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BOGDANOVICH RACIEL D. MARTÍNEZ GÓMEZ Y BUSTER

Uno se pregunta qué ocurrió con esos cineastas del llamado Nuevo Hollywood como el estilista Brian de Palma de “Carrie” (1976) y manierista de finales en cámara lenta. Qué ha filmado William Friedkin, solvente artesano de cintas como “El exorcista” (1973) que reinventaría el género de terror y que, con “Los chicos de la banda” (1970), cautivó por su pionera visibilización de la cultura gay. O qué fue de un director con sempiterna mala fortuna como el Michael Cimino de “El francotirador” (1978) y “Manhattan sur” (1985), que fue sustituido proyecto tras proyecto -tuvo en sus manos “Motín a bordo” y “La zona muerta”.

Ese Nuevo Hollywood fue un tanque de oxígeno para los géneros, sobre todo para el western y el cine negro. Pero también mostraron inteligencia para incursionar en el mundo del blockbuster y no mancharse, y hasta lograron incluir elementos que distinguieron a producciones de bajo presupuesto. Se trató de una suerte de outsiders instalados en las grandes casas productoras con dosis de anti establishment, para así eliminar los viejos y manidos clichés de las películas de estudio.

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Cierto, recordemos que esta modernización la signaron filmes como “Bonnie and Clyde” (1967) de Arthur Penn, “El graduado” (1967) de Mike Nichols y habría que agregar una película de culto como “Easy rider” (1969) de Dennis Hopper. Francis Ford Coppola, Martin Scorsese -el de “Calles peligrosas” (1973) y “Taxi driver” (1976)-, y George Lucas por su minimalista “American graffitti” (1973), también pertenecieron a este Nuevo Hollywood aunque sus derroteros tomaron rumbos diferentes a sus compañeros convirtiéndose en sus propios Midas.

Entre todos ellos, un director sui generis que cumplió ese sueño de la exquisita guerrilla de la nueva ola francesa, de ser crítico y creador al mismo tiempo, fue Peter Bogdanovich, quien a principios de la década de los setenta sorprendió al medio estadunidense con “The last picture show” (1971), la cinta más aclamada por los especialistas cinematográficos.

Fue un ave rara porque podía transitar de la ligereza hasta ponerse de tú a tú con los genios del séptimo arte. Combinó la crítica y la dirección cinematográficas como casi nadie. Emulando a los directores de la nueva ola francesa, Francois Truffaut y Jean Luc Godard, Bogdanovich tuvo una respetable carrera como crítico, entrevistó y publicó en “Esquire” y en libros largas conversaciones con John Ford, Fritz Lang, Orson Welles, Raoul Walsh, Joseph von Sternberg, Howard, Alfred Hitchcock, George Cukor, Robert Aldrich, Sidney Lumet y hasta Don Siegel, entre los cineastas connotados, así como a las mismas estrellas de Hollywood.

Bogdanovich como director fue versátil, filmó por ejemplo una memorable comedia como “What´s up, Doc” (1972) con un toque de Woody Allen donde intervienen Barbara Streisand y Ryan O’Neal; asimismo, realizó el dramático e insólito caso de “Máscara” (1984). Rodó la intrigante “El maullido del gato” (2002), thriller de enredos muy en la estructura narrativa de Agatha Christie donde aparecen involucrados en un lío de faldas el magnate mediático William Randolph Hearst y el actor Charles Chaplin. O la tibiamente difundida “El gran Buster: una celebración” (2018), última cinta de Peter donde rinde tributo tanto al cine silente como al comediante que jamás movía su rostro y que, aún así, conquistó al público con su “Cara de palo”.

“El gran Buster: una celebración” es un documental que aborda su vida y su carrera profesional como actor y director, incluso reconocido en alta estima por Welles, quien decía que “La generala” era mejor película que “Lo que el viento se llevó” sobre la Guerra de Secesión.

La cinta ha sido considerada en el puesto número 18 de la lista de 100 mejores películas de todos los tiempos publicada por el American Film Institute.

Bogdanovich se apoya en testimonios variados, desde gente cercana hasta personajes contemporáneos que se declaran confesos seguidores, así como estudiosos del arte cinematográfico en EU. Para ello consigue un mosaico equilibrado de fuentes que combinan juicios estéticos y anécdotas, las entrevistas van desde Dick Van Dyke, Mel Brooks, el Johnny Knoxville del programa “Jackass” -que es la vulgarización extrema de las caídas de Keaton-, Carl Reiner, Werner Herzog hasta Quentin Tarantino.

Revisar el documental “El gran Buster” es abrevar en los fundamentos de la cinematografía estadunidense y asombrarse, no obstante carecer de las herramientas tecnológicas de la actualidad, al conocer una de las etapas más prolíficas en cuanto a las aportaciones al lenguaje cinematográfico -como Siete ocasiones (1925), donde dirige Keaton y como actor huye de un centenar de mujeres y sufre ante una avalancha de piedras, en una de las secuencias más memorables por la dificultad de su filmación, su excelsa composición y su formidable edición.

Además, resulta interesante repasar ese paradigmático cambio del cine mudo a darle voz a aquellos personajes y actores que eran identificados y obligados a que su expresión corporal fuera su principal medio de comunicación. En el caso específico de Buster Keaton, fue notoria su decadencia cuando lo pusieron a hablar en lugar de ejecutar sus actos de acrobacia con, habrá que decirlo, pésimos patiños que lo acompañaron y peores guiones le dieron -el documental da muestras de cómo terminó insulso y como atado de manos.

Welles le dijo a Bogdanovich que más que los actores le gustaban los cómicos. Sus favoritos eran Laurel y Hardy (El gordo y El flaco), el incomprendido Harold Lloyd, subestimado por los intelectuales dice Orson, porque aunque no había poesía en ese muchacho de clase media tenía una brillantez técnica, y concluía que Keaton estaba más allá de los elogios, porque fue “uno de los hombres más hermosos que he visto nunca en la pantalla”, y era, asimismo, un espléndido director. Consigue Bogdanovich en su última película el retrato de un Hollywood creativo en búsqueda de un lenguaje artístico para el naciente cine. Peter tuvo el tacto para recordarnos lo que aún es Buster Keaton: un talento fuera de serie, manantial de inspiración y no hacía ningún gesto como los exagerados que hacen los ídolos del mainstream contemporáneo.

EL DISEÑO EDITORIAL COMO

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