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REPORTAJE / Carlos Bedia, economista

Recientemente hemos conocido el efecto de las negociaciones del presidente del Gobierno Miguel Ángel Revilla en su visita relámpago a Bruselas para negociar la inclusión de Cantabria en el Corredor Ferroviario Atlántico, y el resultado ha sido el esperado, no tenemos nada que hacer hasta 2050.

No somos conscientes del tremendo impacto negativo que la negligencia, indolencia e incompetencia de los distintos gobiernos de Cantabria en la negociación de esta estratégica infraestructura económica, ha tenido en la decisión de apartarnos de dicha inversión europea.

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Pero también hay que decir que uno de los motivos de que Cantabria se quede aislada y sin inversiones es sencilla y llanamente su tamaño y peso en el PIB de España y de Europa.

Las condiciones que pedía Europa para incluir a las distintas regiones en esta infraestructura dependían, en parte, de los flujos de mercancías de sus puertos mas relevantes, así Asturias, País Vasco y por último Galicia, han visto aceptada su petición de incluirse en el corredor ferroviario gracias a que los volúmenes de tráfico de mercancías por sus puertos superan los 10 millones de toneladas al año y también a la negociación de sus gobernantes.

Desafortunadamente el puerto de Santander no cumple esa condición que, aunque no era la más importante, si justificaba la presencia de nuestra región en las inversiones que nos conectasen con el resto de Europa.

Esta decisión de rechazar a Cantabria por su escaso peso industrial es una bofetada de realismo a los minifundios políticos que surgieron en los albores

Carlos Bedia, economista.

de nuestra democracia, en donde todos querían ser cabeza de ratón, y en la que los políticos montañeses de la época decidieron que era mejor ser una comunidad de escasamente 500.000 habitantes y 5.000 Kilómetros cuadrados que ser el “Mar de Castilla” en una comunidad de 3 millones de habitantes y 100.000 kilómetros cuadrados.

Y el resultado de estos 40 años de autonomía y de esa decisión de estar solos, se está viendo ya que fue un error histórico. Si Cantabria en 1982 era una de las 10 provincias de España con mayor PIB, hoy hemos perdido 16 puestos y estamos fuera de las 25 provincias más ricas.

Hemos visto como, en estos 40 años, Cantabria no ha recibido ninguna inversión de relevancia, Por poner un ejemplo, todavía nuestra conexión por carretera a Burgos no es autovía. Hemos aceptado como la única noticia buena del AVE es que llegará a Palencia en 2030 y nos hemos resignado a que nuestro puerto no sea capaz de acercarse a los volúmenes de nuestros dos grandes rivales Gijón y Bilbao.

Y si a eso le sumamos, un gobierno indolente e ineficaz que cuando había que negociar la incorporación de Cantabria a las inversiones de Europa no acudía por desconocimiento o por dejadez, y que cuando se ha descubierto esa lamentable gestión de lo público, se inventaron un viaje a Bruselas para intentar parar el golpe de su inutilidad y poder echarle la culpa a cualquiera menos a la propia gestión del gobierno de Revilla, obtenemos como resultado un nuevo aislamiento estratégico de infraestructuras para Cantabria.

Realmente no somos conscientes de lo que este aislamiento supondrá para las futuras generaciones de cántabros, como no fueron conscientes en su momento los políticos regionalistas del negativo impacto que tendría para Cantabria apostar por ser una comunidad uniprovincial en vez de formar parte de Castilla y León.

Nadie reconocerá el error de esa decisión, es más, a los que lo consideramos que fue una decisión catastrófica para todos nosotros nos tacharán de “antipatriotas” por que nos atrevemos a decir que ¡El Rey está desnudo!

En una comunidad en la que se ha instalado una camarilla de políticos de bajo perfil, que lleva enquistándose estos 40 años y parasitando los escasos recursos de los que disponemos, y que ahora es imposible de extirpar de la actuación política, ya no hay vuelta atrás.

El ninguneo de Europa a Cantabria al no incluirlo en la Red Ferroviaria del Atlántico es, además de una tragedia económica, un síntoma de por dónde va a ir el futuro de nuestra región. En una España en la que el concepto de solidaridad interregional, esa quimera en la que las regiones más ricas iban a ayudar a las más pobres a mejorar su futuro, se ha transformado en una negociación de mercado persa en donde se fomenta el egoísmo nacionalista para que las comunidades más ricas sean las que más reciben, en este escenario, Cantabria no tiene absolutamente nada que hacer, ni cuenta con un solo aliado que defienda los justos intereses que, en el caso de las infraestructuras, necesitamos para ser competitivos en Europa.

Desafortunadamente Cantabria es prisionera de las decisiones que tomó en el Siglo XX y que harán que el siglo XXI nos lleve a añorar la prosperidad de nuestra tierra del siglo XIX.

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