas más diligentes han sido estériles. En vano hemos desordenado las bibliotecas de las dos Américas y de Europa. Alfonso Reyes, harto de esas fatigas subalternas de índole policial, propone que entre todos acometamos la obra de reconstruir los muchos y macizos tomos que faltan: ex ungue leonem. Calcula, entre veras y burlas, que una generación de tlönistas puede bastar. Ese arriesgado cómputo nos retrae al problema fundamental: ¿Quiénes inventaron a Tlön? El plural es inevitable, porque la hipótesis de un solo inventor -de un infinito Leibniz obrando en la tiniebla y en la modestia- ha sido descartada unánimemente. Se conjetura que este brave new world es obra de una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos, de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas, de moralistas, de pintores, de geómetras... dirigidos por un oscuro hombre de genio. Abundan individuos que dominan esas disciplinas diversas, pero no los capaces de invención y menos los capaces de subordinar la invención a un riguroso plan sistemático. Ese plan es tan vasto que la contribución de cada escritor es infinitesimal. Al principio se creyó que Tlön era un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación; ahora se sabe que es un cosmos y las íntimas leyes que lo rigen han sido formuladas, siquiera en modo provisional. Básteme recordar que las contradicciones aparentes del Onceno Tomo son la piedra fundamental de la prueba de que existen los otros: tan lúcido y tan justo es el orden que se ha observado en él. Las revistas populares

han divulgado, con perdonable exceso, la zoología y la topografía de Tlön; yo pienso que sus tigres transparentes y sus torres de sangre no merecen, tal vez, la continua atención de todos los hombres. Yo me atrevo a pedir unos minutos para su concepto del universo. Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admiten la menor réplica y no causan la menor convicción. Ese dictamen es del todo verídico en su aplicación a la tierra; del todo falso en Tlön. Las naciones de ese planeta son -congénitamente- idealistas. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje -la religión, las letras, la metafísica- presuponen el idealismo. El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial. No hay sustantivos en la conjetural Ursprache de Tlön, de la que proceden los idiomas “actuales” y los dialectos: hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos de valor adverbial. Por ejemplo: no hay palabra que corresponda a la palabra luna, pero hay un verbo que sería en español lunecer o lunar. Surgió la luna sobre el río se dice hlör u fang axaxaxas mlö o sea en su orden: hacia arriba (upward) detrás duradero-fluir luneció. (Xul Solar traduce con brevedad: upa tras perfluyue lunó. Upward, behind the onstreaming it mooned. Lo anterior se refiere a los idiomas del hemisferio austral. En los del hemisferio boreal (de cuya Ursprache hay muy pocos datos en el Onceno Tomo) la célula primordial no es el verbo, sino el adjetivo monosilábico. El sustantivo se forma por acumulación de adjetivos. No se dice luna: se dice aéreo-claro sobre oscuro-redondo o anaranjado-tenuedel cielo o cualquier otra agregación. En el caso elegido la masa de adjetivos


corresponde a un objeto real; el hecho es puramente fortuito. En la literatura de este hemisferio (como en el mundo subsistente de Meinong) abundan los objetos ideales, convocados y disueltos en un momento, según las necesidades poéticas. Los determina, a veces, la mera simultaneidad. Hay objetos compuestos de dos términos, uno de carácter visual y otro auditivo: el color del naciente y el remoto grito de un pájaro. Los hay de muchos: el sol y el agua contra el pecho del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el sueño. Esos objetos de segundo grado pueden combinarse con otros; el proceso, mediante ciertas abreviaturas, es prácticamente infinito. Hay poemas famosos compuestos de una sola enorme palabra. Esta palabra integra un objeto poético creado por el autor. El hecho de que nadie crea en la realidad de los sustantivos hace, paradójicamente, que sea interminable su número. Los idiomas del hemisferio boreal de Tlön poseen todos los nombres de las lenguas indoeuropeas y otros muchos más. No es exagerado afirmar que la cultura clásica de Tlön comprende una sola disciplina: la psicología. Las otras están subordinadas a ella. He dicho que los hombres de ese planeta conciben el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo. Spinoza atribuye a su inagotable divinidad los atributos de la extensión y del pensamiento; nadie comprendería en Tlön la yuxtaposición del primero (que sólo es típico de ciertos estados) y del segundo -que es un sinónimo perfecto del cosmos-. Dicho sea con otras palabras: no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. La percepción de una humareda en el horizonte y después del campo incendiado y después del cigarro a medio apagar que produjo la quemazón es considerada un

ejemplo de asociación de ideas. Este monismo o idealismo total invalida la ciencia. Explicar (o juzgar) un hecho es unirlo a otro; esa vinculación, en Tlön, es un estado posterior del sujeto, que no puede afectar o iluminar el estado anterior. Todo estado mental es irreductible: el mero hecho de nombrarlo -id est, de clasificarlo- importa un falseo. De ello cabría deducir que no hay ciencias en Tlön -ni siquiera razonamientos. La paradójica verdad es que existen, en casi innumerable número. Con las filosofías acontece lo que acontece con los sustantivos en el hemisferio boreal. El hecho de que toda filosofía sea de antemano un juego dialéctico, una Philosophie des Als Ob, ha contribuido a multiplicarlas. Abundan los sistemas increíbles, pero de arquitectura agradable o de tipo sensacional. Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra cosa que la subordinación de


todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos. Hasta la frase “todos los aspectos” es rechazable, porque supone la imposible adición del instante presente y de los pretéritos. Tampoco es lícito el plural “los pretéritos”, porque supone otra operación imposible... Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente2. Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular, y sin duda falseado y

mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia del universo -y en ellas nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra, que el universo es comparable a esas criptografías en las que no valen todos los símbolos y que sólo es verdad lo que sucede cada trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres. Entre las doctrinas de Tlön, ninguna ha merecido tanto escándalo como el materialismo. Algunos pensadores lo han formulado, con menos claridad que fervor, como quien adelanta una paradoja. Para facilitar el entendimiento de esa tesis inconcebible, un heresiarca del undécimo siglo3 ideó el sofisma de las nueve monedas de cobre, cuyo renombre escandaloso equivale en Tlön al de las aporías eleáticas. De ese “razonamiento especioso” hay muchas versiones, que varían el número de monedas y el número de hallazgos; he aquí la más común:

2

Russell. (The Analisis of Mind, 1921, página 159) supone que el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que “recuerda” un pasado ilusorio. 3

Siglo, de acuerdo con el sistema duodecimal, significa un período de ciento cuarenta y cuatro años.


El martes, X atraviesa un camino desierto y pierde nueve monedas de cobre. El jueves, Y encuentra en el camino cuatro monedas, algo herrumbradas por la lluvia del miércoles. El viernes, Z descubre tres monedas en el camino. El viernes de mañana, X encuentra dos monedas en el corredor de su casa. El heresiarca quería deducir de esa historia la realidad -id est la continuidad- de las nueve monedas recuperadas. Es absurdo (afirmaba) imaginar que cuatro de las monedas no han existido entre el martes y el jueves, tres entre e1 martes y la tarde del viernes, dos entre el martes y la madrugada del viernes. Es lógico pensar que han existido -siquiera de algún modo secreto, de comprensión vedada a los hombres- en todos los momentos de esos tres plazos. El lenguaje de Tlön se resistía a formular esa paradoja; los más no la entendieron. Los defensores del sentido común se limitaron, al principio, a negar la veracidad de la anécdota. Repitieron que era una falacia verbal, basada en el empleo temerario de dos voces neológicas, no autorizadas por el uso y ajenas a todo pensamiento severo: los verbos encontrar y perder, que comportan una petición de principio, porque presuponen la identidad de las nueve primeras monedas y de las últimas. Recordaron que todo sustantivo (hombre, moneda, jueves, miércoles, lluvia) sólo tiene un valor metafórico. Denunciaron la pérfida circunstancia algo herrumbradas por la lluvia del miércoles, que presupone lo que se trata de demostrar: la persistencia de las cuatro monedas, entre el jueves y el martes. Explicaron que una cosa es igualdad y otra identidad y formularon una especie de reductio ad absurdum,

o sea el caso hipotético de nueve hombres que en nueve sucesivas noches padecen un vivo dolor. ¿No sería ridículo -interrogaron- pretender que ese dolor es el mismo4? Dijeron que al heresiarca no lo movía sino el blasfematorio propósito de atribuir la divina categoría de ser a unas simples monedas y que a veces negaba la pluralidad y otras no. Argumentaron: si la igualdad comporta la identidad, habría que admitir asimismo que las nueve monedas son una sola. Increíblemente, esas refutaciones no resultaron definitivas. A los cien años de enunciado el problema, un pensador no menos brillante que el heresiarca pero de tradición ortodoxa, formuló una hipótesis muy audaz. Esa conjetura feliz afirma que hay un solo sujeto, que ese sujeto indivisible es cada uno de los seres del universo y que éstos son los órganos y máscaras de la divinidad. X es Y y es Z. Z descubre tres monedas porque recuerda que se le perdieron a X; X encuentra dos en el corredor porque recuerda que han sido recuperadas las otras... El Onceno Tomo deja entender que tres razones capitales determinaron la victoria total de ese panteísmo idealista. La primera, el repudio del solipsismo; la segunda, la posibilidad de conservar la base psicológica de las ciencias; la tercera, la posibilidad de conservar el culto de los dioses. Schopenhauer (el apasionado y lúcido Schopenhauer)

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En el día de hoy, una de las iglesias de Tlón sostiene platónicamente que tal dolor, que tal matiz verdoso del amarillo, que tal temperatura, que tal sonido, son la única realidad. Todos los hombres, en el veniginoso instante del coito, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare.


tlรถn, uqbar, orbis tertius



formula una doctrina muy parecida en el primer volumen de Parerga und Paralipomena. La geometría de Tlön comprende dos disciplinas algo distintas: la visual y la táctil. La última corresponde a la nuestra y la subordinan a la primera. La base de la geometría visual es la superficie, no el punto. Esta geometría desconoce las paralelas y declara que el hombre que se desplaza modifica las formas que lo circundan. La base de su aritmética es la noción de números indefinidos. Acentúan la importancia de los conceptos de mayor y menor, que nuestros matemáticos simbolizan por > y por <, Afirman que la operación de contar modifica

las cantidades y las convierte de indefinidas en definidas. El hecho de que varios individuos que cuentan una misma cantidad logran un resultado igual, es para los psicólogos un ejemplo de asociación de ideas o de buen ejercicio de la memoria. Ya sabemos que en Tlön el sujeto del conocimiento es uno y eterno. En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica suele inventar autores: elige dos obras disímiles -el Tao Te King y las 1001 Noches, digamos-, las atribuye a un mismo escritor y luego determina con probidad la psicología de ese interesante homme de lettres... También son distintos los libros. Los de ficción abarcan un solo argumento, con todas las permutaciones imaginables. Los de naturaleza filosófica invariablemente contienen la tesis y la antítesis, el riguroso pro


y el contra de una doctrina. Un libro que no encierra su contralibro es considerado incompleto. Siglos y siglos de idealismo no han dejado de influir en la realidad. No es infrecuente, en las regiones más antiguas de Tlön, la duplicación de objetos perdidos. Dos personas buscan un lápiz; la primera lo encuentra y no dice nada; la segunda encuentra un segundo lápiz no menos real, pero más ajustado a su expectativa. Esos objetos secundarios se llaman hrönir y son, aunque de forma desairada, un poco más largos. Hasta hace poco los hrönir fueron hijos casuales de la distracción y el olvido. Parece mentira que su metódica producción cuente apenas cien años, pero así lo declara el Onceno Tomo. Los primeros intentos fueron estériles. El modus operandí, sin embargo, merece recordación. El director de una de las cárceles del estado comunicó a los presos que en el antiguo lecho de un río había ciertos sepulcros y prometió la libertad a quienes trajeran un hallazgo importante. Durante los meses que precedieron a la excavación les mostraron láminas fotográficas de lo que iban a hallar. Ese primer intento probó que la esperanza y la avidez pueden inhibir; una semana de trabajo con la pala y el pico no logró exhumar otro hrön que una rueda herrumbrada, de fecha posterior al experimento. Éste se mantuvo secreto y se repitió después en cuatro colegios. En tres fue casi total el fracaso; en el cuarto (cuyo director murió casualmente durante las primeras excavaciones) los discípulos exhumaron -o produjeron- una máscara de oro, una espada arcaica, dos o tres ánforas de barro y el verdinoso

y mutilado torso de un rey con una inscripción en el pecho que no se ha logrado aún descifrar. Así se descubrió la improcedencia de testigos que conocieran la naturaleza experimental de la busca... Las investigaciones en masa producen objetos contradictorios; ahora se prefiere los trabajos individuales y casi improvisados. La metódica elaboración de hrönir (dice el Onceno Tomo) ha prestado servicios prodigiosos a los arqueólogos. Ha permitido interrogar y hasta modificar el pasado, que ahora no es menos plástico y menos dócil que el porvenir. Hecho curioso: los hrönir de segundo y de tercer grado -los hrönir derivados de otro hrön, los hrönir derivados del hrön de un hrön- exageran las aberraciones del inicial; los de quinto son casi uniformes; los de noveno se confunden con los de segundo; en los de undécimo hay una pureza de líneas que los originales no tienen. El proceso es periódico: el hrön de duodécimo grado ya empieza a


decaer. Más extraño y más puro que todo hrön es a veces el ur: la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la esperanza. La gran máscara de oro que he mencionado es un ilustre ejemplo. Las cosas se duplican en Tlön; propenden asimismo a borrarse y a perder los detalles cuando los olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro. Salto Oriental, 1940.

Posdata de 1947. Reproduzco el artículo anterior tal como apareció en la Antología de la literatura fantástica, 1940, sin otra escisión que algunas metáforas y que una especie de resumen burlón que ahora resulta frívolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa fecha... Me limitaré a recordarlas. En marzo de 1941 se descubrió una carta manuscrita de Gunnar Erfjord en un libro de Hinton que había sido de Herbert Ashe. El sobre tenía el sello postal de Ouro Preto, la carta elucidaba enteramente el misterio de Tlön. Su texto corrobora las hipótesis de Martínez Estrada. A principios del siglo XVII, en una noche de Lucerna o de Londres, empezó la espléndida historia. Una sociedad secreta y benévola (que entre sus afilados tuvo a Dalgarno y después a George Berkeley) surgió para inventar un país. En el vago programa inicial figuraban los “estudios herméticos”, la filantropía y la cábala. De esa primera época data el curioso libro de Andreä. Al cabo de unos años de conciliábulos y de síntesis prematuras comprendieron que una generación no bastaba para articular un país. Resolvieron que cada uno de los maestros que la integraban eligiera un discípulo para la continuación de la obra. Esa disposición hereditaria prevaleció; después de un hiato de dos siglos la perseguida fraternidad resurge en América. Hacia 1824, en Memphis (Tennessee) uno de los afiliados conversa con el ascético millonario Ezra Buckley. Éste lo deja hablar con algún desdén -y se ríe de la modestia del proyecto. Le dice que en América es absurdo inventar un país y le propone la invención de un planeta.


A esa gigantesca idea añade otra, hija de su nihilismo:5 la de guardar en el silencio la empresa enorme. Circulaban entonces los veinte tomos de la Encyclopaedia Britannica; Buckley sugiere una enciclopedia metódica del planeta ilusorio. Les dejará sus cordilleras auríferas, sus ríos navegables, sus praderas holladas por el toro y por el bisonte, sus negros, sus prostíbulos y sus dólares, bajo una condición: “La obra no pactará con el impostor Jesucristo.” Buckley descree de Dios, pero quiere demostrar al Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir un mundo. Buckley es envenenado en Baton Rouge en 1828; en 1914 la sociedad remite a sus colaboradores, que son trescientos, el volumen final de la Primera Enciclopedia de Tlön. La edición es secreta: los cuarenta volúmenes que comprende (la obra más vasta que han acometido los hombres) serían la base de otra más minuciosa, redactada no ya en inglés, sino en alguna de las lenguas de Tlön. Esa revisión de un mundo ilusorio se llama provisoriamente Orbis Tertius y uno de sus modestos demiurgos fue Herbert Ashe, no sé si como agente de Gunnar Erfjord o como afiliado. Su recepción de un ejemplar del Onceno Tomo parece favorecer lo segundo. Pero ¿y los otros? Hacia 1942 arreciaron los hechos. Recuerdo con singular nitidez uno de los primeros y me parece que algo sentí de su carácter premonitorio. Ocurrió en un departamento de la calle Laprida, frente a un claro y alto balcón que miraba el ocaso. La princesa de Faucigny Lucinge había recibido de Poitiers su vajilla de plata. Del vasto fondo de un cajón rubricado de sellos internacionales iban saliendo finas cosas inmóviles: platería de Utrecht y de París con dura fauna heráldica, un samovar. Entre ellas -con un perceptible y tenue temblor de pájaro dormido- latía misteriosamente una brújula. La princesa no la reconoció. La aguja azul anhelaba el norte magnético; la caja de metal era cóncava; las letras de la esfera correspondían a uno de los alfabetos de Tlön. Tal fue la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real. Un azar que me

inquieta hizo que yo también fuera testigo de la segunda. Ocurrió unos meses después, en la pulpería de un brasilero, en la Cuchilla Negra. Amorim y yo regresábamos de Sant’Anna. Una creciente del río Tacuarembó nos obligó a probar (y a sobrellevar) esa rudimentaria hospitalidad. El pulpero nos acomodó unos catres crujientes en una pieza grande, entorpecida de barriles y cueros. Nos acostamos, pero no nos dejó dormir hasta el alba la borrachera de un vecino invisible, que alternaba denuestos inextricables con rachas de milongas -más bien con


rachas de una sola milonga. Como es de suponer, atribuimos a la fogosa caña del patrón ese griterío insistente... A la madrugada, el hombre estaba muerto en el corredor. La aspereza de la voz nos había engañado: era un muchacho joven. En el delirio se le habían caído del tirador unas cuantas monedas y un cono de metal reluciente, del diámetro de un dado. En vano un chico trató de recoger ese cono. Un hombre apenas acertó a levantarlo. Yo lo tuve en la palma de la mano algunos minutos: recuerdo que su peso era intolerable y que después de retirado el cono, la opresión perduró. También recuerdo el círculo preciso que me grabó en la carne. Esa evidencia de un objeto muy chico y a la vez pesadísimo dejaba una impresión desagradable de asco y de miedo. Un paisano propuso que lo tiraran al río correntoso. Amorim lo adquirió mediante unos pesos. Nadie sabía nada del muerto, salvo “que venía de la frontera”. Esos conos pequeños y muy pesados (hechos de un metal que no es de este mundo) son imagen de la divinidad, en ciertas religiones de Tlön. Aquí doy término a la parte personal de mi narración. Lo demás está en la memoria (cuando no en la esperanza o en el temor) de todos mis lectores. Básteme recordar o mencionar los hechos subsiguientes, con una mera brevedad de palabras que el cóncavo recuerdo general enriquecerá o ampliará. Hacia 1944 un investigador del diario The American (de Nashville, Tennessee) exhumó en una biblioteca de Memphis los cuarenta volúmenes de la Primera Enciclopedia de Tlön. Hasta el día de hoy se discute si ese descubrimiento fue casual o si lo consintieron los directores del todavía nebuloso Orbís Tertius. Es verosímil lo segundo. Algunos rasgos increíbles del Onceno Tomo (verbigracia, la multiplicación de los hrönir) han sido eliminados o atenuados en el ejemplar de Memphis; es razonable imaginar que esas tachaduras obedecen al plan de exhibir un mundo que no sea demasiado incompatible con el mundo real. La diseminación de objetos de Tlön en diversos países complementaría ese plan5...El hecho es

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Queda, naturalmente, el problema de la matesia de algunos objetos.


que la prensa internacional voceó infinitamente el “hallazgo”. Manuales, antologías, resúmenes, versiones literales, reimpresiones autorizadas y reimpresiones piráticas de la Obra Mayor de los Hombres abarrotaron y siguen abarrotando la tierra. Casi inmediatamente, la realidad cedió en más de un punto. Lo cierto es que anhelaba ceder. Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden -el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo- para embelesar a los hombres. ¿Cómo no someterse a Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas -traduzco: a leyes inhumanas- que no acabamos nunca de percibir. Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres. El contacto y el hábito de Tlön han desintegrado este mundo. Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles. Ya ha penetrado en las escuelas el (conjetural), “idioma primitivo” de Tlön; ya la enseñanza de su historia armoniosa (y llena de episodios conmovedores) ha obliterado a la que presidió mi niñez; ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre -ni siquiera que es falso. Han sido reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología. Entiendo que la biología y las matemáticas aguardan también su avatar... Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue. Si nuestras previsiones no erran, de aquí a cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlön. Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne



Variaciones en torno al sueño Leonardo Pez (Argentina, 1986)

*En el sueño uno Esto es un sueño. Estoy atrapado o inmerso en él por un derroche paradójico de variables como el miedo, la esperanza, la desesperación y la inconmensurable gravedad de esos segundos de plomo. Los del sueño. dos Este sueño es como todos: histórico, aparentemente irreversible y dado desde el comienzo de nuestras vidas. Sólo que demasiado histórico e irreversible. Además, como criterio de distinción, este sueño parece una celda interminable compuesta de una infinita cantidad de números reales en intervalos que se proyectan desde el norte al sur y no admiten la incursión literaria, ni al menos la consecución coherente de dos palabras, aceptadas éstas por la rae. Creo que lo único que vale es adoptar la técnica del sueño corto. Tirarse en el aire, desplomarse, en una posición no tan cómoda como resignada. En la posición del hombre medio que se dispone al encuentro litúrgico con la tele. Obviar, con displicencia, la evidencia de los barrotes herrumbrados, y allí empezar. Desde cero o desde el ámbito purpúreo que el hombre descubre en su mano una vez que escribe lo que le cuentan otros hombrecitos dentro suyo. Pobrecitos. Acomodarse, in fine, a la burbuja impertérrita del sueño, y, en vez de tachar los días, agregarlos, cambiarlos de lugar, disponerlos libremente al azar de las emociones, crear nuevos nombres para nuevos días, hacer desaparecer los días como los dinosaurios, por efecto mariposa o por manuales de historia. Resguardar el tiempo en la voz, si pudiera reducirse a coplas, o estamparlo contra la pared, si se tratara de un insecto. O guardarlo en las manos, como esa porción de mar que nos queda en la infancia. Morigerar el tiempo, claro, y redistribuirlo en nuevas formas de cielo que contengan su razón de ser. Ser un espectador, aunque no indolente desde luego, del ejercicio de la eterna descomposición del tiempo en múltiples partículas que nadie dibuja ni se gasta en nombrar, porque nadie se atreve a llegar tan lejos con el sueño. Ni más ni menos que adecuarse a la esfera pesada del ensueño como un personaje de alguna historia que se filtra en la imaginación y que suscita múltiples escenarios, múltiples fronteras, múltiples ideas y eso: repetirse en el eco de una montaña literaria y teatral.

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*Es el sueño tres Insisto en el sueño, arribando a él, ahora, a través de una aproximación no meramente esencialista, sino más bien mnemotécnica, pues ¿de qué otra manera el hombre puede indagar el sueño? Pues bien, el sueño resulta difícil de precisar para toda persona. Yo creo que él es el máximo derecho que tiene un ser humano, porque a partir de él, en él, el hombre decide y se cuestiona, se decide y cuestiona, y desde ese pedestal subterráneo, crea. El sueño es la magnífica posibilidad que tiene el ser humano de escaparse de su asfixiante laburo, de sus amoríos en declive y de sus llantos por venir, con un mínimo gesto de franqueza. Con un irse, escabullido entre los siglos y los campos. Con un irse que murmura. Es el sueño del material de las promesas, del erotismo de un abrazo cerrado, de la síntesis de un signo máximo. Entonces, de tanto nombrarlo, caigo en el sueño y en él: Julia me susurra Baudelaire / y retrocedo las mañanas y las tardes y las amontono en un único dolor (dolor gris) / me duelen las manos de tanto (no) escribir / y a mis manos, les crecen manos de cedro que se escapan del panorama de la ventana y de este pseudo-ensayo/ gran mentira que resulta de un encuentro de poemas///////////////////// Claro que el sueño es demasiado egoísta como para renunciar a su atroz dominio sobre nuestra imaginación. Al efecto de salvaguardar su altanería y sus límites imprecisamente fijados con sangre de tiza, el sueño dispone de la voluntad del ronquido y de la pasividad del universo durante la madrugada. La función primordial del ronquido es ensayar algo así como un campo de energía /como un bloque de sin sonidos/ alrededor del espacio que se diagrama entre el cuerpo del durmiente y su sombra, con el fin de evadirse de las externalidades del mundo de lo cotidiano: vanidades, boludeces, como quieras llamarlas. *¿Qué es el sueño? cuatro Los sueños sueños son, dijo Calderón

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Variaciones oníricas Yelenia Cuervo (1978)

*** En un principio escucho palpitar mi corazón. Los oleajes del líquido amniótico me absorben y me conducen a una tranquilidad hasta ahora insospechada: son los confines universales, el océano de donde mana toda existencia. Soy capaz de percibir la voz y la risa de mi madre, sus cantos y los borbotones de su virtud encarnada. En mi condición de neonato danzo en la acuífera y voluptuosa esfera que me llevará en algún momento al exterior… *** Quizá el coito sea como un breve sueño, una deuda en vidas pasadas, una ofrenda para implotar las vísceras del ser. Naufragar en ciudades y laberintos sin retorno alguno. Habitar tierras fertilizadas de ámbar bajo la risa de la posesión. Descuartizar los sentidos con lluvia y onomatopeyas. Desdoblar la psique como lo haría un esquizofrénico en dominios baldíos, tal vez, en astutos mares, o en urbes de fantasía. *** Entonces, Derramo mi única voluntad en tu cuerpo orbita azúcar cielo miel afrodisiaco entre tus piernas y recojo la memoria sepultada de tu sexo inmaculado y entrañado por siete virtudes a la luz del amanecer tus rizos oscuros sobre mi vientre me gritan y fracturan las estrellas al ritmo de la locura entre vagabundos y sortilegios de un psiquiátrico. He emanado todo mi deseo mi carne fantasma en tus atavíos color púrpura con la piel y con la pluma los pies y cierta indecencia. Entre los designios de la oniria guardo silencio renazco juego tomo tu plexo solar desde el centro lo beso lo lamo lo alabo hasta despertar de nuevo [65]


La siega

Giovanni Castillo (Ciudad de México, 1983)

—¡Vieja, anoche soñé que sembraba uñas! —¿¡Qué!? Te dije que no cenaras tanto antes de dormir, pero tú no entiendes, viejo, ni vas a entender hasta que una de tus pesadillas te mate de susto. —Sí, sí, bien sabes que eso no va a pasar. ¿Ya está el desayuno?, amanecí con harta hambre después de sembrar tanto anoche. Vieras, vieja, cuánta tierra teníamos en mi sueño. Me levantaba yo bien temprano para comenzar a tirar las uñas, hasta me apuraba porque sabía que el día entero no me iba a alcanzar para recorrer todo el campo de ida y de venida, ya estaba pensando en cómo convencerte de que había sembrado todo el día y no me había ido a jugar dominó con don Rogelio. — ¡Ándale, vente a sentar que se te va a enfriar la carne, acá me cuentas! —Yo sigo pensando de dónde voy a sacar tantas uñas. —¿Y para qué quieres uñas, viejo? Tú y tus ocurrencias te van a terminar por matar de un susto. Como esa vez que quisiste poner antorchas en toda la cerca del campo para que no se acercaran los coyotes. No me hiciste caso y ya ves, los coyotes se metieron de todos modos. — ¡Es que eran muchas, vieja, muchas de verdad! Tenía un bote grandote, como dos veces más grande que donde guardo los ojos de los becerros, y todo él estaba lleno hasta el tope de uñas, bien blanquitas y bien recortadas, hasta parecía que eran miles de larvas azucaradas. Yo me tropezaba con el bote cuando pasaba frente al altar, estaba allí en el suelo junto a las hoces, como si alguien lo hubiera dejado de ofrenda a nuestra Señora. No me caía pero soltaba una blasfemia que se oía hasta nuestro cuarto, porque yo alcanzaba a escuchar cómo me decías que no gritara esas cosas, con esa voz que tienes cuando te acabas de despertar. Bueno, yo no te hacía mucho caso y abría la puerta para encontrarme con que nuestro campo había crecido hasta ser como diez veces más grande que ahora. —¡Nada más me diste por mi lado, siempre haces lo mismo, yo no sé ni por qué me esfuerzo en corregir tus modales! —¡Espérate, vieja, ahí viene lo bueno! ¿Ya no queda más carne? —Sí, ¿te sirvo? —Sí, por favor. Cuando salí al campo, el sol seguía dormido todavía y aunque yo no lo escuchaba, yo sabía que el gallo ya había cantado, porque él me había despertado. Fue entonces que destapé el bote, y las vi por primera vez, brillaban poquito con la luz de la luna y yo sabía lo que tenía qué hacer, ¿sabes?, jamás se me hubiera ocurrido sembrar uñas hasta el día de hoy, bueno, hasta que tuve este sueño. Yo no iba a revisar las gallinas, tampoco a los becerros, en cuanto salía de la casa me dirigía al campo. Metía la mano en el bote y sentía cómo las uñas me picaban la carne, como si me comieran pedacitos muy pequeños sin que me doliera mucho. Luego sacaba un puñado y las aventaba al suelo con mucha fuerza para que se esparcieran lo más posible. Así continuaba, daba dos pasos y volvía a arrojarlas al suelo. Cuando me daba cuenta, ya había cubierto tanta tierra como tenemos ahora, y sabía perfectamente que no iba a terminar pronto. Me detuve por un momento para ver si faltaba mucho para amanecer. La luna ya no se veía y el cielo comenzaba a clarear lo suficiente como para ver todas las uñas que había regado. Se veían como esa vez que el coyote desenterró a tu tío, ¿te acuerdas? —¿A Memo? — ¡No, vieja, a [66]


Domingo! La vez que llegamos y solo encontramos regadas sus uñas, ¡acuérdate, hasta te dije que parecía que al suelo le estaban saliendo escamas! ¿Ya recordaste? — Sí, ya, a ese condenado coyote no lo atrapamos jamás. —Así se veía, solo que en todo el campo, ¡hasta me sentía orgulloso!, pensaba que si no crecía nada, al menos podría adornar el campo así para que se viera bonito en las fiestas de nuestra Señora. — Oye, viejo, ¿y qué ibas a cosechar? —¡Eso es precisamente lo que llevo pensando desde que pelé el ojo! La verdad es que mi sueño no llegaba hasta allá. Yo sabía que con ayuda de nuestra Santa Patrona la cosecha iba a ser bien abundante, pero nunca supe qué cosas recogeríamos a la mera hora. He estado pensando que quiero sembrar uñas para ver qué sale de la tierra, ¿te imaginas? a lo mejor salen cosas como papas o camotes; incluso he pensado en que podrían salir arbustos con frutos rosados bien tupidos sobre sus ramas verdes; si se dan árboles, tal vez le cuelguen pencas como las de los plátanos solo que color mamey y menos alargados. No sé, vieja, me emociona pensar en qué podría salir. Una vez que terminaba de sembrar todo mi bote, regresaba a casa, y yo me alegraba de que no hubiera amanecido todavía porque así no tenía que darte explicaciones de dónde había estado todo el día. Como era temprano, aprovechaba para ir a ordeñar a la vaca, solo que en esa ocasión nos daba leche para llenar dos barriles. No me preguntes por qué, pero yo estaba seguro de que debía regar con ella el campo. Lo que pensaba en ese momento era que la tierra necesitaba los nutrientes de la leche y que así como a un bebé se le da para que crezca fuerte, así se la debía de dar a mi siembra para que nos diera buenos frutos. Por eso era que yo regresaba con mi cubeta y con una palangana para regar el campo siguiendo los mismos pasos que hice a la hora de sembrar. —Oye, viejo, ¿y si no salían plantas? —¡Eso mismo se me ocurrió, estaba a punto de contártelo! Se me ocurrió que tal vez, y solo tal vez, con ayuda de la leche y el cuidado maternal que le tengo a mis parcelas, podían llegar a crecer de cada uña, un dedito, y éste creciera suficiente como para ver la luz del sol y para soportar una palma muy pequeña, tan pequeña que en lugar de hueso tendría cartílago. ¿Te imaginas? Podríamos venderlas en un vaso con harto limón y chile piquín. —¿Como el señor que vino el otro día vendiendo patas de pollo? —¡Justo en él estaba pensando!, también las podríamos picar en trozos pequeños, y venderlas como esquites, ¿a poco no se te hace agua la boca? Bueno, fue en el mismo instante en que pensé que eso podía pasar, que decidí contarte mi sueño. Ahora solo falta ver de dónde voy a sacar tantas uñas. Primero voy a vaciar los ojos del bote y a lavarlo bien para que quede tan limpio como lo soñé, luego voy a salir a arar la tierra hoy y mañana. ¡Tú mientras invita a cenar a Rogelio y a su mujer, cuando terminemos todos de comer, les contamos, verás que hasta nos regalan las uñas de sus hijos! También pienso que debería ir al pueblo, seguramente encontraré a mucha gente que no le importe que me quede con sus uñas si se las corto, incluso habrá uno que otro que acceda a vendérmelas. Y si después de hacer todo eso no logro llenar el bote, voy a tener que desenterrar a tus tíos y a mi papá, ya ves que dicen que a los muertos no les dejan de crecer las uñas, con tantos años que llevan difuntos, seguramente hasta nos sobrarán. ¿¡Qué te parece la idea, vieja!?—¡Yo pensé que jamás me ponías atención! Siempre te ando diciendo que tus sueños se pueden hacer realidad, y no pudiste haber escogido un mejor momento para comenzar a realizarlos. Anda, ve a arar la tierra, yo buscaré las palas y lavaré el bote. Después, cuando vuelvas, puedes comenzar a recortar mis uñas [67]


Fuego que sueña Jhonnatan Curiel (Tijuana, 1986)

Sabemos que vamos a morir pero aún falta he ahí la existencia puesta en su desnudez La vida es como un globo que asciende al cielo para estallar en lo más alto o dejarse llevar por el viento hasta que se le seca la fuerza y cae a la diminuta altura de donde también surgió: Polvo Como no sentir un aliento fracturado a veces una especie de letargo o cansancio hipnótico una voz que nos susurra en el tedio pequeño llanto de indiferencia y melancolía Como no mirarse las manos y saber que a nuestro cuerpo lo van destejiendo los años se nos acaban las agujas para remendar recuerdos se va llenando de brisa el corazón La plenitud está en la muerte pero también en la vida y somos plenos en los momentos más efímeros y en los más insignificantes también No podría ser de otra manera si la dinámica que mueve este mundo es la confrontación no podría serlo tampoco si no reconociéramos en esta ilusión una parálisis Somos tan solo proyecciones de luz en la materia minerales blandos y líquidos compactos somos fuego que sueña y se desvela en la más completa oscuridad

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