Memorias de Idhún , de Laura Gallego, es una trilogía de fantasía que transcurre en varios mundos: la Tierra, Limbhad y, por supuesto, Idhún, el mundo de los tres soles y las tres lunas. Acompaña a Jack, Victoria y los demás en la aventura más grande de sus vidas, en una lucha por salvar a los idhunitas del gobierno de Ashran el Nigromante y los sheks, las temibles serpientes aladas. El día en que se produjo en Idhún la conjunción astral de los tres soles y las tres lunas, Ashran el Nigromante se hizo con el poder allí. En nuestro mundo, un guerrero y un mago exiliados de Idhún han formado la Resistencia, a la que pertenecen también Jack y Victoria, dos adolescentes nacidos en la Tierra. El objetivo del grupo es acabar con el reinado de las serpientes aladas, pero Kirtash, un joven y despiadado asesino, enviado por Ashran a la Tierra, no se lo va a permitir…
Los miembros de la Resistencia han llegado por fin a Idhún, dispuestos a hacer cumplir la profecía. Pero no todo es tan sencillo como parece. ¿Asumirán los protagonistas su papel en el destino vaticinado por los Oráculos? ¿Puede la Resistencia confiar en su nuevo aliado? ¿Cómo serán recibidos en Idhún, después de quince años de ausencia? ¿Cuál será el próximo movimiento de Ashran y los sheks?
Tras la última batalla contra Ashran y los sheks, muchas cosas parecen haber cambiado en Idhún. Sin embargo, los Oráculos hablan de nuevo, y sus voces no son, ni mucho menos, tranquilizadoras. Algo está a punto de suceder, algo que puede cambiar para siempre el destino de dos mundos… algo que, tal vez, ni siquiera los héroes de la profecía sean capaces de afrontar…
MEMORIAS DE IDHÚN I: LA RESISTENCIA Libro I: Búsqueda JACK Era ya de noche, una noche de finales de mayo, y un chico de trece años subía en bicicleta por una carretera comarcal bordeada de altas coníferas, de regreso a su casa, una granja junto a un pequeño bosque. Se llamaba Jack. Hacía ya un par de años que vivía con sus padres en aquella granja a las afueras de Silkeborg, una pequeña ciudad danesa, y todas las tardes, al salir de clase, si el tiempo lo permitía, efectuaba aquel trayecto en bicicleta. Le gustaba hacer ejercicio y, además, el recorrido junto al bosque lo relajaba y apartaba de su mente todas las preocupaciones. Pero, por alguna razón, aquella vez era diferente. Llevaba todo el día teniendo una extraña intuición con respecto a su casa y sus padres. No habría sabido decir de qué se trataba, pero tampoco había podido evitar llamar a su madre a mediodía, para asegurarse de que los dos estaban bien, y lo había encontrado todo en orden. Sin embargo, apenas un rato antes, al salir del colegio, había sentido que aquel molesto presentimiento que lo había acosado durante todo el día regresaba con más fuerza. Sin ningún motivo aparente, intuía que su familia estaba en peligro. Y sabía que era absurdo, sabía que no tenía una explicación racional para aquella sensación, pero no podía evitarlo. Tenía que llegar a casa cuanto antes y comprobar que todo marchaba bien. Cuando llegó a la granja por fin, el corazón estaba a punto de estallarle del esfuerzo. Dejó la bicicleta tirada junto al cobertizo, sin preocuparse por guardarla, y corrió hacia la entrada. Se detuvo de pronto, con el corazón latiéndole con fuerza. Joker, su perro, no había acudido a recibirle, como todos los días. Tampoco se oían sus ladridos desde la parte posterior de la granja. “Habrá ido al bosque”, se dijo Jack, tratando de calmarse. No pudo evitarlo, sin embargo. Echó a correr de nuevo hacia la puerta de la casa. La halló entreabierta y entró. Algo le detuvo. En apariencia, todo parecía normal. La luz del salón estaba encendida, se oía el murmullo apagado del televisor. Pero se respiraba un ambiente extraño. Temblando, entró en el salón. Su padre estaba sentado en el sofá, frente al televisor, de espaldas a él. Podía ver su cabeza descansando sobre el respaldo. —Papá… No hubo respuesta. En la televisión ponían un estúpido programa de imitadores de cantantes famosos, y Jack se aferró desesperadamente a la idea de que era lógico que su padre se hubiese quedado dormido. Rodeó el sofá y, tras un breve instante de vacilación, miró a su padre a la cara. Estaba inmóvil, pálido, con los ojos abiertos de par en par, desenfocados, mirando a ninguna parte. No había ninguna señal de sangre o violencia en su cuerpo. Pero Jack supo que estaba muerto. Algo golpeó su conciencia con la fuerza de una pesada maza. Por un momento el tiempo pareció detenerse, y su corazón, con él; pero de inmediato el mundo a su alrededor se tambaleó y empezó a girar a una velocidad abrumadora. Se abalanzó hacia su padre y lo sacudió varias veces, tratando de hacerlo reaccionar. En el fondo sabía que era inútil, pero, simplemente, no quería creerlo. —¡Papá! Papá, por favor, papá, despierta… Su voz se quebró con un sollozo aterrorizado. De pronto pensó que tal vez no era demasiado tarde, que tenía que llamar a una ambulancia, y quizá… corrió hacia el teléfono y descolgó el auricular. Pero no había línea. Jack colgó el teléfono con violencia, rabia y desesperación; se secó las lágrimas con la manga del jersey, dio media vuelta y se precipitó escaleras arriba. […]
MEMORIAS DE IDHÚN - TRÍADA Libro III: Despertar PRÓLOGO La serpiente entornó sus ojos irisados, pero no hizo el menor movimiento ni denotó ninguna emoción especial cuando dijo telepáticamente: “Ya están aquí”. —Lo sé —respondió en voz baja Ashran, el Nigromante, desde el otro extremo de la habitación. Estaba asomado al ventanal, como solía, contemplando la salida de la tercera de las lunas por el horizonte de su mundo. La serpiente alzó la cabeza y desenroscó lentamente su largo cuerpo anillado. Era inmensa, y ni siquiera había desplegado las alas. Cada escama de su cuerpo irradiaba un poder misterioso y letal, un poder ante el que cualquier mortal temblaría de terror. Pero Ashran, el Nigromante, no era un hombre corriente. Tampoco aquella era una serpiente corriente, ni siquiera entre las de su raza. Se trataba de Zeshak, el señor de los sheks, la más poderosa de las serpientes aladas. “El dragón y el unicornio”, enumeró. “Dos hechiceros: un humano y una feérica. Y un caballero de Nurgon, medio humano, medio bestia”. —Deben de formar un grupo singular —sonrió Ashran—. Tengo ganas de verlos en acción. Pero eso no es todo, ¿verdad? Hay una sexta persona. Hubo un breve silencio. “El traidor está con ellos”, dijo Zeshak con helado desprecio. “Ese a quien llamabas tu hijo es ahora el sexto renegado de la Resistencia”. Ashran hizo caso omiso del tono irritado de su interlocutor. Desde que Kirtash los había traicionado, ningún shek había vuelto a pronunciar su nombre. —Sé que quieres verlo muerto —dijo el Nigromante—. Y tendrás esa satisfacción. Pero el dragón y el unicornio son más importantes ahora. Zeshak no dijo nada, pero Ashran percibió su escepticismo. —La profecía se está cumpliendo —le espetó el hechicero—. ¿O es que crees poder luchar contra el destino? “No existe el destino”, replicó el shek. “Los dragones nos condenaron a vagar por los límites del mundo durante toda la eternidad, y míranos, estamos aquí. Somos dueños absolutos del planeta, y de nuestro propio destino. Y hemos acabado con todos los dragones”. —No con todos —le recordó Ashran. En los ojos tornasolados del shek brilló un breve destello de ira. “Y, a pesar de todo, los sheks deseamos más la muerte del traidor que la de ese dragón que se nos ha escapado”. —Pero, en cuanto os topéis con él, volveréis a sucumbir al odio —sonrió Ashran—. Como ha sido siempre. Un dragón, aunque sea uno solo, aunque sea el último, sigue siendo un enemigo peligroso. El shek dejó escapar un airado siseo. “¿Cómo es posible que consideres peligroso a un dragón que está tan contaminado de humanidad?”. —¿Cómo es posible que los subestimes, Zeshak? No son criaturas corrientes. Son parte de una profecía, y detrás de las profecías está la mano de los dioses. “Entonces, no deberías haberlos dejado volver”, opinó Zeshak. Ashran se encogió de hombros. —En la Tierra habrían quedado lejos de mi alcance. Además, hiciera lo que hiciese, mientras pudieran refugiarse en Limbhad estarían a salvo. —Alzó la cabeza para clavar en la serpiente la mirada de sus ojos plateados—. Ahora ya no lo están.[…]
MEMORIAS DE IDHÚN III: PANTEÓN Libro V: Convulsión I. PIEDRA Y HIELO La magia no era suficiente. Se había dado cuenta muchos días atrás, pero simplemente no había querido creerlo. Por pura obstinación había seguido su marcha hacia el norte, siempre hacia el norte, aun cuando ni todos los hechizos térmicos eran ya capaces de mantener su cuerpo caliente, aun cuando hacía ya días que su montura había caído sobre la nieve, abatida por el frío y la inanición. Pero él había continuado su viaje, cojeando, ajeno a todo esto, sin ser apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor. Sabía que estaba ya muy cerca, lo intuía. Los conjuros localizadores no podían equivocarse. Y, no obstante... Se detuvo un momento, tiritando. Se pasó la lengua por los labios amoratados y miró en torno a sí, desorientado. La ventisca confundía sus sentidos; la cortina de nieve le impedía ver qué había más adelante, y el sordo sonido del viento lo aturdía sin piedad. Buscó algún punto de referencia, pero ni siquiera fue capaz de distinguir los picos de las montañas en la oscuridad. No tenía ya fuerzas para abrir un túnel seco entre la tormenta de nieve. La magia lo abandonaba poco a poco, y ya apenas conseguía mantener su cuerpo caliente. Cuando se dio cuenta de que tenía frío, comprendió de pronto que, si el hechizo térmico ya no funcionaba, ningún otro lo haría tampoco. Tenía que detenerse, descansar en algún sitio, buscar un refugio. Se volvió hacia todos lados, pero sólo el viento y la nieve respondieron a su muda petición de auxilio. Se echó sobre las manos el poco aliento que le restaba y siguió caminando, abriéndose paso a duras penas por la helada tierra de Nanhai. Volvió a detenerse unos metros más allá, sin embargo. Sus sentidos de mago le alertaban de un peligro indefinido oculto en algún lugar de la tormenta. O tal vez su intuición, al igual que su magia, le estaba fallando también. Apenas tuvo tiempo de preparar un hechizo de protección antes de que la bestia se le echara encima. El mago ahogó una exclamación y pronunció instintivamente las palabras de un conjuro defensivo; pero nada sucedió. La chispa de su magia no prendió, su poder no acudió a su llamada. Tuvo apenas un instante para echarse a un lado y rodar sobre la nieve, tratando de alejarse del animal, pese a que sabía que, una vez en el suelo, ya no tenía escapatoria. Se arrastró como pudo, pero la bestia ya cargaba de nuevo contra él. El mago dio media vuelta y alzó los brazos, para protegerse, en un movimiento instintivo completamente inútil. Y, cuando las garras de la bestia se hundieron en su carne, el joven hechicero gritó de dolor y de terror, y se preguntó, por un momento, cómo era posible que hubiera llegado tan lejos para acabar de aquella manera. La bestia coreó su grito con un gruñido. De pronto, dio un respingo, y emitió un lastimero aullido de dolor. Hizo un esfuerzo por alejarse de su víctima, pero las patas no le obedecieron. El mago lo vio echar la cabeza hacia atrás, abrir las fauces en un grito silencioso, poner los ojos en blanco... y después, la enorme bestia cayó pesadamente sobre él, muerta. Tardó un poco en asimilar la idea de que, de alguna milagrosa manera, se había salvado. Se arrastró como pudo desde debajo del voluminoso cuerpo del animal, jadeando y sujetándose el vientre ensangrentado, dejando un rastro carmesí sobre la nieve. No quiso pensar en que, aun con la bestia muerta, en su estado sería muy difícil salir vivo de allí. Sin embargo, inmediatamente otro asunto vino a reclamar su atención. Ante él se alzaba una figura alta y esbelta, ataviada con una capa de pieles blancas que la ventisca sacudía furiosamente. Sostenía en la mano derecha una espada cuyo filo irradiaba […]
Mapa del merodeador Si no sabes de quĂŠ hablamos, deberĂas leerlo.
HARRY POTTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL J.K. ROWLING Harry Potter se ha quedado huérfano y vive en casa de sus abominables tíos y del insoportable primo Dudley. Harry se siente muy triste y solo, hasta que un buen día recibe una carta que cambiará su vida para siempre. En ella le comunican que ha sido aceptado como alumno en el colegio interno Hogwarts de magia y hechicería. A partir de ese momento, la suerte de Harry da un vuelco espectacular. En esa escuela tan especial aprenderá encantamientos, trucos fabulosos y tácticas de defensa contra las malas artes. Se convertirá en el campeón escolar de quidditch, especie de fútbol aéreo que se juega montado sobre escobas, y se hará un puñado de buenos amigos... aunque también algunos temibles enemigos. Pero sobre todo, conocerá los secretos que le permitirán cumplir con su destino. Pues, aunque no lo parezca a primera vista, Harry no es un chico común y corriente. ¡Es un mago! 1 El niño que vivió. El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías. El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros. Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos. Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él. Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter. La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana, porque su hermana y su marido, un completo inútil, eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar. Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera. Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél. Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región. El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta. Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana. A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes. «Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4. Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad. Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada. Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos). El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. […]
Canción de hielo y fuego es una serie de novelas de fantasía épica escritas por el novelista y guionista
estadounidense George R. R. Martin. Martin comenzó a escribir la serie en 1993 y el primer tomo se publicó en 1996.
La historia de Canción de hielo y fuego se sitúa en un mundo ficticio medieval, principalmente en un continente llamado Poniente pero también en un vasto continente oriental, conocido como Essos. La mayor parte de los personajes son humanos, pero a medida que la serie avanza aparecen otras razas. Hay tres líneas argumentales en la serie: la crónica de la guerra civil dinástica por el control de Poniente entre varias familias nobles; la creciente amenaza de los Otros y los salvajes, apenas contenida por un inmenso muro de hielo que protege el norte de Poniente; y el viaje de Daenerys Targaryen, la hija exiliada del rey que fue asesinado en otra guerra civil quince años antes del comienzo de la serie, quien busca regresar a Poniente a reclamar sus derechos. Estas tres historias interactúan entre sí y son extremadamente codependientes. JUEGO DE TRONOS PRÓLOGO —Deberíamos volver ya —instó Gared mientras los bosques se tornaban más y más oscuros a su alrededor—. Los salvajes están muertos. —¿Te dan miedo los muertos? —preguntó Ser Waymar Royce, insinuando apenas una sonrisa. —Los muertos están muertos —contestó Gared. No había mordido el anzuelo. Era un anciano de más de cincuenta años, y había visto ir y venir a muchos jóvenes señores—. No tenemos nada que tratar con ellos. —¿Y de veras están muertos? —preguntó Royce delicadamente—. ¿Qué prueba tenemos? —Will los vio —respondió Gared—. Si él dice que están muertos, no necesito más pruebas. —Mi madre me dijo que los muertos no cantan canciones —intervino Will. Sabía que lo iban a meter en la disputa tarde o temprano. Le habría gustado que fuera más tarde que temprano. —Mi ama de cría me dijo lo mismo, Will —replicó Royce—. Nunca creas nada de lo que te diga una mujer cuando estás junto a su teta. Hasta de los muertos se pueden aprender cosas. —Su voz resonó demasiado alta en el anochecer del bosque. —Tenemos un largo camino por delante —señaló Gared—. Ocho días, hasta puede que nueve. Y se está haciendo de noche. —Como todos los días alrededor de esta hora —dijo Ser Waymar Royce después de echar una mirada indiferente al cielo—. ¿La oscuridad te atemoriza, Gared? Will percibió la tensión en torno a la boca de Gared y la ira apenas contenida en los ojos, bajo la gruesa capucha negra de la capa. Gared llevaba cuarenta años en la Guardia de la Noche, buena parte de su infancia y toda su vida de adulto, y no estaba acostumbrado a que se burlaran de él. Pero eso no era todo. Will presentía algo más en el anciano aparte del orgullo herido. Casi se palpaba en él una tensión demasiado parecida al miedo. Will compartía aquella intranquilidad. Llevaba cuatro años en el Muro. La primera vez que lo habían enviado al otro lado, recordó todas las viejas historias y se le revolvieron las tripas. Después se había reído de aquello. Ahora era ya veterano de cien expediciones, y la interminable extensión de selva oscura que los sureños llamaban el Bosque Encantado no le resultaba aterradora. Hasta aquella noche. Aquella noche había algo diferente. La oscuridad tenía un matiz que le erizaba el vello. Llevaban nueve días cabalgando hacia el norte, hacia el noroeste y hacia el norte otra vez, siempre alejándose del Muro, tras la pista de unos asaltantes salvajes. Cada día había sido peor que el anterior, y aquél era el peor de todos. Soplaba un viento gélido del norte, que hacía que los árboles susurraran como si tuvieran vida propia. Durante toda la jornada Will se había sentido observado, vigilado por algo frío e implacable que no le deseaba nada bueno. Gared también lo había percibido. No había nada que Will deseara más que cabalgar a toda velocidad hacia la seguridad que ofrecía el Muro, pero no era un sentimiento que pudiera compartir con un comandante. Y menos con un comandante como aquél. Ser Waymar Royce era el hijo menor de una antigua casa con demasiados herederos. Era un joven de dieciocho años, atractivo, con ojos grises, gallardo y esbelto como un cuchillo. A lomos de su enorme corcel negro, se alzaba muy por encima de Will y. Gared […]
En este libro se narran las aventuras del hobbit Bilbo Bolsón que, junto con el mago Gandalf y una compañía de enanos, se verá envuelto en un viaje para recuperar el reino de Erebor, arrebatado a los enanos por el dragón Smaug.
El Señor de los Anillos I. Primer volumen La Comunidad del Anillo En la adormecida e idílica Comarca, un joven hobbit recibe un encargo: custodiar el Anillo Único y emprender el viaje para su destrucción en las Grietas del Destino. Consciente de la importancia de su misión, Frodo abandona la Comarca e inicia el camino hacia Mordor con la compañía inesperada de Sam, Pippin y Merry. Pero sólo con la ayuda de Aragorn conseguirán vencer a los Jinetes Negros y alcanzar el refugio de la Casa de Elrond en Rivendel. Allí se celebra el Concilio que, en nombre de hombres, hobbits, elfos y enanos, decide la destrucción del Anillo y elige a Frodo como su portador. Sam, Merry y Pippin, Aragorn y Boromir, Legolas el elfo, Gimli el enano, y Gandalf el Gris, acompañarán a Frodo en la aventura.
El Señor de los Anillos, II. Segundo volumen Las Dos Torres La Compañía se ha disuelto y sus integrantes emprenden caminos separados. Frodo y Sam continúan solos su viaje a lo largo del río Anduin, perseguidos por la sombra misteriosa de un ser extraño que también ambiciona la posesión del Anillo. Mientras, hombres, elfos y enanos se preparan para la batalla final contra las fuerzas del Señor del Mal.
El Señor de los Anillos, III. Tercer volumen El Retorno del Rey Los ejércitos del Señor Oscuro van extendiendo cada vez más su maléfica sombra por la Tierra Media. Hombres, elfos y enanos unen sus fuerzas para presentar batalla a Sauron y sus huestes. Ajenos a estos preparativos, Frodo y Sam siguen adentrándose en el país de Mordor en su heroico viaje para destruir el Anillo de Poder en las Grietas del Destino.
EL HOBBIT J.R.R. TOLKIEN
Esta es una historia de hace mucho tiempo. En esa época los lenguajes eran bastante distintos de los de hoy... Las runas eran letras que en un principio se escribían mediante cortes o incisiones en madera, piedra, o metal. En los días de este relato los Enanos las utilizaban con regularidad, especialmente en registros privados o secretos. Si las runas del Mapa de Thror son comparadas con las transcripciones en letras modernas, no será difícil reconstruir el alfabeto (adaptado al inglés actual), y será posible leer el título rúnico de esta página. Desde un margen del mapa una mano apunta a la puerta secreta, y debajo está escrito: Las dos ultimas runas son las iniciales de Thror y Thrain. Las runas lunares leídaspor Elrond eran:
En el Mapa los puntos cardinales están señalados con runas, con el Este arriba, como es común en los mapas de enanos y han de leerse en el sentido de las manecillas de reloj: Este, Sur, Oeste, Norte.
UNA TERTULIA INESPERADA En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad. Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico, como un túnel: un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas de madera y suelos enlosados y alfombrados, provisto de sillas barnizadas, y montones y montones de perchas para sombreros y abrigos; el hobbit era aficionado a las visitas. El túnel se extendía serpeando, y penetraba bastante, pero no directamente, en la ladera de la colina —La Colina, como la llamaba toda la gente de muchas millas alrededor—, y muchas puertecitas redondas se abrían en él, primero a un lado y luego al otro. Nada de subir escaleras para el hobbit: dormitorios, cuartos de baño, bodegas, despensas (muchas), armarios (habitaciones enteras dedicadas a ropa), cocinas. Comedores, se encontraban en la misma planta, y en verdad en el mismo pasillo. Las mejores habitaciones estaban todas a la izquierda de la puerta principal, pues eran las únicas que tenían ventanas, ventanas redondas, profundamente excavadas, que miraban al jardín y los prados de más allá, camino del río. Este hobbit era un hobbit acomodado, y se apellidaba Bolsón. Los Bolsón habían vivido en las cercanías de La Colina desde hacía muchísimo tiempo, y la gente los consideraba muy respetables, no sólo porque casi todos eran ricos, sino también porque nunca tenían ninguna aventura ni hacían algo inesperado: uno podía saber lo que diría un Bolsón acerca de cualquier asunto sin necesidad de preguntárselo. Esta es la historia de cómo un Bolsón tuvo una aventura, y se encontró a sí mismo haciendo y diciendo cosas por completo inesperadas. Podría haber perdido el respeto de los vecinos, pero ganó... Bueno, ya veréis si al final ganó algo. La madre de nuestro hobbit particular... pero, ¿qué es un hobbit? Supongo que los hobbits necesitan hoy que se los describa de algún modo, ya que se volvieron bastante raros y tímidos con la Gente Grande, como nos llaman. Son (o fueron) gente menuda de la mitad de nuestra talla, y más pequeños que los enanos barbados. Los hobbits no tienen barba […]
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS JRR TOLKIEN PARTE I: La Comunidad del Anillo
PROLOGO 1 De los Hobbits Este libro trata principalmente de los Hobbits, y el lector descubrirá en sus páginas mucho del carácter y algo de la historia de este pueblo. Podrá encontrarse más información en los extractos del Libro Rojo de la Frontera del Oeste que ya han sido publicados con el título de El Hobbit. El relato tuvo su origen en los primeros capítulos del Libro Rojo, compuesto por Bilbo Bolsón -el primer Hobbit que fue famoso en el mundo entero - y que él tituló Historia de una ida y de una vuelta, pues contaba el viaje de Bilbo hacia el Este y la vuelta, aventura que más tarde enredaría a todos los Hobbits en los importantes acontecimientos que aquí se relatan. No obstante, muchos querrán saber desde un principio algo más de este pueblo notable y quizás algunos no tengan el libro anterior. Para esos lectores se han reunido aquí algunas notas sobre los puntos más importantes de la tradición hobbit, y se recuerda brevemente la primera aventura. Los Hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo, más numeroso en tiempos remotos que en la actualidad. Amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entienden ni entendían ni gustan de maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano, aunque fueron muy hábiles con toda clase de herramientas. En otros tiempos desconfiaban en general de la Gente Grande, como nos llaman y ahora nos eluden con terror y es difícil encontrarlos. Tienen el oído agudo y la mirada penetrante, y aunque engordan fácilmente y nunca se apresuran si no es necesario, se mueven con agilidad y destreza. Dominaron desde un principio el arte de desaparecer rápido y en silencio, cuando la Gente Grande con la que no querían tropezar se les acercaba casualmente, y han desarrollado este arte hasta el punto de que a los Hombres puede parecerles verdadera magia. Pero los Hobbits jamás han estudiado magia de ninguna índole y esas rápidas desapariciones se deben únicamente a una habilidad profesional, que la herencia, la práctica y una íntima amistad con la tierra han desarrollado tanto que es del todo inimitable para las razas más grandes y desmayadas. Los Hobbits son gente diminuta, más pequeña que los Enanos; menos corpulenta y fornida, pero no mucho más baja. La estatura es variable, entre los dos y los cuatro pies de nuestra medida. Hoy pocas veces alcanzan los tres pies, pero se dice que en otros tiempos eran más altos. De acuerdo con el Libro Rojo, Bandobras Tuk, apodado el Toro Bramador, hijo de Isengrim Ñ,. […] medía cuatro pies y medio y era capaz de montar a caballo. En los archivos de los Hobbits se cuenta que sólo fue superado por dos famosos personajes de la antigüedad, pero de este hecho curioso se habla en el presente libro. En cuanto a los Hobbits de la Comarca, de quienes tratan estas relaciones, conocieron en un tiempo la paz y la prosperidad y fueron entonces un pueblo feliz. Vestían ropas de brillantes colores, y preferían el amarillo y el verde; muy rara vez usaban zapatos, pues las plantas de los pies eran en ellos duras como el cuero, fuertes y flexibles y los pies mismos estaban recubiertos de un espeso pelo rizado, muy parecido al pelo de las cabezas, de color castaño casi siempre. Por esta razón el único oficio que practicaban poco era el de zapatero, pero tenían dedos largos y habilidosos que les permitían fabricar muchos otros objetos útiles y agradables. En general los rostros eran bonachones más que hermosos, anchos, de ojos vivos, mejillas rojizas y bocas dispuestas a la risa, a la comida y a la bebida. Reían, comían y bebían a menudo y de buena gana; les gustaban las bromas sencillas en todo momento y comer seis veces al día (cuando podían). Eran hospitalarios, aficionados a las fiestas, hacían regalos espontáneamente y los aceptaban con entusiasmo. Es en verdad evidente que a pesar de un alejamiento posterior los Hobbits son parientes nuestros: están más cerca de nosotros que los Elfos y aun que los mismos Enanos. Antiguamente hablaban las lenguas de los Hombres, adaptadas a su propia modalidad, y tenían casi las mismas preferencias y aversiones que los Hombres. Mas ahora es imposible descubrir en qué consiste nuestra relación con ellos. El origen de los Hobbits viene de muy atrás, de los Días Antiguos, […]
La acción arranca en la posada del Almirante Benbow. A ella llega un viejo marinero que, a la vista de su localización un tanto aislada de los pueblos y dueña de amplias vistas al mar, decide hospedarse. Todos los días sale con su catalejo a pasear por los acantilados y encarga al hijo del hospedero, Jim, que le avise por si ve a algún marinero con una sola pierna. Un buen día llega un forastero preguntando por el huésped y, cuando logra verse ante él, se desencadena una fuerte discusión en que le reclama una cuenta pendiente. Al verse descubierto y postrado por la enfermedad, confiesa a Jim su vida pasada de piratería y crimen bajo las órdenes del capitán Flint, previniéndole contra sus antiguos compañeros de fechorías. Uno de ellos, el ciego Pew, se presenta al día siguiente para entregarle un papel con una mota negra. Fruto de la excitación, el viejo marinero sufre un ataque de apoplejía y muere. Jim y su madre registran el baúl del muerto para buscar dinero con que cobrarse lo que se les adeuda y encuentran un hatillo con papeles. Huyen de la posada al tiempo que el ciego y sus compinches llegan. Cuando éstos comprueban que el baúl está vacío, salen en su caza y a punto están de alcanzarlos cuando la guardia los pone en fuga. Jim acude la mansión del caballero Trelawney, relata lo ocurrido y entrega el paquete al doctor Livesey. Lo estudian y llegan a la conclusión de que los pergaminos contienen la contabilidad del capitán Flint y el mapa, las instrucciones para encontrar su tesoro. Emocionado por el hallazgo, el caballero Trelawney decide costear una expedición para recuperarlo y marcha a Bristol para iniciar los preparativos. Jim se une a la expedición en Bristol. Recibe el encargo de dar un recado a un viejo marinero que regenta una taberna en el puerto, John Silver, el largo; en quien el caballero Trelawney ha delegado el reclutamiento de la tripulación. Al entrar en la taberna, reconoce entre los parroquianos al forastero que había discutido con su huésped y da la voz, pero en el simulacro de persecución que se organiza, no logran detenerlo. Y todo ello, sin que Jim asocie la presencia en la taberna de Perro Negro – que así se llama el rufián-, su huida y que Silver tuviera una sola pierna. Antes de hacerse a la mar, el capitán del barco protesta ante el caballero Trelawney por el modo en que se ha reclutado la tripulación y el exceso de información de que disponen los marineros, aconsejándole que se tomen medidas de precaución con urgencia. La Hispaniola se hace a la mar, los marineros trabajan con afán y todo marcha según lo previsto; hasta que una noche, Jim va al tonel de manzanas a surtirse y, como quedan pocas, tiene que meterse dentro. Desde allí escucha cómo los marineros, encabezados por Silver, planean un motín. Aprovechando el revuelo que se organiza con el avistamiento de tierra, Jim sale de su escondite y da el queo a los oficiales, que preparan un plan defensivo…
LA ISLA DEL TESORO .
ROBERT LOUIS STEVENSON PRIMERA PARTE EL VIEJO BUCANERO I LA HOSTERÍA DEL«ALMIRANTE BENBOW»
El señor Trelawney, hidalgo de mi pueblo, el doctor Livesey y varios otros amigos míos, me han pedido que describiese detalladamente todo lo que nos ocurrió en la Isla del Tesoro, desde el principio al fin, omitiendo solamente la situación geográfica de la isla, por cuanto aún hemos dejado en ella parte del botín rescatado. Empiezo, pues, mi relato en el año 17… y me remonto a la época, ya lejana, en que mi padre era el propietario de la hostería del «Almirante Benbow», en la que se hospedó un viejo lobo de mar, cuyo rostro curtido por la intemperie se hallaba surcado por la siniestra cicatriz que en él dejara un terrible sablazo. Persiste en mi mente con toda nitidez —como si fuese ayer— el recuerdo de la llegada de aquel hombre, que se presentó en nuestra hostería renqueando y seguido de un mozo que llevaba una carretilla con un pesado cofre de marinero. Era alto, ancho de hombros, fornido y muy moreno. La embreada coleta le caía sobre la espalda, rozando una vieja casaca sucia y verdosa, llena de manchas. Tenía las manos agrietadas, surcadas de cicatrices imborrables; las uñas, rotas y sucias. Silbando entre dientes anduvo un rato escudriñando la ensenada cercana; y de pronto, volviéndose de espaldas al mar, mientras regresaba a la hostería, entonó aquella extraña y antiquísima canción que tantas veces le oiría cantar después, en sus interminables horas de soledad y de ocio: «Quince hombres sobre el cofre del muerto… ¡Ja, ja, ja! ¡Y una botella de ron!». Al llegar a la posada golpeó la puerta con un bastón semejante a un espeque artillero; y al presentarse mi padre, le pidió con dureza una copa de ron. Se la bebió muy despacio, como un catador experto, paladeando los sorbos y espaciándolos largamente, mientras seguía examinando la áspera silueta del acantilado y la mohosa enseña suspendida a la puerta de nuestra posada. —El atracadero es magnífico — dijo, por fin, con socarronería—, y esta posada no podía hallarse en ningún sitio mejor. ¿Hay mucha clientela, patrón? Mi pobre padre contestó negativamente, con voz melancólica. El lugar era solitario, la comarca desierta, la costa abrupta, casi inabordable… —Éste es, precisamente — replicó el viejo—, el fondeadero que a mí me conviene. Y dirigiéndose al mozo de la carretilla, gritó con voz ronca: —¡Eh, muchacho! ¡Sube el cofre, enseguida! Luego, volviéndose lentamente hacia mi padre: —Permaneceré aquí algún tiempo — continuó—. No soy hombre difícil: huevos con tocino, ron, y ese promontorio para entretenerme viendo pasar los navíos; esto basta… ¿Mi nombre? Llamadme como queráis; llamadme capitán, por ejemplo. Esto bastará también… Sí, sí; ya veo vuestras señas, ya entiendo. ¡Tomad! —y diciendo esto, arrojó en el mostrador tres o cuatro monedas de oro—. Cuando hagan falta otras, ya me avisaréis. Y nos dejó plantados, yéndose en pos del cofre, hosco y altivo como un verdadero capitán de fragata. Mi padre y yo nos miramos sin decir palabra. En realidad, a pesar de su aspecto miserable y el grosero lenguaje que empleaba, el desconocido no parecía un simple marinero, sino más bien un capitán o piloto, acostumbrado al mando y a una estricta obediencia. El mozo de la carretilla nos dijo en voz baja, al salir, que el viejo lobo había llegado aquella misma mañana, en la diligencia, a la aldea vecina, informándose enseguida de las hosterías establecidas a lo largo de toda la costa. Sin duda, había oído hablar bien de la nuestra, y su gran aislamiento hizo que la prefiriese a las demás. Esto es todo lo que pudimos averiguar acerca de nuestro extraño huésped. Por lo general se mostraba taciturno. Se pasaba todo el día vagando por la ensenada o por la cresta de los acantilados, […]
El sobrino del mago El sobrino del mago narra los principios del mundo de Narnia cuando dos niños, Digory y Polly, son llevados mágicamente a través de unos anillos mágicos creados por el tío Andrew (tío de Digory), que se declaraba a sí mismo como mago. Por medio de los anillos llegan a un bosque, donde hay charcas de agua que llevan a diferentes mundos. Tras conocer el final del extraño mundo de Charn, despiertan involuntariamente a Jadis, la Bruja Blanca, quien se las ingenia para ir con ellos al bosque. Al entrar en un mundo donde sólo había oscuridad, ellos ven el proceso de la creación de Narnia que empieza con una dulce canción de Aslan, el león.
El león, la bruja y el armario C.S.Lewis
Cuatro niños descubren un armario que les sirve de puerta de acceso a Narnia, un país congelado en un invierno eterno y sin Navidad. Entonces, cumpliendo con las viejas profecías, los niños (junto con el león Aslan) serán encargados de liberar al reino de la tiranía de la Bruja Blanca(Reina Jadis como se presenta mejor en el libro El Sobrino del Mago) y recuperar el verano, la luz y la alegría para todos los habitantes de Narnia.
El caballo y el muchacho
Relata la historia de Bree, un caballo parlante, y Shasta, un chico que vivía en Calormen, un reino al sur de Narnia. El día que se conocen, deciden regresar a Narnia y recuperar su libertad. En el camino conocen a la tarkina Aravis y a su yegua Hwin, las cuales lo acompañaron. En su viaje descubren que los calormenos planean invadir Narnia y empieza la alarma de una posible guerra. Esta crónica se desarrolla durante el reinado de los hermanos Pevensie como reyes y reinas de Narnia (la Edad Dorada), quienes derrotan a los invasores. Al final Shasta descubre que es el hijo del rey de Archenland, y su verdadero nombre es Cor. Aslan convierte al príncipe calormeno enemigo en un burro por su idiosincrasia e hipocresía, por sus malas palabrerías, y sobre todo, por no creer en él.
El príncipe Caspian
El príncipe Caspian nos cuenta la historia del segundo viaje a Narnia de los hermanos Pevensie, en el cual descubren que, aunque en nuestro mundo sólo pasó un año, en el de Narnia pasaron 1700. Al volver, se enteran de que el malvado rey Miraz de Telmar ha tomado control de Narnia. Su ley parece que ha logrado la aniquilación de todas las criaturas mágicas de Narnia, pero todavía quedan muchas escondidas. Los cuatro niños ayudan al joven Caspian a organizar su ejército de bestias parlantes y, con la ayuda del gran león Aslan, Narnia es liberada una vez más del mal. En el momento en que los niños vuelven a nuestro mundo, se da a conocer que los hermanos mayores (Peter y Susan) no regresarán más a Narnia, porque ya no son niños y han aprendido todo lo que debían.
La travesía del Viajero del Alba La Travesía del Viajero del Alba narra el regreso de Edmund y Lucy
Pevensie, acompañados por su molesto primo Eustace, a Narnia. Una vez allí, acompañan al ahora rey Caspian X y al fiel ratón Reepicheep en un viaje a través del mar, para encontrar a los siete lores que fueron desterrados cuando Miraz, el malvado tío de Caspian, usurpó el trono. Este largo viaje les trae a cara muchas maravillas y peligros en islas desconocidas, como su salida hacia el país de Aslan al final del mundo. Al final, Lucy y Edmund Pevensie descubren que no volverán nunca más a Narnia, como ya pasó con sus dos hermanos mayores (Susan y Peter); aunque su primo Eustace sí volverá una vez más, según lo narrado en La silla de plata.
La silla de plata
La silla de plata es el primer libro sin los hermanos Pevensie. Esta vez, Aslan llama a Eustaquio de regreso a Narnia, junto con su compañera de clases Jill Pole. Aslan proporciona a Jill cuatro claves cruciales para encontrar al príncipe Rilian, hijo de Caspian, que está desaparecido. Sin embargo, en las aventuras del viaje van olvidándose de las pistas. Eustace y Jill, junto a su nuevo amigo Charcosombrío o Barroquejón, se enfrentan a muchos peligros (como gigantes y un mundo subterráneo) antes de encontrar a Rilian y liberarlo del hechizo de una bruja capaz de convertirse en serpiente y que mató a la Hija de Ramandu Reina de Narnia.Cronológicamente, estos hechos ocurrieron en el año 2756 de Narnia.
La última batalla
Es la crónica del fin del mundo de Narnia. Digory, Polly, Jill, Eustace, Edmund, Lucy y Peter regresan a Narnia para salvarla de los invasores y también de un falso Aslan. Susan no regresa, ya que ahora sólo le interesan los cosméticos, novios y cosas de chicas. Los protagonistas llegan a Narnia al sufrir un accidente en el que mueren. Pero Susan, al no ir con ellos, no muere, y puede que esa sea la razón más importante de que no haya llegado a Narnia (aunque Aslan les dice que allí o al País de las Sombras es donde van todos los muertos). En realidad, Narnia nunca tiene fin, pues la Narnia que creían real no era más que una copia de la verdadera. Por lo tanto Narnia nunca acaba; al contrario, es el comienzo de la historia de la verdadera Narnia, llamada: "La Nueva Narnia".
LAS CRONICAS DE NARNIA LIBRO I EL LEON, LA BRUJA Y EL ARMARIO. C.S.LEWIS
I LUCIA INVESTIGA EN EL ARMARIO Había una vez cuatro niños cuyos nombres eran Pedro, Susana, Edmundo y Lucía. Esta historia relata lo que les sucedió cuando, durante la guerra y a causa de los bombardeos, fueron enviados lejos de Londres a la casa de un viejo profesor. Este vivía en medio del campo, a diez millas de la estación más cercana y a dos millas del correo más próximo. El profesor no era casado, así es que un ama de llaves, la señora Macready, y tres sirvientas atendían su casa. (Las sirvientas se llamaban Ivy, Margarita y Betty, pero ellas no intervienen mucho en esta historia). El anciano profesor tenía un aspecto curioso, pues su cabello blanco no sólo le cubría la cabeza sino también casi toda la cara. Los niños simpatizaron con él al instante, a pesar de que Lucía, la menor, sintió miedo al verlo por primera vez, y Edmundo, algo mayor que ella, escondió su risa tras un pañuelo y simuló sonarse sin interrupción. Después de ese primer día y en cuanto dieron las buenas noches al profesor, los niños subieron a sus habitaciones en el segundo piso y se reunieron en el dormitorio de las niñas para comentar todo lo ocurrido. —Hemos tenido una suerte fantástica —dijo Pedro—. Lo pasaremos muy bien aquí. El viejo profesor es una buena persona y nos permitirá hacer todo lo que queramos. —Es un anciano encantador —dijo Susana. —¡Cállate! —exclamó Edmundo. Estaba cansado, aunque pretendía no estarlo, y esto lo ponía siempre de un humor insoportable—. ¡No sigas hablando de esa manera! —¿De qué manera? —preguntó Susana—. Además ya es hora de que estés en la cama. —Tratas de hablar como mamá —dijo Edmundo—. ¿Quién eres para venir a decirme cuándo tengo que ir a la cama? ¡Eres tú quien debe irse a acostar! —Mejor será que todos vayamos a dormir —interrumpió Lucía—. Si nos encuentran conversando aquí, habrá un tremendo lío. —No lo habrá —repuso Pedro, con tono seguro—. Este es el tipo de casa en que a nadie le preocupará lo que nosotros hagamos. En todo caso, ninguna persona nos va a oír. Estamos como a diez minutos del comedor y hay numerosos pasillos, escaleras y rincones entremedio. —¿Qué es ese ruido? —dijo Lucía de repente. Esta era la casa más grande que ella había conocido en su vida. Pensó en todos esos pasillos, escaleras y rincones, y sintió que algo parecido a un escalofrío la recorría de pies a cabeza. —No es más que un pájaro, tonta —dijo Edmundo. —Es una lechuza —agregó Pedro—. Este debe ser un lugar maravilloso para los pájaros... Bien, creo que ahora es mejor que todos vayamos a la cama, pero mañana exploraremos. En un sitio como éste se puede encontrar cualquier cosa. ¿Vieron las montañas cuando veníamos? ¿Y los bosques? Puede ser que haya águilas, venados... Seguramente habrá halcones... —Y tejones —dijo Lucía. —Y serpientes —dijo Edmundo. —Y zorros —agregó Susana. Pero a la mañana siguiente caía una cortina de lluvia tan espesa que, al mirar por la ventana, no se veían las montañas ni los bosques; ni siquiera la acequia del jardín. —¡Tenía que llover! —exclamó Edmundo. Los niños habían tomado desayuno con el profesor, y en ese momento se encontraban en una sala del segundo piso que el anciano había destinado para ellos. Era una larga habitación de techo bajo, con dos ventanas hacia un lado y dos hacia el otro. —Deja de quejarte, Ed —dijo Susana—. Te apuesto diez a uno a que aclara en menos de una hora. Por lo demás, estamos bastante cómodos y tenemos un montón de libros. —Por mi parte, yo me voy a explorar la casa —dijo Pedro. La idea les pareció excelente y así fue como comenzaron las aventuras. […]
PETER PAN Y WENDY. J. M. BARRIE
4. El vuelo La segunda a la derecha y todo recto hasta la mañana. Ése, según le había dicho Peter a Wendy, era el camino hasta el País de Nunca Jamás, pero ni siquiera los pájaros, contando con mapas y consultándolos en las esquinas expuestas al viento, podrían haberlo avistado siguiendo estas instrucciones. Es que Peter decía lo primero que se le ocurría. Al principio sus compañeros confiaban en él sin reservas y eran tan grandes los placeres de volar que perdían el tiempo girando alrededor de las agujas de las iglesias o de cualquier otra cosa elevada que se encontraran en el camino y les gustara. John y Michael se echaban carreras, Michael con ventaja. Recordaban con desprecio que no hacía tanto que se habían creído muy importantes por poder volar por una habitación. No hacía tanto. ¿Pero cuánto realmente? Estaban volando por encima del mar antes de que esta idea empezara a preocupar a Wendy seriamente. A John la parecía que iban ya por su segundo mar y su tercera noche. A veces estaba oscuro y a veces había luz y de pronto tenían mucho frío y luego demasiado calor. ¿Sentían hambre a veces realmente, o sólo lo fingían porque Peter tenía una forma tan divertida y novedosa de alimentarlos? Esta forma era perseguir pájaros que llevaran comida en el pico adecuada para los humanos y arrebatársela; entonces los pájaros los seguían y se la volvían a quitar y todos se iban persiguiendo alegremente durante millas, separándose por fin y expresándose mutuamente sus buenos deseos. Pero Wendy se percató con cierta preocupación de que Peter no parecía saber que ésta era una forma bastante rara de conseguir el pan de cada día, ni siquiera que había otras formas. Ciertamente no fingían tener sueño, lo tenían y eso era peligroso, porque en el momento en que se dormían, empezaban a caer. Lo espantoso era que a Peter eso le parecía divertido. -¡Allá va otra vez! -gritaba regocijado, cuando Michael caía de pronto como una piedra. -¡Sálvalo, sálvalo! -gritaba Wendy, mirando horrorizada el cruel océano que tenían debajo. Por fin Peter se lanzaba por el aire y atrapaba a Michael justo antes de que se estrellara en el mar y lo hacía de una manera muy bonita, pero siempre esperaba hasta el último momento y parecía que era su habilidad lo que le interesaba y no salvar una vida humana. También le gustaba la variedad y lo que en un momento dado lo absorbía de pronto dejaba de atraerlo, de modo que siempre existía la posibilidad de que la próxima vez que uno cayera él lo dejara hundirse. Él podía dormir en el aire sin caerse, por el simple método de tumbarse boca arriba y flotar, pero esto era, al menos en parte, porque era tan ligero que si uno se ponía detrás de él y soplaba iba más rápido. -Sé más educado con él -le susurró Wendy a John, cuando estaban jugando al «Sígueme». -Pues dile que deje de presumir -dijo John. Cuando jugaban al Sígueme, Peter volaba pegado al agua y tocaba la cola de cada tiburón al pasar, igual que en la calle podéis seguir con el dedo una barandilla de hierro. Ellos no podían seguirlo en esto con excesivo éxito, de forma que quizás sí que fuera presumir, especialmente porque no hacía más que volverse para ver cuántas colas se le escapaban. -Debéis ser amables con él -les inculcó Wendy a sus hermanos-. ¿Qué haríamos si nos abandonara? -Podríamos volver -dijo Michael. -¿Y cómo lograríamos encontrar el camino de vuelta sin él? -Bueno, pues entonces podríamos seguir - dijo John. -Eso es lo horrible, John. Tendríamos que seguir, porque no sabemos cómo parar. Era cierto: Peter se había olvidado de enseñarles a parar. John dijo que si pasaba lo peor, todo lo que tenían que hacer era seguir adelante, ya que el mundo era redondo, de forma que acabarían por volver a su propia ventana. -¿Y quién nos va a conseguir comida, John? -Yo le saqué del pico un trocito a ese águila bastante bien, Wendy. […]
MOBY DICK . HERMAN MELVILLE
I.—Espejismos Llamadme Ismael. Hace unos años —no importa cuánto hace exactamente—, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre hú- medo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala. Con floreo filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, calladamente, me meto en el barco. No hay nada sorprendente en esto. Aunque no lo sepan, casi todos los hombres, en una o en otra ocasión, abrigan sentimientos muy parecidos a los míos respecto al océano. Ahí tenéis la ciudad insular de los Manhattos, ceñida en torno por los muelles como las islas indias por los arrecifes de coral: el comercio la rodea con su resaca. A derecha y a izquierda, las calles os llevan al agua. Su extremo inferior es la Batería, donde esa noble mole es bañada por olas y refrescada por brisas que pocas horas antes no habían llegado a avistar tierra. Mirad allí las turbas de contempladores del agua. Pasead en torno a la ciudad en las primeras horas de una soñadora tarde de día sabático. Id desde Corlears Hook a Coenties Slip, y desde allí, hacia el norte, por Whitehall. ¿Qué veis? Apostados como silenciosos centinelas alrededor de toda la ciudad, hay millares y millares de seres mortales absortos en ensueños oceánicos. Unos apoyados contra las empalizadas; otros sentados en las cabezas de los atracaderos; otros mirando por encima de las amuradas de barcos arribados de la China; algunos, en lo alto de los aparejos, como esforzándose por obtener una visión aún mejor hacia la mar. Pero ésos son todos ellos hombres de tierra; los días de entre semana, encerrados entre tablas y yeso, atados a los mostradores, clavados a los bancos, sujetos a los escritorios. Entonces ¿cómo es eso? ¿Dónde están los campos verdes? ¿Qué hacen éstos aquí? Pero ¡mirad! Ahí vienen más multitudes, andando derechas al agua, y al parecer dispuestas a zambullirse. ¡Qué extraño! Nada les satisface sino el límite más extremo de la tierra firme; no les basta vagabundear al umbroso socaire de aquellos tinglados. No. Deben acercarse al agua tanto como les sea posible sin caerse dentro. Y ahí se quedan: millas seguidas de ellos, leguas. De tierra adentro todos, llegan de avenidas y callejas, de calles y paseos; del norte, este, sur y oeste. Pero ahí se unen todos. Decidme, ¿les atrae hacia aquí el poder magnético de las agujas de las brújulas de todos estos barcos? Una vez más. Digamos que estáis en el campo; en alguna alta tierra con lagos. Tomad casi cualquier sendero que os plazca, y apuesto diez contra uno a que os lleva por un valle abajo, y os deja junto a un remanso de la corriente. Hay magia en ello. Que el más distraído de los hombres esté sumergido en sus más profundos ensueños: poned de pie a ese hombre, haced que mueva las piernas, e infaliblemente os llevará al agua, si hay agua en toda la región. En caso de que alguna vez tengáis sed en el gran desierto americano, probad este experimento, si vuestra caravana está provista por casualidad de un cultivador de la metafísica. Sí, como todos saben, la meditación y el agua están emparejadas para siempre. Pero aquí hay un artista. Desea pintaros el trozo de paisaje más soñador, más sombrío, más callado, más encantador de todo el valle del Saco. ¿Cuál es el principal elemento que emplea? Ahí están sus árboles cada cual con su tronco hueco, como si hubiera dentro un ermitaño y un crucifijo; ahí duerme su pradera, y allí duermen sus ganados; y de aquella casita se eleva un humo soñoliento. Hundiéndose en lejanos bosques, serpentea un revuelto sendero, hasta alcanzar estribaciones sobrepuestas de montañas que se bañan en el azul que las envuelve […]