El oficio de educar Dr. Marino Latorre Universidad Marcelino Champagnat, Lima, Perú - 2019 “El oficio de educar” es el título de un libro de la pedagoga argentina Cecilia Bixio (2010). Tengo que decir, que, personalmente, no me gusta que se hable del oficio o profesión de educar, pero la autora habla del “oficio de educar” (p. 27) y de las posiciones del docente frente a la educación; tales posiciones identifican los modos de ejercer el oficio de educar: Con lo que sí estoy totalmente de acuerdo es con la afirmación que ha hecho Santos Guerra, que “la educación no es solo una profesión para ganarse la vida, sino que es una profesión para ganar la vida de los demás”. La palabra profesión denota el origen social de ésta: profesión viene de “pro-fiteor": confesar, manifestar. La profesión es el hecho de poner de manifiesto ante una colectividad una manera de hacer algo. Tradicionalmente se define el fin de la educación como la transmisión de parte de la cultura social, considerada valiosa en un determinado momento histórico, de una generación a otra, entendiendo por cultura los conocimientos, técnicas, valores, comportamientos sociales relevantes, éticamente aceptados. Educar es socializar, proporcionando conocimientos legitimados públicamente por la sociedad (Cullén, 1997). La cultura es el sistema inmunológico de la sociedad humana. Un sistema inmunológico impide contraer enfermedades; las enfermedades sociales pueden ser el odio, la violencia, la división, la agresión, la falta de entendimiento. Una parte esencial de una cultura es el habla, la palabra que es la manera de entenderse los humanos (El hombre es el animal que habla, dice Aristóteles, siglo IV a.C., I, 2; 1253a). Es el “homo loquens”, que construye su mundo a través del lenguaje, pues con el lenguaje el humano expresa su capacidad de simbolizar o representar lo real por “un signo” y de comprender ese “signo” como una representación de lo real. De ese modo los conocimientos son una buena excusa para lograr la
socialización de los que los aprenden, pues, donde hay educación y conocimientos no hay distinción de clases. Esta transmisión de cultura y socialización debe realizarse incluso, a los destinatarios que no estén dispuestos a recibirla. Por eso se apela a la motivación, al entusiasmo del docente para desarrollar estrategias metodológicas que favorezcan el aprendizaje voluntario y deseado, pues el aprendizaje no se produce cuando alguien (el docente) quiere enseñar sino cuando alguien (el estudiante) quiere y puede aprender. Un físico mundialmente famoso daba un curso a estudiantes nuevos. Un estudiante le preguntó qué temas iba a tratar durante el semestre: Su respuesta fue:
- No importa los temas que yo trate en el curso, lo que importa es lo que descubra Ud. Dicho de otro modo: no importa lo que yo explique en el curso, lo que importa es lo que aprenda Ud. La respuesta es correcta porque la enseñanza debe inspirar a los estudiantes a descubrir por sí mismos, a cuestionar cuando no estén de acuerdo, a buscar alternativas si creen que existen otras mejores, a revisar los grandes logros del pasado y aprenderlo porque les interesan, etc. La enseñanza debe estar dirigida a ayudar a los estudiantes a que lleguen a un punto en que aprendan por sí mismos, porque eso es lo que van a hacer durante la vida, no solo absorber información dada por alguien y repetirla. Hasta aquí hemos dado una definición y un planteamiento académico. Prosigamos un poco más. La escuela ha perdido su valor simbólico y la significatividad social de los conocimientos que transmite; la tarea del docente se ha opacado. La escuela ha dejado de ser “el templo del saber” y el docente ya no es “el depositario del saber”, pues los saberes socialmente significativos tienen otras redes de difusión a través de las tecnologías de la información. Se recrimina a la escuela que enseña conocimientos del siglo XIX, por maestros del siglo XX, a estudiantes del siglo XXI. Eso tiene parte de verdad, pero también hay que decir que hay verdades y conocimientos que han costado siglos en ser descubiertos por genios y gigantes del saber a causa de los cuales se gestaron los conocimientos y el progreso actuales. Esos conocimientos (aunque sean de los siglos XVIII y XIX también hay que aprenderlos si queremos seguir progresando. Aunque la escuela busca nuevas maneras de hacer frente a la avalancha de nuevos conocimientos utilizando metodologías activas, no logra convencer de su utilidad a gran parte de la opinión pública, sobre todo a los estudiantes. Parodiando al estadista que decía que “los problemas de la política se resuelven con más política” podemos decir que “los problemas de la educación y de la escuela se resuelven con más educación y más escuelas”. Dice Bixio, (2010, p. 53), que el oficio de educar tiene algo de pirata y algo de perito; perito porque tiene conocimiento teórico y experiencia práctica de lo que hace y pirata porque es capaz de correr riesgos saliendo en busca de tesoros escondidos y de lanzarse a la aventura; ser pirata significa también esforzarse por tentar la fortuna en las aventuras. Lo expresó poéticamente el poeta Gabriel Celaya: Educar es lo mismo que poner un motor a una barca… Hay que medir, pensar, equilibrar… y poner todo en marcha.
Pero para eso, uno tiene que llevar en el alma un poco de marino… un poco de pirata… un poco de poeta… y un kilo y medio de paciencia concentrada. Pero es consolador soñar, mientras uno trabaja, que ese barco, ese niño, irá muy lejos por el agua. Soñar que ese navío llevará nuestra carga de palabras hacia puertos distantes, hacia islas lejanas. Soñar que, cuando un día esté durmiendo nuestra propia barca, en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada (Gabriel Celaya). En la noche más oscura de la patria una luz se enciende en el horizonte. Alzando la bandera se aproxima el ejército más poderoso; son los niños y sus docentes, nuestra esperanza. Educar es invertir en futuro. Educar es formar hombres libres (Pancho Aquino, escritor y poeta argentino). Si les damos la oportunidad y no les fallamos, el futuro tiene rostro de estos niños. El oficio de educar es una ciencia y un arte; es un arte con fundamentos científicos, pues produce “obras únicas e irrepetibles”. El buen educador “es un práctico reflexivo”, por eso ha de ser un perito en su materia y un pirata en sus estrategias metodológicas. Por eso podemos afirmar con Meirieu, (2011): “El buen profesor es exigente con sus estudiantes; el profesor excelente les propone desafíos. El buen profesor castiga de vez en cuando al estudiante; el profesor excelente le hace reflexionar sobre su conducta. El buen profesor se gana la vida con la educación; el profesor excelente gana la vida de los demás, a través de la educación. He aquí las dos grandes pasiones del profesor excelente: amor al saber y amor a los estudiantes” (p. 22). Si, como hemos dicho, el oficio de educar es una ciencia y un arte, también podemos decir que la buena o mala educación no es inocua: la educación siempre tiene consecuencias. El oficio de educar no es una técnica más o menos sofisticada; es un oficio artesanal en el primitivo sentido del término. En las artesanías cada pieza es única e irrepetible. Todo educador debe preguntarse con frecuencia: ¿Me doy cuenta que el oficio de educar juega con las expectativas, los deseos y el porvenir de las personas? ¿He caído en la cuenta
de que en mis manos está el destino de estos niños para que desarrollen una biografía feliz? ¿Recuerdo que el guion de la película de la vida de un niño está escrito a los seis años y que, en gran parte, depende de mí? Educar es ser capaz de transmitir a las nuevas generaciones no solo los conocimientos relevantes socialmente aceptados, sino que es algo más; “es una manera propia de transmitir el don de ser humanos; ser capaces de asumir la responsabilidad que implica que del otro lado hay un sujeto sensible a los gestos, a las posturas, a las imposturas y a las miradas […] Es un desafío, en tanto en cuanto no tiene “una receta para ser humano” sino que nos desafía a la reflexión permanente de cómo hacer para vivir humanamente con otros” (Scrinzi, 2010, p. 152). Educar implica “cambiar las viejas ideas sobre el que enseña y el que aprende; pensar que no siempre el que enseña es el que sabe y el que aprende es quien no sabe [...] Educar no puede ser el simple desempeño y cumplimiento formal de una función de las prescripciones curriculares que son obligaciones administrativas. En educación “no se puede actuar de oficio” (Scrinzi, 2010, p. 153) pues la acción educativa conlleva la reflexión, el pensar-nos críticamente y responsabilizar-nos de las consecuencias de lo que hacemos. Un oficio hecho con arte es un trabajo que trasciende el paso del tiempo a través de la huella que dejamos en las vidas de los estudiantes. Por eso tantos autores han hablado de la educación como el arma más poderosa para cambiar el mundo (Mandela), el paso de la oscuridad a la luz (Bloom), la única posibilidad de una revolución sin sangre (Savater), el desarrollo en el hombre de toda la perfección que por naturaleza es capaz (Kant), el tema más importante en el que debemos involucrarnos como pueblo (Lincoln), el igualador de la condición humana, (Mann) pues donde hay educación no hay distinción de clases. La educación es la llave que abre la puerta dorada de la libertad (Gavaert); la educación es un seguro para la vida y un pasaporte para la eternidad (La Rochefoucault); las tres principales prioridades para el gobierno son: educación, educación y educación (Tony Blair), citados por Fernández Anguita (2018, p. 11). Si planificas por un año, siembra trigo. Si planificas por una década, planta árboles. Si planificas por una vida, educa personas (Kwan Tzu).
El entusiasmo crítico intenta responder a la pregunta de Freire (1993, p. 120): “¿Qué se puede hacer hoy para que mañana se pueda hacer lo que no se puede hacer hoy?”. Rescata la utopía, los sueños compartidos e intenta educar ayudando a los niños y adolescentes “a navegar por el océano de la incertidumbre apoyados en archipiélagos de certezas” (Morin, 2016, p. 47); es una manera de enfrentar la postmodernidad, que duda de todas las certezas. No hay un solo mundo, hay muchos mundos posibles y la ilusión permite rescatar, crearconcebir mundos nuevos, (Winnicott, 1971). Por eso Galdeano dice que “no somos lo que somos sino lo que hacemos para cambiar lo que somos”, (citado por Bixio, 2010, p. 65).
Vivir a la altura de los propios sueños y luchar por conseguirlos; luchar por un mundo más humano, solidario, ético y bello que pueda ser habitado por todos. Llegar a construir una nueva Arcadia, polis griegas a la que cantaron los poetas, La ciudad del sol, del renacentista Tomás de Campanella, la Utopía, de Thomas Moro, o La nueva Atlántida de Francis Bacon, pues “el futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños” (Eleonor Roosevelt). “En los caminos que nadie pisó, arriesga tus pasos; en los pensamientos que nadie pensó, arriesga tu cabeza”, se lee en el hall del Odeón de la Sorbona de París. No es fácil. “Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”, decía Marcel Proust. ¡Qué aforismo! Tan viejo y tan sabio a la vez... Ese es el desafío del oficio de educar.
REFERENCIAS Aristóteles (s. IV a.C). Política. Recuperado de https://www.marxists.org/espanol/tematica/cienpol/aristoteles/pol.pdf
Bixio, C. (2010). Maestros del siglo XXI. El oficio de educar. Santa Fe, Argentina: Homo Sapiens Cullen, C. (1997). Crítica a las razones de educar. Temas de filosofía de la educación. Buenos Aires: Paidós. Fernández Anguita, M. (2018). Más escuela y menos aula. Madrid: Morata
Freire, P. (1993). Pedagogía de la esperanza. Un reencuentro con la pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI. Meirieu, P. (2011). Carta a un joven profesor. Barcelona, España: Graó. Morin, E. (2016). Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación. Barcelona, España: Paidós. Scrinzi, M. (2010). El deseo de educar, en Maestros del siglo XXI. El oficio de educar. Santa Fe, Argentina: Homo Sapiens. Winnicott, W. (1971). Realidad y juego. Buenos Aires: Gedisa.
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