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LA INNOVACIÓN EN LAS ARTES
por Luigi Amara
Desde hace por lo menos un siglo, la innovación como último y principal referente ha marcado nuestra cultura estética y visual. En esta medida, las formas artísticas actuales se ven abstraídas en una espiral que da preferencia a la novedad.
“No hay ningún camino que nos saque de lo nuevo, porque, si lo hubiera, sería un camino nuevo”.
Boris Groys
Estamos atrapados en el camino permanente hacia lo nuevo. Dejar atrás lo antiguo en busca de la innovación no es ya siquiera una decisión autónoma, un desplante vanguardista o un gesto transgresor, sino simplemente una forma de aceptar y adaptarse a los mecanismos que rigen nuestra cultura, por lo menos desde mediados del siglo XIX.
Incluso negarse a romper con lo ya demasiado visto y quedarse rabiosamente en una posición conservadora sería una manera de orientarse hacia la nuevo, pues atentar contra las reglas culturales que demandan y han generado su necesidad, no podría ser entendido más que como una variedad de esa misma búsqueda, es decir, como una nueva forma de innovación, al grado de que se podría decir que no hay nada más tradicional, nada más arraigado en nuestra cultura, que el afán de lo nuevo.
Si en otro tiempo en las artes se valoraba el oficio, la habilidad del artista o su genio individual, si hubo un tiempo en que la originalidad o la ilusión de crear a partir de la nada reinaron en la jerarquía de los valores culturales, hoy todos esos viejos ídolos han perdido fuerza o se han devaluado, y desde hace por lo menos un siglo, desde que el readymade se convirtió en una práctica recurrente y generalizada, se considera que una obra puede ser relevante, e incluso tasarse en millones de dólares, sin que el artista haya intervenido en su manufactura, sin que esté en juego la maestría manual y sin importar que, para su creación, se haya echado mano sólo de materiales ya existentes, copiados o reciclados.
Aunque a veces podamos convencernos de que “no hay nada nuevo bajo el sol”, ello se debe a que la orientación hacia lo nuevo se mantiene estable, como un telón de fondo y una expectativa inadvertida, que produce en la escena cultural una infinidad de variaciones tan frenética como inasimilable, y sin que se anuncie la llegada de algo a tal punto inédito y sorprendente que acabe de una vez y para siempre con el hambre de novedad.
Podría pensarse que la tiranía de lo nuevo ha de llegar a su fin no tanto por alcanzar la apoteosis de lo nunca visto, la cumbre insuperable del asombro, sino más bien por agotamiento, porque las reservas de la invención humana terminen por secarse y ya no quede sino el giro siempre idéntico de la repetición. Pero dado que las estrategias primarias de la innovación en el arte tienen que ver con la transmutación de lo ya existente, con hacer que algo que no participaba en absoluto de la jerarquía de lo estético sea dispuesto de tal modo que cambie su estatus y se revalorice —ya sea un urinario, una lata de sopa o una caja vacía de zapatos—, no hay entonces un límite para lo nuevo, pues cualquier cosa proveniente del mundo cotidiano podría eventualmente convertirse en portador de la novedad.
Las reservas de lo nuevo, culturalmente hablando, están en el mundo profano de todos los días, en esos suburbios de la realidad ordinaria que jamás se nos ocurriría encontrar en una galería, un libro o una sala de conciertos. En este sentido, lo nuevo se compone de lo antiguo y remite de alguna manera a la tradición: está atravesado de guiños, referencias y citas. Y aunque para ser valoradas como arte debe mediar una sofisticada operación artística que permita realizar el desplazamiento de la frontera del valor, no hay
Fabián Ugalde es un artista mexicano cuyo trabajo reflexiona sobre algunas de las imágenes más icónicas de la historia del arte, su impacto en la memoria colectiva y el desarrollo del gusto contemporáneo. La galería Ricardo Reyes, Arte Contemporáneo representa su trabajo. ricardoreyesarte.com | Instagram @rrartemex y @fabian.ugalde nada, en principio, así sea la chatarra más inmunda o la migaja más anodina, que no pueda terminar expuesta en las paredes de un museo, como lo prueba recientemente el plátano que Maurizio Cattelan adhirió con cinta a una pared de la feria Art Basel Miami.
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Desde que las montañas de lo banal y lo ordinario son interminables, las minas de lo nuevo en el arte no podrán extinguirse nunca.
Quizá lo más desconcertante de la estrategia de la innovación es que se diría que el horizonte cultural ya no promete nada fundamentalmente nuevo como no sea la misma sucesión de lo nuevo...