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El moretón eterno y silencioso
Sobremesa con la familia recordando momentos pasados, las anécdotas del niño que hoy es un adulto, y las travesuras de los hijos, nietos y bisnietos. Al final de la mesa la abuela escucha en silencio mientras rememora también sus propias vivencias cargadas de un dolor indescriptible. Ajena a las risas de sus hijos, recuerda las peleas con el abuelo, los golpes, las prohibiciones y la amargura. En ella no hay motivos para reír, pero esboza una sonrisa aunque carga con aquella pena que las líneas de expresión en su rostro delatan y emulan los caminos pedregosos que transitó a lo largo de su vida. No se arrepiente en lo absoluto de haber aguantado al marido. No tendría la familia que tiene hoy ¿verdad? Después de todo, soportó y se quedó por sus hijos.
Pocos o más bien nulos son los estudios sobre este tema de las mujeres adultas violentadas, al igual que la visibilización que se le da a este problema de violencia intrafamiliar (VIF). Curioso y contradictorio. A fin de cuentas ¿quién no ha escuchado una terrible historia de épocas pasadas de la boca de una mujer mayor?
Persona mayor, no abuelito, ni abuelita, ni menos adulto mayor. Es la diferenciación que hace la trabajadora social, gerontóloga social y doctora en psicología de la salud, Carolina Monsalve Reyes apenas iniciaba la entrevista para el EPI. La académica de la facultad de Comunicación, Historia y Ciencias Sociales de la Ucsc me recibió en su oficina para lo que prometí sería una entrevista cortita, de no más de 15 minutos, en honor a su ocupada agenda, pero terminamos conversando bastante más que eso. Es que a ella estos temas la hacen vibrar, y una vez comienza a hablar de aquello, es imposible sustraerse al impacto de sus frases.
Este cambio en el lenguaje es fundamental, ya que el referirse a este grupo de la población como abuelitos o adultos mayores, trae consigo una carga de discriminación inconsciente: “Es importante basarse en un enfoque de derecho, entender que son personas que ejercen sus derechos, porque adulto mayor está basado en una segregación etaria, y cuando nosotros hablamos de personas mayores hablamos primero de personas”, dice.
Según datos del INE, el porcentaje de personas de 60 años o más que habita en nuestro país ha aumenta- do significativamente. Mientras que a principio de los noventa este grupo etario equivalía al 9,5% del total de habitantes de Chile, el año pasado aumentó al 18,1% y se pronostica que para el año 2050 las personas mayores equivalgan al 32,1% de la población.
En la misma línea, Monsalve explica que existe un término en la gerontología que se llama infantilismo; “si nosotros consideramos a las personas mayores como abuelitos o abuelitas, los transformamos en personas que no tienen herramientas ni han tenido una trayectoria de vida”.
La académica es coordinadora del estudio “Violencia de Género en Adultas Mayores y sus relaciones intergeneracionales”, que analiza las historias de vida de las mujeres residentes en las comunas de Concepción, Penco, Tomé, Talcahuano y Hualpén. Se trata de una investigación que partió durante la pandemia junto a la doctora Roxanna Correa Pérez (Facultad de Educación), los magíster Héctor Abarca Díaz (TS) y Alicia Rey Arriagada (periodismo), además de la trabajadora social Javiera Caro Quintana. Todos ellos están vinculados a la Universidad Católica de la Santísima Concepción.
Este trabajo está en proceso, por ende aún no está afinado el número de entrevistadas, pero algunos resultados ya están tabulados. Cinco corresponden a mujeres cuyas vivencias están plasmadas en el primer adelanto de la investigación.
El artículo N°5 de la Ley de violencia intrafamiliar, actual ley Nº 20.066, dicta qué “será constitutivo de violencia intrafamiliar todo maltrato que afecte la vida o la integridad física o psíquica de quien tenga o haya tenido la calidad de cónyuge del ofensor o una relación de convivencia con él”.
Son dueñas de casa de entre 59 y 70 años, pertenecientes al Gran Concepción, con hijos e hijas, criadas por una madre sola o un padre ausente, tías o encargadas. En sus relatos se distinguen distintos tipos de violencia experimentadas por estas personas: física, financiera y negligencia o abandono, entre otras. Pero, además se describen las estrategias utilizadas por ellas para enfrentar estas situaciones, superar sus miedos y seguir con vida por sus hijos. En otras, para no enfadar más al padre o a la madre golpeadora.
Reportaje
Las estadísticas del Centro de Estudios y Análisis del Delito (CEAD), dependiente de la Subsecretaría de Prevención del Delito, Ministerio del Interior, señalan que en 2022 se registraron 106 mil 404 casos de VIF contra mujeres en Chile. De esa cifra, 94 mil 927 (un 1,5%) corresponde a mujeres de entre 18 y 64 años.
“No esperaba llorar con usted”
“Todas las categorías que la ley de violencia intrafamiliar tipifica, estas 5 mujeres las padecieron”, declara Carolina Monsalve. Los relatos son potentes. La trabajadora social los conoce, pero cuando los lee para mí, es como si fuera la primera vez que los escuchara. Sus ojos verde oliva se cristalizan al interpretar las historias de las personas mayores que son protagonistas del estudio hasta ahora.
Violencia física no es la única
“Una vez me acuerdo que nos taparon la boca con un Scotch (cinta adhesiva), porque nosotros hablábamos mucho”, contó una de las entrevistadas con respecto a lo sucedido a ella y sus hijos. ¿El autor? Su pareja. Pero los agresores no son únicamente los esposos y las siguientes narraciones lo denotan: “Sangraba a veces con mis hermanos, nos chocaban cabeza con cabeza”, relató otra mujer, aludiendo al castigo de sus padres.
No obstante, la violencia física no es la única existente, ni en este estudio ni mucho menos en la vida. “Tenía que pedirle (dinero) a él, así que yo anduve muchos años con la ropa antigua no más, para evitar problemas”, evoca otra mujer respecto a la violencia económica que experimentó. “Nos casamos sin tener nada, así que había que cuidar lo que había. Yo cuidaba mis cosas, mi loza, mis plantas, para que no las golpeara. Pero quebraba cosas y me golpeaba” es el crudo relato de otra mujer mayor.
En cuanto a la dimensión de la negligencia o abandono, el testimonio siguiente hiela la sangre. Dice: “Después, cuando yo hablé con él (su primo), le dije, ustedes escucharon todo, el XXXX me pudo haber matado (sin que ustedes hicieran nada)…” frente a lo cual él respondió: “No, prima, estábamos durmiendo” pero en su testimonio ella insiste: “Escucharon todo, mi casa no era grande… ellos escucharon todo”.
Otra de las narraciones que pega duro es la que alude a la belleza que se va perdiendo con los años y el desdén que ello provoca en el marido o pareja: “Y va y me dice, bueno, yo no salgo contigo, porque a mí me da vergüenza salir contigo. Y yo me paro y le digo, ¿conmigo? si yo soy linda, soy hermosa, le dije, mira, soy bella”.
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas, se estima que 736 millones de mujeres en el mundo -aproximadamente una de cada 3- ha experimentado alguna vez en su vida violencia física o sexual por parte de una pareja íntima. En cuanto al panorama nacional, las estadísticas del Centro de Estudios y Análisis del Delito (CEAD), dependiente de la Subsecretaría de Prevención del Delito, Ministerio del Interior, señalan que en 2022 se registraron 106 mil 404 casos de VIF contra mujeres en Chile. De esa cifra, 94 mil 927 (un 1,5%) corresponde a mujeres de entre 18 y 64 años.
Fruto de la desesperación
La iglesia -“nos íbamos donde el curita”- o Carabineros -“¿sabí qué? me saqué fotos de los moretones y fui a los Carabineros”- representan para estas mujeres instituciones de auxilio, como reconoce la investigadora Carolina Monsalve con suave pero impetuosa voz. También la educación: “Me puse a estudiar porque yo era auxiliar de salud, y saqué mi título de técnico en enfermería en la universidad”, cuenta otra de las participantes de este trabajo de investigación aludiendo a los estudios para superarse a sí misma y escapar de su violenta realidad.
A mayor abundamiento, los centros de salud familiares también representan para ellas un apoyo. “Ahora yo no estoy llorando, me lo pasaba puro llorando por depresión, pero ahora estoy en el Cesfam con psicólogo, y estoy permanentemente con mis medicamentos”.
La psicóloga de la Universidad del Desarrollo, Amanda Alonso Rosas, quien cuenta con un Diplomado en sexualidad y es especialista en feminismo y violencia contra la mujer, indica, a propósito del estudio que se realiza en la Facultad de Comunicación, Historia y Ciencias Sociales, que la violencia de género afecta significativamente el autoestima de la mujer, y puede generar ansiedad, de- presión, trastorno de estrés postraumático y muchas complicaciones más que inciden en su salud física y psicológica. Además, la profesional de salud mental señala que los efectos en las personas están estrechamente relacionados con el tipo de violencia que se experimente: “La violencia de género directa hacia la mujer, por ejemplo insultos o golpes, tiene un efecto que no es menor, pero la violencia indirecta, que tiene que ver con la menor cantidad de puestos laborales o el salario menor hacia la mujer, también tiene sus propias repercusiones”, declara. La
La Dra. Carolina Monsalve mantiene la mirada firme mientras explica aquello en lo que es experta. “Nosotros queremos que las historias de vida de estas mujeres sirvan de herramientas para las jóvenes…”, pero se quiebra antes de terminar la frase. “No esperaba llorar con usted”, dice, mientras enjuga una lágrima que se desliza por su mejilla. Para ser sinceros, desde hacía rato que esta reportera sujetaba las propias, pero que, al final, terminaron por escaparse.
Las conclusiones del estudio son claras. Las cinco mujeres participantes de esta primera parte de la investigación coincidieron en que soportaron la violencia por sus hijos, y muchas incluso justificaron o se culparon por el maltrato sufrido. La violencia sexual se reporta en menor medida, pero se cree que es por un factor de pudor, y en palabras de Monsalve, “se confunde con las obligaciones de las esposas” o como se decía antaño, “con las labores propias del sexo”.
“No quedarse en el paper” es el mensaje final de esta académica, cuya crianza estuvo rodeada de mujeres y hombres mayores, lo que definió la ruta que tomaría su profesión. “No queremos que solo sea una investigación” -prosigue-, “queremos que esto se escuche, y que nuestras estudiantes desarrollen sus propias habilidades para no padecer lo mismo”.