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CABEZA DE KARRERA

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EDITORIAL

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UTMB 2014

UNAI UGARTEMENDIA

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... Castanyer llegó por delante, pero me parecía que estaba extremadamente cansado. ¡Tenía la cara desfigurada! Yo salí antes de la zona de avituallamiento, pero en la siguiente subida me pilló. En un momento del ascenso me paré a hacer mis necesidades y perdí la referencia de Castanyer. Cuando me di cuenta, ya iba solo. Tras llegar de nuevo a su altura, en el descenso a Trient (kilómetro 139), se me volvió a marchar. Todavía nos quedaban algunos kilómetros hasta la meta y no perdí la cabeza. Teníamos cinco kilómetros de subida por delante, y de nuevo veía que iba a buen ritmo. A gusto. Sin pararme. En un momento en el que levanté la cabeza, vi a Castanyer muy cerca y en la siguiente bajada volvíamos a estar juntos. Iba más fácil que yo en el descenso, pero cuando llegamos al avituallamiento de Vallorcine (kilómetro 149) nos volvimos a juntar. Solo quedaban veinte kilómetros para la meta. Habíamos hecho lo más difícil y ya estábamos empezando a soñar con el podio. En el avituallamiento nos dijeron que los perseguidores venían a casi 45 minutos. Eso nos dio tranquilidad. Dani Salas, que había asistido durante toda la noche al mallorquín, también se encontraba allí. En la zona de control, Idoia me esperaba con un melón. Tan pronto como Castanyer vio aquel melón, gritó en voz alta: «¡Joder, cabrón, tienes un melón!». ¡Se le abrió el mundo! Aunque competíamos el uno contra el otro, compartimos aquel melón. Siempre que podíamos intentábamos dejar atrás el uno al otro, pero llevábamos las fuerzas muy igualadas y no podemos olvidar que, además, éramos compañeros de equipo. Salimos juntos del avituallamiento para hacer los últimos kilómetros. Todavía nos quedaba por delante una subida larga y pestosa hasta Tête Aux Vents (kilómetro 157). En aquel ascenso yo diría que iba mejor que él, más suelto. Me empeñé en que Castanyer, hiciera la goma. No quería dejarlo atrás, porque veía el peligro de que, si se quedaba atrás, se podía venir abajo, y en los pocos kilómetros que faltaban uno que viniera por detrás podría arruinar el podio del trío de Salomon. Teníamos la oportunidad de jugar en equipo. D’Haene ya iba en solitario y había abierto un gran agujero respecto a nosotros. Entramos en la bajada de los últimos diez kilómetros. Íbamos uno al lado del otro cuando llegamos a Chamonix. Nos miramos y nos preguntamos si íbamos a jugárnosla al esprint. No le veíamos sentido. Decidimos entrar juntos. En los últimos metros empecé a acordarme de todo el año, de las lesiones de principios de año, de la recuperación, de los trabajos del gimnasio y de toda la carga acumulada que había llevado dentro en silencio. Íbamos a poner patas arriba la mayoría de las previsiones. En 2005, Tòfol y yo ya habíamos competido juntos en la Copa de España, y al cabo de casi diez años entramos juntos en segunda posición en la mejor carrera del mundo. Ya estábamos metimos en los últimos metros. Me acuerdo del abrazo entre los dos en la meta. Aquel fue un abrazo sincero, nos salió del corazón.

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