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OCKHAM: LA SEPARACIÓN IGLESIA-ESTADO

Guillermo de Ockham es uno de los últimos grandes teóricos políticos medievales que, en el siglo XIV, muestras las profundas transformaciones que se produjeron en la Baja Edad Media. Su propia vida y sus escritos fueron una señal del advenimiento de nuevos tiempos: su gran ambición fue reformar la Iglesia, desvinculándola de la excesiva “temporalidad” que había ido adquiriendo. Muchos de sus postulados son un anticipo del pensamiento de la Reforma. Si en el Siglo XIII, de la mano de Santo Tomás, se había alcanzado una importante síntesis en las relaciones razón/fe, el pensamiento de Ockham supone el abandono de dos grandes ideales que caracterizaban la Edad Media: la unidad de Imperio y la Iglesia, y la de la fe y la razón. El nominalismo de Ockham niega la realidad de los universales. Lo que existe son realidades singulares, cognoscibles por intuición. Dios no ha creado según una idea en él preexistente, Dios crea entes únicos, individuales (Ockham exalta la omnipotencia y la libertad de Dios). Por lo tanto, no existe un universal como idea divina que el hombre pueda conocer, ya que en Dios nada precede a la voluntad. Y por tanto para el nominalismo de Ockham el universal es tan sólo una propiedad que poseen los términos de referirse a una pluralidad de individuos, el universal hace las veces de un objeto cuando éste ha sido conocido confusamente. Pero, en la realidad, para Ockham no existen más que individuos que se pueden conocer por intuición apoyada en los sentidos; y, así, -según el principio metodológico conocido como la navaja de Ockham (no deben multiplicarse los entes sin necesidad)- para explicar los conceptos universales no es necesario acudir a un mundo de las ideas que duplique el mundo real ni a ningún proceso de abstracción. Como consecuencia de su defensa de la intuición en el conocimiento, se sigue una separación entre el objeto de la fe y el de la razón: no se pueden conocer ni demostrar las verdades de religión, dado que el objeto de fe no puede alcanzarse por la vía natural del conocer. Así pues, la teología no es una ciencia, sino cuestión de fe. La epistemología propuesta por Ockham niega la posibilidad de demostrar nada acerca de Dios, por lo que los dos ámbitos (la fe y la razón) deben estar separados y ser autónomos Para Ockham ni siquiera cabe una zona común entre la fe y la razón, como la que había propuesto Santo Tomás en el siglo XIII: desde el nominalismo del siglo XIV no hay preambula fidei, y cualquier intento de apoyar el dogma de fe en argumentos racionales es un empresa condenada al fracaso, dado que la razón debe basarse siempre en lo que puede ser intuido por el ser humano, mientras que la fe es una creencia.


Además, Ockham defiende la separación de la Iglesia y el Estado. Ockham considera que tanto el poder civil como el del Papa proceden de Dios. Y además cada poder tiene un ámbito propio: el poder secular se ocupa de los bienes temporales, mientras que el Papa es la máxima autoridad en cuestiones espirituales. Así, para Ockham el Papa no tiene ninguna autoridad política ni militar, no puede imponer un dominio político al rey o al emperador. Por ello, la política debe estar netamente separada de la religión (en este punto sus diferencias con concepciones anteriores como, por ejemplo, San Agustín, fueron profundas e insalvables) La limitación del poder del Papa a lo espiritual, sin que esté legitimado para interferir en otras materias, también supone que la Iglesia no precisa poseer bienes temporales (lo que enlaza cuestión de la pobreza de Cristo: Ockham mismo sufrió el exilio y la persecución al afirmar que, al no poseer Jesucristo ni los apóstoles propiedad privada, tampoco el Papa ni ningún cristiano deberían tener propiedades) Ockham atribuye al emperador un gran poder, en gran medida para contrarrestar la posición pontificia. La persecución papal que sufre en vida Ockham le ayuda a comprender que, para purificar la fe de los cristianos y la de la jerarquía eclesiástica, es mejor que el Papa se limite a ser un líder espiritual, desprovisto de todo poder político. Para Ockham, como hemos afirmado, el Papa no debe tener autoridad política sobre los fieles, sino solamente espiritual. En el fondo Ockham considera necesario prevenir posibles errores o herejías papales, limitando el poder omnímodo del Papa. Así, él considera que el papa es elegido por los hombres y, como hombre, el Papa es falible. En caso de que obre erróneamente el cristiano puede, de acuerdo con Ockham, rebelarse contra él, e incluso deponerlo. En las relaciones entre Iglesia y Estado, Ockham defiende una limitación del poder Papal, e incluso una posibilidad de resistencia al mismo, que nace del convencimiento de su propia ortodoxia. De algún modo Ockham es un pensador crucial para entender el paso desde el feudalismo medieval a la nueva mentalidad del renacimiento, pues su figura representa en buena medida el paso del mundo medieval al moderno.


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