El pintor debajo del lavaplatos – Primeros 3 capítulos –
Afonso Cruz Traducción
Nicolás Barbosa López
Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia Cruz, Afonso, 1971El pintor debajo del lavaplatos / Afonso Cruz ; traducción Nicolás Barbosa López. -- 2a ed. en español. – Medellín : Tragaluz Editores, 2013p. – (Colección lusitania ; no. 4) ISBN 978-958-8562-93-3 1. Cuentos portugueses - Siglo XXI I. Barbosa López, Nicolás, tr. II. Título III. Serie CDD: 869.342 ed. 21
CO-BoBN– a835940
Título original: O pintor debaixo do lava-loiças © Afonso Cruz, 2013 Representado por Bookoffice http://bookoffice.booktailors.com
© Traducción: Nicolás Barbosa López, 2013 © Tragaluz editores SAS., 2013 Calle 6 Sur 43A-200, Ed. Lugo Of. 1108 Medellín - Colombia www.tragaluzeditores.com
Autor: Afonso Cruz Traducción del portugués al español: Nicolás Barbosa López
Edición y diseño: Tragaluz editores Director de la colección Lusitania: Jerónimo Pizarro Ilustración: Afonso Cruz Impresión: Editorial Artes y Letras SAS. ISBN 978-958-8562-93-3 Primera edición, en portugués, abril de 2011, Editorial Caminho, SA. Segunda edición, en español, abril de 2013, Tragaluz editores SAS. Impreso en Colombia - Printed in Colombia Queda prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
Obra publicada con el apoyo del Camões, Instituto para la Cooperación y la Lengua, I.P. y de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas (DGLAB), Portugal.
El pintor debajo del lavaplatos Afonso Cruz
– Primeros 3 capítulos –
Traducción
Nicolás Barbosa López
Colección
Lusitania
Tragaluz editores Medellín - Colombia 2013
Contenido
Introducci贸n 5
EL LIBRO DE LOS OJOS ENCENDIDOS 6
EL LIBRO DE LOS OJOS APAGADOS 87
Ep铆logo 127
Introducción
Mientras que el agua se puede guardar en botellas, las historias no se pueden embotellar sin que rápidamente se echen a perder. Deben andar al aire libre como los animales salvajes, sueltas para que todas puedan correr desnudas. Sors nació el 23 de noviembre de 1895. Él fue quien, en 1940, pintó el cuadro que está colgado en la entrada de una casa de la calle del Alto da Fonte, en Figueira da Foz. Esa entrada es un espacio relativamente pequeño, con un baúl de madera a la derecha, justo debajo del cuadro pintado por Sors. Al frente hay un reloj de pie, un mueble esquinero y el perchero hecho con la mitad de una hélice. Hay una sierra de pez espada en la pared de la izquierda, estatuillas africanas, cuadros, bastones, lanzas indígenas, máscaras, objetos indescifrables, platos pintados. Encima del baúl hay unos colmillos de elefante y un diente de hipopótamo. El diente, estrictamente hablando, es grande, pero la raíz es mucho mayor. Gran parte del éxito de lo que hacemos, de lo que masticamos, depende sobre todo de lo que no se ve. De las raíces. Es por eso que estoy contando esta historia. Porque son las cosas que están dentro de nosotros y que nadie nota cuando nos mira. Tenemos un paisaje muy grande que no se ve, a menos que nos volvamos hacia adentro y mostremos aquello de lo que nos acordamos. Nada es tan fuerte como las cosas que no se ven, como las raíces del diente de Behemot1. Como un pintor debajo de un lavaplatos.
Bestia similar a un hipopótamo que aparece en el Libro de Job y que se asocia con las cosas de gran tamaño. (Nota del Traductor).
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EL LIBRO DE LOS OJOS ENCENDIDOS
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Afonso Cruz
Nos lanzaban al aire y nos atrapaban
Todos los jardines de nuestra infancia son el jardín del paraíso, la piel suave de ese tiempo cuando se corría con las piernas arqueadas, soltando una especie de luz por la respiración. Reíamos corriendo hacia los brazos de los adultos en una entrega absoluta. Ellos, los adultos, nos lanzaban y nos atrapaban con las manos ásperas y, quizá por eso, al crecer, nunca más dejamos de soñar esporádicamente que volamos. Y de soñar con gigantes y enanos, pues esas eran nuestras proporciones. Jozef Sors nació en una gran casa donde sus padres trabajaban. La propiedad pertenecía a un coronel del ejército llamado Möller. En la parte trasera había un gran jardín lleno de flores, cercado por un muro alto, todo en piedra. La madre de Jozef Sors era la encargada de planchar y el padre era el mayordomo. Mientras que la madre era una figura sin protagonismo, baja y simpática, con pómulos protuberantes, el padre era un hombre muy especial. Nadie era tan sincero como él. Ignoraba por completo cualquier fineza y decía con exactitud lo que sentía y veía. Cuando el hijo nació, la partera le había cortado mal el cordón umbilical, y él exclamó: parece una rata. La partera, que se llamaba Marija, lo miró de reojo y le ordenó salir, pero el mayordomo quiso cargarlo en sus brazos. Estaba enternecido e incluso llegó a pasarle la mano por los ojos para limpiarlos. Sus brazos enormes hacían que el recién nacido pareciera aún más pequeño. Realmente parece un ratón, decía mientras le acariciaba la mejilla con el índice de la mano derecha. La señora Sors sonreía de cansancio, con los pómulos más grandes de lo habitual. Marija tomó al bebé de las manos del mayordomo y lo puso en los brazos de la madre para que lo amamantara. Cuando el bebé se durmió, Marija comentó que era un niño hermoso, fuerte como el agua del mar y saludable como el agua de la lluvia. El ojo izquierdo, que parecía una luna menguante, reveló que iba a ser un artista.
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–¿Como los del circo? –preguntó el mayordomo. –No, como los otros. La señora Sors comenzó a sollozar cuando oyó esto, pues no hay nada más triste que ser un artista y mirar el mundo como si uno lo estuviera viendo por primera vez. –¿Quién le dijo eso? –preguntó la partera. –Fue un amigo del coronel. Un escultor que vino un día acá a la casa. –Me parece que es un motivo de gran felicidad que, cuando se mire el mundo, siempre parezca que fuera la primera vez que lo hacemos. –Es una gran tristeza –dijo ella sollozando–. Es la infelicidad más grande. Cuando yo miro las cosas, quiero que ellas me sean familiares, como mi tío o mi marido, como el pan de cada comida. Quiero acostarme siempre con el mismo hombre, con los mismos labios. Quiero que las sábanas de hoy me parezcan las sábanas de ayer, aunque los bordados sean completamente diferentes. No quiero que los besos que recibo sean nuevos, quiero que sean viejos, quiero que sean los de siempre. No me quiero sobresaltar como cuando era joven. Una persona solo puede tener paz cuando está al pie de las mismas cosas, cuando ni siquiera se da cuenta de ellas, porque ellas ya hacen parte de sí, como si se las hubiera comido y masticado y tragado y ahora fueran carne de su carne y sangre de su sangre. Solo somos felices cuando ya no sentimos los zapatos en los pies. Y al decir esto se durmió.
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Afonso Cruz
Todos los hombres tienen tres estómagos
El dueño de la casa, el coronel Möller, era un hombre sensible, capaz de admirar las flores, y no era raro que en ocasiones tomara algunas y las pusiera en su pelo, o atrás de la oreja. Era imponente, sin ser alto, con un bigote que le llegaba al cuello y con una gran cantidad de pelos en la nariz. Sabía ser autoritario –no se podría esperar otra cosa de un oficial del ejército– pero también sabía ser misericordioso, que era, por cierto, su estado natural. El día siguiente al nacimiento de Jozef Sors, el coronel entró con su hijo en brazos al cuarto de la madre. Wilhelm, que tenía poco menos de un año, agarraba los bigotes de su padre. El coronel felicitó a la señora Sors. –Nuestros hijos estudiarán juntos –dijo el Coronel–. Ya hablé con mi amigo Fischmann, y su sobrino, un joven literato que ahora comenzó su carrera de gramático, aceptó ser el preceptor de ambos muchachos. La señora Sors le agradeció. –Havel Kopecky, el sobrino de mi amigo, es un joven muy atento a lo que pasa en el mundo. De hecho hoy me contó que un físico alemán llamado Röntgen descubrió unos rayos que permiten ver el interior de las cosas. Imagínese, señora Sors, algún día, gracias a los rayos de Röntgen, podremos ver el interior del hombre. –¿El alma? –preguntó la señora Sors. –Completamente desnuda. Un día podremos imprimir el alma en una placa de plomo. Pero pienso que, por ahora, solo podremos ver imágenes de nuestros huesos. –Me parece horrible. ¿Habrá alguien que quiera ver eso? –Ah, ja, ja –rio el coronel–. Tiene toda la razón, señora Sors. Qué imagen más siniestra esta, de ver el aspecto que tendremos después de siete años dentro de un ataúd. Pero es importante, así es como la medicina evoluciona y es por eso que pensamos en la vida: porque se contempla la muerte. Ver cosas que comúnmente no vemos tiene grados
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de repulsión o fascinación. Hay un cierto pudor cuando uno ve lo que está debajo de la ropa y, cuando vemos aún más profundo, sentimos el vértigo del mareo, de las náuseas. Nos desmayamos cuando vemos sangre. No hay visión más terrible que el interior del hombre, ya sea anatómica o moralmente. –¿Entonces está bien? –Es terrible, pero es útil. En fin, esto solo servía para mencionar la gran estima que le tengo al futuro preceptor de nuestros hijos. He estado en la biblioteca para escoger algunos libros que considero imprescindibles en la educación de un niño. –Los niños necesitan es comer –dijo el mayordomo, que había acabado de entrar–. Para que crezcan fuertes. Wilhelm se agitó en los brazos de su padre. El coronel le recostó la cabeza en el hombro. Wilhelm siempre se ponía ligeramente inquieto cuando veía al mayordomo. –Hay muchos tipos de comida –dijo el coronel Möller mientras mecía a su hijo–. Un hombre tiene tres estómagos: uno en la barriga, otro en el pecho y otro en la cabeza. El de la barriga, todos sabemos para qué sirve; el del pecho mastica la respiración, que es nuestra comida más imprescindible. Sin aire una persona muere mucho más rápido que sin agua ni pan. Y por último está el estómago de la cabeza, que se alimenta de palabras y de letras. Los primeros dos estómagos del hombre se alimentan a través de la boca y la nariz, y a su vez el tercer estómago se alimenta principalmente a través de los ojos y los oídos, a pesar de que usa todo lo demás de un modo más sutil. –Para mí –dijo el mayordomo–, las palabras son una gran tontería.
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El punto, la recta y la circunferencia
Cuando Jozef cumplió cuatro años, Havel Kopecky comenzó a educar a los dos muchachos. Les leía textos clásicos sin preocuparse por su edad. ¿Acaso quién no entiende a Séneca?, se preguntaba Kopecky. Wilhelm, a pesar de ser un año mayor que Jozef Sors, se demoró más tiempo en aprender a leer. Pero, para compensar, era capaz de saludar a su padre en esperanto, en francés y en latín. El coronel Möller se conmovía y respondía: mi amas vin, que quería decir eso mismo, que estaba conmovido, pero dicho en la lengua de Zamenhof 2. Como la señora Sors era una mujer muy pequeña, a diferencia del mayordomo, que era muy alto, Jozef escribió la historia de amor de sus padres, una historia que cautivó a Kopecky, sobre todo, por la expresión de los dibujos: Mi madre es tan pequeña que de lejos parece un puntito, y mi padre es tan alto que de lejos parece una línea, una raya a lápiz.
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Lejzer Ludwik Zamenhof (1859-1917), médico nacido en el territorio del Imperio Ruso que hoy corresponde a Polonia; políglota y creador del idioma esperanto. (N. del T.).
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El pintor debajo del lavaplatos
Pero de cerca son como todo el mundo, tienen brazos, piernas, nariz y sombrero.
Cuando se quieren besar se demoran muchos días, pues mi padre tiene que bajar desde las nubes hasta el piso, lo cual les toma tiempo especialmente a quienes sufren de la espalda. La lluvia logra hacerlo con rapidez, pero ella no tiene espalda. Sin embargo, cuando los miro, son casi de la misma altura. Para mí es evidente: el amor aproxima a las personas y todos nos volvemos del mismo tamaño. *** De hecho, la señora Sors era un poco baja, quizás incluso más baja que su propia estatura. También era robusta y sonreía constantemente. Mimaba mucho a Jozef Sors y, enternecida, le cumplía todos los caprichos. Desde que había aprendido a agarrar un lápiz, Jozef no hacía otra cosa que dibujar. Pasaba horas frente al papel pardo, el papel de empaque que su madre le daba, haciendo garabatos de casas, flores y cielos. Pero también dibujaba en otras superficies, en las paredes, en la tierra,
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y se podría decir que sus pensamientos eran dibujos. Era su manera de estar en la vida, su manera de crecer. Lo primero que Jozef Sors dibujó fue una circunferencia, pues lo primero que se dibuja es una circunferencia. Es la forma más natural, aquella que puede contenerlo todo. Es el útero de todas las formas. Dicen que si a un hombre vendado le pidieran caminar en línea recta, andaría en círculos. ¿Por qué el hombre camina en círculos cuando cierra los ojos? Es un misterio, dicen, pero el hombre de ojos cerrados camina hacia adentro. Y el tiempo también se dobla, no anda derecho. El tiempo es como un hombre de ojos cerrados. En lo profundo todo anda en círculos, desde los recuerdos hasta las historias. Un día todo termina doblándose. Sors aún era demasiado joven para darse cuenta de que no hay líneas rectas en la naturaleza. No hay rectas perfectas. Todo es redondeado y todo anda alrededor de todo. Los hombres están cegados por las rectas: por edificios muy derechos, por reglas, por cosas que no son nada naturales. Y esas cosas son derechas solo en su apariencia, como se puede verificar en un microscopio. Pero los hombres son tan obcecados por las líneas rectas que llegan a usar la palabra derecho para las leyes, para aquello que es correcto. Lo que es correcto es recto. Así ocurre en tantas lenguas que eso prueba una tendencia común: la recta es el Bien y la curva es el Mal. Pero Sors aún era muy joven para pensar en estas cosas y dibujaba circunferencias, una tras otra. Solo más tarde fue que comenzó a dibujar rectas. Y así la infancia se fue disolviendo en el transcurso de los años y le aparecieron algunos pelos encima del labio superior.
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Este libro se terminó de imprimir, con los ojos abiertos, en Medellín - Colombia en abril de 2013.
Otros títulos / Outros títulos
Colección / Colecção
Lusitania
1. Plural como el universo Plural como o universo Fernando Pessoa Traducción / Tradução: Jerónimo Pizarro
2. El banquero anarquista y una entrevista sensacional O banqueiro anarchista e uma entrevista sensacional Fernando Pessoa Traducción / Tradução: Nicolás Barbosa López
3. Catálogo de luces José Eduardo Agualusa Traducción: Jerónimo Pizarro
4. El pintor debajo del lavaplatos Afonso Cruz Traducción: Nicolás Barbosa López
5. Los mató la vida. Antología de escritores suicidas portugueses Matou-os a vida. Antologia de escritores suicidas portugueses Antologista y traductor / Antologista e tradutor:
Pablo Javier Pérez López
Con un estilo sencillo y natural, Afonso Cruz nos cuenta la historia de Jozef Sors, un pintor eslovaco que, entre otras experiencias, vivió escondido por unas semanas debajo de un lavaplatos. Este artista que quiso sacrificarlo todo por el arte, nos plantea su particular relación con el amor, la familia y la muerte. El pintor debajo del lavaplatos es un libro que conmueve y se convierte en una lección sobre la mirada, pues, como dice Sors, “el arte sirve para ver el interior de las cosas”.