Unidiversidad 3

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M A R Z O - M A Y O

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U N I D I V E R S I D A D

B U A P

R E V I S TA D E P E N S A M I E N T O Y C U LT U R A D E L A B U A P • N Ú M E R O 3 • M A R Z O - M AY O 2 0 1 1 • $ 2 5 . 0 0 P E S O S

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• Macario Schettino:

aún no fallido

• Enrique Serna:

fallido

• Héctor Zagal:

Ironía y Bicentenario

• Natalia Pérez-Galdós:

Un Estado ideal

• Rogelio Guedea:

El Estado de los intelectuales


Zapatos viejos, fotografĂ­a de Faustman/Pere Navarro


N

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M

E

R

O

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Macario Schettino Enrique Serna Héctor Zagal Cristina Rivera Garza Natalia Pérez-Galdós Rogelio Guedea Juan Carlos Canales Ignacio Padilla Víctor Reynoso Luis Felipe Lomelí César López


Í

N

directorio

Dr. Enrique Agüera Ibáñez Rector Dr. Ramón Eguíbar Cuenca Secretario General Dr. Jorge David Cortés Director de Comunicación Institucional Pedro Ángel Palou Director

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P ARANINFO Un Estado aún no fallido Macario Schettino

10 ¿Fallido o podrido? Enrique Serna

Miguel Maldonado Subdirector

15 La ironía literaria

Germán Montalvo César Susano Diseño Javier Velasco Distribución y comercialización Juan Gerardo Sampedro Ricardo Cadena Corrección

contra el optimismo del Bicentenario Héctor Zagal

23 El Estado sin entrañas

Alfredo Godínez Reseñas estudiantiles

Cristina Rivera Garza

consejo editorial

D C ULTURA BUAP 41 César López

P LURAL

48 En/cadenados o el intelectual mexicano hoy Rogelio Guedea

50 Del archivo a la traducción

Juan Carlos Canales

58 Relato del soñador cautivo Ignacio Padilla

Rafael Argullol Jorge David Cortés Moreno Luis García Montero Fritz Glockner Corte Michel Maffesoli José Mejía Lira Francisco Martín Moreno Edgar Morin Ignacio Padilla Alejandro Palma Castro Eduardo Antonio Parra Herón Pérez Martínez Francisco Ramírez Santacruz Miguel Ángel Rodríguez Vicenzo Susca Jorge Valdés Díaz-Vélez René Valdivieso Sandoval Javier Vargas de Luna David Villanueva

29 1915, de Manuel Gómez Morin

Xóchitl Campos y Diego Velásquez

35 Bienvenido al paraíso Bio

Natalia Pérez-Galdós

63 Retorno a Gutenberg

Víctor Reynoso

66 Los mapas y lo políticamente incorrecto

Luis Felipe Lomelí

Número de certificado de licitud de título: en trámite Número de certificado de licitud de contenido: en trámite

REVISTA DE PENSAMIENTO Y CULTURA DE LA BUAP • NÚMERO 3 • MARZO-MAYO 2011


I T ALLER

C 77

E

Velasco sí que puede explicarlo todo

Música

72

Carlos A. Morales

Gravedad Cero o de la Lezama Lima o el azar

comedia musical

Guillermo Espinosa Estrada

77

concurrente

Joaquín Gálvez

Videojuegos

73

La cultura de los juegos de video Naief Yehya

Ciencia

74

Desafiando el clásico paradigma de la investigación científica

Gerardo Abreu Pederzini

Libros

75

De la banana a la esclavitud

Adrián Emmanuel Méndez Gómez

76

El menú del Bicentenario Monserrat A. Báez Hernández

Pinocho Fotografía de Asi75er, Flickr



Macario Schettino *

E

l Estado no es sino una estructura que ordena una sociedad. Su existencia es necesaria para cualquier grupo superior a los cien individuos, aunque se ha hecho común hablar sólo de Estado bajo circunstancias más limitadas. Hay dos funciones sociales que se suponen exclusivas del Estado: la seguridad nacional y la impartición de justicia.

El origen de estas dos funciones, y su asociación al Estado, son sin embargo producto histórico, especialmente europeo. La reconstrucción del espacio posterior a la caída del Imperio Romano se centró precisamente en la aparición de pequeñas sociedades, cada una con alguien encargado de proveer la seguridad de la sociedad en su conjunto y de resolver las disputas internas. En el siglo xx se han agregado a estas funciones del Estado otras, más polémicas, que van de la obligación de proveer educación, y a veces salud, a la sociedad en pleno, a garantizar un ingreso a todos los adultos. Al conjunto se le suele llamar Estado de Bienestar, aunque se trate siempre de conjuntos que varían entre países. El Estado es entonces una estructura de poder que se impone en una sociedad para garantizar la sobrevivencia de ésta. Por eso la función de seguridad nacional. Y también por eso la función de impartición de justicia, que en el fondo no es sino el intento de impedir que conflictos internos crezcan lo suficiente como para derrumbar a la sociedad. Malas noticias

Si partimos entonces de una definición tan básica como la presentada, es evidente que México no tiene un problema de Estado fallido. La seguridad nacional sigue en manos del Estado, y en la inmensa mayoría del territorio nacional, la justicia sigue siendo impartida por agencias estatales. Igual de mal que lo ha sido siempre, si acaso. Es también indudable que en algunas regiones hay competidores en esta segunda función: grupos que “imparten justicia” según sus propios códigos, sean éstos grupos del crimen organizado o “municipios autónomos”. Pero no hay forma de extender esta situación al grado de hablar de un Estado fallido en el caso de México. Para la gran mayoría de los mexicanos, la violencia sólo se ha incrementado en los medios de comunicación. Quienes viven en el centro de México siguen sufriendo atracos y robos, pero muy rara vez enfrentan directamente un evento como los que cotidianamente ocurren en otras regiones, con un alto costo en vidas humanas. No hay, pues, Estado fallido alguno. Lo que sí hay es una UNIDIVERSIDAD

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amenaza a la seguridad nacional, y zonas enteras en donde la impartición de justicia no está por completo en manos del Estado. Si este tipo de amenazas crecieran sin control, en algún momento futuro podría entonces hablarse de ese Estado fallido, pero nos encontramos aún muy lejos de esa situación. Lo que vive México no es un Estado fallido sino la ausencia de un régimen político. Un régimen es el conjunto de reglas y valores que determinan el acceso,

(por eso la afirmación con que inicia este artículo). En grupos mayores, es necesario que exista una tercera persona que obligue a un comportamiento tal que impida el daño. Ése es el Estado. Cuando éste deja de funcionar adecuadamente, los “dilemas del prisionero” y otros fenómenos de interacción provocan pérdidas sociales. Se vive cada vez menos bien. Esto es lo que perciben muchos acerca de México, y que han dado en llamar Estado fallido, de forma inadecuada.

uso, distribución y abandono del poder. Cuando no hay régimen, cuando no hay un acuerdo básico acerca de los valores fundamentales de la Nación, o de las reglas básicas acerca de la delimitación del poder, entonces lo que tenemos es un deterioro paulatino y constante de la vida en sociedad. El Estado existe, pero deja de tomar decisiones y de establecer reglas claras a quienes forman parte de la sociedad. Sin estas reglas claras, el comportamiento de los individuos se va haciendo cada vez menos “social”. Como sabemos, para que la vida en sociedad resulte menos mala que la vida en aislamiento, es necesario romper con diversas fallas de interacción. Por ejemplo, el muy conocido “dilema del prisionero” establece que la interacción entre dos personas que buscan cada una su propio bienestar, llevará a una situación en donde ambas pierden. Aunque este fenómeno puede ser superado en la vida cotidiana, el ser humano sólo puede hacerlo en grupos menores a cien personas

México ha sufrido este tipo de ausencia de régimen, por un tiempo largo, sólo en dos ocasiones. Primero, frente al derrumbe del imperio español, que aquí llamamos Independencia. De 1822 en adelante, México no pudo construir un régimen político funcional, de manera que la vida social se fue derrumbando, hasta llevar a la pérdida de buena parte del territorio. En ese momento se pudo hablar de un Estado fallido, 25 años después del fin del régimen anterior. El primer régimen mexicano es el fundado por Benito Juárez, la República Restaurada, continuado por Porfirio Díaz, y también por Carranza, Obregón y Calles. Durante el periodo llamado “Revolución” no hay Estado fallido. Ni siquiera hay ausencia prolongada de régimen. Hay, sí, una disputa por apropiarse del régimen, que es diferente. El régimen de la Revolución Mexicana, fundado por Lázaro Cárdenas, funcionó adecuadamente por varias décadas. Inició su caída con la crisis económica de 1982, que fue de magnitud tal que rompió acuer-

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dos políticos implícitos. El proceso de fin de régimen se acelera a partir de 1986, cuando se suma una nueva crisis económica a la efervescencia social resultante de los terremotos en la ciudad de México y al fraude electoral en Chihuahua. En 1997, cuando el PRI pierde el control de la Cámara de Diputados, termina el régimen de la Revolución. Ese régimen consistía en una presidencia que había sustituido al “hombre fuerte” del régimen

pueden considerarse jurídicos, van llegando a una Suprema Corte independiente, que los va resolviendo como puede, al ritmo natural del Poder Judicial, que se mide en años. Otros conflictos, más políticos, no tienen ya quien los resuelva, y se trasladan al Congreso, en donde se neutralizan unos con otros dando como resultado la parálisis de la que todo mundo se queja. Mientras tanto, los grupos sociales continúan su vida, es decir, sus interacciones plagadas de fallas, y

anterior (la República de Juárez), que concentraba toda la tensión política del sistema. En consecuencia, el presidente era el jefe del Congreso, los gobernadores, y los grupos, o corporaciones, que ocupaban prácticamente toda la sociedad. En el momento que la Cámara de Diputados deja de seguir las instrucciones del presidente, todo el resto del aparato se colapsa. Así, los gobernadores dejan de considerar al presidente como su jefe, y lo mismo hacen las corporaciones, que se “independizan”. Desde el primero de septiembre de 1997, el presidente ya no es el “hombre fuerte”, ni la piedra angular del sistema político. Éste, sin esa piedra, se derrumba. Las reglas y valores del viejo régimen dejan de funcionar, sin que hubiesen sido sustituidas todavía por reglas democráticas plenas. Las elecciones funcionan, pero poco más que eso. En el régimen de la Revolución, los conflictos internos del país eran resueltos por el presidente. Desde 1997, esto ya no ocurre. Algunos conflictos, los que

las van resolviendo como pueden. Algunos grupos, en el margen de la legalidad o plenamente ilegales, empiezan a establecer sus propios sistemas de justicia y resuelven sus conflictos como lo ha hecho el ser humano en la mayor parte de su historia: violentamente. El creciente número de conflictos y la ascendente violencia encuentran ahora medios de comunicación que rápidamente los multiplican.Y entonces hay quienes hablan de Estado fallido. Pero no es así. El problema de fondo es la ausencia de régimen, que va deteriorando la vida en sociedad. Puesto que no hay valores claros de la Nación, no hay, como se dice coloquialmente “rumbo”. De los valores del viejo régimen quedan todavía muchos exponentes. El Nacionalismo Revolucionario no muere fácilmente. Para millones de mexicanos, es cierto que el resto del mundo abusa de nosotros, es cierto que los empresarios son sanguijuelas que explotan a los trabajadores, es cierto que el futuro de México está en el campo y

Zoológico, ilustraciones de Orlando Larrondo

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el petróleo. Los valores de la democracia, en cambio, han crecido poco, los mexicanos no se acostumbran aún al valor del voto, a la importancia de la libertad, a la incertidumbre que va con ella. Puesto que no sabemos bien adónde queremos llevar a México, no hay decisión alguna que guste a todos. No compartimos una idea común, de forma que no sabemos si queremos más Estado o más mercado, si queremos más restricciones o más libertad, si queremos más comercio

Escuela Autónoma Zapatista, Chiapas, fotografía de Simona Granati

con el resto del mundo, o una soberanía autárquica aunque sea con menor nivel de vida. Sin saber qué queremos hacer del país, no hay manera de que se puedan tomar decisiones de fondo, pero esto se agrava cuando, además de no tener valores comunes, no tenemos tampoco reglas que todos aceptemos. Evidentemente, esto segundo es resultado de lo primero: no puede haber reglas comunes cuando no hay creencias comunes. Sin embargo, aun si lográsemos tener estas creencias o valores aceptables para todos, no necesariamente las reglas serían igualmente aceptadas. Regreso a las fallas de interacción. Podemos imaginar lo que ocurre en México hoy como un gran “dilema del prisionero”. Diversos grupos, que buscan cada uno mejorar su circunstancia, interactúan entre sí. 8

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Como dice el teorema, lo que ocurrirá es que todos acabarán mal. La única forma de evitar que esto ocurra es que haya una tercera parte que les ayude a cooperar, en lugar de enfrentarse. Eso era el viejo régimen, y eso será el nuevo régimen, cuando exista. Mientras esto no ocurra, al no existir esta tercera parte, todos los grupos, al interactuar con los demás, acabarán perdiendo un poco. Perdemos todos, por ejemplo, en nuestra interacción con el snte. Un pésimo sistema educativo que da como resultado generaciones enteras de analfabetos funcionales. Pero pierde el snte con esto, porque va destruyendo la base de respeto social que tenía la educación, y porque va destruyendo la base fiscal que sostiene sus prebendas. Lo mismo ocurre cuando la interacción es con pemex, o con la cfe, o cuando ocurre entre privados, con telmex, Televisa, o quien sea. Cada uno intenta abusar del otro, pensando que con eso gana. Poco a poco, todo el sistema se va destruyendo. Eso es lo que ocurre cuando no hay un régimen político funcional. En el 2012 México cumplirá quince años sin un régimen político. En esos quince años, no se han podido tomar decisiones de fondo. Seguimos viviendo de las decisiones previas. La apertura económica de los primeros años noventa nos permite hoy tener un lugar en los mercados internacionales. No un lugar de privilegio, pero alcanza para comer. La apertura política previa a 1997 nos ha dado las instituciones con las cuales medio resolvemos problemas: un Banco de México autónomo (que sostiene lo único en que somos bien evaluados internacionalmente: la estabilidad), una Suprema Corte que va resolviendo algunas disputas, y el ife y la cndh, con sus sistemas locales, que se van deteriorando año tras año. Hemos podido sobrevivir a estos quince años de deterioro porque tuvimos un colchón económico: el petróleo. Desafortunadamente, éste dejará de aportar los recursos que nos han permitido sobrevivir sin enfrentarnos violentamente. Dejará de hacerlo en algún momento futuro, pero ya no muy lejano. Tal vez dos o tres años más. Es decir, podremos llegar en condiciones aceptables a las elecciones de 2012, pero ya no tendremos mucho tiempo más. En consecuencia, la elección de 2012 es determinante. Si mediante esas elecciones es posible iniciar la construcción de un nuevo régimen, México tendrá futuro. Si en 2012 volvemos a discutir solamente acerca de los personajes que desean la presidencia, si nos quedamos en la coyuntura, entonces quien gane recibirá el peor regalo de su vida: un país que se derrumbará muy rápidamente. Un país que, ahora sí, será un Estado fallido.



*Enrique Serna

¿Fallido o E

n el Tercer Mundo hay muchos países más pobres que México, pero ninguno tiene una delincuencia tan sanguinaria y poderosa como la nuestra. Los defensores del actual modelo económico han utilizado este argumento para negar que la creciente miseria del pueblo sea la principal causa de nuestra catástrofe delictiva. En efecto, la tragedia que estamos viviendo no obedece exclusivamente a factores económicos, pero tampoco se puede deslindar de ellos. México es un país único en su género, porque en ninguna parte del mundo se atropella la ley con menos riesgo.

En doscientos años de vida independiente no hemos logrado construir un verdadero Estado de Derecho, el poder judicial es un enmarañado nido de ratas, y en todos los niveles de gobierno (municipal, estatal y federal) las policías están infestadas de hampones que trabajan para los grandes imperios del crimen. Nuestra naciente democracia ha sido un fracaso absoluto en materia de combate a la corrupción gubernamental. En Perú, un país que hasta hace poco parecía más atrasado que el nuestro, el ex presidente Fujimori ya fue juzgado y encarcelado por terrorismo de Estado y malversación de fondos públicos. En México, por el contrario, los gobiernos panistas no han sido capaces de echarle el guante a ningún gobernador corrupto, aunque Arturo Montiel, Ulises Ruiz, Mario Marín y Fidel Herrera hayan hecho más méritos que Fujimori para caer en prisión. Ningún político hace favores gratuitos. ¿A cambio de qué los han protegido? 10

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Los gobiernos de la alternancia nunca se atrevieron a desmantelar el aparato corporativo del viejo régimen, que sigue siendo el sostén más firme de la podredumbre institucional. El paupérrimo nivel de la educación pública nos avergüenza ante los ojos del mundo, pero Elba Esther Gordillo, la principal responsable de haber convertido al magisterio en un ejército de mapaches electorales, tiene ahora más poder que en tiempos de Salinas o Zedillo. Las mafias enquistadas en la administración de pemex ordeñan miles de litros de combustible todos los días y su negocio ya está dejando un reguero de muertos. En cualquier país civilizado, la tragedia de San Martín Texmelucan le hubiera costado el puesto a Juan José Suárez Coppel, el director de la paraestatal, pero aquí nadie lo ha llamado a rendir cuentas. Lo mismo sucedió con la tragedia de la guardería abc en Hermosillo, en la que no hubo ningún responsable de alto nivel. El presidente Calderón ha refrendado el viejo contubernio del


podrido? poder con la oligarquía, eximiendo de pagar impuestos a grandes consorcios. El año pasado, la Secretaría de Hacienda se negó a revelar la identidad de los mayores evasores de impuestos del país, culpables de adeudar al fisco 74 mil millones de pesos, a pesar de que el ifai exigió divulgar esa información. Con las televisoras, el gobierno ha sido todavía más complaciente. Desde los tiempos en que el Tigre Azcárraga se ufanaba de ser “soldado del presidente”, la relación del poder económico y el político ha dado un vuelco de ciento ochenta grados, pues ahora el presidente Calderón se comporta como un soldado raso de Televisa, y le otorga nuevas concesiones multimillonarias a precios de ganga, a pesar de que la televisora promueve sin pudor la candidatura de su aparente enemigo Enrique Peña Nieto. ¿Algún negocio inconfesable lo ata de manos para impedir la recaída del país en la dictadura? La insurrección criminal que ya se apoderó de Tamaulipas, Coahuila, Michoacán, Durango y Nuevo Mario Marín, Ulises Ruiz y Arturo Montiel

León no es un fenómeno ajeno a la rapacidad de nuestra élite política y económica, sino una consecuencia directa de ella, pues como dice el refrán chino, el pez se pudre desde la cabeza. Las cloacas revientan por el flanco más débil de un régimen y hubiera sido ingenuo esperar que nuestros seis millones de “ninis” aceptaran mansamente su miserable destino en un país donde sólo recibe castigo el 2% de los delitos denunciados al ministerio público. Lo raro es que con esos índices de impunidad sólo delinca una mínima parte de la población. En otras sociedades injustas, pero con gobiernos disciplinados y respetuosos del Código Penal, los grandes contingentes humanos condenados a la miseria tienen cerrada la puerta de la delincuencia, como sucedía, por ejemplo, en la España de Franco. Pero en un país donde ciento cincuenta reos se pueden fugar de un reclusorio en un santiamén, y la directora de un penal permite que los internos salgan de noche para cometer asesinatos UNIDIVERSIDAD

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masivos, la amenaza de caer preso no puede disuadir a ningún criminal en potencia. La estrategia de lucha contra el narco está viciada de origen, pues Calderón sólo pretende combatir a los principales capos del narcotráfico, dejando impune a la crema y nata del hampa, es decir, a sus aliados políticos y económicos. La ciudadanía estaría de plácemes si por cada captura de un narco importante se anunciara también el encarcelamiento de un senador, un diputado o un banquero, pero el gobierno no se atreve a mover un dedo contra esos intocables, por temor a darse un balazo en el pie, como dice el politólogo José Antonio Crespo. El Niño Verde autorizó a un subordinado de su partido para que cobrara dos millones de dólares por conceder un permiso de suelo ilegal en una playa de Cozumel. Todos vimos el video donde autorizó el peculado y sin embargo el junior tracalero sigue en libertad, gozando de infinitas prebendas. ¿Con qué autoridad moral puede perseguir el gobierno al Mayo Zambada, al Chapo Guzmán o la Tuta, si Carlos Salinas de Gortari, señalado por su hermano Raúl como beneficiario directo de sus latrocinios, se pavonea en los cocteles de sociedad después de haber saqueado arteramente al país? En la revuelta nihilista del crimen organizado hay un ingrediente de rencor social que nadie debería soslayar. En noviembre pasado, un reportero preguntó a un joven sicario de Ciudad Juárez si no le daba miedo morir acribillado, y el muchacho respondió: “Nosotros nacemos muertos”. Cuando la desesperación de la masa llega a esos límites, la necesidad de un cambio político deja de ser un asunto de preferencias ideológicas para volverse una cuestión de vida o muerte. Una parte de la izquierda mexicana esperaba que las masas pauperizadas se alzaran en armas en 2010, pero la propia incapacidad de la izquierda para encauzar el descontento popular ha provocado un estallido de anarquismo egoísta que ya cobró treinta mil víctimas y puede alcanzar las proporciones de una guerra civil. El subsuelo de la sociedad no es ajeno a lo que sucede en la cima del poder: los parias armados hasta los dientes que imponen su ley a punta de metralleta son imitadores salvajes de los rufianes incrustados en el gabinete, el congreso y la cúpula empresarial, que han medrado desde siempre con la ilegalidad. La única manera de sanear al país sería combatir simultáneamente a la vieja y a la nueva mafia en el poder, pero por desgracia, la escalada terrorista del narco ha coincidido con un largo periodo de apatía ciudadana. Tamaulipas es un estado sometido a un régimen de terror, donde los zetas mandan por encima 12

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de la autoridad política, y sin embargo, sus habitantes votaron una vez más por el PRI en las elecciones de 2010. ¿Nadie sospecha que hay una alianza entre los zetas y el PRI, o la aceptan como una fatalidad? Se merecen vivir como viven y morir como mueren, porque su indolencia raya en el masoquismo. El asesinato de Marisela Escobedo en diciembre pasado se hubiera podido evitar si la sociedad mexicana hubiera alzado enérgicamente la voz cuando los jueces Catalina Ochoa, Netzahualcóyotl Zúñiga y Rafael Boudid liberaron al pistolero Sergio Barraza, el asesino confeso de su hija Marisol Fraire. El video en que Marisela escucha la sentencia de los jueces y monta en cólera debió de haber exasperado a todos los mexicanos. Pero los


noticieros no le dieron difusión hasta después de su muerte y la noticia pasó inadvertida entre las crónicas de matanzas que nos desayunamos a diario. Tenemos una grave responsabilidad en este crimen, por no haber exigido a tiempo un castigo ejemplar para el trío de sabandijas que dejaron en libertad al doble asesino. Pero lo peor de esta pesadilla es que la capacidad de indignación ciudadana parece agotada, y sólo nos preocupa ya salvar el pellejo en medio del pandemónium. ¿Permitiremos cruzados de brazos que veinte mil inmigrantes centroamericanos sean secuestrados cada año con la complicidad del Instituto Nacional de Migración? Para salir del hoyo necesitamos hacer simultáneamente la revolución legalista de Madero y la Derrame de combustóleo en San Martín Texmelucan. Imagen tomada de la página diario.latercera.com

revolución social de Zapata (cualquiera de ellas por separado no resolverá los problemas del país), pero la táctica del avestruz que siguen millones de mexicanos puede traer al pri de regreso a Los Pinos. El miedo debería de provocar un deseo de salvación, no orillarnos al suicidio. El desastre delincuencial de México no surgió de la noche a la mañana: se fue gestando lentamente durante los setenta años del régimen corporativo. Los dinosaurios y sus jóvenes discípulos nos legaron un país devastado por el atropello sistemático de la ley a favor de los poderosos. Son ellos, y sus aliados del pan, los responsables históricos de que el crimen nos tenga con la soga en el cuello, la pistola en la sien y el machete en la nuca. UNIDIVERSIDAD

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La ironía literaria contra el optimismo del Bicentenario Héctor Zagal * Los bárbaros en la puerta de Roma

A

hora que acaba el 2010, me ha dado por recomendar un brevísimo relato de Kafka. Se llama “Un viejo manuscrito”. Narra la caída del Imperio Romano desde el punto de vista de un artesano. Los bárbaros han tomado posesión de Roma, sin que el emperador, recluido en su palacio, protegido por los pretorianos, impida los desmanes de los invasores. Las primeras líneas me parecen de una actualidad aterradora:

Se deben haber descuidado muchas cosas en la defensa de nuestra patria. Dedicados a nuestro trabajo, nunca lo pensamos, pero nos inquietan los últimos sucesos. Yo tengo un taller de zapatero en la plaza, enfrente del palacio imperial. Al alba, cuando abro el taller, ya veo repletas de gente armada las bocacalles de esta plaza. No son nuestros soldados, desde luego, sino nómadas del norte. De modo inexplicable, han llegado a la capital, aunque esté tan lejos de la frontera. Lo cierto es que están aquí; y cada día aparecen más. Fieles a su naturaleza, acampan al aire libre, pues aborrecen las casas. Pasan su tiempo afilando las espadas, aguzando las flechas y haciendo ejercicios con los caballos. Han convertido esta plaza, en otros tiempos tranquila y limpia, en un auténtico establo. Salimos furtivamente de nuestros establecimientos para retirar el grueso de la inmundicia, pero lo hacemos cada vez menos, porque es un esfuerzo inútil y corremos el riesgo de caer bajo

los cascos de los caballos salvajes, o de que nos hieran con los látigos. No se puede hablar con los nómadas. Ignoran nuestra lengua y casi no poseen una propia. Entre ellos se entienden a la manera de los grajos. Siempre se oyen esos chillidos. Nuestras costumbres e instituciones les parecen tan incomprensibles como carentes de interés.

El final del relato es aún más desalentador. Se puede palpar el vacío de autoridad y la impotencia del hombre de la calle. El zapatero escribe:

Ceremonia del Fuego nuevo Imagen tomada de la página www.fusioncomunicacion.com.mx

Creí ver al Emperador, en una de las ventanas del palacio; jamás se deja ver en los aposentos que dan al exterior, pues vive retirado en el jardín más recóndito; pero esta vez, al menos así me pareció, estaba de pie junto a la ventana, cabizbajo, contemplando el desorden. UNIDIVERSIDAD

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co y el entrenador no adulan a la persona con falsas esperanzas y con remedios engañosos. No prometen normalizar los triglicéridos utilizando unos zapatos milagrosos. El médico honrado prescribe lo necesario para vivir saludablemente: dieta sobria y ejercicio, nada de esos productos “maravillosos” que “garantizan” la figura atlética sin esfuerzo. En el original griego, el término therapeia brilla más: significa cuidar, no sólo restablecer la salud, sino preservarla y desarrollarla. Médico y gimnasta cuidan del alma porque le permite conservar la armonía corCuando di con este texto, poral, que no otra cosa es no pude menos que pensar la salud. El cosmetólogo y en el México del Bicenteel gastrónomo son pseudo nario: el de los poderosos terapeutas del cuerpo: no que se guarecen en sus le prescriben a la persona camionetas negras blindalo que ésta necesita, sino lo das, rodeados de guardaque a ella le apetece. Aduespaldas de trajes oscuros lan al paciente con placey el México donde los deres, evitándole cualquier lincuentes —pequeños y clase del cuerpo. El resulgrandes— se pasean imputado: no provocan la salud nemente por las calles. ¿Y verdadera, sino una mera nosotros qué podemos haapariencia, un remedo de cer? ¿Por qué se nos pide ella. Platón prosigue con la a nosotros, profesores y analogía. Así como existe escritores, que salvemos una terapia y una pseudo a la patria? Yo hice lo que terapia del cuerpo, las hay estaba a mi alcance. Escribí también del alma. El auténKafka una novela irreverente, irótico terapeuta del alma se nica y sarcástica: La cena del empeña en conseguir la arbicentenario, que me costó monía psíquica, que no es la invitación a los eventos oficiales y las caras agrias otra cosa que la justicia. Por ello, las leyes y la política de algunos personajillos. Corrí el riesgo y me alegra son verdadera terapia del alma. La aplicación de las haber provocado esa reacción entre quienes se alleyes educa el alma y, en caso de enfermedad, la coquilaron como Virgilios del Augusto en turno. Lo sé: rrige con el castigo. Castigar es rehabilitar. escribir no transforma el mundo. Pero escribir sí que Por contraposición, el retórico y el sofista adudespierta a las inteligencias y para cambiar el mundo lan a los ciudadanos; en lugar de prescribir lo que el hemos de despertar del aletargamiento en el que espueblo necesita de verdad, le dan lo que éste apetetamos sumidos. Fue mi aportación como zapatero. ce. El resultado, como es de esperar, es desastroso: la descomposición social. La actividad del sofista es Verdad, libertad, crítica especialmente disolvente, pues al igual que el cosmetólogo, puede esconder la podredumbre moral La filosofía griega y la sabiduría semítica enseñaron debajo del maquillaje de sus discursos. En opinión de que mientras la verdad libera, el error y la mentira Platón, el sofista oculta con sus embelesos lógicos la esclavizan. El diálogo platónico Gorgias explora esta injusticia personal y la injustica pública. Los discursos idea utilizando la analogía entre la medicina auténtidel sofista anestesian la conciencia del ciudadano y de ca y la charlatanería de los curanderos. La medicina y la polis. Según Platón, Sócrates encarnó al filósofo la gimnasia son auténtica terapia del cuerpo. El médicomprometido con la verdad. El mismo Sócrates ¿Qué será de nosotros? —nos preguntamos—. ¿Hasta cuándo soportaremos esta desgracia y este tormento? El palacio imperial ha atraído a los nómadas y ahora no sabe cómo sacárselos de encima. El portón permanece cerrado. La guardia, que antes salía y entraba pomposamente, se guarece detrás de las ventanas enrejadas. A nosotros, artesanos y comerciantes, se nos confía la salvación de la patria; pero no nos sentimos a la altura de semejante empresa; jamás nos hemos jactado al respecto. Es un mal entendido que nos destruye.

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concebía su propia tarea en la polis como la del tábano en el lomo del caballo. Sócrates pica insistentemente sobre el alma de Atenas, para impedir que la ciudad caiga en la autocomplacencia. Su misión es, en otras palabras, la de intelectual crítico. Cuando los sofistas y los retóricos adormecen al pueblo de Atenas, impidiéndoles contemplar la realidad, Sócrates los despierta con su crítica. Las preguntas de Sócrates protegen al pueblo de las palabras aduladoras de los hechiceros de la palabra. Sabemos el desenlace biográfico de Sócrates. Su afán de verdad le ganó la antipatía de los atenienses. Murió ejecutado so pretexto de impiedad y de corromper a la juventud. Era lógico que acabara así, cuando se la pasaba desenmascarando a los poderosos y a los petulantes frente a los jóvenes atenienses.

cena. Convidé a una veintena de amigos: chilorio, mole poblano, cochinita pibil. Escuchamos mariachis, boleros, danzones y acabamos con la “Cumbia metalera”. Luego conversamos sobre la apoteosis del zócalo capitalino. Los invitados se retiraron paulatinamente. A las tres de la madrugada, quedábamos cuatro. Hastiados de tequila, abrimos un whisky. Entonces, afloraron las críticas: “En 1910, Porfirio Díaz inauguró la Universidad Nacional, ¿qué institución cultural nos deja Calderón?”, preguntó uno. “¿Qué sentirán los 10 millones de mexicanos que viven del otro lado”, apuntó otro, jaibol en la mano. Para no quedarme atrás, saqué de mi librero Los bandidos de Río Frío y cité un par de párrafos previamente subrayados. En el primero, le dan cuenta al gobernador poblano de la inseguridad del camino entre Puebla-México, la ruta El optimismo más importante del país como evasión allá por el siglo xix: “Señor gobernador, ya es un es¿Por qué traigo a cuento cándalo lo que pasa en las esta reflexión con ocasión diligencias. No hay día que del Bicentenario? Para resno las roben. La cuadrilla ponder, contaré otra hisde los enmascarados se ha toria. Oswaldo, fanático de apoderado del monte y se Porfirio Díaz internet, se quejaba conaumenta cada día.” La desmigo de los twitters y status cripción es de una actualique criticaban el Bicentedad espeluznante. Y, por si nario en pleno festejo del 15 de septiembre: “Es acfuese poco, capítulos más adelante, Payno describe el titud de intelectuales amargados. ¡Es el cumpleaños ambiente de la Ciudad de México en unos términos 200 de México! A la hora del Grito hay que comer dignos de cualquier periódico de estos días: rico, beber fuerte, bailar mucho y, eso sí, no manejar”. En cuanto a la capital, nada en particular; inundada y Confieso que seguí su consejo y a eso de las siete de llena de lodo en tiempos de agua, y de polvo y de bala noche del 15, puse a enfriar las cervezas, prendí la sura en la seca, la iba pasando. Los empleados gastando televisión y me puse a inflar globos tricolores junto tiempo en almorzar en sus oficinas (…), el patio del con mi familia. Mi madre había preparado pozole y Palacio lleno de viudas y retirados, y los corredores chiles en nogada, así que no fue difícil incorporarme transitados por oficiales y generales con uniformes de al ambiente festivo. Me encantaron los fuegos artifitodos colores. ciales, los bailes regionales y el espectáculo multimedia en la fachada de la catedral metropolitana del DF. Las fiestas distraen y distienden. Evasión rima con diAl otro día, llevé a mi pequeño Omar al Paseo de versión. Además, las fiestas cívicas fomentan el naciola Reforma. Sorprendentemente, hallamos una banca nalismo (que, por cierto, rima con fascismo). No me vacía frente al Ángel para presenciar el desfile. Las parece mal del todo eso de la evasión. Los mexicanos chicas casi se desmayan cuando desfilaron los rusos. necesitamos distraernos de vez en vez. No podemos Tras la parada militar, regresé a casa para preparar la UNIDIVERSIDAD

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vivir con la cabeza metida en el estercolero de la violencia y la injusticia. Pero, ¿de qué sirven los fuegos pirotécnicos cuando la décima parte de nuestra población emigró a Estados Unidos porque aquí no hay trabajo? En mi círculo de conocidos, han asesinado a cinco personas para robarles. ¿Sus viudas se consolarán con los bailes folclóricos? pemex anuncia que importará petróleo crudo, ¿para qué quiero un “Coloso” si la gasolina es cara? Según los resultados de la prueba Enlace, nuestros jóvenes no saben leer ni razonar matemáticamente y, para colmo, también retrocedieron en historia nacional. El nivel de ingresos de la clase media y de la clase baja continúa deteriorándose. El sistema de salud pública se resquebraja; el de pensiones dista mucho de desear (revisen su estado de Afores y mediten si con eso vivirán en la vejez). En fin, como se ve, arruiné la reunión citando a Payno. Mis amigos se echaron el trago de “Hidalgo” y se largaron. Me quedé con la sala tirada, con un dolor de cabeza, y una cuenta por pagar en la tarjeta. Con todo, no me arrepiento. Fue una diversión moderada por mi sano pesimismo. El 18

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peligro de la diversión es pensar que el mundo es, en verdad, un salón de fiestas. Precisamente por ello, la conmemoración oficial debería de haberse vacunado contra el peligro del optimismo. En otras palabras, debió de haber superado su dimensión retórica. Debimos de haber conmemorado al modo socrático, no al modo retórico y sofista. No me cabe la menor duda de que los desposeídos conocen la realidad mejor que nosotros. La experimentan cotidianamente. Para ellos, la fiesta fue un merecido descanso, un aliento, una distensión. Sin embargo, para la mayoría de nosotros —especialmente para quienes detentan el poder político y económico— el autoengaño acecha. Sócrates palpó la dificultad para liberar a las personas de sus falsas creencias, especialmente cuando se trata de autoridades políticas o morales. Qué difícil es conocerse a sí mismo, qué difícil es reconocer los propios errores. Este ejercicio de autodistanciamiento de los propios errores requiere, en la mayoría de los casos, de un revulsivo, de un mecanismo de contraste que nos permita caer en la cuenta de nuestras equivocaciones. En el diálogo Gorgias, Platón menciona dos


experiencias de contraste: el castigo y la refutación. Ambas nos ponen frente a nuestros errores: errores prácticos en el caso del castigo; errores teóricos en el caso de la refutación. A veces, la refutación no basta para escapar del cerco del autoengaño. No basta con que alguien venga y nos señale nuestras deficiencias. Frecuentemente, el autoengaño y la autocomplacencia incapacitan para ver el error que tenemos a la vista. ¿Qué hacer en esos casos? Sócrates aplicaba la ironía. El irónico desmantela la autocomplacencia del interlocutor a partir de su propio engaño. Creo que fue Luigi Pirandello quien sugirió que el humor contempla al hombre en calzoncillos. Añado yo: y el humor irónico lo desnuda.

¡Don Porfirio va desnudo! Hace cien años Porfirio Díaz presentó ante el mundo a un México desarrollado, industrializado, pacífico, un país civilizado, que hablaba francés y bebía champán. Díaz no escatimó recursos para el Centenario de la Independencia. Los festejos comenzaron el primero

de septiembre con la inauguración del Manicomio General La Castañeda. El martes 6, en la Plaza de la Constitución, se hizo juramento a la Bandera frente a Palacio Nacional. Miles de niños colocaron ramilletes de flores al pie de la bandera. El día 12 se inauguró la Escuela Normal para Maestros (después Colegio Militar), construida en El Rosario. El 15 de septiembre hubo un desfile dividido en cuatro grupos que representaban diferentes momentos de nuestra historia. El 16 de septiembre se celebró el tradicional desfile militar. Seis días más tarde, se inauguró la Universidad Nacional de México: la gran herencia del porfirismo. El Gobierno de México invitó a todos los países con los que sostenía relaciones para que asistieran a las ceremonias. Los primeros días de septiembre, Díaz recibió en audiencias públicas a cada una de las delegaciones. Algunos gobiernos tuvieron bonitas atenciones con México. La colonia francesa ofreció una estatua de Luis Pasteur. Estados Unidos dedicó una estatua de George Washington que fue colocada en la plazoleta de las calles de Dinamarca. El embajador de Alemania obsequió una estatua de Alexander von Humboldt en la Biblioteca Nacional. El día 18, el ministro de Francia en México regresó las llaves de la Ciudad de México, que habían sido puestas en manos del general francés Forey en 1863. El Rey Alfonso xiii, a su vez, devolvió las reliquias de José María Morelos. El representante de España, el marqués de Polavieja, condecoró al Presidente Díaz con la Orden de Carlos iii el 19 de septiembre. El embajador chino regaló al Presidente un ajuar de muebles de ébano, incrustados de nácar, revestidos de seda púrpura. El emperador mandó, también, el “Reloj chino” de Bucareli. La colonia turca, por su parte, aportó el “reloj otomano”. El gobierno de Díaz estrenó una serie de edificios en conmemoración de la Independencia. Se inauguró El Ángel de la Independencia; la Estación Sismológica Central de Tacubaya; el Parque Obrero de Balbuena (con tamales y atoles para la concurrencia); y el Palacio de Relaciones Exteriores (ya desaparecido); y se colocó la primera piedra del Palacio Legislativo (hoy Monumento a la Revolución). Ellos se sumaron a otros tantos, como el Palacio de Correos (1907), que se presentaron como “preámbulos” de los festejos. En pocas palabras: en el Centenario de la Independencia, se echó la casa por la ventana. Pero al final, a partir del 20 de noviembre de 1910, el escenario comenzó a desmantelarse. En poco tiempo, aquella pantalla cayó hecha trizas y quedó al descubierto el cuerpo hediondo: un México consumido por el despotismo y la desigualdad, el México de Valle Nacional,

Festejos del Bicentenario en el Zócalo de la ciudad de México. Imagen tomada de la página www.thelobbyconspiracy.wordpress.com

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de la guerra contra el yaqui y contra los mayas, el de la servidumbre de las haciendas azucareras. A diferencia de lo que sucede en el cuento “El traje nuevo del emperador”, ningún niño se atrevió a gritar “¡El Rey va desnudo!”. Al final, la revuelta armada reveló la verdad a balazos: ¡Don Porfirio y México desfilaban en andrajos!

mente no podemos acostumbrarnos a ello. Ridiculizar: he aquí el arma. Ya que no reaccionamos frente a la denuncia, quizá la risa irónica, la que pone al descubierto la ridiculez de nuestro pasado y de nuestro presente sea el único lenguaje que comprendemos. La mayoría de nosotros somos zapateros, como en el cuento de Kakfa. Poco podemos hacer para expulsar

Desnudez, ironía, autenticidad En el arte griego, la belleza física se encontraba en la desnudez, no en los adornos. Sólo un cuerpo desnudo manifestaba la verdadera belleza, la armonía y la perfección de la carne. Algo semejante ocurre con el alma. Nuevamente, tomo la idea de Platón, del Cármides, para ser más específico. Desnudar el alma significa despojarla de los oropeles retóricos, significa demoler las falsas dignidades, desmontar las mitologías, rasgar las creencias. Durante el Centenario de la Independencia, los cantores oficiales no se atrevieron a desnudar a México, arrancándole sus vestidos parisinos para dejar al descubierto la carne llagada. Nuestra cultura política va cambiando. Afortunadamente, la dictadura de Díaz pertenece al pasado. No obstante, seguimos viviendo en una sociedad aristocrática, autoritaria y vertical. Por ello, la ironía es un momento obligado de la crítica. Si hay algo que eché de menos en la conmemoración oficial del bicentenario fue, precisamente, este toque de humor irónico. Revisemos los programas: imperó la solemnidad, incluso cuando se hicieron dibujos animados y caricaturas. Al final, el estado mexicano apostó por la mitología oficial y por el carácter sagrado de los héroes. Recordemos, si no, la procesión de los huesos de nuestros próceres. Ciertamente, se publicaron muchos y muy buenos libros que nos mostraron a los héroes de carne y hueso. Fue un paso importante en este proceso crítico. Pero, pienso, había que dar un paso más: el de la irreverencia. Jorge Ibargüengoitia marcó el camino hasta el punto que considero Los relámpagos de agosto como un libro clave para comprender la “Revolución”.

Ridiculizar: he aquí el arma El humor irónico e irreverente es el martillazo feroz que astilla el mármol de la mitología oficial. A la vuelta de doscientos años, la ironía es una de las maneras más gráficas de mostrar que sí, que México ha progresado, pero que también hemos hecho algo mal, francamente mal. No es posible que Los bandidos de Río Frío parezca una nota de periódico. Simple y sencillaEl coloso, en las celebraciones del Bicentenario

Parada militar, 16 de septiembre de 2010

a los bárbaros. ¿Cómo llegamos a este estado de cosas? Nos conformamos. Fuimos optimistas. Como ha hecho notar Roger Scruton en su libro Los usos del pesimismo, las falsas esperanzas son muy peligrosas. En toda la parafernalia de la conmemoración del bicentenario huelo un tufillo de optimismo infundado, de falsa esperanza. Ese no es el camino para expulsar a los bárbaros de Roma. ¿Qué nos dejó la fiesta del bicentenario? Gastamos 2,700 millones de pesos en las celebraciones federales. Cada mexicano —incluso niños— hubiésemos podido recibir 2,700 pesos en lugar de show. ¿Valió la pena este nacionalismo folclórico y bullanguero? Ojalá la herencia del bicentenario sea algo más que una cruda, un tiradero y una cuenta por pagar, como la que quedó en mi casa. Ojalá, cuando menos, nos haya dejado una idea en claro: llevamos doscientos años de errores e injusticia. UNIDIVERSIDAD

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El Estado sin entrañas Cristina Rivera Garza *

E

l 29 de noviembre de 1939, una joven paciente que escribía desde el “Pabellón 26 M.4 bis, Altos”, le dirigía un oficio a Rodolfo Faguarda, entonces gobernador del Territorio Norte de Baja California, cuyas oficinas se encontraban en el Palacio de Gobierno de Mexicali. En letra muy bonita, respetando las líneas de los renglones invisibles, la señorita, puesto que así firmaba, le describía en detalle la situación de su salud, que era, al mismo tiempo, la situación de su cuerpo. La situación de sus entrañas:

En virtud de haber esperado más de un año en reposo en este hospital esperando una curación radical y no pudiendo lograrlo, me ha sugerido el Dr. Jefe de este Pabellón le escriba a Ud. Señor Gobernador, anunciándole que es necesario que yo vuelva a la Baja California, que mi enfermedad no quiere ceder pero tampoco avanza, que los análisis de expectoración están siempre negativos, así como los análisis de sangre, metabolismo basal, también negativos. Por otra parte el clima de este lugar me tiene segundo con gripa y una tos rebelde que tiende a ser asmática, y que a pesar de todo no hay peligro de contagio. En cuando al estómago es una constipación crónica. También las manchas blancas son crónicas… No pudiendo hacer algo de mi parte, le pido a Ud., encarecidamente, tome mi asunto de su parte.

El Oficial Mayor firmó el acuse de recibo de esta carta el 30 de noviembre del mismo año, archivándola

con número 14508, en la sección primera, del expediente 852/641.1/856. A lápiz, en los márgenes de la carta original, una mano anónima escribió un día después: “Transcribirlo al C. Secretario de la Asistencia Pública, suplicando le tenga a bien ordenar se atienda a este Gob. informe acerca del estado actual de salud de la enferma así como sobre la necesidad que haya de que deje el Hospital en que se encuentra. Copia a la interesada.” Un par de meses más tarde, el 17 de febrero de 1940, el Oficial Mayor transcribía un oficio dirigido al C. Secretario General de Gobierno del Territorio Norte, en el que se detallaba el estado de salud de la señorita paciente. De nueva cuenta, los detalles sobre la situación de su cuerpo abundaron: “tos espasmódica, disnea de esfuerzos, constipación crónica”. Por lo demás, las autoridades del hospital declaraban que

Grabado del libro De humani corporis fabrica de Andreas Vesalius

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Reposo final, fotografía de Jascha Hoste

la señorita podía irse o, si bien así lo decidiera, quedarse. La señorita, por otra parte, no cejó en sus empeños. Hacia finales de diciembre, por ejemplo, le informaba al señor Gobernador del estado de sus dientes, “que están todos picados, y cuatro muelas que hay que poner.” En otros oficios, algunos desde el sanatorio de Zoquiapan, también se extendía sobre un resfriado o la bronquitis que la había hecho “guardar cama algunas semanas”. Lo primero que llamó mi atención fue un oficio del dieciséis de julio de 1941, en el que la señorita firmante le informaba al señor Gobernador que pronto la operarían en el Hospital General: “Me va a hacer una operación de plastia, es decir, me van a sacar cuatro costillas, probablemente me la harán pronto. Como yo no podré avisarle luego del resultado, suplico a Usted Señor Gobernador encarecidamente, me haga favor de informarse en Asistencia Pública de esta capital sobre mi estado de salud. Dios quiera que quede con vida 24

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y salud. Yo no tengo deseos de que me operen. También no quisiera que hicieran autopsia de mi cuerpo después de muerta. Pido a Usted Señor Gobernador interceda por mí con su valiosa influencia, que me den sepultura en algún Pabellón, sin que mi cuerpo lo reduzcan a cenizas.” La correspondencia entre la señorita firmante y las distintas instancias del Estado, tanto a nivel estatal como federal, es más larga y, con toda seguridad, requiere de un análisis más cuidadoso. Pero me detengo aquí, donde dio inicio el estupor y, luego entonces, el interés, porque es justo aquí que aparece una y otra vez, con justificado temor, y acaso injustificada confianza, el tema del destino de su cuerpo. El reposo final de sus entrañas. Al entender de una mujer de avanzada edad y sin familia a la cual recurrir, ese destino final no era ni una cuestión menor ni meramente personal en sentido estricto. Sus entrañas eran una cuestión de Estado.


Si hay que creerle a los historiadores sociales, mucho de lo escrito hacia y desde el estado mexicano de finales del siglo xix se hizo con el lenguaje de la medicina.Ya como urbanistas de hecho o como legisladores de oficio, los médicos no sólo auscultaron el cuerpo social sino que también atrajeron los cuerpos de los ciudadanos hacia la camilla, tanto figurativa como real, del Estado. Nombrar el cuerpo, sobre todo ese interior del cuerpo al que denominamos entraña, fue uno de los pasos que primero se cuentan en las triunfantes historias de la profesionalización de la medicina y varias de sus ramas (la psiquiatría entre ellas, pero también la ginecología, por ejemplo). El sistema de hospitales públicos que formó parte importante de la estructura de los gobiernos posrevolucionarios no hizo sino aumentar la relación entrañable del Estado con la ciudadanía.Ya para vigilar y castigar, a la Foucault, ya para tomar el asunto de la ciudadanía “de su parte”, como confiaba que así fuera la señorita firmante, el Estado produjo un lenguaje, unas instituciones, un cuidado y una responsabilidad, así fuera más nominativa que real, con los cuerpos de ˇ zek sus sujetos, y el sujeto se sujeta a, argumentaba Ziˇ citando a Kant en algún lado. Que la relación entre el Estado y el ciudadano era entrañable para ambas partes es lo que se trasmina, y es tal vez lo que más impresiona, en los oficios de la señorita firmante: la certeza, ya fuera real o ficticia, ya de facto o buscada, de que el cuidado y el destino de su cuerpo era, en efecto, una cuestión de Estado. Pienso en los numerosos oficios que la Señorita firmante le dirigió al señor Gobernador y en los numerosos acuses de recibo y respuestas transcritas que fueron emitidas desde la oficina de ese señor Gobernador mientras veo la fotografía del cuerpo de una mujer que pende, ahorcada, de un puente peatonal en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Es el último día de 2010 y hay algo, además del cuello de la mujer, definitivamente roto en esa imagen. Hace ya mucho que los gobiernos de la posrevolución dieron lugar a los del Estado benefactor y, éstos, a los del Estado neoliberal. ¿Hace cuánto fue que Fox dijo, famosa o infamemente según sea el color de la camiseta del que recuerde, “¿y a mí qué?”? En esa frase, en la atroz realidad que se resume en esa frase, yace parte de la explicación de la creciente violencia que desde y contra el cuerpo se ejerce en el México de nuestros días. Cuando el Estado neoliberal dejó de lado su responsabilidad con respecto a los cuerpos de sus ciudadanos, cuando dejó de “tomar de su parte” el cuidado de su salud y el bienestar de sus comunida-

des se fue deshaciendo poco a poco pero de manera ineluctable la relación que, iniciando por las entrañas y continuando a través de sus instituciones, se había establecido con y desde la ciudadanía a partir de los inicios del siglo xx. La impunidad de un sistema de justicia a todas luces ineficiente y corrupto sólo ha ido confirmando el fundamental desapego y la brutal indiferencia de un Estado que sólo se concibe a sí mismo como un sistema administrativo y no como una relación de gobierno. Esta es, pues, mi hipótesis: el Estado neoliberal, hasta ahora dominado por gobiernos panistas pero de ninguna manera limitado a esa tendencia partidista, no ha establecido relaciones de mala entraña con la ciudadanía sino algo todavía a la vez peor y más escalofriante: estableció desde sus orígenes relaciones sin entraña con sus ciudadanos. La así llamada guerra contra el narcotráfico, que no es otra cosa sino una guerra contra la ciudadanía, ha catapultado ciertamente el espectáculo de los cuerpos desentrañados tanto en las ciudades como en el campo, pero de otra manera no ha hecho sino llevar a su lógica consecuencia la respuesta a la cínica pregunta foxiana: si a ti qué, a mí menos. Y ahí está como prueba, entre otros tantos casos, el del cuerpo de la mujer que cuelga del puente peatonal que va de la primera a la segunda década del siglo xxi. No cabe duda de que los herederos reales, o en todo caso más literales, del priísmo del siglo xx han sido los cárteles del narcotráfico. Usurpando el lenguaje popular de la protesta (desde la manta sesentera hasta su debatible identificación con las capas más desprotegidas de la sociedad) y estableciendo relaciones de clientelismo con ciertas comunidades muy bien elegidas (el intercambio de ciertas mejorías urbanas por apoyo social, por ejemplo), esos empresarios exitosos del mundo globalizado participan de una interpretación del capitalismo como capitalismo descarnado. Si al Estado qué, a ellos menos. Y aquí, justo en esto, el estado neoliberal y el narco están más que de acuerdo. Si hay que elegir entre la ganancia y el cuerpo, la decisión final será siempre por la ganancia. Confirmando las tesis que Vivine Forrester esgrime en El horror económico, tanto al narco como al Estado neoliberal les queda claro que el trabajo, y el cuerpo humano que llevaba a cabo ese trabajo en el sentido más amplio del término, en el sentido del trabajo como proceso de transformación del mundo y subjetivación de la realidad, ya no es esencial ni para el funcionamiento del capitalismo ni para la sobrevivencia del planeta. Si a ti qué, que se sigan despedazando entre ellos. Los cuerpos. UNIDIVERSIDAD

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Releo los oficios que la señorita firmante le envió desde distintos hospitales públicos al gobernador de una zona remota del estado mexicano allá, hacia mediados de otro siglo. Releo la manera en que la mujer enumera sus dolencias, mostrando sin pudores ficticios y con mucho cuidado el nombre de los órganos de su cuerpo. Los pulmones. Los dientes. Los huesos. Releo la forma en que renuncia a convertirse en cenizas y vuelvo a detenerme, sorprendida. Sólo alguien que vive en un mundo donde el cuerpo ha sido finalmente desbancado por la ganancia podría

No cabe duda de que los herederos reales, o en todo caso más literales, del priísmo del siglo han sido los cárteles del narcotráfico. Usurpando el lenguaje popular de la protesta (desde la manta sesentera hasta su debatible identificación con las capas más desprotegidas de la sociedad). suspirar de esta manera frente a los nombres internos de un cuerpo. Solamente alguien que ha visto ya demasiadas entrañas sobre las calles—cabezas, dedos, orejas, sangre—podría leer este oficio del dominio público como una carta de amor entre el Estado y la ciudadana. Sólo alguien que ha iniciado la segunda década del siglo xxi con la imagen casi consuetudinaria de un cuerpo colgando, cual péndulo, de un puente peatonal, podría pensar que estos documentos son, en realidad, constancia de una cosa entrañable. No me conmina la nostalgia, aclaro. No escribo yo ahora alrededor de unos cuantos oficios que inmiscuyen a las entrañas y el contraste escandaloso con la realidad evidente de un Estado sin entrañas para invocar un regreso a un mítico pasado donde las cosas se imaginan como mejores o menos crueles. ¡Antes por lo menos no veíamos las cabezas rodando por los suelos! ¡Antes los fotógrafos guardaban las imágenes de los ahorcados para la nota roja y a nadie se le ocurría ponerlas en sociales! Estoy al tanto, cual debe, de que las relaciones, que he optado por denominar como entrañables, que el Estado mexicano

estableció justo a inicios de la etapa posrevolucionaria pronto dieron pie a formas de cooptación y subordinación social que en mucho sirvieron para pavimentar el terreno de donde surgiría el Estado neoliberal, ese que ya no tomó “de su parte” el cuidado del cuerpo y, por ende, de la comunidad. Estoy al tanto. Lo que sí quiero escribir hoy, muy a inicios del 2011, justo cuando “una adolescente de catorce años de edad fue encontrada en matorrales del municipio de Zitlala”, según reporta El Universal, o cuando @menosdias, el contador de muertes, reporta en un twit: “Coyuca de Catalán Guerrero 31 de dic 4 hombres murieron durante los últimos minutos de la noche mientras acudían a una fiesta en las canchas”, o cuando se habla en los diarios con desenfado de las más de treinta mil muertes que nos ha costado la así llamada guerra contra el narcotráfico, es que mucho me temo que ningún cambio de gobierno, ninguna reforma en el sistema de justicia, logrará transformar el espectáculo del cuerpo desentrañado hasta que el Estado, que somos una relación encarnada, es decir, una relación viva entre cuerpos, no esté dispuesto a aceptar la responsabilidad que le viene desde el contrato que se estableció a través de la Constitución de 1917. Ante el cínico y criminal “¿Y a mí qué?” de los gobiernos neoliberales, habrá que responderle con las voces de los dolientes de nuestros tiempos: a ti, sobre todo, sí, ciertamente, pero a todos por igual. Los cuerpos son cosa de nuestro cuidado. Las entrañas son materia de nuestra responsabilidad. Los muertos son míos y son tuyos. La responsabilidad del representante del poder ejecutivo es, en efecto, ejecutar, pero ejecutar viene del latín exsecˉutus, de exsˇequi, que quiere decir consumar, cumplir. Ejecutar no quiere decir matar. Yo no sé si, en efecto, el cuerpo de la señorita que le escribía oficios al gobernador del territorio norte de la República Mexicana fue sepultado o, contra su voluntad, se redujo a cenizas. Lo que me sigue sorprendiendo, y esto en tanto ciudadana de un Estado sin entrañas, es esa correspondencia tan larga entre la paciente-ciudadana y las instancias gubernamentales que, queriéndolo o no, creyendo que era su deber o no, atendieron las peticiones y los reclamos. Esas respuestas que declaraban, a su modo, “a mí sí”. Todo por un cuerpo.Todo por la relación todavía existente, aunque imperfecta, entre el cuerpo y el Estado. Todo por las entrañas. Es el olvido del cuerpo, tanto en términos políticos como personales, lo que le abre la puerta a la violencia. Son los ex humanos los que la atravesarán. UNIDIVERSIDAD

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1915, de Manuel Gómez Morin

Xóchitl Campos y * Diego Velásquez

M

anuel Gómez Morin formó parte de la clase política posrevolucionaria, colaboró con los primeros gobiernos y fue opositor a partir de 1926, destacándose con el tiempo su lucha contra Calles y Cárdenas. Entender qué fue lo que dijo, a quién se lo dijo y con qué efectos, es una tarea significativa que contribuye a comprender la actualidad del personaje y la pertinencia de Gómez Morin hasta nuestros días.

Las ideas y conceptos de Manuel Gómez Morin obedecen a un contexto y a una serie de personajes individuales y colectivos que se hace necesario desentrañar: ¿a quién le habla? ¿Por qué le habla? ¿Qué le dice? ¿Busca su alianza o lo confronta? ¿Hay propuestas pertinentes o de impacto social en sus ideas? ¿Busca una legitimidad del momento o de la historia? Una pregunta es fundamental en la reflexión de Manuel Gómez Morin: ¿cuál es el sentido de la Revolución Mexicana? Él creía que este hecho social en nada se relacionaba con las auténticas revoluciones paradigmáticas; sostenía que, por ejemplo, poco se habían modificado las estructuras después del Porfiriato, y que los actores continuaban con los mismos vicios que estigmatizaban en el pasado. Una revolución cataliza los procesos modernizadores; sin embargo, en el México que vive Gómez Morin la modernidad no llega. Las acciones del gobierno Manuel Gómez Morin

sólo han dado lugar a cosas imaginarias: el Estado, los partidos, la economía, la cultura, los ciudadanos. Además de horadar —junto a Gómez Morin— el significado de la Revolución Mexicana, se trata en este texto de encontrar señales que permitan calificar las determinaciones políticas del fundador de Acción Nacional y ponderar su discurso como actor social y hecho histórico. Las primeras ideas, que a la postre configurarán la doctrina del Partido Acción Nacional, tienen su manifestación en 1927, en la obra 1915, la cual se analizará empleando algunas técnicas simples de análisis de contenido y de discurso. Las técnicas se encuentran determinadas por cuánto queremos saber del espacio y tiempo donde se produjo el discurso. El acercamiento al discurso de un personaje nos permite entender también el contexto. Las herramientas del análisis de contenido, la hermenéutica y la historia, permitirán entender uno de los discursos UNIDIVERSIDAD

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más importantes del siglo xx. A casi doce años de gobiernos panistas, los tópicos y conceptos que dieron lugar —desde Manuel Gómez Morin— a dicho instituto político se han extraviado, o bien, han sido distorsionados como mitologemas por parte de la cultura revolucionaria. De ahí la necesidad de su estudio.

El análisis de discurso El análisis de contenido es una herramienta que permite al investigador “desmenuzar” un discurso, el contenido de un texto, de una obra, o de un mensaje dirigido a una multitud o nación, con la finalidad de identificar plenamente el “verdadero mensaje” que va implícito entre líneas por parte de su locutor o escritor, es decir, el análisis de contenido se basa en el supuesto de que, ciertamente, en lo que los hombres dicen y escriben se expresan sus intenciones, sus actitudes, su interpretación de cierta situación, sus conocimientos y sus supuestos tácitos sobre un entorno. En la historia de las ideas políticas se encuentra expresado gran parte del discurso político y de lo que éste representa. Así como se afirma comúnmente que la guerra es una extensión de la política, lo mismo podría decirse de la palabra en el discurso político. Ésta es una herramienta para llegar al poder, mantenerse en él y combatirlo. No se da una política sin lenguaje, sin habla. La comunicación que la mayor parte de las personas realizan, tiene como objetivo establecer vínculos de convergencia. En política, éste propósito existe pero va más allá; es más importante la capacidad de dominación e influencia que se puede conseguir. Lamentablemente el discurso político se ha determinado como el símbolo de la mentira. Sin embargo, gran parte de su magia radica en la capacidad inspiradora que contiene. Así como gran parte de otros discursos, por ejemplo el histórico o el literario, el discurso político transmite mensajes a la población sobre el estado de las cosas que guarda el orden social, las expectativas de vida que las personas tienen, la posibilidad laboral, educativa, de libertad, etc. No podemos vivir sin política, no podemos vivir sin discursos. A través del discurso político se da cuenta de las posibilidades que tiene el Estado para proveer los bienes sociales que el pueblo demanda. Y ello lo establece tanto quien se encuentra en el control del Estado, es decir, desde el gobierno, como quien está en la oposición. Ambos discursos y la capacidad de coherencia, argumentación y pertinencia que cada uno tenga, permitirá la atención y estimulará la acción de la sociedad. El discurso político siempre ge30

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nera acción. Ésta puede ser centrífuga o centrípeta, es decir, un mensaje político mantiene las posibilidades de contribuir a la cohesión de un sistema político o a su destrucción. El discurso político coadyuva a la consecución del bien común o a su cancelación. ¿Por qué es importante atender el discurso político? Finalmente, la configuración jurídica-ideológica-

política-económica-social del Estado termina siendo conducida por una clase política. El gran mérito de la Elitología permitió aceptar, según sus axiomas, un hecho irrebatible: la estructura política de los gobernantes y gobernados. Sus estudios también lograron demostrar que la clase política no siempre tiene asegurada su posición. Debe realizar acciones para mantenerse en el control del gobierno; pues, de no hacerlo, una contraélite establecerá las nuevas condiciones para arrancarles el poder. La historia, pues, dicen los elitólogos, es el cementerio de las aristocracias. La lucha por el poder está atravesada por el discurso político, por los mensajes legi-


timadores, críticos, propositivos, cuestionadores, destructivos, conciliadores y de violencia que, élites y contraélites, establecen en la esfera política. La política es, ante todo, voz (Hirschman1), ideas, persuasión y manifestación de legitimidad. No sólo la fuerza sirve para dominar a los demás; también la fuerza de las palabras.

El Mensaje Siete conceptos principales dan forma al discurso político de Gómez Morin: 1915, Revolución Mexicana, Dolor, Acción, Técnica, Estado e Instituciones, guardan una estrecha relación y permiten explicar la visión de este importante observador del sistema político mexicano. Todas estas nociones se desarrollan a partir de la experiencia revolucionaria. Manuel Gómez Morin, como tantos otros mexicanos que exHirschman Albert O, Retóricas de la Intransigencia. Editorial FCE, 1991, México.

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perimentaron los embates y los resultados del movimiento armado, era capaz de observar en toda su dimensión tanto las oportunidades como los retos de su fase constructiva y, a diferencia de aquellos que la observaron desde el extranjero o desde la indiferencia, asumió una responsabilidad. El ensayo publicado por Morin hacia la segunda mitad de la década de los veinte del siglo pasado, marca una referencia temporal significativa que ilustra el discurso: el texto es, ante todo, un mensaje político. Inicia con la descripción del año que lleva por título y que ha sido catalogado como el momento más intenso de la revolución mexicana. Gómez Morin así lo reconoce y afirma. En ese momento inicia la etapa más violenta de la guerra civil pero entre grupos revolucionarios. Los porfiristas habían sido expulsados del país con los huertistas, apareciéndose así la ocasión idónea para reencauzar México hacia mejores horizontes. No sucedió. Constitucionalistas y Convencionalistas iniciaron un conflicto que terminaría con la victoria física y política de los primeros. Gómez Morin elige su propio grupo. Él también se asume como constitucionalista. Justifica su preferencia señalando que esta facción representaba el orden y la propuesta de trabajo, la ley y los proyectos que en el país faltaban. No excede en su crítica a lo que fue el villismo y el zapatismo; empero, con el adjetivo de caudillismo señala sus defectos: el convencionalismo sólo representaba un impulso violento y romántico. El país necesitaba ley, orden y gobierno. Por tal razón, considera que 1915 es el peor año de la Revolución Mexicana pero también el más productivo por las propuestas carrancistas que más tarde se materializarían en la Constitución de 1917, a cuyo constituyente asistió. Este momento, el de la oscuridad y la luz, es trasladado a la época de los veinte con el Grupo Sonora y la violenta lucha entre las facciones constitucionalistas. El autor hace de 1915 un cronotopo. Gómez Morin observa que se ha posicionado en el control del

Discurso durante la inauguración de la Asamblea Constitutiva

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país el caudillismo, la pasión ciega y voluntariosa del revanchismo que carece de todo sentido histórico. Como Venustiano Carranza, hace un llamado al orden, a la ley y a los proyectos. No asume ninguna preferencia ideológica sino la circunstancia concreta que vive el país: el dolor. Gómez Morin piensa en una conciliación efectiva a partir de señalar que el dolor puede disminuirse. Habla a una “generación”, es decir, a un conjunto de personas que en ese momento constituían algo más que una clase social, estrato o sector. La “generación de 1915”, como le llama en el escrito de marras, puede considerarse el amplio conglomerado social que en 1927 representaba a los jefes de familia y mujeres que ocupaban los principales cargos a nivel social, político y económico; empero, también puede referirse a un grupo selecto, especialmente de intelectuales, entre quienes el autor se asumía. No hay una propuesta concreta pero sí un excelente análisis de la situación que el país vive hacia finales de los veinte. Gómez Morin afirma que la clase política se ha deslegitimado de la Revolución Mexicana, del Constitucionalismo, de la ley, el orden y los proyectos. Cayeron en el caudillismo que tanto temió Venustiano Carranza. Caudillismo que sólo representa irracionalidad. Por tal razón, observa que es necesario pensar en el dolor como dispositivo de la acción. Es decir, si bien es cierto que el concepto del dolor motiva a la atención de su discurso y —tácitamente— a la descalificación de los insensibles sonorenses, no se queda solamente como una contemplación. Es necesario actuar para evitar que el dolor se propague y prolongue. Si la existencia es dolor, la acción puede disminuir sus efectos y quizá controlarlo. Sin embargo, no propone cualquier acción. La técnica debe guiar a la acción. La técnica es síntesis del conocimiento, la ciencia y la moral. Es el orden el que se oculta en la propuesta. Gómez Morin ve a la revolución como una evolución; de ahí su propuesta de institucionalizarla mediante la creación de proyectos que atiendan los verdaderos problemas que tiene el país. Como en su momento lo hizo Carranza. Con respecto al análisis básico de contenido, basado en las preguntas, quién dice qué, a quién, en qué circunstancias y cuáles son los resultados; propiamente el esquema de Laswell, se puede mencionar en primer lugar que es el propio Manuel Gómez Morin quien escribe el presente ensayo en México, en el mes febrero de 1926, para su publicación posterior, ya en el año de 1927. ¿Qué es lo que dice Gómez Morin? Como el título sugiere, se centra en hablar sobre el nacimiento, experiencia y origen de la famosa 32

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generación de 1915, aquella generación ponderada compuesta por intelectuales que comenzaron a repensar y re-plantearse la realidad de nuestro país; la realidad mexicana de cuya reflexión se fueron poco a poco desprendiendo una serie de respuestas de acción, tanto de índole cultural y social como de índole político. A lo largo del texto podemos apreciar casi textualmente que Manuel Gómez Morin llama a la acción, (invitación) a una acción conjunta por parte de los mexicanos. En cuanto a quién se lo dice, la interpretación particular del texto nos arroja que se dirige a todos los mexicanos, empero, le otorga un papel protagónico a los ya mencionados intelectuales pertenecientes a la generación de 1915. Son ellos los que poseen la capacidad de liderazgo y guía para con el resto de los mexicanos. Por otra parte, en cuanto a las circunstancias, puede decirse que en 1927 la situación política del país no era positiva; por el contrario, se había incrementado notablemente la violencia entre la clase política y en la sociedad. La soberbia de los sonorenses ponía al país al borde de la guerra civil. Gómez Morin describe puntualmente las circunstancias que le empujan a levantar su pluma ante las ignominias que se sufren en los años posteriores a la Revolución Mexicana, años de total desconcierto y crisis socio-política, años que él mismo denomina como la época de la oscuridad.

Conclusión Gómez Morin exhorta, ante la necesidad de hacer algo, al protagonismo a los intelectuales como líderes de la multitud mexicana; es decir, el resto de los mexicanos debería de seguir a los intelectuales en este camino de reinvención. Puede decirse que el ensayo tiene una profunda característica aristocrática o elitista. Lo inicia con una breve reseña de la génesis de la generación de 1915, afirmando que ésta tiene un origen en la rebelión espiritual ante un régimen decadente. Posteriormente realiza una serie de énfasis en aquel grupo de intelectuales que alzaron la bandera de una nueva actitud; asimismo, a lo largo del texto enfatiza incluso que la generación no estaba sujeta a la temporalidad; lo que les unía era aquel “impulso inefable”, con características trascendentes, como una “consanguinidad espiritual”. Después de haber declarado al protagonista, Gómez Morin textualmente hace un llamado, una exhortación, una invitación a la acción. Esto es de vital importancia, pues es muy diferente hacer una invitación a la labor discursiva, que una invitación concreta


a la acción. Dicha invitación, como él mismo lo indica, El discurso de Manuel Gómez Morin puede calise trata de una “Invitación que resuelva en la acción ficarse como un discurso de intransigencia, futilidad, y no en la literatura, las grandes contradicciones que riesgo y perversión (Hirschman) respecto de las acestamos viviendo”. Aclarado el objetivo: hacer algo ciones de los gobiernos revolucionarios antes refericon el protagonismo de la generación de intelectuados; pero no es un discurso desleal o irresponsable. les de 1915. Gómez Morin deja ver su fundamento, su justificación: el dolor, el dolor como justificación para la acción, ese dolor que origina nuestra voluntad. Hay que puntualizar que esa enunciación del dolor tiene una indispensable caracterización vitalista; es decir, propugna al dolor como motor de la acción, el dolor como un elemento indispensable y que potencializa de sobremanera la acción creadora del ser humano, una especie de inspiración a la acción. El discurso de Manuel Gómez Morin es de contrapoder y contraélite. Su posición es marginal respecto de los grupos políticos que ocupaban el poder y, por ello, trataba de sobrevivir manifestando que la situación nacional se violentó por los gobiernos posrevolucionarios. Puede descubrirse, a su vez, que el discurso del personaje es liberal y modernizador. Cabría agregar que también es revolucionario. El liberalismo modernizador y revolucionario del personaje se manifiesta mediante la perspectiva de observar los ideales de la Revolución Mexicana como la exigencia de una evolución que requiere instituciones, leyes, trabajo y democracia. El liberalismo de Manuel Gómez Morin no se manifiesta mediante el anticlericalismo sino mediante sus críticas a los gobiernos de Calles y Cárdenas. Observa en ellos una modernización autoritaria, es decir, una involución. Si bien es cierto que los gobiernos de la Revolución son modernizadores, a Gómez Morin le parece que está constituyéndose un autoritarismo populista y personalista Mariana Ochoa, primera afiliada en la campaña nacional de que sacrifica la libertad y democracia en afiliación del PAN, 2009 el país. Es liberal en tanto intelectual: explica qué ocurre en el país, cómo se han agravado las cosas y por qué no hay una firme volunEn sus ideas hay lealtad con México, hay un apego a tad del cambio. Se opuso al modelo del nacionalismo los ideales de la Revolución Mexicana, al maderismo y centralista que impuso el general Lázaro Cárdenas al constitucionalismo. En el camino, implicaría también por considerar que desvirtuaba la naturaleza humana el llamado a la formación de una coalición entre los de la persona. oposicionistas al régimen de la Revolución Mexicana. UNIDIVERSIDAD

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Bienvenido al paraíso Bio Un experimento social en el barrio de Prenzlauer Berg Natalia Pérez-Galdós *

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magine que se encuentra usted en Prenzlauer Berg, un barrio situado en Berlín Este conocido como Honywood1 antes de la caída del muro. Es jueves por la mañana, y será mejor que usted sea diestro a la hora de sortear el intenso tráfico de cochecitos de niño ultramodernos, abundan los doble-formato, de diversos carricoches de madera tamaño mini o de los variopintos remolques de bicicleta más cómodos que limusinas y último grito del acarreo infantil no contaminante.

Tampoco conviene quedarse pasmado contemplando los colores fosforescentes de los nuevos materiales sintéticos que repelen el agua, ni sus ligeras estructuras de aluminio ajustables, so pena de que le lancen miradas furibundas que suelen significar: “derecho inalienable e irrenunciable a la preferencia de paso y no moleste usted el avance de la nueva e inmaculada estirpe bio”. Los jueves hay mercadillo. Eco-Bio, claro. Un huevo son treinta céntimos de euro, o sea cinco pesos cincuenta. Huevos de gallina feliz que ha trotado a su albur y picoteado aquí y allá a su entera que1 En alusión a Erich Honeker, Jefe de Estado de la República Democrática Alemana (ddr) entre 1976-78. En los edificios de sus hermosas y afrancesadas calles habitaba una alta proporción de cuadros y elites del Partido.

Crecer a partir del pasado, fotografía tomada del concurso Contrastes, en Prenzlauer Berg

rencia por las granjas de Brandeburgo. Una docena, son tres euros cincuenta, es decir, 57 pesos. Ese es el precio por salir del universo dioxina. Prenzlauer Berg es un barrio peculiar. El hecho lamentable —visto desde la perspectiva actual no parece tan luctuoso— de que quedara al otro lado del muro, tras el telón de acero, lo ha preservado, en un sentido amplio de la palabra, en su mayor parte de los excesos de occidente. Donde las bombas hicieron su trabajo, en general, no se construyó indiscriminadamente, de modo que los huecos y solares hoy son pequeños parques, zonas verdes con mesas de ping-pong o columpios de madera, y jardines para el esparcimiento. Tampoco se levantaron centros comerciales de dudoso gusto, supermercados, UNIDIVERSIDAD

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franquicias, ni otros mamotretos para dar fe de ningún milagro económico tras la posguerra. Puesto que el deporte y la vida al aire libre eran parte fundamental del esparcimiento del proletariado (sin muchos bienes de consumo al alcance en la democracia comunista), Prenz, como se conoce entre los berlineses a esta colonia, probablemente sea uno de los espacios urbanos con más árboles, parques y equipamientos deportivos al aire libre de todas las grandes capitales europeas. Además, el tranvía fluye por sus amplias avenidas, un transporte limpio, que los malvados comunistas no erradicaron para hacer hueco al autobús, como hicieron en el Berlín del Oeste. Un lugar ideal, pensará usted. Sin duda. Por eso, a partir del año dos mil comenzó una lenta pero inexorable migración de las clases pudientes procedentes de Berlín del Oeste y de otras capitales europeas —profesionales liberales de mediana edad, miembros de la Academia, chicos de los Mass Media, artistas bien asentados, arquitectos, gestoras culturales, editores, diseñadores web, el tipo de fauna que se viste de negro, lleva gafas de concha y chupas North Face en invierno— hacia la tierra prometida de Prenz. La tierra verde y barata. Y así dio comienzo un pequeño experimento social espontáneo. A medida que avanza usted entre los puestos con calcetines de lana tejidos a mano, lechugas cultivadas sin pesticidas, mermeladas caseras, manzanas con mala cara pero sin veneno en sus carnes, tomates canijos o calabazas retorcidas que, por supuesto, son todos productos de temporada, se le irán cruzando en el camino madres recién paridas ataviadas con porta bebés tipo rebozo mexicano de tradición ancestral. Puede que usted sienta una cierta extrañeza: ¿Pero no estábamos en Berlín? ¿Serán acaso todos tan felices como parecen? Con paso firme, robustos, delgados, los papás tiran de los carritos de madera mientras llenan bolsas de tela con algunas viandas, pocas. Vivaces, activos, los niños corretean y montan en sus bicicletas de madera sin las anticuadas dos rueditas de apoyo suplementario que se usan en otras latitudes. Energéticas, vigorosas, las mamás transportan criaturas y puerros en sus bicicletas. Mientras se circula por el mercadillo, acuden inevitables a la mente palabras como Lebensreform (reforma vital), eslóganes como Züruck zur Natur (vuelta a la naturaleza) y los nombres de algunos pioneros como el del antropósofo Rudolf Steiner, el médico naturista Sebastian Kneipp, el nutriólogo Bircher-Benner, desarrollador del müesli o muesli, el mejor desayuno del mundo, o el de Arnold Rikli, el 36

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primer promotor de los baños de sol2. Porque no todo comenzó en los 70, no. Hay que retornar. Recurrentemente, hay que retornar a la madre naturaleza porque algún terror monstruoso nos obliga a perder la conexión con ella. Así, paseando, estos nombres enlazan con otras palabras y desencadenan nuevas asociaciones al tiempo que se divisa el logotipo del mayor supermercado bio-orgánico de Berlín, el lpg Biomarkt: un gran edificio con dos plantas conectadas por escaleras mecánicas abastecidas con toda suerte de productos frescos y envasados con etiqueta de procedencia de agricultura biológica certificada. Asociaciones que, cómo no, conducen a la palabra “dioxina” o a los titulares del escándalo con el que se abría el año 2011 en Alemania: la distribución de piensos fabricados con grasas industriales plagadas de dioxinas (distribuidas por la empresa Harles & Hetzsch) para alimentar aves y cerdos. Vínculos instantáneos a términos espectrales como “grasa saturada”,“grasas trans” (ácido graso insaturado) o a siglas como gda (grandes empresas de distribución de alimentos). Justo entonces, llega el momento de reparar en que los chicos de Prenz van al lpg BioMarkt en lugar de ir a uno de los varios supermercados de descuento que dominan la ciudad. También está bastante cerca, pero no van a comprar allí. Con su lema: “no se engañe, la calidad no es cara”, esta famosa cadena de supermercados de descuento perteneciente a uno de los grandes grupos de distribución alimentaria alemana, ha conquistado las urbes europeas de todo tamaño y condición. Parecido a Walmart (Aurrerá, Superama) en México, pero tal vez más barato. Tan barato que allí no van los sujetos de nuestro experimento social. Tan barato, que allí se alimentan aquellos que van a tener el colesterol alto, diabetes, dioxinas en sangre, los que no saben lo que es una lipoproteína ni entienden nada del sello aquel que llevan marcados los huevos. ¡Qué cosas! ¡El sellado de los huevos! ¿Quién se fija en eso?3 ClaA finales del siglo xix se dio en Alemania, Suiza y Austria un movimiento o, más bien, un conjunto de movimientos que preconizaban un regreso a formas de vida “de acuerdo con la naturaleza” como reacción y crítica a los efectos de la industrialización y el materialismo. A los nombres mencionados arriba, junto a unos cuantos más, se asocian las primeras teorías y praxis de la protoecología, la medicina naturista y las virtudes curativas de la vida al aire libre, la alimentación biológica-dinámica y vegetariana, la agricultura orgánica, los proyectos de asentamientos como ciudades-jardín, colonias como Edén, de corte vegetariano, o como Monte Veritá, donde artistas, intelectuales anarquistas, vegetarianos o escritores como Herman Hesse experimentaron nuevas formas de convivencia, la cultura del cuerpo libre o nudismo (fkk) cuyo pionero fue K. W. Diefenbach, etc. ¿Reacción o modernidad? Un debate abierto por cuyas venas aún fluyen ríos de tinta. 3 El primer número de la línea de números que lleva sellado todo huevo en Europa puede ser: 0 (cría 100% ecológica, en libertad y con alimen2


Volker Ratzmann es miembro de la Alianza 90/Los Verdes en Alemania

ro, en el súper de descuento, una docena de huevos cuesta aproximadamente 1.05 euros, o sea, aproximadamente veinticuatro pesos, y en el Bio, 3.6 euros, o sea, 52.20 peso, la mitad.Y así con todo. ¡Total, si nos vamos a morir todos y de algo hay que morirse, ¿no?! Desde luego no parece ser este el pensamiento de los sujetos del experimento social espontáneo. Ellos saben que hoy somos lo que comemos. Así de simple: es usted lo que come. Mientras el mundo es gestionado por las grandes multinacionales de la alimentación y los especuladores que compran trigo, o valores de trigo futuro; mientras las especies transgénicas se introducen en Asia para alimentar a las economías emergentes, o en México donde el maíz transgénico, tanto vivo como listo para ser consumido, importado de ee. uu., avasalla a las especies criollas; mientras las dioxinas se asientan en los huevos de las granjas alemanas y europeas, y los niños tación controlada, es decir sin aditivos nocivos); 1 (cría en semilibertad, pero con alimentación estándar); 2 (cría en el suelo, en cubículos o jaulas, con alimentación estándar); 3-4 (cría intensiva en naves iluminadas artificialmente sin pisar el suelo y con alimentación estándar más las oportunas ayudas al crecimiento rápido). Tras el primer numero, aparecen las siglas del país del que procede el huevo, después el número de la región de que se trate, y para acabar, los números indicativos de la empresagranja productora.

españoles y turcos se atiborran de “grasas trans”, los sujetos del experimento saben que son lo que comen. En medio del temporal han decidido fundar de nuevo una colonia-jardín, una pequeña reserva, una isla de conciencia ecológica y salud en el barrio de Prenz de forma espontánea. Nadie los ha llamado. Van llegando como los elefantes al cementerio, al dictado de la recurrente llamada de la madre naturaleza. Saben que el espejismo de la variedad consiste en añadir aditivos a la comida industrializada, saben que las naranjas y manzanas que brillan en los anaqueles de los mega supermercados del mundo han sido sometidas a procesos de larga conservación y maduración controlada artificialmente, saben tal vez, que en alguno de sus informes la fao (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) advierte que el 95% de los alimentos que se consumen en el mundo proceden solo de diecinueve cultivos y ocho especies animales. Y no sólo saben, sino que recuerdan perfectamente que sus suelos están plagados de ddt, de fertilizantes nitrogenados y residuos industriales de la lluvia ácida o nuclear pese a que son parte de una de las sociedades más avanzadas del mundo en lo que respecta a legislación protectora del medio ambiente; una sociedad donde UNIDIVERSIDAD

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los automovilistas no tienen tantas ganas de asesinar a los ciclistas como de costumbre. Tienen claro que han de fundar un nuevo mundo feliz donde ellos deben ser los “Doble-Más”4 que rijan el destino de sus cuerpos y de los cuerpos de sus vástagos. Para eso, y en primer lugar, los habitantes de Prenz, votan verde, un 34.6% votaron a Volker Ratz����� mann, candidato para ser concejal del Ayuntamiento de Berlín, a quién se le podía ver repartiendo información sobre los objetivos de Los Verdes entre los puestos del mercadillo Bio durante las últimas elecciones; de hecho, se vaticina que en septiembre de 2011 Los Verdes podrían conquistar el gobierno en el estado federado de Berlín. Para eso, los chicos de Prenz han ido comprando los pisos y rehabilitando los edificios. Algunas inmobiliarias ya venden con eslóganes como “el mejor barrio para los niños”, “Prenz en verde”. Para eso, las madres y los padres, profesionales de mediana edad con estudios superiores y considerablemente ilustrados, han entrado en los consejos escolares y han auspiciado la creación de escuelas de música, instalaciones de teatro al aire libre, o complejos de juegos verdes, en diversos espacios del barrio. La Liga Verde tiene su sede en una de sus avenidas más importantes, y la estafeta de correos hace publicidad, a todo el que va a poner una carta, sobre contratar la luz con una compañía que cobra un poco más caro el kilovatio pero asegura su procedencia “limpia”. La limpieza se nota, no tal vez en las aceras, pero sí en los anhelos. Tanto se nota y tan acusado es el fenómeno, que ya ha sido bautizado en distintas esferas como “la gentrificación5 de Prenz”. Lo que es más, ya existe una plataforma cuyo blog se llama Gentrification Blog que lidera las protestas contra la gentrificación del barrio, es decir, contra la subida de los precios de la vivienda que expulsa a los habitantes originales (ossies), contra los intereses inmobiliarios y los desalojos, contra el sutil cambio o sustitución de habitantes y comercios por otra clase social, una elite económica y cultural que maneja el cotarro y demanda tiendas de diseño, resUn mundo feliz (Brave New World) Aldoux Huxley, 1932. En el pináculo de la sociedad del estado mundial de Huxley, los Alfa Doble-Más estaban destinados a ser los sabios e intelectuales administradores del mundo. La diferencia, ahora, es que serían la estirpe de nuevos indios de la reserva que regresan a lo salvaje, a lo primitivo, a lo puro, en un viaje tecnológico de ida y vuelta. 5 Gentrificación no aparece en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Se deriva de gentrification, en inglés, y alude en este caso, al proceso de aburguesamiento, elitismo y transformación de zonas urbanas deterioradas, baratas o algo abandonadas de los poderes públicos, por el que la población original es sustituida por otra de mayor poder adquisitivo. 4

Ilustración de César Susano

taurantes más caros, supermercados bio, etc., etc. La reserva no tiene verjas, ni seguridad privada o ejércitos de gorilas armados con metralletas para defender la propiedad y el nivel de vida. Se trata de una frontera más sutil. La frontera del futuro, que no sólo se sustancia en la posesión de dinero, sino en la posesión, además de educación, de una convicción radical, activa, combativa: mientras el mundo se envenena, nosotros construimos una estirpe limpia. Somos lo que comemos, y los verdaderos ricos comen eco-bio-orgánico. ¿Es posible acaso que toda la población mundial acceda a ese estado de cosas? Parece poco probable. Pensemos en México, un país de los llamados “megadiversos”, con una gran biodiversidad de la Tierra, que tiene grandes oportunidades de desarrollar tecnologías verdes y ser pionero en agricultura sostenible y biológica. Un país que no necesita incorporar el concepto del mercadillo “EcoBio” dado que ya es una realidad, parte de su cultura, un uso ancestral que sitúa a los tianguis a rebosar de alimentos artesanales y fabricados sin las tecnologías de producción masiva, como columna vertebral de la compra-venta de alimentos en los núcleos de población pequeños y medianos de todo su territorio. Un país con planes de fomento a la agricultura orgánica y que dispone de una guía roja y verde de los alimentos transgénicos editada por Green Peace y una Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados (mejor conocida como Ley Monsanto). Un país así, sin embargo, importa en elevadas proporciones algodón, soya, papa jitomate, maíz (en este caso el 45%) transgénicos que luego se encuentran en los alimentos.6 Se sitúa en la triste estadística de ser el segundo mayor consumidor de refrescos (cinco veces más de azúcar que un agua de frutas y otros aditivos), y presenta un altísimo consumo de la llamada “comida chatarra” o de productos alimentarios industriales con “grasas trans” y de otro tipo. La pregunta que se hará usted tal vez sea: si el experimento espontáneo de crear reservas donde se críen las nuevas razas de biolimpios se llevara a cabo también en México o si acaso ya está teniendo lugar, ¿quedarán fuera de este experimento las clases desfavorecidas de campesinos tradicionales, de indígenas y manufactureros? ¿Serán ellos tal vez quienes den de comer a las nuevas estirpes bio de las grandes metrópolis mexicanas y de las norteamericanas? ¿O no ha llegado todavía el momento en que las fronteras se establezcan por razón de lo que se come y no por otras causas? 6

Datos extraídos de www.greenpeace.org/mexico. UNIDIVERSIDAD

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Exposici贸n Erosi贸n, montaje de piezas en sala, Museo Taller Erasto Cort茅s, 2010 40

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César López/erosión Conectar al imaginario con la fuerza inigualable que proyectan los entornos en ruinas, reconocer una posibilidad de sentido en la asociación entre ciertas imágenes tomadas de la naturaleza y aquéllas que juegan con la experiencia de la destrucción de la cultura, son tácticas que proveen a nuestra mentalidad de un referente sustancial que rinde cuenta afirmativa de la tercera edad del sujeto y de las cosas. En el fondo, el proyecto Erosión podría leerse —además de lo dicho al principio del texto— en términos de documentación visual asistida desde el montaje en el espacio. La información fotográfica manifiesta en las piezas, tanto como el valor en sí de las “ambientaciones” (esculturales, pictóricas, objetuales) armadas en el foro arquitectónico colapsado o simuladas en el espacio de exhibición, desploman la tentativa de distinguir usos claros y delimitados de las disciplinas que moviliza e implementa el artista. Ahí hay un principio de inercia, de desgaste, que se consuma en el contenido particular de cada una de las piezas. Erosión funciona como un modo creativo en el que César López consigue sacar la mayor energía posible de la versatilidad de su práctica, pues está concebido como un set ambiguo en donde la interfaz fotográfica tiene el objetivo de fijar, con su ciencia estética, lo que la actividad dentro del régimen de la instalación o dentro de una museografía de artista se percibe como precario si no es documentado. Ahí es donde triunfa la presencia de las siluetas de los animales a modo de núcleo discursivo, disparando el desciframiento de todo el proyecto en varias direcciones: por ejemplo, lo animal como evidencia de que el abandono propicia formas regeneradas de habitación; lo animal mimetizado con la textura de las ruinas que sugiere que es viable vincular nuestra conciencia a los escenarios caóticos. Al final, la trama de piezas que componen la exposición implica una cuestión aún más interesante: que la crisis en el ámbito fáctico puede ser trocada —a través de la ficción— en el modelo de una esfera productiva. Erik Castillo UNIDIVERSIDAD

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De la serie Erosi贸n, fotograf铆a digital, 20 x 32 pulgadas, 2010 42

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Serie Rat贸n, fotograf铆a digital, 6x8 pulgadas, 2009

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De la serie Erosi贸n, fotograf铆a digital y estencil, 6 x 8 pulgadas, 2010

De la serie Erosi贸n, fotograf铆a digital y estencil, 11 x 14 pulgadas, 2010

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De la serie Erosi贸n, escultura y fotograf铆a, 75 x 100 cm, 2010

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En/cadenados o el intelectual mexicano hoy Rogelio Guedea

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l otro día que pensaba en la libertad —pensando como lo hacían, digamos, Protágoras o Aristóteles—, esto es pensando sin ideas preconcebidas o prejuicios literarios o incluso sin miedo al qué pensarán, me di cuenta de que en las cosas simples, del diario vivir, en esa lógica o sentido común que accionamos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos para subir una escalera o abrir una puerta o incluso para hacer fila en un banco, decía, me di cuenta de que ahí en esas cosas simples, y no en la Biblia o en la Crítica de la razón pura, se encuentra la respuesta a muchas preguntas que creemos que no tienen respuesta. Por ejemplo: el otro día vi una cadena que amarraba a una bicicleta a un poste y pensé, así con simpleza: esa bicicleta no puede ir a ningún lado si antes el dueño no le desamarra la cadena. Claro, una bobería que cualquier nene podría entender. Pero luego dije: ¿entonces por qué no podemos entender que siendo la verdad la representación más alta de la libertad (dicen que “la verdad te hará libre”) no somos capaces de decirla así tal cual nos llega a la cabeza? Ah, podría decir el nene entendedor: porque tenemos cadenas. Porque libertad y cadenas son palabras que no se llevan bien. Y si tienes cadenas no tienes la libertad de decir, por ejemplo, enteramente lo que piensas. Y si tienes libertad, entonces no tienes cadenas y puedes, ahora sí, decir lo que se te antoje. Es como la fábula de la bicicleta 48

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y las cadenas que refería hace un rato. Si la bicicleta está amarrada al poste, el dueño no se la puede llevar. Pero cuando no la tiene, entonces el dueño —y hasta el amigo del dueño— se la puede llevar. La solución para el asunto de las cadenas que encadenan a la libertad de decir lo que piensas parece muy difícil, pero no lo es tanto. A eso se llega —pensaba yo intentando hacerlo como lo hacían, digamos, Protágoras o Aristóteles— reconociendo primero que uno tiene esas cadenas ahí y, luego que uno lo sabe, se necesita no tener miedo ni consideración para romperlas. Y si uno ve que no puede con una sola mano —es decir que son muchas las cadenas que uno tiene, como muchas las canonjías o prebendas, como muchos los compromisos o las conveniencias— pues entonces necesita uno comprar maquinaria pesada —un libro de Séneca o Cicerón, una pistola 9 mm., un refugio arriba de una montaña, una brújula, un reloj exacto para “no perder el tiempo en boberías”, etcétera— para entonces sí hacerlas añicos. El trabajo es arduo —y puede costar reproches, humillaciones públicas, odios, envidias (porque quiénes no envidiamos a los libres)—, pero ni eso duele ni nada se compara con haberse librado de las cadenas. Las cadenas hechas añicos en el suelo lo justifican todo, incluyendo la rabia que produce saber que hay quienes logran vivir sin cadenas algún día, y consiguen ser árboles (o arbustos, si se quiere) pero no sombras de árboles, y que consiguen decirle al Corrupto, sin miedo, también un día: “hey tú, Corrupto, chinga a tu madre”. Qué bien se


Fotografía de Josh Klute

siente decirle al Corrupto chinga a tu madre. Chinga a tu puta madre, Corrupto. Para luego hacerle un recuento de sus corrupciones. Caray, qué bien se siente poder hacerlo. Se siente uno “verdade-

ro” —como seguramente se sintieron Protágoras y Aristóteles—, se siente uno con ganas de no dormir en cinco días con sus noches de la pura libertad.

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Del archivo a la traducción*

Juan Carlos Canales**

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al agüero para los pedagogos: empezaré mi participación por las conclusiones y la terminaré por donde debería haberla empezado. Por supuesto, mi lectura carece de toda esa parafernalia académica que, pomposamente, llaman mapa curricular, marco teórico, objetivos educativos, etc. Por el contrario, como buen heredero de Montaigne, me permitiré una gran libertad para entrar y salir a placer del libro que presentamos; asociar algunas de sus propuestas a otros ámbitos que, en apariencia, nada tienen que ver. Quizá, también me detenga, pasmosamente, en un pequeñísimo detalle sin importancia y pase de largo por otros que algún lector más avispado considere esenciales. Si es cierto que en los libros, como en los viajes, o incluso, en los amores, uno descubre lo que ya estaba buscando, entonces, mi lectura de La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México 1910-1930, sólo equivale al diario de un viaje, de una búsqueda ya trazada de antemano, sin pretensiones de objetividad, a sabiendas de * Texto leído en la presentación de La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México,1910-1930, de Cristina Rivera Garza, 2 de Septiembre de 2010. ** Profesor-investigador de tiempo completo de la Facultad de Filosofía y Letras de la B.U.A.P. 50

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que no hay lecturas totales. No hay lecturas definitivas, y que, en el mejor de los casos, cada quien tendrá que emprender su propio viaje en torno al libro. Arranco con tres epígrafes, dos de W. Benjamin, tomados de las Tesis de Filosofía de la Historia, y uno más, de la propia Cristina Rivera, proveniente de su novela Nadie me verá llorar. Escribe W. Benjamin: El cronista que enumera los acontecimientos sin distinguir entre los pequeños y los grandes tiene en cuenta la verdad de que nada de lo que se ha verificado está perdido para la historia. Por cierto sólo a la humanidad redimida le concierne enteramente su pasado. Esto quiere decir que sólo para la humanidad redimida es citable el pasado en cada uno de sus momentos. Cada uno de sus instantes vividos se convierte en una citation à l´ordre du jour: este día es precisamente el día del juicio final ( Tesis tres ).

Y de la tesis número seis retomo el siguiente fragmento: El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está imbuido de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.

Y el otro epígrafe, de Cristina Rivera: “Anduvieron siempre en las orillas de la historia, siempre a punto de resbalar y caer fuera de su embrujo y siempre, sin embargo, dentro. Muy dentro.”

La Castañeda, imágenes tomadas de la página www.mexico.cnn.com



II Hoy es 2 de septiembre. Estamos a cien años y un día de la inauguración del Manicomio General de La Castañeda. Me pregunto qué ha pasado durante estos cien años en México que nos ha llevado al lugar donde hoy estamos parados: un país atravesado por todas las formas de la violencia, por la pobreza extrema, por la impunidad. Sin embargo, no son las rupturas, al menos en lo que respecta al proyecto de nación lo que ha provocado nuestra situación actual. Aunque cada uno de sus puntos sea singular, una línea de continuidad une esas dos fechas, y se remonta al triunfo del proyecto de una fracción de los liberales mexicanos del siglo xix: la Modernidad, o una concepción y un ejercicio singulares de ella. Ese proyecto de nación nos vincula, hoy, con los sesenta mil hombres que atravesaron las puertas de esa institución a lo largo de sus 58 años de existencia. En un polo, ellos; en el otro, los cincuenta millones de pobres que habitan este país, los 72 muertos encontrados en Tamaulipas hace apenas unas semanas, los veintiocho mil muertos que arroja la lucha contra el crimen organizado durante los últimos cuatro años. Nuestra modernidad es el telón de fondo o el marco donde ocurre el drama del Manicomio General de La Castañeda. La modernidad es el telón de fondo donde ocurre nuestro drama y nos explica a ambos en gran medida. En medio, un libro, un lazo, el de Cristina Rivera. Va a llegar un día en este país, que el mito del progreso sea tan pequeño que pueda caber en una canica y el resto del territorio lo ocupen las víctimas de ese mito, víctimas que no podremos recusar ya como el daño colateral que hay que pagar por él, sino como su esencia, su médula. Este país se convierte cada vez más en un campo de exclusión, de reclusión-exclusión, en un “no lugar.” Pero a diferencia de la voz de esos hombres que atravesaron La Castañeda, o de alguna de esas voces, la nuestra, o los jirones de nuestra voz, quizá ni siquiera lleguen a ser citables para los que vienen. El pasado, entonces, no está allí, encapsulado, higienizado como una pieza de museo. El pasado, incluso, no yace abajo de nuestro presente, está tejido con éste; es la trama y la urdimbre de lo que somos. Toda reflexión sobre el pasado es una reflexión sobre el presente. Ahora, el pasado cobra un derecho sobre nosotros. La historia es presente.

III Pero quizá el de Modernidad sea un concepto demasiado abstracto y haya que recurrir a otro que, al 52

UNIDIVERSIDAD

tiempo que acota el significado del primero, sirva de gozne para entender el sustrato de distintas prácticas disciplinarias que se pusieron en juego durante el Porfiriato, y luego, durante los gobiernos posrevolucionarios, y que si bien no aparece en el trabajo de Cristina Rivera, puede ayudarnos a entender la especificidad histórica de esos momentos que aborda el libro: el de inmunidad, tanto en su dimensión biológica como política. Aunque su práctica puede vincularse

Juan Carlos Canales

hasta el concepto de eugenesia en la Grecia antigua, la inmunitas cobra pleno lugar en la modernidad a través de Hobbes, Locke y Hegel, sin exceptuar tampoco los ejercicios higienizadores de Erasmo. Como es sabido, la separación entre bíos y zoé proviene de Aristóteles; el binomio es la grilla de legibilidad mediante la cual se reconoce al sujeto político como tal, o es reducido a su pura vida animal; la nuda vida, de Agamben; código de legibilidad mediante el cual se reconoce al sujeto de derecho o se le niega ese estatuto, el homo saccer. Es la inmunidad el subsuelo sobre el que se asientan las nacientes prácticas disciplinarias del Porfiriato sobre el individuo, o mejor dicho, sobre la zoé, hasta lo que yo considero, también, aquéllas ligadas a un ejer-


cicio ya propiamente biopolítico, en la concepción de Foucault, que empieza a aparecer en la década de los treinta: inmunidad, higienización, anclas del Proceso Civilizador que en este país ocurre. Cristina Rivera nos propone un recorrido que nos permite desentrañar las prácticas disciplinarias por las cuales se constituye la frontera entre lo normal y anormal en México, de 1910 a 1930; frontera que también marca el reconocimiento de los sujetos políticos, y

tema: la locura. Véase por donde se vea, se lea desde la disciplina que se lea, sea bordeando su perímetro, o abrevando en su centro, la locura es la parte más siniestra de nuestra condición, tanto individual, como colectiva. Siniestra, sí, en el sentido freudiano del unhaimilich, como aquello que consideramos lo más lejano y sin embargo es lo más próximo a nosotros. Por supuesto, me queda claro que no es un libro sobre la locura, propiamente dicha, sino sobre el conjunto de metáforas político culturales que hacen posible su comprensión, y desde el cual se hace posible, también, la comprensión de un momento histórico singular. Cito a Cristina Rivera: En el presente libro exploro las estrategias discursivas que emplearon los psquiatras y los internos del Manicomio General de La Castañeda para producir un significado histórico y concreto acerca del padecimiento mental. Uno de mis argumentos es que este proceso se nutrió de, y nutrió, los debates cotidianos alrededor de las definiciones de género, de clase y de nación llevados a cabo entre 1910 y 1930.

Cristina Rivera Garza

de aquéllos que quedan excluidos del espacio de la polis, pero que, al mismo tiempo se convierten en objeto de la política, a través de la “reforma del individuo,” mediante la invención, o aparición de nuevas “tecnologías de poder.” Momento también, en el que el tratamiento del loco se especializa, y “espacializa sobre la puesta en marcha de dos registros, el anatomo-metafísico y el técnico-político: cuerpo inteligible y cuerpo útil” (Foucault).

IV Seré contundente: La Castañeda, de Cristina Rivera Garza, es un libro avasallador; avasallador por el

Avasallador por la erudición que sostiene al libro, tanto en lo que se refiere al trabajo de archivo como al entramado teórico que le permite emplazar, escuchar y “traducir” —en la concepción benjaminiana de la tarea del traductor— el conjunto de voces de los internos de La Castañeda que se articula al expediente médico para construir un texto polifónico, dialógico o híbrido, entendido este concepto como “la mezcla de dos lenguajes sociales en los límites de una expresión” (Bajtin) y que, pese a determinadas prácticas de poder —sean propiamente políticas, o mediadas por el saber-poder— que las intentan silenciar o traicionar, a partir de la imposición de un orden semiótico que le es ajeno, que los ajena y enajena, anulando su aura, anulando su irrepetibilidad histórica y su irrepetibilidad discursiva, sobreviven como las ruinas de nuestro progreso. Ruina, en el sentido benjaminiano del término, pero también, en el sentido que le otorga María Zambrano: el testimonio de UNIDIVERSIDAD

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lo que pudo llegar a ser y no fue. Hay que destacar el alcance visual del trabajo de Cristina Rivera para indagar en la multitud de discursos —sus puntos de contacto y diferencias— que inciden en la construcción de lo normal y anormal, en el México de principios del siglo xx. Si Foucault ciñó sus investigaciones a los préstamos entre el discurso jurídico y el discurso médico, el radio espacial que consigue Cristina Rivera es mucho más amplio. Pero, avasallador, también, por la mirada y por el oído con los que Cristina Rivera hace visibles, y sobre todo audibles los murmullos, los jirones de palabras, la violencia sintáctica que atraviesa ese otro lenguaje no sujeto a la racionalidad, al orden del discurso, de esos hombres de La Castañeda que parecieran no tener espacio alguno en la polis, si no fuera por esa posibilidad de hacerlos citables a través de la investigación histórica. Y avasallador, por último, en relación a dos contextos: el primero, el de la propia obra novelística de Cristina Rivera. Pienso, particularmente, en Nadie me verá llorar. Sería difícil entender, o mejor aun abarcar, la espesura del trabajo 54

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historiográfico sin encabalgarlo con el de escritora, no sólo por la capacidad de contar que hay en el libro de La Castañeda. Tampoco, por esa extraordinaria capacidad para penetrar en el lado de sombra, en la dimensión trágica de los personajes, no ya en los personajes de ficción, sino en los históricos. Especialmente, quiero subrayar la importancia del trabajo prosístico de la novela señalada para entender el campo histórico porque el tema del oído va a constituir una de las piezas claves para el trabajo que hoy presentamos. Desde el oído va a problematizar y plantearnos la posibilidad de una nueva relación del historiador con el archivo, centrada, ahora, en la oralidad, y con la tensión que guardan los documentos históricos entre escritura y oralidad. En otro nivel, gracias también a este puente, u oficios paralelos, es que Cristina Rivera nos invita a repensar la relación entre historia y ficción, no sólo en lo que se refiere al perspectivismo múltiple que ya pedía Nietzsche al discurso histórico (es por eso que Cristina Rivera prefiere hablar de “historias,” con mi-


núscula y en plural), sino también en relación al vínculo que guarda la ficción y la memoria histórica. ¿No acaso, recientemente, ha señalado Jorge Semprún la importancia de la ficción para iluminar la experiencia histórica de los campos de concentración nazis? En relación al segundo contexto, al de las celebraciones del Bicentenario y del Centenario, marcadas, en general, por una patética contemplación narcicista de lo que hemos sido y somos, por parte de los festejos oficiales y, para el caso del mundo académico, también en general, por la excesiva concentración en la problemática histórica que deriva exclusivamente del contrato social o su ruptura, el trabajo de Cristina Rivera es avasallador por el modo que desplaza la lámpara historiográfica para iluminar otros actores sociales, otros problemas culturales. Junto a ello, Cristina Rivera Garza se atreve a tocar el propio estatuto del saber histórico que, apoyado en la identificación metafísica entre ser y pensar, borró de su espacio esas otredades irreductibles a esa lógica.

V Por redundante y obvio que parezca, debo subrayar el eminente carácter histórico de La Castañeda, no sólo por el análisis que realiza, en un primer nivel, del conjunto de transformaciones que vive y sufre el manicomio, de acuerdo a los imperativos políticos del Porfiriato, primero, y luego, de los regímenes posrevolucionarios, hasta la década de los treintas. Tampoco me refiero exclusivamente al riguroso y profundo análisis del conjunto de mediaciones, o prácticas disciplinarias y fenómenos culturales —“el texto cultural”— que articulan la instancia propiamente política con la institución psiquiátrica, a la vez que permiten un horizonte de legibilidad de la locura en distintos momentos del periodo señalado. Al respecto, es admirable el recorrido que nos propone Cristina Rivera, teniendo como punto de partida y de llegada algunos de los expedientes del Manicomio General de la Castañeda, por ese complejo imaginario, cimiento y columna del propio manicomio, desde la historia de la psiquiatría y sus avatares teóricos, hasta la de la fotografía y el encuadre de la criminalidad; desde los debates arquitectónicos que anteceden a la construcción del manicomio, hasta un ejercicio periodístico que demarca las fronteras espaciales de las relaciones de clase y la figuración de lo normal y lo anormal. Cuando afirmo el carácter eminentemente histórico, es que gracias a este, le permite construir a Cristina Rivera lo que yo considero la pieza clave del

libro: una concepción particular del sujeto histórico que rehúye, por un lado, la tentación de subsumir a éste en la categoría de Proceso, como es práctica frecuente entre los historiadores de talante hegelianomarxista, o bien, dilucidar a ese mismo sujeto, desde un a priori discursivo de origen neokantiano, como acusa Deleuze de la obra de Foucault. Creo que el mayor acierto de la investigación de Cristina Rivera es que precisamente nos muestra a esos sujetos en su verdadera dimensión histórica, ya no sólo como objetos del poder, sino, también, como sujetos respecto del poder. ¡No! No sólo estamos producidos y atrapados por los discursos del poder; también somos productores de discursos y trastocamos las prácticas discursivas del poder, ¿o debería decir, poderes? En este sentido, Cristina Rivera da un paso más allá de Foucault. Por extraño que parezca, en la obra de Foucault, salvo en Pierre Rivière, el loco, propiamente dicho, nunca está. Están sus representaciones, los discursos que lo atraviesan, los discursos que lo hablan, pero nunca su habla propia. Habla que, por un lado encarna su dimensión trágica y, por la otra, es una forma de resistencia frente al poder y, en nuestro caso, una forma de impugnar el mito del progreso. Es doblemente extraño, si, por una parte nos apegamos estrictamente a la lógica que nos plantea Foucault sobre el poder como estrategia y, por otra, a su herencia heideggeriana en torno a la facticidad del discurso. O quizá por el contrario, su herencia heideggeriana sea una cifra y su propio límite. Cito a Heidegger: La hermenéutica tiene la labor de hacer el existir propio de cada momento accesible en su carácter de ser al existir mismo, de comunicárselo, de tratar de aclarar esta alienación de sí mismo de que está afectado el existir. En la hermenéutica se configura para el existir una posibilidad de llegar y de ser ese entender. Ese entender que se origina en la interpretación es algo que no tiene nada que ver con lo que generalmente se llama entender, un modo de conocer otras vidas; no es ningún actuar para con... ( intencionalidad), sino un cómo del existir mismo.

Compárese la cita anterior con una de Cristina Rivera: Estoy convencida de que es allí, en la plenitud del es que caracteriza al texto, donde yace el “Yo” histórico, mutable, efímero que los historiadores, al menos aquellos afectados por el significado, aspiran a sujetar y a que los motive. No me refiero, desde luego, al autor mítico que, después de Roland Barthes y, de manera más enfática, después de Michel Foucault, yace UNIDIVERSIDAD

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muerto entre nuestras manos, sino a la convención polisémica y heteróglota que atribuye un sentido de lo íntimo y de lo personal único al yo que yace en el núcleo y en las esquinas del “sistema de producción de significado discursivo”, implicado en y por el texto. Ni enterrada ni en la superficie del texto, sino dentro de éste, como su médula, la experiencia plural y, con frecuencia desafiada , contenida y expresada por los sujetos históricos que estudiamos es, por tanto, capaz de conferir esa traza de humanidad que imbuye un sentido de lo personal, lo cual subyace tanto dentro como más allá del sujeto, en las historias que escribimos.

Por supuesto, no estoy sugiriendo que el trabajo de Cristina Rivera abjure totalmente de Foucault: a estas alturas sería difícil pensar la locura sin él. También en la investigación de Cristina Rivera está el trabajo de archivista que considera como central del trabajo histórico el enunciado en su condición de verdad, y en el que, a decir de Deleuze, “no existe ni lo posible, ni lo virtual y todo es real, toda realidad es en él manifiesta, sólo cuenta lo que ha sido formulado ahí, en tal momento, y con tales lagunas, y tales blancos.” Y por supuesto que está la genealogista que reconoce ya no sólo la relación entre discurso y verdad, sino entre discurso y poder y mira el cuerpo como espacio 56

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de inscripción de la historia, y “muestra al cuerpo impregnado de historia, y a la historia como destructor del cuerpo” ( Foucault ). Pero a diferencia de Foucault, Cristina Rivera —gracias a su comprensión del sujeto “agente trágico”, ( que ) “es más una aproximación que un concepto en sí,” “pretende vislumbrar lo que parece tener sentido común en tantas narraciones de padecimientos del hospital psiquiátrico: que el sufrimiento destruye pero también confiere dignidad, un estatus moral más alto, a quién sufre”—, nos propone volver a esa inmediatez que pedía Benjamin al lenguaje y a la inmediatez del contacto entre niveles discursivos y en cuya conflictividad intersubjetiva —intersubjetividad histórica y discursiva— refulge un momento de peligro. Vuelvo a ese hermoso ensayo de Benjamin, Sobre el lenguaje en general y el lenguaje humano: El pecado original es el acto de nacimiento de la palabra humana, en la cual el nombre no vive ya más intacto, es la palabra que ha salido fuera de la lengua nominal, conocedora, y casi se podría decir, que ha salido de la propia magia inmanente… Esta palabra que juzga expulsa a los primeros hombres del paraíso… En el pecado original, al haber sido ofendida la pureza


eterna del nombre, se alzó la más severa pureza de la palabra juzgadora, del juicio… Esta inmediatez en la comunicación de la abstracción ha tomado la forma del juicio cuando el hombre abandonó, en la caída, la inmediatez en la comunicación de lo concreto, del nombre, y cayó en el abismo de la mediatización de toda comunicación de la palabra como medio.

VI Vuelvo al tema del sujeto: gracias a esa misma concepción, es que Cristina Rivera puede derivar en una problematización radicalmente distinta del archivo y el lugar que le ha sido asignado en la historia, como principio y como orden, como poder discriminatorio de, y a través del sentido. El archivo habla, no ya como metáfora, sino como realidad. El principio organizativo de sentido se desplaza de la escrituralidad a la oralidad. De suerte, entonces, que Cristina Rivera nos propone una lectura al margen, o más allá del orden fálico. Sí, diría yo, una lectura femenina del archivo, y en general de las “fuentes históricas” que trastoca el ordenamiento del mundo que impone la dimensión fálica del poder hace otro sentido. Una lectura que escapa y es capa del orden fálico, una lectura en fuga, y que mucho antes que Freud o Lacan, la encarnaron la mitología y la tragedia griegas en las figuras de Ariadna, Europa, Medea o Antígona, articulando, a su vez, drama y resistencia: Sólo un método de este tipo, sólo una estructura líquida o gaseosa que se acople a los variados fluidos del mundo y que atente contra la idea convencional del libro, en especial el libro de historia, el libro académico de historia, podrá dar cuenta de eso que media entre la voz que no escucha el historiador pero pretende hacer creer que escucha y la letra que sí lee y que pretende hacer creer que no lee: el cuerpo. La presencia del cuerpo. La ausencia del cuerpo.

VII Para finalizar, dos reflexiones; la primera gira en torno a un tema que me ha inquietado desde hace tiempo. Un tema sobre el cual me parece importantísimo pensar y que desprendo del libro de Cristina Rivera para traerlo hasta nuestros días: el de la relación médico-paciente. A medida que la psiquiatría en México, después del movimiento revolucionario, fue ganando su estatuto científico gracias a la consolidación de sus paradigmas para el reconocimiento y catalogación de

la enfermedad mental, también desdibujo la relación intersubjetiva entre médico y paciente; no importa qué tan tensa y conflictiva haya podido ser ese cuerpo a cuerpo entre médicos y pacientes, pero relación al fin y al cabo, y que se traduce en el expediente como un texto polífónico, dialógico o híbrido, producto, también, del conjunto de tensiones históricas que se juegan en él. Hoy día, que la ciencia domina total y totalitariamente (y por supuesto no parto de ninguna posición catastrofista respecto a la ciencia, tan en boga en nuestro tiempo, sino a la inmensa fractura entre desarrollo científico y la situación moral de la sociedad, y al nexo entre progreso y fascismo, que señaló Benjamin), tanto la práctica médica, en general, como la práctica psiquiátrica y psicológica, en particular, han olvidado que ese otro —el paciente—, es un sujeto y que la escena médica es un teatro de subjetividades. El paciente es algo más que un objeto susceptible de ser formalizado en el lenguaje de la ciencia, a través de los tests. Creo urgente, hoy día, revalorar el lugar de la palabra, el murmullo o incluso el silencio, como los elementos centrales de la escena médica. La palabra del otro, su “síntoma” no es sólo, como afirma el psicoanálisis, una solución de compromiso entre el conciente y el inconciente; es también, una solución de compromiso entre el sujeto y la historia. Si como pensara Freud, estructuralmente, el inconciente no tiene historia —no tiene tiempo—, sí podemos afirmar que tiene una dimensión histórica y, también, una dimensión política. Hay que volver, pues, a poner la escucha en el centro de la práctica médica, escucha del individuo como tal y de la historia o historias que lo atraviesan. Hay que regresar también, al ejercicio musical de la práctica médica que nos propone Cristina Rivera, siguiendo a Boulez, para la práctica histórica. Con esto último intento cerrar el círculo que abrí con la cita de la Tesis tres de Walter Benjamin. El recorrido que hace Cristina Rivera a lo largo de La Castañeda, obedece, creo, al intento de dar respuesta a la pregunta por el estatuto moral de la memoria; pregunta que a su vez se desdobla en otras dos que no pueden ser separadas, una implica a la otra: la pregunta por el estatuto epistemológico de la historia, y por el estatuto propiamente ético de la misma. “Dejar hablar al sufrimiento es condición de toda verdad”, escribió Adorno, siempre y cuando esa verdad sea reconocida en la tensión entre mudez, tristeza y revelación, reconocimiento que sólo puede venir de la tarea del traductor, de Walter Benjamin, en principio, y hoy, dos de septiembre, de Cristina Rivera Garza. UNIDIVERSIDAD

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Relato del soñador cautivo*

Ignacio Padilla

C

arlos Fuentes es, entre muchas otras cosas, un hombre de avasallante disciplina. Más que un hábito, este atributo suyo es una actitud de vida, de una vida que por cierto es ante todo escritura. Cuando se mezcla con su también abrumadora generosidad, este hábito puede transformarse en vicio y aun en amenaza para sus amigos. Un ejemplo: cuando nos invita a comentar alguno de sus libros, solicita y casi exige que no hablemos de él ni de sus libros. Labor ardua, orden paradójica emitida por quien sabe que no será obedecido. Compartir un espacio como éste con Carlos Fuentes, ni más ni menos, es en sí mismo una aventura: huir de él, darle la vuelta, ignorar su mandato y hacer lo imposible por hablar de él y de sus libros, aun a despecho suyo. Esta no es la excepción a tan curioso rito. Advierto que, hoy más que nunca, pienso incumplir la petición de Carlos Fuentes, y expresaré algunas de mis impresiones sobre su libro Carolina Grau. Espero que él no lo tome a mal. No hay libro suyo que no sea importante y digno de entusiasmos y comentarios. Pero éste, añado, es para mí uno de los más importantes de su obra, uno de esos libros que es, al mismo tiempo, el laberinto y el mapa del laberinto, el tesoro y el mapa del tesoro, el Minotauro, Ariadna y Teseo. * Texto a la presentación de Carolina Grau, de Carlos Fuentes, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 29 de noviembre de 2010. 58

UNIDIVERSIDAD

Este hará unos diez años que Carlos Fuentes me preguntó, así, de sopetón, como si semejante pregunta y semejante inquisidor no impusiesen como imponen, qué parte de su obra me resultaba más estimulante y hacia dónde pensaba yo que podría encaminarse en ese momento preciso de su abrumadora épica creativa. Musité entonces que tengo una especial debilidad por sus cuentos, y que, con toda honestidad, los echaba de menos. Ese mismo año Carlos nos regaló un volumen de deliciosos relatos, Discreta compañía, una compilación que, en su enorme andamiaje literario, renovaba puentes con su “Muñeca reina” y “Chac Mool”, pero también con Constancia... y El prisionero de las lomas. Digno representante de un sector de la literatura universal y mexicana donde el cuento es el secreto rey, Carlos Fuentes volvía por sus fueros al territorio de Rulfo y de Arreola, un territorio al que pertenece por derecho propio aunque rara vez lo visita. Lo hace, sin embargo, con una clara convicción: es en sus cuentos donde halla las piedras torales para el descomunal edificio de su obra narrativa. Arquitecto incansable, Carlos Fuentes sabe que todos sus libros son sólo estancias de un gigantesco laberinto, un laberinto donde nos apresa siempre y nos conduce a sus fauces de Minotauro del pensamiento y del lenguaje. Aún está por efectuarse, me parece, una aproximación contundente a lo que considero uno de los binomios más ricos y apasionantes de la obra de Carlos Fuentes: el narrador como arquitecto, que es lo mismo que la obra como laberinto palimpsesto. Carolina Grau está llamado a ser el centro de ese estudio


Santiago Gamboa, Ignacio Padilla, Carlos Fuentes y Arturo Fontaine

pendiente. La palabra laberinto tiene un curioso sinónimo: le llamamos dédalo, en honor al hombre que creó el más célebre de los laberintos, orfebre contratado y defraudado por el rey Minos, padre de Ícaro, y por tanto, tío de Prometeo y Satanás. Decir Dédalo es entonces decir lo mismo creación que criatura, captor que cautivo, autor que lector, héroe que monstruo. Estos binomios están encerrados en este libro paradójico donde el cautiverio es al parecer nuestra única posibilidad de liberación, sea nuestra prisión en el libro, sea en el cuerpo, sea en el desamor, sea en el tiempo. Si los lectores somos todos, bien que mal, cautivos voluntariosos en el laberinto de la literatura —todos a la vez Edmundo Dantés y Dédalo cautivo en su propio monstruo de palabras—, esta obrita inmensa está llamada a ser la única vía posible para hallar la salida. Como cualquier clásico, Carlos Fuentes ha acudido en numerosas ocasiones a dos figuras carísimas y presentes en la literatura desde Ovidio hasta Borges: la figura del cautivo, categoría universal de la condición humana que viene siempre aparejada a la idea de la prisión laberíntica, sea el mundo, sea el cuerpo, sea el espíritu, sea la palabra. No hay gran literatura sin cautiverio: desde Alicia en su espejo o Casano-

va en las cárceles de Venecia, entre Persiles en la cueva del bárbaro Corsicurvo y Ulises en brazos de Circe, Jean Valjean convertido en un prisionero sin nombre y Don Quijote en la carreta de bueyes, Teresa de Ávila en su castillo interior, los muchos encerrados de Edgar Allan Poe, Emma Bovary cautiva en su matrimonio y Raskolnikov cautivo en su remordimiento, Meursault condenado a muerte… Todos ellos cautivos grandes, cautivos humanos cuya suerte se proyecta, se reinvierte y se revierte en el más célebre cautivo de todos los tiempos: Edmundo Dantés, cuyo renacimiento en cautiverio lo conducirá a ser el Conde de Montecristo, protagonista de ese gran relato de la venganza que Shakespeare había dejado pendiente. Carlos Fuentes, constructor también de puentes entre vida y literatura, ha entendido mejor que muchos o mejor que nadie en qué medida Edmundo Dantés importa como metáfora iniciática y alegoría vital de todos los hombres. En Carolina Grau eso está más presente que nunca, pero no es la primera vez. El cautiverio asedia lo mismo a Ixca Cienfuegos que a Rodrigo Pola, a las dos Helenas que al prisionero de Las Lomas, a los encerrados de Aura. Pero, de manera muy especial, el cautiverio plural estaba ya indicado en UNIDIVERSIDAD

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otra obra mínima de arquitectura máxima, hermana de ésta. Me refiero a Cumpleaños. Cuatro décadas median entre aquella novela y esta colección de cuentos. Sin embargo, parecen una misma obra. Complejas, desmedidamente arquitectónicas, metafísicas y teológicas, Cumpleaños y Carolina Grau nos meten en una infinita casa de espejos donde lo que se multiplica no sólo es la persona narrada, sino el lector, el narrador, el mundo. Perdidos en un laberinto de tiempo y espacio —ese

trata de un laberinto octogonal que rinde claro homenaje a Borges. En esta Biblioteca de Babel el monstruo cumple con su auténtica función etimológica: se muestra. Cautivo en su prisión de espejos, la persona se reinventa en los destellos que puede emitir un cuerpo, una tumba, una fachada, una prisión, inclusive una cabeza olmeca. En todas estas prisiones Carlos Fuentes repite las paradojas del encuentro sartreano: sí, nos dice, el infierno son los otros, pero también son el cielo. El amante y la amada, el maestro y el discípulo pueden en cualquier momento invertir papeles: el abate Faria puede no encontrar a Dantés digno de redención, el vivo ansía la muerte aunque teme que ni en la tumba pueden guardarse los secretos, Viernes puede al fin comerse a Robinson en un acto de amoroso canibalismo. Abandonados a la soledad en corredores donde alteran el rumor y el silencio, los cautivos sienten lo mismo felicidad y miedo de una compañía probable. El escritor se percibe como una intrusa presencia, mira a sus criaturas y se da cuenta de que las ha condenado a deambular en círculos por un laberinto de palabras. Cito a Carlos Fuentes: ¿Quién me mete en la cabeza la idea de un encierro? Si estoy encerrada, ¿qué es lo contrario del encierro? Me castigo a mí misma. Nada me autoriza a pensar estas cosas. ¿Por qué pienso así? ¿Por qué imagino ‘luz’ si todo es oscuridad? ¿Por qué hablo de un ‘afuera’ si todo está adentro? ¿Y qué me da derecho a hablar de un ‘adentro’ si ésta es la única realidad que conozco? Ésta que habito.

Carlos Fuentes

laberinto que sólo es perfecto si es en la ficción—, los cautivos de Carlos Fuentes están condenados a descubrir, en sus prisiones, que la única forma posible de libertad se encuentra en la asunción del cautiverio y en la ilusión del amor. Carolina Grau es eso: Ariadna y el Minotauro reunidos para siempre, asediados y asediantes de cada uno de los hombres, mujeres y aun objetos que cuentan su prisión en estas narraciones, que son una y la misma. Este librito inmenso cayó en mis manos escaso tiempo después de haberme yo abismado, con tanto esfuerzo como placer, en otro de los grandes textos mapa de la obra de Carlos Fuentes. Me refiero a Cumpleaños, escrita a finales de los sesenta. Sorprende que entre uno y otro libros medien treinta años y tan poco trecho literario. En Cumpleaños, Carlos Fuentes habría propuesto la novela como laberinto, y con Carolina Grau propone el libro de cuentos como laberinto. En este caso, se 60

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Habla, en este caso, un espíritu cautivo en piedra, cautivo en un cuento de Carolina Grau, cautivo en una compilación de relatos cautiva en la cabeza del lector. Arribajo, o fueradentro, en la casa de los espejos todo cautiverio es libertad, todo prisionero es Prometeo liberado y cautivo también en el Cáucaso, Ícaro al fin fuera del laberinto de su padre, acercándose a su caída, Teseo asesinando al laberinto de Asterión y pensando que al hacerlo está allegándose un nuevo cautiverio: su cautiverio en el cuerpo y el amor de Ariadna, monstruo de muchas cabezas y belleza absoluta, Medusa y Afrodita, cautiverio que deseamos todos los hombres tanto como lo tememos, visión sublime y trampantojo de la belleza inalcanzable que vemos pintada en los muros del Castillo de If, castillo encerrado en el castillo, prisión de donde nunca, en realidad, podremos liberarnos, de la misma manera que el Conde de Montecristo nunca pudo liberarse de su memoria de la joven Mercedes, en cuyos brazos jamás podrá morir.




Retorno a Gutenberg

Víctor Reynoso

N

o sé cuándo se empezó a hablar del fin del libro. Me consta que desde los años sesenta, cuando andaba yo por la primaria: Que el libro impreso iba a desaparecer, que no podía competir con los medios audiovisuales (cine y televisión), nos decían algunos maestros con aires vanguardistas. Hoy se publican más libros que nunca, pero han aparecido novedades tecnológicas como computadoras e internet que, ahora sí, parece que llevarán al fin del libro. No lo creo. Más bien depurarán nuestra idea y nuestra relación con él, haciéndonos regresar a los tiempos de Gutenberg. Como es sabido, el primer libro impreso fue la Biblia. Desde entonces, desde su mismo nacimiento, los libros tienen un cierto vínculo con lo sagrado.Vínculo muy derruido debido a que se publica gran cantidad de basura de todo tipo. Los medios electrónicos han ido depurando el contenido de los libros impresos, llevando a otro tipo de publicaciones textos que difícilmente pueden tener un carácter sacro. Un caso muy claro es el de las memorias de congresos de todo tipo. Hace unos años se publicaban en forma de libros, tinta en papel encuadernado. No había ser humano que los leyera completos; su costo ecológico era enorme.También su costo de almacenamiento, para no hablar del simple esfuerzo de cargarlas. Ahora se publican en pequeños discos con ahorros de todo

tipo. Son sin duda útiles, pues hay en ellas información y análisis que pueden ser de suma importancia. Pero una importancia muy distinta a aquel libro que publicara Gutenberg por primera vez. A la lista de no-libros, aunque sí publicaciones con contenido escrito, se añaden manuales, instructivos, compendios de información. Pueden ser materiales valiosísimos, indispensables para ciertas actividades. Pero no son libros en el sentido gutenberguiano: no tienen para el lector un sentido particular, íntimo, cercano a lo sagrado en el sentido más amplio del término. Lo mismo puede decirse de todo lo que se publica para agrandar el currículum. A fines del siglo xix y principios del xx se escribió mucho sobre el “desencantamiento del mundo”. Los avances científicos habían dado nuevas y convincentes explicaciones sobre lo que antes explicaba la magia y la religión. El mundo, la naturaleza, el ser humano mismo, fueron vistos como algo explicable por los métodos de la ciencia. La vida humana, la vida toda, se llegó a ver como “un simple proceso de oxidación”. Se consideró que la ciencia tendría, entre otros, un fin fundamental en la búsqueda del progreso: acabar con los mitos, dando explicaciones racionales a todo. Pero ya desde el final del siglo moderno por excelencia, el xix, se alzaron voces contra este reduccionismo. Empezaron por la poesía y la filosofía. De ahí se pasó a algunas versiones de las ciencias sociales (otras se mantuvieron, y se mantienen, en el positivismo cientificista decimonónico). Un proceso largo y complejo, desigual e inconcluso, que llevó a hablar, a UNIDIVERSIDAD

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Antigua Santa Biblia en alemán, Fotografía de Andrzej Pobiedzinski

fines del siglo xx, del “reencantamiento del mundo”. Podemos explicar muchos aspectos de la vida desde la ciencia, pero podemos ver a la vida desde otra perspectiva: como un milagro, algo excepcional, algo “sagrado”. Ahora que la destrucción de la vida, o de muchas de sus formas, es una posibilidad real o incluso una realidad (se han extinguido ya muchas especies), nuestro acercamiento a ella puede ser distinto. Se habló de otras formas de razón, más complejas que la razón de la ciencia, en particular de la ciencia física, modelo de los diversos positivismos. La vida humana no podía ser explicada por la racionalidad que explicaba los fenómenos físicos: eran necesarias una razón vital y una razón histórica. Se revaloró el papel de los mitos (distintos a las simples mentiras) como necesarios para la comprensión de la vida humana. Sísifo, Orfeo, Tántalo, nos ayudan a comprender aspectos de la vida humana precisamente porque son mitos. Octavio Paz señaló que el pensamiento del futuro sería un pensamiento poético “que recoja lo particular, lo cualitativo, lo sensual y lo ponga en relación no avasalladora con el todo”. En este contexto, que no es el del asalto a la razón ni el del irracionalismo, sino el de la búsqueda 64

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de formas de razón superiores, que logren explicar y comprender la complejidad de la vida y de la historia, ¿qué relación podemos tener con los libros? Antonio Deltoro habla de los libros “de buró y de viaje”. En principio, se refiere a un asunto práctico: libros pequeños que podemos llevar aquí y allá. Pero también a cercanía, intimidad, compañía. La vida humana necesita de eso: relaciones íntimas, cercanas. Compañías significativas, que ayuden a darle sentido a la propia vida. Podemos abrir la computadora y buscar en internet o en medios magnéticos información e imágenes indispensables para nuestro trabajo o nuestro entretenimiento. Pero requerimos, en otro ámbito muy distinto, de compañías para el buró y el viaje. No todo material impreso es buena compañía. Sí algunos libros, con los que establecemos una relación personal, con los que establecemos diálogos significativos. Los medios electrónicos nos ayudan a distinguir entre escritos útiles y “libros” en el sentido original del término. Depuran este sentido. Nos hacen regresar a Gutenberg, no a lo que significa como avance tecnológico, sino como relación humana íntima y significativa. Antes de él era imposible tener una Biblia en la casa.



Los mapas y lo políticamente incorrecto Luis Felipe Gómez Lomelí

Tu rancho ni aparece en el mapa”. “Está tan chiquito que ni sale en Google Maps”. Y ya se sabe: lo que no se ve, no existe. La geografía tiene la función de responder una pregunta fundamental de todo ser humano: ¿dónde estoy? Pero también, al hacerlo, designa lo que importa y lo que no, señala las riquezas o las esconde, establece categorías y, en resumen, nos otorga una visión del mundo que parece tan inalterable y natural como las masas continentales o las piedras. Por lo mismo, los productos de la geografía —los mapas— son un excelente instrumento de propaganda.

El arriba no existe Un mapa es la fotografía de la historia, o, mucho mejor dicho, en palabras del anarquista y geógrafo francés Élisée Reclus: “������������������������������� L’histoire n’est que la géographie dans le temps, comme la géographie n’est que l’histoire dans l’espace”.1 Así, cualquier mirada atenta a un mapa, nos revela el momento histórico de la sociedad que lo hizo. En el espacio exterior no hay arriba ni abajo. El “arriba” tiene sentido cuando se nos cae un plato en la cocina o cuando tenemos que subir cinco pisos con un garrafón de agua. También, en el organigrama de una estructura política: arriba, el rey; abajo, Traducción libre: “La historia es la geografía en el tiempo, la geografía es la historia en el espacio”.

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los súbditos. Y en la primera fotografía que se tomó del planeta en el espacio exterior, “arriba” aparece el Polo Sur y el centro del planeta está entre Madagascar y Mozambique. Obviamente la foto causó conmoción y le dieron la vuelta para que el “norte” quedara arriba. ¿Y por qué el “Norte” es el “arriba” de los mapas? Simple: porque el hemisferio norte conquistó al resto del mundo y, actualmente, siguen estando ahí los máximos poderes militares: Estados Unidos, China, Europa Occidental. Por descontado, esto es sólo nuestro momento histórico y, por ejemplo, en los mapas árabes antiguos el “arriba” de todo era la península arábiga y “abajo” quedaban las tierras que había que civilizar: Europa.

El mito de la proyección de Mercator El planeta es una cuasi-esfera, achatado por los polos. La forma más simple de dividirlo es como a un círculo: a partir de un punto habrá 360º si damos la vuelta completa. También podemos trazar arcos o líneas imaginarias para simplificar el análisis. De Norte a Sur, a los ingleses se les ocurrió en 1851 trazar uno que pasaba por el villorrio de Greenwich, cerca de Londres. Y como, durante el siglo xix, los ingleses tenían la mayor flota del mundo y los marinos siempre han sido los más interesados en saber dónde diablos están, quedó la convención de que por ahí pasaba el centro del mundo (al lado opuesto del globo quedó lo que se conoce como la línea del tiempo).


Mapa del mundo por Alexis Hubert Jaillot, circa 1694. Reeditado casi un siglo después por Jan Elwë

La otra división del planeta es menos arbitraria y es el punto medio entre los polos. Es decir, la línea del Ecuador. Así, lo lógico sería, cuando vemos un mapamundi, que el centro del mapa se encontrara donde se intersecan estas dos líneas: en el Golfo de Guinea. Sin embargo, el centro del mapamundi rara vez lo encontraremos ahí sino mucho más al norte. Antes de la Segunda Guerra Mundial, el centro del mapa podía estar en París, Moscú, Londres, Berlín… dependiendo, por supuesto, de quién hiciera el mapa. Luego de la Segunda Guerra Mundial, el centro de los mapamundis “occidentales” se encontraba en las Azores, ahí donde se firmó el tratado que dio lugar a la otan.Y, después de 1990 no es raro que el centro del mapa se encuentre en Iowa, en el centro de ee. uu. Por supuesto, los mapas chinos hacen honor al nombre de China, cuyo significado de los caracteres es “el país del centro”. Ahora bien, desplazar el Ecuador hacia “abajo” implica achicar los territorios del sur y agrandar los

del norte. Normalmente el Hemisferio Norte es representado dos o tres veces más grande que el sur. Ante las críticas a esto, geógrafos y políticos europeos responden con un trabalenguas de términos de topología y navegación marítima. En resumen, dicen que es imposible hacer una representación precisa de una esfera en un plano (lo cual es cierto) y que, debido a la navegación, es mucho más “preciso” usar los mapas a los que estamos acostumbrados. A estos mapas se les conoce como “proyección de Mercator”, en honor a un muchacho belga llamado Gerardo Mercator que hizo un “mapamundi” así en 1569. Sin embargo, este argumento no sólo era sesgado desde entonces sino que ahora, en la época del posicionamiento geográfico vía satélite, es ridículo. Entonces, ¿por qué los mapamundis siguen usando esta proyección?: otra vez, porque son una radiografía de nuestra historia. Pero hay un aspecto aún más revelador: los nombres. UNIDIVERSIDAD

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La nomenclatura, o qué nos dicen los nombres de los lugares A los austriacos les tiene sin cuidado que los franceses hayan hecho una revolución republicana. Así que a Francia se le dice Frankreich o, lo que es lo mismo: el Reino de los Francos. Los cambios en el nombre del país cuya capital es Berlín también es significativo: Deutschland, Germany, Alemania (¿lugar de todos los hombres?). Pero aún más significativos son los nombres de antiguas colonias europeas, nombres que no sólo reflejan la historia sino también el desprecio y los racismos de la época: Colombia y British Columbia, por Colón. Bolivia, por Bolívar. Filipinas, por Felipe II. Venezuela, porque las casas en el delta del Orinoco les recordó Venecia a los conquistadores; pero “Región 4.” Chile (sin palabras). California, porque ahí llegó un tipo que estaba traumado con los libros de caballería, Las sergas de Esplandián para ser exactos. Costa de Marfil y Madeira (sin palabras). Honduras, porque para los conquistadores ahí no había un solo lugar llano. Guinea, Guinea-Bissau, Guinea Ecuatorial, Papua Nueva Guinea… así, ¿o más genérico? Servia, lugar de siervos. Nigeria, lugar de negros. Mauricio, por Mauricio de Nassau (y, claro, también Nassau). Liberia, una grandísima ironía. Mongolia, donde, por supuesto, no es ningún insulto llamarle a alguien “mongol”. India… y los equívocos que sigue suscitando en nuestro idioma. Canadá, según algunos, “acá nada”. China, por una dinastía que gobernó ahí ¡hace 2200 años! África, por una diosa griega: Afrodita. Europa, porque a una morra se la llevó un animal ahora extinto: el uro. América, por un compita que hacía mapas y se dio cuenta de que no era India. Etcétera.2 Así, es común que las categorías geográficas (las que tienen que ver con las placas teutónicas y las piedras) se mezclen con las categorías culturales. En China, durante el secretariado de Mao, también se renombró al mundo a gusto y conveniencia del partido y la idiosincrasia china, con resultados más o menos igual de agradables. A México, no le fue tan mal: significa algo así como el “hermano mayor moreno de Occidente”.

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“Europa” es un lugar extraño que, a veces, va de Lisboa a los Urales (cuando quieren decir que es un lugar extenso); en otras, de los Pirineos al Rhin (cuando quieren hablar de índices de desarrollo humano) y, por supuesto, el apelativo “europeo”, difícilmente incluye a los millones de musulmanes que han vivido en Europa desde hace siglos. África es similar y el gentilicio “africano” es entendido como un apelativo racial políticamente correcto, aunque en buena parte del territorio la “raza” no sea negra sino árabe. Y, por supuesto, “América” es un solo país y “latino” ha dejado de significar “romano” para ser el genérico intercambiable de “ecuatoriano”, “mexicano”, “haitiano” o “brasileño”. Algunas sociedades se han quitado el estigma colonial y se han puesto un nombre propio, como México o Vietnam (antes Indochina, o sea “entre India y China”). Y otras, por más que sus dirigentes tengan un discurso regionalista y emancipador, conservan un apelativo, por lo menos, insultante: Venezuela. En otros casos, como el nuestro, los nombres y los cambios de nombres de los lugares nos muestran la historia de la región. En el estado de Jalisco, por ejemplo, tenemos Guadalajara (árabe-español), San Pedro Tlaquepaque (español católico más náhuatl), Tepatitlán de Morelos (náhuatl más independentista), Teocuitatlán de Corona (náhuatl más liberal masón), Encarnación de Díaz (español católico más Porfirio Díaz), Cañadas de Obregón (español más Álvaro Obregón), Yahualica de González Gallo (náhuatl más priísta “accidentado”). O, en el estado de Puebla, el maravilloso cambio de Ciudad de los Ángeles a Puebla de los Ángeles, a Heroica Puebla de Zaragoza. Es, como decía Reclus, la historia en el espacio. La historia escrita por los vencedores, tan políticamente correcta como el Arco del Triunfo o llamarle “mongolismo” a un síndrome (¿se imagina que le llamaran “mexicanismo” y dijeran: Pobre, le nació mexicanito el niño?).





taller MÚSICA Gravedad cero o de la comedia musical

Fred Astaire y Rita Hayworth Shall we dance?

On a bright cloud of music shall we fly? George e Ira Gershwin, “Shall we dance?”

Esto no es una apología, nada me entusiasma menos que un panegírico. Tampoco es una excusa o una justificación: mi inclinación por la comedia musical es tan enigmática como desconcertante; lo ingenuo de su candor me suele avergonzar. De extracción incierta y visos de bastardía, la comedia musical es un pariente pobre que alcanzó el novorriquismo. Pródiga en ostentación y mal gusto, se obstina demasiado en agradar; eso en ocasiones la vuelve fastidiosa. Irrita, como insecto que se posa en la nariz; es una piedrita en el zapato de la cultura. Pedantes genealogistas podrían retrotraerse a sus raíces clásicas, comenzar una disertación invocando danzas rupestres como el komos y el cordax, pero sería lo mismo que embalsamarla. Algo tiene este fantasma de la ópera de desaliñado y amorfo, de urgente, que torna ridículo todo intento por prestigiarlo. Algo de su banalidad rezuma ludismo, ligereza. Juzgado siempre como un subgénero 72

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que procura evadirnos de la realidad —pecado capitalísimo para quienes subestiman la tradición de Sherezada—, se ha pasado por alto que la comedia musical, al evadirla, logra incluso evanescerla. No es un juego de palabras, tampoco ocurrencia repentina. Si bien las primeras producciones cinematográficas coinciden con la Gran Depresión, el género trasciende esa coyuntura y evoluciona. Paulatinamente Sherezada se convirtió en Houdini, y aquellas historias de amor danzante que ocultaron tras su artificio la crudeza del desempleo, terminaron un día por difuminar lo real. Lo insulso de sus historias, lo caprichoso de sus peripecias, el disparate, procuran alcanzar el fin anterior; todo lo concreto, lo verosímil, incluso lo sensato, obstaculiza su vocación última: evaporar lo cotidiano, tornarlo incorpóreo, aéreo. Anhelo siempre vigente, el de volar. Fantasía primitiva, pulsión perpetua, separar los pies del suelo es algo más que un salto, separarlos en repetidas ocasiones algo más que un baile: la vocación por desprendernos del todo, la ilusión de flotar. La ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, que vuele hacia lo alto y se distancie de la tierra, de su ser telúrico. Y ahí radica la eficacia de la comedia musical, su trascendencia. Al desafiar la ley universal de gravedad, ésta no sólo logra suspendernos en el aire, también aplaza la ejecución de lo serio y, en última instancia, del dolor. Perogrullada: la gravedad siempre es grave —grave en inglés es tumba—. En el punto donde converge la música, la comedia y el amor, se supera la pesadez humana y nos suspendemos. En ese instante nuestra conciencia de muerte parece cuestionarse. Debido a que son los números musicales los que guían la acción dramática, la estructura del musical suele ser anárquica, incluso caótica. Pero su estructura molecular, la que aquí me interesa, se manifiesta con la exactitud de un código genético en cada una de sus secuencias musicales. Tomemos por ejemplo un caso específico: Singin’ in the Rain, el número que bautiza el filme. Es vulgarmente cotidiano que un chico acompañe a su novia hasta la puerta de su

casa; que intercambien palabras lindas, que se despidan con un beso enamorado. Menos común, pero aún verosímil, resulta que nuestro personaje no tome un taxi y, movido por la emoción del momento, decida regresar a casa silbando, tarareando, e incluso cantando una tonada de moda, a pesar de la lluvia. Se ha alcanzado un primer estadio de evanescencia. No obstante las inclemencias del tiempo, el personaje ha quedado inmune a lo que le rodea. Pero la esencia del género radica en la difuminación absoluta, donde todo lo cotidiano, primeramente la ley de la gravedad, queda suspendido. Un salto del protagonista a la base de un arbotante rompe el contrato con lo verosímil y, segundos después, cuando desciende, lo hace en un mundo paralelo: es Alicia allende el espejo. Desde este nuevo plano, que el enamorado cierre el paraguas, brinque en los charcos, gire incesantemente en las baldosas —así como otros actos dignos de un oligofrénico— son consecuencias naturales de esta dimensión donde lo grave, es decir la seriedad y el dolor, se ha abolido. La aparición del policía, un emisario de la realidad, intenta restablecer el orden de las cosas pero sin lograrlo del todo. Gene Kelly, como el espectador que abandona el cine, se aleja silbando su canción, a pesar de su amenaza. Las comedias musicales son una concatenación, las más de las veces equívocas, de estas pequeñas secuencias que tienden a la levedad. En los casos más afortunados son captadas por una lente que también vuela, aunque esta coincidencia se suscita poco. Cuando lo hace el género roza con lo sublime, aspira a la eternidad. En un prisma demarcado por la música, la comedia y el amor, Cupido, divinidad alada, comienza a danzar. Sólo en las inmediaciones de este triángulo logramos perder toda la pesadez corpórea y volar, como Fred Astaire bailando en el techo de su cuarto, Gene Kelly persiguiendo un ideal entre las nubes o como Goldie Hawn que, como las musas de Chagall, flota por el cielo de París y, de no aferrarnos a ella, podríamos perderla para siempre. Guillermo Espinosa Estrada


VIDEOJUEGOS La cultura de los juegos de video

Halo,

odst

Cuando mi hijo de 14 años me dijo: “Aparte de los juegos de video nada importante está pasando en la cultura y el entretenimiento”, mi primera reacción fue salir a la defensa de las artes, las letras, la música y por supuesto el cine. Pero sin duda esa afirmación no invitaba al debate y la comparación de méritos entre las diferentes disciplinas culturales y los atributos de los videojuegos sino que era una forma de articular lo evidente: los juegos de video representan hoy la brecha generacional más contundente que ha aparecido desde el surgimiento del rock hace más de medio siglo. Quienes vivimos la prehistoria de los juegos de video como algo que nos pertenecía, resulta difícil aceptar que ésta es una cultura que se nos ha escapado, y a menos de que hayamos dedicado largas horas al Game Boy, PSP, Playstation, Wii y Xbox, es un universo que se ha vuelto ajeno a nuestra experiencia. Lo cual no debería ser un orgullo para nadie. Mientras muchos todavía nos preguntamos qué son los videojuegos: entretenimiento enajenante, pasatiempo inofensivo o una forma artística en gestación, millones de personas los viven como parte de su identidad, de manera comparable a como otras generaciones adoptaban estilos musicales, y sus respectivas formas de vestir y actuar. Hoy no es raro ver jóvenes divididos entre aquellos que juegan Halo y quienes prefieren Call of Duty. La cultura de los videojuegos crece, se diversifica y se vuelve cada día más compleja y fascinante. A estas alturas es una necedad seguir intentando comparar la narrativa de un juego con la de una película o novela, así como no tiene sentido com-

parar la experiencia estética que ofrece un espectáculo multimediático como el juego Assassins Creed con el arte de Tintoretto. Es claro que gran parte de las historias que se cuentan en estos juegos son derivativas, en el caso de los juegos de ciencia ficción como en las series Fallout o Halo es imposible ignorar la infinidad de referencias cinematográficas y el descarado saqueo de imágenes, personajes y situaciones que se presentan. Lo mismo sucede en los juegos bélicos y criminales, los cuales son remixes o mashups de lugares comunes del cine y el cómic. Sin embargo, esto no devalúa forzosamente a estos productos y en muchos casos es irrelevante. Las preocupaciones e intereses en los juegos de video son muy distintas que incluso las de los filmes más dependientes de la acción y los efectos especiales. No hay que olvidar que estamos ante un paradigma distinto de entretenimiento y placer. De hecho existe una relación incómoda entre los videojuegos y el cine. Cuando no tenemos espantosas relaciones incestuosas que provocan películas derivadas de juegos o juegos derivados de películas, tenemos guiones tiesos, mal leídos y torpemente incorporados a la acción, más como pretextos y justificaciones grandilocuentes que por una auténtica necesidad narrativa. Pero como dice Jason Rohrer, autor del videojuego-meditación Passage: “La gente está comenzando a entender que los juegos no pueden sobrevivir únicamente con narrativa y carácter […]. No es lo que se supone que hagan los videojuegos. Esto no explora lo que los hace únicos. Si van a trascender y adquirir un verdadero significado, éste tiene que surgir de la mecánica del juego”. La cultura de los videojuegos padece una extraña esquizofrenia. Por un lado surge de la creatividad de pequeños grupos e individuos fuertemente influenciados por la cultura hacker, por la fascinación de crear un nuevo mundo a partir de secuencias de código y una serie de valores rebeldes y hasta cierto punto contestatarios. Por otro lado algunas de estas pequeñas empresas crecieron y entraron a competir con consorcios gigantes y el mundo de los videojuegos se convirtió en un negocio multimillonario y de alto riesgo, donde el desarrollo de cada juego blockbuster o de gran presupuesto se lleva a cabo por verdaderos ejércitos de ejecutivos, diseñadores, programadores, abogados, contadores y demás eslabones corporativos. Esto, como en el caso de los filmes hollywoodenses limita o elimina la posibilidad de crear visiones personales (por supuesto que podríamos señalar a Will Wright y sus creaciones como The Sims o Spore, como excepciones) y si bien esto no significa que los

juegos comerciales no contengan elementos originales y fascinantes, sin duda sí limita las posibilidades creativas y la innovación a un catálogo reducido y probado de posibilidades de juego. Los ingresos planetarios de esta industria se encuentran alrededor de los 60 mil millones de dólares y crecen con una rapidez vertiginosa a pesar de que tan sólo se vale de un pequeño porcentaje de la inmensa inversión propagandística con que cuentan los estudios de cine de Hollywood. Esos ingresos parecen opacar a los de la industria de la música, y con juegos como Rock Band y Guitar Hero, la industria de los videojuegos se extiende hacia este terreno, amenazando con crear la (o las) plataforma musical universal interactiva con que las jóvenes generaciones se relacionarán con la música. El mundo de los videojuegos parece dominado ominosamente por un puñado de empresas que pueden competir en un campo donde los costos son abrumadores, sin embargo los creadores independientes de juegos son numerosos y sus juegos, la mayoría hechos deliberadamente en baja resolución, muchos con código abierto y propuestas paradójicas y provocadoras, son un fenómeno poderoso y masivo. Algunos de estos juegos se han bajado (y algunos vendidos por hasta quince dólares) más de medio millón de veces. Ahora bien, la cultura de los juegos de video resulta singular porque, independientemente de lo que nos ofrece como consumidores, es un producto de la extraña, perversa y malsana relación entre el complejo militar industrial y la industria del entretenimiento. Como señalan Nick Dyer-Witheford y Greig de Peuter en su artículo, Empire@Play:Virtual Games and Global Capitalism: “Más que ningún otro medio previo aparte del libro, el juego virtual es un derivado de la crucial tecnología del poder de su sociedad”. Esto se manifiesta de varias formas, por un lado está el aspecto más evidente, el contenido de ciertos juegos violentos y en particular los de “tirador en primera persona”, los cuales convierten la noción de matar en entretenimiento. Sin embargo, lo controvertido no es que estos juegos enseñen a matar, ni siquiera que desensibilicen al jugador hacia el valor de la vida humana, aunque es un hecho que el ejército estadounidense y algunos otros emplean estos juegos para preparar soldados y en ocasiones buscan reclutas con habilidades particulares en videojuegos para determinadas tareas, como puede ser pilotear drones. Los medios tradicionales, con la complicidad de sicólogos y médicos han lanzado numerosas campañas de pánico moral para denunciar el peligro latente de los UNIDIVERSIDAD

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juegos, en ocasiones asociando crímenes de asesinos masivos con su gusto por ciertos videojuegos violentos. Invariablemente estas campañas se ha diluido al ser incapaces de crear un vínculo creíble entre los videojuegos y las acciones criminales. En cambio, es importante considerar lo que señalan DyerWitheford y de Peuter: “Los juegos digitales están sistemáticamente incorporados en el aparato bélico del imperio de formas en que convierten a los autores y los jugadores en socios materiales en la tecnocultura militar”. Es claro que al jugar Call of Duty o Medal of Honor, obsesivamente, el usuario internalizase apropia-consume el estado de conflicto perpetuo en que vivimos desde el 9-11. Un aspecto que ha sido motivo de debate en torno a la función social de los juegos

de video es que más allá de simplemente desarrollar habilidades en lo que concierne a la coordinación entre manos y dedos, el multitasking o la habilidad de realizar varias tareas simultáneamente y otras capacidades como la toma de decisiones y la evaluación de riesgo, convierten en entretenimiento actividades que se parecen mucho al trabajo monótono, ya sea el recorrer un mapa una y otra vez en busca de artefactos, o producir objetos virtuales, sembrar y cosechar, o simplemente obedecer órdenes. Así, los juegos que inicialmente eran deliberados medios para perder el tiempo o realizar actividades subversivas, se han convertido en cierta forma en fábricas de burócratas. No sorprende a nadie que numerosas corporaciones prefieren contratar personas

que juegan videojuegos. El ejemplo más extremo son los miles de jugadores que en China o Corea pasan días enteros jugando juegos en línea como World of Warcraft para generar “riquezas” que luego son cambiadas por dinero en el mundo material. Los videojuegos se encuentran en un momento de transición, fuerzas antagónicas tiran su progreso hacia direcciones antagónicas. Hay numerosos motivos para ver su progreso con pesimismo, pero también es incuestionable que, como dijo mi hijo, los juegos de video son lo más importante que está pasando en la cultura del siglo xxi. Naief Yehya

RESEÑAS CIENCIA Desafiando el clásico paradigma de la investigación científica

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Donald Stokes, Pasteur´s Quadrant, Basic Science and Technological Innovation [El cuadrante de Pasteur], D. C.: Brookings Inst. Press, 1997.

Fue hace más de sesenta años cuando el mítico y legendario ex presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, previendo el fin de la tortuosa Segunda Guerra Mundial, pidió a su director de la Oficina de Investigación Científica y Desarrollo, una propuesta respecto del papel que la ciencia debería desempeñar una vez que los tiempos de paz arribaran. No quedaba duda en el pueblo norteamericano, así como en sus políticos y líderes, que la ciencia y el desarrollo tecnológico se habían demostrado como una herramienta invaluable en la lucha por la supremacía estadounidense al filo de la caída de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Roosevelt se cuestionaba cómo habría de legislar el gobierno norteamericano el quehacer científico, una vez que los tiempos de paz retornaran. Obtener financiamiento para la investigación científica no fue difícil en los tiempos de guerra, toda vez que se asimilaba al desarrollo tecnológico como la clave de un futuro triunfo estadounidense. A pesar

de ello, Roosevelt astutamente supo prever que dicha situación cambiaría una vez que la paz brotara nuevamente. El resultado de la petición de Franklin Roosevelt fue un manuscrito que se convertiría en el más famoso en la historia de la legislación de la ciencia y la tecnología.“Science, the Endless Frontier”, fue el título que encabezó el reporte con el cual Vannevar Bush delinearía el modelo de investigación que por décadas guiaría la estructuración de políticas públicas, privadas, estatutos y estructuras de financiamiento para la ciencia y la tecnología. Basado en el caso Roosevelt-Bush, y en su influencia en el desenvolvimiento de la ciencia en el siglo xx, el autor Donald Stokes, reconocido académico de la afamada Woodrow�������������������������������� Wilson School of Public and International Affairs de la Universidad de Princeton, se embarca en la aventura de analizar las implicaciones del modelo Bush, que a su juicio resulta limitado, para llegar finalmente a la postulación de un nuevo modelo integral llamado el Cuadrante de Pasteur. Para Donald Stokes, como para muchos otros científicos, resulta una sorpresa encontrar que los aforismos básicos del modelo de Vannevar Bush, conllevan a una visión limitada de la ciencia y la tecnología, así como de


la relación que éstas dos guardan. En primera instancia Bush propone un espectro separatista, en donde en un extremo encontramos la investigación básica —o puramente científica— y en el extremo opuesto, y separada por completo de la primera, se encuentra la investigación puramente aplicada —o tecnológica—. Sin sentirse satisfecho con esta primera premisa, Bush continuó estableciendo que la ciencia es quien impone el ritmo con el cual la tecnología progresa. Dejando claro, por ende, que sin desarrollo científico no existiría crecimiento tecnológico. De manera sagaz y con una astucia inigualable, Donald Stokes retoma la historia del trabajo científico y tecnológico de Louis Pasteur, para señalar los huecos y rincones incompletos que el modelo Bush tristemente incluye. Stokes nos lleva por las tierras a veces desconocidas de la que llama “use-inspired

research”. A través del recorrido por el que el autor nos introduce, llegamos a encontrar un nuevo modelo que complementa al modelo clásico, e impresionantemente influyente, de Bush. El objetivo del libro, sin embargo, no se limita solamente al hecho de poder alcanzar un nuevo modelo que describa correctamente la forma en cómo la investigación científica y tecnológica se encuentra estructurada, sino que dando un paso más allá, Stokes invita al razonamiento de entender por qué resulta fundamental para la raza humana contar con una definición clara y veraz de la actividad investigadora de la ciencia y la tecnología. En una serie de argumentos contundentes, Donald Stokes nos convence del papel esencial que el desarrollo tecnológico y científico juegan en nuestras vidas. Finalmente el autor

De la banana a la esclavitud

sino que el resto de las potencias mundiales centraron su vista en la riqueza de Latinoamérica, un negocio, un criadero de dinero, miseria extrema e intereses personales. Las cicatrices del viento proyecta una visión general del siglo pasado, aludiendo a la deplorable verdad latina, la explotación de sus habitantes y el saqueo de sus tierras, obligados a permanecer inmutables ante el fenecimiento de su nación. La obra narra los hechos que acontecieron a inicios del siglo xx, en que las compañías extranjeras comenzaban a tomar posesión de las tierras de otros países. Aquí se presenta a la United Fruit Company —también conocida como El pulpo—, compañía bananera y transportadora de alimentos, propiedad del magnate americano Minor Keith, quien apostó su negocio en los países centroamericanos y caribeños, aprovechando su desamparo económico. La novela narra sobre el heredero de la United Fruit, sobrino de Minor, Robert Keith, un hombre de impresionantes dotes para la actividad financiera y económica que al mismo tiempo se manifiesta como el promotor de una comunidad empobrecida, ignorante, indolente, de quienes no tienen otra cosa que hacer las veces de peones en las pencas de plátano. En el ficticio país de Salaragua, se muestra la figura viciada del magnate, corrupto por el poder y el ansia de acaparar grandes sumas de dinero, mientras que los ciudadanos son acribillados por el dictador Leónidas Trubico, socio y conejillo de indias de Keith. Esta singular novela narra sobre una nación centroamericana embrutecida, adormilada por el miedo, los horrores provocados por la intervención de las fuerzas armadas y

Francisco Martín Moreno: Las cicatrices del viento. México: Alfaguara, 2009.

El descubrimiento de América en 1492 fue el preludio de una fuerte tormenta que afectaría gravemente a las razas aborígenes del nuevo mundo, en donde la conquista y sus consecuencias acarrearon más que esclavitud, muerte y pobreza. Posteriormente, a finales del siglo xix, la situación no había cambiado en absoluto. Estos pueblos recayeron ya no sólo bajo el yugo europeo,

expondrá cómo los factores externos a la actividad científica, como la política y las estructuras legales, pueden no sólo inhibir sino impedir completamente el desarrollo de una de las actividades más espectaculares que el hombre es capaz de concebir: la ciencia y la tecnología. El Cuadrante de Pasteur, un libro que nos lleva al mundo de la investigación científica y tecnológica, y que como mexicanos nos dejará pensando sin lugar a dudas, si será acaso la falta de una mejor definición de la actividad científica, o tal vez de políticas públicas más eficientes o atinadas, lo que mantiene aún a nuestro país en una interminable espera del tan anhelado progreso y liderazgo en el desarrollo científico y tecnológico que tanto necesitamos. Gerardo Abreu Pederzini

Francisco Martín Moreno

su violenta posición; asimismo, nos presenta hombres de guerra y cultura, revelados por la extrema marginación, con ansias por mejorar sus condiciones de vida, vistiendo al pueblo, dándole de comer, sugiriéndoles la libertad y la necesidad de saber y letrarse. La ignorancia de Trubico y sus conciudadanos, esboza en la novela un pueblo latino supersticioso y confuso, siendo el dinero y sólo el dinero lo más importante. De cualquier manera, no todo es corrupción y muerte. El UNIDIVERSIDAD

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intenso desborde de las pasiones es algo que adorna e inspira en la narración de Martín Moreno, demostrándonos la fuerte presencia del amor y su incesante llama que parece desequilibrar y dar coraje a los personajes, entre ellos Sofía, la esposa de Keith, que es atormentada por los amores del pasado. Sin duda, la novela de Martín Moreno se complementa adecuadamente por el contenido histórico que se puede leer entre párrafos, donde la información extra que es englobada en el apéndice epistolar, crono-

lógico y notario sobre algunos personajes de la historia, le brinda un plus, haciendo de la lectura no solo una novela de pasiones, muertes y violencia, si no también un recorrido histórico de la sociedad latina, una serie de escritos con pensamientos de valor, justicia y libertad, hablándonos de un conflicto ancestral, un problema que puede ser resuelto, pero que necesita de la sociedad para aclararlo. Las cicatrices del viento emplea un lenguaje muy preciso, sencillo y con un vocabu-

lario extenso, agregando en los personajes ciertas características propias de los latinos, por la naturalidad y candidez en el lenguaje que los representa. Además, va colmando cada renglón con una cantidad de ambientes bien ilustrados, acciones explícitas y escenarios agradables tanto al oído como al tacto del lector, haciendo de la lectura una experiencia gratificante y amena.

El menú del Bicentenario

formarlos en personajes humanos de una obra literaria. Héctor Zagal, nacido en México, es egresado de la unam y doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra. Ha sido profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam y del itam. Entre sus publicaciones se encuentran libros y artículos sobre Aristóteles, historia del arte, gastronomía y cultura. Destacan un par de ensayos con temáticas nacionalistas, como “Dos aproximaciones estéticas a la identidad nacional” en 1998, con el cual obtuvo el Premio Nacional de Ensayo “Raúl Rangel Frías” en coautoría con Luis Xavier López-Farjea, y “Gula y cultura” en 2005. También destaca en el análisis político con obras como Andrés Manuel López Obrador, Historia Política y Personal del Jefe de Gobierno del Distrito Federal, un estudio sobre el entonces candidato a la presidencia de la república y Anatomía del PRI, una radiografía del partido tras su derrota en las elecciones de 2006. En La cena del bicentenario, el autor hace gala de sus conocimientos de gastronomía, tanto nacional como internacional y sitúa en la actualidad a algunos de los personajes más icónicos de la historia de México, concretamente en el año 2010. Porfirio Díaz, Iturbide, Hidalgo, Maximiliano, Carlota, Benito Juárez y Emiliano Zapata son los comensales que se reúnen con motivo del bicentenario en el Castillo de Chapultepec, magistral escenario donde una serie de eventos amenazan con sus vidas. El relato, de ciento noventa y un páginas, se divide en diecinueve capítulos cortos, nombrados con platillos típicos mexicanos y extranjeros, así como referencias al contenido de los mismos. Temáticamente podemos dividir el libro en dos partes: la primera, que nos muestra a nuestros personajes, sus caracteres y problemáticas; y la segunda,

una cena en la que todos se reúnen con resultados inesperados. La cena es una novela corta de lenguaje accesible, que tiene por objetivo entretener, así como presentar el lado humorístico de los próceres de la patria. El autor rescata las características icónicas tanto positivas como negativas de los personajes, para utilizarlas a su favor en la elaboración de una irreverente ficción, que invita al lector a despojarse de los prejuicios de una historia patria rígida y dogmática. Los ambientes en los que se desarrollan los hechos, destacan por las descripciones sensoriales, más que físicas o circunstanciales, así como diálogos cortos en lenguaje coloquial, que hacen hincapié en el elemento gastronómico hilándolo con algunos datos históricos de relevancia que ayudan a construir el relato. Sobresale el capítulo Chiles en nogada que nos muestra a unos descontextualizados Iturbide y Santa Anna sosteniendo una acalorada conversación sobre el pasado y sus consecuencias, así como su sentir sobre la interpretación que se le da a sus papeles como personajes históricos en la construcción de la patria mexicana, juicios que ambos tachan de injustos. Por supuesto el elemento gastronómico tiene un papel preponderante en la descripción del ambiente en que se encuentran imbuidos. Otro elemento notable de este capítulo, es la crítica al festejo del Bicentenario en sí, que como evento institucional superó a los hechos históricos y personajes que se supone, eran el centro de atención: “Los próceres nacionales no somos figuras de cera. Fuimos hombres de carne y hueso, con manías y defectos, hombres reales”, palabras que en boca de José María Morelos y Pavón reflejan el propósito principal de la obra.

Héctor Zagal: La cena del bicentenario. México: MR Ediciones, 2009.

La pasada celebración del segundo centenario de la Independencia de México, resultó un justificado pretexto para que se produjeran numerosas obras con tal temática. Así, las perspectivas desde las cuales fue abordado este hecho histórico generaron múltiples posibilidades de lectura, desde análisis multidisciplinarios y novelas históricas, hasta obras con una fuerte carga de humor. La cena del bicentenario, de Héctor Zagal, es un ejemplo de estas publicaciones que tienen por objetivo romper con la concepción clásica de la historia patria, despojando a los héroes nacionales de su solemnidad, para trans-

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Adrián Emmanuel Méndez Gómez

Montserrat A. Báez Hernández


Velasco sí que puede explicarlo todo

Xavier Velasco, Puedo explicarlo todo, México: Alfaguara, 2010.

La vida está compuesta por situaciones que nos provocan alegrías y tristezas, derivadas de los actos que cometimos y trazamos a través de los años. Nos convertimos entonces en los narradores y protagonistas de las novelas que vivimos con el correr del calendario. Xavier Velasco, en su proyecto “más pensado, posesivo y exigente”, logra transportarnos a ese ambiente citadino y confuso que los diarios dicen de la capital de nuestro país. Setecientas cuarenta páginas podrían parecer abrumadoras, sin embargo, la maestría narrativa de Velasco hace de Puedo explicarlo todo una experiencia única, pues está llena de intrigas, secretos y suspenso; los cambios de escenario juegan un papel importante, pues transgreden las líneas del tiempo para hacernos caer en la cuenta que todos poseemos un pasado, muchas veces no muy grato, y que tiene una consecuencia

Lezama Lima o el azar concurrente

José Prats Sariol, Lezama Lima o el azar concurrente, Confluencias: España, 2010.

El curso délfico impartido por José Lezama Lima en su Ágora de Trocadero 162 y la presencia de uno de sus discípulos, José Prats Sariol, no ha sido la causa pero si el

azar que ha dado nacimiento a este libro de ensayos: Lezama Lima o el azar concurrente. La relación maestro-discípulo a través de la enseñanza mayéutica socrática ha creado al autor de estas páginas, es decir, al iniciado en una disciplina, que revela las claves del sistema poético de su maestro. Por eso, más que una apología de la obra lezamiana, este libro denota la devoción de un alumno por salvarnos de los equívocos interpretativos que atentan con desvirtuar la vida y obra de su maestro; acaso para confirmar las palabras del padre Varela: “La mayor gloria de un maestro es hablar por boca de sus alumnos.” De ahí que una de las virtudes de estos ensayos sea precisamente la del rigor del exegeta que descifra códigos y signos, pero con la salvedad de que se trata de alguien que ha sido cómplice de un misterio y que ahora acude por puro albedrío a la misión de revelarlo. El curso délfico sirve de axis demostrativo en el transcurso de estas páginas. Prats Sariol regresa constantemente a este regazo referencial, pues marca su punto de encuentro con la figura y la obra de José Lezama Lima. En este primer ensayo, dedicado al curso délfico, encontramos la base sobre la cual el autor propone una lectura de la obra de Lezama a partir de una hermenéutica aplicada en su enseñanza: la obertura palatal, el horno transmutativo y

en ese futuro que se convierte en presente; la mentira es el común denominador entre todos los personajes, quienes poseen fuerza: cada uno está marcado por diversos elementos que enriquecen la historia, sus vidas son narradas a detalle en los capítulos y se entrelazan con las demás, tomando un protagonismo diferente a medida que avanza la novela. Otro elemento que cabe señalar es el humor que aparece en la trama, vuelve ligera la lectura, otorgando además frases llenas de honestidad, como honesta es la propuesta y calidad de Xavier Velasco, quien se encuentra en uno de los momentos más lúcidos de su carrera y lo mejor aún está por venir. La ciudad de México, ocho millones de habitantes, y ésta es sólo una historia de todas las que lo habitan, pero no se trata de cualquiera, es también una invitación para quienes no conocen la obra de Xavier Velasco: alguna vez en la vida, también nosotros hemos tenido que explicarlo todo. Carlos Alberto Morales Galicia

la galería aporética, tal como lo consigna en el prólogo: “Ellos determinan el título, porque el azar concurrente es un misterio de los sentidos y a la vez una analogía que se hornea, un oráculo de la pitonisa en Delfos y una causalidad contradictoria, desconocida, como explico en el ensayo que sirve de umbral.” Prats Sariol da constancia del asiduo lector que fue Lezama Lima de la obra de Nietzsche, con el que discrepa en su concepto de lo dionisiaco, pues el prusiano lo considera una creación trágica del orfismo. De este reparo se infiere una de las razones que motivaron a Lezama a concebir su sistema poético y, por tanto, la necesidad de impartir el curso délfico. El autor de Paradiso halla en lo apolíneo del ritual órfico un elemento compatible con su catolicismo en el ejercicio de la preparación terrenal para una vida más alta. De esta heterodoxia, que no está reñida con su esencia católica, el escritor cubano justifica, en Paradiso, la triada Cemi-Licario-Fronesis, es decir, la búsqueda del conocimiento (José Cemi), la enseñanza de su infinito causalismo por medio del Eros cognoscente (Oppiano Licario) y la unión con la eticidad (Fronesis). Por otra parte, la analogía entre el culto apolíneo y los libros del curso délfico, llámese La segunda Oda, de Paul Claudel, o Versos libres, de José Martí, son paradigmas del ecumenismo lezamiano, el

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cual es capaz de abolir toda aparente contradicción temática y estética por medio de esa confluencia que representa la imago. La aparición en este libro de los diarios de Prats Sariol sobre sus visitas a la casa de Trocadero 162, en aquellos días del curso délfico, contribuye a ilustrar el mundo lezamiano desde un perspectiva más intima, ya sea en las observaciones que le hace a un discípulo luego de leer un libro del curso, o en el brote de su personalidad chispeante durante una cena en un restaurante habanero. El segundo texto constituye un recuento enjundioso de las revistas literarias fundadas por Lezama, comenzando por Verbum hasta llegar a esa cumbre llamada Orígenes. La impronta de Lezama, en cada una de las revistas literarias de las que fue gestor, pone al lector en contacto con su faceta de animador cultural y su búsqueda por una nueva expresión de la insularidad basada en la imagen poética, estableciendo así cotos de distancia ante el chato medio literario cubano en sus inicios como escritor, algo que él mismo nombró “La dignidad de la palabra”. Por ese compromiso con su dignidad de poeta, atestiguamos a un Lezama enfrentado con la apatía de la oficialidad gubernamental, a la que le pide su eterna indiferencia; es así que somos testigos de un Lezama estigmatizado (“anaquel con patas”), hasta ganarse la aversión —entre otros— de un intelectual como Jorge Mañach durante la Cuba republicana. Más tarde, con el triunfo de la Revolución, se convierte en blanco de ataques de los escritores jóvenes que se agruparon en torno a Lunes de Revolución, para terminar en el ostracismo al celebrarse el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, en 1971, a raíz de los sucesos del caso Padilla. Prats Sariol deslinda en sus esbozos sobre Orígenes la pluralidad de la revista y su apertura generacional, prueba de que

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Lezama distaba de ser un “Papa negro literario” al estilo de un André Breton, tal como lo han manifestado algunos de sus (ex)detractores en sus libelos. Son válidas entonces esas anécdotas salpicadas de chismoso humorismo criollo: “Ahí viene la policía”, grita Mariano, mientras Lezama y Virgilio se enredan en una trifulca boxística en el Liceo de La Habana a raíz de los ataques del autor de Electra Garrigó, cuyas diferencias estéticas con Orígenes lo llevan a disparar incisivos dardos contra Lezama. En consecuencia, Prats Sariol nos adentra en la vertiente disidente de Orígenes, de talante existencialista, a la que se suscribían Virgilio Piñera y José Rodríguez Feo y de la cual surge la revista Ciclón, caldo de cultivo de sus depositarios de Lunes de Revolución. El legado de Orígenes en la cultura cubana del siglo xx queda plasmado en estas páginas con una vasta bibliografía de textos publicados en sus doce años de existencia. La lista es extensa, pero entre tantos y diversos escritores de primera línea, Prats Sariol cita a Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Saint-John Perse, Carlos Fuentes, María Zambrano, así como a los cubanos Emilio Ballagas, Eugenio Florit, Lino Novas Calvo y Fayad Jamis. La calidad de los textos publicados y la heterogeneidad de autores que transitaron por sus páginas hacen de Orígenes una de las revistas capitales de la literatura hispanoamericana, a la par de Sur y Contemporáneos. Mención aparte merece el ensayo titulado: “Un aproche a dos poetas”, en el que Prats Sariol aborda las semejanzas y diferencias entre Lezama Lima y Gastón Baquero. Dicho paralelismo resulta abarcador, pues parte de sus vidas, en las que incluye vivencias compartidas, para así desembocar en sus poéticas: “La diferencia más tajante entre sus obras contrapone el sentido auditivo al visual”. “Él era más bien un ojo en el universo y yo soy un poco un

oído”, señala Baquero. El Epicedio a Lezama Lima, escrito por Baquero en su exilio español al recibir la noticia de la muerte de su amigo en La Habana, ejemplifica la amistad y las afinidades entre ambos poetas:“Se despidieron ya: solo ha quedado/ Sobre la tumba del pastor callado,/ El zumbido de la abeja tibetana.” Estos versos precisan los lazos de comunión que establece Prats Sariol entre ambos poetas, siendo esa visión sagrada y trascendente del acto poético el cordón umbilical que por siempre los mantiene unidos. Prats Sariol ha disparado la flecha sin importarle el blanco. El azar concurre al discípulo. El maestro viaja de nuevo a Puebla, México, pero esta vez en el magisterio de su discípulo. La experiencia de dictar un curso en la Maestría en Letras en la Universidad Iberoamericana de Puebla, da origen al capítulo —epítome de este libro—: “Enseñar a Lezama.” Oppiano Licario se repite en el estímulo de lo difícil, en los misterios órficos, que Prats Sariol, trasgrediendo la rigidez académica, le enseña a sus alumnos, o más bien a sus potenciales délficos. Destacan también otros textos, como la lectura de “Oda a Julián del Casal”, “Opus Ícaro”, “Ensayos manieristas” y “La materia artizada.” A la extensa bibliografía de estudios e investigaciones post mortem que se han realizado sobre la obra de Lezama, se suma ahora este compendio de ensayos, homenaje de su autor a su maestro y compadre en el centenario de su natalicio. Lezama Lima o el azar concurrente corona la labor de años de José Prats Sariol, dedicada al estudio de esa galaxia llamada Lezama. Un libro fundamental y revelador que deberán consultar futuros estudiosos, y que se distingue por fusionar magistralmente el material biográfico y testimonial con el análisis y la erudición de la crítica literaria. Joaquín Gálvez


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Zapatos viejos, fotografĂ­a de Faustman/Pere Navarro


M A R Z O - M A Y O

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3

• Macario Schettino:

aún no fallido

• Enrique Serna:

fallido

• Héctor Zagal:

Ironía y Bicentenario

• Natalia Pérez-Galdós:

Un Estado ideal

• Rogelio Guedea:

El Estado de los intelectuales


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