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Mitos y Leyendas en la Laguna de Ortices
Doña Juana además atraía a las personas. Cuentan que desde que apareció la laguna surgían de ellas cerdos y bebés de oro que bajaban al pueblo pero que nadie podía coger. También en la noche del jueves santo, si se paraba uno sobre una piedra blanca de la laguna aparecía frente a los ojos de las personas un pueblo entero hecho en oro. Todas las montañas se llenaban de casas como si fuera Bogotá, así de grande. También seducía a las mujeres con sus juncos llenos de flores hermosas, las más hermosas que hayan visto por estas tierras, entonces cuando las mujeres trataban de coger las flores, los juncos las atrapaban y las ahogaban. Pero pasó que un día que llegaron unos gringos al pueblo y enterándose del oro empezaron a investigar al respecto y encontraron piedras cargaditas en oro y esmeraldas que se llevaron para su país. Desde entonces las criaturas y la ciudad de oro dejaron de aparecer. Pero la laguna seguía siendo brava, más brava que nunca.
Sucedió entonces que, como para esa época no había iglesia ni cura en el pueblo, tenía que bajar el padre de San Andrés hasta El Rodeo una vez cada año. El padre venía para realizar los bautizos y los matrimonios, oficializaba la eucaristía y partía de nuevo. Una vez, terminadas sus labores en el pueblo, el padre cogió camino rumbo a San Andrés junto con un niño chiquito que hacía de sacristán. Entonces la laguna, furiosa atacó el padre y al niño tragándose al pequeño. El padre para calmarla le arrojó el cáliz y el cinto y con esto la laguna dejó de ser brava para siempre. Sin embargo aquel niño nunca más se volvió a ver por allí.
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Tambien se comenta que el padre la reconocía porque era una viejita pequeña de trenzas largas y negras que siempre cargaba una gotica de agua bajo el mentón, ahí Doña Juana llevaba el agua encantada de la laguna. También cuentan que una vez otro padre bajó hasta la laguna para hablar con doña Juana, entonces ella le dijo que quería irse de ahí, llevarse la laguna a otro sitio pero que para eso necesitaba su permiso porque es él quien mandaba ahora en estas tierras. Entonces el padre le dijo que le permitiría irse y llevarse la laguna en una cascarita de huevo pero con la condición de que devolviera el cáliz, el cinto y el niño a su lugar correspondiente.
Doña Juana se puso brava y sentenció: el es mi hijo, yo lo he criado desde que era un niño, es un hombre que me pertenece, y nunca se lo voy a devolver. Entonces el padre, sin ningún rastro de miedo contestó: si no me das al niño nunca te irás de acá, vivirás siempre en este valle y entre estas montañas.
Aún así, otras personas en el pueblo cuentan que la laguna todavía quiere irse, quiere volver con su esposo y su hija y que por eso, en algún momento se desbordará y saldrá buscando a su familia llevándose a su paso todo lo que se le interponga.
