Salud a la Esponja No 8

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SALUD A LA ESPONJA No 7 - Proyecto de creaciรณn Literaria y visual


Créditos Poesía y cuento

1. Luis Felipe Aguilar 2. Sebastián Lazo 3. Juan Fernando Auquilla 4. Carlos Vásconez 5. Cristian Avecillas 6. Juan Carlos Astudillo 7. Paula Martínez 8. Fredy Ayala Plazarte 9. Jorge Aguilar 10. Agustín Molina 11. Camila Peña 12. Verónica Neira 13. Falco 14. Tania Rodríguez 15. Ámber Chica Apolo 16. Soledad Corral 17. Sebastián Ávila 18. David Jiménez 19. Natalia García

Ensayo

1. Fredy Ayala Plazarte 2. Sebastián Endara

Fotografía

1. Esteban Ugalde 2. Gabriel Art 3. Juan Carlos Astudillo 4. Francisco Jarrín 5. Gabriela Parra 6. Silvia Pesántez

Portada

Consejo editorial Luis Felipe Aguilar Carlos Vásconez Juan Carlos Astudillo S. Sebastian Lazo

Dirección Juan Carlos Astudillo S.

Coordinación Sebastián Lazo

Diseño Jonny Patiño (Gráficas Hernandez)

Cristina Merchán (MITI MITI)

Impresión Gráficas Hernández

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DIA-CRONร A

SALUD A LA ESPONJA No 7 - Proyecto de creaciรณn Literaria y visual

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DIA-CRONÍA Han pasado casi 20 años desde que publicamos la primera “Esponja” sin ser un proyecto sino un ejercicio de amigos buscando aligerar la resaca del momento intenso que nos tocó compartir. De ese primer número, fotocopiado, profundamente artesanal (60 copias), sobrevivimos unos cuántos como reflejo de estos tiempos convulsos y nuestras búsquedas en eco de ellos y las confluencias que nos juntaron, en los primeros años de universidad, como para tener un espejo en donde deformar las imágenes que procuramos para tejer algo más amable, más aleatorio, más honesto, quizá. Y digo esto porque así nació esta revista que, en estos años y la intermitencia que la ha acompañado ha significado un espacio para la expresión literaria y visual de una generación. Salud a la Esponja empezó como continúa, sin un derrotero fijo pero con un norte claro: sostener un espacio independiente de expresión. Por eso, en esta, su 7ma edición, volvimos con el mismo concepto de no tenerlo; es decir, apostamos por el juego, por la chamiza y la (des) aparición. De esa manera y como podrán confirmar nuestros lectores, los nombres y propuestas que aquí confluyen no obedecen a nada en común, más que la necesidad de decir algo… Poesía, narrativa, ensayo, fotografía e ilustración que nos permiten decir “aquí estoy y esto tengo para decir”. Dia-cronía: un movimiento temporal que se niega en el instante y en ese movimiento que se permite aparecer; este espacio, como siempre, es de todos los que se atreven y los que lo merecen.

Juan Carlos Astudillo S.

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LUIS FELIPE AGUILAR 7


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Un flechazo, el fuego, la caída1 Cerise es llevada por las gendarmes de García quien actúa como juez. La música es excitante y arriba del escenario la teatralidad impone que los actores no hablen sino que dramaticen en sus gestos. El juez ordena la ejecución de Cerise. En seguida, las preferidas de García que fungen de verdugos proceden a cumplir la orden colocando un lazo alrededor de su cuello y atando sus manos por la espalda. Por un momento, juez y sentenciada se ven. Entonces solo dos luces caen sobre el escenario, una sobre él, la otra sobre ella, el resto está en la penumbra y todo el teatro inmerso en silencio; inmediatamente se hace presente, por la luz, la inquietante transparencia de la túnica que cubre el cuerpo de la mujer que provoca que el juez pierda su cabeza y se arrepienta de su veredicto, pero antes de poder ordenar que se detenga la ejecución las verdugos, que son también iluminadas en ese instante, abaten el cuerpo desde la altura del patíbulo sobre el que ella está parada. Cerise comienza inmediatamente a patalear en el vacío, al tiempo que otras gendarmes elevan varios metros el cuerpo de la sentenciada mediante una polea que tiene atrapada precisamente a la cuerda que la ahorca. Las patadas que da Cerise dan prueba de su sufrimiento. Sin embargo ella no siente ningún dolor, está suspendida por un arnés que de forma camuflada la sostiene por la espalda y no de la garganta como el público atestigua que hace el lazo que han puesto en su cuello. Samuel, que actúa como arquero, aparece en ese momento y dispara una flecha flamígera que, en un tiro increíble, contagia a la cuerda con su fuego. Todo es concordante con la historia que ha contado García como introducción al truco, el triángulo entre el juez vengativo, la ladrona hermosa y el arquero infalible. Cerise –la ladrona– simula dolorosas sacudidas abrumadoramente convincentes. El juez encolerizado por el intento de rescate y la turbación en la que ha caído al constatar a pocos metros la desnudez de su víctima, intenta asesinar espada en mano al arquero, pero no le será tan fácil. 1 El presente texto es un fragmento de una novela inédita que al momento se encuentra en construcción.

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Un momento antes a que aseste su primera estocada las luces del escenario se apagan, un segundo después los reflectores vuelven a encenderse, dejando la imagen de García y Samuel próximos a lanzarse nuevos golpes. Cuando la oscuridad nuevamente se expande, la tibia luz de la flama en la cuerda muestra a una Cerise que aunque se mueve parece mucho más cercana a la muerte y a las llamas. La ilusión continúa, las luces del escenario se prenden y se apagan intermitentemente y en cada ocasión la visión del público aprecia una escena más angustiosa: el juez y el arquero peleando con más denuedo, García obteniendo en cada parpadeo una mayor ventaja, mientras Cerise se enfila todavía más a la muerte. En un momento Samuel contiene la mano de García que amenaza su cuello con la espada, en otro ha perdido el arco que utilizaba para contener el arma de su enemigo. El arquero desesperado ansía, mientras se defiende, alcanzar la polea para bajar a la ladrona que apenas se mueve. No lo logrará, a unos pasos de llegar a su objetivo, y tras haber alejado al juez lo suficiente, las gendarmes que habían sido olvidadas por él lanzan dos flechas sobre su espalda. Mientras tanto Cerise, que se simula casi inconsciente, imagina lo que verá el público: se romperá la cuerda a la altura del fuego, caerá entonces irremisiblemente hacia el escenario, pero justo antes de tocar el suelo la luz se apagará una vez más, y al encenderse Samuel se levantará mientras los demás huirán despavoridos del escenario viendo esa supuesta resucitación. El arquero tomará entre los brazos a la ladrona cuyo cuerpo se escuchó caer secamente en el suelo del escenario en el momento de oscuridad y la revivirá dándole un beso de cuento de hadas. Con el final del beso un fogonazo de luz encandilará el escenario, y tras ello arquero y ladrona desaparecerán. Así lo han ensayado, pero Cerise, que espera el instante adecuado para caer de forma segura dentro de la abertura que está oculta en el suelo del escenario, percibe cómo las correas del arnés resbalan. García, sus preferidas que actuaron como gendarmes y Samuel, notan que Cerise se desliza unos centímetros, los suficientes para que el dogal alrededor de su cuello realmente la ahorque. Cerise 10


patalea, esta vez con auténtico dolor, y de forma tan patente que el público percibe de inmediato que algo inadecuado ha sucedido. García ordena que la bajen pero sus queridas, aturdidas por el pánico, se ofuscan provocando el atasco de la polea. Cerise intenta tomar aire emitiendo sonidos que reverberan ante el silencio del público que la observa estupefacto, hasta que desesperada, dando ya las primeras coceaduras de la muerte alcanza, en extremis, el mecanismo que rompe la cuerda. Inmediatamente cae, con efímero alivio, pero sin control de su cuerpo: “Recuerda estar quieta antes de caer”, le había dicho García en los ensayos. El dolor y el apuro no le permitieron tomar la posición requerida. En medio de la caída se da cuenta que no traspasará limpiamente la boca de la trampa que se abrió automáticamente en el suelo del escenario al momento en que se rompió la cuerda. Es inevitable, se romperá el cuello, por eso con su primer aire, tras sentir la cuerda cerrarse en su garganta, grita aterrorizada y su alarido es tan fuerte que la saca de la pesadilla, recorre el camerino de García en donde ella tomaba la siesta, y llega hasta el escenario en el que el mago García y su pequeño grupo trabajaban en secreto en la consecución de un nuevo misterio. Fue inconfundible el tono de terror del grito, apretujado en la garganta en los primeros sonidos y después apresurado y fuerte en los últimos, pero a pesar de ello, García y sus preferidas no se movieron un milímetro por esa causa. A lo mucho García ordenó con la mirada a Samuel que fuera a ver qué era lo que sucedía. —Por suerte pudiste gritar —le dijo Samuel en cuanto escuchó el relato. —Si no lo hubiese hecho creo que en verdad me habría muerto — respondió Cerise, alternando las palabras con los sorbos del vaso de agua que Samuel le había alcanzado. —Es mucho teatro para una ilusión, si me permites decirlo, pero no me importaría hacerlo si así te doy un beso —se atrevió a añadir el muchacho. 11


Había unos cuantos años entre ellos. Se podía decir todavía que Samuel era un chico; de Cerise no. Y él la besó en el cuello, exactamente en los lugares en donde ella se había tocado mientras recordaba lo soñado, causando que Cerise se estremezca al sentir el primer beso, tierno y diminuto, seguido además por un besuqueo dulce, mezclado con mordisquitos que querían demostrar que no era un crío el dueño de esos dientes. Fue un momento de un erotismo único. El más intenso que Samuel había sentido hasta ese día. Cerise le dejó seguir hasta que él se atrevió a efectuar el movimiento necesario para transportar el beso del cuello hasta su boca, lo detuvo a escasos centímetros de que sus labios se rocen, tocando con su mano el pecho de Samuel. —Por favor, dile a Belisario que estoy bien, debe estar preguntándose por qué grité — Fue la oración, que con aparente parsimonia, utilizó para pedirle que se fuera. Después se quedó recostada sobre el sofá tocándose el cuello con los mismos gestos que había hecho antes cuando recordaba la sensación de ahogo, pero esta vez se había olvidado por completo de la pesadilla. Su corazón latía fuertemente. Samuel, abrumado, salió del camerino, llegó hasta donde García e informó que Cerise había gritado por una pesadilla. —Le gusta llamar la atención cuando estamos trabajando —fue la queja que sus preferidas hicieron. En la noche Samuel pensó nuevamente en lo sucedido. Se lamentaba el haber intentado darle el beso en la boca, habría preferido –ya que las cosas sucedieron de ese modo– alargar los besos en el cuello un poco más. Al mismo tiempo se felicitaba por haber tenido la audacia de haberla sorprendido de esa forma. Más tarde ya en su cama, Samuel no hizo más que transitar mentalmente por entre los rincones del teatro, en donde él dormía, hasta el pequeño 12


departamento de Cerise. Entre sueños creyó verla acostada con los ojos abiertos y pensando en él. Samuel no se equivocaba del todo, Cerise estaba efectivamente despierta, había pensado en Samuel, sí, pero no fue él quien le quitó de todo el sueño. La mayor parte de sus horas insomnes las dedicó a los pormenores de su pesadilla, pero no por miedo, sino a los detalles de su actuación, a la dificultad del tiro de flecha, a los datos de la historia del arquero y la ladrona, porque le parecía que se trataba de un truco que valía el esfuerzo montar. Ella ambicionaba producir una gran ilusión, un acto que le diera puntos con García y quizá la posición en el negocio que por el momento ella tan solo pretendía, y que a fuerza de los aplausos con los que fantaseaba harían que García acepte compartir la taquilla con ella, tal como se rumoraba que hacía con sus preferidas. Claro, para eso debía hacer un cambio que le disgustaba, el juez no podía ser García, él mago debía ser el héroe. Será un arquero regordete, pensó contrariada. Muchos días pasaron en los que Samuel trató de acercarse nuevamente a Cerise. Había desarrollado la forma de presentirla. Es que a fuerza de un par de coincidencias y pensar en ella todo el tiempo se convenció de que podía rastrearla. Y algo había de cierto, podía inconscientemente percibir su olor; pero, incluso así, a pesar de que la asechaba veladamente, no tuvo la oportunidad de quedarse a solas con ella, principalmente porque ella, en cambio, mostrando cierto fastidio e intuyendo que podría arruinar su relación con García, huía. La ventaja de Cerise radicaba además en que los intentos de Samuel eran desarmados con el simple desdén de sus gestos o, lo que era peor, con algún cariño al mago. Aún estaban a meses de abrir la temporada en el teatro pero García estaba cada vez más irritable y eso contagiaba a todos con una presión que los extenuaba. Las preferidas de García sabían que dicho ambiente se aligeraría, si todo salía bien, después del pri13


mer ensayo general, pero mientras tanto los ensayos y la creación de nuevos trucos se los hacía a jornada doble, de tal modo que Samuel tuvo más oportunidades para intentar estar con Cerise. Una tarde que estuvieron en los hombros del escenario, Cerise y las otras chicas esperaban el tiempo correcto para entrar en escena. Samuel supo colocarse de tal manera que sin estorbar la entrada y salida de las asistentes se detuvo a su lado y desde esa posición estiró su mano hasta rozar con uno de sus dedos el torso delicado de la mano de Cerise. Ella no rehusó al contacto y estuvieron así, rozando la punta de un nudillo con el anverso de una mano, por más un minuto. Una leve caricia que sin serlo del todo, bien podía confundirse como el casual contacto de dos personas, pero que no lo era, no podía serlo, era imposible tal coincidencia en la cabeza de Samuel que vislumbraba el pulso de Cerise tan perturbado como el suyo. El momento fue breve. Ella entró a escena, tomó las cosas que debía apartar y salió del escenario pero esta vez tuvo que colocarse en el lateral opuesto, es decir muy lejos, pero con tal suerte que bien pudieron verse y lo hicieron. Samuel sintió cómo por preciosos y largos segundos ella sostuvo su mirada. En sus fantasías, sobre todo las nocturnas, Samuel reviviría el contacto varias veces y por muchas ocasiones durante los ensayos siguientes trató de replicar ese instante, pero Cerise regresó a su comportamiento de evasión y menosprecio. Desde entonces para Samuel los días recolectaban sus inútiles intentos y se convencía, irrazonablemente, de que ella le había permitido más oportunidades para estar cerca o tener una conversación a solas pero que él no había aprovechado la oportunidad, porque simplemente había reconocido la ocasión hasta muy tarde. Al mismo tiempo, aquella pequeña forma en que la tocó abría sus esperanzas y lo enloquecía al momento de estar solo en su pequeño camerino en el que por fin dejaba de fingir que nada le pasaba. Fueron días y noches de zozobra para Samuel hasta que se atrevió a contar su pena a las preferidas de García. 14


— Historia vieja, juega a que no te quiere —dijo una de ellas sonriendo. — ¡Ten cuidado! Si crees adivinar su presencia, sentir que viene o que va, no te estás enamorando de ella sino de su fantasma —dijo otra, poniendo una mirada grave mientras acariciaba la mejilla de Samuel—. Y los fantasmas existen, mi amor, cuando las personas no se pueden tocar—, intercaló la primera mujer, mientras las dos lo miraban con esos ojazos verdes que las volvían tan similares. Él se enojó con semejante comentario, pero se contuvo pues pensó que contar los pormenores de su pena, los besos en el cuello, el rozar de sus manos, la mirada a través del escenario, le otorgarían el favor de las mujeres que, según él, por bondadosas le darían consejo, y a lo mejor hasta harían algo por lograr la separación de García y Cerise, porque después de todo ellas –pensaba Samuel– eran las legítimas novias del mago. Antes de cualquier confesión, sin embargo, bien pudieron ellas haber deducido todo. El loco enamoramiento de Samuel era notorio. El coqueteo secreto y enloquecedor que Cerise aplicaba también pudo haber sido descubierto, pero ellas, más astutas que el joven Samuel, se preocuparon de algo muy distinto, avizoraban los posibles peligros de la relación entre él y Cerise. En el momento en que García se enterase de las aspiraciones del muchacho, el primero en lamentarlo sería Samuel. Sencillamente el mago no aguantaría que nadie cortejase a su muchacha y menos su aprendiz. El fin previsible era además el despido de Cerise, algo que no buscaban todavía, pues sin ella García se refugiaría en los brazos de una de ellas o de ambas, algo de lo que estaban asqueadas hace mucho. En cualquier caso debían evitar la aparición de un García todavía más iracundo, caprichoso y desconfiado, o, lo que sería más grave, hasta atento al manejo del dinero que ellas a sus espaldas esquilmaban. En ese mismo momento, con tan solo un cruce de sus miradas, por cálculo y por lujuria, decidieron tomar a Samuel para ellas. El muchacho era guapo, joven y en todo caso, razonaron, García no tenía por qué saberlo, ellas sí sabían guardar un secreto, y si se 15


enterase podrían protegerlo y admitir que fueron ellas las que lo sedujeron, es decir, asumirían la culpa, poniendo como excusa y como último recurso, los celos paridos por la infidelidad de García. Relamiéndose, lo condujeron a través del pasillo hasta el camerino que ellas compartían. No era la primera vez que él estaba a solas con ellas en ese lugar, pero en esta ocasión Samuel sintió en los pasos que dio al entrar el desasosiego de estar a las puertas de un descubrimiento. Primero le pidieron que acomodara los muebles, lo que significó desdoblar un sofá-cama y colocar una sábana para el lecho, así como una pañoleta roja sobre una lámpara que cambió el color del aire en la habitación. Enseguida, tras quitarse la blusa y la falda que llevaban, cada una le pidió ayuda para liberarse del corsé, desenrollar de sus piernas las medias nylon y retirar, con él de rodillas, sus interiores, dejándole así ver muy cerca de su cara el vello oscuro del pubis enraizado en la piel blanca y, con la cara del muchacho hacia arriba, los senos redondos que enmarcaban los rostros que desde esa distancia miraban a un Samuel postrado entre ellas que ya percibía el olor sedicioso de sus sexos. Tras ese instante, en que ellas gozaron hasta donde pudieron, en medio de sus apetitos, esa primera vez en los ojos de Samuel, las dos le quitaron su camisa, pantalón y continuaron desvistiéndolo con una tranquilidad tal que hasta Samuel, en el barullo que era su cabeza en ese momento, se percató del temple que parecían tener, sobre todo al compararlo con el trepidar surgido en su cuerpo que parecía explotar con cada botón abierto y el rasposo rozar de las uñas rojas en su carne con el que ellas comenzaban a pasear sus manos. Si le dices algo de esto a García di adiós a tu carrera de mago — susurró la una. Con esto te olvidarás de ella, mi amor —acotó la otra, guiando las manos de Samuel desde sus caderas hasta sus nalgas. Pero Samuel no supo bien quién dijo qué, tenía los ojos cerrados mientras una lo besaba en la boca y la otra —desde atrás— el cuello. 16


SEBASTIÁN LAZO 17


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Mujer madrugada y el sueño Mujer combustible y la chispa Mujer mermelada mango y guayaba Mujer vegetal En ti la fruta la explosión la noche. … Apunta bombardea apuñala dispara y endulza este satélite de paz combustible de locura infinita verde corazón pan y miel de mis letras.

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JUAN FERNANDO AUQUILLA 21


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“Dieciséis ciudades ¿Lo que ves está siempre a tus espaldas? –o mejor–: ¿Tu viaje se desarrolla sólo en el pasado?” Ciudades invisibles Ítalo Calvino 1 Mientras avanzamos por estas vías tórridas, las ciudades se presentan de cuerpo entero; existen ciudades de colores y formas diversas. Comentas que estuviste en ellas hace poco tiempo, y no lo dudo, tu respiración acelerada te transfigura frente a estas piedras. Me cuentas que en la mitad de la urbe trémula existe una plaza llena de sal y hojas muertas; alrededor de la plaza central mil mujeres agonizantes repiten a coro una frase confusa; a lo lejos declina el sol dibujando manecillas invisibles. 2 Entramos de la mano a una ciudad, o a lo que queda de ella; en la piel se impregna una música lúgubre que nos invade desde las ruinas ubicadas al este de las murallas; esta urbe es triste, son tristes las puertas desencajadas que en su vaivén golpean los recuerdos; la oscuridad de la ciudad nos condena a las lágrimas; la melodía se repite en ecos y llega al centro de la plaza en donde los adoquines pierden sus filas; te miro y tiemblo, mientras una lágrima recorre los surcos de tu rostro; desaparecemos detrás de una llamarada que aún continúa en las columnas a la salida del oeste; el polvo y los rayos del sol guían nuestras pisadas; te balanceas... desapareces. 3 Se avecina la tormenta sobre esta ciudad; la tarde súbitamente se cubre de colores ásperos y el cielo se triza con una luz instantánea; te invento caminando en paralelo debajo de estos rascacielos llenos de ventanas con vidrios rotos y paredes con letras 23


plomizas, en donde se lee con mucho esfuerzo: prohibido colgar carteles. La ciudad, en donde un día los autos se aglomeraban, hoy luce desierta, olvidada, confinada al llanto. 4 Fuimos expulsados por no caminar como el resto de personas, por invadir las vías marcadas, prohibidas desde la fundación de la ciudad. Exiliados por no creer en el tiempo, ni en lo cíclico de las horas; sentados de espaldas observamos cómo un anciano se inclinó lentamente y escribió en una hoja nuestros nombres en una larga lista de desaparecidos; sobre nuestros cuerpos, cuando una libélula escapaba de tus ojos, caían las primeras gotas de lluvia nocturna; nos refugiamos en un beso breve y decidimos emprender la despedida. Esta ciudad nos aguardaba desde hace siglos y hoy nos exilia sin pronunciar ninguna frase; la puerta de salida está ubicada en el punto preciso en el que la oscuridad se funde con un rayo de luz. 5 Antes que amanezca recogemos nuestras cosas, las que quedan, y partimos cuando todos duermen; observamos por última vez este puente que nos sirvió de refugio durante tanto tiempo; me miras mientras tomo tus manos y te acerco a mi cuerpo, entonces desplegamos las alas y partimos. Atrás se quedan las pisadas, los gemidos, la sal, las equivocaciones. La ciudad pierde su forma debajo de nuestras alas. 6 La ciudad nos recibió de fiesta a pesar de la lluvia, el vendaval y el granizo; la gente pintaba su cuerpo y danzaba en media calle; los colores que se diluían de nuestros torsos desnudos se mezclaban psicodélicamente entre los adoquines; nos unimos a la danza frenética, danzamos, giramos, gritamos; no sentimos las horas que esquivaban el espacio, fuimos parte de los que llegaban; los forasteros se unían en círculos concéntricos innumerables. Cuan24


do la tarde acababa y la lluvia descendió por las alcantarillas, todos tomamos nuestras pertenencias y empezamos a salir de la ciudad; nadie permaneció en la urbe, todos marchábamos vestidos en sepia por la autopista del sur. 7 Las calles olvidadas tienen mucho que contarnos; hoy, solo, he decidido visitarla, conocerla, recordarla. Las calles llenas de algas, de líquenes resbalan ante los visitantes. A cincuenta pasos a la izquierda de la calle empedrada, la escalinata de piedra se mantiene intacta. Esta escalera de cemento tiene 600 escalones simétricos, construidos en forma de espiral que te trasladan a una superficie plana, intacta. Luego de abandonar el ascensor de concreto y constatar que el terreno escapa de la mirada, descanso; cierro los ojos y dejo que los habitantes invisibles me trasladen hacia la salida; la superficie acuática se convierte en olas que se concentran en torno a mi cuerpo. Es hora de regresar, de pisar la arena, de retomar la vía que conduce a la avenida principal. 8 La ciudad contemplada desde lo alto tiene una forma circular. Sin embargo, las avenidas no llegan a tocarse. Esta ciudad es un inmenso laberinto. El centro es una plaza pública, tiene la forma extraña de una tela araña, de la cual penden espadas y cornamentas antiguas. A la salida izquierda de la ciudad un barco de velas negras se bambolea sobre las olas que esperan angustiosas; dicen los adolescentes que la visitan, que por las noches se escuchan voces tramando un plan para deshacerse de entregas, y engaños. 9 Esta ciudad tiene plantados dos árboles al este de un jardín pequeño. Las callejas sinuosas nos impulsan a caminar con menos prisa, pues inevitablemente llegaremos hasta el pie de los árboles en donde constataremos que el frío nos golpea los pies, pero no 25


enfría nuestro pudor; desnudos caminaremos de la mano, mientras nuestras carcajadas nos inviten a buscar la salida, ubicada al oeste. 10 Desembarcamos en un puerto pequeño, las paredes de cristal separaban las primeras calles de esta ciudad; nos habían dicho que es una urbe maravillosa; sin embargo, no tenía nada de espectacular, o al menos a simple vista no, pues era como una más de las ciudades en las que estuvimos hace mucho tiempo. Caminamos siguiendo un sendero que se habría hacia la izquierda en donde un gran farallón construido con rocas y piedra caliza dividía la ciudad en la moderna y en la antigua. En la ciudad antigua el tiempo permanecía impávido; refugiados en nuestros cuerpos dejamos que la lluvia nos empape, mientras la playa abrupta recogía una a una cada ola que se rompía justo a dos metros de nuestros pies. Me invitaste a saltar a buscar la sal de la urbe, te tomé de la cintura y juntos observamos las piedras y la madera que se levantaban y formaban la ciudad a nuestras espaldas; una calle llena de gemidos se proyecta hasta perderse en el centro mismo de la ciudad. Fue la hora de regresar, sin embargo, nos fundimos en un segundo y el salto llegó, la sal, la inmortalidad. 11 Nos dedicamos a olvidarnos; decidimos que nos iría mejor si caminásemos en sentido contrario, sabíamos que si lo hacíamos nos encontraríamos una vez más. Con miedo separamos las pisadas, las palabras, las frases. La voz junto con las lámparas de la calle principal se despidió y las luciérnagas a lo lejos en la montaña dejaron de frotar las alas; esta ciudad tiene tanto de ti, por más intentos de dejarla siento que va conmigo a todas partes; reconozco tu cuerpo en las estatuas, en las estaciones de bus, en las vías a solas; reconozco tu mirada, cuando desnuda desde la puerta de la habitación me preguntabas ¿qué sería de nosotros si volvemos a coincidir en otro semáforo? 26


12 Esta ciudad conoció el inicio del tiempo, sin embargo, sus paredes permanecen intactas; los colores rosáceos de sus paredes talladas en piedra contrastan con el azul del cielo en medio de la arena. En el frontis del edificio central alguien inscribió una frase en sánscrito antiguo “deja que mi piel se convierta en la tuya”. Recorremos la ciudad. Los diseños arquitectónicos bellamente decorados me recuerdan las proporciones exactas de tu cintura. Inicio un nuevo recorrido esta vez descubro tu cuerpo que contrasta con el calor de mis caricias. Tu piel es parte de mis manos, por un instante imagino la mano tallando la frase en sánscrito antiguo. 13 Después de incendiar las naves nos internamos en la ciudad que se extendía a lo largo de una playa llena de arena plomiza que reflejaba el cielo. La urbe como un libro abierto permitía leer historias escritas en las paredes; los perros que deambulaban por los senderos movían alegres sus colas y nos llevaban hacia una casa ubicada en un declive de la playa, correteaban y nos lamían los talones, los pies; las cicatrices del tiempo impregnadas en nuestros rostros nos recordaban que ya no somos los mismos. A medida que llegamos al declive, la casa se dejaba ver pintada de azul, de celeste, de turquesa, era una prolongación del mar, sus puertas estaban abiertas. Entramos calladamente, al fondo en una hamaca se balanceaba la misma mujer que nos había despedido hace veinte lunas. Nos tomó de la mano y empezó a recitar cada una de las ciudades que habíamos visitado; en orden, sin perder un solo detalle reinventamos las urbes recién visitadas; la mujer no dejó de hablar hasta que describió un declive, arena plomiza, puertas abiertas, una hamaca, el viento, la sal. 14 Las paredes de la ciudad son gigantescas rocas que se juntan una a una. La puerta de acceso a esta ciudad presenta un gran travesaño tallado en un monolito con la cara frontal pulida, de tal 27


forma que los visitantes pueden levantar la vista y desde un ángulo preciso contemplar el cielo. En ciertas épocas la mirada se alinea construyendo un ángulo que deja ver la bandada de las aves volando al sur; en otras épocas se observan eclipses. La ciudad se advierte monumental, sin embargo, los que la visitan solo la imaginan, pues absortos en la contemplación de la puerta principal solo atinan a descubrir la gran urbe celeste, plomiza y blanca que se presenta ante sus ojos. 15 Para arribar a la ciudad, de la que los amantes hablan, es necesario emprender un viaje a la media noche, pues el alba o los rayos del sol dibujan la silueta de sus cúpulas a contraluz. Mientras navegamos por el río que atraviesa la ciudad, a derecha e izquierda se levantan árboles: acacias, cerezos, robles con sus inmensos dedos que nos acarician, en su follaje se detiene el tiempo. Me apoyo en tu mano, siento tu estremecimiento; cerramos los ojos y somos parte de la silueta; a contraluz un solo cuerpo inundado de sombras. Las cúpulas de tu pecho coinciden con la silueta de mis labios. La ciudad eterna de la luz opuesta sobre nuestros cuerpos fundió el deseo, el cuerpo, el aliento. 16 Vista de cerca la última ciudad que visitamos era una serie de semicircunferencias ubicadas en forma descendente. Al fondo de la ciudad se elevaba una pared enorme que sirve para que las palabras reboten y formen olas. Nos ubicamos en la primera semicircunferencia y empezamos a gritar nuestros nombres, a describir nuestros cuerpos; al igual que las palabras se convertían en una, aprendimos a mezclarnos, a petrificarnos.

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CARLOS VÁSCONEZ 29


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Jazz Jimmy Dorsey y Gene Krupa se reunieron en el Hotel Ambassador el 8 de mayo del 77. La sala que los acogió era magnífica, de alfombra tejida en Persia, jarrones malteses y un exquisito retrato de la fundadora del hotel, mujer a la que le habían incrementado sus gracias a cambio de cinco dólares. Nadie los reconoció. A ellos poco les importaba, estaban ahí para acordar una apuesta, ultimar los detalles, verse las caras y simular no saber del temor. El uno llevaba una bufanda de seda atigrada y fumaba con pitillera. Gene Krupa era menos ostentoso, salvo por su anillo que era de mujer pero que había jurado llevarlo en el meñique hasta que la destinataria se lo aceptara. Krupa siempre se lució por su temple lleno de elegancia. Mancuernas de oro, la pajarita impecable, mentón seguro. Los dos anhelaban con fruición a la misma rubia camarera, a menudo objeto de sus encontronazos bajo las luminarias. Tras llevar un momento inmóviles, saludo de por medio, de pie a unos pasos de distancia, acordaron al día siguiente, en el salón del hotel, demostrar sus artes. Al clarinetista le tocaba escoger la canción. Jimmy lo pensó un segundo, dos. Se decantó por Knock Me a Kiss. Era una trampa. Nadie la llevaba a sus propios límites como Gene Krupa & His Orchestra. Obligarlos a tocar su mayor logro en un duelo y errar podía deslegitimarlos. Krupa no opuso resistencia mientras masticaba su habano con alguna furia incorporada al humo y Jimmy le restó importancia con un encogerse de hombros del todo falso. Al unís ono, como si lo hubieran ensayado, pensaron que el fingimiento es cosa de artistas. Al día siguiente, ya que consideraban, como todo jazzista, que la paciencia está sobrevalorada, la rubia, que previsiblemente se hacía llamar Jazz, todo un primor, piernas larguísimas, dos dedos de frente, boquita de quinceañera muda y que debía ser jueza y trofeo, se emperifollaba tras bambalinas: retoques de polvos del tono del desierto, el carmín adecuado, colocándose el sujetador y enrulándose el copete que por herencia materna chispeaba ráfa31


gas naranjas. Ella fue quien resolvió que no sería esa la melodía que lo decidiría todo. La cambió por capricho, porque no recordaba esa melodía. No lo hizo por ningún sentimiento de justicia. Simplemente estaba consumida por los nervios. Optó, más salomónica, por Leap Here de Nat King Cole que, aunque carente de letra, demandaba mayor esmero en la flauta y el saxo –palabra que hacía reír a Jazz por lo bajo y cubrirse la boquita con el arco que hacía la palma de su mano. Diremos en definitiva que cambió la canción porque a la otra no la conocía y ella más que nade tenía el deber de seguir el ritmo con sus pies. Acaso bailarla. Acaso renegar, enfurecerse, indignarse de una nota fallida. A su pesar, Krupa le parecía guapo, pero le causaba una especie de repulsión; sin embargo, los mantenía en vilo para sentirse ambicionada y deseo en estado puro. Le encantaba cómo los reflectores herían el rostro de Krupa cuando se colaban por entre las cortinas. Aspiró fuerte. Ajustó las zapatillas de tacón alto con un del todo tierno movimiento de tobillos que incitaba a sus rodillas a juntarse. Apareció bamboleándose. Trasero delineado en la falda, dos pechos breves, hombros desnudos. Los silbidos la engalanaban. Se veía más hermosa que de costumbre, y eso era de por sí una exageración del buen gusto. La pretendían todos, caballos desbocados; la había poseído un grupo selecto de rufianes y politicastros del cual nadie conocía a ninguno de sus integrantes. Burdo Carlmichael, el bartender, juraba por Louis Armstrong que Jazz era virgen. Ella se valorizaba incentivando el rumor de su pureza. De Burdo Carlmichael bastará mencionar su carácter místico. Releía a intervalos un libro sobre el tarot en el que se aprendía a matar a las cartas negativas, como la del Loco y la de la Muerte Colgante de Cabeza, del mismísimo tarot, y le temblaban las piernas de solo pensar en que alguien le practicara vudú. Tenía el mentón cuadrangular, digno de un boxeador. Su Martini seco era legendario: había que ver cómo buceaba la piel de cimbra del limón en lo que al día siguiente sería resaca. Para que se exhibiera mayor rigor en la determinación final, Shor32


ty Rogers sería el consejero de la bella Jazz. También quien más le tocaría el trasero en toda la noche. Shorty era una leyenda menor, se suponía que no se bañaba nunca el día en que le correspondía subir al escenario, y todos los días tocaba. ¡Y cómo tocaba! Olía, le parecía a Jazz, a lo que huelen los santos o su padre, que para el caso era lo mismo. Por eso le permitía posar sus manos en sus tersas nalgas y sentirlas rodearla por la cintura. En la esquina del fondo un sujeto fumaba y bebía sin tregua. Su cabellera era un recuerdo remoto de sí misma, un día copiosa y emblemática cual bandera de un país emergente. De manera tétrica guardaba un cigarrillo detrás de la oreja derecha que no lo encendía, como si estuviera preparándolo para alguien que debería acompañarlo. En la otra, un bolígrafo cargado de tinta como si de purulencias se tratara, al que no usaba, era objeto de malabares que iban y volvían enredándose en esa confusión de dedos. Más bien tenía la manía nada agradable de simular que escribía con el dedo sobre la tabla de la mesa, arabescos indescifrables. Al acercarse cualquiera, dejaba el bolígrafo, tamborileaba y le ofrendaba una sonrisa patética de quien invita a sentarse y sabe de antemano que su propuesta será rechazada con una sonrisa hosca y auténtica. Se trataba de un sujeto alto, corpulento, le sentaba usar camisas de bolos. No bebía por pena ni había dejado de fumar porque adivinaba al cáncer poseyéndolo como un perro cachondo a un hidrante. No era como si el mundo estuviera yéndosele a acabar. No. En todo caso daba la sensación de inaugurarlo, de festejar el nacimiento del primogénito de su mejor amigo tras cada copa. Burdo Carlmichael le decía una y otra vez a Lucy, una mesera desorbitada que equivocaba pedidos, que ese escocés sin hielo era de Ellroy. Yo únicamente tengo ojos para ti, cantaba en su inglés Dinah Shore. Nadie la invitó; ni falta que hubiera hecho. Fue de curiosa, fue porque siempre estaba ahí, o por ahí, se ofreció juguetona a hacer de telonera (giraba su cadena con un dedo, así giran los silbatos los guardias de esquina). Gene y Jimmy, a quien lo ahogaba un nudo Windsor, esperaban en 33


silencio en mesas contiguas. El uno calentaba la mano contra la madera de su mesa; el otro, Jimmy, tenía los labios en forma de embudo, como si esperara permanentemente un beso inaugural. El salón estaba abarrotado desde las siete menos quince, que es cuando Jazz vio el reloj por última vez. Una suerte de jolgorio contenido energizaba al ambiente; se anunciaba la posible llegada de Buddy Richie. El ambiente era festivo, cualquiera diría que había fallecido un senador y los deudos esperaban ansiosos el arribo y las condolencias del presidente. Salvo la mesa de Ellroy, en todas las demás la charla era ruidosa, atada a un péndulo invisible que colgaba sobre sus cabezas, a expensas de la canción de fondo y de la entonación celestial de Dinah. Scarlatina de baja melanina, enfermedad transmitida por rubias parpadeantes, algo irreales, atosigaba a los dos líderes de las principales big band de Nueva Orleans. Los dos habían ganado sus premios; a los dos les importaban un accidente ferroviario en los Alpes suizos. Los dos eran alcohólicos y los dos estaban al límite de la genialidad, de no ser por ese sórdido virus que los tentaba a componer la misma canción y a ejecutar sus artes con la misma imagen recorriéndoles las manos. Ardían las luces. Alguna parpadeaba, murciélago extraviado. Jazz se levantó, toda impulsiva, lo que era otra de las subcategorías de la tentación, sacudió las manos como si prendieran de fuego, recorrió el salón a pasitos de miniatura, arqueó los brazos, invitó a uno de los contendientes a que le enganchara su izquierda y al otro que lo que más quería era estar a la izquierda; los desfiló por el bar en sentido contrario y los sentó ahora en la misma mesa. Sirvió a cada uno esa novedosa bebida a la que los mexicanos y otros hombres de bijote llamaban “cubata”. Chasqueaba los dedos. Parecía que quería pedir algo a un mozo que de súbito había huido presa de la ansiedad. Tal vez a un fantasma. Siempre quería las cosas a sus órdenes, inmediatas y sin pucheros. Soñó en apurar al tiempo, que apremie a las manijas del reloj, la hora pactada era las once. A las once menos diez aleteó una moneda de un dólar que había 34


salido del bolsillo de Ellroy que decidió que el primero en subir al escenario sería Gene Krupa. Segundos antes, Jazz besaba apasionadamente esa moneda, ojos bien cerrados, labios en u. Se incrementaron las apuestas. Burdo Carlmichael apostó cinco dólares a ambos, su propina. Ellroy –de nombre James– quería pero no pudo cuando le respondieron que era imposible apostar a que ninguno merecería el premio. Diría: “Es que Jazz es mucho para cualquiera de ellos. Es mucho para cualquiera que tenga que apostar para conseguirla”. Tenían algo muy particular, que los reconocía aún más que tener el mismo rostro o nacer de una misma mujer, algo que hacía que sin importar quién los identificase, los vieran con claridad en su imaginación: su manera de expresarse. En el escenario, por más que uno se dedicase a la percusión y el otro al viento, eran uno solo y sin proponérselo conseguían que su audiencia entrecerrara los ojos y los sintieran; era una sensación prima en primer grado del amor. Gene Krupa se lució. Había ordenado que bajaran las luces a lo mínimo. Su batería desató truenos empotrados. Tendió en las almas de sus escuchas un abrigo de emociones. Tocó como pocas veces antes. Sudó poco. Jazz se mordía las uñas, luego sus labios, con dicha y placidez. Torcía la boquita repintada. Se empoderó de ella la fijación oral. Quería absorber esencias, dilatar hombres. Al finalizar, a Jazz no le quedó otra reacción salvo la de incorporarse de la silla y aplaudir henchida de emoción. Ellroy se sintió extraño, adhirió su mirada a fijeza a Jimmy Dorsey quien se rompía las palmas de tanto aplaudir. Supo que a Jimmy ya no le interesa subir al escenario luego de Gene pero que una apuesta es una apuesta y que debe saldarla o la deshonra le caería encima como a un animado un piano de cola. Además estaba de por medio Jazz, la intocada. Luego sucede lo impensado. Jimmy hace un gesto y aspira profundo. El clarinete nunca será tan espectacular como la batería, piensa para no sentirse derrotado antes de acabar. Está en otro lado, en la cama de su habitación esa misma noche pensando en cómo 35


retozan Gene y Jazz, queriendo embriagarse y a sabiendas que no lo hará para no verse percudido por el amanecer. Y no obstante, toca espléndido, y no alcanza la exquisitez rabiosa de Gene. Él lo sabe. Ellroy lo presiente. No ha habido el menor equívoco, solo que él no estaba ahí. Baja de la tarima cadenciosamente y, digno, luego de quitarse la bufanda de seda y ajustarse los pantalones, estrecha la mano de su adversario sin proferir palabra, le guiña, insolente, el ojo a Jazz y le desea, lugar común incluido, sarnoso, suerte con ese hombre a quien no deja de estrecharle la mano, ya que la necesitará, y mucha, recalca. A Jazz la embarga una sensación rara. Se aferra al vientre y frunce la cara. Toda la cara. Se levanta porque se le tensan las piernas, calambres consecutivos; sobreactuación, quiere pensar una mujer coqueta que no es el foco de atención. Recorre dos pasos ante toda esa gente que la ve trasladar el trasero con pesadez, como si le fuera nuevo, una especie de implante que la desequilibra. Se le desprende una zapatilla. Hay un serio problema porque le resta importancia. Da un paso más. Cae de bruces, fulminada. La moneda rueda por el piso acristalado. La detiene el pie de Ellroy, James Ellroy. “Así huye el dinero, o rueda o vuela”, masculla en tanto lo coge con sus dedos agarrotados por el whisky y el frenesí de la escena. La leyenda asegura que fue ese guiño. Un guiño letal. Un guiño que traía de ultratumba el maleficio de toda una estirpe. La leyenda ha sido alentada por Gene Krupa quien la ha regado por la ribera del Mississippi, en sus tours, durante sus vacaciones, de incógnito. Se ha desplazado por los valles como hojas empujadas por el viento. “Es un brujo rastrero. Un invocador demoníaco. No soportó la idea de verme con la mujer que no soñaba con él. Recuerdo aquella noche. En la inmensidad del cielo apareció la luna girando en toda su magnificencia. La cercanía de Jazz, me lo confesó Jimmy, le fascinaba y oprimía. Desde entonces no escucho su música, incluso impongo que la apaguen si suena en algún lugar donde me encuentre, porque estoy seguro de que se trata de una serie de conjuros cargados de maledicencias”, lo propagaba con cinismo, 36


desacreditándolo. Ellroy refiere la escena en La Dalia Negra. Pero Ellroy sabe callar lo adecuado. Atesora la moneda en un bolsillo falso de la única chaqueta que usa. Es su moneda de la suerte y la enseña sin permitir que nadie la toque.

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Algo de alprazolam Eduarda durmió mal, sobresaltada por sueños en los que predominaban los de caza. Solo la despertaba muy de vez en cuando su perro Esopo, que dormía con ella. Ni siquiera el oleaje la lograba mecer hasta alcanzar la plenitud del sueño. No se acostumbraba a la forma en que el barco la acunaba. Tampoco lo conseguía su abuela Sonia, que en el otro camarote permanecía en vigilia toda la noche, pensando en una infinidad de desgracias, con la firme convicción de que pensarlas hacía que no sucedieran. –Tienes que viajar, ma linda –le había dicho Eduarda. Ya era hora de embarcarse. ¿Había soñado Sonia con una travesía por el Pacífico hasta el Atlántico y de ahí al norte? ¿Alguna vez aspiró realmente conocer Estados Unidos? Desde que murió Milton, su esposo, Sonia se adiestró en el añejo arte de dominar a sus demonios, al dolor. El divorcio de Eduarda fue como si de pronto anduviera de nuevo sobre cristales rotos. La angustia al pensar qué haría su pobre nieta con tanto tiempo disponible y una prematura pensión por viudez en Nueva York la perseguía de un lugar a otro. La imaginaba con un par de bragas desenvolviéndose en las noches opacas de esa inmensa ciudad, buscando pasión. En las maletas llevaba toda su vida. Empacó con una inteligencia sutil: si naufragamos, me hundiré con todo lo que soy, pensaba a su habitual manera, un tanto catastrófica, pesimista. Dos fotografías enmarcadas de ella con Milton, una en la iglesia de San Francisco de Quito, la otra en Salinas, veraneando, cuando aún podían presumir ambos de vientres lisos, a pesar de su primogénito. Todos los días vestía los mismos pantalones de lino. Atesoraba un pequeño cofre de madera en el que llevaba los anillos, el de compromiso y la alianza, que nunca extravió y que ya no le encajaban en el anular. No conocía a nadie de su edad que tuviera los dos anillos intactos, lo que la enorgullecía. Sonia era la primera en estar en cubierta cada mañana durante las tres semanas que duró el viaje. Veía el mar, la línea del 38


horizonte, y pensaba que algo se alejaba de ella, aunque no sabía qué era. La perseguía la sensación de que su casa se venía abajo; divisaba a las malas hierbas apoderándose del patio. Por eso se esforzaba por mantener sus recuerdos muy vivos. No habría podido soportar lo que le ocurrió a su madre Ana María, quien le confesó, espantada en el lecho de muerte, que no recordaba desde hacía años a su esposo y que temía que como castigo ultraterreno no pudiera ubicarlo entre tanta alma luego de fallecer. Por eso callaba tanto, porque conversaba largamente con sus muertos. Y por eso es que también le resultaba ridículo ese viaje. –Si vamos a Nueva York, te aseguro que tu salud se renueva. No podía decirle a su nieta, ya que el mismo temor que había sellado los labios de su madre era el que ahora la amordazaba, que para ella era mejor morir de una buena vez y así gozar un poco más de la eternidad, de las promesas de la vida en el Más Allá. Y por no decir la verdad, asintió humilde y sumisamente en tanto revolvía el azúcar que necia no se disolvía en el té. Además, ¿quién le decía que aquellos medicamentos y sus tratamientos no le agudizarían la mente?, porque ¿quién le aseguraba que lo que recordaba no era fruto exclusivo de su invención y que el rostro de su adorado Milton había sido trastocado con los años, y que sus memorias se vieron infestadas por fotografías o vídeos ajenos? En silencio, descontaba un rosario a las seis de la mañana, a las once, a las dieciocho y a veces a medianoche. El mar se mantuvo en calma durante casi todo el viaje. Esopo ladraba y se enfurecía; su ladrido se perdía en el mar. Sonia le daba tajadas de pan y, ante el menor descuido de su nieta, escondía un trozo de carne seca entre la masa, que calmaba al perro. Guayaquil, el puerto, era una ciudad que nunca le agradó; sabía muy bien que igual le resultaría cualquier otro sitio. Por eso gente como ella se dedica tanto a sus casas, a sus hogares, porque en el exterior no hay algo que las satisfaga. Son creadores espectaculares de universos tan remotos como el que habita debajo de la loza de una efigie religiosa que nos vemos imposibilitados a derribar. El cielo compartía su dulzura y el canto del viento se convertía 39


en un arrullo. Apenas una tarde garuó, si aquellas esquirlas de nubes pueden ser llamadas garúa. Sonia disfrutó esas gotitas que le salpicaban en las mejillas y cerraba los ojos, se imaginó a sí misma como una muchacha pelirroja y pecosa, descendiente de vikingos. A Eduarda no la complacían los cortejos del capitán de la nave, un puertorriqueño de mostacho descomunal que acicalaba mecánica y vulgarmente y que halagaba con reverencia a Esopo. En cierto sentido a Eduarda no le agradaba casi nada, era más bien reacia a las florituras de cualquier género y no concebía que existieran hombres diferentes, superiores, que pudieran fundar mundos mejores a este, con excepción de los médicos, o, para ser precisos, de la mayoría de ellos. Su oficio de periodista le había mostrado la otra cara de los seres humanos, y era una cara con un marcado gesto de desprecio por los demás, o, como le habría dicho a su ex, “un rostro dibujado por un artista ebrio”. Algo de esa desidia era pura herencia. Para sorpresa de las dos, nieta y abuela, Sonia se sintió deslumbrada ante la Estatua de la Libertad. Eduarda se conmovió al ver a su abuela cual niña contando tantas historias que había oído de aquel monumento, historias que en su mayoría eran falsas. Sintió que el aire era otro. Ella se sintió otra. Los recuerdos empezaron a huir de su cabeza, ocupando su lugar una retahíla de novedades, un cúmulo de novísimas experiencias acaso sensoriales. El pasado era desplazado a puntapiés por el presente. A Eduarda le costó trabajo desembarcar a Esopo, al que tuvo que amenazar para que se moviera, para que caminara sobre la rampa y el puente. Algún día previo había imaginado que esa tarea le tocaría desempeñar con su abuela, quien estaba absorta por los matices de la ciudad que, cual ciego al que le obró el milagro, veía sin parar. Clemencia Vera parece mucho más vieja de lo que es, pensó Sonia. Tenían la misma edad, aunque es consabido que vivir en una ciudad como Nueva York no es lo mismo que vivir en Ambato, el ambiente repercute, el vértigo, la ausencia de suspiros. 40


Las atendió invirtiendo en ellas todas sus ganas, como si fueran parientas cercanas, su hermana y su sobrina nieta, deferencias a los que ellas no podían hacer caso omiso. Al día siguiente de su arribo, al día siguiente de una noche en que casi no durmieron satisfaciendo la curiosidad de Clemencia, quien no volvió a pisar el Ecuador desde que tuvo veintiún años y convenció a un novio enfermo de amor que su destino estaba en el norte, al día siguiente de que Sonia vio cómo los sueños ajenos empotrados en la llama de la Estatua de la Libertad explotaban en colores vivos y tras distinguir que aquellos pueden tener mejor talante que los propios, fueron al médico, un tal doctor Krauze, hermoso como un roble y que de roble tenía el viento enredado entre sus extremidades y el cabello, quien le aseguró que sus males no surgían de una incrementada hipocondría, propia de lugares en los que no hay mucho que ver, sino que eran el resultado de subir y descender escaleras improvisadas por un arquitecto novato, su hijo. Preguntó si no recordaba haber padecido un ataque de hipo. Sonia negó con la cabeza. Él aseguró que estaba afectada en las caderas y eso habría provocado que su circulación también se viera diezmada, por no decir entorpecida –tales fueron sus palabras literales– y ocasionara que su lucidez terminara por convertirse en alucinación. –Por eso aparecen fantasmas en lugares como del que provienes –sentenció el doctor Krauze, y un orgullo sobrehumano infló su pecho y movió sus manos que, luego de acomodar su estetoscopio alrededor de su garganta, garrapatearon (todo había fluido en un español impecable, carente de acento, refinadísimo) una receta que las dejaría boquiabiertas; a Sonia le habría desagradado el tuteo, pero no tuvo tiempo de sopesarlo. La letra era infame, casi una raya carente de siluetas. Alprazolam, 20 tabletas. Una cada ocho horas. Reposo. Deshacerse de su nieta. La trajo hasta acá para que no sospechara y para que pudiera gozar de un último conjunto de sorpresas gracias al viaje. Ella me canceló por adelantado para 41


sugerirle que ingresase voluntariamente a un geriátrico. Sonia miró a Esopo, quien no abandonaba a Eduarda; lo acarició en la nuca. –No se preocupe–, le respondió al médico mientras sacaba de su bolso un atado de billetes de veinte dólares y los contaba. Durante el trayecto de vuelta a casa de Clemencia Vera vio las maravillas propias de una urbe como la Gran Manzana. Pensó en lo agradable que habría sido viajar allá antes, en una juventud añorada, que ahora añoraba más. Eduarda se deshacía en explicaciones. Las chicas con minifalda no caminaban, según ella, como las que usan esa prenda en Ecuador. Ellas sabían llevarla como se lleva a un animal exótico antes de disecarlo. Primero buscó en la guía telefónica una farmacia, anotó un número sobre un papel arrugado y vuelto a alisar. Pidió permiso y ante la venia aprobatoria ocupó el teléfono por unos dos minutos, tiempo que le bastó para hacerse entender. Se sentó frente al televisor. Eduarda la asediaba, visiblemente nerviosa, ofendida por las palabras del doctor Krauze, a quien estaba dispuesta a demandar, explicándose y desmintiéndolo. Transcurrió el tiempo con avidez y un hombre con gorrita de chófer golpeó la puerta de la casa de Clemencia Vera. Sonia se incorporó y la abrió en un gesto que recordó al de alguien recogiendo el periódico. Se la escuchó agradecer por algo a un hombre que solo podían imaginar. Al volver a la sala, Sonia se sentó en el sofá frente al televisor dejando caer pesadamente su cuerpo. Por una ventana se veían paredes ocres que podían ser las de cualquier rascacielos. Esopo la seguía y movía la cola; se sentó sobre sus dos patas traseras mientras le colgaba la lengua ensalivada. Sonia le palmeó la cabeza sin dejar escapar una palabra, lo que parecía tranquilizarlo. Una hora después, mientras Eduarda le explicaba a Clemencia en la cocina, enredadas en susurros, los detalles de su fallido plan y preparaban galletas recubiertas de atún, desde la habitación contigua Esopo empezó a toser y revolcarse irrefrenablemente. Quería ladrar o quejarse, de su hocico no salía un sonido que no 42


fuera un quejido largo y bochornoso parecido al de la estufa de calefacción que en un crudo invierno clama a que la ajusticien. Se revolcó, de sus ojos salieron dos lágrimas que se perdieron en sus barbas. Sonia, abstraída, cambiaba de canales de manera metódica y, a no ser por el pulgar que accionaba el control de mando, no movía un músculo de su cuerpo amodorrado. Cualquier primer diagnóstico habría sugerido que Esopo tenía un hueso cruzado en la garganta. Falleció con la lengua afuera, sediento, sucio el hocico de migas de pan, por una sobredosis de alprazolam.

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CRISTIAN AVECILLAS 45


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De la realidad a la música a Victoria Maga, oráculo Hay guerras que las ganan los que cantan Pedro Nazar Basta una semilla para comprender la realidad como si fuésemos la lluvia: Aquí hay un árbol: Matar una semilla es propiciar un árbol. Basta interrumpir la luz para entender la realidad como si fuésemos la sombra: Aquí hay ternura porque estropeábamos el corazón que iluminábamos. Basta la pulsión de un animal para entender la realidad como si fuésemos la garra: Aquí hay ritual: La castidad es deshacer la castidad. Pero ocurre la necesidad de imaginarnos hacia adentro, de verificarnos y sofisticarnos hacia adentro; y deambulamos de los ámbitos del ser hasta los cántaros del ser. Al partir pensamos: “tengo miembros, tengo trampas, y una adenda en donde están mis convicciones”; y al llegar nos entregamos a la noche, mientras buscamos en nosotros un hogar para la noche… 1 Nos decimos: “Obedezco, ya es momento de imitar al corazón”; Y en el latido de la raza 47


Asestamos nuestro golpe de pronósticos y máscaras; Y ya es la percusión. 2 Así como la tierra sopla adentro del bambú Cuando la brisa se aproxima, Así juntamos nuestros labios al bambú Y ya es la melodía. 3 Así como el océano se entrega a las arenas con los credos de un adentro, Así nos entregamos al silencio; Y ya es el resonar. 4 Y al fin la música: Golpeamos el tambor en donde un río se hace infértil, Y ya no hay sed; Soplamos el bambú para iniciar la cacería, Y todo es sed; Y cuando el sol se oculta, la música ilumina todavía. 5 Tendremos tótem en las piernas cuando nazca la canción del pubis. Tendremos tótem en la inteligencia cuando nazca la canción de la cabeza. Tendremos tótem en la piedra cuando nazca la canción del tiempo. Tendremos tótem en la hoguera cuando nazca la canción del sol. Y si en algún lugar se escucha “Mundo”, No es el mundo, es el tótem de la tierra en la canción del mundo. 6 48


Así es el mundo: Adentro hay una danza de mujer llenándose de mundo, Afuera hay una danza de hombre duplicándonos el mundo; Afuera está la chispa en el silencio de los bosques, Adentro, la mudez en el incendio de los bosques. 7 Entonces comenzamos a cantar: Juntamos nuestro instinto de silencio con los fuegos del silencio Y un anuncio de estructura nos florece en la frondosidad quemada. Juntamos nuestras manos apretando el universo Y otra mano nos florece en la garganta como un puño. Y ya no precisamos ver con nuestros ojos, sino con la canción, No necesitamos sugerir con nuestra boca, sino con la canción. 8 Cuando el canto sustituye al infinito es el punto de alcanzar el infinito, Cuando el canto sustituye a lo cantado es el punto de empezar otra canción. 9 Cantamos al rumor de un hombre: “La búsqueda de un héroe nos impide la victoria del desgaste”. Cantamos al rumor de una mujer: “Amar es exigirnos una luz porque el deseo verdadero es hacer sombra”. 10 Y entendemos la victoria: “Somos tres los despiertos ahora: El héroe que no duerme, y nosotros, sus efímeros cantores”. 49


Entendemos el amor: “La boca ya no sirve para hablar, sirve para convidar, La sombra ya no sirve para oscurecer, sirve para estimular”. 11 Y por fin nos liberamos del paisaje al convertimos en paisaje: La música es el todavía del paisaje. 12 Por fin nos agregamos al ritual del universo Al sentir el universo en el ritual del propio cuerpo: La música es mitad de cosmos y mitad de voz. 13 Y si en el centro de la música se descompone toda pertenencia ¡Eso es lo sagrado! Si en el “Yo” desaparece el mundo y recomienza el mundo ¡Eso es lo sagrado! 14 Porque la música es el verso que comienza Donde trébol y árbol son igual de poderosos, ¡Y eso es lo sagrado! Porque el deleite de una orilla es la otra orilla, ¡Y eso es lo sagrado!

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JUAN CARLOS ASTUDILLO S 51


El sillón desde la esquina del sillón el bosque y su laguna. la vista que se pierde, la vastedad que agrieta el muro.

apago voces y rostros, los espacios que imaginé y son míos. junto el río y escucho un suspiro chiquito soñando la otra esquina del sillón, abriendo las grietas, inquebrantable.

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el borde ella busca el borde de la hoja. supone un peso en cada esquina. se decide. asiste. sin mĂĄs cada palabra se vuelve un espacio, despacio, casi en puntillas. camina con vehemencia la extensiĂłn que tanto hiere. la besa. una arista hĂşmeda deja de ser temblor. ella busca el borde de la hoja, lo habita.

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decir utilizar la forma, desplegar el mundo, poblar la voz. crear el contacto y sumergirlo‌ alzar los ojos, cerrados, cortar el aliento en cantidades iguales, precisar, ir sin mirar a los costados dispuestos a no volver y encontrar en la distancia el misterio que urge. decirte algo al oído.

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desnudo

cuando se dobla la tierra y cruza subiendo la montaĂąa todos los peces rĂ­en. una obra semejante solo alcanza cuando se abraza la sombra y resulta el camino, un sendero al borde del rĂ­o, las piedras que van juntando la maĂąana. dormir, entonces, es una caricia. por eso la noche empieza tan temprano, por eso el sol llega despacito. las horas que disuelven y funden otras horas, se conocen y comparten. el Valor de una mujer que lo sabe sostiene el mundo y lo abre.

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67 ¿viste que te encuentro al fondo de un trigal verde, rectangular, espacioso; de pie sobre el tapial de madera que sostiene el balcón casi a ras de piso, también de madera, desde donde respiras la huerta, el rio y la montaña, reclinadas las rodillas sonriendo cada paso del sueño despeinado que se acerca a ti mientras, a la distancia, observo y sostengo la bolsa con las compras para la cena y el corazón hinchado de tu nombre sobre el mío mojando la tierra, a cuatro manos, asistiendo el rumor de toda Verdad?

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La quietud la quietud es una pausa, un estribillo. su profundidad depende y pende en un vaivén. habitar las horas que anticipan el día, indagar aquello que sostienen el canto y el vapor y las formas que toman desvanecer. no suponer. no mendigar. la palabra es un poder y la voz es tu vos para reconocerte. el tiempo es una alegoría, un romanticismo. el miedo es ripio, un cuadro sin enfoque, un tercero escondido tras el chaparro. la quietud es un tropiezo, una cúspide, el viento que no llega a la montaña. una noche y el borde de un sendero tarareando el bosque; una voz de niebla y rudras; un fondo que se abre al vientre, al infinito… una sorpresa, su pregunta y el espacio para asirla…

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la certeza, la magnitud de la cruz; la sed y ese dejo con que te conduces a travĂŠs de mi.

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puertas una puerta se guarda aquello que el hombre advierte. su majestad, su palabra. el mundo con ĂŠl y en ĂŠl. una puerta sostiene su palabra, la inventa, nos es amable y nos niega. una puerta es Nadie; gira, dictamina y reclama. el tiempo no se mira en ella. el agua no sabe de ella. la ciudad se guarda de ella. una puerta no termina. ninguna figura la sombra que justifica un huequito tĂ­mido en la luz, su hipo.

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PAULA MARTÍNEZ 61


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San Telmo Fito Un hormiguero en mi cabeza caótica, bipolares obreras se aplastan, empujan, cambian de vía, de ritmo, hasta enredar nerviosos canales, amotinar los estímulos, la sangre, dolor, muerte, dolor, ojos desgastados que chorrean sin llegar a abrirse. Te amo, te amo (reconozco la voz, las manos). Abismo, todo negro, nada negra, abismo, las piernas del feto que fui se encogen sobre el pecho, tanta belleza inútil, veneno en los labios, ceguera ¡apiádate ya de mi! el mundo danza ajeno. Y hay sombras, 63


humedece el paĂąo rojo de tu ausencia sobre mis sienes, sobre mi ombligo, sobre mi sexo, tratĂĄ y deja de mentir Sofocada, Desnuda, la hierba me corrompe para siempre, ÂĄTuve cinco minutos en tu red! pienso marchita, agonizo la libertad, me extingo, lejos de la noche de tu cuerpo del encierro de tus brazos, desierto y espejismo.

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Paz sin calma Cada noche, un poco antes de la diez regreso a la agonía verde amarilla de tus ojos, revivo la lluvia de agujas que dejan tus manos en mi piel, ensordezco de tu voz en mi oído, me aterrorizo de tu cuerpo que se desliza serpiente hasta al piso. Cada noche un poco después de las diez vuelvo a la calma, a esta sosa realidad que me tiene para siempre lejos de la tortura de tus labios a ser normal, tal vez feliz, vuelvo, a esperar la siguiente noche… … Algunas noches imagino que te conozco otra vez en una plaza, me miro en el extraño color de tus ojos con el corazón húmedo y dueles dentro, como despertar, como estar viva… Pero no me escribes, y lejos del roce de tus dedos, tu voz trae un desagradable olor a elefante mojado. 65


Sólo tu corazón caliente Lorca Frágiles tajadas de corazón chorreaban de tus fauces semiabiertas. Estabas en la noche sin ser tú, eras la noche… Las gotas de fuego verde se volvieron ojos y el vapor del éter te deshizo sin que terminaras de comerme…

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RAFAEL… Tus ojos son de agua y tienen una lucecita por dentro, todo estanque es turbio para quien se reflejó en ellos, una sola vez. Tu sonrisa se desliza en los recovecos de mi perverso laberinto, y asientes con la ternura infinita de los ángeles en las estampas, me estremeces el polvo y el gris en una estrepitosa tormenta de colores. Te conocía de siempre el oro de tu pelo todavía refleja algo puro en mi alma. Ya no hay mundo lejos de tu orilla. Yo no inventé tus monstruos pero sé que van a devorarme. En este otro y vacío sitio se deprimen los versos demasiado paganos para exorcizarte… Húmeda de llanto, valiente, decido 67


librarte de este acto de fe y me detengo frente a ti desnuda, transparente, sola, a temblar este amor… … Esperas en el piso, decrépito, tu lengua seca busca algún espacio de cuerpo para sobrevivirme, martirizas la última de las esperanzas con tu mano extendida... lejos mis alas, se abren sin drama me voy, te olvidé dos días antes de quererte…

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FREDDY AYALA PLAZARTE 69


línea sacra madero de moria2 A veces atravesó las líneas de un sistema numérico donde yacían los doce elegidos por la noche Y los maderos fueron atravesados por cuatro clavos la angustia vigilada por el amuleto de una mirada Acaso un carpintero escondía la cuarta-marca de su frente en el sombrero para contar las líneas de una tabla antes de la tierra Y el horizonte se desprendía de una línea férrea donde las mazorcas hincaron a sus hijos y un pájaro se llevaba cada grano que caía en la mollera de un hombre ecuación incorpórea Y es la línea de una línea que escarba alguna letra en el cateto de las piedras Hubo un tiempo para arrojar el mar sobre una línea y dejar que nazcan sus formas en el ombligo de un cuerpo

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2 También conocido como Monte Calvario o Gólgota en el mundo judeo-cristiano, sitio de la vil crucifixión de Cristo.


línea primitiva paso genealógico Algunos buscan el principio de la infancia en la línea de sus manos y se quedan en la despedida del horizonte paso matemático En una escuadra nace el trazo espiritual de un cuerpo que hizo la comunión de arábigos siglos paso meridiano Piedra sobre piedra dicen los habitantes del éxodo cuando deshojan las líneas del equinoccio paso siglo Otros pisotean una recta en la cabeza de un antiguo difunto y le cuentan al sol sobre las historias de una línea paso ausente Es el recuerdo de un pentagrama que prolonga cinco líneas en un vidrio acaso la cometa de carrizo que duerme en la espalda de un niño donde el viento pretende la ausencia de otra línea

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paso geodésico Un anciano que viajaba entre los códices del océano postergaba su mirada por el páramo y solo quería asistir al anochecer de la leña en el fuego aplastaba cada forma de sus manos porque reconocía su otra infancia en un geodésico dibujo y con un catalejo quiso trazar una línea para medir la angustia de su época aunque esa línea de acuarela dividía el trayecto de un zapato él se había ido entre los escombros del siglo XVIII

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MAPA LÍNEA Línea del nudo kipu Línea del vientre afro Línea del taino caribe Línea del antiguo cero maya Línea del axioma arábigo Línea del internado hindú Línea del número romano Línea del nibelungo círculo Línea del aletheia griego Línea del sacerdote egipcio Línea del céltico frío Línea del minúsculo haiku Línea del taoísta ocaso Línea del indiano fuego La línea fue un sonido anterior al sonido del mundo 1. Sara escribía su testamento en la trenza de una anciana Aguanoche cuánto ayuno disimulaba en sus entrañas ajena a la ceremonia de una elástica imagen Aguasiglo arquitecta sílaba de una escritura arcaica y en su espalda se descuartizaba la nuez incansablemente buscaba el Sur entre sus talones 73


2. escampaba debajo de un puente su frío cojeaba en el colmillo de un dije un crayón atravesando la fisura de sus ojos no comprendía las dimensiones de la piedra

Sara

hundía el soma de su memoria en el astrolabio

pero su párpado abanicaba ceros y tumbaba cada vértebra atraída por el ruido del agua en una alcantarilla se fue en la caricatura de un enano

Esquema de un pensamiento Se ha quedado la tinta de un vocablo en la cerámica del punto el hacha atraviesa la pestaña del mar quiere el lazarillo entumecer su memoria en la hendidura del pezón y sobre el mármol un perro deshilvana pálida existencia aprietan mis palabras el tumor del tiempo duermen los dientes bajo la ceniza arde la cosmogonía de una imagen en las varillas el charco tiene la señal de mis rótulas gotea materia de los huesos no quedan escaleras dónde apoyar la quijada solo el filo de una mesa para demacrar más el cráneo 74


JORGE AGUILAR 75


Aproximaciones ciegas a unos versos abandonados • La risa que zarpa desde la neblina como un barco antiguo. • El amor hundido en un espejo sin azogue, que corre en la misma dirección del granizo al anochecer. • El colmillo superpuesto de una colegiala que ve brincar su reflejo en una pileta de aguas envenenadas. • La delicada estructura de las garras del tigre... su zarpazo luminoso. • Las brasas como el único manto para los que no pueden creer. • El tumor maligno en la rodilla de aquel niño que propuso desarreglarse los sentidos. • La tonalidad furibunda de nuestros gritos, cuando se saben asechados por el alba. • Los senos de esa prima amada tuya, irguiendo se, curiosos y benevolentes, mientras esperan la pupila definitiva. • Los cadáveres de las canciones que van a la deriva sobre embarcaciones de lágrimas. • Tu rabia, merodeando tras un escudo de vinos silenciosos. • El pie que danza y la mano que toca un piano en llamas. • El músculo de la irrealidad siendo masticado con salvajis mo. • Tu aliento aprisionado en mis uñas. • Tu saliva tejiendo un arroyo, frente a las ruinas de un pala cio. • Los pezones de esa amada prima tuya azuzando las belfas de una bestia invisible. • Un gigante desplomándose, ciego, sobre las montañas.

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El naufragio de la fruta ¿Por qué este vendaval con cortinas y enjambres de humo se ha abrazado sobre mis muertos sin rostro? ¿Por qué los laberintos llegan con un cataclismo tatuado en cada una de sus galerías? ¿Qué buenas nuevas nos trae la embarcación bañada en alquitrán con esa mueca llena de espuma y maelstrons? ¿Cuál es la semilla en cuyo corazón se adivina el naufragio de una fruta? ¿A dónde se ha fugado el humilde poeta que no ha vuelto por el cadáver de su obra completa? ¿Por qué si mis pasos se detienen mi sombra sigue saltando por los peldaños de esa lejana casa en ruinas? ¡No necesito ninguna estúpida respuesta! Me contento con la evidencia espuma y la baba que se ha secado al hacer estas absurdas preguntas. Me basta con saber que cada necia plegaria se ahogará en una lengua desconocida por un insensato dios. 77


Salvaje ángel azul Salvaje Ángel Azul mi martirio es una espuela que le dieron a los vigías muy cerca de mi almohada. Ni la electricidad ni la debilidad de tu sonrisa podrán hacerme abandonar mis visiones. Veo cómo se diluvian los adictos a la noche, veo cómo cargan sus pistolas tras un remolino de máscaras y serpientes. Salvaje Ángel Azul, inundé con mis banquetes la iridiscencia de mis discípulos, para después inundarlos con gritos y trashumancias, con voces verdosas y miradas azuladas. Ven a ver cómo canta la muchedumbre antes de arrojarse a la pila ardiente de sus leves ambiciones. Ven a cantar conmigo sobre el pétalo sangriento que cubre nuestro mundo. Rosa de venas, espinas de nubes kamikazes. Ángel de distorsión y murmullo de cámara de gas. Ángel vestido con todas las desgracias que engalanan nuestra procesión de errantes misioneros de la palabra vaciada. Salvaje Ángel Azul, 78


niño de venenos ralentizados en la lengua, ángel con garras de niño rojo, ángel destajado esperpéntico multitudinario y adicto a las humillaciones celestes. Ven a nuestra hambre ángel azulado y estático, ven a nuestro apetito de desgracia divina. El concierto que hará retumbar este imperio está a punto de desangrarse. Abre bien los ojos, angelito de barro y ciénagas eléctricas. Ven y mira la hecatombe, ven a ver cómo miles de gargantas se inmolan en nombre de otro dios, el de la destrucción de lo inservible y caduco. El dios que odia la herida en nuestros bautizos, el dios que ama al vagabundo de la noche y al que se desnuda en las lágrimas. Salvaje Ángel Azul, ven y mira este arco iris de cantos y tajadas en el acero. Ven y siente el mármol con que se tallaron nuestros rostros y lápidas. Salvaje Ángel Azul.

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*** Fui embajador de los Humos Absurdos. Guardián de las babas ruidosas que bajaban en tropel por una catarata incestuosa. Fui el coleccionista de números imposibles, adalid de las palabras pervertidas perturbadas anquilosadas y fui centinela apagado con una voz tejida con tierra y harapos. Este que observan con ojos puestos al centro del fuego, es el que pretende ser. Voz, apenas susurro envuelto en humareda fangosa . Muchos han dicho, mientras un muelle respira bajo la sombra de una gaviota, que habría que quemarme con leña verde. Fui representante de los comités que traficaban niños hacia el marfil. Fui guardián de las cloacas puestas al lado del purgatorio. Yo leí EL POEMA en una rodilla acurrucada por el cáncer y la infamia. YO YO YO La muesca desvestida 80


sobre la mesa del gran banquete. Fui gobernante de ciudades habitadas por monstruos de color incierto. Fui mensajero embrutecido por el ajenjo y la cerveza rancia. Fui canción y trono. Fui veneno y voz. Fui puñal y granizo. Yo soy el embajador de los Humos Absurdos. Encuentren sobre mis cadáveres una sola muestra de felicidad y les daré la bienvenida a mi reino construido sobre corazones marchitos y flores de carroña.

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AUGUSTÍN MOLINA 83


Pajeo filosófico en 5 diferentes situaciones

Todo lo que dice aquí es cierto, (justo aquí). Aquí llega la metáfora (no aquí no) sin comparación entre sus vocablos. Aquí, a la más famosa portezuela arriba el geógrafo decapitado con una dichosa construcción visual: Quedan solo las cordilleras entre hileras y en sus cielos, allá arriba, donde el cielo es más pesado, solo quedan volando entre sí, rabos efímeros de algunas cometas. Y esperanza, te puedo hablar como a una mujer que se regocija con los excesos de dolencia, como quien miro, esperanza, toda tu provincia y como la sangre negra que brota del verdor sube densa desde las raíces hasta la cúpula, como quien me miro y me autoengaño; recorriendo confundido, como la calavera del caracol la escalera en espiral. Ya una vez el más hambriento me ofreció su pan sin ninguna ley improductiva, sin razón supuesta. Sería ridículo intentarlo literalmente, porque ya alguna vez alguien puso el pecho por la patria, por la fe y hasta por el horror ante ese disparo de pistola tragicómica, donde las balas eran serpentinas atrapadas entre los cables de luz. Porque ya alguna vez los anhelos de animal profeta se tradujeron en lenguaje de señas de diversas tesituras. Sorda inercia, lento bagaje el de las entrañas, voy arrastrando una edad derrotada, ilesa ceniza la del origen antes de la antigüedad. 84


Antes de tener mi primer hijo, ya rondaba por la casa su fantasma Juntó apenas toda la eternidad en esa esquina donde esperábamos las estaciones, arduamente cultivaba en el aire mientras los siglos le insistían la totalidad de la cosecha. Yo le había cumplido con el número exacto de años que especificaba mi contrato. A ella no parecía importarle ese lejano origen que abandonaba, solo con la excusa de desgarrar su blusa de viento. Abrió unos cuantos botones sin prólogo ni charlatanería, sin mirar al destinatario, intentó vaciar su cuerpo dando al César lo que nunca pudo tener y dando a Dios lo que no inventaría. De ella habían partido el linaje de poetas anacrónicos, que predecían indecisos el desemboque de todas las venas en el mundo. Sienten sobresaltados pero atentos, el brinco que da el parpado ante el asombro, sienten sin equivocación y de puntillas para asomarse a ver cómo vienen las cosas desde su origen de inevitable divergencia : no hay beso sin labio, ni ala sin viento.

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Para la despedida, en lugar de verte, me puse a escribir un poema No por amargura ni melancolía el poema se canta desde adentro, como la más fina de las dudas. He de oír cómo se puebla y se supone que encarnes, como yo, idéntica He de oír, más de una vez el cuento de la fragata de esclavos que encalló. La fuente—ahora un surco de agua— transportaba en su cauce una rana tejida a la luz del astro, el grillo, por su lado, temeroso por los fantasmas, en un eco infinito doblaba su campanario para hacerse compañía. A la hora del té todos llegan tarde. Incluso algunos ni llegan, ni llaman, ni escriben. Son pocos los amigos de la primera tarde, los que viéndote gordo de egocentrismo o de cualquier banalidad tienden —por tu seguridad— a desinflarte de manera inmediata siendo una frase la aguja y tu mente el globo. Abierto al mundo quedan mis brazos, y no como señal de regocijo sino como pretexto de sostener con hartazgo una precaria forma de nube que tiernamente ha sido hilada entre los fríos y los hombres.

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Bosquejos de rostros y paisajes a pluma Ya una vez me pasó que no sabía lo que era lo que acababa de escribir, entonces decidí enmarcar todos esos sonetos sin sentido en marcos que posteriormente fueron exhibidos. Así decidí verlos, como cuadros que cuando pasaba por la casa, en una sola lectura me sugerían el paisaje o las formas enardecidas de una silueta. Había una estrofa en particular, de una bicicleta naranja un tanto vieja que nunca se había movido, aquella postal evidenciaba la inutilidad de ciertas invenciones, que daba al mundo la ausencia del hombre. Había otra estrofa que se leía por sí sola, una que fue colocada estratégicamente para aprovechar los rayos del sol y reflejar sobre una hoja en blanco el rostro de quien la mire. El logro del autor había sido muy absurdo en realidad, porque no había nada ante nuestra mirada, ni demencia, ni llanto. Solo un papel en blanco encerrado entre vidrio y madera reprimiendo todas sus ganas de zamparse en la cara de los curiosos —que muy osados— piensan parecerse a todo ese universo posible.

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Ensayo para media docena de apuntes 1. Si no puedo volver, si aquel sendero desterrado me lleva al reverso del mapa no pasen a buscarme, ni a condicionar la lógica. Es parte del despojo.

2. Eras más momentánea e indefensa, como murmullo carente de sentido, que con sonámbula torpeza, elaboraba nuevamente el grito para festejar la vida.

3. En la lluvia suenan los violines, desde adentro miro cómo se arrancan de la madera las cuerdas y se inunda tu perfil que reposa sobre mi sueño liviano. Liviano de memoria.

4. Aquí se empieza a restar, nos quedamos con lo necesario. Tengo tu mano que ensaña al follaje y levanta al polen impasible para ahuyentar toda simulación de un soplo.

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5. Si te contara como es que te fui encontrando. Yo vivía cuesta arriba y tu algún rato bajaste con la excusa de bendecir mi tierra, ¡que bobería!

6. ¿No te suena querido lector todo este trámite un tanto deshonesto? ¿Por qué simplemente no llegó el poeta y arrojó sobre la mesa todo este texto como un trozo de carne cruda?

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CAMILA PEÑA 91


Infancia Suenan las campanas de una tierra distante y los versos que no he dicho se me riegan por los ojos. Trato de contarte que entre dios y los humanos existen errores y alas transparentes. Como por ejemplo; hoy en la tarde entre una pila de libros viejos, encontré la razón más pura: “Escribir en la memoria de un niño que salió a jugar y ya no va a volver.” Quisiera estar al borde de ese abismo que separa la inmortalidad de los sueños con el rojo, y poder confesarte que una tarde el demonio me enseñó a sentir cada parte de mi cuerpo. Pero mi material es de los ángeles Pero mis alas se queman poco a poco cuando alzo mi voz. Con vos, ¿quién jugará?

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Peso 0 Las líneas de mis manos llegan a países que no existen y mis ojos se sienten como plumas en este aire sin tiempo. Trato de encontrar relojes, pero fueron cambiados por pájaros dormidos. La muerte me mira desde la ventana, yo ya tengo los pies elevados. Y ella sufre de verme así, volando, viva.

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Saudade Aunque cuerdas invisibles te aten al compendio irreversible que es este instante. Aunque mi brisa sea inherente a tu piel y los gestos de mi nombre lluevan en las tardes. No tendré nunca pasiones resueltas, ni vicios en los que logre encontrarme. Tampoco sabré darte más que unas manos acostumbradas al agua y palabras que rompan los huesos más pequeños. Te avisaré cuando se filtren los colores por las hojas y el mundo sea la mentira más dulce: Eres siempre libre.

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Espejos II Más difícil que fijarse en las flores es sentarse una tarde frente al espejo y tratar de encontrar en el reflejo entre ciudades dormidas, una figura de árbol. Más difícil es darse cuenta que no importan los ojos y que en un minuto de silencio la soledad puede caer sobre la tierra. En lugar de hallar tu nombre me encontré con una rosa congelada a la mitad de un cuarto vacío. Decidí unirme a las paredes para no sentir el frío, y sin darme cuenta yo era blanco también. Siempre supe que tuve en los ojos, los soles más tristes.

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VERÓNICA NEIRA 97


Etéreo Por esto callo, porque soy la loca, la que canta, la que siente, la que grita, la que sueña que siente y cree que existe y grita que siente. La que canta y cuenta, la que sueña que tiene el poder de hacerlo y calla... para que el poder permanezca. Y calla porque se rompe, se triza con el viento. Y se calla. Se calla, porque el sentimiento existe y si se cuenta, se triza.

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Huida imperceptible y la lluvia es un espejo que me ayuda a verte bien Fito Páez Borro tu mano, desaparezco uno a uno tus dedos. Elimino tus labios de mi memoria, no los hago míos... Nunca fueron. Porque no estabas, no te creía si no era de noche. No pudiste pronunciar nada en la madrugada, estuve sola. Y quería encontrarte en medio del naufragio obligado, pero zarpaste solo como siempre, como has estado desde el principio del alba, desde el parque y el cuarto vacío, sin tus pies y palabras que se escaparon... a la nada. No fuiste parte... porque sin noche no te creo y sin lluvia no existes.

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FALCO 101


Crónica del CAI Nuevos talleres de performance con chicos en situación de reclusión. Cuando para ingresar a estar con ellos tienes que dejar todo extra en la entrada, y solo te queda el cuerpo y la palabra. Cuando te encuentras con realidades y problemáticas diversas, profundas que sobrepasan tus imaginarios y experiencias previas. Cuando te das cuenta que hablarles de nuevas masculinidades tiene más sentido que hablarles de arte actual; o te reafirmas que el arte es un pretexto para aportar en contextos específicos. Cuando tu presencia ahí es una continua mediación entre el ser, el deber ser, el querer ser y el sistema institucional de control y disciplinamiento. Cuando la primera puesta en escena que realizan te desgarra por la historia ahí implícita, desde sus vivencias y registros corporales/ emocionales propios. Cuando toca no solo reprogramar contenidos y ejercicios de acuerdo a sus acciones y reacciones, a las intensidades e imprevistos, sino reinventarte a ti mismo, en ese momento. Veintitrés chicos y “el profe” en un espacio reducido, cerrado. Hacemos un ruedo, están expectantes al siguiente ejercicio. Todos tienen un tatuaje, una marca, una cicatriz, un piercing en el cuerpo. O varias de estas improntas a la vez. Que hable el cuerpo sobre el cuerpo, les digo, les invito, les provoco. Cada uno hará una acción al centro que cuente una historia alrededor de sus registros corporales. Hay una mezcla de duda, tensión, miedo, adrenalina. Quiebra el silencio una voz al fondo; uno de los más avezados grita: ya pues profe, empiece ud. sobre la cicatriz en su cara. Salgo al ruedo, revivo esa noche, aliviano sombras. Me preguntan detalles, hablamos de la calle, de la muerte, de las muertes. Se rompió el espacio escénico, poco a poco se van animando. Y terminan contando, develando más allá de lo pedido. Historias íntimas son escritas en el ruedo con sus cuerpos, gestos, movimientos y emociones. Suena la campana, les toca hacer fila y numerarse. Uno de los más tímidos tarda en salir. Me acerco, le preguntó cómo se sintió. Para mi fue otra manera de llorar, me dice. Pero también de cantar, le digo. Salimos. 102


Saudade Lunes, subirte al taxi, sentarte atrás, pedirle que te lleve a una dirección tal. Colocarte los audífonos, poner una vez más Pictures Of You de The Cure, apegar la cabeza al vidrio, mirar al mundo pasar por la ventana, saber que estás y no estás ahí, sentir que la muerte va sentada a tu lado mirando la otra orilla en silencio, apegando también su rostro al vidrio. No necesitas voltear para saber que ahí está, y mientras el taxi desciende la quebrada y el taxista inútilmente quiere conversar contigo, sientes de pronto que la muerte comparte tu melancolía de saber que Liz cada vez se aleja más. Por eso tampoco te mira, te habla, te sonríe. El auto serpentea, tu cuerpo gravita la nada que evapora toda posible palabra. Toma treinta y seis minutos llegar al trabajo. Pagas y solo ahí, antes de bajar, volteas a tu izquierda. Pero la niña blanca ya no está. No aguantó tanta tristeza compartida contigo en un estrecho asiento para tres. Se bajó antes, en el puente de los suicidas. Ahí está, columpiándose en hilos de sangre mientras ríe acompañada del canto de un río que busca olvidar al mar.

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TANIA RODRÍGUEZ 105


Sofi Mac-Donald Quizá fuimos hechos para vivir de la nostalgia: este noviembre es el de un otoño que se me apetece conocido. Algunos dirán que las hojas solo caen en los jardines de aquellos que se arrinconan a la sombra de una ilusión pasada. Yo te hallé en el bolsillo de una gabardina con una tarjeta que me hizo recordar que aquella noche nos habíamos embriagado. Contradictoriamente, esa fue la última vez que vi a Sofi MacDonald. De lo que sucedió luego, solo recuerdo la mano extendiendo el trozo de cartón: tengo aquí la tarjeta de un sepulturero que la ayudará con gusto si eso es lo que quiere. Dos días más tarde, tuvimos plena conciencia de que la semana, el mes y el año se habían ido; y la vida de Sofi, también. En mis recuerdos, la luz penetra por las ventanas, débil, delicadamente se acuesta sobre su lecho mortuorio; mientras alguien detrás de mí llora desconsoladamente. Los minutos pasan y yo sorbo una copa de vino. Jamás le he dicho esto a nadie; pero, ¿sabes qué significa que alguien haya dado la vida por ti?, ¿qué alguien esté muerto para que tú vivas? Es como estar viviendo la vida de otro. Porque en ese lecho pudo ser mi cuerpo el que recibiera por última vez la luz matutina. Pudo ser mi cuerpo el que presidiera el cortejo mientras otra a mis pies habría tomado esa copa de vino meneando la cabeza y con gesto de superioridad por estar aún viva. No hay verdad absoluta. Quizá , con Sofi también he 106


muerto yo, de cierta manera. Estábamos en la edad del amor, de aceptar por verdad cualquier punto de vista con tal de tener un asidero. Por eso, queríamos creer en tu palabra; por eso o por cualquier otra cosa. Pero yo acepté que no había manera de ganar y que perdiendo solamente se perdía menos. Sofi se empeñó en ganar. ¿Es ridículo esperar más de la ruleta? En la vida adulta, el amor es un juego social. Los jugadores se conocen, se oponen, se miden, apuestan y, generalmente, pierden. Todo esto sin tanto alboroto. Y nosotros, mi amor, aún tenemos esta tarde que se desgaja en nuestras manos y la tibieza azul de los recuerdos juveniles que, día a día, rozan las paredes del espacio que todavía ocupan nuestros cuerpos. Nada tengo que reprocharte: mi alma te recuerda tal y como eras entonces. Sin embargo, nunca estaremos juntos porque siempre recordaré a Sofi Mac-Donald y la tarde que percibí el olor de su muerte entre la llovizna que caía sobre la ciudad: la última vez que la vi viva, cuando aún ni de lejos hubiera podido haber sentido esta lástima por ella. Antes de aquello, nada me importaba que algo que dijeras fuera mentira; pero, ella murió para no yo viviera. Antes de aquello, teníamos tiempo; con ella, se fueron los días felices y tu rostro se me volvió tan extraño. De hecho, todo en ti es para mí ahora extraño.

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Harry Minutos después de la celebración de la boda, ella lo vio caminando entre los invitados y se dejó conmover por su primera mirada. Le pareció que, ciertamente, aquel hombre no podía ser un ser humano común, porque poseía excelencia y altivez en su andar y un algo de humildad y de ternura en los ojos. Luego de unas horas le fue necesario recordar que hace poco había prometido fidelidad a otro hombre y buscó en su razón la idea que la tranquilizara: “al final de la fiesta no volveré a verlo”. Pero ello lejos de dotarle de la calma que buscaba, la intranquilizó aún más. Toda su felicidad de novia que se atavía para su esposo de hace algunas horas se transformaba en una desazón que la confinaba a la más cruel inseguridad. ¿No se había comprometido hace tanto tiempo? y ¿no había esperado por el hombre que ahora era su esposo como si fuera este el único hombre existente en el universo? Volvió el rostro y descubrió que aquel hombre de piel trigueña y enmarcadas cejas la miraba también, sintió con horror que su atracción era mutua, tuvo miedo de que alguien más lo notara, buscó entre los invitados alguna mueca de sospecha, empezó a reír cínicamente tierna para despistar a los demás invitados de su infausta preocupación. Pero, conforme pasaba el tiempo y se cambiaban las piezas musicales, fue cayendo en la desesperanza, porque él –el extranjero amigo de su esposo– tendría que abandonar la sala para regresar a su país, y ella perdería para siempre la magia de aquel momento que la atormentaba. 108


Deseaba con fervor que él se acercara para saludarla, pero el hombre se mantenía en un rincón de la sala. Algunos minutos después, otro de sus amigos invitó a Harry –así se llamaba el extraño– a bailar con una guapa moza y él aceptó. Esa fue la única pieza que bailó y mientras lo hacía, ella sentía cómo algo parecido a un monstruo le congestionaba el habla, sobre todo cuando él dirigía su rostro hacia ella como para disculparse por su infidelidad con la mirada. De vez en vez se preocupaba por despertar de esta pesadilla y volcaba su vida para otro lado con todas las fuerzas de su alma. Sin embargo, no fue fácil ignorar a aquel hombre que le proporcionaba el momento más placentero desde hace doce años, los que llevaba comprometida. Tenía una magia singular que no poseía ninguno de los hombres que había conocido ni que conocería durante toda su vida. Porque Harry era, para ella, la creatura por la que los dotes artísticos del Divino Hacedor llegaban a su más alta perfección; y estos, los minutos más singulares y felices de toda su existencia. La fiesta continuaba, los novios tenían que despedirse, estaba obligada a mirar hacia otro lado, pero sentía que el hombre – quien al igual que ella le había dado la espalda en un momento de clímax de su turbación debido a su lucha personal en contra de esa atracción tan repentina– ahora tenía sus ojos sobre ella, esperando la mirada última que ella tuvo la atormentadora valentía de negarle.

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AMBER CHICA APOLO 111


Danza gastada Ella abre los brazos mientras el viento la atraviesa. No siente frío y la lluvia le parece escarcha. No hay caminos ni rutas inmoladas. –se ha perdido– No hay dogmas. No hay fe. No hay artificios que la puedan sostener. Ya su dios se convirtió en estertor soñoliento. Ya su ingenio se suicidó y su orgullo quedó huérfano. Solo le queda el viento y el galope exangüe de la lluvia. –se ha perdido– Pero ahora… ya no teme verse desnuda y vacía.

Génesis 19:15-17 La esposa de Lot se convierte en sal mientras la última pareja prohibida gime entre las llamas 112


SOLEDAD CORRAL 113


VIII

Sabíamos cómo cambiarlo todo de un solo golpe. Cómo cualquier atisbo de goce podía convertirse en el parte mortuorio de nuestros sentimientos. Con Alisa aprendí a reconocer el sabor de ese riesgo. Fue un día de agosto, tono sepia. Desde un tiempo atrás sentía que mi relación con Alisa era siempre cuestión de jugar a las vencidas. Ese día conspiró para que todo en mí amaneciera agostado… Llegué temprano para evitar ver cómo la gente se acumulaba a su alrededor para adularla con su palabrería insensata –único objetivo de la muchedumbre egoísta que la rodea, que huye de los modelos oficiales, sin darle un valor sincero a su escape alternativo. Para el momento en que Alisa subió al escenario, yo esperaba estar ya, de alguna manera, amortiguado. Primer acorde: todas las personas se volvieron extrañas, viviendo y muriendo en ese segundo. A mí me gustaba su voz, me parecía una disculpa con la que eludía mi presencia. Yo, parado frente a ella como un dibujo abriéndose intentando penetrar en sus ojos turbadores, pero esquivos. Los pocos minutos entre canción y canción me servían para buscar la justificación de verme allí, perdido en medio de esas criaturas fanáticas, silbidos y gritos que no soportaba, pero, su canto volvía a erigir razones. En cada coro, para ella, me volvía un prófugo entre su público menos importante que yo, pero quizá más duradero. Sin embargo, me hallaba absorto en el sonido de su guitarra, quería que me acariciase con sus manos de mujer, no que me desgarrase ese ser petulante en el que, poco a poco, se convertía. 114


De pronto todo se me nubló, ese momento pensé que fue porque manosearon mucho su brillo. Apenas conseguí distinguir que, a pesar del ensimismamiento, no estaba tan solo y que mi plan para mantenerme distante de Alisa y de todo ser de alrededor de 100 libras metido en un traje alternativo, no había funcionado como esperaba. Me desperté el domingo que traía una seca y pesada melancolía en sus bolsillos. Encontré sospechosas marcas de besos rojos en mi camisa y una distancia inexplicable entre lo que no recordaba y mi inmenso amor. Supe que había cambiado de dirección bajo los efectos de aún no sé qué estupefacientes. Después del concierto me había convertido en un humano involucionado que con tanto malestar me tocaba aceptar. Me daba nausea el olor de mi cuerpo que se había apegado al de una mujer cualquiera, un olor que no era el de las carnes que arden cuando se entregan con pasión. Logré coger mi celular. Un mensaje recibido, era de Alisa: Emiliano, quédate donde estás, en ese trozo de cielo, en ese desequilibrio entre el sol y la luna, en la nada de tu sueño infeliz. Ahora me doy cuenta que entre Alisa y yo no hay otra cosa que una soledad compartida, punto en el que nos unimos: miedo que mata toda vida y toda resurrección.

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SEBASTIÁN ÁVILA 117


Yo que todo lo prostituí, aún puedo prostituir mi muerte y hacer de mi cadáver el último poema. Leopoldo María Panero.

Yo no soy aquel

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La muchacha que borra más de lo que escribe El niño que juega solo El eterno perdón de un padre que no olvida La felicidad fingida El espacio más que el tiempo La esperanza de los imbéciles Las cosas que se rompen para siempre Las escaleras que no llevan a ninguna parte La caducidad y la distancia El sueño que nunca interviene El abrazo de los amantes que nunca se concreta Las contraseñas La bi-división en lobo y hombre Hombre y espíritu Las p a l a b r a s (que nunca existen) La vida que nace muerta Lo imperdonable de cumplir años El ciclo de la casualidad El miedo a la locura Los tabacos que se apagan La primera mirada La pequeña pregunta si los poetas se enamoran.


Topográficamente separados, llenando vacíos lejanos en donde las soledades se hacen tan grandes como balcones abandonados, nos hemos gastado la vida en estas cinco paredes funestas. La quinta, como sabes, es mi triste sostenedor de derrumbes que no solo funciona para mí sino también para ti, por eso debo correr muy rápido, evitar cualquier golpe incluso los de suerte. Irme lejos, buscar una fuente inagotable de papel y sacarme este perfume, tu perfume irreparable de mis manos. Todo me da vueltas a esta hora, las mandíbulas me saben a una rara mezcla de sal oxidada, no doy conmigo. Algo ha rodado a mi lado no sé qué hacer en estas cuatro esquinas que conforman la nada. ¿Cómo se ovilla un silencio de extremos elásticos? Un viejo runrún sin sonido es lo que va apareciendo triunfante en el medio de mis pupilas. Debería gritarte y hacerte saber que estoy aquí pero no lo hago más bien quiero lograr este contagio y su efecto somatomorfo y creerme de verdad el papel de eterno kamikaze en toda esta historia suicida, viajar, amar, morir, hasta convertirme de nuevo en lo que soy en lo que fui en lo que tu alguna vez te habías amado.

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DAVID JIMÉNEZ ABAD 121


Cumpleaños feliz ¿Cuántos tiros hacen falta para matar al ruiseñor? Harper Lee demostró que los valores son necesarios, ¿en esta época donde no importa más que el placer propio? Sí, esos que te enseñan en la casa o en la calle. Pero, no entiendo, To Kill a Mockingbird ganó el Pullitzer en 1961, a qué viene tu anacrónica reflexión. No lo sé, vi la película dirigida por Mulligan hace poco y hoy me acordé. Bueno, es tu cumpleaños, estás melancólico. Tal vez, pero es un gran libro y ahora las películas en blanco y negro me llaman más la atención, es como si mi vida no tuviera matices, como si toda decisión que tome me llevara al abismo o en el mejor de los casos, a un peñasco, pero no encuentro ese camino a la tranquilidad o felicidad, ¿es que acaso existe? Uno de los principios fundamentales de la vida es la felicidad o la búsqueda de ella, la alquimia de convertir la competencia por la supervivencia en ese producto ideal de la publicidad que se llama felicidad, a vos te aqueja, te pesa, te disgusta, que empieces a pensar en ella como un ideal, temes que tus sueños de rebeldía se detengan por ese ideal tan franco y necesario que es la tranquilidad. ¿Pero cómo luchar contra ese mundo?, ¿cómo no sentir miedo al fracaso? No estamos solos, y te digo, ahora, en estos últimos años he regresado al calor familiar. No te reprochó los deseos. ¿Te burlas? Tampoco, pero debes comprender que el tedio no es una molestia, no debes reprochar tus pensamientos, ni ocultarlos, tal vez escribirlo, alguna vez te dijeron eras bueno escribiendo. Y hablando huevadas también. Es parte del proceso. No te detengas hasta que te sientas absuelto por vos. ¿Resulta ahora que también puedo ser cura o 122


alguna especie de mercader de ilusión? No, claro, vos eres más hijueputa. Pero empiezo por algo, tengo 24 y miles de dudas. Tengo celos, rabia, deseos, ansiedad. Llego a menospreciar y luego a idolatrar, siento que no he conseguido ni la mitad que me he prepuesto, que cada día estoy más lejos de lo que deseo. Ya veo a dónde va esto, quieres que te digan que eres perfecto y que puedes, que la vida no es justa y que mereces lo que otros tienen, pero no seas tan huevón, no tendrás eso de mí, si quieres vivir una mentira lee alguna huevada de librería higienizada, tienes a Coehlo, Risso, y cientos de charlatanes, deja de gastar en libros extraños de autores que pocos conocen y que vos también poco conoces; has leído algo, tampoco mucho, pero en tus estantes tienes autores interesantes, aunque, eso sí te digo, lees como un cerdo, eres desordenado en tus lecturas. Qué le voy a hacer, nunca he sido un prodigio del orden, ni en mi vida, mis lecturas son un reflejo de ella, pero yo también te sentencio a algo, ahora leo más, pierdo la nación del tiempo cuando me enfrento a buenas lecturas. Hace poco leí a Marguerite Duras, qué vida tan jodida de esa vieja, murió por su adicción a la bebida, tenía derecho, escribía bien, cuando tienes ese don puedes morir como quieras, aunque ella tal vez no lo haya querido así, bueno vos me entiendes. También leí a Laura Restrepo y Joyce Carol Oates, he desarrollado una fascinación por las escritoras, ¿te has dado cuenta que son pocas o que tal vez la industria editorial no las muestra? La verdad es que si un libro es bueno, el género de una persona me importa poco, creo que la literatura debe noquearte, dejarte en el piso, romperte el mate, desarmarte por completo, o para qué carajos lees si vas a quedarte igual. ¿Te ha pasado que empiezas a encontrar parecidos a 123


personajes ficticios con personas? ¿No debería ser al revés? Es que tal vez esa sea la realidad, digo, los libros. No, bueno, no lo sé, las obras distópicas me encantan, te confieso algo más, ahora me derrito con la fantasía, series, cuentos y demás, soy un puto friki leyendo conspiraciones y leyendas de Game of Thrones, ¿te imaginas? Yo, un disque intelectual joven metido en blogs de nerds gordos como yo, los prejuicios. No son prejuicios, de verdad estás gordo. Bueno, sí, pero no tiene relevancia. Dile eso a tus arterias. No me jodas y escucha. Ya no escuches nada, ya me cansé, igual no existes o yo no existo, o eres el sonido del teclado. O estás drogado. No, de verdad no lo estoy, muy lleno, sí, y eso también afecta al desempeño de mi cerebro, pero bueno, nos vemos, feliz cumpleaños. Feliz cumpleaños, colega. ¿Colega? Sí, colega. Ya te digo que no te conozco, que no sé si existes, no soy tu colega. Ya no empieces de nuevo, lárgate a hacer algo, no sé, agarra el maldito libro que recién vas en la 200 y son como 1000. Pueden ser 10000, eso no me interesa ahora. ¿Entonces qué quieres? Has pasado quejándote, chucha grábate y presenta un monólogo o hazte youtuber, dicen que esa nota es la del futuro, aunque no sé, solo veo a puro pendejo gritar, reforzar estereotipos y denigrar el lenguaje, pero si sigues con la cantaleta, puta, serás una estrella. No ayudas. Tampoco quiero ayudarte. ¿Entonces por qué estás aquí? No me puedo ir pues, porqué más estaría aquí. Quiero que te vayas, leave me alone, ya, fuera. Tendrías que matarte, vamos, es fácil, cuélgate, ahórcate, mezcla pastillas, compra un raticida, córtate las venas, no sé, morir es fácil, no entiendo porque la gente se compromete tanto con la vida, si la muerte es la libertad del ser, el principio de la existencia sin exigencias, ¿me entiendes? Lo que 124


quiero decir, es que de alguna forma, la muerte es una vida menospreciada. Ahora vos tienes dudas sobre la existencia, ¿también es tu cumpleaños? No, pero, siempre es un buen momento para ponerse melancólico. ¿Recuerdas la generación Beat? Esos manes estaban locos, angustiados, extasiados de tantas drogas consumidas, pero escribían, a pesar de todo escribían, y siempre bien, y siempre crueles, y siempre con un objetivo: crear algo nuevo, destruir los mitos y las entelequias, sobreponerse a la desidia de una sociedad ocupada en escupir miedos, ¿te das cuenta? Somos dos cobardes que intentamos darnos fuerzas, ¿para qué? Hace un rato mencionaste la muerte como un inicio, bueno, creo que tienes razón, ¿lo intentamos? No lo sé, ahora creo en la teoría de la cobardía, pensarás que soy un farsante, sí, tal vez, siempre lo fui, más ahora, nunca debiste hacerme caso. Nunca lo he hecho, sin embargo, siempre te he llevado, siempre vas conmigo, maldito, no sé cómo deshacerme de vos. Y te recuerdo que cada año soy peor. Odio más, me fastidio más, todo aumenta, somos lobos esteparios atrapados en los juegos de espejos, buscamos juventud, emociones fuertes y no sé qué otras cosas. Sexo, dirás. Bueno, puede ser, el sexo es sexo, lo necesitamos, hoy y siempre. Creo que hemos perdido el hilo de esto, no sé si llamarlo conversación, no sé ni cómo llamarlo, cada encuentro con vos es extraño. ¿Resulta que yo soy el extraño? Yo, un ser sin forma corpórea, que vive en algún rincón podrido de tu cerebro, alguien que aparece recurrentemente cada mes, como un anuncio de fertilidad, para recordarte que no puedes estar cuerdo, para que ni siquiera lo intentes, osas en llamarme extraño, eres un ser débil y gracioso, sí, gracioso, solo los imbéciles son graciosos, 125


los crueles son inteligentes, te falta maldad. ¿De cuándo acá me das consejos? ¿Quién eres? ¡No existes! ¡No estás dentro de mí! ¡No sé, lo que te digo! ¿Por qué cada vez tienes que terminar con gritos? Mira, dejemos todo esto así, la fiesta está por terminar, estás encerrado en el baño de la sala, tu familia te espera para cenar y vos sigues creyendo que tus pensamientos son más importantes que el cumplimiento de un ciclo de la vida: la derrota. Ya está, la vida es de los perdedores, de aquellos que no se atrevieron, pero que tienen la superioridad moral para criticar cualquier empeño, es de ellos el reino de los cielos, de los infiernos, de los borrachos, de los blasfemos, entiende de una vez que perteneces a ellos, deja de atormentarte cada vez que cobres un cheque, por más que te sientas lejos, siempre serás uno de ellos, insisto, lárgate, sal del baño, límpiate los mocos, no ha pasado tanto tiempo, no creerán que te masturbabas, saben que estás algo enfermo, pero en su mente no se atravesaría la imagen de vos con tu miembro en la mano, eso es enfermo, pero ya, ahí tienes papel, y también tienes 24, cumpliste un año más, ahora, no vuelvas a joderme en toda la noche, piensa que no existo, que vos no existes, que nada existe más allá del terruño, ahora soy vos, vos eres yo, un cuerpo sólido y mofletudo, un reflejo de lo que pudo ser, pero no lo fue. Gracias. La escena se repite cada año, en su cumpleaños, cada vez es más fuerte, a veces terminan a golpes, pero al final siempre se reconcilian y se vuelven a putear, no pueden vivir separados. ¿Quién narra esto? ¿Quién me lo contó? No lo sé, tal vez soy parte de ese cuadro psicótico, pero eso es otro cuento. 126


NATALIA GARCÍA 127


Ojos verdes feos, pero feos 1. Caminaba detrás de ella. Traje holgado, cabello tieso por el fijador, piernas regordetas. Se dio la vuelta y me miró con sus ojos verdes. Verdes pero feos. Me dijo que me apurara, que no teníamos todo el día para ir a almorzar. Al fin llegamos a la fonda que queda cerca de casa. Lo hacemos todo cerca de casa porque a ella no le gusta ir nunca más allá. Le dan fatiga los autobuses. Si le digo que caminemos hasta el centro, dice que ese lugar es un sin dios. De un tiempo acá todo es un sin dios. Leticia es de las que escuchan una cosa de un extranjero y se le pega como chicle, y lo dice sin saber usarlo hasta desgastar todo el sentido. Lo del sin dios lo escuchó de una vecina española y ahora lo usa para todo. Los tatuajes, un sin dios; el vecino de lado con su música bailable, un sin dios; las pizzas congeladas, un sin dios; la gente que trota con licras pegadas, ay diosito un sin dios. Pero Leticia es así. Sabemos que no es así desde que nació. De golpe un día Leticia fue todo lo que es. El cómo y el por qué resulta muy confuso. Nadie podría imaginar a Leticia, de niña, abanicándose y lanzando quejas al aire cada dos por tres. Pero, si lo pienso bien, nadie podría imaginar a Leticia de niña. Parece que nació así de grande y rotunda. Que no tuvo un antes. Una personalidad así no se construye, cae del cielo como un meteorito y aplasta lo que tenga que aplastar. Leticia y yo vivimos en una casa grande. La casa donde nacimos todos, pero donde moriremos solo ella y yo. Papá murió primero y mamá después. Nuestros cuatro hermanos se casaron y se 128


fueron. Cuando salió el testamento, ni siquiera reprocharon o se interesaron en la casa. Nos la cedieron. ¿Cómo? Con tal de no vernos más. Nos dejaron su parte. Todos habían hecho su vida y no querían hacerse cargo de las hermanas. Se turnaban las invitaciones en festivos, eso sí. Cada año nos tocaba en alguna casa, pero solo en semana santa. En navidad, fin de año, aniversarios, graduaciones y cumpleaños, jamás. Sus mujeres presumían de ser buenas con nosotras, de invitarnos a cenar, de preocuparse por las dos hermanas, pobres, sin suerte en la vida, condenadas; al menos se tienen la una a la otra, murmuraban seguramente con otras mujeres como ellas. Pero la condenada era yo. Leticia vivía más que contenta. No se debía confundir su actitud quejumbrosa con infelicidad. Dormía como un ángel y todo el día se la pasaba escogiendo telas para mandar a hacer trajes, trajes holgados, distinguidos, propios para una señora de su edad. De cachemira. Sabía mezclar muy mal los colores y llegaba a casa a mostrarme sus adquisiciones beige, vino y verde podrido, que le combinaban con los ojos verdes feos. Luego se la pasaba orquestando cómo debía hacerse todo en casa. Caminaba por los pasillos ordenando. Carmela y yo la seguíamos, cumpliendo todo mandato. Carmela fue la empleada de mi madre, nos crio a todos. Nosotras la heredamos, como heredamos la casa. Nunca pudo irse, y creo que nunca quiso. Yo, la condenada, me fui quedando también. Me quedé atrapada por Leticia que tejía telarañas a mí alrededor y yo no lo sabía. Hasta que un día fue muy tarde. Ya no pude salir. Y es que Leticia tiene una forma de enredarte que ni te das cuenta. Parece que te dice una cosa y en verdad te dice otra. Se te mete 129


adentro como el frío y luego vives para siempre con los pies helados, sin poder dormir. Hoy es mi cumpleaños y por eso vinimos al restaurante. Leticia dijo: «vístete Isabel te voy a llevar a comer algo». Me regaló unos pendientes de perlas y me acarició la cara. Me llevaba a comer con dinero que era mío también, pero lo decía como si me estuviera manteniendo. Yo no era su hermana, era su recogidita. Me cuidaba para que le hiciera los recados. En el restaurante chasqueó los dedos para llamar al camarero, ella tan rotunda con su traje gris de cachemira, traje holgado y distinguido, chasqueó los dedos en una fonda de barrio, tan acostumbrada a su papel de jefe de orquesta. Pidió una pasta frutti di mare, aunque sabía que aquí no la hacen, hizo que el cocinero se la preparara. «Isabel, querida, no seas ordinaria, pide otra cosa que no sea pollo frito», me dijo. Y el querida me sonaba como la rasgadura de las uñas en la pared. Rechinante. Al fin nos trajeron los platos y al comer, se calló. No sé qué pasó, si fue un camarón, una concha, pero hace unos minutos que no deja de toser. Traga aire como puede y sigue tosiendo. Empezó un poco torturada. Tosiendo a trompicones, a destiempo, sin ritmo. Ahora empieza a toser como ella misma, como dirigiendo una orquesta, la imagino con la batuta y hasta la expresión del rostro le cambia. Parece que sonriera, que detrás de cada brusco carraspeo se asentara un deleite. Algo parecido a lo que sucede con el estornudo, detrás del cual siempre hay un poco de delicia. Ahora la tos parece que se le ha metido en el cuerpo y tiene espasmos. 2. 130


Ayer llegó la señora Isabel a casa. Llegó sola, sin doña Leticia. Todo sucedió muy rápido. Dijo que hubo un atragantamiento, se atoró. Eso pasa. En este pueblo le pasó a Don Elías Pontón, un viejo millonario de esos que no se cortan las uñas y cuando te dan la mano te tocan como si estuvieran muertos, con los dedos fríos. Él se atragantó mientras comía. Decían que comía atún pero como era millonario luego dijeron que era salmón. Pum. Se fue de golpe. Mamá decía que, si te toca, ni aunque te quites y si no, ni aunque te pongas. La señora Isabel lo hizo todo muy eficientemente, como si hubiera estado esperándolo. Llamó a los hermanos, a la funeraria, al cura. Para la noche ya hubo velación. Hoy a la mañana hubo entierro. Yo lloré, lloré sobre todo por las canciones de la iglesia y un poco por doña Leticia. Una se acostumbra, hasta a vivir con doña Leticia, una se acostumbra. Mamá decía que lo que se aprende en la cuna, siempre dura. Una vida entera con doña Leticia no es poco. Salimos del entierro y los hermanos se hicieron humo. Quedamos la señora Isabel y yo. Un poco me alivié. La señora Isabel y yo nos entendemos. Cuando regresábamos a casa el calor del medio día nos puso coloradas. Llegamos y fui a quitarme la ropa negra y ponerme algo más cómodo. Cuando salí de mi cuarto la señora Isabel estaba en el cuarto de la señora Leticia. Miraba los trajes en el armario y empezaba a posar frente al espejo, probándoselos por encima de la ropa. Beige, vino, verde podrido. Uno por uno. Palabra de Dios. Yo pensaba que estaba medio tocada por lo de la señora Leticia. Mamá decía que cuando murió el abuelo, la abuela se chifló. Estaba rara la señora Isabel y hasta chasqueó los dedos y me pidió 131


un jugo. «Carmela, querida, tráeme un jugo». Nunca me había dicho querida, pero entonces la vi. La vi transformarse. Empezaba a crecer, se puso grande de pronto, el rostro se le puso más redondo y los ojos se le iban poniendo hasta verdes, como los de doña Leticia, verdes y feos. Agarró el abanico y empezó a moverse por toda la casa. Como una loca vació su dormitorio y lo cerró con llave. «Este cuarto ya no existe más», me dijo. Bajó a la cocina, que había quedado desordenada con todo lo del velorio y el entierro, y me miró. Me miró con esos ojos de comandante que ya yo conocía de toda la vida, con ojos que aplastan, y dijo: «Carmela, ¡esto es un sin dios!»

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FREDDY AYALA PLAZARTE 133


Chamarasca de Hugo Mayo: palabra de un diabolus misticista Desde un fondo amarillo sobresale la figura de un diablo, con sus dos cuernos extendidos, mientras uno de sus ojos está vendado y el otro –mínimamente– asoma enrojecido. Da la sensación que este diablo arde, quema, porque su deformada figura aparece flagelada. Más abajo, en un fondo azul, dice: Chamarasca, Hugo Mayo. Esta arcaica portada pertenece a su libro de poemas publicado en 1984, por la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Guayas. Quizás su autor estuvo de acuerdo con tal imagen y título fulminante, como un aviso de lo que sería el contenido poético. En anteriores ediciones me he ocupado de hablar sobre otros matices de los poemas mayianos, y si acaso algún lector se pregunta: ¿Por qué he decidido hacer una relectura de un poemario publicado hace algo más de 30 años? Lo hago porque indudablemente la calidad de su obra me permite seguir escribiendo. Se ha dicho que Hugo Mayo (Manta, 1985-Guayaquil, 1988) fue el primer vanguardista ecuatoriano y, por supuesto, que esta aseveración no admite ninguna discusión (ya algunos estudiosos lo han abordado), sobre todo, cuando se contextualiza el ámbito de las ´vanguardias latinoamericanas´ de inicios y mediados del siglo XX, pero, en esta ocasión, trataré de acercarme al misticismo que encierra esta obra, pues ahí aparecen constantes alusiones al maleficio, al fuego, al número siete, la muerte, el pecado, la cruz, la culpa y, en especial, se refiere –metafóricamente –a Dios y al diablo. Por tanto, en esta relectura de Chamarasca me ocuparé de reflexionar la religiosidad que Mayo le imprime a los poemas, 134


donde, incluso, tenemos la impresión de encontrarnos en pasajes claroscuros, e imágenes medievales. ¿Por qué hablar de la religiosidad en el lenguaje poético? Mircea Eliade (1999) defendía el hecho de que, a menudo, en nosotros se manifiesta una regresión del tiempo arcaico, correspondiente al mito, independientemente de la época o el desarraigo moderno, dado que el orden cívico (¿civilizado?) de lo social es lo que comúnmente demanda las actividades cotidianas. Lo más interesante de este planteamiento es que esta religiosidad (mítica) se traduce a diversas prácticas que no necesariamente adquieren esa valoración, y se convierten en hábitos mundanos. El lenguaje, en este sentido, es uno de estos canales de trasmisión, puesto que la palabra adquiere una significación sagrada y profana, y lo es porque efectivamente dispone de elementos de religiosidad; lo uno coexiste, o se contradice, en gran medida, con lo otro. Y la poesía no está exenta de ser la portadora de la religiosidad: El lirismo más puro es siempre arcaico. Señala una sola: nuestra pertenencia. A la casa de lo humano, a la casa de la materia, por supuesto, y al pequeño pago de la lengua. Gloria y fragilidad de su sentido puesto en duda, afirmado, puesto en duda…, en medio del gran coro, por la idiota de la familia, es decir, la voz de la poesía (Bellessi, 2011:11).

Así, en Chamarasca el lenguaje dicta una pertenencia a lo arcaico, que, por sus referentes, transfiguran la temporalidad en la que fue concebida la obra, no se trata del tema de la identidad, ni de erigir el poema cronista de su época, es una dimensión que sincroniza con un tiempo primordial y antiguo. A manera de un 135


ruego hechizante, y de un misticismo, escribe sobre el misterio de Dios y un sepulcro, y de una cruz abandonada: Lavo la cruz y su dolor/ grito de la tierra amanecido (p. 9). Vinaza en do re mi/ Curva que fue expulsada/ y el maléfico clavo confundido (p. 10). En lo ignorado la entrega de disfraces yacente ruego de los mitos/ Lámpara de soledad y un dogma/ Dolor a obscuras fantasma de cenizas (p.11). Ya Dios en brazos de la angustia/ y los pies de hielo en espera/ Semitotal que busca el tabernáculo (p.15). I eso de no atinar en la osamenta/ deja una cruz dormida (p. 17).

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Es posible que, para el poeta, la religiosidad sea un misterio de infinidades con el lenguaje, que a momentos se cubre de una ráfaga luminosa: la luz, ese afluente que en el pensamiento cristiano se entendía como lo benevolente y, por tanto, el camino para la salvación del alma. Y mientras tanto, en las mitologías medievales sobre lo demoníaco, simbolizaba el conocimiento, llama que se erigía sobre la cabeza del macho cabrío, aduciendo que el saber es luz, en contraposición con lo prohibido. En estos poemas un cristo se quema, y un funeral sucede, y una angustia sensitiva se cruza con la imagen del diablo; la atracción por lo apocalíptico es una denuncia al pecado. Uno de los misterios que encierra la poesía es la posibilidad de reescribir sobre las escrituras arcaicas del mundo religioso: I eso de poner misterios/ en el comienzo de la luz/ Acaso la malvasía/ en el satánico mantel (p. 19). Ya el traje de los siglos/ vistiendo los misterios/ Siempre el sacrificio de los mástiles que han caído/ Lejanía y funeral de Cristo en las llamas (p. 20). La flauta de impaciencias de lo ajeno/ y el callejón siniestro del demonio/ Blasfema el río en desuso […] Ojos que abren en pecado/ después que el cielo duerme (p. 21). Vida


con pies intrusos/ y el dibujo del diablo/ en la cena quimera/ Borro las ecuaciones de un tiroteo/ y espero sepulturero que llegue el alba/ I me santiguo/ quiromancia sin fecha (p.24). Como un alfilerazo en la hierba, o como si una espada atravesara, una y otra vez, el fuego, los poemas de Chamarasca son escenas crepusculares, letargos que intensamente conectan lo maligno y lo sagrado. De cierta manera, el sentido poética de Hugo Mayo aviva imágenes blasfemas y bíblicas, donde la figura de la muerte está solo un paso después de la luz, y en aquel momento hay que apagar los ojos, abandonar la creación, y danzar místicamente en algún escondite del misterio: La farándula del oxidado amor/ del no al fin secreto/ Pecado de la misma creación/ Macelo en el infierno/ Agua apagando la luz de un jueves […] Palotes en la prosodia de Dios/ Tiniebla del jinete llegando a horcajadas (p.28). […] y un trozo de la vida en los rebaños de la sombra/ Entiendo que los mares completos/ brindaron al pescador/ la maldición de los peces (p.30). Aquel simulacro de apagar los ojos/ ¡Poner los pies en el infierno! (p. 33). I es secreto en pleno plagio/ el agua que regresa sin domingo […] Que a Dios en su escondite lo tropieza la luz extraordinaria (p. 41). I eso que me golpea atrás/ y huele a sábado sin Dios/ se hospitaliza/ Los pastores madrugan/ las cabras se embriagan de rocío (p.53). I no sé pero pregunto/ ¿por qué hay amor en el pecado? […] Dios con una danza de sonajas/ es lacónico en la lágrima (p.55). El misticismo de este libro es impecable, y no es de extrañar que sea indiscutible la innovación lírica que introdujo su poesía a la literatura ecuatoriana. La reminiscencia cósmica del lenguaje 137


así lo demuestra. Aunque, para muchos, podría tratarse de un hermetismo poco digerible, lo cierto es que este hermetismo es solo una metaescritura más de lo que han sido, históricamente, los relatos de la religiosidad. Las invocaciones e imaginativas del poeta, en Chamarasca, han optado por primitivizar escenas antiguas, y el diabolus misticista es ese bastardo instante de palabras e imágenes. Para el crítico, Hernán Rodríguez Castelo (1984), la poesía de Mayo; “Tenía un certero instinto para dar a cada poema su forma y tratamiento verbal exactos. Y en el antiguo oficio mágico de la analogía, para apresar lo cósmico […]” (p.60). En tanto que Jorge Velasco Mackenzie (1984), en la contratapa de Chamarasca, anota: “Poeta antiguo, diría para contraponer la sabiduría a la presencia física del propio poeta, para sorprender al lector que espera, después de tantos años de vida, una poesía cansada, vieja como su creador”. Uno de los poemas finales se denomina “Las tres curvas del pecado”: I me asusta el seis más uno/ si llega mi cumpleaños […] Sé que mi absoluto yo/ no tiene plenilunios/ y espero el tumbo ya vesánico (p. 57), ese reconocimiento del paso del tiempo le permitió al poeta escribir desde otras dimensiones. Bibliografía. Bellessi, Diana. 2011. La pequeña voz del mundo. Buenos Aires: Taurus. Eliade, Mircea. 1999. Imágenes y símbolos. Buenos Aires: Taurus. Mayo, Hugo. 1984. Chamarasca. Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas. Rodríguez Castelo, Hernán. 1984. “Condecoración al silencio esencial”. En Chamarasca. Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas.

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SEBASTIÁN ENDARA 139


5 tesis sobre “LA POLÍTICA COMO HABITAR” 1. El presupuesto fundamental que sostiene las reflexiones sobre “el derecho a la ciudad” radica en la imperiosa necesidad de desmontar los fundamentos epistemológicos de la dominación neoliberal. Esto es, los métodos del conocimiento humano ligados a una particular “forma” de entender la organización del mundo, que prioriza los mecanismos del poder para el mantenimiento el sistema instituido, y la exclusión e imposibilidad del pensamiento alternativo. Žižek en algún lado dice que a estas alturas es más fácil imaginar cómo va a acabar el mundo, que imaginar posibles alternativas de cambio. Henri Lefebvre afirmó que el capitalismo moderno no solo está asentado en el mercado y las empresas, sino, sobre todo, en la producción y control del espacio, es decir que lo característico en este sistema es que ya no solo se producen las condiciones de vida dentro de un espacio determinado, sino que el espacio mismo es una construcción de las condiciones de producción, nuestra idea de espacio. El capitalismo produce el espacio y de una manera cada vez más totalizante. Indagando un poco encontraríamos que una de las características más básicas de ese espacio, es que es el espacio de la propiedad, un espacio instrumentado para repetir (reproducir) las relaciones de producción del capital, un espacio expandido y articulado en la exclusión, que no considerara la gestión colectiva ni la vida comunitaria sino como una cuestión accesoria. Se trata de un espacio fragmentado y altamente 140


contradictorio cuyo orden se ejerce no sin alguna violencia y cierta perplejidad. Los espacios no capitalistas intentan ser adaptados a la “estructura del espacio” del capital, mediante una serie de discursos legitimadores. No obstante, en cuanto lugar de vivencia-convivencia de diversos, la ciudad no puede ser gestionada únicamente bajo los intereses del capital y su idea de espacio. La gestión de la ciudad debe ser comprendida necesariamente como gestión “social”, del espacio y no solo debe pensar el espacio físico y simbólico sino esencialmente el espacio temporal, el lugar donde ocurre el tiempo de la vida. En la sociedad neoliberal, la ciudad se organiza en función de los tiempos y flujos del capital.

2. Se podría retomar la idea de “civitas” como aquella unidad o cuerpo político-administrativo fundamental. Ante la crisis del estado-nación aparece la ciudad (comunidad) como la estructura política fundante. Si el todo es anterior a las partes, el individuo, como Zoon politikon, “animal social”, es producto de la posibilidad de su relacionamiento político con los otros, para sobrevivir. El individuo solo se puede realizar plenamente en sociedad. Pero lejos de lo que creía Aristóteles, lo político empieza en las formas elementales de organización, en la misma “forma” en la que las personas resuelven sus problemas de subsistencia material. La política tiene por objeto la vida las personas en la ciudad. Y la forma de la ciudad depende de la forma de organización social y política que la comunidad se da a sí misma, y se expresa en la forma de sus instituciones. 141


La idea política no puede concluir en el presente, a eso se le debe llamar miopía. La idea debe proyectarse al futuro. En esa medida una tarea fundamental es la creación de un “futuro compartido” que guíe los pasos compartidos. La primera tarea de lo político por tanto, es consensuar el sentido y fin de la creación colectiva. Para ello es necesario no solo una revisión histórica, sino una visión crítica de la orientación del sentido de la organización de la vida en la sociedad del capital, esto es el concepto de “desarrollo”. ¿Es desarrollador el desarrollo? La idea del desarrollo es el móvil sobre el cual se articula toda la estrategia de colonización cultural y económica del capitalismo global. Wolfgang Sachs, explicó que el concepto apareció por primera vez en 1949, durante un discurso del presidente Harry Truman, cuando “llamando la atención de su audiencia sobre la vida en los países más pobres, por primera vez definió a estas como zonas subdesarrolladas. De súbito un concepto aparentemente indeleble se estableció, apretando la inmensurable diversidad del Sur en una única categoría – los subdesarrollados. La creación de este nuevo termino por Truman no fue un accidente sino la expresión exacta de una visión de mundo: para él, todos los pueblos del mundo caminaban en la misma pista, unos rápido, otros despacio, pero todos en la misma dirección, con los países del norte, particularmente los EUA, por delante”. Los criterios de catalogación del mundo comenzaron a ser definidos según la perspectiva del mundo industrializado y desarrollado, donde “la intervención en nombre del desarrollo y la libertad quedaba asegurada (…) así como las pautas de acumulación y 142


consumo”. Es imperativo salir de la lógica del desarrollismo, y de la modernización capitalista.

3. La propuesta del sueño común se concreta en la metáfora de la EU-TOPÍA. EU: adecuado, bueno, conveniente, feliz; y TOPOS: Lugar. La EUTOPÍA es un lugar soñado, que todavía no existe, pero que sería conveniente que exista, construyéndose así una nueva y mejor realidad. Para que un gran sueño se haga posible primero hay que tener el gran sueño. La EU-TOPÍA da paso a la TOPO-FILIA, que puede definirse como el amor por un espacio que está creado material y simbólicamente. Se debe dar relevancia a los aspectos simbólicos y culturales del espacio, que lo transforman en territorio y en lugar vivo. Por eso no es lo mismo una política de ciudad para la cultura que una política desde la cultura para la ciudad, entendiendo a la cultura como un ‘nodo’ estructural, un punto de intersecciones vitales para la construcción de otra ciudadanía, y otra forma de ejercicio del ser público, consecuente con una gestión armónica de la con-vivencia, y el respeto a la Naturaleza. A esto, si se quiere, podría denominársele como “política del cuidado”. Tal como la economía del cuidado, que plantea el cuidado de la vida, la política del cuidado plantearía el cuidado de aquello que es común a todos y necesario para la creación de las mejores condiciones de convivencia.

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4. Parafraseando a Sartre, estamos condenados a estar en el mundo. Nuestra forma de estar, es en sí misma una forma política. De ahí que propongo reflexionar sobre “La política como habitar”. Estar en el espacio es reconfigurarlo, estar en el espacio es habitarlo. Habitamos el espacio necesariamente de una forma política, es nuestra voluntad la que construye sus límites, la que conoce sus formas, la que le proyecta al futuro. El habitar es la primera forma política. La habitación configura el lugar, y el lugar configura su habitación. Existe una relación dialéctica. Iván Illich diría que habitar es partir de lo que hay, es, en cierto sentido, una decisión no-libre. Es partir de algo no elegido, ni conquistado, sino de algo que nos pasa. Habitar es un saber-hacer con lo que nos hace. HABITAR como vivir habitualmente, como ocupar un lugar y pasar en él. El espacio traspasado por lo humano, se vuelve territorio. Habitar un territorio es convivirlo. La “convivencialidad” es la acción de las personas que participan en la creación y en la defensa de la vida. Habitar es construir el territorio, pero también cuidarlo. Manuel Saravia diría que hay que entender y comprender el territorio. Habitar es el frecuentativo de habere: es decir un tener de manera reiterada. Habitar como poblar, residir, vivir, morar, afincarse, asentarse, cohabitar.

5. Hace falta reinventar el lugar en el entramado global, reconfigurar las nuevas agencias de significación, en la inclusión de aquello excluido. Entender la ciudad como una parte del lugar y la ciudadanía como la posibilidad de encuentro 144


de la diferencia pero también de la identidad. La política del lugar está ligada a aquello que es particular. Arturo Escobar dice la construcción de la particularidad implica una estrategia de defensa del lugar y la cultura, sobre todo cuando el no-lugar se ha vuelto fundamental para la identidad del capital, y no me refiero solo a los aeropuertos, o a los malls, me refiero a los basureros, a las minas, a los campos de guerra, y a cualquier otro espacio donde es imposible habitar. Referencias Bibliográficas Arbonéz, A. (2012) Sobre el capitalismo rizomático. Un nuevo modelo económico para un mundo en crisis. Recuperado de: http://www.skywaspink.com/?p=9057 Aristotle: The man is a political animal (Zoon politikon) (2015) Recuperado de: http://en.antiquitatem.com/politiical-animal-zoon-politikon-polis Carrillo, J. (2013) ¿Por qué es tan fácil imaginar el fin del mundo? ¿Por qué no podemos dejar las fantasías apocalípticas? Recuperado de: http://pijamasurf. com/2013/02/por-que-es-tan-facil-imaginar-el-fin-del-mundo-por-que-no-podemos-dejar-las-fantasias-apocalipticas/ Escobar, A. (2002). El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar: ¿globalización o postdesarrollo? Departamento de Antropología, Universidad de North Carolina. Recuperado de: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/sursur/20100708045100/7_escobar.pdf Illich, I. (1978). La convivencialidad. Recuperado de: https://www.traficantes.net/ sites/default/files/Ivan%20Illich,%20La%20convivencialidad.pdf Lefebvre, H. (2011). La producción del espacio. Recuperado de: https://marxismocritico.com/2011/10/05/la-produccion-del-espacio/ Saravia Madrigal, M. (2004). El significado de habitar. Valladolid (España). Recuperado de: http://habitat.aq.upm.es/boletin/n26/amsar.html ............

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Francisco JarrĂ­n

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Gabriela Parra

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Gabriela Parra

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Esteban Ugalde

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Esteban Ugalde

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Tuga Astudillo

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Tuga Astudillo

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Gabriel Art

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Gabriel Art

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Silvia Pesรกntez

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Silvia Pesรกntez

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SALUD A LA ESPONJA

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