Leción: ¿Tienes libertad de elección? - parte 1 "La Libertad" (secciones) KFS, p.375 "Tallado (jarut) en las piedras"; no lo pronuncie "tallado" (jarut), sino más bien "libertad" (jerut), para demostrar que ellos son liberados del ángel de la muerte. (Midrash Shmot Raba, 41)
Estas palabras necesitan ser esclarecidas, porque ¿cómo se relaciona la cuestión de la recepción de la Torah con la liberación del hombre de la muerte? Además, una vez que alcanzaron un cuerpo eterno que no puede morir, gracias a la recepción de la Torah, ¿cómo llegaron a perderlo nuevamente? ¿Puede lo eterno llegar a desaparecer?
El libre albedrío Para poder entender el significado sublime: "libertad del ángel de la muerte ", primero debemos comprender el concepto, tal como normalmente lo entiende la humanidad. Desde un punto de vista general, consideramos que la libertad es una ley natural, que se aplica a todo lo que está vivo. Así podemos ver que los animales que caen en cautiverio mueren cuando se les niega la libertad. Y es un testimonio verdadero que la providencia no acepta la esclavitud de ninguna criatura. No en vano la humanidad ha luchado durante los siglos pasados para lograr cierta cantidad de libertad para el individuo. Aún así el concepto expresado en la palabra "libertad" no queda claro. Y si profundizamos en el corazón de la palabra misma, no quedará casi nada. Esto se debe a que antes de ir tras ella, se debe asumir que este atributo que llamamos “libertad” es poseído por todo individuo intrínsecamente. O sea que puede actuar según su propio libre albedrío.
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El placer y el dolor Sin embargo, cuando examinamos los actos de un individuo, encontramos que sus acciones le han sido impuestas y que ha sido obligado a actuar sin posibilidad de libertad de elección. En cierto modo, se parece a un guisado que se cocina sobre una estufa; no tiene ninguna elección aparte de cocinarse. La providencia ha apresado la vida con dos cadenas: el placer y el dolor. Todas las criaturas vivientes carecen de libre albedrío como para elegir el dolor o rechazar el placer. Y la única ventaja que el hombre posee sobre los animales, es que puede hacer proyectos a largo plazo. Es decir, que puede aceptar una cierta cantidad de dolor a cambio de la esperanza de algún beneficio o placer futuro, a ser adquirido luego de cierto tiempo. Pero de hecho no existe aquí más que un cálculo aparentemente comercial. Es decir que el beneficio o placer futuro será más grande que el dolor o la agonía que se ha accedido a asumir en el presente. Se trata sólo de un asunto de sustracción. Se sustrae el dolor del placer esperado, y como resultado queda aún una cierta cantidad de placer excedente. Es así que sólo se busca el placer. Y a veces sucede que uno sufre porque finalmente no encontró el placer esperado del resultado de dicho cálculo, y se encuentra en déficit, puesto que el sufrimiento fue mayor que el placer obtenido. Todo esto se realiza al modo de los comerciantes. Y estando todo dicho y hecho, no existe diferencia alguna entre el hombre y el animal. Y si éste es el caso, no existe libre albedrío alguno, sino meramente una fuerza de atracción que lleva hacia cualquier fuente de placer y que rechaza las circunstancias dolorosas. Y la Providencia los conduce a cada lugar que elige por medio de estas dos fuerzas, sin pedirles su opinión sobre el asunto. Incluso la determinación del tipo de placer o beneficio se encuentra absolutamente fuera del alcance del libre albedrío de uno. Por el contrario, obedece al deseo de otros. Por ejemplo: me siento, me visto, hablo, como. No hago todo esto porque quiera sentarme de tal forma, o conversar de tal otra; o vestirme así, o comer así. Lo hago porque otros quieren que me siente, me vista, hable y coma de esa forma. Todo se realiza de conformidad con los deseos de la sociedad, y no de mi libre albedrío. Además, en la mayoría de los casos incluso hago estas cosas contra mi voluntad, puesto que me sentiría más cómodo comportándome de una manera sencilla y sin llevar un yugo. Pero en cada movimiento estoy encadenado a los gustos y modos de los demás que constituyen la sociedad. Entonces díganme dónde está mi libre albedrío. Por otra parte si asumimos que la voluntad carece de libertad, entonces somos todos como máquinas que operan y crean por medio de fuerzas externas, que las obligan a actuar de tal manera. Eso significa que estamos encarcelados en la prisión de la providencia, la cual usando estas dos cadenas, placer y dolor, nos empuja y nos jala según su voluntad a donde sea que considere conveniente.
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Entonces resulta que al parecer no existe tal cosa en el mundo como el egoísmo, ya que nadie es verdaderamente libre ni actúa por cuenta propia; y no soy yo dueño de mis actos; y no los llevo a cabo porque los quiera ejecutar, sino porque estoy siendo operado forzosamente, sin participación alguna de mi propio parecer. Por lo tanto el castigo y la recompensa desaparecen. Y esto es bastante extraño no sólo para el ortodoxo que cree en Su providencia, y que confía en Él sabiendo que cada uno de Sus actos está dirigido exclusivamente para hacer el mayor bien. Es aún más extraño para aquéllos que creen en la naturaleza, ya que según lo antedicho, estamos todos encarcelados por las cadenas de la naturaleza ciega; sin conocimiento ni responsabilidad algunos. ¿Y acaso nosotros, que somos la especie elegida, cuya mente y conocimiento nos distinguen, nos habremos convertido en un mero juguete en manos de la naturaleza ciega que nos extravía quién sabe adónde?
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