LA FICCIÓN Y LA VERDAD

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LA FICCIÓN Y LA VERDAD (El paso de la desinformación a la información y al conocimiento)

Dr. Marino Latorre Universidad Marcelino Champagnat Diciembre, 2019, Lima, Perú Hace unos meses (13/10/2019) Naím, publicó un artículo titulado La guerra contra la verdad. Al hilo de lo que allí se decía escribo estas reflexiones. La innovación tecnológica ha impactado en el mundo de las ideas, costumbres y de la economía. Todo ha cambiado vertiginosamente desde la aparición de las tecnologías digitales. Las nuevas tecnologías posibilitan el acceso a gran cantidad de información y de esta manera se ha convertido en el motor que impulsa y cambia la economía, la ciencia, la política, las costumbres sociales, etc.; pero al mismo tiempo es el artífice de la confusión, manipulación, fragmentación social y origen de muchos conflictos. Si quieres confundir y manipular a un auditorio dale mucha información fragmentada en poco tiempo. Solo algunos sabrán leer el mensaje y el resto quedarán desconcertados. En el siglo XXI asistimos a una gran paradoja: la información es, al mismo tiempo, más valorada y más vejada que nunca. Una gran cantidad de datos –mucha información-- no significa nada; solo cuando la información se transforma en conocimiento se producen adelantos y transformaciones en la sociedad, en la ciencia, en la medicina, en el comercio, en el arte, etc. John Adams, presidente de EE.UU. dijo: “La revolución americana tuvo lugar en las mentes y en los corazones del pueblo, antes de que empezara la guerra de la independencia”. En Filadelfia, en 1776, Thomas Paine publicó anónimamente un folleto llamado El sentido común. Su alegato por la independencia de las colonias inglesas en América y su diatriba antigubernamental dirigida al rey Jorge III de Inglaterra vendió 100.000 ejemplares en menos de tres meses. Finalmente, medio millón de ejemplares circularon por los Estados Unidos cuando sólo tenían dos millones de ciudadanos alfabetizados. Si en el pasado se produjeron guerras entre países por el control del petróleo en el presente se están produciendo y se seguirán produciendo guerras por el control de la información. Ya lo dijeron Hobbes y su discípulo Locke: “Información es poder”. En definitiva, quien tiene la información tiene el poder para tomar decisiones. De ahí la importancia de la CIA, la KGB, y las agencias de inteligencia de los estados en el mundo entero. La información no se refiere solo a la política sino a la tecnología de cualquier tipo. Ahí está, como ejemplo, la “caza de talentos alemanes” que se produjo con la terminación de la 2ª Guerra Mundial por parte de Rusia y EE.UU. La información es el nuevo petróleo o gas natural que, una vez procesados y refinados, tienen un gran valor económico. Y este es el desafío de la educación y de la academia, preparar personas que sean capaces de transformar la información

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en conocimiento; eso se consigue cuando el estudiante dispone de herramientas mentales y emocionales tales que le permiten metabolizar la información, hacerla suya y de esa forma producir conocimiento. Pero la paradoja se da cuando observamos que la información, una vez transformada en conocimiento, es fuente de crecimiento económico, de salud, bienestar, y por otra parte intoxica y mata. La manipulación, el fraude, la desinformación, en función de intereses económicos o de poder, fomenta el conflicto y la corrupción a todos los niveles. Para lograrlo se tiene a disposición la tecnología digital que, en manos inescrupulosas y con falta de ética, se ha convertido en una herramienta poderosa y peligrosa. Es como una bomba atómica en el bolsillo de un perturbado mental. En cualquier momento la puede activar con consecuencias impredecibles para la sociedad. La paradoja se agrava cuando se sabe que hoy en día hay más información disponible que nunca en la historia de la humanidad y, sin embargo, hay más dudas y confusión acerca de la veracidad de la información que se recibe a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Marina (2011, p. 182) dice que muchas tiranías del siglo XX –en especial la nazi y la comunista de Rusia, China, Vietnam-- nacieron con el ideal de alumbrar “el hombre nuevo”. Para ello lo sometieron a entrenamientos feroces y al lavado de cerebro en campos de rehabilitación ideológica, pero el cambio no fue mucho porque utilizaban la violencia que acaba inmunizando a los ciudadanos. Hay modos más sutiles y eficaces para persuadirlos. Se trata de suscitar los deseos de los ciudadanos en la sociedad de consumo a través del marketing, provocar una bulimia de consumo. La función de la publicidad es fabricar sujetos deseantes convencidos de que tienen el derecho a disfrutar de todos los productos, lo que produce frustración continua. La moda despierta emociones y deseos efímeros, intensos, urgentes y desechables. Nada provoca un gran placer y la única solución es encadenar múltiples y veloces placeres sustituibles. Hay parejas que se separar no porque están en crisis sino porque sienten que necesitan otras experiencias en su vida. La proliferación de deseos abundantes e incontenibles, produce personas caprichosas que no soportan el aplazamiento de la satisfacción (procrastinación) y la frustración. Personas adictas con escasa libertad para poder elegir entre infinidad de productos. La ideología del deseo permanente de cosas provoca un rompimiento del yo, convertido en “una máquina deseante” (Deleuze, citado por Marina, 2011, p. 183). La falta de atención de los estudiantes no es más que una extensión de la conciencia de espectador de TV que necesita del zapping. Romero, (El Comercio, Lima, 08/12/19, p. 8,) publicó un artículo en que trataba sobre los influencers. Los influencers tienen mucho que decir en la comunicación contemporánea. En el siglo XX los medios de comunicación masiva de prestigio, modelaban la opinión pública. Un líder de opinión tenía detrás un medio de

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comunicación reconocido. Había un editor y una línea de opinión característica y definida del medio. Con la caída del Muro de Berlín (1989) y el desprestigio de los “grandes relatos” –metarrelatos-- los líderes de la información perdieron prestigio y cedieron el puesto a formas diferentes de influir en la opinión pública utilizando las posibilidades que ofrecen las tecnologías de la comunicación. Hoy influencers profesionales –los nuevos líderes de opinión-- se forman en las universidades. El influencer prescinde de los medios tradicionales de comunicación y los construye él mismo valiéndose de la imagen y la rapidez con que se propaga la información en las redes digitales. Con la aparición de las TICs las figuras estelares de la TV no son los mejores influencers, aunque cuenten con gran audiencia. Los micro-influencers (unos 50 mil seguidores) son más efectivos porque tienen mayor credibilidad. Influyen en un entorno más reducido pero su mensaje suena a más real porque dominan su tema y están libres de sospecha de contaminación ideológica o económica. Las redes sociales son espacios excelentes para ejercer de influencer. Para que sean efectivos hay que utilizar formatos que con solo la mirada enamoren al lector y provoquen el deseo de quedarse viendo. En los contenidos escritos el título o las cinco primeras palabras son esenciales y ejercen de imán o producen repulsión. El twiter, el Instagram, el hashtag (textos cortos) y el Facebook (fotos y textos) no dan espacio para explayarse pues premian lo breve y rápido, por lo que son tecnologías excelentes utilizadas para convertirse en un influencer conotado. El blog y una web se ajustan menos a los que un influencer busca hoy que es producir impacto en la masa social. Los influencers apuestan por la movilización del deseo de los ciudadanos, por un estilo de vida, por una idea sobre cómo interpretar lo que pasa en el mundo, por un artículo de lujo, por un tipo de comida, etc. Pero el campo de acción de los influencers no es solo la vanidad, lo bello, las apariencias, ni está dirigido a los millenials y a los centenials; se dirigen a todas las clases sociales y culturales. Hay influencers que son más vistos que los noticieros nacionales y son medios excelentes de generar y transmitir contenidos culturales e ideas sobre la realidad del día a día. El influencer es un comunicador que no solo debe preocuparse de atraer audiencia; el componente ético de los medios que utiliza para ello es importante. No puede utilizar su poder de comunicador-influenciador en la sociedad sin tener en cuenta la verdad de lo que cuenta o transmite. No olvidar la máxima que popularizo Stan Lee: “Todo poder conllevar gran responsabili-dad”. Podríamos pensar que, puesto que hoy todos utilizamos los medios digitales de comunicación, todos podemos ser influencers, pero no es así, pues, según Juárez, para serlo hay que “tener cierto poder económico, conocimiento de tendencias sociales y disponibilidad de tiempo”.

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Alan Rusbriger, exdirector del diario británico “The Guardian” ha dicho que: “Estamos descubriendo que la sociedad no puede funcionar si no podemos ponernos de acuerdo sobre la diferencia entre lo que es un hecho real y un hecho falso –entre la verdad y la ficción--. No se pueden tener debates, leyes, tribunales, gobernabilidad o ciencia, si no hay acuerdo acerca de cuál es un hecho real y cuál es una ficción”. Hannah Arent (1951) escribió: “El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprome-tido; son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso, ha dejado de existir”. Hoy en día la calidad de una web se valora por el número de links que conducen a ella. Parece concluirse que un sitio de la web es más confiable en la medida en que es más citado y que un link es más significativo y valioso que otro porque hay miles de links que se dirigen a él. El “criterio de verdad” o de “verosimilitud” establecido por Google es el siguiente: “El valor de una información se basa en el número de links que dirigen hacia ella y, en consecuencia, en la rapidez con que se encuentra lo que se busca” (Baricco). No importa si el contenido es verdadero o falso. La verdad ni importa; lo que importa es la información, cuanto más impactante mejor. “Cuando se descubrió que la información era un buen negocio, la verdad dejó de ser importante”, dice Ryszard Kapusconski, poeta y ensayista polaco. Está en la línea del eslogan que se repite en algunas Escuelas de periodismo: “Que la verdad no te impida poner un titular de impacto en tu periódico”. El valor de una página web pretende que sea algo parecido al valor monumental, cultural, artístico, que se atribuye a un país, una ciudad, un lugar turístico, museo, etc. que depende del número de visitas que recibe cada año. Pero hemos de decir que no es igual una información virtual que puede ser verdadera o falsa que la realidad que se impone y presenta ente nuestros ojos cuando vemos una obra de arte o un paisaje. “Las redes sociales están rotas (ha escrito Annalee Newitz en el The New York Times, 2019), porque han envenenado la manera en que nos comunicamos entre nosotros y con ello han minado el proceso democrático. Muchos de nosotros queremos librarnos de las redes sociales, pero no podemos imaginar un mundo sin ellas”. El problema es que estamos plagados de ejércitos de influencers, todos ellos coordinados y animados por las dinámicas del propio medio al que sirven. Ideas de dudosa calidad están forjando el pensamiento de la gente sin haber sido sometidas a una evaluación y un análisis adecuado. Sin embargo, en Internet y Google, --y aquí está de nuevo la paradoja-- hay información tan valiosa que pocos podríamos vivir sin ella. Para acceder a esta información hemos de aceptar tácitamente que los algoritmos diseñados por los arquitectos de Google, Internet, Yootube, Facebook, etc. forjen la mens de la inmensa mayoría de la humanidad. Annalee Newitz termina su comentario diciendo: “Necesitamos dejar de dar la responsabilidad de mantener el espacio

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público a las corporaciones y a los algoritmos y devolverlas a los seres humanos. Tal vez necesitemos un poco de tiempo, hasta que las aguas se calmen, pero la humanidad ha generado democracias a partir del caos anterior. Hoy podemos volver a hacerlo”. A través de la historia el humano ha estado preocupado por distinguir qué es la verdad y qué es el error. Pero parece que han tenido más interés en el desarrollo de las tecnologías y en la economía que en saber lo que es la verdad; se han concentrado en la verdad útil, en la que produce bienestar, dinero y poder, no en la utilidad de la verdad para poder vivir en democracia y desarrollar una biografía feliz. Y ¿qué es la verdad?, preguntó Pilatos y dirigiéndose al pueblo que gritaba, dijo: “No encuentro causa de condena en este hombre…”. El resto es historia. Muchas veces, en los debates académicos, los científicos, los periodistas, los políticos, etc. en lugar de concentrarse en la verificación de los hechos se concentran en la descalificación de quienes no piensan igual, de los adversarios. En este siglo de las luces --el siglo XXI--, de la información y del conocimiento, cuántos científicos y periodistas honrados y veraces han sido blanco de insidias, calumnias y menosprecios por quienes defienden intereses, creencias e ideolo-gías basadas en mentiras. Hay científicos y periodistas honrados que han dedicado su vida a la investigación y que generan datos incontrovertibles sobre el calentamiento global que son ignorados, que no se les da voz en las tribunas o, peor aún, que son objetos de calumnias y descalificaciones. El presidente Donald Trump habla así: “Esos animales de la prensa, sí… `son animales’, que propagan noticias falsas a través de los “fake news” … En el confuso mundo actual de los medios de comunicación, la verdad y la mentira, circulan como la sabia que da vida o muerte, no importa a quién; lo importante es aparecer en la pantalla y en la noticia todos los días. Es verdad que hay muchos medios de comunicación que están vendidos a las grandes multinacionales y a intereses poderosos, --siempre desconocidos por el gran público--, pero también hay quienes apuestan por la verdad, el bien y la belleza, los tres grandes referentes de la filosofía clásica; quienes saben distinguir entre el trigo y la cizaña, la verdad y el error y trabajan todos los días por ser honestos y dar información verídica y contrastada. Estos honrados profesionales defienden, frente al relativismo interesado, que la verdad existe y puede ser encontrada; son un antídoto molesto, pero potente, para quienes, con sus prácticas y maquinacio-nes, atentan contra la verdad y la democracia. Si a la confusión para distinguir la verdad del error, unimos los intereses políticos de ciertos Estados poderosos, la situación se complica. Al Gore (2006) presentó su documental “La verdad incómoda” advirtiendo que hay pocos avances en la protección del medio ambiente. Este es un partido que se gana o se pierde, no hay empate. En el año 2015 la Conferencia de París (COP21), 195 países firmaron un

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acuerdo mundial vinculante de mantener el calentamiento global en el siglo XXI por debajo de 2ºC. Habría que reducir cada año del 2010 al 2030 un 7%. Parece que la XXV Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Cambio Climático de la ONU (COP25), de diciembre, 2019, de Madrid, no ha tenido mucho éxito. China es el país que más contamina (30% de las emisiones globales), más que EE.UU.--15%--, UE e India juntos. Rusia está tomando conciencia del problema, hasta el punto que Putin bromeaba diciendo que “gracias al calentamiento global los rusos ahorrarán en abrigos de pieles”. Trump tras recibir un informe de 1.600 páginas elaborado por 300 científicos de su país sobre la “Evaluación nacional sobre el clima”, contestó lacónico: “No me lo creo”. Yo me pregunto ¿lo había leído? Václav Smil, es un científico y analista político checo-canadiense. Es profesor emérito de la Facultad de Medio Ambiente en la Universidad de Manitoba en Canadá. Su investigación es muy amplia y abarca el terreno de la energía, medio ambiente, comida, población, economía, historia y política pública. En el 2017 publicó el libro Energy and Civilization: A History. En 2019 ha publicado el libro Crecimiento: de microorganismos a megaciudades. Smil (29/09/19, p. 14) ha estudiado el desarrollo sostenible y afirma que hay que reducir nuestras expectativas de consumo y de crecimiento global. Ha estudiado durante toda su vida (ha publicado más de 40 libros y centenares de artículos académicos) la relación entre nuestro planeta y sus recursos en la historia de la humanidad. La tesis de este autor es sencilla: “el desarrollo de la especie humana y su crecimiento ha sido a costa de los recursos finitos del planeta Tierra y nos acercamos a un punto de no retorno sino no se detiene esa dinámica”. En una entrevista concedida al The Guardian y New York Magazine, Smil ha señalado que la fe ciega en las nuevas tecnologías (como la inteligencia artificial) y el crecimiento hasta el infinito del PBI no solo son matemáticamente insosteni-bles sino que son engaños patentes. Asegura que “para que el planeta Tierra sea sostenible en el futuro, debemos consumir menos porque ya hemos consumido de más en el pasado” [...] “La única esperanza que nos queda, dice el autor, es que constato que nos estamos muriendo; cada vez hay más países en los que muere más gente de la que puede ser reemplazada por la que nace […] En algunos años no consumiremos nada porque no habrá nadie para consumir. Eso me da esperanza”. Es un testimonio desolador el de este científico cuando ya no ve solución a la situación creada en el planeta Tierra por el abuso de sus inquilinos – que se auto-denomina “la especie superior” de los animales-- que somos los humanos. El imperativo categórico del comienzo del siglo XXI es derrotar a quienes han declarado la guerra a la verdad. La única manera de llegar a ser libres es defender la verdad. Y eso a costa de cualquier precio, pues ya sabemos que “el mundo no perdona a quien no engaña”. Albert Einstein dijo: “Preocúpate por tu conciencia

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más que por tu reputación. Tu conciencia es lo que eres. Tu reputación es lo que otros piensan de ti, y lo que piensan de ti no es tu problema”. Hoy, más que nunca, hay que aplicar el cuento de los tres coladores, atribuido a Sócrates, es decir, de los tres criterios que hay que utilizar para valorar y opinar sobre la información que se recibe. En cierta ocasión un hombre se acercó a Sócrates y le dijo: - Tengo que contarte algo muy serio de un amigo tuyo. Sócrates le miró profundamente con sus ojos de sabio y le preguntó: - ¿Ya pasaste lo que me quieres contar por la prueba de los tres coladores? - ¿Qué prueba es esa?, le dijo desconcertado el hombre. - Si no lo sabes, escúchame bien. El primero de los tres es el colador de la verdad. ¿Estás completamente seguro de que es cierto lo que me quieres contar? - En realidad, seguro, seguro, no... Creo que es cierto porque lo escuché de un hombre muy serio, que no acostumbra decir mentiras. - Si eso es así, con toda seguridad que no lo pasaste por el segundo colador. Se trata del colador de la bondad.El hombre se sonrojó y respondió con timidez: - Ciertamente que no. Sócrates lo miró compasivamente y siguió diciéndole: - Aunque hubieras pasado lo que quieres decirme por estos dos primeros coladores, todavía te faltaría el tercero: el de la utilidad. ¿Estás seguro que me va a ser realmente útil lo que quieres contarme? - ¿Util? En verdad, no. - ¿Ves?, le dijo el sabio, si lo que me quieres contar no sabes si es verdadero, si es bueno y si es provechoso, prefiero que no me lo digas y lo guardes sólo para ti. El viejo Sócrates nos da la clave para pasar de la ficción a la verdad, o lo que es lo mismo, pasar de la desinformación a la información y de la información al conocimien-to. Lo ideal sería que pasáramos del conocimiento a la sabiduría de la vida.

REFERENCIAS Marina, J. A. (2011). La educación del talento. Barcelona, España: Ariel. Naím, M. (2019). La guerra contra la verdad, artículo publicado en el periódico El Comercio de Lima, el 13/10/2019. Romero, Ó. (2019). Voces virales, artículo publicado en El Dominical del periódico El Comercio de Lima, el 08/12/19.

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Smil, V. (2019). Desarrollo sostenible, artĂ­culo publicado en el Dominical de El Comercio, 29/09/19, p. 14.

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