Turismo / La Nación

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Gualeguaychú, lincoln y mercedes en la fiesta local | Pág. 6

un mosquito revoluciona las costas colombianas

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El ritmo global

Vuelta al mundo en diez carnavales Multitudinario en Río de Janeiro, con máscaras en Venecia, o con tradiciones andinas en Oruro, entre otros, la esencia es la misma: baile y desenfreno en una fiesta a la que todavía hay tiempo de sumarse | Página 4 En el Sambódromo de Río de Janeiro, las mejores entradas alcanzan los 500 dólares

corbis

Everglades, donde los cocodrilos se sienten en casa ESTADOS UNIDOS. En el parque nacional de la Florida se pueden ver los intimidantes reptiles a poca distancia y sin rejas de por medio; una excursión para sumergirse en la naturaleza a menos de una hora de Miami

Lucila Marti Garro para la nacion

MIAMI.– Tan cerca pero tan lejos. Basta andar 40 minutos por la ruta 41 para pasar del Dolphin Mall, un emblema del consumo en Miami, a la entrada del Parque Nacional Everglades, un silencioso paraíso natural donde habitan desde ranas hasta panteras, pasando por los característicos cocodrilos. Todos sueltos, sin rejas. Hasta donde la vista alcanza, no hay nada, salvo vegetación. Ésa es, al menos, la primera impresión. Aparecen enseguida una diversidad de pájaros, reptiles, gigantes tortugas. El parque alberga 68 tipos de animales en extinción. Aquí se habla del sawgrass, pero no se refieren al outlet de

compras. Es el nombre que llevan los juncos a nuestro alrededor, y que pueblan este ecosistema que cubre casi la totalidad de la punta sur de La Florida. Durante miles de años ocupó la mitad del Estado. Pero el desarrollo lo fue arrinconando hasta convertirse en parque nacional, al que se accede por alguna de sus entradas: la principal, en Homestead; la más cercana a Miami, Shark Valley, o la del golfo, Everglades City. Un cartel sobre la ruta 41 anuncia la llegada al parque, que ocupa 6070 km2, 30 veces la ciudad autónoma de Buenos Aires. Se ven autos estacionados en la ruta. Es la entrada de Shark Valley, cuyo estacionamiento es tan pequeño, que salvo los primeros visitantes, el resto debe dejar el auto afuera.

Aunque aterrorizan, los aligátores no son por naturaleza violentos Llevo mochila al hombro con repelente de mosquitos, sándwiches y bebidas por si el hambre me ataca en el medio de la selva”. Opto por subirme al colectivo con forma de tranvía (US$ 20 adultos, US$ 13 menores), un paseo de dos horas que recorre la vuelta asfaltada de 21 km de largo. Toma el sendero del este, llega hasta la torre de observación en la punta sur, y vuelve por el Oeste. Lo más lindo, no obstante, es andarlo en

bicicleta, para detenerse cuando uno quiere y obtener encuentros cercanos con los cocodrilos. Eso hace la mayoría, incluso muchos de aspecto poco atlético. Mientras nos acomodamos en nuestros asientos junto con otros 30 exploradores (la mayoría gente grande), nuestra guía toma el micrófono que proyecta su voz en los altoparlantes del micro. Se llama Cynthia e introduce al Parque Nacional Ever-

glades como el tercero de Estados Unidos en tamaño y el primero en diversidad biológica. Hay que permanecer sentados, advierte. En cualquier momento el conductor aprieta los frenos para ver a un animal. Tengo en mente lo que está por venir: pantano y cocodrilos. Apenas arranca el recorrido, a ambos costados del camino hay cada tanto, aligátores. No son cocodrilos, explica

la guía, si bien son de la familia. Los aligatores son de agua dulce, de color casi negro, y cuando cierran la boca apenas se le ven unos pocos dientes. Los cocodrilos, en cambio, son de agua salada, de color verde, y se le ven todos sus dientes aún con la boca cerrada. Salvo esas diferencias técnicas, me causan los mismos nervios. A veces algunos se asoman a la orilla de la calle, y hay que sortearlos con precaución y distancia prudencial. Seguimos andando. Nuestra guía empieza a mostrar los distintos ecosistemas, los pájaros, plantas, los terrenos elevados con densidad de arbustos (donde se esconden de los depredadores los animales más pequeños), los terrenos levemente deprimidos (donde van los cocodrilos en la temporada seca en busca de agua). Así empieza nuestra instrucción sobre los Everglades. Hay cuatro pequeños lagos, señala, son artificiales y es de donde se extrajo la tierra caliza para hacer la calle por la cual circulamos. El tren para abruptamente, pero vale la pena el susto. Un aligator con cuatro bebes a dos metros del asfalto. Nos paramos en silencio quienes estamos en el extremo más alejado, ya que Cynthia nos pide ser sigilosos: la madre es celosa de su cría. Haciendo un paneo visual de 360 grados, se ve la nada misma. Pocos árboles, juncos, terreno chato, verdeamarillento. Es allí donde se derrumba mi otro preconcepto. Continúa en página 7


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Turismo / La Nación by Vanesa Tapertte - Issuu