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mundo»
a favor de la retinosis pigmentaria.
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Peña se ha especializado en realizar retos solidarios a nado para dar visibilidad a todo tipo de asociaciones, pero su primera motivación fue meramente deportiva. «En verano del 89, con 24 años estando de vacaciones, se nos ocurrió a mi hermano y a mi nadar por el Ebro desde Lodosa a Zaragoza, unos 200 kilómetros. A los tres días mi hermano se sintió indispuesto, así que casi desde Tudela estuve solo. Llegamos a la Basílica del Pilar el 31 de diciembre a las seis de la tarde», explica. «Llevábamos unos neoprenos de dos piezas para submarinismo, pero eran muy gruesos y rígidos, por eso empezamos a nadar de espaldas», algo que continúa haciendo. Diez años después, en junio de 1999, completó todo en solitario todo el curso del Ebro, 927 kilómetros, para recaudar fondos para los afectados por el huracán Mitch de Honduras.
Su primer reto solidario fue en 1995. «El año anterior nadé el estrecho de Gibraltar y unos de los que me ayudaron eran de la Cruz Roja, que a su vez tenían una ONG que llevaba alimentos a Bosnia, que estaba en guerra», detalla. Animado por uno de aquellos voluntarios, surgió un reto en el que admite que «me jugué la vida, y mi equipo también, claro». Recorrió a nado un tramo del río Neretva, que cruza Mostar hasta Metkovic y dividía a los dos bandos, para poner el foco en la si tuación. «El agua es taba cerca de cero gra dos, y fuera la sensación térmica era de menos quince».
Pero lo peor fue na dar en un río en el que podía haber de todo tras años de conflicto. «En un momento me quedé atascado en un puente derribado. El equipo de militares españoles que me acompañaba estaba ya preparando las cuerdas para ba jar a sacarme, pero yo sentía que me ahoga ba, y pasé por debajo», explica. «Salió bien, pero podía haberme quedado clavado entre los escombros».
Desde entonces, ha continuado completando retos para dar visibilidad a todo tipo de iniciativas y asociaciones: la donación de sangre, las víctimas de los siniestros viales, por un juicio justo para Pablo Ibar, para salvar el Mar Menor, Aspanogi o los familiares de personas con Alzheimer, entre otros. Su último proyecto fue en 2019, y aunque ha tenido un parón por la pandemia, continúa entrenando para el próximo reto, que todavía no tiene fecha. El dinero recaudado lo ha destinado íntegramente a la asociación, «no he cobrado nunca nada. Es más, prefiero ahorrar un tiempo para pagarme mis gastos y los de mi equipo». Hoy en día le acompañan en todos sus retos uno o dos piragüistas, «entre ellos están mi buen amigo Jesús Remirez y mi mujer
Soroa», que le ayudan en el recorrido y le indican si tiene que parar. «Al principio estamos mi hermano y yo en el agua y el resto del equipo (mi padre entre ellos) nos acompañaban en bici o en furgoneta por tierra, pero había zonas que no nos veían, y que tampoco había cobertura; con el paso del tiempo vas aprendiendo y mejorando».
Viajes por todo el mundo «Visto ahora con perspectiva, la verdad es que he estado en un montón de países», destaca Peña. Recuerda así su reto en el Mar Muerto, «nadé en el lado jordano, con los israelíes en la orilla de enfrente, creo que era la persona más vigilada en ese momento»; o su travesía en el lago Maracaibo en Venezuela, «íbamos escoltados por los militares y en todos los pueblos nos hacían un gran recibimiento»; el lago Grey en Chile, donde «con las manos tocaba el glaciar»; o el lago Garda en Italia, «considerado el lago más limpio de Europa».
Y es que, junto con los proyectos humanitarios, los retos para enfatizar en el cuidado al medio ambiente han sido sus señas de identidad. Por ello, ha surcado ríos, la gos y mares en casi todos los continentes. «Los ríos son una zona muy desco nocida para todo el mun do. Solo los conocen los que trabajan en ellos», señala, añadiendo que «antiguamente se echaba de todo al agua, bicicletas, motos, la vadoras, frigoríficos, cableados…». Aunque la situación en parte haya mejorado, explica que «la sequía ya la veía venir, porque estoy todo el día en el agua».
Carlos Peña no llegó de un día para otro a la natación extrema. Desde joven había practicado el atletismo, además de otros deportes. «En categorías infantiles era un atleta muy rápido y muy bueno, y en la EGB fui varias veces campeón de Gipuzkoa», recuerda. Su progreso fue muy rápido y «gané la Behobia-San Sebastián en categoría juvenil, llegué por el puesto 120». Pronto corrió su primera maratón, «con 17 años, hice en tres horas justas. Con 19 años hice 2:44 y con 20, en 2:32, una burrada, pero estaba en muy buena forma».
Eso sí, aunque entrenaba a tope, pocos años después tuvo que dejar el atletismo. «Ya había tenido algunas lesiones duras e importantes, pero llegó un momento que me quemaban las piernas. Era profesor de educación física en un colegio de Lodosa y no podía participar con los chavales. En los reconocimientos médicos me dijeron que no tenía nada, pero que me había pasado de rosca». Poco después, llegó su primer reto a nado.