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Una cama de dos por dos
Una camaDE DOS POR DOS
Por María Luz Mejía Mesa, estudiante Saberes de Vida Palabras: 732
Este no era mi primer trasteo, pero sí fue el más voluminoso; teníamos bien acomodados en la finca, a donde nos habíamos ido a vivir hacía varios años el par de pensionados, los muebles y enseres de mi antiguo consultorio y de mi anterior apartamento de dos habitaciones; los de él, y los propios de la casa de campo.
Como mi marido falleció y ya no era posible vivir en la finca, mi traslado sería para un piso de las mismas dimensiones que las del anterior. Por lo tanto, debía escoger bien qué era lo más necesario para llevar, qué se dejaría en un depósito y qué cosas serían para regalar. Con el fin de llevar a cabo la selección, y con ayuda del mayordomo, puse sobre la cama antigua, no desarmable, de dos metros de ancho por dos metros de largo, de madera fina y muy apreciada por mi marido, la mayoría de los objetos portátiles, tales como vajillas, cubiertos, cristalería, ollas, sartenes, moldes, cajas y cocas de plástico, electrodomésticos pequeños, herramientas y adornos.
Luego, fuimos al supermercado a pedir cajas de cartón en abundancia y que no fueran muy grandes, para que, llenas, no pesaran mucho. Recogimos periódicos con toda la familia. Utilizamos esas hojas para envolver con cuidado cada objeto delicado, uno por uno los organizamos en las cajas que marcamos con letras grandes: “cocina para regalar”, “cocina para guardar”, “cocina para llevar”. Así mismo, lo hicimos con las cajas para las sábanas, las almohadas, las cobijas, las toallas y todo lo demás. Enseguida las ordenamos según su destino en un punto determinado de la casa.
Después, les tocó el turno a los muebles; el sofá y las poltronas de cue-
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... ¡BUENO, YA VERÍA QUÉ HACER CON ELLA!
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ro eran muy grandes y como no cabían en la sala nueva, se los regalaría a Carolina, quien me había dicho que le gustaban mucho.
“Las dos sillas inglesas quedarán muy bien en el recibidor del nuevo apartamento, pero tendré que comprar un sofá nuevo que les haga juego”, me dije a mí misma en voz alta, mientras me desplomaba en una de ellas, porque el cansancio físico y mental ya había menguado mis fuerzas.
Descansé un poco y, como no tenía más opción, continué: La mesa lateral de madera y la de centro irían con las inglesas, pero la mesa redonda del comedor, las seis sillas y el aparador, los llevaríamos para el depósito, mientras resolvía su ubicación o adquiría otro juego de comedor de tamaño más adecuado. La biblioteca, los libros, el escritorio y el taburete que les hacían juego, definitivamente los donaría a la Casa de la Cultura del corregimiento.
La nevera y el fogón ya eran viejos y consumían demasiada electricidad. No creía que alguien los quisiera, y en el momento no sabía qué hacer con ellos. Las dos camas sencillas quedarían bien en la pieza de huéspedes. La cama doble que una vez estuvo en mi apartamento, con las dos mesas de noche y el mueble para la televisión, me acompañarían en la nueva y pequeña residencia. ¿Y la cama antigua, no desarmable, de dos por dos, de madera fina y tan querida por mi esposo?... ¡Bueno, ya vería qué hacer con ella!
Las sillas de bambú que fueron del consultorio y las de jardín serían perfectas para la finca en tierra caliente de mis hijos. Y, pensándolo bien, también el juego de comedor. Tendría que preguntarles si me los recibían.
Las rejillas que servían de estantes en la cocina habría que desarmarlas. Serían para el cuarto de ropas. Busqué el destornillador que, ¡claro!, debía estar en la caja que decía herramientas para llevar, y en efecto, ya se las habían llevado. ¡Hummm!, y todavía ni siquiera estaba contratado el camión para el traslado. Nunca se supo quién se apropió de ellas, y de otras cosas que solo eché de menos cuando ya desempaqué.
Lo que sí sé, ahora, porque se quedó impreso en mi memoria, es que el hijo de Ruth y sus tres sobrinos, cargando sobre los hombros y caminando rieles abajo, como si fueran pasos de Semana Santa, se llevaron el colchón y la cama antigua, no desarmable, de dos por dos, de madera fina y muy apreciada por mi esposo, mientras que yo los miraba desde la puerta de la casa, con una sonrisa visible y una tremenda nostalgia en el interior
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