Extractos artefactos 5

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artefactos 5

Verano/Invierno 2014


artefactos 5

contextos clínicos, una revista de la elp

Verano/Invierno 2014 Director: Alberto Sladogna Comité de redacción: Eduardo Bernasconi, Flavio Meléndez Zermeño, Anthony Sampson, Alberto Sladogna, Claudia Weiner Comité de lecturas: Giorgio Agamben, Judith Butler, Germán García, Guy Le Gaufey, David Halperin, Mario Pujó, Peter Sloterdijk, José Steinsleger Nudos de artefactos: Ana Baños, Elizabeth Buitrón, Carmen Cuéllar Zavala, Alex Forster, Omar Rodríguez, Andrés Velázquez Ortega Edición: Rebeca González Rudo

Suscripciones: artefactos

Copilco 300 edif. 6 dept. 403 Colonia Copilco Universidad México DF 04360 52(55) 5658 9314 artefactoselp@gmail.com No. de reserva al título: 04-2007-102416553800-12 No. de certificado de licitud de título: en trámite No. de certificado de licitud de contenido: en trámite Ilustración de portada: Daniela Ortiz Todos los artículos son responsabilidad de sus autores y no podrán ser reproducidos en su totalidad o en partes por ningún medio mecánico o de cualquier naturaleza sin la autorización previa de los editores.

ISBN: 978­987­33­5585­1

Impreso en Argentina


artefactos 5 rev i s t a d e l a e l p

El escándalo performativo del análisis

Presentación ¡El goce de lalengua!

7 Flavio Meléndez Zermeño

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Escándalos hablantes de Shoshana Felman

Gerardo Gutiérrez Cham

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Jorge Orendáin

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Performance del análisis: El gesto Alberto Sladogna

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Performance y mutación. Una lectura del ensayo de Joseph Danan: “Entre teatro y performance: la cuestión del texto.” Julio Barrera Oro Cuerpos dichos dichosos cuerpos Manuel Carreras Hernández

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El aquelarre del cuerpo charlador

Ocurrencias Performativas Alfredo Moreno Sánchez Cabeza hueca Mauricio Ortiz Entre la carne y el verbo: un camino sembrado de promesas Rebeca González Rudo El psicoanálisis debe estar en contacto directo con la vida Felix Guattari

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Locuras con texto El vagido del silicio Claude Mercier La espera del escritor Carlos Tobal Olvidos con huellas, olvidos sin huellas Françoise Jandrot Una mujer en Berlín. El conocimiento y la supervivencia o el efecto de una conciencia histórica Alexandre Soucaille

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El escรกndalo performativo del anรกlisis



El escándalo performativo del análisis Este número de artefactos, revista de la elp, se organiza en torno a los efectos provocados y producidos por el libro El escándalo del cuerpo hablante. Don Juan con J. L. Austin [y J. Lacan] o Seducción entre lenguas1 de Shoshana Felman. El texto se editó gracias a la activa colaboración de la tesorería de la elp. Este libro fue acompañado por el texto de Joseph Danan, Entre théâtre et performance: La question du texte (de próxima edición en castellano). Flavio Meléndez Z. organizó y participó en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, México (sábado 25 de mayo del 2013) en la actividad: “Conversaciones a propósito de la aparición del libro: El escándalo del cuerpo hablante…”, junto con Gerardo Gutiérrez y Jorge Orendáin. En la misma ciudad, los días 23 y 24 de noviembre, se llevaron a cabo las jornadas de trabajo: “Mutaciones, inventar al analista ¿…?”, organizadas por Flavio Meléndez Z. (México), Claudia Weiner (Argentina), Julio Barrera Oro (Francia), Alberto Sladogna (Mexargen) y Paola Alejandra Ramírez González (México). Los artículos que componen el tema monográfico de este número de artefactos son las diferentes versiones escritas de las presentaciones efectuadas en ambas actividades y de las discusiones que se originaron. Como el lector podrá apreciar los textos conllevan los sabores del tequila jaliscience, del buen vino francés y de los aportes performativos del tango bonarense.

1  artefactos textuales, Ortega y Ortiz editores, traducción de Rebeca González Rudo, México/Argentina, 2012.

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¡El goce de lalengua! Flavio Meléndez Zermeño1

Frente a la moralina de algunos escritos lacanianos, enuncio de entrada: ¡Bienvenidos al territorio del goce de lalengua!, no todo es tragedia.

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engo que declarar de una vez por todas que Shoshana Felman me ha seducido. He sido cautivado por su manera de hacer con las palabras, por su habilidad para llevar hasta sus últimas consecuencias las palabras de Austin, de Lacan y de Don Juan, haciéndolos conversar deliciosamente entre ellos. Me divierte su fino sentido del humor, sus agudas ocurrencias, su transgresión de los límites disciplinares entre filosofía, lingüística, literatura y psicoanálisis, además de su irreverencia con la rigidez teórica y los principios fundacionales de la metafísica occidental. Admito que he gozado con la lectura de El escándalo del cuerpo hablante. Don Juan con J. L. Austin [y J. Lacan] o Seducción entre lenguas,2 y que esta lectura ha desatado en mí otros efectos corporales, tales como ocurrencias, inquietudes, interrogantes, lecturas. He aquí algunas de ellas. Constatar que el lenguaje es un campo de goce tiene efectos performativos. Al partir de este punto una cantidad de cuestiones quedan desterritorializadas al producirse una infiltración incontrolable del goce en el territorio de la razón y de las teorías que encuentran en ella su (único) fundamento. Cuando John L. Austin3 propone el performativo para cuestionar la tradición filosófica según la cual lo único que se juega en la relación del lenguaje 1  flaviomelendez@gmail.com Este artículo es el resultado de diversos momentos de lectura del libro de Shoshana Felman, que desembocaron en el Taller temático El goce de lalengua, efectuado en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, el sábado 31 de mayo de 2014. 2  Shoshana Felman. El escándalo del cuerpo hablante. Don Juan con J. L. Austin [y J. Lacan] o Seducción entre lenguas. artefactos textuales, Ortega y Ortiz editores. México/Argentina, 2012. 3  John L. Austin. Cómo hacer cosas con palabras. Paidós. Barcelona, 1990.

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con la realidad es su verdad o falsedad, contribuye a hacerle una fractura al conocimiento, fractura por la cual se va a colar un goce que va a invadir los más diversos ámbitos del lenguaje desalojando a una pretendida razón autónoma y a un sujeto soberano para el cual el ejercicio de la razón está desligado de sus pasiones. ¿Hay una propuesta que en esto pueda ser más cercana a la experiencia del análisis? La oposición que plantea Austin en su estudio de los actos de habla entre enunciaciones constatativas (cuyos enunciados resultantes pueden ser calificados con el criterio verdadero/falso) y enunciaciones performativas (que pueden ser afortunadas o desafortunadas, exitosas o no exitosas al hacer cosas con las palabras, al realizar el acto en el momento mismo de su enunciación, v. gr. yo prometo) queda rápidamente dislocada. El filósofo inglés va a constatar que no solo existen performativos explícitos sino que los hay también implícitos (es el caso de aquellos que no utilizan un verbo en primera persona cuya enunciación coincide con su realización, v. gr. un imperativo) y que una gran cantidad de enunciaciones constatativas llevan a cabo actos lingüísticos que son más o menos exitosos pero que no pueden quedar reducidos a su verdad o falsedad. Aquí aparece lo que podemos llamar una topología particular de los actos de habla: una enunciación constatativa puede tener una fuerza performativa que le da consistencia de acto; una enunciación performativa permite constatar algo, de lo cual puede extraer una certeza en tanto acto. Una continuidad performativo/constatativo es posible a través de torsiones singulares efectuadas por cada acto de habla. Esta topología extrae su consistencia del hecho de que el acto de habla dice más de lo que se propone, del exceso de la enunciación con respecto al enunciado, desproporción característica del momento en que el acto de habla coincide con el acto en sentido analítico: acontecimiento en que el decir tiene valor de acto. Es de esta forma que el lenguaje como instrumento cognitivo sufre una fractura expuesta, a la vista de los movimientos producidos por los actos de habla cotidianos. Su función constatativa, mediante la cual es posible establecer la verdad como correspondencia entre un enunciado y su referente, ha perdido el monopolio desde el momento en que se ha podido constatar que no se trata solo de informar sino también de hacer con las palabras, que el lenguaje no es solo informativo sino que es también performativo. Por lo mismo, el criterio filosófico tradicional verdadero/falso ha sido relativizado por criterios que ponen el énfasis en la satisfacción/insatisfacción alcanzada por un acto de habla. El deseo y el goce han invadido un territorio que du10


rante siglos estuvo reservado a la razón. Un acto de habla puede ser entonces un acontecimiento del deseo que busca producir un goce. Tal acto de habla pone en juego al cuerpo y sus articulaciones con el lenguaje, cuestionando la dislocación que tradicionalmente se hace entre ellos: Si el problema del acto humano consiste, entonces, en la relación entre lenguaje y cuerpo, es porque el acto es concebido —tanto por el análisis del performativo como por el psicoanálisis— como lo que pro­blematiza simultáneamente la separación y la oposición entre ambos. El acto, una producción enigmática y problemática del cuerpo hablante, destruye desde su principio la dicotomía metafísica entre el dominio de lo “mental” y el dominio de lo “físico”, rompe la oposición entre cuer­po y espíritu, entre materia y lenguaje.4

Así, tanto el dualismo cartesiano como otras modalidades de oposición binaria tan caras a la metafísica occidental quedan superados, de aquí en adelante no es posible plantear en el ámbito humano un cuerpo sin lenguaje y un lenguaje sin cuerpo. La distinción entre un lenguaje solamente verbal y otro pretendidamente corporal se torna impertinente, pues el lenguaje es necesariamente corporal y al mismo tiempo el cuerpo humano es siempre un cuerpo hablante, que queda tomado por los actos de habla que produce y por los que otros producen en relación con él y con su portador. Lo que Shoshana Felman llama el escándalo del cuerpo hablante está íntimamente anudado a lo erótico en tanto es inseparable de este cuerpo: “... el escándalo recae no tanto en el hecho de que lo lingüístico es siempre erótico, sino en el hecho, aún más escandaloso, de que lo erótico es siempre lingüís­tico”.5 El lenguaje se revela entonces como un campo de goce, más allá de su función cognitiva, lo cual le da una consistencia particular al cuerpo humano que permite enunciar: cuerpo hablante, cuerpo gozante. Entonces no hay seducción que no sea en y del lenguaje. Lalengua popular mexicana dice respecto de un seductor que tiene particular éxito en sus andanzas: verbo mata carita, para hacer notar que el seductor alcanza su objetivo gracias a su estrategia verbal y no a su atractivo físico. Como constata Shoshana: “El lenguaje es el reino verdadero del erotismo y no simplemente un medio de acceso a este. Seducir es producir un lenguaje que goza...”.6 Esto es válido incluso en lo 4  Shoshana Felman, op. cit. p. 85. 5  Ibíd., p. 103. 6  Ibíd., p. 19.

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Escándalos hablantes de Shoshana Felman Gerardo Gutiérrez Cham1

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ace poco más de medio siglo que John Austin pronunció sus famosas conferencias en la Universidad de Harvard. Desde entonces, el legado del filósofo se ha ido acrecentando en diversos campos disciplinarios, en los que el lenguaje tiene especial relevancia: lingüística, filosofía, psicología del lenguaje, pragmática, argumentación, estudios de oralidad, etcétera. Parte de su legado, se debe, sin duda, al hecho de haber abierto una especie de esclusa en favor de los estudios sobre los múltiples usos del lenguaje ordinario. Al mismo tiempo, John Austin levantaba la voz contra esa “enfermedad profesional” (1996:9) esparcida entre filósofos de carrera, empeñados en abordar problemas filosóficos mediante un lenguaje especializado que, en ocasiones termina por enrarecer el mismo problema. De fondo pugnaba por una integración de los engranajes cotidianos en el seno mismo del discurso filosófico, donde a su parecer bien podrían abordarse los mismos problemas ontológicos desde ámbitos más cotidianos, mediante un lenguaje accesible, sin tantos procedimientos de ambiguación, vaguedad y cálculos estrictamente especulativos. Como buen ironista, John Austin sostenía que el lenguaje no podía ser analizado exclusivamente con instrumentos lógicos y racionales, por la sencilla razón de que, el lenguaje, no sólo es un sistema cognitivo racional, sino una forma de vida que se usa de manera coordinada con otras múltiples funciones en nuestras interacciones ordinarias. Pese a la brevedad de su obra, puede decirse que las contribuciones de Austin siguen siendo de gran trascendencia, particularmente en el ámbito de la filosofía del lenguaje y en los estudios especializados de pragmática. Por ejemplo, cuando se hacen estudios sobre condiciones y contingencias significativas del verbo “conocer” como acto mental, suele ser un referente el análisis que hizo en Other minds. También se han vuelto muy relevantes sus 1  Universidad de Guadalajara. Departamento de Estudios Literarios. ger3274@gmail.com

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contribuciones respecto a la noción de verdad. Pero indudablemente, el gran prestigio de su obra se debe en buena medida al hecho de haber sentado las bases para el desarrollo de una teoría general de los actos lingüísticos, mejor conocida como teoría de los actos de habla. Cabe señalar que las ideas teóricas de Austin sobre expresiones realizativas (performative utterances) ya se habían esbozado por lo menos dieciséis años antes de la publicación de How to Do Things with Words (1962), en Other minds (1946). Posteriormente, en 1956 tocó específicamente el tema de las expresiones realizativas, durante una charla que difundió la BBC de Londres. Desde aquellos años, Austin empezó a levantar la voz contra los filósofos que pertinazmente insistían en que la función esencial de los enunciados era exclusivamente describir “estados de cosas”, o bien dar cuenta de un hecho de manera verdadera, falsa, distorsionada, etcétera. El primer dardo era lanzado. Para el filósofo, estaba claro que no todos los enunciados comúnmente catalogados en verdaderos o falsos funcionan como entidades descriptivas, sino más bien como constataciones de algo “no todos los enunciados verdaderos o falsos son descripciones; por esta razón prefiero usar la palabra “constatativo” (Austin, 1996:43). Al mismo tiempo sentaba las bases para el desarrollo posterior de teorías explicativas en torno a las ambigüedades implicadas en muchos actos de habla, pues Austin ya observaba que muchos enunciados en realidad no describen ni registran nada en particular, o más bien hacen alusiones sesgadas a meras contingencias que pueden ser de índole afectiva, como cuando alguien pregunta en nuestro contexto tapatío: “¿Qué estás haciendo?”, y el interpelado responde cosas parecidas a “Pues aquí pasándola”. Una respuesta como esta no es la descripción específica de algo y tampoco puede ser catalogada como la verificación de un estado de cosas. De hecho, una de las grandes contribuciones de Austin consistió en sentar las bases para demostrar que las descripciones de estados de cosas, así como la transmisión de información, están lejos de ser las únicas funciones del lenguaje. En todo caso, podría decirse que describir y transmitir información es una más, entre otras funciones del lenguaje que utilizamos cotidianamente. Para Austin (1996:45-46) era más importante hacer notar que el acto mismo de expresar un enunciado en una situación interactiva es ya una acción. A partir de la idea de acción en el seno mismo de las enunciaciones, Austin hacía notar una primera distinción entre enunciados constatativos y realizativos. Los primeros sirven para constatar o informar sobre algo, mientras que los segundos llevan a cabo algún tipo de acción, como sugerir, pro20


meter, pedir algo, etcétera. Austin sugirió ciertos ejemplos de enunciados realizativos que, de algún modo se han vuelto referenciales para entender el funcionamiento de los actos de habla: “Bautizo este barco…”, “Lego mi reloj…”, “Te apuesto….”. Por supuesto, Austin hacía ver que la performatividad explícita requiere de un cierto marco contextual pertinente y validado como parte de un marco social instituido. Un matrimonio civil no podría llevarse a cabo, por lo menos, si no hay un juez validado, testigos y contrayentes interesados. Cuando el juez dice las palabras rituales del tipo acepta usted por esposo o por esposa a X… y los contrayentes, cada uno por separado dicen algo como sí, acepto entonces se lleva a cabo un acto de consumación matrimonial. Aunque este ejemplo, muchas veces repetido como muestra de un realizativo instituido, permite entender la importancia de las circunstancias apropiadas para que sea posible hablar de un enunciado realizativo (Austin, 1996: 4647). Ahora bien, también tenemos realizaciones verbales que se proyectan de manera implícita, sin que haya de por medio algo parecido a yo estoy haciendo x…con lo que estoy diciendo. Es aquí donde cobra fuerza la noción de acto de habla desarrollada por John Searle (1994), quien amplió el paradigma analítico iniciado por Austin, provocando incluso que muchos lingüistas, psicólogos, antropólogos y analistas del discurso se interesaran por problemas que tradicionalmente interesaban especialmente a los filósofos. Searle va más allá de las distinciones ontológicas entre lo constatativo y lo realizativo. A manera de principio pragmático sostiene que el acto mismo de hablar una lengua, implica la movilización de una conducta muy compleja, gobernada por un sistema de reglas. De manera que, aprender y dominar una lengua necesariamente implicará el dominio y aprendizaje de esas reglas. (Searle, 1994:22). Este principio pragmático sigue estableciendo, como ya lo hacía Austin, relaciones estrechas entre lenguaje y acción. De hecho, Searle concibe al lenguaje como un sistema especial de acciones, que debería estudiarse integrado a una teoría general de la acción. Desde esta perspectiva, las relaciones entre lenguaje y acciones son tan estrechas que no tendría mucho sentido estudiar una lengua, a partir nada más de sus componentes estructurales y formales, sin tener en cuenta las funciones que realizan esos componentes en situaciones concretas de la vida real. Ahora bien, a diferencia de Austin, John Searle ve en toda la actividad lingüística una cierta realización de actos de habla y no sólo en ciertos tipos de actos ritualizados. Esta perspectiva coextensiva a todo el espectro lingüístico, también implica una considerable ampliación de principios 21


El aquelarre del cuerpo charlador Jorge Orendáin1

Arranque

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uchas gracias a Flavio Meléndez por esta invitación a decir o intentar decir algunos comentarios acerca de las inquietudes, reflexiones, preguntas y demás que el libro El escándalo del cuerpo hablante me ha dejado. Es claro que son más las preguntas que respuestas. Y es más claro que cuando intento responderlas, me surgen más preguntas. De entrada comento que luego de leer las primeras páginas de este libro (en especial el prólogo de Stanley Cavell) estuve a punto de “echarme para atrás”, como se dice coloquialmente. Esto porque empezaron a surgir muchos términos de los cuales no estoy muy familiarizado. Más de alguna vez me pregunté por qué me habían invitado si este es un libro más bien dirigido a lingüistas, filósofos, psicoanalistas y demás, pero no para un editor de libros y revistas, maestro de poesía e intento de poeta, o poemista. Pero tuve paciencia. Además ya lo había prometido. Y como se darán cuenta, el verbo prometer es clave en este libro. Estas palabras que hoy les comparto, quiero ofrecerlas más como apuntes que como una ensayo o conferencia. De acuerdo a lo que Flavio me comentó, la intención no es sólo hablar del libro, sino tomarlo de referente para reflexionar de manera general sobre algunos temas. Apunte 1. Generales del libro El libro, o mejor dicho, Shoshana Felman me fue seduciendo poco a poco, no del todo, pero no dejaba de coquetearme capítulo por capítulo. Ya “echarme 1  Dirige la editorial independiente La Zonámbula. Forma parte del Consejo Editorial de la revista Reverso. orendain67@gmail.com

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para atrás” y no aceptar la invitación hubiera sido “performativamente incorrecto”. Y de una vez lo digo, la palabra “performativo” fue al inicio la culpable de tantas dudas que me surgieron... pero poco a poco fueron llegando las explicaciones, los ejemplos, las definiciones y demás, que me confundían más, pero al mismo tiempo me iban aclarando algunos conceptos. Quizá las palabras que entraron al quite, como también se dice coloquialmente, fueron: prometer, matrimonio, erotismo, amor, deseo, conquista. Y claro, con los ejemplos concretos de la obra de Don Juan. Lo demás ha sido pura ganancia. Sería muy cansado explicar a detalle el contenido de este libro, porque sí, es un libro lleno de “densura”. (No sé si exista esta palabra, pero alguna vez la puse en un poema y me gusta.) Densura, porque contiene conceptos densos que no es fácil explicar, y más porque varios de ellos se pueden exponer desde diferentes áreas, como la lingüística, el psicoanálisis, la literatura, la teología, etcétera. Entre otros asuntos, queda claro que el tema central de este libro son las expresiones performativas. Sé que al estar pronunciando estas palabras, produzco un suceso que ellas designan. Ahora no sé cuáles expresiones performativas son exactamente las que estoy diciendo. Una podría ser al inicio de esta lectura cuando los saludé. El acto de saludar es un performativo. Confieso que he leído el libro de Felman una vez, y que he releído varias veces algunos párrafos que subrayé para intentar entender un poco más, o mejor dicho, para entenderme un poco más. Entre esas relecturas fragmentadas que he realizado, una enseñanza que me queda es la invitación que la autora nos hace a repensar el acto humano: sus palabras, su contexto, sus complicidades culturales y demás. Pero también a gozar el lenguaje, sentir placer por lo que es y dice y deja de decir, por toda su fuerza seductora. No en vano la autora remarca que la escritura hace del saber una fiesta. Y me atrevo a decirlo de otra manera: el saber hace de la escritura una fiesta. Y de cualquier modo, hacen del cuerpo un lenguaje. Sí, esa es la invitación: probar el sabor de las palabras o el sabor del saber. Entender que somos cuerpo que se sabe palabra, que se sabe fiesta, que se sabe seducido, que se sabe risa, que se sabe deseo, que se sabe vida, que se sabe escándalo. Felman ha tenido la capacidad de evocar, convocar y provocar. Por lo pronto, a mí me ha convocado a leer con más detenimiento los libros de Austin, de ver más veces la obra de Don Juan y reflexionar con más deteni30


miento sobre ciertas expresiones que usamos a diario. Y sí, a divertirme más con las palabras, performativas o no; a hacer uso del chiste para romper las barreras que impone la hegemonía, y claro, a lamentarme todo el tiempo porque, como bien dice Kierkegaard citado en este libro, el lamento es la síntesis de toda la sabiduría de la vida. O como bien dijo Antonio Porchia: el ser humano que no se lamenta, casi no existe. Apunte 2. Prometer no empobrece Al verbo prometer se le dedica un gran número de páginas para entender muchas de las acciones de Don Juan. De hecho, es una de las palabras que varios estudiosos utilizan para explicar el performativo. Luego de revisar el análisis que la autora hace de Don Juan y su decir del matrimonio, esto es, prometer, recordé un brevísimo relato intitulado “Novios”, escrito por Raúl Renán, autor mexicano nacido en Mérida. Dice: —¿Me das tu palabra? —dice la novia. —No puedo. Es la única palabra que tengo. Un hombre no tiene honor completo sin palabra —responde el novio. —Entonces no me quieres —reclama la novia. —Sí te quiero —reafirma el novio. —¿Me das tu palabra? —remata la novia. El hombre de este breve diálogo sabe perfectamente que la promesa origina conflictos. Su respuesta no está lejos de lo que Don Juan hubiera respondido. La diferencia es que en este caso Don Juan hubiera sido parado en seco con la respuesta de esta mujer: “¿Me das tu palabra”. Y sí, Don Juan daría “su palabra” (“entre comillas”) que sabemos nunca lo haría. Desde luego, con esto pensaríamos que toda su trama de seducción finalizaría. Pero no. Más bien, justo ahí se fortalecería el camino de seducción de Don Juan porque, como se sabe, su éxito de seducción es lingüístico. O lo que es lo mismo, a ver de qué piropo salen más correas. Sabemos que todo esto llevará al fracaso. Ya bien lo dijo Nietzsche: el prometer es la problemática de lo humano. Y es por eso que Felman afirma que la promesa es una huida anticipada. Apunte 3. Sedúceme que yo te ayudaré Felman remarca que el escándalo de la seducción parece estar fundamentalmente atado al escándalo de la promesa rota. Por ello, Don Juan es el 31


Performance del análisis: El gesto Alberto Sladogna1

Cuanto más apto es un cuerpo para ser afectado de muchas maneras y para afectar de muchas maneras a los cuerpos exteriores, tanto más apta es el alma para pensar. Spinoza La inexactitud no es en modo alguno una aproximación: por el contrario, es el movimiento preciso de aquello que está en marcha. Gilles Deleuze y Félix Guattari Hacer es resistir. Antonio Berni ¿Qué es lo que es un gesto? Un gesto de amenaza, por ejemplo, no es un golpe que se interrumpe, y bien es alguna cosa que está hecha para detenerse y suspenderse ¿En qué sentido? Jacques Lacan

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Alberto Sladogna, sladogna@gmail.com

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Gesto

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n los diccionarios se describe el gesto como una forma de comunicación no verbal ejecutada con alguna parte del cuerpo y producida por el movimiento de las articulaciones, músculos de brazos, manos o cabeza. El lenguaje de los gestos es asignificante, permite expresar una variedad de sensaciones y pensamientos, desde desprecio y hostilidad hasta aprobación y afecto. Prácticamente todas las personas utilizan gestos y el lenguaje corporal en adición de palabras cuando hablan. Ciertos tipos de gestos pueden ser considerados culturalmente aceptables o no, dependiendo del lugar y contexto en que se realicen. Paul Ekman y Wallace Friesen proponen una clasificación: 1.- Gestos emblemáticos o emblemas: son señales emitidas intencionalmente y de las cuales todo el mundo conoce su significado (pulgar levantado). 2.- Gestos ilustrativos o ilustradores: son gestos que acompañan a la comunicación verbal para matizar o recalcar lo que se dice, para suplantar una palabra en una situación difícil, etcétera. Se utilizan intencionalmente. Este tipo de gestos son muy útiles en los discursos cuando se habla en público. 3.- Gestos reguladores de la interacción o reguladores: con ellos se sincroniza o se regula la comunicación y el canal no desaparece. Se utilizan para tomar el relevo en la conversación, para iniciar y finalizar la interacción o para ceder el turno de la palabra… (dar la mano). 4.- Gestos que expresan estados emotivos o muestras de afecto: este tipo de gestos reflejan el estado emotivo de la persona y es el resultado emocional del momento. Como ejemplo podemos mencionar gestos que expresan ansiedad o tensión, muecas de dolor, triunfo, alegría, etcétera. 5.- Gestos de adaptación o adaptadores: son aquellos gestos que se utilizan para manejar emociones que no queremos expresar, para ayudar a relajarnos o tranquilizarnos, etcétera. Aquí podemos distinguir los signos dirigidos a uno mismo (como por ejemplo, pellizcarse), dirigidos hacia los objetos (bolígrafo, lápiz, cigarro, etcétera) y los dirigidos hacia otras personas (como proteger a otra persona). Los adaptadores también pueden ser inconscientes, unos ejemplos muy claros son el morderse una uña o chuparse el dedo, muy común en los pequeños… adultos. El gesto es un signo que porta un significante. La fotografía puede ser una forma de mostrar un gesto, así ocurre en las dos fotos con las que inicio este texto. El gesto fotografiado, ¿mantiene su componente performativo? El libro de Shoshana Felman, El escándalo del cuerpo hablante. Don Juan con J. L. Austin [y Lacan] o Seducción entre lenguas [artefactos textuales, Ortega y 37


Ortiz editores, México/Buenos Aires, 2012] hace un regalo al análisis en lengua castellana: inaugurar el horizonte performativo del análisis, tal que permite sortear los efectos de la caída de la dictadura de la cadena significante como indicó Félix Guattari, quien desplegó intensidades precisas propuestas por Jacques Lacan. Felman recoge esas mutaciones reabriendo ciertas posibilidades del devenir de la teoría del análisis en su práctica, al retomar algunas sugerencias de Lacan: De esta manera, el impacto del performativo constituye en la historia, algo así como una epidemia científica. Una “epidemia científica” de acuerdo a Lacan, ocurre “cuando algo es tomado como una simple emergencia, mientras que, de hecho es una ruptura radical” (Lacan, sesión del 13/11/1973). Una epidemia, también solía decir Freud cuando vino a introducir el psicoanálisis en Estados Unidos: “No saben que les traigo la plaga”. Efectivamente, la historia del psicoanálisis se asemeja a la del performativo, en el sentido de que ahí también, la ruptura radical se la creyó, se volvió institucionalizada, sólo para ser en sí misma reprimida, negada, malinterpretada como una “simple emergencia”. Lo que no es entendido —aquí y en cualquier lugar—, lo que la historia está determinada a no retener, determinada a perder, es decir, a rehusar en el mismo gesto de aceptar, es siempre el valor radical —al mismo tiempo subversivo y auto-subversivo— con el que el pensador original invistió la fuerza de la negatividad misma.

Se trata de recuperar la peste del análisis que ahora regresa a los distintos lugares en donde este se practica, lugar por lugar, no habría un análisis universal ya formado y único para todo el mundo. Notemos que Lacan, según algunas investigaciones, no fue ajeno a la construcción performativa de “No saben que les traigo la plaga”, frase que escuchó de la voz de Karl Jung. ¿Qué ocurre si intensificamos los alcances de esa “ruptura radical” en la lectura del seminario oral de 1937/1974, [laitnondupeair] y los subsiguientes? Shoshana Felman muestra cómo se produjo una inoculación en el territorio lacaniano: En las simplificaciones que históricamente siguieron, lo negativo siempre se ha entendido como lo que es reducible, lo que puede ser eliminado, esto es, como lo que por definición es opuesto, está referido o está subordinado a lo “normal” o a lo “positivo”. La lógica de los actos se vuelve entonces para

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Performance y mutación1 Una lectura del ensayo de Joseph Danan: “Entre teatro y performance: la cuestión del texto”2 Julio Barrera Oro

El 14 de junio 2013 apareció en el diario Le Monde, la crónica de un libro firmada por Denis Podalydès, actor, escritor y escenógrafo, se trataba del ensayo de Joseph Danan: “Entre teatro y performance: la cuestión del texto”. Joseph Danan es un escritor, profesor y dramaturgo de larga actividad en el medio teatral contemporáneo francés. Su libro, nos pareció que ponía una serie de cuestiones en evidencia que nos interesaban como analistas. Este libro dio lugar a una actividad pública de discusión del mismo llamada L’atelier du bureau de l’Elp (l’abEl), en presencia del autor y de Denis Podalydès.3 Danan comienza su ensayo diciendo que lo escribe bajo el imperio de una doble necesidad. La primera es la de entender las mutaciones actuales del teatro contemporáneo. Y la segunda responde al hecho que debido a estas mutaciones él se encuentra al borde de la incapacidad de escribir. ¿De cuáles mutaciones se trata y que es lo que las produce? Un término viene con insistencia en el dominio teatral, y podríamos agregar no solamente en el dominio teatral, es el término de: performance. Este término que nos llega de la aérea cultural anglosajona, tiene como origen la palabra parformer del viejo francés y ha invadido el teatro contemporáneo hasta 1  Este artículo es una versión corregida de una exposición que hice en la ciudad de Guadalajara, México, el 23-24 de noviembre a invitación de los organizadores de las jornadas Flavio Meléndez Z., Alberto Sladogna y Claudia Weiner: Mutaciones. Inventar al analista ¿…? delante de un público atento y entusiasta a quien aprovecho para manifestarles mi agradecimiento.[Nota del comité editorial: este texto lleva las huellas del francés-castellano-francés en que Julio Barrera Oro lo escribió, es su devenir.] 2  Actes Sud, 2013. (Nos anuncian su pronta aparición en castellano) 3  Este tuvo lugar en 13 de noviembre 2013 en la Maison de l’Amérique Latine en París.

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subvertirlo, mutarlo profundamente. Significa: desempeño, realización, resultados reales. El termino performance no figura en el diccionario de la Real Academia Española. Doy el significado encontrado en un diccionario francés que cito más abajo. Veamos cómo nos presenta la performance un actor como Denis Podalydès: ¿Que es una performance? (…) Algunos (de sus) rasgos esenciales (son): la performance es una puesta en juego personal del artista. Su implicación es directa; no hay separación entre el arte y la vida; una importancia primordial es dada al cuerpo; lo imprevisto está requerido; la experiencia es compartida; la transgresión, la provocación, incluso la reivindicación sexual es muy seguido el blanco de la performance, que atestigua de una marginalidad elegida del performer.4 Encontramos aquí muchos rasgos de la creación contemporánea.”

Pregunta: ¿Y del psicoanálisis contemporáneo? Todas estas características las vamos a encontrar a lo largo de lo que Joseph Danan va a presentarnos. Nosotros hacemos la apuesta, a demostrar, que muchas de ellas reencuentran algunas del campo analítico. No podemos decir acaso que la puesta en juego personal (en el psicoanálisis se trata de una desaparición de la persona del analista).5 La no separación del psicoanálisis y la vida, lo imprevisto (la asociación dicha “libre”), una experiencia compartida: analisante-analista, la transgresión, la provocación, la reivindicación sexual presente constantemente en una sesión e incluso la marginalidad elegida de un analista: ¿serian estos algunos de los puntos de encuentro? Joseph Danan presentando la performance, habla de: 1. La performance en un largo sentido: próxima del dominio anglosajón, en la cual esta reenvía al acto teatral al presente en su relación con los espectadores. Y en la cual el texto en su forma escrita es considerado como facultativo o secundario. Danan cita a Biet y Franz:

4  ver revista Mouvement, mars-avril 2014, n°73, articulo Steven Cohen. www.mouvement. net 5  ver Allouch L’amour Lacan, p. 449. “… el analista no se ofrece él mismo, si por “él mismo” entendemos la inefable y largamente sobreestimada singularidad donde cada uno se estima ridículamente vestido”.

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En lugar de estar como anterior a la representación, el texto puede ahora surgir después, es lo que el espectáculo constituye o ha constituido.6

Retengamos este término “surgir” que volveremos a encontrar y nos hacemos la pregunta: no es acaso en un análisis que esperamos el surgimiento de otro texto que él que traíamos al principio? 2. La performance en sentido limitado: que reenvía a un tipo de acontecimiento cuyo cuadro de emergencia se encuentra del lado de las artes plásticas. Y busca apoyo, en principio, “más sobre la imagen y sobre el cuerpo que sobre el texto”, dice Danan. Para Danan lo que introduce la performance en el teatro es: la producción de un acto viviente al interior de un arte que no lo sería más o no suficientemente. Un arte momificado, fijado, académico.

Dos fechas le aparecen importantes, en la genealogía que establece desde la introducción de la performance en el teatro europeo contemporáneo. La primera el año 1966 en el cual el dramaturgo alemán Peter Handke publica Insultar al público. La pieza es contemporánea de Las palabras y las cosas de Michel Foucault y precede de dos años Diferencia y Repetición de Gilles Deleuze. Con esta pieza Peter Handke, subvierte totalmente el teatro de su época, todas las reglas en las cuales un espectador de los años 60 reconocía una pieza de teatro son aniquiladas. Este reconocimiento es un punto central ya que es ese punto central que es justamente puesto en tela de juicio. El punto central o esencial que es cuestionado es la: mimesis. Mimesis:7 toma dos acepciones, imitación del real de la naturaleza y en Aristóteles designa la manifestación sensible de los caracteres ocultos del hombre. Es decir una expresión o una representación. Representación, siguiendo el mismo diccionario, se vuelve el substantivo de la acción de representar, designando la acción de hacer presente o sensible algo al espíritu o a la memoria por medio de una imagen, de una figura, de un signo y por metonimia esa imagen, signo, símbolo o alegoría. Y de ahí la importancia de Foucault y posteriormente de Deleuze por 6  Christian Biet et Pierre Frantz, en Le théâtre sans illusion, Critique, n°699-700, août-septembre 2005, p. 570 7  Le Robert, Dictionnaire historique de la langue française, 1993.

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Cuerpos dichos dichosos cuerpos Manuel Carreras Hernández1

S

i un cuerpo puede resultar molesto a otros en buena medida lo será por lo que dice o por lo que calla. Y lo que se dice de él dará buena cuenta de lo molesto que puede llegar a resultar. Curiosamente, aquel o aquella que resulta molesta por tener boca, será precisamente alguien que terminará (o, más bien, empezará) estando en boca de todos o que al menos andará de boca en boca. Será su decir, lo que salió por su boca, lo que insuflará otros decires. Los “mira lo que salió de esa boca” harán de ese decir un espectáculo. Lo que hace un cuerpo al hablar, cuando su decir interacciona cuerpo a cuerpo con su contexto, modificándolo, actuándolo, es noticia. Da noticia de sí. Y, como en el caso del cuerpo molesto, es anunciado. Se proclama el mismo alzamiento (sedicción) que actúa el cuerpo en su decir. Una fractura con el orden impuesto, un cuerpo al margen de otros cuerpos, maravilla y espanta y, seduce al mismo tiempo. Pareciera baladí preguntarse qué molesta de un cuerpo que habla distinguiéndose como cuerpo, generando en torno a sí ciertos efectos de rechazo, de indignación. Y cabría preguntarse qué distingue a ese cuerpo y a su decir de los cuerpos y decires de quienes se escandalizan ante la transgresión de las formas habladas. Lo distingue precisamente la transgresión misma. No en el sentido de decir mal, si no en el de decir diferente. Los dichos populares —que de por sí ejercen una atracción a ser empleados preferiblemente a otras fórmulas enunciativas cualesquiera— dan cuenta de la fuerza del vínculo entre la boca y el decir, advirtiendo que es por su interacción que las mujeres y los hombres viven y mueren. Los dichos anuncian el escándalo del decir diferente, del decir acto. Decir que no deja indiferente. 1 flexosolar@yahoo.es

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El conocido se fue sin decir esta boca es mía indica una transgresión que, leída fuera de su literalidad, nos limita a acogernos a un significado, el compartido, que es el que otorga al dicho su sentido popular, se marchó sin despedirse. Leído desde el nivel que nos ocupa, se perfila un cuerpo que al menos es boca, lo menos que se espera de él es que antes de marcharse confirme al hablar poseer una. De modo que es hablando que se confirma la posesión de un cuerpo que empieza por decirse por la boca. Lo que viene a reforzarse por la desorientación en la que quedan, con respecto a ese cuerpo no dicho (por su ausencia no anunciada), aquellos, que al poner de actualidad el dicho, tratan de corregirla. El dicho aparece en el lugar del cuerpo no dicho. En este caso la transgresión viene dada por lo que no se dice, pudiendo ser representada por un signo menos del lado del habla que deja en falta a los demás. Con la deslocalización de dicho cuerpo se abre un enigma. Otro dicho de signo opuesto, por la boca muere el pez, pero igualmente explícito en cuanto a la especificidad de la boca como espacio que se abre o cierra a la vida, nos remite en su sentido popular a lo inconveniente de hablar, quizá, de más. Al igual que el pez termina por ser pescado, el hablante termina (en su caso, empieza) por ser hablado. Tarde o temprano el cuerpo terminará por picar el anzuelo cayendo en la trampa que el lenguaje le tiende, es invitado a hablar y al aceptar la invitación será cuestión de tiempo que la muerte le cobre sus excesos. Será pillado en falta, un decir desafortunado encenderá la luz de alarma acaparando la atención de quienes lo registran y que podrán enunciar el dicho que vaticina y sentencia al hablante. Una vez más, es la falla estructural de quien habla la que da que hablar a los demás. La figura del pez como emblema de lo escurridizo, de lo que se escapa de entre las manos, se acomoda a la forma en que las palabras se resbalan de entre los labios escapando a la voluntad de callar lo que de forma impredecible se presenta en múltiples formas posibles. Como muestra fehaciente surgida del mismo saco nos encontramos con el en boca cerrada no entran moscas. En él, se da la paradoja de que para formular tal recomendación es necesario a su vez abrir la boca. Se objetaría que la aplicación del dicho se indica en situaciones en las que el riesgo de ser penetrado por la palabra que se atraganta aumenta, pero hasta donde se sabe, el vuelo de una mosca es bastante impredecible. Dicha impredecibilidad, tomando nota de que la única posibilidad para que el dicho tenga validez absoluta sería no abrir jamás la boca, pone en cuestión el cuidado al que se recomienda someterse. Es más bien seguro que si alguna vez una 72


mosca llega a introducirse en la boca de alguien lo hará en el momento menos esperado. Por su parte, el más benévolo quien tiene boca se equivoca, se aproxima en su sentido popular a la noción manejada aquí. Todo cuerpo está determinado por el errar. Se asume en el dicho el riesgo que se corre al hablar. No hay posibilidad de un decir no fallido, al contrario, no hay cuerpo sino siendo sujeto al equivoco, al igual que no hay ser sino estando sujeto al cuerpo. De manera que el ser quedaría del lado del equívoco. La justificación que alimenta este último dicho alivia del peso de la condena a muerte que sentenciaba el anteriormente comentado. Se comprueba que la forma en que los dichos populares recogen la relación del cuerpo con el habla se corresponde con la falla. La falla determina precisamente el vínculo que hace de uno y otro algo difícilmente distinguible. Entre la palabra que se atraganta al penetrar sin ser esperada y la que se resbala al ser dicha sin la voluntad de hacerlo, entre la palabra mosca y la boca pez, entre el cebo y la presa, se establece una relación mortal, la misma que se da entre el cuerpo y el lenguaje. ¿Será a propósito de que el cuerpo tome partido en el hablar que se requiera de una batería de dichos para poder atrapar algo de lo que se presenta por intermedio del cuerpo no únicamente como habla sino como acto de habla? Y de ser así, ¿qué es eso que se pretende alcanzar que hace lugar a los dichos populares? Tomando de manera autorreferencial la primera cuestión, eso algo concerniría a la participación activa del cuerpo. Rastreando los dichos seleccionados el lugar del cuerpo que se enuncia siempre es la boca. El cuerpo participaría del misterio vía la boca, un umbral no entre el interior y el exterior, sino entre el hacer y el no hacer. En efecto, de lo que participan los dichos es de lo conveniente o inconveniente de hablar y de los riesgos que se han de asumir de llegar a hacerlo. La muerte del pez, el quedar sin boca, la mosca en la garganta, o el “simple” equívoco, a su manera, cada uno aturden, causan desconcierto. No únicamente en el cuerpo que las padece. Tanto es así que los dichos los dicen otros pues de lo que se trata es de describir la falla inherente al cuerpo hablante. Lo extravagante del cuerpo hablante es aquello que le hace ser fallido, cosa que no se advierte si no es a través de un acto, pues es exclusivo del acto llegar a fallar. Falla al querer decir (“eso no era lo que quería decir”, 73


Ocurrencias performativas Alfredo Moreno Sánchez1

… la performatividad es una teoría de la capacidad de acción (o agencia),una teoría que no puede negar el poder como condición de su propia posibilidad. Judith Butler

El constatativo, el discurso de la ciencia… Lo que sugiero es comenzar por tratar la parafasia, que ahora mismo me preocupa más —dijeron los labios—, diagnosticarla, definirla y luego tratarla adecuadamente. Esto puede llevarnos varios meses. (Muñoz Avia, 2006: 59).2

Es común escuchar este tipo de discurso en múltiples espacios mal llamados de salud mental, dentro de los cuales la palabra de quien despliega un malestar subjetivo queda atrapada en lo que los “profesionistas de la salud mental” han denominado como diagnóstico. El psiquiatra, el médico o bien el psicólogo, escuchan una serie de criterios; los cuales, cual jurado, brindan un veredicto único e inmutable: el diagnóstico. Es habitual que el diagnóstico tenga que ser confirmado a partir de pruebas realizadas por departamentos especializados en la realización de diagnósticos de psicología o bien de psiquiatría. Otra manera de sustentar este dictamen implica que otro “profesionista” pueda brindar su opinión respecto de la condición del sufriente. La experiencia del sujeto queda así ratificada, clasificada y encapsulada en un 1 alfreud31@hotmail.com 2  En la novela de Muñoz Avia: Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos, el personaje principal (Rodrigo Montalvo) lleva una vida que ha considerado llevadera y feliz. Hasta el momento en que un día un psiquiatra le hace dudar de dicha condición; es a partir de este encuentro que Rodrigo pone en duda la manera en cómo ha llevado su existencia

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marco de criterios que la vuelven repetible a los ojos de estos personajes o bien que pueda haber un rechazo de dicho diagnóstico, con lo cual es dejado de lado y rectificado. Nos encontramos ante una serie de enunciaciones que Austin denominó como constatativos. Otro costado que hace del diagnóstico algo del orden del constatativo es el hecho de que al ponerse a prueba a partir de otra mirada, queda bajo la esfera que lo sitúa como verdadero o falso (esto queda afectado por lo que los enunciados incluyan o excluyan). Respecto de esto Austin referirá que el constatativo “… sólo puede ‘describir’ algún estado de cosas, o ‘enunciar algún hecho’, con verdad o falsedad”, (Austin, 1981: 41). El diagnóstico de los llamados trastornos mentales no solamente incluye una serie de criterios descriptivos, sino que también estos han de ser constatados, lo que les da su estatuto de verdaderos o falsos. El conjunto de las ciencias herederas de la época de la Ilustración, que imperaron como proyecto de la modernidad y que actualmente mantienen un espacio privilegiado sobre otros saberes, basan su estructura lingüística en enunciados constatativos. Dos criterios predominan para que un conocimiento positivo pueda ser llamado científico: a) que sea cuantificable (cuantitativo), es decir, que tenga la posibilidad de ser medible y, b) que pueda llegar a ser repetido en diversos contextos teniendo un mismo resultado. Los enunciados constatativos cuya principal característica consiste en realizar descripciones, difícilmente inauguran algo nuevo en la subjetividad de alguien: describir algo, no conlleva a realizar un acto, por lo contrario, describir encapsula aquello que ha sido tocado por dichos enunciados. De esta forma, por ejemplo, una persona con un “trastorno mental” se adhiere a su diagnóstico con el cual puede vivir toda su vida. Es menester hacer mención que los constatativos no son exclusivos del lenguaje científico sino que también cobran sentido en otros terrenos: un buen ejemplo es el concerniente al terreno político (por mencionar uno), en el cual se reiteran constantemente para que todo continúe de la misma manera. El discurso de la ciencia se fundamenta en enunciados constatativos. Esto no implica que todo enunciado constatativo sea científico, sin embargo las propuestas de carácter científico se basan en este tipo de enunciados. La ciencia busca la explicación y descripción de su objeto de estudio; la propuesta de que se tienen regularidades le permite la construcción de hipótesis, leyes y teorías, las cuales buscan la predicción de fenómenos y la aplicación de un método inmutable a todo abordaje. La ciencia al fundamentar sus enunciados a partir de constatativos, los hace calificar como verdaderos o como fal76


sos; situación que necesariamente los lleva al terreno de las referencias. “…la referencia es necesaria tanto para la verdad como para la falsedad.” (Austin, 1981: 94). Una hipótesis se formula como un enunciado que determina una razón o motivo ante determinado fenómeno o situación denominada problemática, que es sujeta de verificarse, de calificarla y cuantificarla de falsa o de verdadera a partir del “método científico”: éste es la base de la ciencia. La descripción del ejercicio de repetición o de diferencia de un fenómeno marca su estatuto de verdad o falsedad. Dentro del terreno del malestar subjetivo, la ciencia ha ingresado a partir de brindar explicaciones en relación a la causa de estos malestares; es decir, a buscar una referencia. La psiquiatría y la psicología son espacios que se han encargado de realizar estas descripciones a partir de la organogénesis y la psicogénesis. El abordaje de la subjetividad por parte de estas dos perspectivas siempre ha sido confuso. Terrenos como la psiquiatría y la psicología que utilizan enunciados constatativos se basan en muchas ocasiones en actos de habla perlocucionarios; esto es, enunciados que se formulan con la intención, propósito o designio de producir efectos sobre quien se emite la expresión. “[…] también realizamos actos perlocucionarios; los que producimos o logramos porque decimos algo, tales como convencer, persuadir, disuadir, e incluso, digamos, sorprender o confundir.” (Austin, 1981: 153). Utilicemos de nuevo el ejemplo del diagnóstico para dar cuenta de la utilización de este tipo de actos por parte de estas dos disciplinas. Es práctica común, como se mencionó anteriormente, la utilización de diversas técnicas para brindar peso al diagnóstico que proporciona el “profesionista de la salud mental”. A partir de un conjunto de pruebas acumulables, el usuario de dichos servicios suele ser persuadido de la infección de un malestar y por ende de un consiguiente tratamiento. La ciencia al utilizar enunciados constatativos legitima un ejercicio. Esto es aprovechado por aquellos que sustentan el poder. En la medida en que un enunciado constatativo es considerado como verdadero y ha pasado por un método (en este caso el llamado “método científico”), puede decirse que pasa al terreno de la ciencia. La ciencia llega a tener efectos performativos en los sujetos: un ejemplo de esta naturaleza se puede observar cuando se detectan las consecuencias de alguien que recibe un diagnóstico como “trastorno por déficit de atención e hiperactividad”, “depresión”, “trastorno maniaco–depresivo,” etcétera. Es común obervar que quien ha recibido este diagnóstico suele cargarlo como algo que lo encapsula y no le permite situarse como sujeto. Sin 77


Cabeza hueca1 Mauricio Ortiz

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n lo más alto está la cabeza, que controla el proceder de todo el cuerpo en el pedazo de mundo que en ese instante ocupa. Le da su posición: erguido, sentado, acostado. Su acción: andar, correr o estar parado; leer, manejar, conversar, presenciar un espectáculo; comer, dormir o tan sólo echar la hueva. Su actitud: defensa, ataque, alerta, indiferencia. Le da sus mañas y queridas perversiones, sus gestos, sus vicios, sus deleites. La cabellera, la frente, una cara cualquiera y atrás la nuca. De los cinco sentidos, cuatro residen en la cabeza y del quinto, el tacto, mantiene una representación cerebral grandísima. A la piel siguen los músculos y entonces la calavera. El hueso precede a las meninges, tres delgados velos, y flotando en su líquido el cerebro, el cerebelo y el bulbo raquídeo. Mucha neurona, materia gris, y mucha fibra nerviosa, materia blanquecina. Hay códigos eléctricos, sinapsis, transmisores químicos, hormonas, núcleos, senos venosos, ventrículos, circunvoluciones, hemisferios. Para uno, sin embargo, la cabeza es hueca. Más que vísceras contiene sueños, más que redes tisulares pensamientos. Viven ahí los recuerdos, las imágenes del mundo, los juegos, los sentimientos. Nada de esto cupiera con tanta neuroanatomía. Tampoco adentro es oscura la cabeza, como dictaría su metabolismo: brilla que deslumbra al surgir una idea, se pone azul por las tardes y a veces es el gris borrascoso de una jaqueca o las luces dobles de una gran borrachera. Es nada más cuando se abre el cráneo que el espíritu ahí albergado se coagula y da origen a los órganos sangrantes. El cerebro solo existe en la sala de operaciones y las planchas de autopsia. Mientras todo va bien, la cabeza es hueca. 1  Mauricio Ortiz, en Del cuerpo, Tusquets editores, México, 2001.

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Entre la carne y el verbo: un camino sembrado de promesas1

Rebeca González Rudo2

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veces los juegos interdisciplinarios conducen por parajes insospechados. Esto es lo que ocurre con el libro El escándalo del cuerpo hablante, de la crítica literaria y catedrática Shoshana Felman, cuyos trabajos han sido pioneros en diferentes áreas de estudio y constituyen una referencia obligada en la teoría queer, los estudios de género y de performatividad y en las teorías de la sexualidad. En la docena de libros que la autora ha publicado, muestra una clara vocación de cuestionamiento a lo establecido y sus límites disciplinarios y, de manera por demás creativa, “ha hecho lo que dice”. El escándalo del cuerpo hablante apareció por primera vez en 1980 bajo el título Le Scandal du corps parlant. Don Juan avec J. L. Austin ou Seduction en Deux Langues y posteriormente fue traducido al inglés por Catherine Porter, con la supervisión de la misma Felman (The Literary Speech Act, Cornell University Press, 1983), perdiendo paradójicamente al cuerpo en su título, como señala Judith Butler en el epílogo de una nueva edición en inglés de 2003, en la que recupera su título original y a partir de la cual surgió este pasaje al español que aquí comento y que incluye el propio epílogo de Butler y un prefacio del filósofo Stanley Cavell. El escándalo… articula una obra literaria: el Don Juan de Molière, con un texto de filosofía del lenguaje: la teoría de los actos de habla del lingüista inglés J. L. Austin, en particular su desarrollo teórico del performativo. Shoshana Felman hace de este cruce, de por sí insólito, algo todavía más insólito, al enlazarlo con el psicoanálisis de Jacques Lacan, que es, en palabras de Butler, “un persistente tercero en la relación entre ambos”, mostrando cómo 1  Una versión de la presente reseña apareció en la revista Interdisciplina 3, del CEIICH de la UNAM, 2014. 2 rbkglezrudo@gmail.com

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el habla siempre pone al cuerpo —lo inconsciente— en juego. Así, puede explorar a lo largo del texto cómo el cuerpo está involucrado en la seductiva promesa del habla, en la seductiva promesa de amor, y al hacerlo pone al descubierto la relación entre lo erótico y el lenguaje. Para esta edición en español nos tomamos la libertad de incluir a Lacan en el título, porque Felman va pespunteando su texto con citas y referencias lacanianas que, siendo en sí una tercera voz, es lo que termina por anudar el juego interdisciplinario. Además, y señalado en el título mismo, al principio fueron dos, ahora son por lo menos tres, lenguas involucradas: del francés al inglés y de regreso al francés y, en esta edición, al español. A pesar de la importancia que tiene, por su claridad y originalidad, este magnífico libro no ha recibido la atención —sobre todo en el ámbito del psicoanálisis— que creo merecía haber tenido. Quizás ahora, con el auge de los estudios interdisciplinarios, le llegue por fin el momento de gozar de una mayor atención. “¿Tiene el lenguaje el poder de hacer que el cuerpo se comporte de la manera que éste decide?¿Puede el lenguaje no solo representar al cuerpo sino ejercer un poder sobre el cuerpo mismo para mantenerlo constante?” Preguntas que se hace Butler en el epílogo y que la propia Felman —seductoramente— nos plantea a la manera de Austin como Don Juan, como Lacan. • I do… Lo que J. L. Austin propone es que con el lenguaje, además de la enunciación misma, se realizan simultáneamente acciones, incluidas las que tienen que ver con el sentido de las propias palabras y su referencia, así como con las intenciones de quien habla y sus efectos en las y los oyentes. Las enunciaciones son descriptivas o son valoradas en términos de su constatación con la realidad. Austin analiza además aquellos actos de habla que son realizativos o performativos, es decir, que no son enunciaciones que tienen que ver con la verdad o falsedad, sino que consisten en que al emitir dichos enunciados en ciertas condiciones, el habla misma provoca una actuación y se valoran en el sentido de si fueron o no exitosos. Toma un ejemplo paradigmático, el acto del matrimonio: al responder afirmativamente a la pregunta del juez, 90


sacerdote o autoridad, “¿Toma usted a esta persona en matrimonio?”, el matrimonio se efectúa en ese preciso momento. Palabra y acción no solo ocurren simultáneamente: son una y la misma cosa. Sin embargo, Felman cuestiona desde el inicio lo que Austin sostiene: que la intención del sujeto que habla es lo que da soporte a la enunciación, que el yo es soberano y posee una conciencia libre que controla plenamente su habla; un habla donde la presencia del sentido no queda quebrada y no hay orificio por donde fugarse. Para Felman, por el contrario, al yo se le están escapando cosas todo el tiempo. •• Don Juan: Las discusiones no hacen avanzar mucho el asunto. Es necesario hacer y no decir y las acciones hablan mejor que las palabras (II,4).

En la obra de Molière, el personaje de Don Juan aparece como portador de una visión del lenguaje diferente a la de otros personajes de la obra, principalmente sus antagónicos. “Decir para él no es una cuestión equivalente a saber, sino más bien a hacer: actuar sobre el interlocutor modificando la situación y provocando la interacción de las diferentes fuerzas dentro de ella. Para Don Juan, el lenguaje es performativo y no informativo[…] Seducir es producir un lenguaje afortunado”, dice Shoshana Felman al analizar el comportamiento y las palabras de Don Juan. Seducir es producir un lenguaje que goza a partir de la producción misma del propio lenguaje. Basándose en la figura del Don Juan como la figura del éxito seductor por excelencia, Felman aduce que su gran logro lo realiza gracias a sus habilidades lingüísticas y toma el acto de prometer, como lo hace el propio Austin, por estandarte del acto de habla en sí y del escándalo. Todo en Don Juan es escandaloso: la seducción a ultranza de una mujer tras otra, sus deudas que nunca son honradas, sus engaños sin fin. Dice Felman que el escándalo de la seducción en el escenario del cuerpo hablante, parece estar fundamentalmente atado al escándalo que ocasiona la promesa rota, la fractura o ruptura como principio estructurante del propio mito de Don Juan, y de lo humano a la manera nietzscheana, diría yo: “El discurso de la seducción es un discurso del prometer […] El drama entero está hecho 91


1983

El psicoanálisis debe estar en contacto directo con la vida

Félix Guattari en: Los Años de Invierno

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l Antiedipo había hecho un poco de ruido por sus críticas tan duras contra el “familiarismo” del psicoanálisis. Ahora, después de diez años, se volvió banal. Casi todo el mundo se dio cuenta que había ahí algo que cojeaba por ese lado. Tuve respeto por Freud, por lo que él representaba, fue un extraordinario creador. Sus golpes de genio y de locura lo lanzaron, durante largos periodos de su vida, al margen de la opinión científica y médica, y sin embargo él triunfó en llamar la atención sobre hechos subjetivos hasta entonces desconocidos. Pero sus sucesores, sobre todo la corriente estructuralista lacaniana, transformaron el psicoanálisis en culto y la teoría psicoanalítica en una suerte de teología, célebres por las sectarias maneras y pretensiosas que no han cesado de proliferar. En la época que era miembro de L’ecole Freudienne, yo estaba sorprendido del llamativo desajuste entre la sofisticación de las propuestas teóricas que se sostenían y la manera como la gente se comportaba en el terreno clínico. Aquellos que tenían los discursos menos brillantes, los menos ostentosos, tenían sin embargo una práctica relativamente razonable, mientras que inversamente, los discursos más distinguidos, que se aplicaban a imitar al “Amo”, se comportaban habitualmente como verdaderos irresponsables en sus curas. Esto no es para efectuar un cargo a alguno, de comprometer su destino, corriéndose el riesgo de que eso termine en un impasse. Hay gente que viene hacia uno con un completo desconcierto, son entonces muy vulnerables, muy sugestionables, y que pueden ser embarcados en relaciones de transferencia peligrosamente alienantes. Es por otra parte un fenómeno que no concierne solamente al psicoanálisis. Conocemos bien otros ejemplos de grandes teo95


rías cuyo uso fue religioso y perverso con consecuencias dramáticas (pienso en los polpotianos de Camboya o en ciertos grupos marxistas-leninistas de América Latina). En resumen, tal cuestionamiento del psicoanálisis no es nada original, otros lo hicieron con talento, por ejemplo Robert Castel. Aunque es conveniente cuidarse, por otro lado, de bascular en las perspectivas reduccionistas, neoconductistas o sistémicas anglosajonas, tal como son vehiculizadas por las corrientes de terapias familiares. Si queremos ir más allá de este aspecto crítico y considerar las posibilidades de una reconstrucción del análisis sobre nuevas bases, me parece importante el volver a plantear la cuestión de su status de mito de referencia. Para vivir su vida, también su locura, su neurosis, sus deseos, su melancolía así como su cotidianeidad “normal”, cada individuo es llevado por sus referencias en un cierto número de mitos públicos y privados. En las sociedades arcaicas, eso tenía una consistencia social suficiente para constituir un sistema de referencia moral, religioso, sexual, etcétera, sobre un modelo finalmente mucho menos dogmático que el nuestro, así, entonces, durante una exploración sacrificial, la colectividad buscaba localizar cual era el espíritu que habitaba la “enfermedad”, cuya constelación cultural, social, mítica y afectiva había trastornado. Cuando una práctica ritual no funcionaba, se orientaban en otra dirección, sin pretender que había ahí una resistencia. Estas personas exploraban la subjetividad con un incontestable pragmatismo apoyándose en los códigos compartidos del conjunto del cuerpo social, donde los efectos eran comprobables. Cosa que está lejos de ser el caso de nuestros métodos psicológicos y psicoanalíticos. En las sociedades donde las facultades humanas están altamente integradas, los sistemas de referencias han sido en un primer tiempo, relevados por las grandes religiones monoteístas que se esforzaron en responder a la demanda cultural de las castas, de conjuntos nacionales y de clases sociales, enseguida, todo eso se desmorona con la desterritorialización de viejas relaciones de filiación, de clan, de corporación, de jefes, etcétera. Luego, las grandes religiones monoteístas declinaron a su turno y han perdido una gran parte de la influencia que tenían sobre las realidades subjetivas colectivas. (Si bien existen, hoy en día, algunas situaciones paradojales como en Polonia o en Irán, donde las ideologías religiosas han encontrado una función estructurante para todo un pueblo. Tomo estos dos ejemplos porque son simétricos y antinómicos: el último, báscula hacia el fascismo, el primero va hacia una 96


perspectiva de liberación social). Aunque de una manera general, la referencia al pecado, a la confesión, a la oración, ya no tiene la misma eficacia que en otros tiempos, ella ya no puede interferir de la misma manera con los problemas de un individuo tomado por un drama psicótico, o una neurosis, u otras formas de dificultades mentales. En contrapartida asistimos a un ascenso espectacular de religiones “animistas” y medicinas tradicionales, en países como Brasil con el candombe, la macumba, el vudú, etcétera. Para suplir a esas religiones colapsadas, las grandes máquinas de subjetivación han visto la luz, vehiculizando ciertos mitos modernos, por ejemplo a través de la novela burguesa, de Jean-Jacques Rousseau a James Joyce, o por los del star system del cine, de la canción, del deporte, y de una manera general de la cultura mediática. Solo se trata de mitos desestructurados, lábiles... El psicoanálisis, la terapia familiar, constituyen a ese respecto una suerte de segundo plano de referencia, dando un cuerpo, un espíritu de seriedad a esta subjetivizacion profana. Lo repito, me parece que nadie puede organizar su vida independientemente de esas formaciones subjetivas de referencia. Cuando concluye alguna de ellas —sea por que pierde su fuerza, sea por que se banaliza— se constata que aunque degenera, se empobrece, a menudo continúa sobreviviendo. Es quizás lo que está por pasar con el freudismo y el marxismo. Mientras no se los remplace en su función de mito colectivo no terminará nunca. Devendrán una especie de delirio colectivo crónico. Vea usted el fin del paradigma hitleriano: manifiestamente, el asunto estaba perdido desde el 41 o 42: sin embargo eso llego al final, justo hasta el desastre total, y eso aún continúa más allá. Como bien lo demostró Khun para los paradigmas científicos, un cuerpo de explicación que pierde su consistencia no es jamás simplemente reemplazado por otro más creíble. Permanece en su lugar, se agarra como una enfermedad. En estas condiciones es inútil intentar demostrar lo absurdo de la mayor parte de las hipótesis psicoanalíticas. ¡Hay que beberlas hasta el fondo! Y lo mismo probablemente ocurra con la sistematización de la terapia familiar. Hoy en día, psicólogos y trabajadores sociales manifiestan una cierta avidez en encontrar cuadros de referencia. La universidad pretende proporcionar esas bases científicas. Pero no se trata más que, habitualmente, de teorías reduccionistas que están situadas al costado de los problemas reales, digamos una cientificidad metonímica. De hecho cuando los “usuarios” quieren ver un psi, ellos saben que no se trata de verdaderos sabios, sino de personas que 97


El vagido del silicio Claude Mercier

Si un significante representa un sujeto (no un significado) ante otro significante, entonces, ¿cómo puede este significante caer al rango de un signo, que en la lógica de todo tiempo representa algo para alguien? […[ Bajo el pretexto de que he definido el significante como nadie lo ha osado, ¡que no se imagine que el signo no sea asunto mío! Muy al contrario, es el primero, también será el último. Jacques Lacan, Radiofonía

Rodeo semiótico guattariano

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eleuze llama modulación el vertiente creativo de la analogía, que es el régimen de la analogía estética, pero también que el diagrama es un modulador (el cine también forma parte de la modulación). En su trabajo sobre la pintura él se plantea la cuestión de la posibilidad de injertos de código sobre los diagramas, al ya no oponer código/diagrama. Esta operación es la inversa de la de Peirce quien contemplaba los funcionamientos de diagramas en el seno de los códigos, de ahí la importancia de la audacia teórico-práctica de Félix Guattari respecto al signo peirceano, quien, al hacer provenir el diagrama del icono, implica que la semejanza ya no es productiva sino producida —producir la semejanza con medios no semejantes. Esta cuestión de la posibilidad de injertos de códigos sobre lo analógico está ligada a la semiótica de Guattari bien sea en Psychanalyse et transversalité, La révolution moléculaire y L’inconscient machinique; y entre otros, los trabajos de Deleuze sobre el cine. Como lo dirá Deleuze en Post scriptum sur les sociétés de contrôle en 1990: “Félix Guattari imaginaba una ciudad en la que cada cual podía salir de su apartamento, su calle, su barrio gracias a su tarjeta electrónica que hacía levantarse

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tal o cual barrera; pero igualmente la tarjeta podía ser rechazada tal o cual día, o entre ciertas horas, lo que cuenta no es la barrera sino el computador que ubica la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal”. En los años setenta, Guattari analiza los signos a-significantes en una tipología de clases de signos teniendo en cuenta el problema de la relación entre las dimensiones materiales y semióticas en la era de la información globalizada, o más bien el vínculo entre la informática y la producción de formas de subjetividad mutante porque la mutación subjetiva afecta de primero al núcleo no discursivo de la subjetividad, es decir, la dimensión existencial; “entre el signo y el referente, un nuevo tipo de relación se ha establecido, ya no una relación directa, sin una relación que pone en relación el conjunto de un agenciamiento teórico-experimental.” (Révolution moléculaire, 1977, p. 244). Un signo a-significante puede ser una señal, un código PIN, un código de tarjeta de crédito (hacer tragarse su tarjeta de crédito es, para Guattari, un encuentro con el a-significante), es una materia señalética no formada pero no totalmente amorfa de la cual pueden emerger los objetos parciales y las sustancias semióticamente formadas; es una reversión de la forma sobre la materia (la forma ya no es lo primero) y la significación ya no es un punto de llegada, y no tenemos dimensiones representacionales y mentales. Para Guattari, el punto signo no secreta significación: “los signos trabajan las cosas más acá de la representación, los signos y las cosas se agencian los unos a las otras independientemente de los efectos subjetivos que pretenden ejercer sobre ellos los agentes de enunciaciones individuadas”. (Révolution moléculaire, p. 282). Los centros de enunciación son múltiples y no únicamente lingüísticos, y la enunciación remite a componentes extralingüísticos, etológicos, somáticos, políticos, estéticos, etcétera. Deleuze será constantemente empujado por Guattari respecto a la problemática semiología/semiótica, y es muy perjudicial que los buenos lectores de Deleuze olvidan muy a menudo a Guattari (así como hoy en día ciertos lectores de Guattari no quieren saber nada de Lacan), pero este viento que empuja a Deleuze no se efectúa en un consenso, que nos haría pasar de la cuestión a la interrogación, sino que permanece en un disenso radical que permite hallar el problema subyacente. En Image-temps Deleuze teorizará la diferencia entre semiología y semiótica, sobre todo en su crítica de Christian Metz en lo que concierne a la semiología cinematográfica. La semiología, que pretende constituirse como disciplina rigurosa, renuncia a la noción de signo. Como el significante y el significado son las dos caras de una mis104


ma realidad lingüística, la semiología se ha desarrollado dándose cuenta de que el equilibrio entre estas dos caras era inestable. De este modo, o bien se confería la prevalencia al significado, caso en el cual se recaía en la vieja metafísica de las esencias o de lo inteligible, o bien se confería la prevalencia al significante y esto implicaba que en todo significado subsistía la huella del significante y éste tenía la primacía en la relación significante/significado y se hacía estallar la noción de signo en beneficio del mero significante. Volvemos a hallar esta problemática en Derrida en La grammatologie, en Kristeva con la significancia y en Metz, quien, en su libro Le langage et le cinéma produce una denuncia explícita de la noción de signo. Se obtiene así una relación semiología-lingüística fundada sobre el significante y la cadena significante (la noción de cadena significante basta para quebrar la noción de signo) que no implica en absoluto convocar la noción de signo o de imagen. La semiología es de inspiración lingüística. Pero la lingüística no es más que un caso particular de la semiótica que es la teoría de las imágenes y de los signos. La semiótica muestra como el lenguaje y la lengua se forman necesariamente en función de ciertas relaciones entre las imágenes y los signos.

Los tres tipos de autómatas Lo que va a cambiar es la dominante o más exactamente el sistema de correlación entre los mecanismos jurídico-legales, los mecanismos disciplinarios y los mecanismos de seguridad. Michel Foucault, Sécurité, territoire, population. Cours au Collège de France, 1977-1978, Gallimard/Seuil, hautes Etudes, 2004, p.10.

Deleuze distingue dos ejes para definir los autómatas. Primer eje: autómata espiritual y autómata psíquica (psicológica) que tienen en común una cierta independencia respecto al mundo exterior. Desde el siglo xvii el autómata espiritual designa la autonomía del pensamiento que desenvuelve el orden de sus propias ideas —es el pensamiento aprehendido en la autonomía de su dominio y su modelo es la máquina pensante. El autómata psicológica es una criatura desposeída, sin poder de pensar, que ya no puede evaluar los datos

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La espera del escritor Carlos Tobal

I: La ambivalente esperanza

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l escritor es un ciego perdido en el bosque, que descubrió (piensa) una pista que le permitirá regresar o, en todo caso, estacionarse en la maraña como si su extravío fuera el lugar que buscaba. Una contingencia le había indicado el rumbo, sintió el calor del momento, alguna seña, pero desconoce, aún, su aspecto concreto. Quiere dibujar el mapa que lo contiene; lo presiente, pero no sabe si la figura que lo integra al dibujo es un invento o un recuerdo obsoleto. Para emprender el camino necesita una señal que lo llame y lo vaya guiando desde su escondite entre los árboles. Quizá no se movió de su cama. Calentura solitaria del despertar, aparece como resto del sueño o del insomnio. Puja por salir hacia las letras. No tolera disolverse por dentro, supone una confianza previa y la única manera de saber es desplegarlo. Si lo que escribe plasma, cambiará de sentido y se transformará en parte del mundo, porque siempre es distinta la voz al pensamiento. Hay quienes hablan de angustia, un dolor, también un aviso. Cierta desesperación; yo diría curiosidad. Existe el vacío, un agujero negro que amenaza el mundo interno, debería (cree) reptar y agarrarse de sus bordes callosos para no ser chupado hacia el abismo. Pero eso, claro, sería una petición de principio, lo vacío, por definición, debería no estar y si amenaza podría ampliarse. Tal vez sea un pedazo de muerte, uno, quizá esté contrahecho sin saberlo, es decir muerto y vivo de a retazos. Subsiste una lucha. El alma del escritor, entonces, es el campo de batalla de fuerzas que lo habitan y a la vez lo exceden. Querría terminar de entender, pero la mayoría del tiempo trata (ensaya) inútilmente. Sufre la des112


proporción entre el tiempo, la energía desplegada y la cantidad de cosas pendientes. Transporta un océano que fluye a través de un gotero y pasa demasiado tiempo contemplando el mar desde la costa. De todas maneras, su sitio será de resistencia, al obstinarse tras la engañosa esperanza está recuperando la línea borrada del horizonte, tal vez nadie sepa que su interés es jugar. La persistencia en el ser de la que hablaba Spinoza. Su Palacio está lleno de gente y de objetos rescatados de la calle, quizá lo saluden solo algunas almas sensibles a los deshechos.

I I: “El dolor de ya no ser…” La situación del artista en Buenos Aires, se llama “ninguneo”; era el caso de los personajes que habitaban los tangos de Carlos Gardel y su poeta Alfredo Le Pera,1 en la ciudad de los años 30. Palabra algo desconocida, entonces; su plasmación novelística nos viene de Roberto Arlt, escritor urbano que murió en 1942, acusado de no manejar bien el castellano. Entrañable como los presos prófugos de William Faulkner, en “Palmeras Salvajes”. Fugados de la cárcel, escapan por el Mississipi, pero detienen su huída para ayudar a parir a una mujer abandonada. Ellos que, a su vez, sufren el mismo “ninguneo” de la parturienta, por obra de la discriminación siempre aliada al huracán. Pasa algo irregular. Cuando, al final, el escritor logra capturar una parte descifrada de su titánica pelea, será ignorado, no tiene, lo que se dice utilidad, ¿a quién le importará? Es del todo probable, que sufra a pesar del esfuerzo, salvo contadas excepciones, la negación de su existencia, por alguna banalidad o sordidez. Dentro de las tentaciones del artista, se propugna una encrucijada falsa entre la consolación potencial mediante el éxito de mercado y el camino ingrato de la sublimación. Alguien podría decir que el mercado no está para hacer beneficencia; se cree que lo fácil es pariente de lo popular, y se impone la recaudación de taquilla. Está lo que Adorno explicaba como imbecilidad programada, por obra de un ente (especie de patrón) en posición de conocer o desconocer. 1  “Si arrastré por este mundo/ la vergüenza de haber sido/ y el dolor de ya no ser./…Si crucé por los caminos/ como un paria que el destino/ se empeñó en deshacer/… sólo quiero que hoy comprendan/ el valor que representa/ el coraje de querer”. Cuesta Abajo, tango, 1934. “… cuando estés bien en la vía,/sin rumbo, desesperao;… la indiferencia del mundo/-que es sordo y es mudo-/recién sentirás./… no esperes nunca una ayuda,/ ni una mano, ni un favor…” Yira, yira, tango, Enrique Santos Discépolo,1930.

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Los cánones del reconocimiento no están necesariamente ligados al valor artístico de la obra, sino a los planes de quien tiene el poder de publicar o amordazar. Así, Los Siete Locos (1929) de Roberto Arlt, una novela apasionante, sin la cual una parte de la literatura posterior argentina no existiría. Es la historia de un cajero, que alienado y sufriente detrás del mostrador intenta cambiar su destino robando pequeñas sumas que devolverá con las ganancias del juego. El relato comienza en el momento que habiendo sido descubierto es citado a la gerencia; en cuyo despacho “encristalado” se le otorga un plazo perentorio para devolver el dinero o ir preso. Erdosain, el cajero, es marginal y melancólico, la novela, a la vez que pinta la ciudad y sus personajes, va contando las peripecias que recorre y provoca para salvarse; envuelto en su genialidad infructuosa, el miedo y su ambición. Entre ellas, la búsqueda inútil de la materialización de sus prodigiosos inventos. Metáfora del escritor y de su mundo; como decía el suicidado Walter Benjamín en sus cartas, el tema de la “salvación” conlleva una forma de organización musical de la escritura que, expresa o tácitamente, se esgrime como protesta. Así, el intérprete de Jazz, va recreando la partitura a medida que la toca. La autenticidad de la obra de arte emerge, entonces, del calor y la maestría de sus dedos de ciego manipulando el instrumento. El escritor tiene el don de cifrar sus inventos en un lenguaje en el que su sensibilidad se hace comprensible a un interlocutor que estando presente es invisible. Surge una línea indeleble que cruza intimidades; no se sabe si la variante es propia del clima o fruto del sentimiento. En lo inmediato, el tema del diálogo no es necesariamente íntimo, las palabras, la imaginación: la materia prima con la que el escritor construye provienen —lo quiera o se resista— de la lengua. Lo que vale no es el significado común, sino la lengua emergente del recuerdo. Hay tanta discordancia entre escribir y escritura; como entre hablar y decir la verdad (aun estando equivocado, como decía Sartre). La escritura, propiamente dicha —diga lo que se diga— emerge de las entrañas y transita sobre la línea fronteriza entre la cosa y la idea. La escritura instituye el sitio en que el transcurrir concreto de la vida, el dolor y su ironía, la ambivalente materialidad del tiempo, están siendo capturados en el ir y venir de las palabras. Pero ello sólo ocurre, si la pluma paga con estilo y destila sangre del corazón. 114


Olvidos con huellas, olvidos sin huellas Françoise Jandrot

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l olvido se nos ha vuelto, quizás, más enigmático que el recuerdo, desde que el estudio del sueño y de los fenómenos patológicos nos han enseñado que las mismas cosas que creíamos haber olvidado desde hace tiempo, pueden reaparecer súbitamente en nuestra conciencia. Publicado en 2005 en Nueva York, Echolalias, On the Forgetting of Language, de Daniel Heller-Roazen, editado en Francia años más tarde con el título: Echolalies: Essai sur l’oubli des Langues, en francés, Ecolalias: Ensayo sobre el olvido de las lenguas, en castellano. Este profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Princenton franquea así varias fronteras: las de las disciplinas universitarias, los géneros literarios, la de los períodos históricos, arrastrando a su lector embelesado en una investigación sobre el universo lenguajero humano. Su larga paleta de referencias literarias abreva en la erudición, desde la mitología a la teología pasando por la lingüística, el psicoanálisis y la poesía. Es una puesta en perspectiva que se lee como una aventura ficcional, desplegada en veintiún textos y esta diversidad produce una paradójica unidad. Con el correr de los años, las generaciones sucesivas han retomado de manera recurrente interrogaciones concernientes a la nature (naturaleza), lo constituyente y las transformaciones de sus maneras de vivir en/con su hábitat semiótico-semántico. De la heterogeneidad de sus fuentes, D. Heller-Roazen desarrolla una problemática con múltiples facetas a veces paradojales.

En la escuela de Jonathan Swift Abrir nuevos cuestionamientos sin pretender aportar soluciones definitivas o con unívocas respuestas es la apuesta fundamental de este libro. La segunda obra de D. Heller-Roazen, “The Inner touch”, Archeology of Sensation, todavía 118


no publicado en Francia, es construido sobre el la misma modalidad, la de una sucesión de textos que tocan varias áreas. Este segundo libro aprovecha el método ya presente en el de las Echolalias que se abre con: “En la cima del balbuceo” y se detiene sin cerrar las cuestiones abiertas con “Babel”. D. Heller-Roazen produce acá un método que pone en funcionamiento los deslizamientos sucesivos de todos los planos, tanto a nivel de los objetos como a nivel de las interrogaciones sobre esos objetos. Durante esos deslizamientos cada texto deviene una singular cámara de ecos que reactiva la problemática de la desaparición apareada a la del olvido. El primer texto remite a los sonidos, luego se repite y se desplaza a nivel de las grafías, los fonemas, para terminar en lo referido a las lenguas mismas. En este transcurso, el pasaje de una lengua a otra es interrogado en su articulación con respecto a los problemas de la memoria y el olvido. El libro “The Inner Touch” está compuesto de 25 capítulos que generan una verdadera exploración arqueológica a través de diferentes textos literarios y ensayos teóricos, testimoniando el sentido de ser sensible. Volvemos a encontrar aquí el interés por la cuestión de la conciencia que ya aflora en Echolalies con el texto El animal menor. Centrado en la memoria y el olvido en los trabajos iniciales de Freud, El animal menor asocia la lectura y el comentario de Contribución a la concepción de las afasias a aquellos de la carta del 6 de diciembre de 1896 de Freud a Fliess. D. Heller-Roazen enfatiza la importancia del posicionamiento que adopta Freud en contra de Wernicke, sosteniendo en ese momento y en las redes teóricas de la época, el nombre Sprachapparat, L’appareil du langage, El aparato del lenguaje, que le permite tratar en conjunto las diferentes funciones del lenguaje. No cronológica, esta seguidilla de textos, desplaza al lector según vías helicoidales inesperadas y a veces misteriosas. La ausencia de introducción y de conclusión en la composición de la obra, en consonancia con el emprendimiento del autor, confiere a cada uno de los textos su apuesta de juego, en el lanzamiento de los dados para una partida inédita. De este hecho, los títulos cumplen el papel de gozne, orquestando esta poética fábrica dedaliana. El incipit, un extracto de Los viajes de Gulliver, influenciado por la irónica y feroz prosa del gran Jonathann Swift, advierte al lector sobre el tenor de la obra. La dimensión fantástica, virulenta, política, de la lengua del panfletario irlandés es la encargada de dar el “la” (tono). Daniel Heller-Roazen no inmola los textos literarios sobre el altar de los textos científicos, más bien invierte el movimiento: la literatura y la poesía interrogan aquí las diferentes 119


posiciones de los teóricos. Manifiesto de la paradoja, Ecolalias, deja al lector ávido de transparentes certezas.

Variaciones sobre el olvido La hipótesis teórica en la que la noción de olvido es la clavija maestra es introducida desde el primer texto, “En la cumbre del balbuceo”. Daniel Heller-Roazen retiene la observación del lingüista Jakobson sobre las capacidades articulatorias extraordinarias del balbuceo de los niños de pecho —una multitud de sonidos jamás reunidas en una sola lengua o una sola familia de lenguas— y el problema que trae la desaparición de esos sonidos que el lactante podía pronunciar antes que se ponga a articular aquellos sonidos de una lengua única. De esa desaparición deriva una primer hipótesis sobre el olvido: “Todo pasa como si la adquisición de la lengua no fuera posible más que al precio de un olvido, de una amnesia lingüística infantil (o amnesia fónica, ya que lo que el lactante parece olvidar, no es tanto la lengua como la capacidad de articular, aparentemente infinita). ¿Podría ser que el enfant quede fascinado a tal punto, por la realidad de una sola lengua, que él renuncia a la posibilidad sin límites, pero finalmente estéril, de todas las otras lenguas? ¿O hay que orientar la atención hacia la lengua nuevamente adquirida para encontrar una explicación?: es la lengua maternal que, apropiándose de su nuevo locutor, ¿no tolera en ella ni siquiera la sombra de un otro? Todo se complica por el hecho de que el lactante ni siquiera sabe pronunciar la simple palabra “yo” (je), y que dudamos en atribuirle tanto en su balbuceo, como en el mutismo que le sigue, la conciencia de un sujeto hablante. Es en todo caso difícil de imaginar que los sonidos que el enfant era capaz de producir tan fácilmente, han abandonado su voz para siempre, no dejando detrás más que un reguero de humo. Aunque dos cosas, por lo menos, emergerán de la voz desertada por los sonidos que lo habitaban en otros tiempos: “una lengua y un ser dotado de palabra”. En la medida de esas coordenadas bien difíciles de circunscribir, cada uno de los textos siguientes jugará una o muchas variaciones sobre los límites de las lenguas, acerca de sus transformaciones, por su pasaje a la escritura, y su transcripción en signos en la “psique”. Con esas variaciones se dibujan simultáneamente el lugar y el status de las transformaciones y de su objeto en la problemática de la memoria y el olvido. 120


Una mujer en Berlín1 El conocimiento y la supervivencia, o el efecto de una conciencia histórica. Alexandre Soucaille

Resumen: A través de la lectura antropológica de Una mujer en Berlín, este artículo trata del entretejido de dos hechos de gran trascendencia: la segunda guerra mundial y la violación. Al establecer el diagnóstico de una época que condena la superioridad técnica y masculina, Una Mujer en Berlín da testimonio de la elaboración de una conciencia histórica de la derrota, al punto de restar importancia a la brutalidad de las violaciones sufridas. Summary: Through an anthropological reading of A woman in Berlin, this article concerns the superposition of two events: Second World War and rape. Making a diagnostic of a time that condemns technical and masculine superiority, A woman in Berlin shows the elaboration of a historical consciousness of the defeat to reduce the importance of the brutality of rape.

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n el curso de los últimos meses de la segunda guerra mundial, una mujer berlinesa emprendió el relato de su vida a la llegada del ejército rojo: “vida miserable, en el miedo, el frío, la suciedad y el hambre, al ritmo de los bombardeos, primero, bajo una ocupación después. Se agregan entonces las violaciones, la vergüenza, la banalización del terror”, nos recuerda la cuarta cobertura de ese diario editado en forma anónima, por primera vez en 1954. 1  El presente es su edición original en castellano. La traducción estuvo a cargo del equipo de traducción de la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino que coordina Rogelio Fernández Couto a quienes agradecemos la excelente labor así como su colaboración.

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A partir del estudio de ese relato titulado sobriamente Una mujer en Berlín2 propongo abordar el choque de dos acontecimientos radicales: la guerra y la violación. Para captar la complejidad de ese choque, hay que alejarse de la explicación causal que propone un encadenamiento lógico entre los dos términos —uno, la guerra, que explica al otro, la violación— a lo cual las ciencias sociales recurren con facilidad. Tal casualidad remite en efecto a una posición dominante donde el acontecimiento de la guerra se ve sobredeterminado y sobredeterminante. El relato de Una mujer en Berlín nos invita por el contrario a considerar lo que hace y deshace los acontecimientos bajo la mirada del superstes, aquél que vivió los acontecimientos. Más aún, esta travesía “de una punta a la otra del acontecimiento” (Agamben, 1999), dada al filo de los días (64 exactamente) sin conocimiento de lo que vendría al día siguiente a través de esta temporalidad particular de la escritura testimonial diaria, da cuenta de la proyección brutal de una vida sin problema en la urgencia vital de una comprensión, o más bien de decisiones. Es esta urgencia misma, o mejor aún, esta necesidad que tenemos que seguir paso a paso, pues todo un mundo está cuestionado, y este cuestionamiento urde el fondo epistemológico de la aprehensión cotidiana de lo que ocurre, se deshace, se hace, se vuelve a hacer. La cuestión de la violación se inscribe en esta epistemología de la supervivencia, donde, como lo veremos, se debilitan poco a poco certidumbres que se presentaban como civilización: fin del valor del poder técnico, deconstrucción de las jerarquías de género. El acontecimiento de la violación está tratado en el Diario en uno de esos desmoronamientos, y es ahí que se juega su relación con la guerra, “con la Historia” pues. No me interesaré entonces en la recepción de la violencia de la violación a la vista de la redefinición perceptiva inducida por la guerra. Interpretar, comprender, decidir comprometer la vida en la inmediatez de sus condiciones de supervivencia, pero también más allá del solo presente donde ya se ha dado un sentido a lo que ocurre, donde ya se elabora una conciencia histórica de lo que se viene, se compromete la vida en el después, este después más determinado por la violación que por la guerra, como si al terminar ésta, todo lo vivido personalmente en cuanto a ellos no podría pasar.

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Designaremos este libro a lo largo del artículo como Journal.

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La época y sus anacronismos, o el efecto de la técnica En menos de cuatro años de guerra, la destrucción masiva por medios técnicos sin precedentes aparece, cuando se lee el Journal, como un fenómeno normalizado, como un elemento natural de la guerra. Si bajo las bombas, nos planteamos numerosas preguntas sin respuestas, nadie piensa interrogar sobre la legitimidad o la legalidad de su uso (o de comprender su sentido, o la ausencia misma de todo cuestionamiento, ver W.G. Sebald, 2004). Sólo se anuncian preferencias frente a una elección imposible entre los bombardeos “amerloques” o la presencia violenta de los “Iván” en tierra, o el peso de la Historia que hay que vivir: “Se vive la Historia en directo, cosas que más tarde se recordarán o se cantarán. Pero, cuando se está adentro, todo es carga y angustia. Las Historia es difícil de llevar.” (Journal, 31). Esta normalidad de la guerra se inscribe en las costumbres tomadas de una vida en los sótanos, con las particularidades y las manías propias de cada refugio y las frecuentaciones comunes. Designadas para la ocasión como Schutzraum, refugio, esos escondites son igualmente designados en el texto como “caverna, mundo subterráneo, catacumbas del miedo, fosa común” (ibíd., 20). A los bombardeos aéreos que manifiestan siempre una cierta distancia vienen a agregarse los tiros de cañón que señalan, en cuanto a ellos, la proximidad del enemigo que viene del Este: “Sí, es sin duda la guerra que se desencadena sobre Berlín. (…)Es del Este que viene nuestro destino, el que va a trastornar el clima como en la época glaciar” (ibíd., 15-16). La vida en la “caverna” en una “época glaciar”… El presente de esta guerra se expresa en el registro de una regresión, parecida a la “decadencia” de la prestancia física de los soldados alemanes que se replegaban sobre ellos mismos: “Ni siquiera creo que tengan vergüenza de su decadencia. Están demasiado cansados, demasiado embrutecidos. Extenuados. Prefiero no mirarlos.” (Ibíd., 32). La convocatoria al campo histórico para la comprensión de los acontecimientos, a través de esas referencias a la prehistoria, dan cuenta más profundamente de la emergencia de anacronismos en un tiempo marcado y determinado por la técnica, prenda y símbolo de la modernidad. El Journal participa en efecto en ese diagnóstico de la época, en que, de Marcuse (1941) a Heidegger (1953), pasando por Anders (1942), la técnica ocupa el primer plano. Al retomar años más tarde las ideas de un artículo publicado en 1941, en el cual él tomaba como ejemplo de “tecnocracia” el régimen nazi, Mar126



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