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Cuando dormir pegados era letal
A finales del siglo XIX creció la preocupación por las enfermedades ambientales causadas por aguas residuales o los gases del alcantarillado. Durante años se creyó que bastaba evitar su acceso al domicilio para evitar esas patologías, pero surgió la necesidad de reformar la forma en la que vivían para prevenir contra los males generados en la vivienda.
El polvo generado en el interior de la casa, así como los gases de los baños, cocina, chimenea, velas y los propios convivientes enrarecían el aire. Hacía falta ventilar el domicilio, por lo que en primera instancia se recomendó mantener las ventanas abiertas todo el año, pero teniendo en cuenta que muchos defensores de estas prácticas vivían en Inglaterra, el remedio podía ser peor que la enfermedad. Por eso se optó por sistemas que conectaran con el exterior, pero evitaran la entrada del frío y la humedad, como los tubos Tobin, el sistema Hinckes Bird o el ventilador de arte floral de Priestley, que filtraba el aire con plantas. De igual manera, se argumentó que las camas eran un lugar donde éramos más vulnerables, pues pasábamos horas indefensos en ellas. Se defendía que tanto el aire como la fuerza vital se viciaba, lo que provocaba las enfermedades y la degeneración de los seres humanos. Por una parte, se recomendó usar camas metálicas, pues las grietas en la madera eran el hogar de parásito. Por otra se idearon inventos como el ventilador de cama O’Brien, que captaba el aire viciado a los pies y lo transportaba con unos tubos a la cabecera. Sin embargo, el tiempo favoreció al uso de camas individuales, ya que en las camas dobles no solo se compartía el aire viciado, sino que se creía que el compañero más mayor robaba la vitalidad del más joven.
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Este principio se había llegado a utilizar forma terapéutica, pues, al creerse que la vejez se producía por la pérdida del calor vital, Thomas Sydenham llegó a usar el calor de un sujeto joven para revigorizar a uno anciano y enfermo, al igual que lo hizo el rey David con una joven virgen (1 Reyes 1:2). Este tratamiento era seleccionado tan solo cuando todos los demás habían fallado, pues se consideraba al anciano como un parásito que podía negar su vitalidad incluso a un niño.
Este no solo era un problema de salud, pues además de sustraer el vigor facilitaba la generación de una progenie defectuosa, sino que afectaba también en el rendimiento laboral. Este razonamiento derivaba de la visión de la fuerza vital como un componente eléctrico y el organismo humano como una máquina. De esta manera, las fuerzas magnéticas redirigían la energía a quien poseía menos. Adicionalmente se apoyaba el uso de camas individuales porque así cada uno podía dormir según sus preferencias, sin taparse excesiva o escasamente, girándose al lado que le plazca y levantándose sin molestar a nadie. Tener camas individuales se veía como un paso tan natural e higiénico como comer tu propio plato.
Aunque esta visión nunca fue totalmente dominante, era compartida tanto por médicos y cirujanos respetados como por curanderos y charlatanes. Incluso en esta diversa comunidad había discrepancias en cuanto a detalles concretos, pero demostró su persistencia durante décadas gracias a su adaptación. Con el fin de la teoría miasmática de la enfermedad disminuyó la preocupación por los problemas de salud causados por el mobiliario. Con el cambio de siglo dejó de considerarse imposible mantener la higiene domiciliaria con las camas de madera, por lo que dejaron de desaconsejar su uso. Las camas individuales pasaron a convertirse en una elección de diseño modernista, una muestra del brillante futuro que rechazaba el estilo pasado. En torno a esta época las tiendas comenzaron a vender las dos camas en conjunto, anunciándolas como una novedad, en vez de obligar a comprar dos camas por separado. Incluso llegaron a vender camas individuales que parecían una de matrimonio al juntarse.
Su popularidad fue creciendo con las décadas, pero a mediados de siglo pasaron de ser un símbolo de modernidad a uno de un matrimonio fallido. La defensora de la eugenesia y los derechos de las mujeres Marie Stopes la criticó duramente, afirmando que era un invento del demonio, celoso de los matrimonios felices. Declaraba que las camas eran las culpables de los matrimonios infelices, irritables e insomnes. En cuestión de años perdieron su prevalencia en los dormitorios.