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Cuando la financiación mantiene un tratamiento inefectivo
En la década de 1940 y 1950, después de la aprobación de la FDA, las lobotomías se convirtieron en un procedimiento rutinario en la salud mental de Estados Unidos. Sin embargo, al contrario de lo que podría pensarse, se conocían los daños provocados y había alternativas. Por ello cabe preguntarse, ¿por qué fueron populares durante décadas?
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, los neurólogos y psicólogos lucharon para promover el cuidado de las personas con problemas mentales en Estados Unidos, agrupándolo junto al resto de prácticas sanitarias para que en conjunto tuviera un mayor peso político. Gracias a ello se obtuvo más financiación para los manicomios estatales y para crear hospitales estatales con salas psiquiátricas. A su vez, se facilitó y se incentivó el ingreso de los pacientes en estas instituciones. Esto se veía como una estrategia para proteger a la sociedad de aquellos con problemas mentales y retraso mental, que a su vez eran esterilizados para evitar el crecimiento de la amenaza percibida. Como consecuencia, el número de pacientes ingresados se cuadruplicó en 50 años, aglomerando los hospitales y manicomios, que apenas tenían recursos para tratar con un aumento tan drástico de enfermos. Aunque el presupuesto creciera considerablemente, también lo hacía el gasto por paciente.
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En 1949, el portugués António Egas Moniz y el suizo Walter Rudolf Hess ganaron el premio Nobel de Fisiología y Medicina por descubrir el valor terapéutico de la lobotomía para tratar ciertas formas de psicosis. El procedimiento, que llevaba realizando desde 1935, consistía en inyectar alcohol en la corteza prefrontal para destruir tejidos con el fin de aliviar trastornos mentales. En Estados Unidos, Walter Freeman y James W. Watts fueron los principales impulsores del procedimiento, realizando cientos de lobotomías. Para ahorrar tiempo, en 1945, Freeman desarrolló la lobotomía transorbital, que utilizaba un picahielos introducido por el lagrimal o el orificio nasal. Para 1957, ya había realizado 3000 lobotomías. La sencillez del procedimiento casó muy bien con la superpoblación en las instituciones.
A pesar de la aprobación del primer antipsicótico o neuroléptico en 1954 y el rechazo de la comunidad médica, que lo consideraban un procedimiento que no merecía la pena, el número de lobotomías aumentó drásticamente. No solo se criticaron las bases teóricas de la lobotomía antes de obtenerse resultados concluyentes, sino que incluso Moniz y Freeman aceptaron que tenía una base endeble. De hecho, fuera de los Estados Unidos, su uso se rechazaba incluso cuando no había alternativas.
En Estados Unidos, la financiación dependía del número de enfermos, pero esta resultaba insuficiente. Por ello, la lobotomía, especialmente la transorbital, resultaba muy oportuna. Era económica, sencilla y, en principio, solo se realizaba una sola vez. Gracias a esto, no solo los pacientes agresivos se volvían dóciles, sino que muchos recibían el alta inmediatamente. Como lo que importaba era el número de pacientes tratados y no el método ni los resultados, las lobotomías se convirtieron en el tratamiento habitual. Además, podían realizarlas sin permiso de los pacientes o cuidadores, pudiendo negar también los derechos de visita. En contraste, en las instituciones privadas primaban los resultados, por lo que eran más cautos en sus tratamientos, pues el fracaso les suponía la reputación y la pérdida de clientes o de donaciones.