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EN MANOS DEL SISTEMA
from La Turística 2015
Art Culo Del Director
Como buen turista y viajero , seguro que en más de una ocasión habrá oído tan popular y nefasta expresión antesala de un sinfín de dificultades, problemas y desdichas para el sufrido viajero . “Se nos ha caído el sistema“ es una manera de anunciar la tragedia, aunque también existen otras variantes como esta que dice “el sistema no funciona desde hace unas horas “y la más terrible y horrible para el viajero “lo siento, señor, no podemos acceder al sistema“. Porque nos guste o no nos guste, estamos en manos del “sistema”; una palabreja que casi nadie sabe a que responde realmente, pero que la mayoría de viajeros han sufrido en sus propias carnes.
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Sin ir más lejos, quien esto firma ha sufrido tantas “caídas de sistema” como viajes horribles ha vivido en avión, barco o tren, noches interminables en hoteles de muchas estrellas o esperas infinitas en restaurantes, aeropuertos, estaciones de ferrocarril, agencias de viaje u Oficinas de Turismo. Si se cae el sistema dese usted por perdido, o mejor con un canto en los dientes, pues a partir de ese momento todo se justifica y nada puede hacer para que la situación se normalice; solo le cabe una paciencia infinita, nervios de acero y capacidad de aguante. Mucho, muchísimo aguante para salir airoso, algo que nunca ocurre, de un fallo, caída, acceso muerte repentina del “sistema”.
Lo más curioso es quién y cómo te lo dicen; alguien que siempre está detrás de un misterioso y callado ordenador al que sólo puede acceder quien te da la fatídica noticia. Un superhéroe capaz de conseguir la mejor plaza en avión, la reserva más económica, el billete de tren más adecuado, el hotel más paradisíaco o la mejor información turística cuando el “sistema” funciona, pero incapaz de asumir la más mínima y eficaz solución a una propuesta cuando el “sistema “ se cae.
Así, la maravillosa plaza de avión en ventanilla y salida de emergencia para estirar los pies durante el vuelo transoceánico se convierte en un asiento situado en la cola del avión, en la fila central de cuatro y entre dos personas obesas que deberían pagar su plaza ante la invasión carnosa de la misma. O esa puerta de hotel que debe abrirse con tan mágnifica tarjeta plastificada con vistas panorámicas desde el piso 41 y que tras insertar la misma una, dos y hasta tres veces, no se abre ni aparece la misteriosa lucecita verde. Uno, en su ignorancia, piensa que no sabe hacerlo y hasta se atreve a consultar con alguien que por allí pasa consciente del ridículo de la situación. Pero tampoco se le abre al listillo de turno y hay que bajar a recepción, esperar a un botones, volver a subir al piso 41 y que la experiencia de quien habita el lugar (el sabio botones) nos abra el merecido lugar de descanso tras trece horas de avión, y dos de automóvil desde el aeropuerto al hotel.
Y llega el momento estelar de la noche. Ya de madrugada, cuando el botones, tras probar varias veces la apertura y comprobar que la puerta sigue igual de tozuda, pronuncia la enigmática frase “es culpa del sistema, señor”, y a uno se le queda cara de idiota, pues ha pasado casi una hora desde la llegada al hotel y hay que empezar la operación de nuevo, con la esperanza de que el misterioso sistema, por fin, tenga a bien ponerse en pie.