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DISEÑO DE EXPERIENCIAS PARA LECTURA
ALEJANDRA PALMEROS MONTÚFAR*
Los libros, como muchos otros objetos que nos rodean, están llenos de significados en su forma y en contenido. Existen diversas maneras de interactuar con ellos y muchos de los profesionales que trabajan en torno al libro, lo hacen desde diferentes aristas. La lectura, la investigación, el registro de la memoria, el archivo, el testimonio, la divulgación o simplemente el placer y el juego también tienen cabida en este universo. Al revisar estos límites comprendemos que además de libros, hay revistas, manuales, bitácoras, recetarios, guías, ensayos, cuentos… El catálogo de obras editoriales es siempre amplio y rico.
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Q uienes trabajan en el ámbito editorial saben que la palabra es una herramienta, pero no es la única que tienen para crear. Tenemos publicaciones sin texto, en sistemas no visuales e incluso en códigos que no corresponden a ningún idioma conocido. Escribir es solo una parte de la edición.
Los mensajes que se transmiten a través en el mundo editorial tienen muchas formas y el profesional debe conocerlas para optimizar sus proyectos.
Uno de los criterios iniciales para comenzar a diseñar es elegir un formato. No pensamos que sea algo importante a menos que tengamos que cargar un pesado e incómodo mamotreto en un viaje o suframos con un encuadernado poco óptimo o bien, paguemos cuentas caras por caprichos estéticos.
Otro elemento a considerar es la jerarquía y manejo de tipografía. Esta no se refiere sólo a colocar ciertos “tipos de letras” para el título y el cuerpo de texto; hay que pensar en lo que se dice, cómo y dónde hacerlo. Si estamos ante una página caótica, si no nos concentramos o tenemos dificultades para ubicarnos, puede que sea un problema por el manejo tipográfico. O quizá sea eso y/o un mal sistema de impresión.
Estos elementos expresados tan brevemente -y son pocos de los muchos a considerar-, permiten que la comunicación entre el autor y el lector se dé con éxito a través de la lectura. Y bueno… el profesional sabe que no son los únicos. Cuentan la gráfica, los acabados, la corrección de estilo, lo legal, los canales de distribución y un largo etcétera. En el diseño de las piezas editoriales todo cuenta. Hasta el color del papel impacta en lograr una lectura profunda o que termines por abandonar el material por cansancio. Todo estos elementos de manera independiente cobran un nuevo sentido al articularse en una pieza editorial.
Un buen texto, una gran idea, puede estar siendo desaprovechada porque no es bien comprendida sólo por un tema editorial. A veces, por economizar y no pensar con detenimiento las posibilidades, se lanza un proyecto de forma premeditada y con muchas ausencias o errores y la tragedia ocurre: los lectores no son atrapados.
Publicar así es una pifia editorial.
Y por ello, leer es un tema de diseño.
Si hacemos un buen diseño editorial, hacemos que la información llegue y generamos una experiencia de lectura integral. Aquí es donde debemos tomar responsabilidad: que esta experiencia sea no sólo la que el autor o emisor del mensaje esperan (porque claro que habrá quienes deseen una lectura que incomode o cause aversión), sino que además de todo, sea memorable y por lo tanto, trascendente.
Los editores debemos ser conscientes de que dejamos un recuerdo sensorial al que anclamos nuestra experiencia lectora.
Si el contenido nos interesa y la pieza editorial está bien diseñada, todo en ella fluye de manera natural: nos dejamos llevar… es como agua. Avanzamos por sus páginas de manera ágil y somos capaces de regresar, avanzar y encontrar información, recordamos información y en el mejor de los escenarios, aprendemos.
La próxima vez que estés ante una pieza editorial, piensa en las razones por las cuales permaneces o interrumpes la lectura, qué te gusta de ella, qué recuerdas de ésta al cerrarla, qué te gustaría replicar y por qué. Quizá puedas identificarte como un tipo de lector o descubras una filia interesante en tu corazón bibliófilo.
¡Que viva la palabra y la experiencia que se cierra en ella!