3 minute read
La enfermedad mental como infección
A principios del siglo XX se tenía un especial interés en identificar la etiología de los trastornos psiquiátricos y cognitivos. Entre los eugenistas y los seguidores de Sigmund Freud se debatía el dilema de naturalza frente a crianza, pues los primeros creían que eran males heredados, mientras los segundos señalaban a los traumas infantiles como su causa. Esta discusión concebía una posición más: el origen infeccioso.
La infección como causa de la enfermedad mental
Advertisement
Durante la Belle Époque (1871-1914), al fin se había desechado la teoría miasmática de la enfermedad en favor de las bacterias como agentes patógenos. En estos años se pensaba que el cuerpo estaba constantemente luchando contra la autointoxicación o toxemia intestinal, es decir, la acumulación de toxinas producidas por las bacterias endógenas. Por lo tanto, para prevenir la enfermedad solo había que acabar con esas bacterias y para curarla bastaría con eliminar el órgano afectado. En base a estos principios se recomendaba tomar yogures para incrementar la motilidad intestinal y esterilizar los intestinos o cirugías como las colostomías, amigdalectomías, adenoidectomía y las masteidectomías para prevenir o combatir enfermedades, respectivamente. El sistema digestivo era el centro de atención, pues las alteraciones de la estasis intestinal se consideraban la base de un número creciente de enfermedades.
Respecto a las enfermedades mentales, Theodore Deecke en 1874 y François-Andre Chevalier-Lavaure en 1893 fueron los primeros en relacionar la psicosis con esta autointoxicación. No obstante, sería Emil Kraepelin, conocido por distinguir entre trastornos depresivos o maniaco-depresivos y la esquizofrenia, quien popularizaría esta relación. Consideraba que la naturaleza degenerativa y la poca recuperación de la esquizofrenia se debía a un mal funcionamiento de las gónadas o del tiroides por esta autoinfección. Durante décadas, la acción bacteriana directa o indirecta se debatía con el origen endocrino.
Grande exponentes
El médico y cirujano Bayard Taylor Holmes, apasionado por la bacteriología, se interesó por la esquizofrenia cuando su hijo Ralph la desarrolló en 1905. Decepcionado con los psiquiatras y el trato de su hijo durante su hospitalización, dedicó su vida a esta enfermedad. Luchó por el mejor trato de los enfermos mentales e investigó sobre las causas de la enfermedad. Observó que en esquizofrénicos se acumulaba gran cantidad de histamina fecal debido a la degradación de histidina del bacillus aminophilus intestinalis. Consideraba que este creaba un reservorio que llegaba al cerebro y producía los problemas mentales. Por lo tanto, abogaba por una apendicostomía para que los pacientes recibieran enemas diarios a través del apéndice, conectado entonces al exterior por el ombligo, cinco horas después de la última comida durante meses o años. En 1916 operó a su hijo, pero murió cuatro días después por distención gástrica. Aunque repitió la intervención otras 22 veces, su objetividad desapareció con la muerte de su hijo, atacando duramente a todo el que criticase sus Si bien Holmes es una persona con buenas intenciones, pero caído en desgracia, Henry Andrews Cotton estaba motivado por su ambición. Cotton, como director médico del hospital estatal de Trenton, eliminó las restricciones mecánicas, entrenó a las enfermeras, aumentó la ratio entre personal y pacientes, realizó cursos para evitar la violencia con los pacientes y añadió la terapia ocupacional. A pesar de ello, sus tratamientos con los enfermos mentales causaron polémica. A diferencia de Holmes, no se limitó al intestino, sino que en el hospital se les extraían los dientes, las amígdalas, la vesícula biliar, el colon, el tiroides, el cuello uterino, entre otras partes del cuerpo. Afirmaba obtener un gran éxito en sus procedimientos, aunque morían en torno a un tercio de los intervenidos. Estas intervenciones podían realizarse sin consentimiento o con el rechazo de la familia.
Cotton comenzó a tener problemas porque sus estudios eran más bien un método de autopromoción, ya que ni siquiera se molestaba en incluir un grupo control para comparar sus resultados. Las investigaciones que pusieron a prueba sus métodos revelaron que apenas había diferencia entre recibir o no sus tratamientos. Además, durante la Gran Depresión se investigó su rentable actividad privada, que las autoridades habían ignorado voluntariamente durante años. Esto le hizo perder su puesto en el hospital, aunque mantuvo su posición como director de investigación hasta su muerte en 1932.
¿Una nueva relación entre el intestino y el cerebro?
No obstante, casi un siglo después se vuelve a relacionar la microbiota intestinal con el cerebro, razonando que los cambios en las poblaciones de bacterias podrían alterar las emociones y afectar en trastornos como la depresión. Por supuesto, se optaría por el trasplante fecal como posible tratamiento en lugar de las intervenciones quirúrgicas. Esta línea de investigación sigue vigente actualmente. El tiempo dirá si va bien encaminada o esa relación es un espejismo.